Y Entré... Cuento de Jacqueline Coto

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No tenía con quién compararse porque vivía solo. Su casa era más bien una taberna, o como una taberna llena de botellas, mayoritariamente vacías, de exterior polvoso, de ese que altera los colores. Casi todas cafés. Me gusta el ron de caña, se decía. Armando no se refleja en casi ninguna superficie de su taberna, no tiene espejos, entonces no se ha percatado de lo gordo que está, no se siente, no se pesa, o no pesa su masa ósea y muscular porque no lo necesita ¿Feliz yo? El más feliz de los hombres de la tierra. Ese era su saludo para recibir el día, o la noche, no lo sabía, el cortinaje era oscuro, como oscuras eran las manchas de su rostro, manchas suciedad, de vagancia. Aunque no siempre estaba sucio y no siempre era vago.

¡Armando! De nuevo no me contesta. Hago señas. Toco el vidrio. Tengo mis pies en puntillas y mi nariz casi toca los cristales que de sucios ya no parecen cristales, tomo de mi bolso la libreta y pienso que si me contesta, que si me abre la puerta, anotaré exacto su primer gesto, seguramente soy yo la primera que lo visita en mucho tiempo ¿En cuánto tiempo? Y me miro a mí misma, tengo días añeja. No encuentro mi lapicero. Armando se ha ido, ya no está en el escritorio. Ha pasado el aguacero. Ahora puedo caminar tranquila, quitarme los zapatos y ver lo que otros piensan, solo así lo consigo, si me dejo los zapatos sólo veo sus risas, sus fealdades, su superficie. Ahora camino, lo húmedo que queda del pavimento no me quema, como cuando lo hago en día soleado, por eso es que Armando no lo hace, ni aunque llueva; pero él me enseñó a hacerlo, él me lo dijo y ahora no quiere atenderme. Armando es un traicionero.

Avanzó el tiempo, avanza sin poder detenerlo, lo noto en mis pupilas, en mi esclerótica amarillenta, en mi poca necesidad de sueño. Ya no como, no lo consigo, no lo requiero ¡Armando! Armando duerme sentado por eso no me escucha, porque de ese modo se concilia mejor el sueño y favorece el ensueño, sueña conmigo, lo sé, me lo dicen sus párpados contraídos y su frente arrugada. Que mueva sus manos, que las mueva. Me ha dicho que cuando nos pasa eso y alguien nos mira debe despertarnos, porque algo malo sucede, las manos deben estar quietas, dormir más que otras partes del cuerpo, ponerse calmas, porque con las manos se trabaja y no es momento de trabajar. No lo es ¿Hace cuánto no lo es? ¿Hace cuánto Armando no trabaja y hace cuánto yo tampoco trabajo? Toco intensamente. Mejor no. No quiero retirarme, velaré por su salud, aunque parezca que no la tenga...

¿Yo? ¿Quién era? Seguramente una niña que se hizo vieja. O una joven enamorada ¿De nuevo con eso? Me asedian las preguntas y no quiero responderlas. "La voluntad es lo único que se tiene". Y la tengo, la tengo para asentir y la tengo para negarme. Me niego. Me niego a mí. Me niego.

Por la taberna parece que pasó un baile, de esos que despiden a las solteras, o a los solteros; hay una estructura metálica al centro, una tarima, varias guitarras ¿Y Armando? Armando está tirado en el suelo, pero no está muerto. Me dijo que cuando muriera se sonreiría y no está sonriente; está de costado, con las rodillas casi en el pecho, la camisa descosida, desabotonada. Yo miro por los agujeros, me dijo que cuando mirábamos por uno de ellos, la realidad se nos hacía pequeña, y yo quiero una realidad pequeña, porque cuando se vuelve grande, sobre todo muy grande, me asusto y no quiero. No quiero que me pase como a Armando que se asustó un día y tuvo que meterse en la taberna. No me abrió la puerta. Camino de nuevo, pero con los zapatos puestos, entonces veo el cutis de la gente, son escasas las personas bellas, veo muchos colores y muchos movimientos, hay ruidos sobre las aceras, hay conversaciones que no puedo seguir, hay personas que se aceleran. Meten quinta. Así me lo decía Armando, si no lo hacen les ganan en la fila, o molestan a sus jefes o les cierran la farmacia y eso no es correcto. Hay que hacer lo correcto. Sí, por eso vengo, por eso toco la puerta, porque necesito preguntarle, pero más que eso necesito que me conteste ¿Por qué me contagio, por qué corro a veces, por qué me pongo triste, por qué temo? Yo también quiero una taberna.

Mis manos sí se mueven cuando sueño y nadie me despierta. Las muevo hacia arriba yo sé, como pidiendo algo, pero, ¿cómo puedo saberlo si estoy dormida? Lo sé, estoy segura que lo sé, dormir es una excusa, una justificación para asegurar que no nos dimos cuenta, que no supimos nada, que las imágenes llegaron solas y no hicimos que vinieran. Las muevo así, fuerte, fuertísimo hasta que me duelan y no alcanzo las naranjas, eso es lo que quiero. Me desperté pensando en naranjas.

Armando también las quiere, seguro por eso no me abre la puerta, porque cuando me siente (aunque esté dormido o tirado en el suelo), no huele las naranjas, él dice que no hace falta estar de frente o tener los olores demasiado cerca, él podía oler por el concreto y me enseñó a mí, por eso sé que no tiene ron de caña, que las botellas están vacías, que eso parece una taberna, por ese olor, ese olor de despedida de soltero. Volví a ponerme los zapatos, no me importa ver siquiera las caras, quiero evitarlo, no me interesa. Armando quiere naranjas. Yo quiero naranjas. No las alcancé mientras dormía, mientras me excusaba, ahora que estoy despierta las alcanzaré, pero no de mi árbol de mango, tengo que salir de este patio terroso y triste.

Armando quiere naranjas, Armando las quiere y si yo las consigo y él las huele, entonces abrirá la puerta, estarán sus pies descalzos y hablaremos como antes, me dirá qué debo hacer ahora, a quién buscar, dónde vivir, qué comer, cómo actuar, me dirá las horas de descanso y organizará mis labores o me eximirá de mis labores, él sabrá. Camino más rápido, no me asusta la finca, ni la cuesta empinada, ni los sonidos que se ensordecen porque nadie los escucha, no me asustan las aguas, ni las amenazas de oscuridad, camino mucho más rápido, el calor me sube de las piernas al rostro, mis piernas se hacen más gruesas. No temo. Camino. Mis manos producen agua, mi frente, mi cabello se adhiere a ella en algunas partes. Armando tendrá todas las naranjas que quiera. Se las daré. Busco una bolsa, un canasto. Busco en la tierra, cerca de los árboles un palo que me permita alcanzar, están arriba, muy arriba y mi estatura no me deja, me subiré al árbol, que aunque débil me aguantará  y si no me aguanta caeré al suelo, pero no sin tener una naranja en la mano, en la mano derecha. Armando siempre me dijo que la derecha manda, que caminara a su derecha y así un día, mandaría por completo...

Armando yace de pie en un cuarto oscuro, en el más oscuro de su taberna, con un brazo cruzado y el otro en diagonal cubriendo su barbilla con la mano. Armando huele, es un olor cítrico que irrita sus fosas pero que estimula sus nervios ópticos, Armando mira, mira claridad donde parece que no la hay, mira movimiento pese a permanecer estático, se mira caminando, corriendo a pasos agigantados... Armando corre y mientras corre se agita, el lugar se vuelve amplio, caluroso, colorido. La puerta se abre, Armando saborea una naranja, yo miro, no ha respondido ninguna de mis preguntas, ahora soy yo quien yace en el suelo.

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