La Cocaleca

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LA COCALECA

 

La Cocaleca era el súper del pueblo, de Calle Víquez, la pulpería que ocupaba el corazón de todos los vecinos. Ahí se fraguaban los negocios, las ventas de ganado, los fletes de leña, lo mismo que se conocían todos los chismes del barrio. Era de libre acceso y no cobraban por entrar o pasar horas sentado en las espaciosas ventanas o las banquillas de reglas y si el campo en ellas estaba ocupado, se acudía a los sacos de frijoles, arroz o maíz que se apiñaban en la espaciosa sala frente al mostrador.

Tenía luz eléctrica, así que ahí oíamos las series de Los Tres Villalobos, Doña Chinda y Tranquilino o la famosa Rafaela y qué decir de las novelas que hacían llorar a tantas señoras y la misma dueña y dependiente Chula.

¡Que no se vendía en esa pulpería, desde canfín, dulce hasta guarao de caña, calzones nilón como los llamaba Chula, lúmberes (blumers o calzones), estampas de la virgen Auxiliadora o de la Santísima Trinidad. Todo al menudeo y acompañado por rezos, ruegos, saludos y unos cuantos chismes de feria. Melcochas estrella, premiadas y caramelos con versos adentro, eran mercancías muy apetecidas por los niños.

-Benis, supiste que vino Rinson, ese de los estados fruncidos, y vieras Benis, se lo van llevando en un meliscóspero allá por el Irazú, y volaban rasito por el monte cuando van viendo dos caláveres acuestados todos cubridos de yerba. ¡Qué chachada más grande, la que ocurrió! ¿Ahora qué van a pensar esos gringos de nojotros!

Y seguía con sus historias.

-Vieras Benis, que el tal Witras, está enamoradito de Albita, y se pega unas jumas por ella que señor pa'qué le digo. Bueno por lo menos ahora trabaja en la firisture, ahí donde hacen llantas y por lo menos ya tiene ese trabajillo para que no pase de vago midiendo la calle.

Se duraba más oyendo sus historias y chismes que el tiempo del mandado. Pero nuestra delicia se daba en las tardes cuando llegaban los clientes del ocio. Ya después de las cuatro de la tarde se veían venir, uno a uno, don Fabio, Charía, Plinio, Julio Macuá, Emili, Gonzalo y tantos otros que solícitos se reunían en la Cocaleca a contar historias de muertos, aparecidos, duendes, brujas y sustos y chismes de vecinas mal portadas. No quedaba alma sin escapulario, nadie se salvaba de esas lenguas, unas pícaras, otras inocentes y las más vivarachas y choteadoras. Y en muchas ocasiones se ponían a jugar naipe en la modalidad de Ron. Los chiquillos ya pasaditas las seis, disimuladamente salíamos a toda prisa y jadeando llegábamos a nuestras casas, después de brincar pozos, charcos y terneros y mirar celosamente para atrás y las cercas de la calle por si nos seguían los espíritus y las luces de muerto que tanto nos atemorizaba.

Frente a la pulpería estaba la Calle Víquez que partía desde La Quebrada Seca, nombre original del Cantón, hasta llegar a la Rusia, cerca de la fábrica de llantas La Firestone, límite con La Ribera de Belén y la capilla destinada a María Auxiliadora y San Juan Bosco. Esa calle, llena de piedras, tierra y zacate, era la cancha de fútbol que recibía todas las tardes los chiquillos y grandotes para realizar las clásicas mejengas: todos contra todos y sin árbitro. Un muro de concreto que protegía la capilla nos servía para hacer jugadas de pared y burlar al contrincante. Lo mismo servía una toronja, una vejiga de chancho, una bola de lona o de trapo que una moderna de coyunda para dejar los dedos sin uñas y las espinillas llenas de moretes, lo cierto es que las contiendas solo se interrumpían cuando había que sacar la bola del cafetal vecino o la noche sin luna llegaba y ya confundíamos la bola con los pies del rival.

Y La Cocaleca poco a poco se fue convirtiendo en el club de nuestro equipo, ahí guardábamos los trofeos ganados que Chula exhibía en las urnas y Rafaelito Niguas se hincaba todos los días, se santiguaba frente a ellos y elevaba unas oraciones al cielo.

Esta pulpería fue templo, escuela, hogar y centro de diversión de todos los vecinos del barrio. Vale la pena recordarla pues le debemos tanto a ella, a Chula, y a todos los que convivían sus congojas, limitaciones, alegrías y sollozos. Ahí se fueron gestando los proyectos, los avances, el futuro de todos nosotros. Lugar de aprendizaje, descanso, entretenimiento, y de paz.

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