Julio 2011 Archives

Cortesía de la casa. Cuento de Jonathan Vega

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-¡Que lindas eran las luces dando vueltas y vueltas por toda la pista!, jamás imagino ver tanto Glamour junto en su vida, y la dulce quinceañera fugitiva se olvidó que le apretaban los zapatos rojos de tacón prestados y se sintió libre por primera vez, con ese gozo delicioso que se siente al no llevar brassier y ver como los chicos la miran fijo a los pezones, que, de la emoción, se le pusieron más duros y rosados...

Y así la dulce Andrea se lanza al universo fosforescente, al planeta donde el Sol lleva el brillo niquelado y fluyen ríos con sabor "tequisalinolimonado", y ya le corre entre las piernas el calorcito delicado, de las cosquillas que el alcohol, sabe pintar con finos trazos...

Y así se hizo larga la noche, también se hicieron largos los besos de ron, y Andrea muere de emoción por caer presa entre los brazos del principito que llegó en su carruaje electro techno iluminado, sonido stereo y por motor setenta y seis caballos blancos...

Mira, mira las mariposas dando vueltas y vueltas, que buenas son estas pastillas para quitar el dolor de cabeza, pensó, y se quitó con inocencia el mal sabor que deja la codeína mezclada con bicarbonato de las "cerezas" que se comió, bebiéndose de un solo sorbo, de agua, dieciséis botellas...

Y así el cuento de hadas se fué filtrando en el aire, y hubo duendes de mar, también piratas con sable, y con la dulce melodía de una sirena remasterizable, embrujada se dejó llevar por su canto hasta el fondo del mar de un vaso desechable, y sin notar que tan profundo se mete (en inglés), el "hielo" en la sangre, en un soplido de dragón recordó cuando su padre le prohibió aquella noche salir con Cristal a ningún baile...

Y como todo cuento de horror tiene un villano abominable, el nuestro puntual se apareció en su overall abotonable, echando babas por la boca, y su alegría miserable...

Niña empeñada

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-Es que no quiero recordar.

Así contestaba la niña de ojos grandes y mirada triste. Esa mañana la maestra trataba de que le contara por qué había faltado una semana a sus clases.

Tomaba sus cabellos negros y enroscaba en ellos un pedazo de lápiz viejo y sin punta. Sus grandes ojos se quedaban fijos en la ventana abierta del aula y se perdían en las lejanías del potrero cercano y los montes allá, perdidos en unión con las nubes blancas que jugaban con ellos.

- Pero, ¿por qué no quieres contarme? No temas. No te castigaré, se lo prometo.

Y trató de limpiarle sus ojitos que se humedecían al contacto con su recuerdo.

La niña movía sus pies al compás de sus pensamientos que no entendía y menos explicarle a la maestra todo aquello que en sus escasos 7 años había sufrido.

- Es que mi mamá nos abandonó a mí y a mi hermana.

- Y ¿con quién los dejó?

-Con un señor.

- ¿Su papá?

- No, nosotros no tenemos papá.

-Entonces con su abuelito.

- Nunca lo ví y seguro ya murió.

-Entonces, ¿con quién te dejó?

- Es que mi mamá toma mucho licor y por mi casa había un señor que vendía licor clandestino.

-Pero no entiendo bien lo que me cuentas.

Y la niña volvía a restregarse sus manitas y mover sus pies. Volvía a mirar la ventana y salía a jugar con las mariposas que viajaban de flor en flor.

-Dígame cuál es el señor con quién ella la dejó.

-Es que el sábado pasado me llevó a la casa de ése señor que vive junto al río que vende guaro y le compró una botella.

Y la niña tartamudeó y de nuevo volvieron sus ojos a humedecerse. La maestra esperó unos momentos y luego de secarlos la miró interrogante.

-Es que mi mamá no tenía dinero para pagar la botella de guaro y entonces me empeño y tomó la botella y salió de la casa del señor.

 

Olga y Toñito. Cuento de Jaime Gerardo Delgado Rojas

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Olga y Toñito 

Olga nació en 1898 en una casita por el Paso de La Quintana, bajando hacia el río La Bermúdez. Ahí fue criada por su madre y abuelo. Para cuando se anunció la construcción de la nueva iglesia, era la tentación de los varones: una linda sonrisa, algo pícara, que dejaba ver sus dientes blancos y bien ordenados y sus labios de un rojo natural; una mirada perspicaz y auscultadora, ojos negros y muy vivaces permitían traslucir su felicidad interior.

Gustaba de ir, los domingos por la mañana, a ver a los niños y jóvenes bañarse en la poza La Cazuela en el río, muy cerca de su casa. Ahí, sentada en una piedra, muy recatada exhibía su pelo largo, lacio y trigueño apenas amarrado en cola, que dejaba sueltos algunos cabellos en la cara, blanca como su madre que, fuera de la picardía de su sonrisa, daban al conjunto un aspecto angelical. Esa sonrisa sana, sincera y alegre la acompañó en todo momento, incluso en los más difíciles. Su madre, Clarita, la tuvo soltera pero eso no importó, como última hija le correspondió cuidar de su padre don Rosendo hasta su muerte, lo que le permitió seguir en la casa del viejo, muy cerca de la poza La Cazuela. Crió a la niña y cuidó de su padre. Por ser buena y no conocérsele visitas furtivas, el cura, los beatos, las hijas de María o las comadronas del Santo Sepulcro, no la abrumaron por su falta de marido; nunca hubo noticia del padre biológico, que por las características físicas de Olguita se presumió que era un español que anduvo por San Pablo; mas esto tampoco a nadie le importó pues Rosendo fue padre y abuelo.

La muerte del viejo, cuando Olga contaba con apenas 12 años, rompió la frágil unidad de la familia, empero a Clarita le había correspondido dedicarse al trabajo duro, cuando el viejo muy enfermo no pudo trabajar: coger café, hacer rondas, desgranar mazorcas para amasar y vender tortillas, lo mismo que cuidar gallinas, recoger huevos y venderlos para comprar carne y leche para el sustento propio y el de su hija.

Olguita, muy jovencita fue la atracción de los varones de los alrededores: era delgada, de esas cuyo cuerpo habla de los buenos cuidados de la madre, la que en su pobreza buscaba que anduviera bien vestida. No muy alta, pero en sus escasos 55 kilos había de todo: coquetería espontánea, senos pequeños, piernas bien contorneadas y trasero redondeado. Será igual después del parto y muchos años después, incluso en su menopausia, cuando la inmensa familia de don Antonio, el gamonal, le pidió que hiciera la lista de los hijos, para hacer la esquela mortuoria de su muerte que irían a publicar en el periódico La Nación, anunciando el dolor de la familia, - llevo 47. Creo que me faltan dos, o tres.Los hijos e hijas entre legítimos y naturales, entre supuestos y seguros, que había tenido don Antonio en su vida, hasta sus 70 años, cuando murió.

A Clarita le agradaba la idea de un buen partido para que ahí terminaran sus suplicios. Ofrecer la niña a un buen postor no era mala idea y en el San Pablo no faltaban buenos partidos entre los hijos de las familias ligadas a la producción cafetalera. Olga afinaría su puntería y pondría el ojo en uno de los hijos de los gamonales: Antonio, de 22 años, el primogénito de don José Daniel y doña María Felicia, la hermana de Genoveva, quienes aun no formaban una pareja de bien casados, como lo indica la Santa Madre Iglesia, pero que ya contaban con varios hijos: eran dueños de algunas tierras y de una gran familia. Sin embargo, la conquista de Antonio no fue fácil. Él había aprendido de su padre que mejor era invertir en mucho lado y luego cosechar en los mejores. Así que, para el joven Antonio, la joven Olga fue un buen divertimento de unos días o unas semanas, incluso algunos meses. Ella no desesperaba. Si bien la idea de su madre era la del matrimonio, la de Olga era, como otras, pescar con embarazo y a partir de ahí, acudir al casorio obligado por la ley.

Pero el embarazo no se dio ni en el primer mes, ni el primer año, ni los subsiguientes. Por esta ruta, ella y Antonio se fueron enamorando sin casarse y se fueron uniendo cada vez más como pareja sin la bendición de la Santa Madre Iglesia. Clarita murió de una larga enfermedad, sin ver a su hija en su casorio en la nueva iglesia de San Pablo: esa que eternamente no empezaba a ser construida. Olga quedó en la casa del abuelo y heredó de su madre sus trabajos: el cuido de los cafetos, las gallinas, lavar la ropa en el río o en las pilas cerca de su casa, .... más, de vez en cuando, recibir a Antonio, sobre todo cuando algún peón de alguna de las fincas lo corría pues no pasaba de embarazar sus hijas y ofrecerle trabajo junto al resto de la peonada.

Olga aprendió que su amor era compartir y compartió a Antonio: no solo durante estos años, sino más. Cuando, por el año de la crisis mundial pasó de los 30 y Antonio un poco más, vino el embarazo. Lo había logrado: tener a Antonio solo para ella, pero transmutado en un hijo, al que también llamaría Antonio. De ahí en adelante, el niño Antonio, primero, luego el joven y más tarde, el adulto Antonio quedará pegado a su madre como un parche; la acompañaba a todo lado, incluso a ver los muchachos en sus gambetas en el agua, los domingos por la mañana, en La Cazuela: lo disfrutaba como su madre, no más viendo. Tampoco fue a la guerra en el 48: ella no lo dejó aunque estaba bien entusiasmado por Pedro, su amigo de la infancia, un calderonista que empuñó las armas en contra de Figueres y que integraba la célula gobiernista del lugar. Fue como un parche de su madre hasta su muerte, en su temprana ancianidad, algunos años después de la muerte de Antonio, el gamonal.

Olga no preguntó nunca los andares y venires del padre de su hijo: los conocía todos. De ahí que doña Ana Micaela, cuando él murió, le pidiera por favor que hiciera la lista de todos los dolientes para publicarlo en La Nación. La cuenta era larga: cuando tuvo a su Toñito decían que eran más de 15 hijos y fue cuando Antonio se casó con la viuda doña Sebastiana, la dueña de un beneficio de Santa Rosa y con vinculaciones comerciales internacionales. Don Antonio la conoció siendo peón pues, aunque hijo de gamonal, había que hacer de todo en los tiempos difíciles y esta vieja, como la llamaba, tenía sentido empresarial, era preparada y sabía que este romance le permitiría ampliar, no solamente su familia, sino los negocios. Con Sebastiana había engendrado un par de hijas gemelas, antes de su casorio: el era buen peón, pues sabía dónde sembrar y esas gemelas nacieron el mismo día que el hijo de la Olguita.

Quedó viudo al cabo de 12 hijos. Ella murió porque no pudo soportar sus largas neumonías provocadas por los húmedos inviernos, los negocios en las crisis y un marido compartido. Le faltaba calor decían en San Pablo, o tenía demasiado fuego. Para entonces, don Antonio había bien armado otro negocio: su segundo matrimonio llevaba años e hijos en casa de don Higinio, con Ana Micaela, mujer blanca, alta y algo gruesa: en su seno se gestaron los últimos hijos de Antonio, aun siendo esposo de Sebastiana. Ana Micaela fue madre de 10 y lo acompañará hasta su muerte. El corazón le falló a los 70: eran muchos los hijos que no cabían y reventó.

Después de su entierro en el cementerio de San Pablo, Olga se retiró a su casita en La Quintana y ahí se fue gastando, poco a poco, como si quisiera acompañar al padre de su hijo. Ya no iba a ver los niños y jóvenes a La Cazuela. A veces iba al cementerio. Salía de su casa en la Quintana, pasaba por las Pilas, donde tantas veces vino a lavar la ropa, como lo hacían las muchachas en verano y de ahí por Calle Real hacia el Beneficio de café de don Eloy, para voltear al Cementerio. En otras oportunidades su caminadita era más corta. Al principio iba a la bóveda y quedaba un rato sin hablar, como esperando que Antonio tomara la iniciativa. Después no. Evadía entrar al Campo Santo y más bien giraba hacia la Iglesia vieja, pero no entraba, y de ahí a su casa. Luego el recorrido fue aún más corto. Una vez Toñito la acompañó para ampliar la ruta: le habían recomendado que la distrajera variándole rutinas, que eso era bueno: su idea era llevarla por la Calle María Manca y el Uriche; luego a La Meseta para pasar frente a la Iglesia recién construida y a la casa. Pero no se arriesgó: estaba débil la vieja y aunque pasó frente a la nueva iglesia donde Clarita quiso verla de novia bien casada. Olga fue por cortesía con el único regalo duradero de Antonio el gamonal. En fin andar por el centro de San Pablo, aunque sin inmutarse de seguro, era para despedirse.

A los dos años había olvidado donde vivía, las listas, las rivales, las muchachadas en La Cazuela, los beatos, las gallinas y el cafetalito de atrás. Ahora no debía salir de la casa: se perdería. Después perdió el recuerdo de su madre, más tarde el de su padre. Excepto el de los dos Antonios. Un médico audaz diagnosticó demencia por deficiencia tiroidal, pues en su juventud le habían operado la garganta: se lo hicieron para evitarle el güecho. A don Antonio le tocó mandar un peón para el cuido de la casa y algún dinero para la recuperación. Toñito aún no había nacido. El tema de su tiroides quedó ahí, estancado, por toda la vida: del mismo solo una pequeña cicatriz. A poco más de los 60 el deterioro neuronal se fue acentuando. No caminaba y solo se alimentaba por la mano de otro, de Antonio, el único recuerdo que quedaba firme y que no se borró ni con su muerte.

El hijo Antonio asumió todas las tareas de su madre: cuidar de las gallinas, coger café e ir, algunos domingos sí y otros no, a ver la muchachada bañarse en La Cazuela en el Bermúdez; pero también cuidar enfermos: lo aprendió de su madre y empezó con Olguita hasta el final. Cuando ella murió, el adulto Antonio entendió que también le correspondía sustituirla en el amor eterno y por ello amó... para quedar soltero para siempre.

- Linda mujer era la Olguita - dijo don Memo. - Buena mujer fue doña Olga - dijo Chepe Concepción y dirigiéndose a Antonio - todos, Toñito, recordamos a tu madre con gran cariño.


Matrimonio Fingido. Cuento de Jaime Gerardo Delgado Rojas

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Matrimonio fingido 

Don Memo no podía creer que la desesperación por huir del matrimonio llevara a Vicencio al sacrilegio: le pagaron al cura por los bártulos de la iglesia y entre amigos de cantina, otros leales, se inventaron el santo sacramento. No hubo abogado ni la Santa Madre Iglesia que legitimara aquella atrocidad. El chisme lo llevó Chepe Concepción, él había sido chofer de gamonales y la buena paga obligaba al silencio: a él se lo contaron y había pasado mucho tiempo como para que la lealtad encubriera la inmoralidad: algunos dicen que él fue testigo directo de los actos. Lo que más molestaba, entre los pableños es que una vez muerto Vicencio, no hubo quien hablara mal: halagos iban y venían sobre la conducta del muerto -no hay muerto malo, dicen.

María Gertrudis no estuvo en el entierro: su primer hijo, Rosendo, era de Vicencio y después vendrían dos, uno de Antonio el gamonal y el otro de don Jorge, su marido de ahora. Pero el sacrilegio lo conocía todo San Pablo, aunque impunemente lo ocultaran.

- El asunto - decía Chepe Concepción- es que don Rosendo creyó que era muy fácil casar a Vicencio con María Gertrudis, su hija, para honrar la panza. La intención no solo era la honra, sino la plata que venía detrás del matrimonio. Vicencio lo tuvo muy claro y contrató un abogado que lo salvara, pero no había escapatoria. Para la joven embarazada el abogado don Mario González había acopiado suficiente información: habían visto a Vicencio con la María Gertrudis en la plaza, por la Calle Larga y hasta en el Uriche. Había confesado en la cantina sus intenciones con la muchacha y no había quién pudiera hablar de otra forma en el juzgado.

Su única solución estuvo en la misma barra de la cantina: armó una borrachera en la que invitó, según nos lo contara su chofer, a un seminarista, Alfredillo, que nunca llegó a ser cura. Entre tragos y movidas idearon el lugar de la boda y con extorsiones y limosnas sacaron de una iglesia de San José una sotana, un incensario y demás bártulos e instrumentos religiosos. Hacia allá, con otro auto, llevarían a María Gertrudis, don Rosendo, su mujer y otra vecina para que sirvieran de testigos. Y la ceremonia se llevó a cabo. Le correspondió a Alfredillo decir la frase de consagración:

- los declaro marido y mujer-; luego, el sacristán improvisado, más beodo que ninguno, con incensario en mano y mirada en el cielo raso, pronunció en un latín incomprensible:

- mochas mecus vicencius mochus- aunque nadie se rió. No era un chiste. Había que mantener la compostura y la seriedad del sacramento.

María Gertrudis y su padre, al lunes siguiente, a primera hora, se apersonaron donde el abogado don Mario González a retirar la demanda. Naturalmente no había certificación de matrimonio. No había testigos legitimadores del acto. La demanda, entonces, continuaría.

Pero Vicencio, al fin, tampoco se casó. Pagó bastante a María Gertrudis y a su hijo, lo que satisfizo profundamente a don Rosendo; pagó los honorarios del abogado de la víctima, lo que le fue muy bien agradecido y dio una fuerte suma como limosna a la iglesia por el sacrilegio cometido: con lo que iría directo al cielo. Pero Alfredillo no fue cura. No había seminario que le aceptara su perdón. María Gertrudis  después encontrará otro embarazo, y luego un marido, padre de su tercer hijo. Y en San Pablo la anécdota se contará en todas las cantinas, las tertulias e incluso, aunque a escondidas, en la iglesia nueva del lugar.

El canasto y la olla. Cuento de Jonathan Vega

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Una no sabe qué decir en estos casos, yo me resigné, total dentro de poco me podré escapar de noche por el barrio y sobre algún divino tejado me encontraré otro mozo gato que me maullará y me traerá un pedazo de pescado y bajo la Luna de los Gatos me hará llorar de dicha como si fuera un bebé recién nacido que respira por primera vez el soplo de la vida, y aquel canasto debajo del fogón volverá a llenarse de gatitos, pero por ahora, no puedo partirle el corazón a esta pobre niña, por eso me le quedo mirando como ausente y le paso mi espalda encorvada por las piernas y me dejo tocar la cabeza y le ronroneo un poco cada vez que trata de ocultarme que en esa olla, (en la que su madre ha puesto un poquito más de agua tratando de conseguir otras dos raciones), hay una sopa ya muy insípida, llena de pelos que no les va a sustentar por mucho tiempo, y me dice: -¡ven Misinga!, y me acurruca entre sus brazos y me canta canciones de cuna para que yo no me ponga triste recordando como maullaban mis gatitos cuando bailaban en el agua hirviendo...

EL PAJARITO VIDENTE

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EL PAJARITO VIDENTE

 

 

-Pase señor, por solo un peso usted sabrá su futuro. El pajarito escogerá un papelito y en él conocerá lo que serás.

Sí, así como lo oyes, con estas palabras arrimaban a su alrededor, niños, jóvenes y adultos que sorprendidos veían a un tierno y dulce pajarillo que volaba a una cesta de mimbre y sacaba con su piquito un papelito blanco hábilmente doblado, volaba a la puerta de la jaula y entregaba a la persona que había solicitado sus servicios clarividentes.

- Papi, dígale al pajarito que te dé el papelito del futuro, sí.

Así me convenció mi hija cumpleañera aquella soleada y fresca mañana en el Parque Chapultepec, en la ciudad de México, para que yo conociera mi futuro del pico de un alegre pajarito.

Me acerqué distraídamente ante la señora que pronta y solícita me llenó de frases halagüeñas. Deposité mi futuro valorado en un peso mexicano y ella, inmediatamente se comunicó con el pajarito que solícito voló a la cesta y tomó en su piquito un papelito y volvió ante mí y me lo ofreció. Sin poder evitar una sonrisa tomé el papelito y me lo eché en la bolsa izquierda de mi camisa.

-Léalo pa, yo quiero saber tu futuro.

-Más tarde, tal vez.

Y salieron corriendo, ella, su hermano y su madre hacia los caballos de verdad que eran la atracción de los niños. Querían montarse en el más grandote y lucir como charros mexicanos.

Yo de pronto sentí en mi pecho del lado izquierdo un fuerte dolor que despertaba en mi cerebro un torrente de imágenes y palabras que abrían paso en mi imaginación y deseaban salir pero se perdían en laberintos insondables. De pronto me hundía en túneles secretos y en ellos divisaba niños famélicos, llenos de huesos, grandes ojos, con dientes grandes y sus manos extendidas como deseosos de asirse a las paredes, más allá jóvenes devorando huesos de murciélago y succionando hojas amarillentas que se adherían a sus manos pegajosas y aquel aquelarre de fantasmas danzaba de pronto, cantaba y lloraba al mismo tiempo como si se tratara de fantasmas que devoraban la noche.

Casi no podía respirar y tuve que sentarme en un taburete cercano a un pintor callejero.

-Venga señor, mi papá te hará un retrato, mire él pinto a Pancho Villa y a Benito Juárez, siéntese aquí, se ve usted muy cansado, repose un poco. Por solo tres pesos usted pasará a la fama.

Más por agotamiento y deseoso de olvidar las imágenes invasoras en mi mente, me senté a su lado y el artista comenzó alegre su trabajo. Al cabo de 20 minutos se acercaron los chiquillos con su madre y se divirtieron viendo mi retrato hecho con lápiz en un cartón casi blanco y tirando más a amarillo. Pagué los tres pesos al artista y seguimos caminando por aquella calle mágica pues deseábamos visitar el zoológico.

Un poco cansados llegamos a la entrada y pronto estábamos frente a tigres, leones, serpientes y chacales y mi hija insistía en leyera mi futuro y yo siempre le contestaba:

-Más tarde.

-Quiero un prestiño, así le llamaba ella a unos grandes y llenos de miel, discos de harina que ofrecía una jovencita de escasos diez años. No me quedó escapatoria, metí mi mano en la bolsa izquierda de mi camisa, creyendo que ahí encontraría unas monedas y mis dedos, accidentalmente chocaron contra el papelito del futuro y al sacar mi mano cayó al suelo. Mi hija lo juntó y sin pedir permiso, lo abrió y leyó en voz alta:

_Serás escritor.

Y Salió corriendo mientras entre risas decía:

-Papá será escritor, jajajajajaja.

Yo me quedé pensativo y con una maliciosa sonrisa, me dije:

- Si por lo menos ese mentiroso pajarillo le hubiese agregado otra palabra. 

 

Sebastián Rojo (Seud.)

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SEBASTIÁN ROJO

 (seud.)

(1966)

 

Sebastian Rojo, nació en Heredia en el año 1966. Realizó varios cursos de Historia del Arte en la Universidad de Costa Rica y posteriormente estudió filosofía y pedagogía en Bélgica. Ha trabajado en varios países de Centroamérica en ONG's dedicada a la prevención del SIDA y al acompañamiento de las personas viviendo con esta enfermedad. Ha escrito poesía, novela y cuento. Actualmente vive y trabaja en Estados Unidos.

 

 

LO QUE HA ESCRITO SEBASTIÁN ROJO

 

 

NOVELA

 

1. Como una candela al viento: 2009

 

Como una candela al viento, es la primera novela del escritor costarricense Sebastián Rojo1 (Seudónimo), Su estructura formal comprende cinco capítulos y un epílogo. Es una novela circular y utiliza la situación inicial como punto de partida con "La fiesta del milenio y termina la novela con la despedida de Manuel con la misma gran fiesta, cuando se va rumbo a Honduras a iniciar un nuevo proyecto de vida. Utiliza el 31 de diciembre del año 2000, fin del milenio como fecha importante de fin e inicio de un siglo.

Es una novela que a pesar de utilizar sobre todo un narrador testigo que tiene un conocimiento omnisciente, cercano al sujeto de enunciación biográfico, pues forma parte de la historia que narra, suele dar bastante autonomía a los personajes, Manuel, Eduardo, Octavio, Rafa, grupo de amigos gay que constituyen el grupo de las hermanitas del Corazón agonizante de Jesús. Y esto hace de la novela una entrada en el mundo privado de estos seres humanos que a través de la introspección propia de los actores y la visión cercana del amigo narrador, ofrece esa visión desconocida, de los jóvenes gays. El lector entonces asiste en la lectura a un mundo desconocido, apenas sospechado lleno de prejuicios, miedos, frustraciones, hipocresías, programaciones sociales superficiales que satisfacen el parecer en detrimento del ser. Es el inicio de la situación familiar que viven los jóvenes que escogen por propia decisión y un imperativo profundo de su ser la inclinación sexual de una pareja de su mismo sexo. Es el comienzo del vía crucis de los gays desde sus propias familias, las actividades sociales de las amistades y parientes cercano y no tan cercanos, del vecindario, del pueblo y hasta del cura. No es fácil para ellos ser diferente en un mundo de iguales y menos cuando se trata de las preferencias e inclinaciones sexuales.

 

Con esta fiesta de amigos y encuentro de iniciación con este claro ritual casi orgiástico da inicio la novela, el cruento camino de su descubrimiento personal, la vida aceptada y real de sus propias decisiones, su proyecto vital a pesar de todo, de las familias, el parecer social, los silencios, los maltratos, los desprecios de amigos y cercanos, el pecado para los creyentes y la condenación por escoger el camino prohibido. Es en esta primera fiesta de amigos, en este encuentro de fin de año, cuando se abren a los ojos del lector ese mundo apenas sospechado con toda naturalidad. Es un inicio de un viaje no solo de los jóvenes sino de espacios, lugares de encuentros, búsqueda de su felicidad, de su identidad, de su ser. Y, creo, sin temor a equivocarme, es la primera novela donde el lector asiste al conocimiento de un mundo privado, sin tapujos, sin indirectas, sin ocultamientos, sin ironías, sin disimulos, sin excusas, natural y real. No hay hipocresías en los personajes de la novela, son como son y no ocultan, ni les interesan sus propias acciones, vivencias, sufrimientos y gozos. Se abre el amor entre ellos de forma natural y lleno de un profundo humanismo. Los personajes sufren celos, indiferencias, olvidos, rechazos, como en cualquier pareja de enamorados  y también los resultados y consecuencias de los excesos, sus adicciones, sus errores y sus equivocaciones. Pasan por anhelos, ideales, pasiones, desengaños, sufrimientos y como ninguno otro la censura social moral e hipócrita de la sociedad. Y para cerrar el vía crucis se abre la virtualidad  en un inicio y certeza al poco tiempo del SIDA. La trágica enfermedad estigma que los señala y los discrimina aún más al convertirlos en despojos humanos. Eduardo morirá como consecuencia de esa enfermedad, solo, lejos de su familia, abandonado, peor que un indigente y solo asistido por su pareja y amigos gays. Aquí la novela y las narraciones de los hechos por un narrador testigo, amigo y gay, se torna tierna, dolorosa, humana. Es la muestra cruel del despojo humano de sus valores más sagrados como lo es la solidaridad, el amor, la comprensión y la tolerancia. No existe sensibilidad alguna cuando se trata de estas personas y pone en evidencia el egoísmo, la deshumanización de una sociedad materialista, enajenante y enajenada. El lector asiste en su lectura a una exhibición real de esta sociedad degradada, desde 1999 hasta 2003, un pedazo de su historia, y la victimización de costarricenses cuyo pecado no ha sido otro que tener libremente inclinaciones sexuales diferentes a las mayorías. Se hace patente el decir de Lucien Goldman.  "Quien busca valores en una sociedad degradada, muere degradado". Así murió Eduardo, uno de tantos que posiblemente mueren cada día.

 

"Si uno de ellos sufre, todos, -de algún modo- experimentan el dolo. Él estaba infectado, era un paria, se había convertido en un intocable, y aunque su idea original era sencillamente desaparecer del mapa, ahí estaba con ellos, y la desgracia se pasa nunca está contenta con el daño que causa, siempre quiere más". Pág. 22.

 

No obstante la vida sigue y hay que vivirla, sin importar los obstáculos que haya que afrontar y ellos los tuvieron de todas las maneras y categorías. La madre de uno de ellos, al enterarse de la naturaleza de su hijo, pues los rumores corrían como ríos desbordados en los pueblos, le dice:

 

" -Usted sabe hijito que la homosexualidad es un pecado muy grave, pero no se preocupe, Dios no puede dejarnos de la mano" P. 44.

 

Y hay quienes no se percatan que las programaciones sociales permanentes cosifican a través de ellas las mismas programaciones neurológicas y lingüísticas. Somos y nos convierten en seres para la sociedad, su parecer, y qué precio debe el joven pagar por ser diferente.

 

"Terminé la secundaria sin saber quién era aferrado con desesperación a una imagen de mi mismo del todo falsa y dolorosamente ridícula" P. 45.

 

Y antes de morir Eduardo como consecuencia del SIDA: dice el narrador:

Eduardo cometió la imprudencia de hablar sobre lo que estaba ocurriendo con su director espiritual. La respuesta del joven religioso italiano fue rotunda y despiadada:

 

-De todos los pecados, el que ustedes cometen es el peor -y a continuación le pidió que le explicara con más detalles lo que hacían juntos él y Ramiro, para poder aconsejarlo mejor, por supuesto".P. 67.

 

Y algo más deja esta novela en el lector. Le conduce y hace evidente los lugares públicos, bares, salas, gimnasios, etc. sobre todo en San José, pero también en otros sitios del valle y las playas, donde suelen asistir en forma exclusiva los gays. Unos pueden, por su condición económica vagar por las calles pero en la novela se hacen del conocimiento los lugares más sofisticados y exclusivos. Y son bastantes y un buen negocio para sus dueños. También hay bastantes referencias a otros países como Nicaragua, Guatemala y Honduras pero sobre todo a Europa pues uno de ellos logra una beca para especializarse en Bélgica y ahí conoce otros gays y tiene relaciones íntimas con alguno de ellos.

 

Es en el último capítulo donde ese proceso de vida- muerte, llega al clímax con el asesinato de Octavio, El Nica, un profesional del Banco, clase alta media, y residente en uno de los barrios distinguidos de San José.  La novela abre entonces este cierre casi como lo haría una  obra policiaca, con el OIJ tras el criminal sin lograr esclarecerlo como es lo esperado pero eso sí se monta el escándalo del siglo y desnudan a los ya expuestos jóvenes gays con toda su voracidad despiadada e inhumana. Ellos fueron las víctimas del crimen, no solo por la muerte de su amigo, sino por ser expuestos como escorias de la sociedad.

 

Vean como se da la noticia en los medios de comunicación masiva:

 

"El Residencial Los Colegios, en Moravia, se tiñó desangre anteayer por la noche cuando un hombre fue asesinado con arma blanca. Se trata de Octavio Briceño Rocha, nicaragüense radicado en nuestro país desde hace varios años. El ahora occiso fue brutalmente agredido con un cuchillo de cocina que le perforó varios órganos, principalmente en el área del cuello, aunque también en el pecho y el abdomen.

De acuerdo con fuentes policiales cercanas al caso, el supuesto agresor es un carpintero que desde hace varios meses trabajaba para Briceño. Trascendió que ambos hombres estaban ligados no solamente por vínculos laborales. Sospecha que parece confirmar el hecho de que se encontraron, en la escena del crimen, latas de cerveza, colillas de cigarro, restos de comida y una caja de condones.

Los familiares del principal sospechoso, un hombre de apellidos Solís Rodríguez, de veinticuatro años , informaron que éste abandonó la casa hace dos días, llevando consigo unas pocas pertenencias y sus documentos d viaje. Hasta el momento se desconoce su paradero. Si usted tiene alguna información sobre este caso por favor comunicarse al teléfono...

Briceño Rocha, de treinta y seis años tenía un año de laborar como jefe del departamento de créditos especiales del Banco Nacional y sus compañeros le describen como una persona trabajadora y de innegables cualidades humanas".Pp. 132-133.

 

La novela termina con la fiesta de despedida de Manuel y su viaje a Honduras. Es el viaje de renovación, de cierre entre la muerte y la vida. Manuel se convierte por su propia voluntad en un trabajador social en un centro de rehabilitación y vida de pacientes enfermos de SIDA y otras enfermedades, de hombres y mujeres desheredados de la sociedad y despreciados. Es un renacer de la vida en la misma muerte. Así cierra el ciclo esta novela.

 

Nos agradó la obra por dos razones fundamentales. Primero porque pone al descubierto un mundo privado estigmatizado con ferocidad por la religión y los prejuicios sociales y lo hace con naturalidad, sencillez y profundamente humano. No hay supuestos, explicaciones ni justificaciones sino vivencias, muy dolorosas por cierto pero verosímiles. Y por último, porque no es moralista ni pretende encaminar a nadie sobre una doctrina, ni una posición ideológica. Solo existe la desnudez de una sociedad degradada e hipócrita, HOY y no del pasado, que destruye al ser humano por la simple razón de no pertenecer al mundo de los iguales, de los corrientes, de los aceptados y programados, según los cánones religiosos y morales de la sociedad católica.

 

Por cierto el título lo toma de una canción de  Elton John Candle in the Wind, como homenaje a Marilyn Monroe, la mujer que habían convertido en símbolo sexual:

 

"Ella había terminado convirtiéndose en un verdadero ícono, símbolo de un siglo trágico, superficial y violento. Su vida había sido exactamente eso: una candela al viento, hasta que una sobredosis de barbitúricos la apagó para siempre" P. 153.

 

 



1 Rojo, Sebastián. Como una candela al viento. Ed. Costa Rica, San José, 2009.

 

 

Allan Gerardo Trigueros Vega

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Allam Trigueros Vega (1966)

ALLAM GERARDO TRIGUEROS VEGA

(1966)

 

 

Allam Gerardo, nació en Alajuela el 18 de mayo del año 1966. Es de profesión Periodista y Administrador de Empresas. Redactor y articulista en varios medios escritos del país y presentador televisivo en temas de política y sociología.

 

LO QUE HA ESCRITO ALLAM GERARDO TRIGUEROS VEGA

 

NOVELA

 

1. Señor Alcalde. Utopía de un político: 2010

 

Ésta es la primera novela que publica Allam1



1 Trigueros Vega, Allam. Señor Alcalde.Utopía de un político. Ed. Guayacán, San José, 2010.

Y Entré... Cuento de Jacqueline Coto

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No tenía con quién compararse porque vivía solo. Su casa era más bien una taberna, o como una taberna llena de botellas, mayoritariamente vacías, de exterior polvoso, de ese que altera los colores. Casi todas cafés. Me gusta el ron de caña, se decía. Armando no se refleja en casi ninguna superficie de su taberna, no tiene espejos, entonces no se ha percatado de lo gordo que está, no se siente, no se pesa, o no pesa su masa ósea y muscular porque no lo necesita ¿Feliz yo? El más feliz de los hombres de la tierra. Ese era su saludo para recibir el día, o la noche, no lo sabía, el cortinaje era oscuro, como oscuras eran las manchas de su rostro, manchas suciedad, de vagancia. Aunque no siempre estaba sucio y no siempre era vago.

¡Armando! De nuevo no me contesta. Hago señas. Toco el vidrio. Tengo mis pies en puntillas y mi nariz casi toca los cristales que de sucios ya no parecen cristales, tomo de mi bolso la libreta y pienso que si me contesta, que si me abre la puerta, anotaré exacto su primer gesto, seguramente soy yo la primera que lo visita en mucho tiempo ¿En cuánto tiempo? Y me miro a mí misma, tengo días añeja. No encuentro mi lapicero. Armando se ha ido, ya no está en el escritorio. Ha pasado el aguacero. Ahora puedo caminar tranquila, quitarme los zapatos y ver lo que otros piensan, solo así lo consigo, si me dejo los zapatos sólo veo sus risas, sus fealdades, su superficie. Ahora camino, lo húmedo que queda del pavimento no me quema, como cuando lo hago en día soleado, por eso es que Armando no lo hace, ni aunque llueva; pero él me enseñó a hacerlo, él me lo dijo y ahora no quiere atenderme. Armando es un traicionero.

Avanzó el tiempo, avanza sin poder detenerlo, lo noto en mis pupilas, en mi esclerótica amarillenta, en mi poca necesidad de sueño. Ya no como, no lo consigo, no lo requiero ¡Armando! Armando duerme sentado por eso no me escucha, porque de ese modo se concilia mejor el sueño y favorece el ensueño, sueña conmigo, lo sé, me lo dicen sus párpados contraídos y su frente arrugada. Que mueva sus manos, que las mueva. Me ha dicho que cuando nos pasa eso y alguien nos mira debe despertarnos, porque algo malo sucede, las manos deben estar quietas, dormir más que otras partes del cuerpo, ponerse calmas, porque con las manos se trabaja y no es momento de trabajar. No lo es ¿Hace cuánto no lo es? ¿Hace cuánto Armando no trabaja y hace cuánto yo tampoco trabajo? Toco intensamente. Mejor no. No quiero retirarme, velaré por su salud, aunque parezca que no la tenga...

¿Yo? ¿Quién era? Seguramente una niña que se hizo vieja. O una joven enamorada ¿De nuevo con eso? Me asedian las preguntas y no quiero responderlas. "La voluntad es lo único que se tiene". Y la tengo, la tengo para asentir y la tengo para negarme. Me niego. Me niego a mí. Me niego.

Por la taberna parece que pasó un baile, de esos que despiden a las solteras, o a los solteros; hay una estructura metálica al centro, una tarima, varias guitarras ¿Y Armando? Armando está tirado en el suelo, pero no está muerto. Me dijo que cuando muriera se sonreiría y no está sonriente; está de costado, con las rodillas casi en el pecho, la camisa descosida, desabotonada. Yo miro por los agujeros, me dijo que cuando mirábamos por uno de ellos, la realidad se nos hacía pequeña, y yo quiero una realidad pequeña, porque cuando se vuelve grande, sobre todo muy grande, me asusto y no quiero. No quiero que me pase como a Armando que se asustó un día y tuvo que meterse en la taberna. No me abrió la puerta. Camino de nuevo, pero con los zapatos puestos, entonces veo el cutis de la gente, son escasas las personas bellas, veo muchos colores y muchos movimientos, hay ruidos sobre las aceras, hay conversaciones que no puedo seguir, hay personas que se aceleran. Meten quinta. Así me lo decía Armando, si no lo hacen les ganan en la fila, o molestan a sus jefes o les cierran la farmacia y eso no es correcto. Hay que hacer lo correcto. Sí, por eso vengo, por eso toco la puerta, porque necesito preguntarle, pero más que eso necesito que me conteste ¿Por qué me contagio, por qué corro a veces, por qué me pongo triste, por qué temo? Yo también quiero una taberna.

Mis manos sí se mueven cuando sueño y nadie me despierta. Las muevo hacia arriba yo sé, como pidiendo algo, pero, ¿cómo puedo saberlo si estoy dormida? Lo sé, estoy segura que lo sé, dormir es una excusa, una justificación para asegurar que no nos dimos cuenta, que no supimos nada, que las imágenes llegaron solas y no hicimos que vinieran. Las muevo así, fuerte, fuertísimo hasta que me duelan y no alcanzo las naranjas, eso es lo que quiero. Me desperté pensando en naranjas.

Armando también las quiere, seguro por eso no me abre la puerta, porque cuando me siente (aunque esté dormido o tirado en el suelo), no huele las naranjas, él dice que no hace falta estar de frente o tener los olores demasiado cerca, él podía oler por el concreto y me enseñó a mí, por eso sé que no tiene ron de caña, que las botellas están vacías, que eso parece una taberna, por ese olor, ese olor de despedida de soltero. Volví a ponerme los zapatos, no me importa ver siquiera las caras, quiero evitarlo, no me interesa. Armando quiere naranjas. Yo quiero naranjas. No las alcancé mientras dormía, mientras me excusaba, ahora que estoy despierta las alcanzaré, pero no de mi árbol de mango, tengo que salir de este patio terroso y triste.

Armando quiere naranjas, Armando las quiere y si yo las consigo y él las huele, entonces abrirá la puerta, estarán sus pies descalzos y hablaremos como antes, me dirá qué debo hacer ahora, a quién buscar, dónde vivir, qué comer, cómo actuar, me dirá las horas de descanso y organizará mis labores o me eximirá de mis labores, él sabrá. Camino más rápido, no me asusta la finca, ni la cuesta empinada, ni los sonidos que se ensordecen porque nadie los escucha, no me asustan las aguas, ni las amenazas de oscuridad, camino mucho más rápido, el calor me sube de las piernas al rostro, mis piernas se hacen más gruesas. No temo. Camino. Mis manos producen agua, mi frente, mi cabello se adhiere a ella en algunas partes. Armando tendrá todas las naranjas que quiera. Se las daré. Busco una bolsa, un canasto. Busco en la tierra, cerca de los árboles un palo que me permita alcanzar, están arriba, muy arriba y mi estatura no me deja, me subiré al árbol, que aunque débil me aguantará  y si no me aguanta caeré al suelo, pero no sin tener una naranja en la mano, en la mano derecha. Armando siempre me dijo que la derecha manda, que caminara a su derecha y así un día, mandaría por completo...

Armando yace de pie en un cuarto oscuro, en el más oscuro de su taberna, con un brazo cruzado y el otro en diagonal cubriendo su barbilla con la mano. Armando huele, es un olor cítrico que irrita sus fosas pero que estimula sus nervios ópticos, Armando mira, mira claridad donde parece que no la hay, mira movimiento pese a permanecer estático, se mira caminando, corriendo a pasos agigantados... Armando corre y mientras corre se agita, el lugar se vuelve amplio, caluroso, colorido. La puerta se abre, Armando saborea una naranja, yo miro, no ha respondido ninguna de mis preguntas, ahora soy yo quien yace en el suelo.

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