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Tercer Período. Polifonismo. Primera Generación: 2017. Polifonismo

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PRIMERA GENERACIÓN: 2017. POLIFONISMO

 

NACIDOS: 1980-1994

GESTACIÓN: 2010-2024

VIGENCIA: 2025-2039

 

Este período recién inicia cronológicamente pero aún no tiene novelistas importantes. Habrá que esperar que inicie la primera generación.

 

Su nombre obedece a escritores que comienzan a abrir las barreras literarias en otros países como Chile, Argentina, México y Europa.

 

Se le ha dado ese nombre porque sus novelas se olvidan de los tradicionales narradores y dejan que sean los mismos personajes los que cuentan y comentan los hechos vividos por ellos y otros personajes que los rodean. El autor pretende crear una novela casi como una sinfonía, donde las voces de sus personajes crean un coro armonioso que se refugia en los contrastes, compases, ritmos, tiempos, claroscuros, etc. Por supuesto desaparece el narrador y el autor. Los personajes ocupan esas funciones.

 

Carlos Alvarado Quesada: 1980 

Albán Mora Vargas (1984)                  

Irene Guzmán Ferreto: (1991)                         

Michael Enrique Elizondo Brado (1982)

 

Tercera Generación: 2002. Intimismo. Segundo Período: 1980-2024. Poeticismo

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TERCERA GENERACIÓN: 2002. INTIMISMO

 

 

NACIDOS: 1965 A 1979

GESTACIÓN: 1995 A 2009

VIGENCIA: 2010 A 2024

 

 

Esta generación del año 2002, recién comienza a dar los primeros pasos en la novelística costarricense. Es la generación de cierre del período. Es propiamente una generación llamada del desaliento, que también lo fue, la precedente, solo que aún atisbaba algunas esperanzas. Inició sus primeras muestras en la generación anterior y ahora se pronuncia. El novelista se refugia en su propia interioridad y trata de encontrarse, de entender el mundo interior para luego asomar tímidamente y con miedo y mirar el mundo exterior que le repugna, le da asco, lo encuentra superficial, absurdo, aparente, sin nada importante por qué asirse a él, por qué luchar. El mundo exterior le da pesadillas, le impide su realización, lo encuentra vacío, frustrante. Acuden con frecuencia a la novela negra o policíaca pero sin permanecer en el puro entretenimiento. Su lenguaje es crudo, directo, abierto, sin rodeos y el tratamiento de los temas tabúes, en su literatura cobra importancia y son tratados sin rodeos, así sean sexuales, gays, lesbianas, religiosos o políticos. Las taras sociales son enfrentadas sin ambages, sin ocultamientos, sin rodeos o falsas moralidades. Es una generación de cierre del período intimista, crítico, desencantado, desilusionado, degradado, y de incontables preguntas más que respuestas y que continúan las inclinaciones de las generaciones anteriores, pero sin el énfasis de ellas. Ya decae esa fuerza y se vislumbra un conformismo individualista y la carencia de un proyecto vital y social de búsqueda idealista. Es el cierre del período y por lo tanto de un proyecto que pareciera navegar en la derrota de una guerra que nunca inició.

 

Alí Víquez Jiménez (1966)

Luis Ricardo Rodríguez Vargas (1966)

Wagner Ortega González (1966)

Danilo J. Granera López (1966)

Marco Adrián Castro Calvo (1967)

Alfonso Chacón Rodríguez (1967)

Carlos Rubio Torres (1968)

Carlos Manuel Villalobos Villalobos (1968)

Francisco González Brenes (1968)

Luis Arguedas Rodríguez (1968)

Mauricio Chaves Mesén (1969)

Javier Olivares Ocampo (1969)

Jessica Clark Cohen (1969)

Mario León Rodríguez (1969)

Manuel Marín Oconitrillo (1970)

Alejandro Gómez Rafael (1970)

Catalina Murillo Valverde: (1970)

Laura Patricia Quijano Vincenzi (1971)

Henry Antonio Vargas Salas (1972 Barza seud.)

Carla Fonseca Flores (1972)

Javier Enrique Moya Sancho (1973) y Alicia Juncos Moyano

Daniel Moreno Rojas (1974)

Juan Gabriel Muñoz Gapper (1977)

Harol Oldemar Vindas Zamora (1979)

Floria Herrero Pinto (1979)

Alberto Jiménez Alfaro (1979)

 

Segunda Generación: 1987. Ecologismo. Segundo Período: 1980-2024. Poeticismo

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SEGUNDA GENERACIÓN: 1987. ECOLOGISMO

 

 

NACIDOS: 1950 A 1964

GESTACIÓN: 1980 A 1994

VIGENCIA: 1995 A 2009

 

Esta generación comprende los novelistas nacidos entre 1950 y 1964. Llama la atención el número importante de mujeres que se inician en nuestra narrativa, algunas ya con tres o más novelas. Esta generación de novelistas costarricenses que algunos han llamado, con el nombre de un movimiento importante surgido como inclinación casi existencial por proteger lo nuestro  ya sea el sistema ecológico, nuestro planeta, nuestra naturaleza, devorada por la industria, el comercio turístico, la explotación minera, la contaminación ambiental de todo tipo, nuestro derecho a ser feliz, a vivir sin limitaciones sociales y discriminaciones, de encontrar nuestra identidad en la diversidad. Su nombre  Ecologismo1 representa el compromiso de una juventud rebelde, quizás con un poco o mucho de desencanto, por cansancio, por vivir en la corrupción de muchos y la apatía de todos, ante problemas tan importantes como mantener sano nuestro planeta, por lo menos lo poco que aún nos queda, de la explotación desmedida de nuestros recursos naturales, por parte sobre todo de las grandes potencias económicas lideradas por los Estados Unidos, como la peor de todas, en la violación de acuerdos y  tratados internacionales, en aras de la obtención de la riqueza de unas cuantas empresas trasnacionales.

 

Esta temática está, desde luego, unida a la denuncia, tanto de la explotación de nuestras riquezas naturales, como las implicaciones políticas y sociales de ello. El escritor se compromete incondicionalmente a favor de la naturaleza y  censura las condiciones infrahumanas en que vive el hombre, en las ciudades y esto conlleva una relación intrínseca con ellas, con su fuerza, con su asombro. El hombre no establece relaciones de oposición con ésta sino todo lo contrario, de unión, de comunión, de defensa, de admiración, de poesía, de vida. Huye de la sociedad, producto de la miseria humana, los convencionalismos y se refugia en el regazo de la naturaleza o en el desconsuelo de su propio desengaño. Ahí encuentra su realización, su razón de ser, su libertad y su grito desgarrador de protesta. Por ello el novelista le da voz, le permite crear y crearse y las voces de los personajes se convierten en coros de alabanza, de asombro, de poesía, de rebeldía, de amor. Las novelas se tornan muy eróticas, de sexo abierto y sin prejuicios sin importar si son o no del mismo sexo. No sólo imitan a la pureza de la naturaleza sino que juegan con ella, se purifican, se limpian de los prejuicios y disfrutan, viven, se sienten humanos. Regresan a las raíces, forman un solo cuerpo con ella, se purifican. Algunos llaman a esta generación  del desencanto y hay mucho de ello en sus obras. Pro no se crea que la temática naturalista los acaparó, de ninguna manera, los aspectos sociales, políticos, la corrupción, la impunidad, la sociedad de consumo, la guerra estúpida, la desigualdad, y todos esos males sociales de la economía globalizante e injusta, tienen su mejor crítica en los novelistas de esta generación.

 

Esta generación ha vivido acontecimientos históricos importantes, tales como la caída del muro de Berlín, la Guerra de Irak, el triunfo de los sandinistas en Nicaragua, etc. y ello los ha convertido en testigos de una historia violenta, destructiva, avasalladora. Por ello la generación es de desencanto, de ruptura, de desaliento y hasta cierto punto de impotencia. Es importante que desde el punto de vista literario forma un paradigma importante. El discurso es polifónico, fuerte, sincero, expreso y directo. Casi no existe, en estos novelistas el tratamiento de la historia lineal, el argumento sino la vivencia, el coro, el mural. Todo inmerso en un clima social que invita más a la nausea que a la realización vital.

 

Estos novelistas por lo general son profesionales y conocen las técnicas modernas del relato  y del arte en general, por lo que representan un conjunto de escritores calificados, que si bien, recién inician sus primeras incursiones en la novelística, prometen cosas muy buenas en este género. A esta generación pertenece el escritor mexicano, premio Alfaguara 2003, Xavier Velazco (1955), el guatemalteco Adolfo Méndez Vides (1956), con su novela Las Murallas: 1998 y Franz Galich (1951) con Huracán corazón del cielo: 1995, el salvadoreño, Horacio Castellanos Moya (1957) con su novela La diáspora: 1988, y otras posteriores, como La diabla en el espejo: 2000. El mejicano Salvador Novo, Cristina Peri Rossi en Uruguay, Fernando Vallejos en Colombia, para citar solo algunos de los más importantes

 

Los novelistas costarricenses de esta generación son:

 

 

Ana Isabel Azofeifa Rodríguez (1950)

Rodolfo Cerdeño (nicaragüense: 1950)

Emilia María Macaya Trejos (1950)

Linda María del Pilar Berrón Sanudo (1951)

José Ramiro Rodríguez Vargas (1951)

Jorge Arturo Valle Robles (1951)

Luis Enrique Arce Navarro (1952)

Gladis Alicia Miranda Hevia (1952)

Ana Cristina Rossi Lara (1952)

Jacobo Schifter Sikora (1952)

Luis Enrique  González Porras (1952)

Lorena María de Fátima Rodríguez Arce (1952)

Mercedes María del Carmen Corrales Carvajal (1952)

José Ricardo Chaves Mata (1952)

Rubén Solano Jiménez (1952-1992)

Ana Rojas Calderón (1953)

Cristóbal Montoya Marín (1953)

Fernán Ulate Montero (1953)

Rolando Villalobos Chacón (1953)

Cecilia Kruse Bolaños (1953)

María Bonilla Picado (1954)

Mario Zaldívar Rivera (1954)

Hugo Rivas Ríos (1954-1992)

Jorge Méndez Limbrick (1954)

Edgardo Orozco Umaña (1954)

Ana De Langton: ¿1955?

Víctor Hugo Fernández Umaña (1955)

Jaime Fernández Leandro (1955)

Oscar Núñez Olivas (1955)

Jorge Valverde (1955)

Leda Cavallini Solano (1956)

Miguel Fajardo Corea (1956)

Rodolfo Arias Formoso (1956)

Armando Loynaz Blanco (1956 cubano

Habib Súccar Guzmán (1957)

José Sánchez Jiménez (1957)

Miguel Arturo Ramos (1958-1986)

Alexander Obando Bolaños (1958)

Adriano Corrales Arias (1958)

Dorelia Barahona Riera (1959)

Alfredo Aguilar Quirós (1959)

Víctor Hugo Solano Aguilar (1959) (Víctor Narvales, seud.)

Patricia Villalobos Brenes (1959)

Carlos Tapia Fernández (1960)

Yanina Rovinski Giberstein (1960)

Tarcisio Salas Bonilla (1960)

Alberto Jiménez Alfaro (1961)

Iván de los Reyes Molina Jiménez (1961)

Jorge Arturo Venegas Castaing (1961)

Carlos Cortés Zúñiga (1962)

Rodrigo Soto González (1962)

Uriel Quesada Román (1962)

Walter Ismael Rojas Pérez (1962)

Ronny Ugarte Quirós (1962)

Luis Guillermo Fernández Álvarez (1962)

Fernando Contreras Castro (1963)

Sergio Muñoz Chacón (1963)

Petronio Romero, Marcenado (1964)



1 Realmente es un nombre que no recoge todas las manifestaciones de esa generación. Tal vez sea más una generación del Desencanto político, social y moral

Primera generación: 1972. Segundo Período: 1980-2024. Historicismo

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PRIMERA GENERACIÓN: 1972. HISTORICISMO

 

 

NACIDOS: 1935 A 1949

GESTACIÓN: 1965 A 1979.

VIGENCIA: 1980 A 1994

 

 

Esta generación está compuesta por los novelistas nacidos entre 1935 y 1949. Ellos  comienzan a dar los primeros frutos importantes en la creación literaria, a partir de 1965. Son novelistas que conocen, en su mayoría, las técnicas modernas de la literatura y por lo general han estudiado en carreras relacionadas con la literatura o el arte en general. Son lectores asiduos y se han dedicado al estudio de nuestras sociedades, no sólo desde la perspectiva histórica sino, la social. A ellos no escapa el interés de crear obras literarias, por principio y como última finalidad, sin que esto quiera decir que se desinteresan de las problemáticas más importantes de este período. Por eso le hemos llamado historicismo, sin ninguna connotación peyorativa. La creación de su nuevo paradigma se nos presenta más lúdico, más atrevido, sin prejuicios de ninguna naturaleza. Por eso podremos encontrar el tratamiento de temáticas tabúes en el pasado, como lo erótico y sexual, abiertos, el homosexualismo, el racismo, sin contemplaciones, ni moralismos. Se puede encontrar desde el cinismo manifiesto hasta el descaro, en sus creaciones.

 

Las novelas buscan el mundo de la infancia de los personajes, para mostrar abiertamente los prejuicios recibidos, sus desnudeces moralistas, sus mutilaciones sexuales y carencias vitales como producto de convencionalismos y falsas morales que impidieron sus realizaciones ante la libertad y la búsqueda de su identidad. Y qué decir del enfrentamiento descarnado y profundo de la lucha del ser y el parecer, lo fútil y lo importante, lo interior y lo exterior o superficial, que ya había experimentado un tratamiento importante en algunos novelistas de  la generación anterior, la de 1957. Por ello, los personajes se muestran como seres vivos, imperfectos, inacabados, incompletos, en formación, en lucha por sobre vivir a su misma angustia, llena de ludismo impúdico, abierto, como contraparte a la apariencia de los dogmas y de las castraciones. Esto convierte a los personajes en contradictorios, ambiguos, incompletos, agónicos, equívocos, mutantes y, por todo ello, más humanos y menos terminados. Con esta generación, mueren los héroes definitivamente y aparecen las dudas, las variantes, lo complejo sobre lo sencillo e inauténtico.

 

Lo anterior hará que los novelistas se preocupen sobremanera por el decir, por las voces de los personajes y la manera de comunicarse o incomunicarse; su lenguaje estará lleno de reiteraciones, contradicciones, listas de palabras, simultaneidades, yuxtaposiciones. En otras palabras, el lenguaje se convierte en una especie de carnaval, de multicolores facetas. Esto exigirá del novelista el influjo de la poesía, la música y las artes en general. Por ello, la intertextualidad, también será una técnica muy usada.

 

No escapa a ellos, el conocimiento de que la obra literaria es un mundo completo en sí, creado por el autor, es su invención, su irrealidad, su ficción. Esto les exigirá un cuidadoso uso del lenguaje y la verosimilitud extremada a la hora de crear los personajes, sus voces y el mundo externo e interior a ellos mismos.

 

La incursión de los novelistas costarricenses en la historia de nuestra patria y la recreación de etapas importantes de ella, así como personajes de gran importancia, muestra la necesidad de reimprimir lo que Azorín, ensayista español, llamó, la infrahistoria. Es una búsqueda frenética de lo verdadero, sobre lo aparente, lo oculto sobre lo dicho, la verdad en la contradicción, la ambigüedad, la pluralidad y no lo causal. Por eso sus novelas desencarnan los mitos, los rituales, los formalismos, para brindar una historia más irreal y por lo tanto más real, más humana, más hecha por hombres y no por el oficialismo imperante, en determinados momentos, y a través de acontecimientos inusitados y cuidadosamente acallados.

 

En  los últimos años han aparecido historiadores con una visión que se presenta como novedosa, sobre todo en España, encabezada por Fernando García de Cortázar. Reconocen y es uno de sus postulados, los mitos desarrollados y mantenidos durante mucho tiempo por las corrientes historicistas y las turísticas del pueblo y la patria España. Se tornan críticos y aceptan la falsedad de esa visión mítica pero consideran que existe otra España, la positiva, que consideran, la real, la del proyecto, la rescatable, la noble, y es bajo esa visión que se proponen rescatar la memoria, la identidad de España. Pensamos que la verdadera España se encuentra en la diversidad, la pluralidad, ni la buena de unos, ni la mala de otros sino en la síntesis de las dos o tres o más que puedan existir. No se puede, ni se debe, borrar lo feo y lo malo de la religión católica en España, las guerras de ocho siglos contra los moros, ni las cruzadas y matanzas en nombre de Dios, y buscar una aparente racionalidad, pero tampoco pensar que ese país es esencialmente eso. La realidad histórica está en el conocimiento científico, nunca en el mítico y mucho menos en el religioso.

 

Conforme estudiemos a los novelistas y sus obras iremos señalando estos y otros aspectos del nuevo paradigma de esta generación de novelistas.

 

En la literatura hispanoamericana destaca como impulsor de esta generación el escritor peruano Mario Vargas Llosa (1936) y su novela, entre otras, La ciudad y los perros: 1962, por lo menos en la primera etapa de su carrera literaria, la panameña Gloria Guardia (1940), con su novela El último juego: 1984, el nicaragüense, Sergio Ramírez (1942), con su novela Margarita está linda la mar: 1988 y Sombras nada más: 2002. Existen muchos otros novelistas en Hispanoamérica que pertenecen a esta generación. Hay cuatro, novelistas costarricenses, entre otros, de esta generación que se destacan por haber escrito novelas históricas de gran trascendencia, Virgilio Mora Rodríguez: 1935, Tatiana Lobo Wiehoff: 1939, Alfonso Chase Brenes: 1944 y Fernando Durán Ayanegui: 1939. Tendremos ocasión de referirnos a sus obras a continuación.

 

Los novelistas costarricenses de esta generación son  los siguientes:

 

Virgilio Mora Rodríguez (1935)

Enrique Feoli Tufi (1935)

Melba Escalante Lobo (1935)

Ramón Napoleón Pizarro Centeno (1935)

Velma Sari Montero Gutiérrez (1935)

Justo Arroyo (1936) Panameño

José David Elizondo Quesada (1936)

William Sibaja  Góndrez (1936)

Guido Alejo Sibaja Pereira (1936)

Rodolfo Solórzano Bonilla: 1938

Marco Retana (1938-1997)

Edgar Cambronero Herrera (1938)

Tatiana Lobo Wiehoff (1939)

Luis Soto Castro (1939)

Fernando Durán Ayanegui  (1939)

Luis Lara Saborío (1939)

Quince Duncan Moodie (1940)

Flora Herrera Fonseca (1940)

Edgar Guadamuz Rosales (1940)

Guido Sandoval Salas (1941)

Francisco Cartín Rodríguez (1941)

Mario Gatjens González (1942)

Óscar Aguilar Bulgarelli (1943)

Flory Chaves Quesada (1943)

Alejandra Gutiérrez Nascimento (1943)

Rafael Ángel Herra Rodríguez 1943

Floria Ma. Herrero Pinto (1943)

Marino Ramírez Huertas (1943)

Roxana Pinto López (1943)

Enio Víquez Rodríguez (1943)

Manuel Aguilar Vargas (1944)

Froylán Escobar González (1944)

Alfonso Chase Brenes (1944)

Carlos Darío Angulo Zeledón (1944)

Rafael Jiménez Bonilla (1944)

Eduardo Vargas Ugalde (1944)

Carlos Goicochea Carranza (1945)

Juan Bautista Frutos Verdesia (1945)

Henry Wohistein: 1945

Dagoberto López Villalobos (1945)

Enrique Castillo Bolaños (1945)

Omar Contreras Díaz (1946)

Álvaro Sibaja Artavia (1946)

Edgar Leal Arrieta (1946)

Zoraida Ramírez Miranda (1946)

Floria Jiménez Díaz (1947)

Floria Jiménez Díaz (1947)

Carlos Morales Castro (1947)

Enrique Villalobos Quirós (1947)

Oscar Monge Maykall (1947)

Beila Zíder Solís (1947)

Cecilia Hidalgo Calderón (1948)

Hernán Solís Bolaños (1948

Héctor Chavarría Castillo (1948

Rosibel Morera Agüero (1948)

Jorge Eduardo Rodríguez (1948)

Rocío Pazos Baldioceda (1948)

Eduardo Saxe Gutiérrez (1948)

Marco Tulio Aguilera Garramuño (1949). Colombiano

Gerardo César Hurtado Ortiz (1949)

Hubert Villegas Rojas (1949)

Luis Espinoza Corrales (1949) (nicaragüense)

Heriberto Rodríguez Pacheco (1949)

Magda Lorena de Jesús Zavala González (1949)

Segundo Período: 1980-2024. Poeticismo

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SEGUNDO PERIODO: 1980-2024. POETICISMO

 

 

Este período se extiende  desde 1980 a 2024. Algunos le han llamado Poeticismo por el énfasis que estos novelistas ponen en su prosa de carácter poética. Hay un gran compromiso con el lenguaje. Se tiene plena conciencia de que la literatura es ficción y que el éxito radica en el tratamiento del lenguaje y su expresividad. Es un período que recién empieza y sobre él es poco lo que se ha escrito. Consta de una generación consolidada, otra que ha producido bastantes novelas de gran importancia y la siguiente, con novelas recientes que se abren horizonte; la más nueva  apenas  inicia sus primeras armas.

 

Los novelistas de este período se inclinan por escribir, entre otras,  novelas históricas, es un afán por reinterpretar nuestra historia y la de otros países, como lo había hecho José León Sánchez en la generación anterior, con respecto a México. Casi la mayoría de ellos son académicos, profesores de nuestras universidades y muy relacionados con la vida intelectual del país. Sus obras son contestatarias con respecto a la historia. Es una muestra de crítica artística a la historia oficial que por lo general fue hecha por historiadores apegados a los gobernantes de turno (los carlistas). Su visión de los hechos se torna más individualizada, más sutil, más taimada, y sobre todo más aguda. Su visión es irónica, lúdica e intencionalmente elude la narración temporal cronológica, lineal. Los hechos se particularizan y pasan por el tamiz de la conciencia de los personajes que los vivieron. Nos recuerda las técnicas de Alejo Carpentier en novelas como El arpa y la sombra.

 

Estos jóvenes escritores manejan, no sólo las técnicas modernas de la narración, tales como la diversidad de puntos de vista del narrador, los acercamientos y distanciamientos, el cubismo en los diversos planos narrativos, el calidoscopio en los espacios, sino el juego con los diferentes tiempos, etc. Sus novelas, por ello, se presentan como difíciles de comprender o descifrar para lectores comunes y poco avisados. El esfuerzo de estos novelistas se afirma en su interés por crear obras de arte, estrictamente literarias, de ahí su nombre "período del Poeticismo". Además de que, por lo general, los novelistas también cultivan el género lírico.

 

Con respecto a lo temático, no sólo se inclinaron por narrar y reinterpretar los hechos históricos, tanto de la historia de finales del siglo XIX y principios del XX, sino los hechos más recientes, como fueron los de la alzada de 1948. También se interesaron por la vida social de los pueblos y sus luchas por reivindicarse. Pero, para un número considerable de estos novelistas, su interés cayó en la interioridad del narrador o los personajes. La constante que se había iniciado con Yolanda Oreamuno, en la novela La ruta de su evasión y que había continuado con escritores tales como Carmen Naranjo, Samuel Rovinski, Rima Valbona, Julieta Pinto y otros es continuada por los escritores de este período y por consiguiente de las dos generaciones que lo componen, ya sea, la primera que llamamos, Historicista o la segunda que le dimos el nombre de Ecologista, sobre todo tomando en cuenta el énfasis temático de esos dos tópicos. A la tercera le dimos el nombre de Intimista.

 

Pero si hay algo que distingue a estos novelistas y tiende a codificar un nuevo paradigma, tanto de la novelística hispanoamericana en general y la costarricense en particular es la dicotomía campo-ciudad que al fin alcanza su culminación con la aporía sujeto-ciudad. Es el hombre, sin tintes sexistas, quien intenta penetrar ese laberíntico, enigmático, carnavalístico, impersonal, mundo de la ciudad. Sujeto- narrador, desde cualquier ángulo que se coloque, omnisciente, protagonista, voces de los enunciados, se ve desgarrado, solitario, criminal, loco, disfuncional, huérfano, abandonado, incomunicado, enajenado. De ahí que el espacio ciudad- multitud lo excluya, lo margine, lo aliene. Este particular enfrentamiento abre la estructura novelesca a lo criminal, lo anormal, lo inusitado, lo sobrenatural, y no precisamente por se extraordinario en el sentido de extravagante, divino, sino todo lo contrario, por salirse de lo cotidiano, lo convencional, lo previsto, lo racional, lo aceptado, lo "bueno", lo codificado, lo ejemplar. Así se incursiona en lo extraño, lo policíaco como estructura novelesca, lo fantástico, lo feo y grotesco, llegando a lo esperpéntico, lo impredecible, lo inesperado, lo inimaginado pero que está ahí, en el sujeto de la ciudad que se rebela y se siente excluido, el que no acepta y renuncia a ser otro, el deseado, el esperado, el exitoso, el héroe positivo, el todopoderoso, el lleno de valores convencionales, el igual a todos, el galán, el machista, el profesional, el gerente, el político todo terreno, el gentleman, el casanova, el estilizado, el que vale según los números de la cuenta bancaria o el color de la tarjeta de crédito. Dime cuánto tienes, en dólares, y te diré quién eres y cuánto está a tu alcance, cuánto vales.

 

Este período ubica la novelística costarricense dentro del contexto latinoamericano. Los escritores abren una narrativa mucho más desprejuiciada, más atrevida y se despojan de tabúes, prejuicios, miedos. Así se enfrentan a temáticas abiertamente evadidas en generaciones pasadas, tales como el sexo abierto entre parejas de distinto e igual sexo, el machismo, el racismo, la religión, la familia (desintegración y valores caducos), la corrupción política, los antihéroes, la prostitución infantil, en ambos sexos. La ciudad es vista desde la óptica del pachuco, del delincuente, del prostituto, del sufriente y no desde la careta del moralista, el doctrinario, el conductor. El lenguaje se retuerce, se desacraliza y convierte el relato en abierta y directa manifestación del enajenado, del masificado, del producto social obtenido de la sociedad hipócrita del parecer y el consumo. Personajes, lenguaje, acontecimientos, espacios, se endosan sin máscaras, sin retoques, sin sugerencias, sin suspensos, sin puntos suspensivos, sin  autocensuras. Se lanzan a la cara del lector con furia, con indignación, sin reparos, sin paréntesis. Lo sumergen en el mundo subterráneo, sin darle tiempo a respirar, lo ahogan en el excremento que han creado, lo atrapan sin piedad y lo obligan a respirar, oler sus propios excrementos. Estos novelistas escriben con rabia, con furia, con sangre y desean sacudir al lector de la modorra, del adormecimiento, del envilecimiento, de la desatención, del qué me importa a mí.

 

En el estudio de cada generación ampliaremos estas observaciones.

 

Tercera Generación : 1957. Irrealismo. Período Superrealismo.

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TERCERA GENERACIÓN: 1957. IRREALISMO

 

 

NACIDOS: 1920 A 1934

GESTACIÓN: 1950 A 1964

VIGENCIA: 1965 A 1979



Es la tercera generación de cierre del período superrealista y la de mayor número de novelistas, en la narrativa costarricense. También recibió el nombre de Generación de Ruptura. A nosotros nos parece mejor el nombre de Irrealismo, no por oponerse al realismo sino por inscribirse en un paradigma más poético, de escritores que en su mayoría conocían el arte de novelar y se percataron de que la obra se afinca en la vida real pero crea su propia realidad, es ficción, embuste, mentira. Los escritores de esta generación se interesan por el problemático mundo social de la ciudad que conocen y viven. Ya no tienen que novelar la vida de los oligarcas en el campo y las costumbres de los campesinos. Dejan por completo esa visión idílica, estereotipada y manida del ambiente rural y se dedican a desentrañar su propia realidad. Esto no quiere decir que muchos novelistas sigan en la corriente anterior y hasta hoy sigan bajo el paradigma anterior.

 

A esta generación universal, pertenecieron, el alemán Günter Grass, premio novel de Literatura 2001, el colombiano Gabriel García Márquez (1928), premio novel de literatura en 1982, José Donoso (1924), chileno, Manuel Puig (1932), Mario Benedetti (1920), Guillermo Cabrera Infante (1929), Carlos Fuentes (1929), Aníbal Ponce García (1932), Mercedes Valenzuela Álvarez (1924-1993), chilena que usó el seudónimo de Mercedes Valdivieso y se le considera como la primera escritora feminista del continente, con su novela La Brecha: 1961, entre muchos otros. El mismo José Saramago (1922), premio Nóbel en 2000, portugués, pertenece a esta generación. Igual que el recién nombrado premio novel V. S. Naipaul (1932), premio Nóbel 2002, de origen trinitense pero arraigado en Inglaterra desde los dieciocho años y el escritor guatemalteco Augusto Monterroso (1921-2003) así como la poesía y narrativa del uruguayo Mario Benedetti (1920-2009)

 

La novela que llamó más la atención de los lectores, sobre todo de los europeos, fue Cien años de Soledad: 1967, del colombiano García Márquez y sin lugar a dudas lo promocionó al premio novel de literatura de 1982. Pero también otras obras de escritores de la misma generación, tuvieron gran éxito editorial, La muerte de Artemio Cruz: 1962 de Carlos Fuentes, El obsceno pájaro de la noche: 1970 de José Donoso, Boquitas Pintadas: 1969 de Manuel Puig y formaron esta generación de novelistas (1957), llamada del Irrealismo o de ruptura y que, en Latinoamérica, hasta hoy, ninguna otra, ha alcanzado tanto éxito.

 

Esta generación se convirtió en el paradigma ideal del primer período de la época contemporánea. Es su conclusión, su cierre y en ella se encuentra el modelo de lenguaje literario anhelado por este período de ruptura. El uso de las técnicas narrativas más importantes que nos habían legado los escritores europeos, aquí fueron superadas con creces. El narrador se despoja de ese papel privilegiado de censor, de guía, de moralista, de tutor, para dejar abierto un mundo complejo, ambiguo, carnavalesco, arbitrario, caprichoso, maravilloso, mágico, inconmensurable. La orfandad del lector se ve beneficiada con una gama de posibilidades interpretativas, vivenciales, nunca antes conocida.

 

El juego con el tiempo, con el lenguaje, con los diferentes espacios, sobre todo el interior o psicológico, sorprende a los lectores ingenuos, les exige estudio, detenimiento, cuidado y no se debe afirmar, como lo han dicho algunos críticos, que los textos son para eruditos y que no permiten el disfrute, el placer de lo narrado, eso es falso. Si una persona solo ve en nuestra realidad latinoamericana, una planicie, una meseta, unos pocos colores, un claroscuro, entonces es que está miope, porque nuestra realidad es compleja, polivalente, ambigua, multifacética y casi siempre escurridiza, difícil de aprehender.

 

En Costa Rica, esta generación, si bien es cierto, no tiene los alcances literarios importantes de otros países como Colombia, con Gabriel García Márquez, premio novel en 1982, creador del Realismo Maravilloso o Realismo Mágico que violentó y superó todos los códigos de los paradigmas literarios anteriores, sobre todo del realismo fotográfico, referencial, biográfico y superficial. Aún se escriben novelas tradicionales que utilizan el paradigma anterior, pero lo importante es que algunos, pocos, eso sí, han logrado crear importantes novelas que pueden y han rebasado nuestras fronteras por su calidad literaria y la renovación de viejos moldes ya estereotipados y aldeanos.

 

La primera decisión fue unirse en un proyecto ideológico y político. Casi todos, por no pecar de desconocimiento, con la excepción de Julio Suñol Leal y José León Sánchez, fueron militantes del Partido Liberación Nacional. El que inicia la generación, por ser el mayor, Alberto Cañas Escalante, fue fundador importante de ese partido, del que ahora se retira, no por su gusto, sino porque el partido perdió el rumbo de sus postulados originales y, por esa razón se unió a una nueva agrupación política llamada PAC, Partido Acción Ciudadana. Creemos que don Alberto tiene razón, son más las semejanzas entre ambos partidos que las diferencias. No sabemos cuáles son las decisiones de los otros novelistas, pero lo importante es que, en su momento todos pertenecieron a ese ideario modernista liderado por don José Figueres Ferrer, dos veces presidente de Costa Rica. Muchos de estos novelistas ocuparon cargos políticos en diferentes gobiernos de Liberación Nacional y hasta fundaron ministerios, tal el caso de don Alberto que le correspondió crear el Ministerio de Cultura, juventud y Deportes, Julieta Pinto en el IMAS, Carmen Naranjo, como embajadora en Israel y otros cargos. Apostaron a la nacionalización de la Banca, la Educación y la salud. Fueron promotores de la creación de la llamada clase media costarricense, que ahora comienza, poco a poca, a desaparecer, por empobrecimiento.

 

Otro de los rasgos que los une, como generación, es que sus obras giran, por lo general, sobre la ciudad y, en especial, San José. Ya no aparece el enfrentamiento entre campesinos y citadinos sino la temática citadina y sus múltiples facetas sociales: corrupción, prostitución, drogas, alcoholismo, burocracia, consumismo, delincuencia, inseguridad, soledad. Las novelas giran dentro de esta basta temática. Lo ilustra el título de una novela de Carmen Naranjo Coto, Diario de una multitud: 1974. Se empeñan en mostrar la burocracia, lo cotidiano, el diario vivir, la fealdad de la ciudad y sus lacras, los bajos fondos, y algunos hasta hacen paralelos con la ciudad que los vio nacer y les formó en su juventud. Es una especie de añoranza, porque casi todos nacieron en San José o en el llamado Valle Central, de Cartago a San Ramón y por otra parte, salvo excepciones, muchos pertenecen a la llamada clase media. Son profesionales y gozan de una cultura importante. Algunos son periodistas y abogados, otros hasta obtuvieron licenciaturas en Filología, como es el caso de Julieta Pinto González que, a pesar de disfrutar de holganza económica, ofrece una gran sensibilidad social por los más necesitados y lo mismo podría decirse de Carmen Naranjo Coto.

 

Es notorio que  casi no aparezcan escritores de novelas del partido opositor a Liberación Nacional, no importa cuál sea el nombre que se le dé: Unidad Nacional, Social Cristianismo, etc. Salvo los dos novelistas antes señalados. Pensamos que no se preocuparon por escribir obras literarias. Esto no es una observación casual porque desde los inicios de la historia literaria son pocos los escritores que no han pertenecido o a partidos de izquierda que son los más o a Liberación Nacional. Es tema para un mayor análisis futuro. Esto unido a que la izquierda perdió la perspectiva, se encuentra desorientada y sin un futuro cierto. Éste es un gran reto para los futuros y actuales novelistas costarricenses.

 

Otro rasgo importante que se le debe señalar a esta generación, es que no abandonó del todo el realismo, se pasó del campo a la ciudad  y se afincó de preferencia en el hombre, su tragedia frente al sistema, su propia impotencia pero no dio el salto a lo maravilloso, a lo mítico, a lo extraño, a lo hiperbólico, a lo universal, a lo fantástico. Su universo siguió siendo chico, su horizonte no llegó más allá de lo que podía ver. Este rasgo de nuestra literatura y de la personalidad del costarricense que no ensancha sus horizontes, que no piensa en grande, que se ajusta demasiado a sus propias limitaciones, que no abre su imaginación y da rienda suelta a su poder creativo, es quizás una camisa de fuerza que ha impedido la creación de obras de gran envergadura y aplauso universal. Somos de poco alcance. Salvo algunas obras, como las de Carmen Naranjo, Rima Valbona y Samuel Rovinski, para  solo citar tres de los más importantes.

 

En Costa Rica se destacan algunos novelistas por la calidad de las obras y por el logro de las mismas en el proceso de la creación literaria innovadora. Tendremos ocasión de referirnos, en detalle, a los más sobresalientes de ellos.

 

El primero, por la edad, es Alberto Cañas Escalante (1920); es más un escritor de obras de teatro que de novelas. Sin embargo escribió varias novelas importantes, entre ellas una, un tanto nostálgica, sobre el pasado, para él, del San José, de principios de siglo. La llamó Una casa en el barrio del Carmen: 1965. Es el iniciador de una generación de novelistas progresistas, fundador del partido Liberación Nacional y uno de los principales ideólogos de esa agrupación que se inspiró en la Social Democracia  Alemana. Es un gran lector y quizás uno de los intelectuales más destacados de este país, a pesar de que, como muchos otros intelectuales de Costa Rica, no tuvo una gran formación académica universitaria, en el campo literario.

 

La segunda escritora de importancia es Julieta Pinto Alvarado (1922). Es de origen adinerado pero de gran sensibilidad social. Forma parte de ese grupo sobresaliente de mujeres que iniciara Yolanda Oreamuno Unger, en la generación de 1942. También como Alberto Cañas Escalante y, como veremos luego, Carmen Naranjo Coto (1930) y otros más forman esta generación de 1957, inspirados en lo que algunos historiadores llamaron la creación de la Segunda República. Julieta ha escrito varios libros de cuentos y diversas novelas. Se inició en las letras con la publicación de su novela La estación que sigue al verano: 1969, El sermón de lo cotidiano: 1977, El eco de los pasos: 1979, Entre el sol y la neblina: 1986, Tierra de espejismos: 1991 pero quizás la novela que mejor revela su poética literaria es Tierra de espejismos: 1991 y El despertar de Lázaro: 1994. Luego tendremos oportunidad de referirnos a ella más en detalle. Otro escritor de esta generación, con características un tanto diferentes, por su origen y calidad de las obras, un tanto diferentes, es José León Sánchez Alvarado (1929). Se inició con una novela tipo betsellers, inspirada en algunos detalles de su vida que llamó La isla de los hombres solos: 1963. No es un dechado de virtudes literarias pero tuvo el éxito que ninguna otra novela costarricense alcanzó, salvo quizás Mamita Yunai, de Carlos Fallas Sibaja. Fue leída en varios idiomas y llevada a la pantalla. Debe reconocerse que en el momento de escribir esta novela José León Sánchez Alvarado era un preso en la isla de San Lucas y poseía escasos estudios formales. Poco a poco se fue convirtiendo en un intelectual autodidacta y un estudioso, sobre todo de la historia indígena de México. Obras como Tenochtitlan: 1984 y Campanas para llamar al viento: 1987 y ¡Mujer...aún la noche es joven!: 2001, forman parte de las novelas más importantes de nuestra literatura.

 

Otro escritor de la misma generación que sobresalió con la publicación de sus novelas Ceremonia de Casta: 1976 y Herencia de sombras: 1993, es Samuel Rovinski Grüzco (1932). Más que novelista es un dramaturgo y conjuntamente, con Alberto Cañas Escalante y Daniel Gallegos (1930), que también escribió, entre otras, una novela, El pasado es un extraño país: 1993, forman la trilogía más importante de esta generación, sobre la dramaturgia costarricense.

 

No debemos dejar de destacar a otras dos mujeres de esta generación que dan relieve a nuestra literatura, se trata de Carmen Naranjo Coto (1930) que ha escrito por lo menos siete novelas de gran valor literario, Los perros no ladraron: 1966, Memorias de un hombre palabra: 1968, Camino al mediodía: 1968, Responso por el niño Juan Manuel: 1971, Diario de una multitud: 1974, Sobrepunto: 1985, El caso 117.720: 1987 y Más allá del Parismina: 2000. Su temática más importante es el hombre frente a lo cotidiano, sus angustias, fracasos y sufrimientos. Su obra es una finísima crítica a nuestra sociedad de consumo, estereotipada, burocratizada, despersonalizada, mediocre.

 

La otra escritora que sigue por este mismo camino es Rima Gretel R. De Valbona (1931) que ha escrito novelas tan importantes como Noche en vela: 1968, La espina perenne: 1981, Las sombras que perseguimos: 1983. Tendremos ocasión, más adelante, de referirnos en detalle, a estas novelas. Los demás miembros de esta generación serán retomados en su momento. Algunos de ellos escribieron folletines, otros bestsellers, algunos, una sola novelita, casi sin importancia. Como veremos, quizás dos de ellos se aproximaron a los novelistas mencionados, Álvaro Dobles Rodríguez (1923), con su novela Bajo el límpido azul: 1979 y Julio Suñol Leal (1932) con sus novelas, La noche de los tiburones: 1977, Siempre hay un nuevo día: 1979, Los honorables intrigantes: 1984, Juegos de poder: 1987 y La novela sin nada: 1991, a pesar de ser novelas ensayísticas.

 

No es nuestro interés reseñar los contextos históricos y sociales de los autores porque sabemos que abundan investigaciones de historiadores, sociólogos y politólogos que lo han hecho en abundancia y con mayor propiedad; no obstante anotamos, a modo de observación, que los novelistas de esta generación, se inclinaron por un ideario político ideológico común. Casi todos ellos, por lo menos los más importantes, pertenecieron al partido Liberación Nacional, y se inspiraron en la ideología Social Demócrata que dio nacimiento a este partido, en Costa Rica. Con su líder José Figueres Ferrer a la cabeza emprendieron una serie de reformas constitucionales y crearon, bajo su mandato importantes instituciones que demarcaron el derrotero de lo que hoy es Costa Rica. Iniciaron el proceso de la segunda república con medidas trascendentales tales como la nacionalización de la banca, la creación de instituciones como el ICE, AYA,  El Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes. Abolieron el ejército (1948), crearon el banco de los trabajadores, iniciaron una apertura masiva de la educación primaria y secundaria, se amplió la clase media, impulsaron y crearon universidades de educación superior, tales como la UNA y el ITCR, etc. En éstos y otros proyectos, directa o indirectamente, estuvieron adscritos, casi la mayoría de los novelistas de esta generación. Fueron  la vanguardia de ellos y ocuparon puestos importantes en casi todos. Eso nos permite valorar el poder de la generación y afirmar, sin lugar a dudas, que fue una generación de grandes logros en todos los niveles de nuestra vida social y cultural, no sólo en el ámbito de la novelística nacional.

 

El paradigma de esta generación evidencia un narrador problemático y crítico. El ascenso de la clase media al poder de mandos medios y su estabilidad económica, propia del empleo público y sus privilegios, fueron creando una burocracia aberrante que sustituyó la simplicidad del manejo político de la primera república, propio de la clase oligárquica. Esto abrió dos vertientes narrativas. La primera que frustrada por el cambio social que propiciaba una alta industrialización liviana, de engranaje, de refracción y ensamblaje así como la apertura del comercio y la entronización del consumismo galopante, volvió los ojos al pasado y con nostalgia revivió ése, para algunos y no pocos, paraíso terrenal perdido, ese edén. La segunda posición y la más significativa que fijó todas las esperanzas y proyectos en la revolución del 48 y sus reivindicaciones pero que, poco a poco, fue comprendiendo que la tal revolución, solo fue cosmética y de cambio de timón, se frustró y evidenció en sus novelas, ese desengaño, esa enajenación pero a pesar de ese fracaso ideológico, no vio cerradas las puertas del futuro y auscultó en el pasado, la historia, el origen de su cultura, la explicación a la tan deseada identidad perdida y se abocó a la incursión en la intrahistoria, la naturaleza, las minorías y al rechazo de la sociedad enajenada que vivía. Reinventó el lenguaje y se abrió a las técnicas modernas de otras artes y no escatimó esfuerzos hacia la incursión de la psicología de los personajes, a través del monólogo interior, los contrapuntos y sobrepuntos. Lo privado e íntimo abre sus secretos y muestra los miedos, el terror, la impotencia, la incomunicación, la soledad y la frustración.

 

Esta generación abandona el viaje del campo a la ciudad y se afinca en la ciudad, ya sea para sufrirla o para regresar al campo como una salida hacia ese mito que aún persiste en muchos, sobre todo cuando llegan a viejos, de que todo tiempo pasado fue mejor, cuando en realidad solo fue diferente, ni mejor, ni peor.

  

 A la generación de1957 pertenecen los siguientes novelistas. Es la más abundante en escritores y novelas.

 

Alberto Cañas Escalante (1920)

Guillermo Castro Echeverría (1920-2007)

Francisco Rodríguez Jiménez (1920)

Victoria Garrón Orozco (1920-2005)

Hernán Elizondo Arce (1920)

Mauro Fernández Luján (1921-1990)

Alfonso Quesada Hidalgo (1921)

Alonso Portocarrero Argüello (1921)

Edgar Bonilla Quirós (1921)

Julieta Pinto González (1921)

Alfredo Oreamuno Quirós (1922-1976)

Manuel Aguilar Vargas (1923)

Álvaro Dobles Rodríguez (1923-2004)

Marie Bravo Rudín (1924)

Jorge Gallardo Gómez (1924-2002)

Rodolfo Cardona Cooper (1924)

Joaquín Garro Jiménez (1924-2005)

Jhon de Abate Jiménez (1924)

Nelly Vargas Morales (1924)

Victoria Urbano Pérez (1925)

Zeneida Fernández de Gil (1926-2003)

Fernando Ortuño Sobrado (1927-2004)

Royé Muñoz Zamora: (1927)

Alfonso Quesada Hidalgo (1927-2001)

Víctor Manuel Quirós Zúñiga (1928-1992)

César Valverde Vega (1928-1998)

Carlos Luis Argüello Segura (1928)

Mario Picado Umaña (1928-1988)

Constantino Rodríguez Vargas (1928-2006)

José Manuel Salazar Navarrete (1928)

Pablo Cejudo Velázquez 1929)

Carmen Naranjo Coto (1928)

Mario Picado Umaña (1928-1988)

Constantino Rodríguez Vargas (1928-2006)

José Manuel Salazar Navarrete (1928)

Delfina Collado Aguilar (1929-002)

Virginia Grütter Jiménez (1929-2000)

José León Sánchez Alvarado (1929)

Daniel Gallegos Troyo (1930)

Vilma Loría Cortés (1930)

Jézer González Picado (1930-2005)

María Isabel Chavarría Salazar (1931)

Fabio Rosabal Conejo (1931)

Rima Gretel Rothe de Valbona (1931)

Álvaro Fonseca Bonilla (1931)

Julio Sánchez Rodríguez (1931)

Álvar Antillón Salazar (1931)

Julio Suñol Leal (1932)

Samuel Rovinski Grusko (1932)

Zoraida Ugarte Núñez (1932)

Miguel Zúñiga Díaz (Miguel Salguero) (1933)

Myriam Bustos Arratia (1933) (chilena)

José Alberto Ramírez Fletis (1933)

Jorge Blanco Campos (1934)

Sonia Caamaño Polini (1934)

Nery Castro Arce de López (1934)

Marilyn Echeverría Zürcher (Lara Ríos) (1934)

Eduardo Oconitrillo García (1934)

Segunda Generación del período superrealismo: 1942. Neorrealismo

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SEGUNDA GENERACIÓN: 1942. NEORREALISMO

(1949-1964)

 

NACIDOS: 1905 A 1919

GESTACIÓN: 1935 A 1949

VIGENCIA: 1950 A 1964



La generación de 1942, que en nuestros textos, tanto historiadores como críticos literarios llaman, generación del 40, marca, para las letras nacionales y sobre todo para la novelística, el primer gran momento de nuestra literatura. Es la generación que trasciende el ámbito nacional e inserta nuestra novelística, en el concierto universal.

 

Esta generación se inclina, en Latinoamérica, por la temática social de zonas de la realidad, que de una forma u otra, tuvo que ver con la explotación de la clase social trabajadora. Así la zona atlántica y las bananeras transnacionales, el cacaotal, el cafetal, la montaña, así como el latifundio y la explotación de sectores de estos países totalmente desprotegidos, tales como los indios, los negros y los campesinos en general, son considerados como materia prima de estas novelas. Con ellas realmente podemos hablar de una verdadera conciencia nacionalista y un marcado antiimperialismo.

 

El novelista cree con certeza o sin ella que su poder es importante para denunciar las injusticias sociales, el robo de nuestra riqueza por las transnacionales y los ricos criollos entreguistas. Cree en la causa de los desprotegidos, de los trabajadores, de los indios y los negros, por eso el mundo mostrado se divide claramente en dos: buenos y malos, ricos y pobres, nacionales y extranjeros, explotados y explotadores, etc. Crea el personaje colectivo, representativo que va más allá de sus propios intereses: aparece el obrero, el proletariado, el negro, el indígena, el esclavo, el capitalista, el marginado.

 

Esta temática y esta visión de la realidad exigió, en algunos novelistas la creación de un paradigma estilístico nuevo que algunos críticos llamaron Neorrealismo. Y a esta literatura se le llamó de compromiso, de denuncia de realismo crítico.

 

En Latinoamérica la formaron novelistas de la talla de Juan Rulfo (1918-1986), José María Arguedas (1911-1969), Juan Carlos Onetti (1909-1995), Julio Cortázar (1914-1984), Augusto Roa Bastos (1917-2005), Fernando Alegría (1918), Ernesto Sábato (1911), Arturo Úslar Pietri (1905), entre muchos otros de gran relieve e importancia.

 

Los  siguientes novelistas costarricenses   pertenecen a  la generación de 1942, llamada Neorrealista. Muchos de ellos no escribieron novelas que la crítica considerara importantes y tampoco se unieron a un paradigma que los novelistas latinoamericanos ya venían configurando. Se puede rescatar de esta generación la importancia de que por primera vez, los novelistas costarricenses forman una generación de ellos. Tal vez no están a la altura de los novelistas hispanoamericanos, pero lo importante, es que aparece un paradigma que unifica a varios novelistas que creen en él y lo testimonian con sus obras.

 

De ésta, que realmente podemos llamar la primera generación de los novelistas costarricenses, debemos destacar a los siguientes novelistas con sus respectivas obras. Adolfo Herrera García (1914-1975), con su novela, Juan Varela: 1939, a pesar de que los críticos no lo incorporan en esta generación, porque ellos han considerado que la novela Juan Varela se publicó en 1939 y no obedece a lo que ellos consideran la generación de 1940 equivocadamente. Este escritor es quizás el más importante de esta generación y marca el inicio de la misma. A él siguieron escritores tan importantes como, Carlos Luis Fallas (1914-1966), con sus novelas MamitaYunai: 1941, Gentes y Gentecillas: 1947, Mi Madrina: 1950 y Marcos Ramírez: 1952, Fabián Dobles Rodríguez (1918-1997) con  siete novelas, Ese que llaman pueblo: 1942, Aguas Turbias: 1943, Una burbuja en el Limbo: 1946, El sitio de las abras: 1950, Los leños vivientes: 1962, En el San Juan hay tiburón: 1967 y Los años, pequeños días: 1989, Joaquín Gutiérrez Mangel (1918-2000), con sus novelas, Manglar: 1947, Puerto Limón: 1950, Murámonos Federico: 1973 y Te acordás hermano: 1978 y Yolanda Oreamuno Unger (1916-1956) que a pesar de haber escrito varias novelas sólo publicó La ruta de su evasión: 1948. Otros escritores que pertenecen a esta generación no fueron tomados en cuenta por diversas razones. Nosotros reseñamos aquéllos de quienes pudimos conocer sus novelas y si a nuestro criterio, éstas eran de escaso valor literario, preferimos sólo catalogarlas.

 

Ciriaco Zamora Fernández  (1905-1987)

Manuel Antonio Argüello Montero (1906-1994)

Emmanuel Thompson Quirós (1908-1989)

Carlos Luis  Fallas Sibaja (1909-1966)

José Neri Murillo Porras (1910-1966)

Gonzalo González Murillo (1910-2005)

Mario Valverde Álvarez (1913-1987)

Euclides Chacón Méndez (1913-1957)

Víctor Manuel Castro Luján (1913)

José David Elizondo Quesada (1913-1992)

Luis Barahona Jiménez (1914-1987)

Adolfo Herrera García (1914- 1975)

Carlos Enrique Ossenbach Karlhinz E, (1914-1980, Alemán)

Alfonso Ulloa Zamora (1914-2000)

Antonio Morales Rivera (1915)

José Ramírez Sáizar (1915-2001)

Yolanda Oreamuno Unger (1916-1956)

Íver Romero Rojas (1916)

José Abel Barroso Samudio (1917-1999)

Alfredo Cardona Peña (1917-1995)

Luis Enrique Muñoz Fonseca (1917-2001)

Rosalía Muñoz de Segura (1917)

Fabián Dobles  Rodríguez (1918- 1997)

Joaquín Gutiérrez Mangel (1918-2000)

Otto Jiménez Quirós (1918-1998)

Juan Andrés Solano Montoya (1919)

Fabio Soto Delgado (1919-1999)

 

Primera Generación: 1927. Superrealismo

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PRIMERA GENERACIÓN: 1927. SUPERREALISMO

(1935-1949)

 

NACIDOS: 1890 A 1904

GESTACIÓN: 1920 A 1934

VIGENCIA: 1935 A 1949

 


Esta generación está formada  por los nacidos  entre 1890 a 1904. Es la primera del período Superrealista y es una generación de ruptura con  el paradigma de las generaciones anteriores y en general de la época moderna. Lo que conservó, sobre todo de la generación anterior llamada Mundonovista fue su interés, su énfasis, su  apego a lo propio del continente, lo nacional, la búsqueda de sus raíces culturales, antropológicas, étnicas pero con una total transformación formal. El mayor cambio se operó en la manera de visualizar la realidad y representarla en el arte. Lo más claro fue el rechazo al Naturalismo, en el ámbito general latinoamericano, no así en algunas novelas costarricenses.

 

Esta generación asimila las técnicas europeas de la vanguardia artística en general y la poesía en particular. Los novelistas viajan y viven en París y lo que ahí sucede no sólo no escapa a sus intereses sino que  es incorporado a sus creaciones literarias. No hay que olvidar que a esta generación perteneció la llamada Generación Perdida norteamericana que contaba con novelistas de la talla de William Faulkner (1897-)1962) y Ernest Hemingway (1899-1961), para sólo citar dos de los más importantes. Las luces de la llamada capital del arte y de la cultura europea moldean a nuestros escritores que por diferentes razones se trasladan a vivir ahí. Unos por razones políticas, exilados por las tiranías latinoamericanas y otros en busca del saber de fuentes primarias el acontecer artístico del momento: es un momento de creacionismos, ultraísmos, existencionalismos, futurismos; sólo baste citar a César Vallejo (1892-1938), Vicente Huidobro Fernández (1893-1948), Jorge Luis Borges (1899-1986), Pablo Neruda  (1904-1973), poeta chileno, el costarricense Max Jiménez (1900-1947) y los novelistas más consagrados de nuestro continente, Miguel Ángel Asturias (1899-1974), Alejo Carpentier (1904-1980), Agustín Yáñez (1904-1980), Eduardo Mallea (1903-1982)  y otros.

 

Latinoamérica sorprendió al mundo con estos novelistas y abrió el famoso boon de la literatura hispanoamericana. Europa, por primera vez, prestó atención a lo que se producía de este lado del Atlántico y cómo se creaba. Mejor que en la historia, los europeos conocieron las tiranías latinoamericanas, expresadas en novelas tales como El Señor Presidente: 1946 de Miguel Ángel Asturias (1899-1974) o  El recurso del método: 1974 de Alejo Carpentier (1904-1980), la explotación de los trabajadores por las compañías bananeras norteamericanas: Viento Fuerte: 1949, El papa verde: 1959 y Los ojos de los enterrados: 1960  de Miguel Ángel Asturias, así como la magia o el Budú en países como Haití, claramente expresados en la novela El reino de este mundo: 1949 de Alejo Carpentier  que dio inicio al llamado movimiento del Realismo Mágico, propio  de esta generación superrealista.

 

Se abre una nueva conciencia de la realidad y una visión poética de la misma que permite a los escritores, no sólo innovar en temáticas antes no utilizadas, sino en la creación de las más variadas técnicas formales, monólogo interior, perspectivismo, cubismo, puntillismo, parodias musicales, distanciamiento narrativo, paralelismos, simultaneidades narrativas, descripción onírica, automatismo verbal, el uso del humor, la ironía y lo lúdico  y lo más novedoso, la creación de un lenguaje poético casi sin fronteras. Recordemos, para citar un ejemplo las jitanjáforas de Miguel Ángel Asturias  en su novela El  Señor Presidente: 1946, y el impresionante inicio de esta novela por  la sonoridad del lenguaje, con el uso de las jitanjáforas:

 

"¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre!"1.

 

Esta generación, en Costa Rica, casi no aporta  novelistas de renombre. Salvo los intentos del más creativo de todos Max Jiménez Huete (1900-1947) con sus obras,  Unos Fantoches: 1928, El domador de Pulgas: 1936 y sobre todo la novela El Jaúl: 1937, la más lograda, José Marín Cañas (1904-1980) con sus novelas, El infierno verde: 1935 y Pedro Arnáez: 1942, León Pacheco (1902-1980), con su novela Los pantanos del infierno: 1973. Los otros esfuerzos fueron intentos por producir novelas de corte tradicional y bajo las técnicas y temáticas de la época anterior y todavía bajo la perspectiva naturalista. La verdad es que  no vale la pena, si  no es por razones históricas, y por dejar testimonio de ellas, mencionarlas.

 

Lo más destacado de esta generación costarricense es el aporte de Max Jiménez Huete, que vivió muchos años en Francia y  en compañía con poetas como César Vallejo aprendió lo mejor de la expresión europea,  con respecto al uso  de nuevas técnicas formales y a la aplicación  en  la temática novelesca. Con él se abre una corriente novelística en Costa Rica que será de enorme importancia en las generaciones posteriores. El tradicional enfoque nacionalista, folclórico, turístico, criollista del campesino, frente a la ciudad da paso  a un enfoque más universalista: el hombre frente a su acontecer vital, la lucha casi agónica del hombre por sobrevivir a su misma circunstancia. Este inicio tendrá mejores frutos en novelistas de generaciones posteriores tales como, Yolanda Oreamuno Unger (1916-1956), Julieta Pinto González (1922), Rima Gretel Rothe de Valbona (1931), Carmen Naranjo Coto (1930), Samuel Rovinski Gruzco (1932), Alfonso Chase  Brenes (1944), Tatiana Lobo Wiehoff  (1939), Ana Cristina Rossi Lara (1952) y otros menos destacados.

 

Luego tendremos ocasión de referirnos a ellos y sus obras.

 

Salvo este importante aporte, las novelas escritas por esta primera generación llamada superrealista, en Costa Rica, no inició la ruptura, ni la  aparición de novelistas del tipo sobresaliente que aparecieron en los países latinoamericanos. El superrealismo pasó desapercibido, en nuestro medio, y, el Realismo Mágico pasó de lejos.

 

Los novelistas de esta generación, en Costa Rica, que escribieron una o más novelas fueron, en orden de edad, los  siguientes:

 

Gonzalo Chacón Trejos (1890-1969)

Jorge Orozco Castro (1891-1967)

Francisco Soler (1893-1920)

Hernán Zamora Elizondo (1894-1967)

María del Socorro González de Tinoco (1894-1959)

Ricardo Jinesta Muñoz (1894-1968)

Hernán Zamora Elizondo  (1895-1967)

Manuel Segura Méndez (1895-1978)

Moisés Vincenzi Pacheco (1895-1964)

Rafael Merino Aguilar (1896- 1967)

Mariano Padilla Bolaños (1896-1965)

Carlos Jinesta Muñoz (1896-1979)

Abelardo Bonilla Baldares (1898-1969)

Max Jiménez Huete (1900-1947)

Euclides Chacón Méndez (1900-1963)

Francisco Monge Quirós (1902-1977)

León Pacheco Solano (1902-1980)

Georges Vidal (1903-1964)

Arturo Castro Esquivel (1904-1981)

Gonzalo  Dobles Solórzano (1904-1984)

José Marín Cañas (1904-1980)

Rubén Yglesias Hogan (1904-1980)

Edelmira González Herrera (1904-1988)

Luisa González Gutiérrez (1904-1999)

Alexander Frank Skutch (1904-2004)



1 Asturias, Miguel Ángel. El señor Presidente. 7ª. Edición, Losada, Buenos Aires, 1967. Inicio de la novela p.7.

Primer Período: El Superrrealismo

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PRIMER PERÍODO: SUPERREALISMO

(1935-1979)

 

 

Este período  comprende gran parte de la novelística escrita en nuestro continente. Lo representan tres generaciones bien definidas: la generación de 1927, llamada Superrealista o del Realismo Mágico, la generación de 1942, llamada  Neorrealista o del Realismo Maravilloso y la generación de 1957, llamada Irrealista o Fantástica.

 

Los novelistas han iniciado, por fin el despliegue literario que tanto veníamos esperando. Es la literatura como expresión social y con una función utilitaria, interpretativa, de ruptura, de violación. No se  deja de interpretar la vida cotidiana, pero se manifiesta como ruptura con los viejos cánones de los paradigmas anteriores, sobre todo el llamado Realismo, y se compromete con otro, diametralmente opuesto. Por eso podemos afirmar categóricamente que asistimos, en este primer período, al nacimiento de una nueva novela, un nuevo paradigma novelístico. Es el llamado Antirrealismo, que se abre paso y expone sus mejores muestras de la novela. No importa si se le llama Realismo Mágico, Mítico, o Maravilloso, lo cierto es que abre un nuevo sistema literario para la novela y los autores (algunos no), son conscientes de ello. Renuncian intencionalmente a los antiguos cánones del Realismo, Naturalismo y Romanticismo y se afincan en el poder de la imaginación, de la innovación formal; de ahí el papel preponderante que juega el lenguaje y las diversas técnicas narrativas que los autores aplican a sus creaciones. No es que renuncien a la realidad, ni renieguen de ella. Es todo lo contrario, penetran en sus entrañas, la releen, la reinterpretan, la auscultan y la recrean. Es como un análisis con ultra sonido, con técnicas modernas, virtuales. Nada permanece oculto a la mirada de los novelistas de este período; y si algo escapa momentáneamente a sus pesquisas, entonces estudian, leen, investigan pero no desmayan, hasta encontrar el verdadero sentido de lo expuesto, lo real aparente. Es algo así como la búsqueda, de lo que Humberto Eco llamó, la estructura ausente,  lo no visto, lo intencionalmente manipulado, lo escurridizo, lo insospechado. Por eso el mundo mostrado en estas novelas, penetra en lo privado, es esencialmente interior, no sólo a los personajes, si no a la vida social, a los sistemas políticos, a la vida cotidiana, al narrador o los narradores, a lo intencionalmente callado, manipulado, ocultado por los sistemas permanentemente programados para que los más, que es el pueblo, permanezca en esa ignorancia oficial, que tanto favorece a los intereses de los políticos de turno y los grupos más poderosos económica y políticamente.

 

Por eso estos novelistas denuncian las más variadas taras sociales de nuestras inventadas y falsas democracias, tales como la corrupción, la burocracia, la ley al servicio de los ricos, las instituciones del Estado al servicio de los intereses de los gobernantes y amigos, la marginación de los pobres, los mitos entronizados y estigmatizados por la historia oficial, la globalización de la pobreza y la repartición de la miseria para el pueblo y la riqueza para las transnacionales y sus socios criollos, sin importar si destruyen las condiciones naturales de la tierra, los gobernantes que entregan nuestra riqueza a las compañías internacionales por una granjearía, llámense venta de las comunicaciones, la energía tradicional como la luz, el agua o la telefonía. En aras de una eficacia de las instituciones y la llamada modernización del Estado, están privatizando todos los servicios y nuestras riquezas, sin que los anunciados logros se vean por ninguna parte, a no ser la corrupción y el deterioro, cada vez  más evidente de la mayor parte de las instituciones que antes eran nuestro orgullo.

 

Aquella visión de la época moderna, inequívoca, lógica, predecible, sistemática y hasta moralista y folklórica pasó a ser una visión carnavalística, ambigua, asistemática, arbitraria, impredecible, propia de un mundo caótico, polifacético; si se quiere irracional. Se abre una visión que asimila, acepta la irracionalidad, lo insólito, la ambigüedad, el sueño, la poesía, el sexo abierto. Por ello, el lector social, se encuentra huérfano, sin quien lo conduzca, sin explicaciones, al margen, a expensas de él mismo. Solo, ante el mundo caótico que lo desconcierta, no sabe qué hacer, y en el peor de los casos, tira la novela al estante de libros olvidados, para en una mejor ocasión, intentar de nuevo penetrar en ese mundo extraño, cerrado que le invita a entrar en él y bañarse en sus aguas inmensas, en ese mar expuesto, mostrado, tirado a sus pies. Su papel es meterse en él, sumergirse y comenzar a descifrar ese laberinto que el autor le ofrece, que no es otro que su propia vida y la sociedad en la cual vive pero que ignora.

 

Se terminó la linealidad del relato, la causalidad, las preguntas retóricas, las guías, la atención al lector, ese mundo plano, fácil y se abrió, la novela, al monólogo interior (al fluir de conciencia), la interioridad, la profundidad sicológica de los personajes, ni buenos y malos, simplemente humanos, la creación de un nuevo lenguaje, al arribo de la exageración, la ironía, el sarcasmo, la distancia entre el narrador y el mundo mostrado. El lenguaje es motivo de cambio, se le retuerce para lograr la expresión deseada. Sólo recordemos las llamadas jitanjáforas de Miguel Ángel Asturias (1899-1974), en su novela El señor Presidente: 1952.

 

En Costa Rica, este período se inició con la generación de 1927, continuó con la del 1942 y concluyó con la del año 1957. De estas tres generaciones hemos obtenido la mejor muestra narrativa de nuestra literatura. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que es en este período, cuando se inicia la literatura costarricense de mayor realce y alcance internacional. Por primera vez, los autores, sobre todo los de novelas, logran salir de nuestras fronteras y exponer, con orgullo, sus creaciones a los lectores de otros países, tal es el caso, por ejemplo, de Carlos Luis Fallas (1914-1966).

 

No queremos afirmar que todos los novelistas de este período se abrieron a las nuevas expectativas que hemos planteado antes. Muchos de ellos, si no la mayoría, continuaron bajo los cánones de la llamada novela monofónica de la época anterior, pero algunos sí se percataron de los cambios operados en el nuevo sistema literario y auque tímidamente comenzaron a interesarse por él y a crear sus novelas bajo esta nueva visión, que hemos llamado polifónica. Sólo baste citar algunos de ellos que más adelante tendremos ocasión de estudiar con más detenimiento. Son notorios, Max Jiménez Huete (1900-1947), Yolanda Oreamuno Únger (1916-1956) y Joaquín Gutiérrez Mangel (1918-2000), Carmen Naranjo Coto (1930), Rima Valbona (1931), Samuel Rovinski Gruzco (1932), Daniel Gallegos (1930), para citar sólo algunos de los más destacados de este período.

Segunda época. Época contemporánea: 1935-2068

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ÉPOCA CONTEMPORÁNEA

(1935-2068)

 

 

La época contemporánea se extiende desde el año de 1935 hasta el año de 2068.

 

Comprende tres períodos  y nueve generaciones. Al primer período (1935-1979) se le ha llamado superrealismo, al segundo período (1980-2024), algunos lo titulan como  poeticismo y al tercero (2025- 2064), que aún no ha ocurrido, bien podría llamársele cibernético, intimista o simplemente virtual, aunque el nombre sea poco poético.

 

Esta época se opone a la moderna por una marcada resistencia al realismo. Los  escritores, desde diferentes puntos de vista abandonan el realismo fotográfico y la representación "exacta" de la realidad para refugiarse en diversas formas del  irrealismo.

 

Esto no quiere decir, de ninguna manera, que su obra literaria no contemple la realidad y no se fundamente en ella. De lo que se trata es de expresar la realidad individual y social desde diferentes puntos de vista, cada vez más autónomos y más distanciados del tradicional  narrador-autor, tan caro a la época anterior. Por eso, en esta época, aparecerán los más variados realismos: realismo mágico, realismo maravilloso, realismo mítico, ciencia-ficción, realismo cibernético, superrealismo, etc. Y  se desarrolla el género de lo extraño así como  lo fantástico. Este último con gran éxito.

 

Si en la última generación  de la época moderna, la de 1912, llamada mundonovista, Latinoamérica  comienza a darse a conocer en el ámbito literario, sobre todo europeo, con la primera generación de la época contemporánea, la superrealista de 1927 y las siguientes, América Latina se abre al mundo, a través de su novelística y deslumbra a unos y otros. Encuentra su propio paradigma literario, por lo menos en peculiar manera de mostrar su naturaleza social, cultural, política e ideológica. Y, a través de sus novelas no oculta nada, se desgarra, se desnuda, se evidencia, se limpia todos los maquillajes adquiridos de la cultura europea que la conquistó y se presenta ante el mundo tal cual es, virgen y mancillada, salvaje e indomable pero vilipendiada, terriblemente cruda, pero poéticamente representada. Los temas más escabrosos y delicados son abordados por los novelistas latinoamericanos. Los tiranos con su enorme poder político y económico, dueños de vidas y haciendas, son desnudados por esta novelística, así como los políticos corruptos de turno y sus cómplices, no importa si estos son los periodistas o los curas, los intelectuales o los abogados. Todos desfilan  bajo la óptica narrativa de ellos. Pero no sólo la temática política es desenmascarada, los  temas sociales se abren desde perspectivas nunca antes leídos, la ciudad con todos sus vicios, ya no presentados desde puntos de vista individuales, sino colectivos, como víctimas de intereses económicos de grupos poderosos que tanto daño causaron a este continente y lo siguen haciendo y que, a través de ejércitos y endiablados militares lo han llenado de las más absurdas guerras y la matanza de los mejores ciudadanos de él. No es casual que la mayoría de los novelistas y artistas en general de los inicios de esta época, se hayan visto obligados a vivir en Europa, sobre todo en París. Ésta se convirtió en la meca de los escritores latinoamericanos que se dieron el lujo de desnudar la realidad de Latinoamérica, que permanecía oculta a la mirada tímida de los  escritores conservadores, convencionalistas, oficiales, anteriores. Fueron denunciadas las barbaries que realizaban las compañías multinacionales que recién anclaban su poder en nuestro continente. Producto de esta denuncia se pueden citar muchas novelas de este período inicial: El papá verde: 1954 de Miguel Ángel Asturias (1899-1974), Mamita Yunai: 1941 de Carlos Luis Fallas Sibaja (1909-1966), Los pantanos del infierno: 1973 de León Pacheco Solano (1902-1980), Hombres de maíz: 1949 de Miguel Ángel Asturias, Cien años de soledad: 1967 de Gabriel García Márquez (1928), para sólo citar algunas.

 

El expansionismo, sobre todo del poder económico de las transnacionales norteamericanas, en nuestro continente, fue denunciado en la novelística, los contratos favorables a sus intereses, la protección de esas compañías a través de los  ejércitos manipulados por gobernantes inescrupulosos que más velaban por sus granjerías que por la soberanía de sus patrias, fueron  dados a conocer por estos escritores, en todo el mundo.

 

Esto hizo pensar a muchos políticos de las izquierdas emergentes, contrarios a esta expansión imperialista, que la literatura y sobre todo la novelística, podría usarse para transformar las condiciones políticas y sociales de este continente e instaron a los escritores a  denunciar las injusticias sociales, producto de una clase dominante inhumana y llamaron a esta literatura comprometida, de protesta, de denuncia o literatura socialista. A la luz de esta tendencia de los movimientos izquierdistas, ¡cuánto daño causaron a la literatura y a los poetas! Lo que se presentaba como un compromiso con la creación, con la literatura, se mancilló, se contaminó, pero  gracias a escritores comprometidos con el arte, éste superó ese traspié y se sacudió de estos políticos que con, posiblemente, las mejores intenciones, frustraron, no pocas obras literarias. La literatura denuncia las injusticias, los desmanes, los vicios, la corrupción, las bajas pasiones, las taras, los genocidios, etc., pero nunca está al servicio de ellos ni de los intereses particulares de los políticos, por más bien intencionados que estos sean.

 

Esta época se inició con  dos guerras mundiales y ha vivido y vive, bajo la tensión de las guerras. Es la estulticia del hombre que cree que su realización es imponer por la fuerza su propia ignorancia, sea ésta religiosa, económica, étnica o ideológica y  recién inicia su fin con la caída del Muro de Berlín y la finalización de la guerra fría y las guerras  nacionales separatistas, sobre todo en Europa. Rusia sucumbe a su propia impotencia y Estados Unidos se convierte en el gerdamen del mundo. Asistimos a una guerra cibernética entre Estados Unidos  y  Hussein en el Golfo Pérsico y el triunfo de  la imagen computarizada. Esto después de un fracaso del imperialismo norteamericano en Viet Nam, una sucesión de guerrillas en Angola, en América Central, golpes de estado en diferentes países de nuestro continente y lo más reciente, la guerra aún sin concluir, contra Irak, un bloqueo económico inhumano a un país hermano como lo es Cuba. Y lo que es peor la aparición del terrorismo como una vía de desquite, de intolerancia, de imposición, de razones no oídas a gobiernos que tampoco abren el diálogo a quienes no comparten sus posiciones. Esta es nuestra realidad más sentida: Hoy estamos al borde de una tercera guerra mundial y así lo anuncian todos los guerreristas. Estados Unidos, no sólo ha sido herido en su honor, por los terroristas, sino que abre su corazón a la venganza, al ojo por ojo y diente por diente y quizás más. Le han tocado su orgullo y de ello se aprovechará para realizar cualquier acto bélico que le coloque nuevamente en el lugar que siempre ha sustentado: ser la primera potencia del mundo, marcar sus condiciones, dirigir el ajedrez político de la tierra y subyugar a todos los países, bajo su bota. La democracia debe ser aquélla que su gobierno decida y desde luego siempre será bajo sus reglas, sus ambiciones desmedidas y el sometimiento de los pueblos que osen, tan sólo, insinuar alguna posibilidad de salir de su miseria, si ésta no es dirigida y orientada por la potencia. Es la clásica política de todo para mí y si sobra algo, entonces lo repartimos, como limosna, entre los pobre, para que sean nuestros aliados incondicionales.

 

Otro tanto habría que decirse del poder de los narcos que penetra los más diversos  estratos sociales en todos los países. Aunque Estados Unidos realicen acciones para combatirlos, lo cierto es que el mayor mercado lo ofrecen los norteamericanos y la industria y mercadeo de las drogas prohibidas les resulta ser de enorme beneficio económico a ese país y a una inmensa cantidad de personas. ¿Podrá eliminar ese fuerte ingrediente de su economía? ¿Estará dispuesto a realizarlo? Nuestra respuesta es negativa.

 

No hay duda que esta época ha estado signada, desde el inicio por una preponderancia racionalista causal, logocéntrica, teológica que poco a poco va cediendo, como contrapunto, a una realidad  pluridimensional, multifetichista, carnavalesca que de alguna manera ha ido causando incertidumbre, duda, incredibilidad, para llegar a nuestros días imponiendo una irrealidad que escapa a cualquier deseo de explicarla sin penetrar en su misma esencia. Hoy la humanidad asiste a una avasalladora fuerza tecnológica que los científicos han llamado cibernética que se ha impuesto a los paradigmas tradicionales  y se enfrenta a los desafíos racionalistas de este siglo, causando la conmoción más espectacular de nuestros tiempos. El mundo de las imágenes, de la televisión a través del satélite, la programación computarizada, la comunicación al instante, a través de la Internet, nos ofrece un panorama inconmensurable e impredecible que nos sumerge en un mundo de irrealidad del que nadie puede salirse. Este mundo de la irrealidad se convierte, cada día más, en la realidad de nuestra vida. La guerra del Golfo Pérsico la  "disfrutamos" y "vivimos" cómodamente sentados en nuestra casa, como si se tratara de un juego pirotécnico electrónico y, ¿qué decir de este moderno y maravilloso cuento de hadas escenificado por la princesa Diana y el príncipe Carlos con final trágico, contrario a los cuentos de hadas? En esta irrealidad en que vivimos, ¿cuál es la tabla de la realidad en la que podamos asirnos? Los novelistas del presente y del futuro posiblemente tendrán que lanzarse en este océano de irrealidad para bucear, como los paparazzi, trozos de la realidad, esencias de esa irrealidad que les permita ofrecer sus contradicciones, sus intimidades, sus debilidades, su vida oculta. Ya los escritores no deben buscar la realidad oculta en lo evidente real, tal y como lo hicieron sus antecesores, sino  descubrir la realidad de esa irrealidad- real que vivimos. Y no se trata de desistir de tal empresa y refugiarnos en nuestro pasado para recrear nuestra propia realidad, en busca de una identidad nacional que nunca existió1 porque desde el inicio apareció como una diversidad que día con día se ha venido acentuando. Esa famosa identidad nacional tan cara, sobre todo a los escritores nacionalistas costarricenses y los críticos apologistas, no es más que un espejismo para ocultar nuestra propia realidad, más compleja: nuestra diversidad, nuestro mestizaje cultural, nuestro ser  producto de muchos y variados factores, culturales, ideológicos, políticos, etc.  Hoy, más que nunca, las fronteras tienden a desaparecer, a pesar de que muchos se opongan. El mapa mundial se ve transformado por la aparición de los bloques económicos y comerciales. Alemania, Japón y Estados Unidos se reparten el planeta, desde una perspectiva comercial y abren fronteras a sus productos industriales altamente tecnificados y se reparten los mercados emergentes en aras de colocar sus productos y obtener más riqueza. Por ello, se crean las estrategias  y las alianzas comerciales que no son más que la expansión comercial de estos tres grupos económicamente poderosos. Los resultados todos los conocemos: El país que se aísle a estas alianzas de libre comercio, corre el peligro de sucumbir a su propia impotencia, a su propio aislamiento pero si se une a ellos participa de unas reglas del juego inmensamente injustas y desfavorables. Ésta es su propia tragedia.

 

En esta irrealidad-realidad terrible y despiadadamente real, aparecen, lo que muchas veces, hace algunos años, comentaba con el sociólogo Franz Hinkelammert, los hechos no deseados, no intencionales, inesperados pero claros, contundentes surgen como algo natural, donde nadie los espera, pero están ahí, como testimonio de las acciones incorrectas que  el hombre hace. Son el germen de la posible destrucción del sistema. No deben confundirse con las disfunciones descritas por  los sociólogos funcionalistas norteamericanos, Merton y Parson, pues no son elementos  disfuncionales de un sistema que puedan corregirse con relativa facilidad  y salvar la estructura fundamental de dicho sistema. Los hechos no deseados van más allá y forman parte de la misma esencia del fenómeno ¿Deseará algún político, industrial, capitalista mexicano, que  el distrito federal de México, aparezca cada día más contaminado? ¿Querrán los industriales transnacionales que producen las sofisticadas armas que los pueblos se sacrifiquen, desaparezcan de la faz de la tierra y hasta ellos mismos, gracias a su propia riqueza material? Los industriales ¿desearán la desaparición de la naturaleza, del aire, del agua, de la vida? ¿Esperarán, quienes gobiernan la tierra, la desaparición de la capa de ozono y con ella las enfermedades que no distinguen color, ni raza, ni posición social, tales como los cánceres de la piel? ¿Y qué decir del SIDA? ¿A quién culpamos de los cambios atmosféricos, que se presentan como algo natural, tal el caso del fenómeno llamado El Niño, los huracanes y sus consecuencias, el efecto llamado de invernadero por el calentamiento de la tierra, gracias a la alta industria, sobre todo de los Estados Unidos? Estos hechos "no intencionales" y menos "deseados", delatan  una necesidad de cambiar el rumbo de quienes ostentan el poder en la tierra sino queremos llegar al Apocalipsis. Ellos son el producto intrínseco del desarrollo industrial y el enriquecimiento de los  grupos poderosos, pues  representan la irresponsabilidad de sus proyectos que hacen avanzar la riqueza de sus empresas y sus países, a costa de la destrucción de la naturaleza, de las condiciones adecuadas para subdesarrollo o su transformación dañina para la humanidad. Los hechos "no intencionales" o mejor nominados "no deseados" nadie los quiere pero quienes los provocan, los motivan, los crean con sus desmedida sed de poder y riqueza, no les importa el daño que causan con tal de satisfacer su voracidad desenfrenada de poder, gloria efímera y riqueza material.

 

La trampa de nuestros propios actos se evidencia como un obstáculo que nadie desea pero que está ahí. A pesar del éxito de las democracias liberales en el ámbito político experimentado hasta nuestros días, no importa cuán irreales sean, aparecen los hechos no intencionales ni deseados en su propia naturaleza. Un ejemplo puede sernos útil. Lo  esencial de estas democracias se sustenta en el sacrosanto poder de la ley. El derecho es su columna vertebral desde que Roma conquistara a Grecia. Pero hoy día se ha convertido en su misma negación y amenaza con su destrucción. Nuestros países se han llenado de leyes y de abogados y contrariamente a la tragedia existencialista kaffkeana donde el individuo luchaba por defender su inocencia contra un sistema que lo culpaba  de algo que él, no sólo no había cometido, sino que ignoraba, hoy es al revés, el sistema trata de defenderse contra un abogado que no piensa demostrar que su defendido es inocente sino que el sistema no puede  probar su culpabilidad. Increíble, a los abogados no les interesa demostrar que su cliente es inocente sino buscar cualquier formalismo o tecnicismo para logras que su defendido salga libre. Basta citar un sólo caso, Pinochet. Este simple ejemplo vale para amplificarlo al ámbito de la República. Los políticos no sólo engañan al pueblo y se burlan de él sino que defienden legalmente su propia corrupción generalizada (este es el caso de Perú con Alberto Fujimori y Montesinos). Las democracias en su misma naturaleza están creando el germen de su destrucción natural aunque esto dure muchos años.

 

Por ahora, sólo debemos esperar, para saber qué pasará con esta nueva aventura guerrerista de Estados Unidos e Inglaterra contra el terrorismo ajeno, que no el propio. Sabemos cómo se inició, cuáles son las causas y el 11 de septiembre marca su detonante, pero no el final. No esperamos nada bueno para la humanidad, cuando la guerra no desea eliminar las odiosas diferencias económicas y la política de todo para mí y nada para usted o lo que es lo mismo: la paz y la tranquilidad de la humanidad se deben sustentar en mis condiciones y nada más. Pensar que la guerra de Bush es contra el terrorismo es una ingenuidad. Su guerra y la de las trasnacionales es la posesión del petróleo de Irak, del poder mundial y de la riqueza en general. Pero todo llega a su final. Bush pasará a la historia como un presidente de EEUU asesino y genocida. Hoy (2009) se vislumbra un presidente en EUA más civilizado y con mejores intenciones  a pesar de las dudas que me asisten: Obama.

 

En este panorama, político y literario, tal como lo hemos señalado, aparecen voces inteligentes que claman por la paz, la abolición de los ejércitos, el destierro de la guerra que sólo calamidades trae a la humanidad, la apertura al diálogo, al convenio, a la unión,  la tolerancia,  la justicia social, el respeto.

 

Esta época, que va de 1935 a 2068 y comprende tres períodos, el primero de 1935 a 1979, el segundo de 1980 al año 2024 y el tercero, que aún no empieza de 2025 a 2068. Cada uno de estos tres períodos cuenta con tres generaciones.

 

Si nos atendemos a las tendencias históricas de las generaciones, el primer período de la época es de ruptura, de arranque, de cambio, de iniciación. Con él la historia se abre a nuevas perspectivas, nuevos paradigmas, es como el motor de ella. Inicia con fuerza, es rebelde y se opone a las estructuras anteriores e inicia vientos de cambio, de lucha, de optimismo, es  algo así como de germen, de nacimiento. De él esperamos una visión fresca de la cultura, revolucionaria.

 

Lo mismo podemos afirmar de la primera de las tres generaciones que abre este período. Es de ruptura, de apertura, de iniciación, de cambio, de arranque. Posee la fuerza suficiente para, poco a poco imponerse a los paradigmas anteriores. Esta primera generación es como el motor del primer período y lo será siempre de todo período.

 

En el caso que nos ocupa la primera generación es la de 1927 y la literatura en general y la novelística, en particular dan muestras e esa radical y revolucionaria manera de escribir novelas y concebir la realidad. Sólo citamos unos ejemplos para señalar su vital importancia en la trayectoria de la novelística de Latinoamérica. A este primer período y su primera generación, pertenecen novelistas de la talla de Miguel ángel Asturias, Alejo Carpentier, Borges, Agustín Yánez, entre otros y en Costa Rica, Max Jiménez Huete y José Marín Cañas, para citar los más reconocidos.

 

La segunda generación, en este caso, la llamada de 1942, de cada período se presenta como la que culmina el camino emprendido por la primera. Es una generación de permanencia, de consolidación, de culminación. Se alimenta de la primera y conserva lo bueno de la anterior pero aporta nuevos elementos que desarrollan el paradigma y lo estabilizan y lo llevan a la cima. Es una generación de esplendor, de lujo, de realización. Recordemos algunos novelistas de ella. Julio Cortázar, Onetti, Roas Bastos, Arguedas, Juan Rulfo y en Costa Rica, Adolfo Herrera, Carlos Luis Fallas, Fabián Dobles Rodríguez, Joaquín Gutiérrez Mangel y Yolanda Oreamuno Unger, entre los más reconocidos.

 

Cierra este período de la época contemporánea, la tercera generación, llamada de 1957. Es una generación de cierre, de fin de un período, si se quiere inicia el ocaso de un paradigma y vislumbra el agotamiento del mismo. Su aporte es importantísimo en cuanto lleva al máximo el paradigma del período, pero lo agota, lo gasta y deja la sensación de que crear más novelas con él, se torna imposible o repetitivo. Los grandes novelistas de esta generación en Latinoamérica, son de la talla de Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Donoso, Cabrera Infante y Puig. En Costa Rica, tenemos a Carmen Naranjo Coto, Rima Gretel Rothe de Valbona, Samuel Rovinski Grüzco, Alberto Cañas Escalante, Daniel Gallegos, Julieta Pinto González, José León Sánchez Alvarado, para sólo citar algunos de ellos.

 

El segundo período de la época contemporánea se inicia en 1980 y llega hasta el año 2024. Como podrá notarse aún no ha terminado y sólo podemos hablar de dos generaciones la de 1972 y la de 1987. La tercera está por llegar y será la de 2002.

 

Este segundo período es de permanencia, de culminación, de mantenimiento de los principales postulados del período anterior. Es la cima del anterior y como es de esperar está llegando a la cima de sus pretensiones creativas. Sólo podemos comentar sobre dos generaciones, la primera de 1972 y la segunda de 1987 que está en plena vigencia.

 

La primera generación, como hemos venido señalando, es de iniciación, de ruptura y de creación de nuevos horizontes literarios. Arranca con cautela, respecto a la generación anterior y poco a poco va imponiendo sus nuevos postulados y abre paso a un nuevo paradigma poético. Es la generación de Mario Vargas llosa, Isabel Allende, en Latinoamérica y en Costa Rica de Alfonso Chase Brenes, Gerardo César Hurtado, Quince Duncan Moodie, Tatiana Lobo, Virgilio Mora Rodríguez y otros.

 

De la segunda generación, la de 1987, recién comenzamos a disfrutar sus obras. Se afincan y superan  algunos postulados de la generación anterior, y se abren paso a través, como veremos, cuando analicemos algunas de sus obras, en  el mundo íntimo de los personajes, en la relectura de la historia y la problemática ecológica del mundo y de nuestro entorno particular. En Costa Rica comienzan a destacar las mujeres y empezamos a leer novelas importantes de Anacristina Rossi, Linda Berrón, Dorelia Barahona, Oscar Núñez Olivas, entre otros1.

 

Los novelistas de esta época han participado como ciudadanos, unos más, otros menos, en este contexto político, social, ideológico y cultural de diferentes formas. Lo que a nosotros nos interesa es su papel como novelistas, en general los de América Latina y sobre todo los costarricenses. Ya, en esta época no se puede invocar la ignorancia de lo que pasa en el mundo. Los medios de comunicación y los avances tecnológicos han logrado mantener informados casi al instante lo que pasa en él. Sólo basta señalar, en estos momentos el poder y alcance de la Internet. Lo más importante de los novelistas más sobresalientes de nuestro continente es que la realidad vivida, la estudiada o la imaginada, son  recreadas  según sus propias programaciones literarias, como veremos más adelante.

 

Los novelistas europeos y norteamericanos, en tiempos diferentes, fueron fuente de inspiración, como lo habían sido en la época moderna, para nuestros novelistas. Aldous Huxley (1894-1963), Thomas Mann (1875-1955), Marcel Proust (1871-1922), Samuel Beckett (1906-1989), Ernest Hemingway (1899-1961), William Faulkner (1897-1962), Virginia Woolf (1882-1941), Franz Kaffka (1883-1924), Jean Paul Sartre (1805-1980), Albert Camus (1913-1960)  para sólo citar algunos, fueron escritores muy leídos por los  latinoamericanos y en forma muy especial por algunos novelistas costarricenses. Pero no sólo ellos sino otros científicos, tanto de las ciencias sociales como de  las ciencias físicas, influyeron en su cosmovisión y las técnicas usadas en sus obras literarias.   No podemos dejar de olvidar el papel decisivo de las teorías de Albert Einstein (1879-1955), sobre la relatividad, ni los descubrimientos psicológicos de Sigmound Freud (1856-1939) y Jacques Lacan (1901-1981), o los avances importantes en la antropología hechos por  Claude Levi-Straus (1908), así como los filósofos Jean Paul Sartre (1905-1980), Albert Camus (1913-1960), Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), Friedrich Engels (1820-1895), Karl Marx (1818-1883), Robert King Merton (1910), Talcott Parson (1902-1979), Kart Popper (1902-1994), Jacques Derrida (1930) y los diferentes movimientos ideológicos que tanto influyeron en la sociedad europea y de otras latitudes del mundo.

 

La diferencia entre los escritores de la época moderna y la contemporánea es que los últimos recibieron  la influencia técnica de los novelistas europeos y no la aplicaron, tal como ellos la hacían, sino que la innovaron, la recrearon, la modificaron según las propias necesidades de su arte. No fueron unos copistas de técnicas formales hechas por los escritores europeos o norteamericanos (sobre todo de la Generación Perdida), sino que las asimilaron y las transformaron según las propias necesidades artísticas de sus obras. Hubo una superación y por lo tanto una creación artística. Esto sucedió con el fluir de conciencia o monólogo interior que abrió tantas perspectivas en la novelística latinoamericana y que superó con creces a su creador James Joyce  (1882-1941) en su obra El Ulises: 1922, o las técnicas del arte cubista y puntillista, desarrolladas por  Pablo Ruiz Picasso (1881-1973) y Henri Matisse (1869-1954), respectivamente y que fueron empleadas en la novelística latinoamericana, por ejemplo en la novela de Juan Rulfo (1918-1986), Pedro Páramo: 1955. O, ¿qué decir de la influencia de la  música en algunos autores como Alejo Carpentier (1904-1980) o Julio Cortázar (1914-1984)? ¿Y los aportes del cine?

 

En nuestra novelística costarricense  tenemos un ejemplo muy importante, por ser el primero y por la manera original como lo incorporó. Se trata del monólogo interior y el perspectivismo, empleados por Yolanda Oreamuno Unger (1916-1956)  en su obra La ruta de su evasión: 1948.

 

Los escritores más sobresalientes de esta época rompen con el paradigma literario de la época moderna y dan a luz una nueva novela. Es la superación del realismo en su versión final del naturalismo que se auto afirma como antirrealismo y se define como irrealismo. Es un nuevo modo de ver la realidad y de representarla. Se descubren nuevas experiencias para la interpretación de ella que se abren paso en diversos campos del arte como el cubismo, el puntillismo en la pintura y la poesía, el monólogo interior y el fluir de conciencia  en la novela, las diferentes perspectivas del narrador y su alejamiento del mundo narrado. Ya no interviene con sus necios (muchas veces) comentarios y su código único para juzgar, valorar y decidir la conducta de los personajes que muchas veces eran simples monigotes manejados por el narrador-autor. En este nuevo paradigma el autor, no sólo es más preparado desde el punto de vista artístico sino que conoce y maneja las técnicas más importantes para desaparecer él y dejar que los personajes participen con más independencia.

 

La sociedad y los problemas que enfrentan los personajes pueden variar muy poco o mucho pero los novelistas contemporáneos se enfrentaron a ellos desde perspectivas diferentes que cambiaron radicalmente el producto literario obtenido. Desecharon la lógica causal logocéntrica y abrieron el abanico a la ambigüedad, la diversidad, la representación asistemática, errática, arbitraria, carnavalesca, como si fuera un arcoiris, multifacética. El asombro, la magia, lo mítico, lo maravilloso, lo inverosímil, lo inesperado, por insólitos cobraron fuerza y se impusieron a lo esperado, lo racional, lo codificado. Es que la linealidad de la novelística moderna se volvía  tediosa, terriblemente esperada. Ya desde el inicio de la historia el lector conocía y podía arriesgarse a predecir el futuro de los personajes y el final de la novela. Las historias eran repetitivas, por lo menos en nuestro medio; unos personajes campesinos, pobres, eran felices pero llegaban los habitantes de la ciudad y, como eran malos, los pervertían y el final era fatal, a no ser que apareciera el personaje héroe, bueno, tipo superhéroe que resolviera la tragedia. De este modo asistimos a muchos contrarios como campesinos-citadinos, nacionales-extranjeros u otras oposiciones lógicas, evidentes, predecibles demasiado manidas. Los buenos eran buenos desde el inicio hasta el final y lo mismo ocurría con los malos. La nueva novelística abre un panorama más complejo pero, a pesar de lo que pueda decirse, más cerca de lo esencial de la realidad. Por eso, a pesar de refugiarse  en la irrealidad, ello no fue más que una estrategia pues lograron representar mucho mejor la esencia de la realidad. Su lectura de la sociedad fue más profunda, más cercana a lo esencial. Comprendieron que la fotografía y aún la radiografía de la sociedad no eran medios suficientes para desentrañar sus complejos misterios y decidieron  cambiar la estrategia: comprendieron que la realidad era más esquiva de lo que pensaron los escritores anteriores, que era compleja, arbitraria, contradictoria, impredecible y nunca repetible, carnavalesca, y que el hombre no responde de la misma manera a un hecho en circunstancias parecidas.  El escritor de esta época recibe en su casa a la duda, la incertidumbre, la inseguridad, el asombro, lo inesperado, la impotencia, su antiheroicidad y quizás más que nadie, el conocimiento de la condición humana limitada.

 

Esta posición ideológica, responsable frente al arte se ve robustecida por un conocimiento técnico literario que ha venido siendo cada vez mayor. Los escritores se hicieron profesionales. Aprendieron los códigos literarios y las diferentes técnicas que les permitieron logros conceptuales diversos según los aplicaron. Por primera vez los novelistas pudieron, en muchos casos, vivir de su profesión de escritor: Miguel Ángel Asturias (1899-1974), Alejo Carpentier (1904-1980), Gabriel García Márquez (1928), Carlos Fuentes (1928), Mario Vargas Llosa (1936), Julio Cortázar (1914-1984), Ernesto Sábato (1911), Juan Rulfo (1918-1986), Isabel Allende (1942) y muchos otros, atestiguan lo afirmado.

 

Pero no se crea que todos los escritores que intentaron escribir una novela, se aferraron a este nuevo paradigma. Ni en Latinoamérica y mucho menos en Costa Rica sucedió ese anhelo. Fueron muy pocos los que llevaron tal tarea y en Costa Rica aún menos y los que lo hicieron tuvieron que sufrir la indiferencia y la incomprensión de un medio bastante cerrado e ignorante como el nuestro, y lo que es más crudo: hoy se siguen escribiendo y publicando (con algún éxito) novelas con el mismo paradigma de la época moderna. Esos escritores aún no se han dado cuenta de que ha pasado casi un siglo y que la ciencia,  así como el arte,  han ido cambiando. Muchos son los pasajeros pero pocos los aviadores.



1  Consúltese la publicación de Fuentes, Carlos. Entrevista. Áncora, La Nación, 4 de Julio de 1999. En ella se confirma nuestra tesis de que la tan buscada identidad nacional en nuestros países por los historiadores y los críticos literarios no fue más que una quimera. Como dice Carlos Fuentes "La identidad se construye a partir de la diversidad".

 

1 Carlos Fuentes, en un artículo que publica La Nación, titulado El relevo del Boon, San José, 22 de Agosto del año 2000, habla de dos generaciones, los novelistas que tienen 35 o 50 años y que denomina, la generación del Boomerang y que según él esta dominada por mujeres como Elena Poniatowska, Ángeles Mastretta, Laura Esquivel, Marcela Serrano, Luisa Valenzuela y Nélida Pinón. No da fechas de nacimiento ni de publicación de sus obras; tampoco el país de procedencia. El segundo grupo o generación para él es el llamado novelistas del Crack y cita a Jorge Volpi, mexicano, y Gonzalo Garcés, Argentino. Tampoco da fechas de nacimiento. Sin comentarios.

 

 

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