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Recordando grandes maestros costarricenses. Benjamín Núñez Vargas

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Benjamín

BENJAMÍN NÚÑEZ VARGAS

 

Nació el 24 de Enero de 1915 en Pacayas de Cartago. Sus padres fueron Juan Núñez y Mariana Vargas.

El 9 de enero de 1938 se lleva a cabo su ordenación sacerdotal. Estudió sociología en EUA y en 1942 obtiene un Doctorado de la Universidad Católica.

Fue el fundador de la Confederación Costarricense del Trabajo Rerum Novarum. En agosto de 1943 inició un movimiento con alrededor de 75 sindicatos, desarrollando una tendencia ideológica cristiana, organizando fundamentalmente trabajadores de las plantaciones bananeras.

Durante la Guerra Civil de 1948 se desempeñó como Capellán del Ejército de Liberación Nacional y tuvo un destacado papel como negociador plenipotenciario para la firma de la capitulación del Gobierno.

En 1948 ejerció el cargo de Ministro de Trabajo de la Junta Fundadora de la Segunda República.

El Padre Benjamín Núñez fue sacerdote, doctor universitario, ministro de Trabajo, embajador, profesor universitario, rector. Pero también fue, en una gran dimensión humana y espiritual, un patriota, un hombre que amó y defendió siempre su patria, pero a la patria de hombres trabajadores, que sufren y necesitan reivindicación permanente.

Fue el creador y fundador de la Universidad Nacional en Heredia, Costa Rica en el año 1973 y en ese mismo año fue el Rector de dicha universidad (UNA).

Murió en San José, el 19 de Setiembre de 1994.

El cura Núñez, como solíamos llamarlo, no solo impartía lecciones de Sociología en la Universidad de Costa Rica, en los famosos repertorios, sino que participaba activamente en el quehacer político del país.

A mi me correspondió iniciarme en la sociología con este maestro. Era ferviente y sus lecciones se convertían en manifestaciones fervientes, no solo de conocimientos sino de historias que ejemplificaban sus teorías. Las reglas del método sociológica de Derhein, se convertían, de esa manera en ejemplos vivos de aquella que decía:"A mayor interacción, mayor sentimiento". No podemos olvidar esa enseñanza ejemplificada con sus propias acciones.

Nos infundió amor por la Patria y fervor cívica del bueno. Un ejemplo vívido lo ubicamos cuando el gobierno de Joaquín Trejos, tutelado por la clase poderosa del país así como el poder de la transnacional ALCOA.

El 24 de abril del año 1970, este curita llamado del pueblo, hizo una convocatoria a todos los estudiantes del país y el pueblo en general para protestar, frente a la Asamblea Legislativa, por la aprobación del contrato-ley que entregaba tierras en Pérez Zeledón para la explotación de la bauxita.

San José se vistió de uniformes escolares y colegiales. Frente a las barras de la Asamblea, desde las tres de la tarde, al lado izquierdo, estábamos apostados con nuestro profesor, el cura Núñez y arengábamos la votación NO al contrato, pero las noticias que recibíamos a través del sacerdote era que la mayoría apoyaba dicho contrato. Únicamente 12 diputados se oponían, entre ellos, Villanueva, Rodrigo Carazo, Enrique Azofeifa, Matilde Chinchilla, Fernando Volio y no recuerdo el resto de esos 12 defensores de la Patria.

Exacerbados los ánimos cuando los diputados votaron sí al proyecto, cerca de las seis de la tarde, comenzamos a manifestarnos indignados. Un policía empujo con dureza a una jovencita del María y ése fue el detonante para que comenzara la batalla campal. Piedras van con un destino común: quebrar los vidrios de la barra en la Asamblea Legislativa. Y como yo mostrara mucha puntería, Benjamín pedía a los compañeros que me las alcanzaran y así iban derechito a las enormes vidrieras. La reacción no se hizo esperar y, de pronto la ciudad parecía un remolino de pasiones y aparecían los incendios, las apedreadas a las emisoras que aplaudían la ley como Radio Reloj y Monumental así como el diario La Nación. Los carros estacionados en las calles ardían y todos corríamos escapando a las brigadas de choque, los bomberos y los gases lacrimógenos.

Fue frente al Club Unión donde vimos salir al Presidente de la República fuertemente protegido y montarse en un carro, seguramente blindado de color negro. Ya había firmado la Ley y todo estaba consumado.

El pánico y la violencia se apoderaron de todos. Unos como protagonistas y otros como espectadores.

Al final el grupo que iniciamos con el cura Núñez y un tanto mermado por la refriega, hicimos entrada en una iglesia protestante, allá por la Corte y repuestos y sosegada la noche, cada uno tomó el camino de regreso a su pueblo.

Luego de algún tiempo, en 1973, me reunía con el Cura, en Heredia, en casa de Uladislao Gámez Solano, con otros fines. Escuchábamos el proyecto de don Benjamin de la Universidad Necesaria, de la cual él fue su rector, yo, ha solicitud de mi profesor, dejé la UCR y me convertí en profesor fundador de dicho centro hasta el final de mi carrera, cuando me jubilé en el año 1992, dos años antes de que muriera mi amigo, maestro y admirado don Benjamín Núñez.

Recordando grandes maestros costarricenses. Jézer González Picado

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Jézer 

JÉZER GONZÁLEZ PICADO

(1930- 2005)

 

Jézer González Picado nació el día 14 de julio del año 1930 en Grecia, Alajuela, en un pueblito llamado Puente Piedra. Es de origen humilde. En su juventud debió trabajar como lechero "de a caballo". Tiempo después fue becado y estudió en la Universidad de Costa Rica, donde obtuvo la licenciatura en Filología. Gracias a su esfuerzo y talento fue enviado con una beca a Francia y ahí se doctoró en la misma especialidad. De regreso al país, se dedicó a la enseñanza en la Universidad de Costa Rica. También obtuvo una maestría sobre literatura en Chicago, EE.UU. Fue un profesor muy querido por los estudiantes y dedicó su vida a impartir sus conocimientos literarios y lingüísticos que eran muy vastos. Se ocupó, de preferencia de los cursos iniciales de gramática, y de la literatura hispanoamericana. Murió ciego y pobre el día 23 de agosto del año 1930 l, en San Vicente de Moravia, San José, víctima de una diabetes fulminante. Dejó un gran legado en quienes fuimos sus amigos, alumnos y compañeros que le estimamos sobremanera.

Una vez planeamos un viaje a Nicaragua y Jézer fue el más entusiasta. Nos fuimos, compañeros y profesores de la Escuela, en bus, rumbo a León y ahí nos extasiamos en la casa de Rubén Darío. Fue una de esas lecciones que un estudiante no olvidará nunca.

Jézer era muy amigable y conversador, solía invitarme, después de clases de literatura a tomarnos unas cervezas en un bar, en San Pedro que se ubicaba después de la línea del tren a mano izquierda. Allí nos encontrábamos con den Carlos Monge Alfaro, Rector en ese entonces de la UCR y departíamos sobre literatura y los más variados temas culturales del momento. Un día me invitó a un bar en San José, cerca de Chelles y ahí, en una mesa lo esperaban unas prostitutas. De momento me asusté pero al llegar y sentarse a su mesa lo primero que les dijo fue: Ya leyeron las novelas que les presté. Les había dejado una tarea a las jóvenes y éstas cumplieron con su deber. Les preguntó por un largo espacio sobre las novelas que aún recuerdo: Santa de Gamboa, Juana Lucero de Gálvez, La Charca de Zeno Gandía  y otras de ese mismo género. Casi a media noche les dio otros libros, esta vez de poesía, les entregó algún dinero y nos despedimos.

Era frecuente que Jézer, tal el interés que mostraba y la concentración en los temas que exponía, hiciera cosas que nos hacían reír. Él no fumaba pero sí le gustaba chupar y saborear el tabaco y cuando lo tenía muy gastado o necesitaba deshacerse de él, se lo echaba en la bolsa delantera de la camisa. Ustedes podrán imaginar los resultados pero él no se daba cuenta.

Una vez en su oficina tal fue el entusiasmo que ponía hablando de los cuentos El llano en llamas de Rulfo, que no se percató que poco a poco se estaba comiendo el giro del mes. Cuando terminó sus comentarios, me preguntó: Benedicto, vos no sabes que hice con mi giro. Te lo comiste Jézer. A la puta, me respondió y llamó a Tesorería para que le confeccionaran otro.

Ese fue Jézer González Picado, gran amigo y maestro, querido y recordado por todos. Se entregó en vida a la enseñanza de la literatura y murió sin poder leer lo que tanto le gustaba

Recordando grandes maestros costarricenses. Constantino Láscaris Comnemo

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Láscarais 
1923-1979

Nació en la ciudad de Zaragoza, España, el 11 de setiembre de 1923.

A los dieciocho años ingresa a la Facultad de Derecho en la Universidad de Madrid, sin embargo, su profunda afinidad con la filosofía lo induce a trasladarse a la Facultad de Filosofía y Letras, donde obtiene la licenciatura al cumplir los veintidós años. 

Dos años más tarde logra el grado de Doctor en Filosofía.

En 1957 llega a Costa Rica, por invitación de don Rodrigo Facio, entonces Rector de la Universidad de Costa Rica, para hacerse cargo de la Cátedra de Fundamentos de Filosofía de Estudios Generales.

 Al poco tiempo de su llegada señala los desaciertos de la pedagogía de la época y se introduce en el vasto campo de nuestra realidad nacional para emprender una de sus obras más importantes, La Historia de las Ideas Filosóficas en Costa Rica.  Lo cautivó nuestra libertad, estudió a profundidad el alma costarricense, se introdujo en sus raíces por medio de investigaciones sobre determinadas épocas, personas y acontecimientos nacionales, y se prendió de ella, de tal modo, que se nacionalizó por su voluntad.  Dada su actividad intelectual escribe numerosos libros y trabajos del acontecer académico y nacional.

Algunas de las actividades y fundaciones en las cuales trabajó: Revistas de Filosofía de Costa Rica, Asociación Costarricense de Filosofía, Cátedra Rodrigo Facio de la Universidad de Costa Rica, Propulsor del Centro Universitario del Atlántico en Turrialba, cofundador del Instituto de Estudios de la Técnica de la Universidad Nacional y fundador de los Estudios Generales libres.
Su paso por la Universidad de Costa Rica dejó una obra de gran trascendencia académica a la cual estuvo entregado hasta el último día de su vida.  La filosofía en Costa Rica tiene, en el Doctor Láscaris Comneno, a su fundador indiscutible en el quehacer universitario y sistemático.  Don Constantino, no solo encarna el papel de educador insigne y filósofo comprometido, sino al hombre de pensamiento liberal, amante de esta Patria, con un gran sentido costarricense de la libertad y de oposición a toda dictadura y a toda planificación rigurosa.  Disfrutaba tanto dialogar con grandes pensadores y políticos costarricenses como con campesinos y gente humilde, quienes lo querían y apreciaban.  Fue formador de hombres de gran pensamiento como: Roberto Murillo, Francisco Antonio Pacheco, forjadores del desarrollo intelectual de muchos costarricenses.
Apasionado defensor de la libertad, criticó severamente las prácticas que atentaban contra el sistema democrático del país.

Falleció el 8 de julio de 1979 Beneméritos de la Patria Acuerdo No. 4014 de 26 de marzo de 1998 Gaceta No. 86 de 6 de mayo de 1998 (Tomado de Beneméritos de la Patria. Asamblea Legislativa, página de internet)

  ¿Quién no conoció a don Constantino Láscaris. Fue uno de esos profesores universitarios que no pasaban desapercibidos. El típico profesor de filosofía ameno, amigable, irónico, lleno siempre de humor del fino, indagador, inquieto, con la duda siempre en su cerebro y la pregunta más inesperada.

A mí me correspondió de jurado cuando terminaba las humanidades y por supuesto el nerviosismo de un examen oral con don Constantino, todos deseábamos evitar. Primero me examinó en Español don Viriato y creo que salí airoso del interrogatorio, luego Eduardo Fourier me preguntó sobre el Imperio Romano y creo que no lo defraudé. Pero seguía la incertidumbre, porque todos sabíamos que las preguntas de Láscaris escapaban a lo esperado. Hizo como que abría un libro que tenía en sus manos, miró sin querer la página abierta, movió la cabeza que mantenía como inclinada y se me quedó mirando. ¡Vaya tembladera que me entró! Se pasó la mano por su barbilla y me dejó ir la pregunta sin más preámbulo.

_Dígame, Benedicto, ése es el nombre que aparece en esta hoja,  -atiné a menear la cabeza afirmativamente- ¿En qué te pareces vos a un chayote?

_ Puta, pensé en mis adentros, hasta aquí me la prestó Satanás. Dudé por unos segundos y me dije: o toda o repito las humanidades:

_ En lo mismo que usted se parece a un chimpancé.

Se hizo un silencio agónico. Viriato miraba a Eduardo y Constantino con una risilla diabólica, me interpeló

-Justifique la respuesta.

 Comencé por explicar los reinos, mineral, vegetal, y animal y cuando establecía las semejanzas entre los dos últimos me detuvo con un gesto de la mano y me despidieron del examen amablemente.

Cuando dieron las calificaciones de los interrogados, obtuve un 9 de calificación en el promedio. Respiré profundo y desde ese día quedó impregnada en mí la imagen de ese gran maestro.

 Algunos años después lo encontraría en la Universidad Nacional, cuando recién fundábamos con el Cura Núñez ese centro, impartía lecciones de Filosofía en el Centro de Investigación de las Ciencias Educativas. Solía, los días jueves por la tarde llegar a la sodita a tomar café y coincidíamos en ese tiempo de hora y media libres. La misma mesa y las dos sillas adjuntas nos esperaban y el tiempo transcurría entre cafés y cigarrillos. En esos días también fumaba como escosido hasta que un día sucedió alggo de lo que me arrepentí y mellenó de vergüenza. En eas conversaciones animaas con amigos, terminaba de fumar un cigarrillo y ya casi me quemaba los dedos. Inahalé el último chupete con pasión y al quemarme los dedos lancé lejos la colilla con tan certera puntería que atiné a insertarla en medio de un escope pronunciado que una hermosa jovencita llevaba al paso por la acera. llevó sus manos al sagrado recinto y tras luchar con las chispas que haacían furor, logró sacar aquel intruso indeseable y entre risas y cólera dirigió tal mirada a la mesa en que estáabamos los amigos que fue suficiente para dejar de por vida de fumar.

Fue en esas conversaaciones donde terminé de admirarlo. Siempre tenía un tema de actualidad que comentar.

 Un día me contó que estaba terminando su libro Las ideas en Centroamérica. Ya habia publicado su homólogo para las ideas costarricenses. Me comentó que él conservaba una preocupación con respecto a la literatura costarricense en comparación con la centroamericana. Le preocupaba la poca proyección de nuestra literatura en el ámbito internacional. Mientras que en Centroamérica sobresalían escritores de la talla de Rubén Darío, Miguel Ángel Asturias, etc. en Costa Rica, salvo escasas excepciones, y no tan calificadas, nos manteníamos en una especie- decía él- de limbo.

 Después de ése preámbulo me interrogó sobre mi evaluación sobre ese aspecto.

 Le afirmé que compartía su preocupación y sin más preámbulo, como suelo ser siempre le dije:

 Habrás notado, Constantino, en tus análisis y experiencias como docente, que los costarricenses tienen un horizonte chato. Y agregué categóricamente, no miramos más allá de nuestra nariz. No tememos horizonte, nos conformamos con resúmenes, síntesis, esquemas, sinopsis. Somos conformistas y vivimos del hoy, sin otear el mañana y menos si éste es un poco distante. El pasado es una evocación folclórica, por eso el presente se convierte en un comer de lo que hay y nuestros esfuerzos no se salen de esa pequeñez.

 Se quedó pensativo y me respondió. Verificas lo que siempre me ha rondado en mi cabeza y encontré en este agradable país desde que toqué tierra en él.

 Muchas anécdotas tendría que agregar a esas tardes de los jueves con el maestro Constantino.

En Estudios Generales, después de su muerte, don Herberth Sasso, en ese tiempo su Decano, fundó la Biblioteca que lleva su nombre y su hija Tatiana, permitió que sus libros estuvieran en ese lugar. Magnífica iniciativa, solo que los libros no salían de la sala del Decano y eran pocos los que podían leerlos. Fue así que al asumir yo la decanatura, entre mis primeras iniciativas que emprendía estuvo el nombramiento de la profesora Eugenia García, historiadora para que realizara gestiones tendientes a fundar una biblioteca especializada en humanidades funcional, que realmente sirviera a los estudiantes. Llamé a mi amiga Tatiana, conversamos y le expuse mi proyecto y estuvo de acuerdo en retirar esos valiosos libros de la sala y en su lugar fuimos comprando y solicitando por diversos medios libros sobre humanidades. La biblioteca pasó a formar parte de la red de bibliotecas de la UNA y ocupó, años después una sala más espaciosa que hoy disfrutan todos los profesores y estudiantes de ese Centro Educativo. Y desde luego lleva el nombre de nuestro amigo don Constantino Láscaris Conmeno, con todo merecimiento.

Luis Barrates Molina

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LUIS BARRANTES MOLINA

(1885-1949)

 

Nació en Alajuela, Costa Rica. Periodista. Fue Redactor y Director de algunos periódicos en el Ecuador, Chile, Perú, Costa Rica y Argentina El Pueblo). Vivió durante muchos años en Argentina. Fue ahí donde publicó todas sus novelas. Tenemos noticias de que se trató de novelitas folletinescas de clásico triángulo amoroso, aventuras y dramas pasionales. La Biblioteca Nacional posee una copia de la novela Amor Sublime. También escribió un libro de poesía. Como escritor forma parte de la Literatura Argentina. Fue miembro de Acción Católica.

Escribió otros libros tales como, Para mi hogar, síntesis de economía y sociabilidad domésticas: 1923, Desde mi tonel: 1933 y otros artículos periodísticos, tales como El zarpazo de Hitler en 1938.

 

LO QUE ESCRIBIÓ LUIS BARRANTES MOLINA

 

NOVELA

 

1. La intriga del Sanedrín: 1918

2. Drama del día: 1918

3. Un artista del crimen: 1919

4. Maximalismo en marcha: 1919

5. La vergüenza de su propia sangre: 1920

6. La tragedia del calvario: 1920

7. Amor Sublime: 1922

8. El terror negro: 1922

9. Idilio Extraño: 1923

10. Desde mi tonel: 1933

11. El cisma de Antioquía: s.f. e.

12. La decadencia de Siria: s.f.e.

 

POESÍA

 

1.      Versos: 1923

 

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