Benedicto Víquez Guzmán: La obra escrita de Omar Dengo Maison. Artículos: Juventud creadora, Jóvenes que triunfan, No, jóvenes amigos, Don Omar Dengo contesta..., La gran hojalatería, De aquellos días, Por la sinceridad, ¿Puede actuar la mujer en

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JUVENTUD CREADORA

 

 

Es urgente, que en todos estos países hermanos, como algunos ya lo hacen, descubramos, a plena convicción, el continente interno: la juventud. Hay que determinar su trascendente significación, dándole oportunidad de revelarse. Ponerla a servir a los intereses permanentes de su vida, es todo el secreto. Lanzarla a buscar doctrinas y símbolos de grandeza, en un aula de trabajo, y en redentora profusión. Suscitar en ella el despertar de alborada, en mitad de la naturaleza, de aquellos ojos escrutadores del destino humano. Todo ello corresponde a la misión de la escuela. No son ni las primarias, ni las secundarias, ni las normales, como entiende el vulgo, ilustrado o ignaro, mecanismos que deban juzgarse por razón del gasto que al Estado le demanden. Son grandes laboratorios consagrados a transformar las fuerzas oscuras, en aptitud de la muchedumbre para la vida civilizada.

 

Gothe, en el Wilhem Mister, idealiza el concepto de la educación radicándolo en el respeto de sí mismo, noción de reverencia más elevada y comprensiva que la del honor. Pues bien, refutar la conveniencia de la escuela, en todas sus formas por mala que sea, es renunciar al propio respeto, discutir la majestad de la dignidad del hombre y, tratándose de la sociedad, simplemente discutir su derecho a ocupar un puesto en la civilización.

 

No le tema a su juventud. Al contrario ¡ámela! Es privilegio divino. Incurrirá en errores, sin duda, pero con tiempo al frente para rectificarlos. Ni tema que se piense que usted se propone causar asombro con novedades. Sería mil veces peor que se pensara que usted renuncia a la novedad por respeto a la rutina. Acaso siempre convendría rehuir las exageraciones, pero ellas mismas son preferibles a la insinceridad y a la inacción.

 

¿En dónde, en dónde inquietud más hermosa que ésa que mueve a los jóvenes a escribir? Si cada edad tiene su belleza, -que decía Montalvo-, acaso la belleza de los adolescentes esté vinculada en ese amor a la obra del espíritu, de la  cual el mejor revestimiento de gracia es su propia impremeditación. En ella ensaya su fuerza la sinceridad; y ésta, en arraigo de victoria cuando se levanta, con vigor de ola que sube, hacia su fin. Y el fin es el poder de creación.

 

Hablando de Tiresias, hijo de Forbas, Circe le dice a Ulises cuando lo envía al Erebo: "Proserpina no ha concebido más que a este muerto la inteligencia y el pensamiento; los otros serán únicamente sombras en derredor suyo". Lo mismo la Gloria, no ha concebido más que a la sinceridad vida fecunda y duradera. Lo demás es el desfile de las sombras dentro del espíritu, y afuera, en el contorno de la trágica ilusión. Solo la sinceridad hincha de belleza a la palabra, solo ella la llena de luz, porque la refunde en la idea misma, porque la trasfunde en la fantasía, porque la recubre del color del alma en que se forma y de la cual va a ser el canto maravilloso.

 

Conviene que conciban el deber de renovar el sentido de la intelectualidad en la juventud, exaltando, hasta elevarla a plena luz, la fuerza, ahora retenida, de los motivos puramente espirituales. Los altos motivos de acción de hombres y pueblos. Contra las ambiciones, las aspiraciones. Contra las conveniencias, los ideales. Contra las ficciones, las realidades. Contra la búsqueda de honores, la conquista soberana, a través de nuestra propia vida, del dominio de aquellas altruistas determinaciones del espíritu que se nutren con sangre de sacrificio.

 

Se debe analizar, audazmente, a todo fondo, la opinión de tantos hombres que influyen con su criterio en el establecimiento de normas de conducta política. Escudriñen los jóvenes esos pareceres, sin temor, y descubrirán que muchos de los ídolos del corrillo y de la antesala pre-eleccionaria, son sin duda hombres honorables, y de méritos en el orden de sus actividades, pero los cuales, inflados por la adulación, cobran, a base de alto coturno, proporciones excesivas e incurren en el pecado de opinar, a gran orquesta, con todo de sentencia inapelable, sobre muchos problemas que no han estudiado seriamente.

 

No se dejen seducir los jóvenes, ni por el yerro extraño ni por el propio:

 

Y muéstrense dignos de inspirar algún día ellos la fe que a otros nieguen.

 

 

                                         

JÓVENES QUE TRIUNFAN

 

 

Un amigo nos ha dado a conocer el trabajo del señor Director del Censo, don José Guerrero, acerca de Estadística Vital. Merece ese trabajo las mejores felicitaciones. Sin desconocer el valor de muchos esfuerzos previos realizados en direcciones semejantes, pretendemos que el señor Guerrero ha iniciado una obra de estudios estadísticos realmente técnicos, es decir, realmente serios. Nos complace que le corresponda  a él el honor de aportar una contribución de importancia primordial al análisis  de los problemas nacionales, los cuales, en buena parte, reclaman un puesto al sol, es decir, fuera de las bastardías politiqueras y de la omnisciencia del leguleyismo. Los esfuerzos destinados a la formación del censo vendrán a contener aquella contribución.

 

Nos alegra de manera especial los triunfos del señor Guerrero, -quien es actualmente el único  costarricense que haya hecho estudios especiales de estadística-. Por cierto que el servicio debe serle agradecido al apoyo que el señor Guerrero recibió de una institución extranjera.

 

Nos alegran esos triunfos, porque pensamos en el origen modesto del señor Guerrero, en los esfuerzos nobilísimos de su vida, en sus aspiraciones generosas. Porque pensamos también en que no es frecuente el caso de él: los méritos por sí mismos le han abierto el surco de su siembra. Sin títulos universitarios, reales o de similar, sin apellidos ostentosos, sin capital, sin complicidades dolosas en el bataclán politiquero, sin la sombra de privilegiadas simpatías, el señor Guerrero ha triunfado. No sabemos que de muchos se pueda decir lo mismo. Ni sabemos que su triunfo sea de los que se borran al paso de las circunstancias.

 

 

NO, JÓVENES AMIGOS

 

 

Con tiempo apenas para escribir estas líneas, he de condensar en ellas lo que me agradaría decirles ampliamente. No, jóvenes amigos, no hablemos así como así de idealismos enfermos. Si estamos enfermos en Costa Rica, a buen seguro que no será de idealismo, sino de anquilostomiasis, de paludismo y de chatura.

 

Vuelvan ustedes los ojos a la política, por ejemplo. Insultos, insultos, insultos. Cosa de avestruz que se oculta: la cabeza escondida y la cola en obscena exhibición. Como si no hubiera de salir de la política, en gran parte, la solución de tantos problemas que mientras tanto, preocupan a unos pocos: empréstitos, monopolios, fronteras, bancos, etc.

 

Acaso estemos enfermos de practicismo, por no comprender todavía que el mejor de los practicismos es el idealismo bien entendido. No se comprende bien esto de sembrar odios, concupiscencias y negaciones... para recoger cosecha de progreso. ¡Una verdadera masturbación de apetitos colectivos!

 

Hay que crear. Hacer algo más, siquiera insignificante. Está casi todo por hacer. Estamos en la época de las opiniones personales y urge llegar a la época de las organizaciones técnicas. Técnica con vida, de creación y no de rutina, de ciencia y no de prejuicio. Estamos en el plano de la imitación, y hay que ascender al plano de la creación. Estamos en el plano de las desordenadas vacilaciones, y hay que ascender al de las construcciones firmes. Prepárense los jóvenes, con tesón, con ardor, con persistente decisión de victoria.

 

No,  - y esto no es un reproche, ni pretendo expresar la voz de un mentor- usted y todos estos nuevos y sanos jóvenes, deben estar fraternalmente unidos para la obra a que los llame el destino, así sea, -¡y bienvenida!- la de esparcir al viento las cenizas de quienes hemos amado en ustedes a la indomable esperanza. Si fecundatur optime: ¡y sembrar el campo!

 

Falta con frecuencia en la labor de la juventud que pretende, como colectividad, llevar a cabo determinada tarea en la vida, la plena evaluación del propósito que la impulsa a situarse erguida en el campo de la lucha.

 

La alegría que el empeño batallaroso provoca en el ánimo, encubre los colores del estandarte que se sigue, y ni siquiera se sabe, al entrar en marcha hacia dónde se va.

 

Siéntese que una fuerza poderosa obliga a levantar el brazo en que destéllale lanzón con hambre de gloria; se siente que el primer golpe magnifica y fecunda el ansia de triunfo, y se intenta entonces la conquista del puesto donde la lucha haya de ser con el riesgo mismo...

 

Pero, qué desventurada finalidad la de los anhelos juveniles armados para la pelea, cuando no los sustenta una comprensión honda de las responsabilidades que se recogen en la liza, con los trofeos que la victoria tiende a la mano gallarda que la consagra.

 

De ordinario la juventud se ampara al ariete destructor de murallas. Lo prefiere a la azada que tritura glebas y hace sonreír a la tierra en las bocas generosas de los surcos. Lo empeña con violencia contra el granito de las instituciones que juzga opresoras de la libertad, y cegada por el polvo que le arranca a las piedras, sufre la visionaria ilusión de que va realizando un derrumbamiento proficuo.

 

¿Acaso en verdad ha conquistado en la capacidad de construir, el derecho a demoler? ¿Sabe, siquiera, destruir? Las ruinas son absolutamente estériles, si al romper la fábrica que construyeron, no las levanta, sujetas al ritmo organizador de un nuevo conjunto, un vigoroso soplo de creación.

 

Los fragmentos de columna, lo mismo pueden ser el recuerdo de una gloria que de una infamia. Hay que aprender, por ello, a destruir, y ninguna enseñanza más amable y pródiga en iniciaciones de esfuerzo, que la de que edificando se destruye. Un jardín abandonado no atrae tanto al espíritu, como  un mármol bello en un paraje solitario. ¡Cuánto más sugestiva es la oración del Ángelus después de la siembra, que el reposo siniestro del guerrero sobre una pira de cadáveres! ¡Hay tanto de grande en el amor a la simiente!

 

De cierto, cuando se tiene una semilla entre las manos, para lanzarla a las fauces del surco, se asiste a una ceremonia solemnísima en que vive, con toda su incognoscible grandeza, el acto generador del Universo. Y solo cuando se lleva un grano de luz en el corazón, es vivificadora la siembra de la palabra. Por eso pudieron crear con ella pastores ignaros de Galilea. El mar, que es una eterna renovación de grandezas, les había trasfundido, con el óleo de la espuma que muchas veces los bañaba, ese rico poder de la tormentosa quietud del alma, en que se organizan, llenas de virtud bastante para asumir forma externa, las enseñanzas imperecederas.

 

¿Vive en el corazón de la juventud ese poder?

 

¿Ha construido dentro de sí lo que anhela construir afuera?

 

Pues que la virtualidad de la propia renovación, no reside en el vano afán de censura que el odio origina y encauza, y que, torpe y apasionado, supone que son armas de combate eficientes las mismas picas que los laceran.

 

Y hay empresas de lucha que nacen en la tiniebla de un desprecio hacia todo lo que maltrata con el peso de su superioridad. Fórmanse de modo tan instintivo, que sus propios agentes se imaginan actuar bajo la inspiración de un apostolado. Se alimentan en la simple necesidad de conservación. Y se las reconoce por el signo externo de la tendencia a excusar, con lucubraciones semejantes a teorías, la ausencia de todo afecto conocimiento reputado como revelación de algún mérito. Están siempre manchadas de fanatismo, y alientan el espíritu de secta, que es germen de inanición donde quiera que se encuentre. Se libran del desprestigio de las manchas, extendiéndolas sobre el entorno. Poseen el mérito con derecho exclusivo. Cuando otras empresas, sanamente guiadas, toman el rumbo que ellas trazaron, y lo siguen con paso de victoria, les imputan, al menos, para desprestigiarlas, el delito de la imitación. Son hogueras que calcinan toda virtud. Son hornacinas donde se evapora la potencia de todo ideal...

 

Y son ésos, rastros de conjunto, trazados con brevedad, sobre el dolor de una experiencia.

 

 

DON OMAR DENGO CONTESTA A LOS JÓVENES. NO PODRÍA IR AL LICEO, DICE.

 

 

Agradezco profundamente las generosas manifestaciones de los jóvenes que han propuesto mi candidatura a la Directiva del Liceo de Costa Rica, pero debo declarar que no podría hacerme cargo de aquella Dirección en reemplazo del señor Dávila. La razón la conocen los jóvenes: he autorizado con mi opinión la actitud de ellos, en cuanto niega la eficiencia y bondad del régimen educacional del señor Dávila, porque entiendo que un colegio que no vaya encaminado a ser una fuerza de acción social y cívica dentro de la vida nacional, defrauda el objeto que a juicio de los Educadores contemporáneos le corresponde cumplir en una democracia. Lo cual no impide que el Liceo con respecto a otras finalidades pueda ser una institución de primer orden.

 

Debo declarar, además, que lamento, como los jóvenes, la renuncia del profesorado.

 

 

LA GRAN HOJALATERÍA

 

 

Como el tema es arcaico y desabrido, su  simple enunciado podría alejar de este deficiente desarrollo las miradas de los lectores, las que seguramente se detendrán en él si con antelación advertimos que el problema  político lo reviste de novedad. Además, hay que arruinar esa tendencia cada vez más definida entre nosotros a no combatir los males inveterados; parece que con ello quisiera hacérseles, en gracia a su edad, demostración de reverencia.

 

Pocos días hace que en nuestro periódico El rayo, hicimos copia textual de algunos párrafos de la última Memoria de Instrucción Pública, que hacen incidental reverencia al escaso valor que el raquítico criterio de la generalidad de nuestros jóvenes concede al aprendizaje de los oficios manuales; al preciado influjo que ellos tienen en el desarrollo progresivo de la mentalidad de un país, y a la atracción perversa que sobre el plasmable pensamiento juvenil ejerce la perspectiva de un empleo público pródigo en honores, comodidades y riquezas, pero también en constantes humillaciones que anulan la facultad de progresar inherente a la personalidad. A la reproducción de los párrafos de la Memoria, adicionamos una notita en la que manifestábamos nuestro intento de aludir a toda la juventud, no en especial a la afiliada a tal o cual agrupación política.

 

Ese hecho produjo lo que nosotros llamamos eterna reacción, la enfermiza, la que se resuelve len conjeturas ofensivas por lo calumniantes e injuriosas. En efecto, alguien se captó nuestro sincero desdén con su dicho osado de que nos causan envidia los buenos éxitos políticos que obtienen ciertos jóvenes, y la probabilidad de los que otros muchos han de obtener.

 

Allí la razón del presente humilde esfuerzo favorable a la idea emancipadora.

 

Los triunfos políticos, los que más laureles brindan al vencedor, los que son más aclamados, toman a nuestros ojos, acaso inadecuados para contemplar los movimientos de esta civilización, el aspecto de humillantes farsas en las que lo delictuoso fulgura siniestramente.

 

Nos seduce y fascina de modo poderoso la victoria de una idea por la que se ha luchado con ferviente y heroica lealtad.

 

Pero de los triunfos que ajustan los bronces de su pedestal con la argamasa inconsistente del engaño, tenemos un concepto profundamente despectivo.

 

Los puestos públicos que exigen de quien los desempeña siquiera una claudicación, son propiedad exclusiva de los que tienen el cerebro carcomido por el vicio, adquirido o heredado. Para esos puestos están los hombres enfermos, que dejaron las energías perdidas en el festival deshonesto.

 

Y parece, -es dolorosamente cierto- que la juventud, en su mayoría,  viera la realización de sus anhelos en la adquisición de una tarea de esas que se cumplen en el gabinete de la farsa. Y parece también, -también es dolorosamente cierto- que los conductores de la juventud la impulsan hacia esa rápida y fácil conquista de su anulación completa.

 

No ha de quedarnos a los que sentimos deseos de combatir la peligrosidad de ese avance, que avasalla y derrumba las energías sociales, otro recurso que esperar que algún día se dispongan los hombres de ideas a impulsar la evolución natural, para que llegue a comprenderse que el gobierno solo tiene funciones educativas y para realizarlas ampliamente se le organice.

 

Los estudios sociológicos son entre nosotros algo menos que el aprendizaje de la hojalatería. De ahí viene que casi todo lo que imaginamos de acero, es de hoja de lata. Y lo que es peor: de hoja de lata oxidada ¡como nuestra juventud!

 

DE AQUELLOS DÍAS

 

 

De aquellos días de candorosa vida mucho hay siempre que recordar; y todo ello se recuerda con júbilo. Bendita esa época ya lejana de los deliciosos días escolares...

 

Yo recuerdo con exactitud las impresiones del primer día que estuve en la alegre pajarera de los niños, tan bulliciosa siempre, siempre tan animada. Su recuerdo, al desvanecerse entre la humareda del tiempo, deja prendidas del corazón lianas de amargura.

 

Me imaginaba yo, cuando entré en el envejecido capuchón, que todos sus habitantes -los niños y las maestras- estaban allí para darme sufrimientos. Seguramente que ellos no querían jugar conmigo, ni hablarme, ni nada. Tal vez a ninguno le gustarían como a mí los caballitos de madera ni las cornetas doradas. Me sorprendía ver que no tuvieran juguetes en sus manos y que no me dijeran "chichí", como en mi casa solían decirme. Era imposible que en la escuela no se jugara: sin juguetes no había vida. ¿Qué podía haber en el mundo más atractivo que mi "mula" -un velocípedo de mala medra en que a todas horas cabalgaba yo con gran envidia del hijo de la cocinera, a quien muy raras veces veía jugar.

 

Creía yo que a la escuela se iba cuando era muy malo, y estaba seguro de ser muy bueno, ¡tan bueno! Yo sabía que no debía mentir, ni pelear, ni... hacer ninguna de las cosas que a papá le disgustaban.

 

¡Cómo lloré cuando mi papá se retiró de la Dirección. Dichosamente entonces llegó a mí, con mucha dulzura, la maestra del curso que me correspondía seguir, y de la mano me condujo a clase. En adelante ella fue mi mejor amiga: acariciaba regocijaba mi cabecilla y me obsequiaba flores y frutas de las que otros niños le obsequiaban a ella. Mi mejor delicia consistía en juguetear con un dije de oro que usaba pendiente de la cadena de su reloj: era un corrongo corderito con ojos de rubí. Un día de tantos le insinué que me lo regalara, y ella -la muy buena- satisfecha de hacerlo, lo puso en mis manos y con fingida gravedad me dijo: "si no se porta bien tiene que devolvérmelo". No iba a ser yo quien se deshiciera de la figurilla. Presto llegué a deletrear admirablemente las seriotas palabras del cartel que entonces se usaba para enseñar a leer. Era acaso el que con mayor rapidez recorría las esferitas negras y rojas del ábaco. No pude acostumbrarme nunca -eso sí- a la posición forzada y  antihigiénica que a los alumnos se les hacía adoptar ni el pesado silencio que se le imponía. Jamás cesaba de moverme y hablaba incesantemente. No había medio de obligarme a callar: ni súplicas ni castigos.

 

Una mañana le refería a mi maestra un suceso que la hizo reír mucho y que desató el bullicio de la clase, contenido a fuerza de enojos y  amenazas. "Niña Elena: ya hay un renco más en el mundo".

 

-¿Por qué?- contestó ella sonriente.

 

-"Figúrese que anoche un perro que hay en casa mordió a un hombre en una pierna."

 

Y era verdad: un terrible "Bravonel" que llamábamos, había mordido a un campesino que se acercó al corredor a vender "varitas de San José."

 

 

POR LA SINCERIDAD

 

 

Enfermo está usted1, cansado y lleno de pesadumbres...Así lo dice su carta sin riesgo de ser desmentida por el tono de sus palabras, menos briosas tal vez que las que otrora  pusiera al servicio del Arte, de la Democracia y de la Sinceridad. Pero sin embargo y antes bien con lujo de dominio sobre los decaimientos, su ánimo sabe sentir complacencias ante la evocación del elevado ideal de su juventud. No imagina cuánto regocijo me ha producido la hermosa salutación que a su pluma le inspiró el anuncio de la venida de Ugarte. Porque precisamente la incapacidad de todos nuestros jóvenes para sentir entusiasmos en presencia de las cosas que rompen con su grandeza los moldes mezquinos de las tarifas comerciales y de los aranceles de aduanas, es uno de los males de esta tierra infecunda que con mayor fuerza suelen contristarme. La incomprensión del ideal está atrofiando la vitalidad de nuestra juventud. Supongo que a sus oídos ha llegado la declaración reciente que algunos jóvenes hicieron: "vamos a buscar ideales en el Comercio"; es decir, tras el mostrador y junto al vaivén sospechoso de la balanza... Pues que también se ha dado en creer que el idealista requiere un campo especial de lucha, como si no fuera saludable verdad que el ideal en todas partes dispone de una amplísima zona de combate: es la conveniencia la que exige límites, es el cálculo el que pide dimensiones. El corazón está por sobre todo en la vida. Recuerde que Jesús le daba siempre la razón a Pedro, pero le ofrecía su generoso amor al dulce Juan. Pueden triunfar el Arte y la Democracia, pero mientras no triunfe la Sinceridad, todo lo que pretende destruir continuará imperturbablemente su curso y seguirán muriendo bajo el peso de las iniquidades los hombres que nazcan para combatirlas. Y es que la evolución debe nacer dentro de nosotros mismos, organizarse allí y luego esparcirse por la vida en cumplimiento de su obra de redención.

 

Le diré confidencialmente que a pesar de lo que en público ha dicho acerca de Ugarte, pienso con dolor que no merecemos su visita. Nosotros sabríamos acoger la llegada de un Carnegie o de cualquier otro famoso traficante de los que anuncian con donativos su negocio; pero nunca a un soñador, a un poeta, a un hombre que le haya consagrado su vida a la Humanidad. Por una razón muy clara: estamos castrados de la mente y del corazón...

 

 

¿PUEDE ACTUAR LA MUJER EN LA ENSEÑANZA?

 

 

Es la generosidad del señor Director de La Prensa Libre lo que le ofrece un campo a mi opinión en el complejo asunto a que estas líneas se refieren. Y no bastaría ella a moverme a opinar, si no invocara la acción de quienes se preocupan por los problemas que a la cultura nación atañen. Cabe que entre aquéllos me cuente, sin que pretenda convertir en merecimiento lo que tan solo es un deber.

 

La pregunta que ha hecho La Prensa Libre es ésta. ¿Qué se piensa acerca de la  labor de nuestro magisterio femenino? Entiendo que tal pregunta alude a la eficacia de esa labor, en relación con la efectuada por los maestros (varones) del país. De ser ello así, he de decir que no está a mi alcance la respuesta, ni creo que para alguien sea posible formularla, en ninguna dirección. Al menos, si, como se debe, se quiere mantener el problema dentro de los límites que su propia naturaleza le señala. Pues juzgo que no se trata, -lo cual sí sería factible- de montar una teoría acerca de la obra realizada por nuestras maestras, sobre un concepto retórico del valor de esa obra. Es preciso producir, en uno u otro sentido, una afirmación de carácter técnico, con base en un vasto proceso de investigación, técnico también. Y el país no suministra los elementos que tan difícil tarea requiere.

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