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¡Para justicias, el tiempo! Cuento de Manuel González Zeledón.(Magón)

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PARA JUSTICIAS EL TIEMPO

 

Manuel González Zeledón (Magón)

 

Fue en la Nochebuena de 1872 y, si hubiera sido en la de 1912, mis recuerdos no serían más claros. Esa noche cumplíamos años Nuestro Señor Jesucristo y yo, y con tan plausible motivo, en mi casa se armaba la gorda, pues mi familia ponía portal y, de refilón, me celebraba el natalicio. Por lo menos, yo me creía que todas las fiestas, músicas, villancicos, bailes de pastores, juegos pirotécnicos y demás jolgorios, no tenían otro objetivo que el de celebrar el aniversario de mi venida a éste que yo entonces juzgaba como valle de miel y hojuelas. Además, acababa yo de laurearme de Doctor en Cartilla y Doctrina Cristiana, algo así como in utroque jure, en la jamás bien ponderada recordada escuela de primeras letras de doña Eusebia Quirós, precursora de Froebel y de todos los kindergardens. De modo que mi cumpleaños, la terminación de mi carrera primaria, y la coincidencia de se Nochebuena, vinieron a presentar excusa para inusitadas alharacas.

No sé si fue con motivo de tales acontecimientos, pero es el caso que, para esa noche, se anunciaba la inauguración en la Plaza Principal del Circo Ciarini (Ciarini lo llamaba la Historia), el primero que llegaba a Costa Rica con leones, tigres y cebras, el primero que nos hacía el grandísimo honor de presentarnos el gran salón Leotard, y el primero que nos distinguía con las desternillantes gracejadas de un clown, "envidia de arlequines y payasos en el universo entero". Así lo decían los grandes cartelones que ostentaban sus brillantes colorines en todas las esquinas, hasta en la de mi casa, en donde un furibundo tigre de Bengala, azotado por un hermoso gladiador romano, saltaba por entre un aro de llamas que a gran altura sostenía una gladiadora romana, en tanto que, montados en el lomo de un leonazo de Numidia, hacían ejercicio unos gladiadorcitos, también romanos.

De fondos andaba yo sumamente escaso; la entrada a gradería, para esa función de circo, "para niños menores de diez años, cincuenta centavos; para adultos, un peso". Eso costaba. Yo era niño menor de diez años, pero no tenía la menor idea de lo que era ser adulto, y como al "torcido todas se le hacen", nada de extraño tendría que fuera yo a resultar adulto, justamente cuando menos necesitaba serlo. Había que poner en claro ese punto interesantísimo, antes de echarse por el mundo en busca de los reales para la entrada. Afortunadamente, Juan Castro, viejo soldado del 56, y encalador oficial de mi morada, me sacó de la tremenda duda. Estaba el hombre echando sapos y culebras, por la pegada del cartelón en la parte recién encalada de nuestra casa, cuando me acerqué a él con mi consulta.

-¡Hombre, Juan!, ¿quiénes son los que son adultos?

-¿Qué's la cosa?

-Que si vos sabés que's adulto.

-Claro que sé, ¿pa qué querés saber?

-Para la entrada del circo.

-Pa vos son de a cuatro reales; dejá de estarme jorobando y largáte de aquí con tus geografías.

Se me quitó un gran peso de encima. Juan, tendría sus razones para no explicarme el significado de la misteriosa palabra, pero ya sabía yo que, fuera lo que fuera, a mí no me tocaba. Y me largué en busca del empréstito.

Vendí mis bonos a la par, sin interés ni comisión y a cinco sábados de plazo, a mi padrino bautizante, e Excelentísimo doctor don Martín Mérida, Enviado Extraordinario de la República de Guatemala en Costa Rica, e hipotequé mi palabra de honor, libre hasta entonces de toda clase de gravámenes y servidumbres. A la memoria de mi ilustre padrino debo infinitos respetos y cariños por mil otros servicios y bondades pero ése ocupa preferente lugar en mis recuerdos. ¡Que Dios se los haya tenido en cuenta, si de abonos de alguna especie hubiere necesitado aquel cumplido ministro de Dios y de su patria, excelente caballero y noble amigo!

Y como yo era "niño menor de diez años", y tenía en mi bolsillo los consabidos "cincuenta centavos", al circo me fui derechito a comprar mi entrada y asiento de gradería. Eran las tres de la tarde, y los anuncios marcaban las ocho de la noche, como hora para dar comienzo al espectáculo.

Naturalmente, la boletería aun no estaba abierta; en la espaciosa carpa extendida en la esqina sudeste de la Plaza Principal, y adornada con banderolas y gallardetes de todos los colores y nacionalidades, se llevaba a cabo la faena de aplanar el redondel, en donde los caballos habrían de ejecutar sus proezas, y de cubrirlo con serrín de madera que estaba amontonado al lado de la carpa. Las fieras, la maravillosa cebra, la colección de monos sabios, los caballos, los ponies, la mula mañosa, y demás elementos de la colección zoológica, estaban ya ocupando una pequeña carpa vecina a la del espectáculo; los mozos no se daban punto de reposo en el arreglo de trapecios y argollas, garfios, roldanas y torniquetes; las grandes farolas o candilejas rebosaban petróleo; los andamiajes de la gradería resonaban a los continuos golpes de martillos y de mazos; las lonas de la inmensa carpa ondeaban a impulsos del viento alisio de diciembre, formando oleajes difícilmente contenidos  por los tirantes de recio cable, y producían ruidos sordos como de lejano trueno. Y en medio de aquel vaivén de peones y maromeros el señor Ciarini, con sus altas botas charoladas y su sombrero chambergo, sus gruesos bigotes y perilla al estilo de la casa de Saboya, y un pequeño látigo que su impaciencia hacía crujir. ¡Qué espléndida figura, qué majestuoso porte!

A él me acerqué con mis cincuenta centavos, y respetuosamente le requerí para que me vendiera el mejor asiento de gradería que pudiera ofrecerme. No se dignó atenderme: con voz imperiosa me dijo:

-Ayude a traer el serrín para el redondel, ¿apure!

Y quedé convertido en sirviente, por obra y gracia de su insolente imposición Estuve acarreando serrín, hasta que el redondel quedó completamente preparado; después me mandaron a acarrear agua para las bestias; el balde era pesado, pero mi energía era inquebrantable; gran parte del agua me bañaba de media pierna para abajo; poca llegaba a la canoa de las sedientas alimañas.

Por fin, todo estaba listo, nos arrojaron fuera de la carpa a todos los muchachos ayudantes, no nos dieron ni las gracias. No las necesitaba. Yo había tenido el honor de conocer al señor Ciarini; había visto el clown, y hasta le había ido a comprar un real d tabacos: había estado a cinco pasos de distancia de la jaula del león, y a seis o siete de la de los tigres; había visto la cebra, y hasta había presenciado el acto de pintarla o repintarla con nitrato de plata, que manchaba los dedos de negro, que ni el jabón podía disolver. Todo lo había visto, observado, catalogado; era el más feliz de los niños menores de diez años que encerraba la tranquila ciudad de San José de Costa Rica, en el mes de diciembre de 1872.

Esperé, cercano a la candileja, a que abrieran la boletería; compré el primer boleto, y corrí con él a casa a lavarme, a peinarme, a sacudirme para volver sin demora a escoger puesto en la gradería, y situarme en el punto más conveniente para gozar de todas las peripecias del espectáculo. No quise comer; al diablo con el apetito; lo imperioso era el Circo, y a él regresé sin demora.

Aun hube de esperar a que la policía, los serenos, llegaran a ocupar sus puestos de vigilantes; nadie me arrancaba de la cuerda que sujetaba la cortina de la puerta de entrada. ¡Por fin...!

La gran candileja central iluminaba con radiaciones de incendio todos los ámbitos de la gran carpa; escogí mi puesto, lo cambié varias veces; éste era demasiado alto, aquél demasiado bajo, el otro no quedaba exactamente en frente del trapecio, éste sí, éste, el mejor sin duda, mirando al espacio en donde se situaba la banda militar, a espaldas del palco del Gobernador, frente al boquete por donde tenían que aparecer los artistas; sí, éste era el "más mejor"; y allí me senté y me acomodé, como si me hubiesen clavado, atornillado con pernos y tuercas.

Fue llegando toda la gente, primero por parejas, luego por grupos, más tarde por montones, y se llenaron las galerías, los palcos, los pasillos; no había en donde echar un alfiler; el Gobernador don Mateo Mora, con su Secretario y el Fiscal, y muchos otros señorones, y señoras con crinolinas y vuelos, y bucles y peinetones, y la banda tocando sus mejores y más incitantes pasos dobles, y los chiquillos vendiendo confites y distribuyendo programas, y el león rugiendo en su jaula, y los tigres maullando como intensísimos gatos, y los monos chillando, y yo en la gloria, como yo me figuraba la que en el Catecismo de Ripalda se promete a los buenos, a los justos, a los inocentes.

De uno de los grupos tardíos que buscó acomodo del lado en donde estaba mi asiento, se desprendió un hombre como de unos veinticinco años, pequeño de estatura, macizo, pelo rizado, ojos azules, barba y bigote rojizos; recorrió con la mirada la galería, y al divisarme se vino derecho a mí, abriéndose campo por entre la apiñada muchedumbre que ocupaba las gradas inferiores; me tomó bruscamente la muñeca, y colocó el dedo del corazón sobre la arteria de mi puño.

-Chiquito, ¿qué es lo que usted tiene? - me dijo con aire de gran preocupación.

-Nada, señor, yo no tengo nada.

Me pasó la mano izquierda por la frente, y me dijo:

Usted tiene una gran calentura, ¿dónde vive usted?

-A dos cuadras de aquí, esquina opuesta al Seminario.

-Pues hijito, corra a su casa a que le hagan algo, porque Ud. Está muy enfermo, corra; yo le cuido el asiento.

La excitación nerviosa en que yo me encontraba, la fatiga de los trabajos del día, el pequeño resfriado que la mojada de las piernas y pies me había ocasionado, y la falta de alimento durante las últimas diez horas, unido a la seriedad con que aquel hombre me hablaba , me sugestionaron al extremo de sentirme acalenturado. Puse toda mi confianza en mi improvisado protector, le entregué mi asiento, y salí escapado para casa a que me hicieran algo, con la esperanza de volver inmediatamente, sin perder ni siquiera la primera parte del programa.

A casa llegué desalado; acudí a mi abuela, que era nuestro médico de cabecera, expúsele mi querella, contéle las circunstancias, y rióse de mi simplicidad.

-¿No tengo calentura? ¿Y cómo el hombre me dijo...?

-No sea abobo, hijito; vuélvase al circo; ese hombre, lo que quería era quitarle el asiento. Ármele un escándalo, pero no lo deje que se lo quite.

¡Mil rayos y mil millones de centellas! ¡Lo que es ese colorado no ríe de mí!

Al Circo volví, lleno de indignación, rabioso, herido en lo más íntimo de mi alma de niño menor de diez años.

Cuando el hombrecillo me vio acercarme, soltó una carcajada que aún resuena en mis oídos. Atropellé a los espectadores, me escurrí entre las gradas, y llegué hasta mi hombre.

¡Déme mi asiento!

-¿Cuál asiento? ¡No venga a molestar!

-¡Que me dé mi lugar, viejo mentiroso...!

Me dio un empellón, me arrojó de la gradería, y llamó a uno de los serenos, a quien me denunció como atropellador y escandaloso. El policía no oyó mi alegato, me amenazó con echarme fuera de la carpa sino me sosegaba; los circunstantes, empeñados en escuchar las gracejadas del gran clown, me ordenaron callar. Comprendí que estaba perdido si pedía que se me hiciera justicia; de nada me valía mi personal amistad con Ciarini; El cielo me había abandonado. Me resigné, y tuve que  pasar el resto de la representación confundido con la multitud en uno de los pasillos, sin poder ver lo que pasaba en el redondel, que yo había ayudado a cubrir de fresco y oloroso serrín de cedro, sin ver la pantomima, sin mirar las piruetas del clown ni sus habilidades con varitas y bonetes; de las fieras, solo los rugidos y aullidos pude escuchar; y muy de tarde en tarde lograba apenas divisar, por entre las piernas y barrigas de los adultos, la regordeta figura de la equitadora, los amplios pantalones del payaso, las patas pintadas de la cebra, y las ruedas de las jaulas de las fieras. Solo el salto Leotard vi, allá en el aire, a prodigiosa altura; el maromero que lo dio, se meció por largo rato en un trapecio; otro maromero colgaba de las corvas, de un par de argollas pendientes del techo; el saltador soltó el trapecio, hizo un giro gracioso en el espacio, y cayó en los brazos del otro, sin sacudimiento, sin precipitación; bajó por una cuerda al redondel; le perdí de vista. El público aplaudió frenéticamente.

Mi hombre, mi pelirrojo, el grandísimo mentiroso que me había arrebatado mi asiento y me había engañado y maltratado, reía, aplaudía, gozaba inmensamente, tanto o más que todo el resto del público. Me sorprendió que gozara, pues yo creía que todos los hombres tenían conciencia; así lo dice el Catecismo de Ripalda. Está equivocado.

A mi vuelta a casa, nada dije; a quienes me preguntaron por la función del Circo, les hice fantásticos descripciones de cuanto había visto, y exageradas apreciaciones del gran salto. Oculté mi humillación, y a nadie confié mi inmenso quebranto.

Cuando llegó la hora de los cánticos y de los villancicos al Niño Dios, todos los muchachos nos acercamos al Portal, y entonamos con los viejos nuestras salutaciones al Salvador del Mundo. Al final, se rezaba un Rosario acompañado de músicas y pólvora, y en una de las partes de éste se hacía la petición, se presentaba verbal o mentalmente la solicitud a Dios de los favores deseados, de las necesidades satisfechas, de los perdones merecidos.

Entonces me acordé de que hay un Dios de justicia, un Señor de todo lo creado, Todopoderoso, para quien todos los peti-colorados del universo, todos los serenos y policías de la Tierra, todos los que se burlan del dolor de los "niños menores de diez años", son como el polvo del camino arrebatado por el viento, como la hoja seca deshecha por la tempestad, como la nube herida por el rayo; y a ese Dios y Señor le pedí justicia para ese instante, para el día de mañana, para dentro de muchos años, pero justicia.

Y siguió la fiesta y la cena de tamales olorosos, y el baile, y, por fin, el sueño, aliviador de todos los pesares.

*******

Era el año 1876, veinticuatro años más tarde.

Entre varios documentos de plazo muy vencido y escrituras hipotecarias que debían ejecutarse, otorgadas a favor de mis poderantes, los señores William Le Lacheur Son, de Londres, campaba en mi escritorio la de un tal Perico de los Palotes, a quien llamé a mi oficina para que me hiciera proposiciones para evitar el remate de la finca.

El día señalado en mi citación apareció el sujeto. Lo reconocí en el acto. Los veinticuatro años no habían borrado sus facciones, no habían cambiado su fisonomía; la misma cabeza rizada, los mismos ojos azules, la misma barba de herrumbre salpicada de manchones blancuzcos, sucios.

-¿Qué desea usted?

Vengo a se llamamiento para ver si logro que me dé un respiro para el pago de mi hipoteca. Las cosechas han sido malas; el precio del café no paga las cogidas; los animalillos no tienen pasto, porque los potreros están secos; parece que me hubiera caído la maldición de Dios. Si me obliga al pago inmediato, habrá que rematar la finca, y me deja en la calle; si me espera, pagaré en un par de años, con intereses y gastos, y me salvo. ¿Qué me dice?

-Siéntese usted y hablemos. Su fisonomía no me es desconocida, me parece haberle visto a usted hace ya muchos años, y si mi memoria no me es infiel fue una noche, Nochebuena, cuando se inauguró en la Plaza Principal un circo, el de Ciarini; estaba yo sentado en la gradería, y ...

-¡Qué memoria tiene usted! Yo apenas recuerdo eso muy vagamente, y solo me lo hace recordar el hecho de que habiendo llegado tarde y no encontrando acomodo, le metí un gran susto a un chiquillo pecosillo, a quien le hice creer que estaba muriéndose. El chiquillo se fue en un temblor para la casa, pero de seguro comprendió de camino el engaño, porque volvió hecho una furia, y armó una gran gritería por su asiento; yo llamé a un policía, éste lo retiró, y yo me quedé tranquilo. Vea señor González, muchos circos han venido después con gangas, pero ninguno me ha hecho la impresión que ese de Ciarini en la noche de su estreno, mi palabra de honor.

- A mí me pasa exactamente lo mismo: ninguno me ha impresionado tanto como ése, en esa noche; no tiene usted más que fijarse cómo me impresionaría, cuando sepa que yo, yo mismo, era y soy el chiquillo pecosillo a quien usted dio el gran susto, a quien usted robó su asiento, y a quien usted, abusando de su tamaño y de su fuerza, de mi flaqueza y de mi insignificancia, arrojó a empellones de la gradería, e hizo ultrajar por la policía no menos brutal e injusto que usted.

-Pero, hombre, ¡quién hubiera creído...!

-Hemos terminado; si dentro de tres días no ha pagado usted su deuda, entablaré la ejecución sin ningún género de contemplaciones; hombres que, como usted, son crueles con un niño, no merecen la compasión de Dios ni de los hombres.

Puede retirarse.

Hubo remate.

¡Para justicias el tiempo!

 

 

El rey y el campesino. Cuento popular polaco

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EL REY Y EL CAMPESINO

 

 

Cuento popular polaco

 

 

El sol se ponía y el viejo campesino llamado Mateo terminaba sus diarias labores agrícolas. A la distancia oyó un canto que el eco repetía entre las sierras. Volviéndose en dirección al sonido, vio una gran comitiva de hombres a caballo que salía del bosque y marchaba por la carretera hacia la aldea. Eran el Rey y sus caballeros que retornaban de la caza. El rey cabalgaba al frente seguido de los grandes del reino y de sus ministros, luciendo todos sus brillantes armaduras, mientras la banda soplaba las cornetas y cantaba canciones.

Era un espectáculo magnífico. Cuando Mateo vio a los caballeros con sus lucientes escudos y armas, no pudo despegar los ojos de ellos. Grande fue su asombro al ver que el Rey hacía detener la caravana con una señal de su mano y se dirigía con tres de sus consejeros directamente a campo traviesa hasta donde él estaba. El viejo campesino se apretó el cinturón, sacudió el polvo de la chaqueta y, con la gorra en la mano, esperó reverentemente la llegada del Rey.

El Rey se acercó al campesino y después de saludarlo le dijo:

_ Buen hombre, no te has levantado lo bastante temprano para hacer todo tu trabajo.

Mateo le replicó:

_ Sí, me levanté temprano, bondadoso y amado Rey, pero Dios Nuestro Señor no me lo permitió.

El Rey le preguntó entonces:

_ ¿Abuelo, cuánto tiempo ha estado en flor ese huerto nevado sobre la cima cubierta de salvia de la montaña?

_Hace ya cuarenta años, gracioso señor -contestó el campesino.

El Rey haciendo con su cabeza un signo de comprensión le preguntó entonces:

_ ¿Cuánto tiempo han estado fluyendo los manantiales de debajo de la montaña?

_ Más de quince años, señor, han estado fluyendo y fluyendo.

_ Hasta ahora bien -dijo el Rey-. Ahora dime: Cuando tres gansos tontos lleguen del Este, ¿Serás capaz de esquilarlos?

_¡Oh, muy bien mi amado Señor!-le contestó inmediatamente el  viejo.

Al oír estas palabras, el Rey le regaló a Mateo un cinturón dorado y se despidió de él, dándole la bendición. Pronto se unió al resto  de la caravana junto con sus tres consejeros y se perdió en seguida entre las nubes de polvo que levantaban los caballos al galopar hacia la capital.

Cuando llegaron a su destino, el Rey, los consejeros y los caballeros celebraron un gran banquete. Cuando terminaron, el Rey pidió a sus consejeros que lo habían acompañado a ver al campesino que le explicaran el significado de las preguntas que le había hecho al campesino y de las respuestas que éste había dado.

Los consejeros pensaron y pensaron durante mucho rato, tratando de adivinar los acertijos, pero ninguna de sus explicaciones satisfizo al Rey. Por último el Rey les dio treinta días para que encontraran las respuestas correspondientes, advirtiéndoles que si fracasaban, elegiría otros consejeros en su reemplazo.

Noche tras noche los consejeros cavilaron y deliberaron sin poder descifrar las palabras. A la postre decidieron ir a ver al campesino Mateo.

El viejo Mateo los recibió en el umbral de su cabaña con una humilde reverencia, pero se negó a aclararle sus palabras.

Por más que los consejeros le rogaron y amenazaron, no consiguieron nada. Solo cuando hubieron puesto sobre la mesa cien ducados de oro cada uno de ellos se dignó Mateo, después de haber guardado el dinero en su bolsillo, revelar el significado de los acertijos.

_ Mi primera contestación al Rey significó que me casé joven y tuve hijos, pero el Señor se los llevó.

La segunda quiso decir que hace cuarenta años que encanecí.

Luego el Rey preguntó cuánto tiempo habían surtido los manantiales, refiriéndose a mis lágrimas de dolor.

Por último, con los tres tontos gansos del Este quiso aludir a vosotros, que habrías de venir a pagarme para que os explicara la conversación entre el Rey y yo. Y como prometí al Rey, los gansos han sido esquilados.

La carta. Cuento de José Luis González, Puerto Rico

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José Luis

LA CARTA

 

San Juan, Puerto Rico, 8 de marzo de 1957

 

 

Querida bieja:

 

 

Como yo le desia antes de venirme, aquí antes de venirme, aquí las cosas vién. Desde que llegue enseguida incontre trabajo. Me pagan 8 pesos la semana y con eso bivo igual que don Pepe el administrador de la central alla.

 

La ropa aquella que quede de mandale no le e podido comprar pues quiero vuscarlaen una de las tiendas mas mejores. Digale a Petra que cuando valla por casa le boy a llevar un regalito al nene de ella.

 

Boy a ver si me saco un retrato un dia de estos para mandaselo a uste, mamá.

 

El otro dia vi a Felo el ijo de la comai María. El esta trabajando pero gana menos que yo. Es que yo e tenido suerte.

 

Bueno recuerdese de escrivime y contame todo lo que pasa por alla.

 

Su ijo que la quiere y le pide la bendición.

 

Después de firmar, dobló cuidadosamente el papel arrugado y lleno de borrones y se lo guardó en un bolsillo del pantalón. Caminó hasta la estación de correos más cercana, y al llegar se echó la gorra raída sobre la frente y se acuclilló en el umbral de una de las puertas. Contrajo la mano izquierda, fingiéndose manco, y extendió la derecha abierta.

 

Cuando reunió los cinco centavos necesarios, compró el sobre y la estampilla y despachó la carta

 

José Luis González (1926-1997)

Puerto Rico

 

José Luis González nació en la República Dominicana, en 1926, de padre puertorriqueño y madre dominicana, y murió en México en 1997. Aunque siempre se consideró puertorriqueño, vivió en México desde 1953 y obtuvo la ciudadanía mexicana en 1955. Cursó la carrera de Ciencias Políticas en Puerto Rico y en Estados Unidos, y recibió la Maestría y el Doctorado en Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. En la UNAM impartió cátedras de Literatura Iberoamericana y Literatura y Sociedad. Fue corresponsal de prensa en Praga, Berlín, París y Varsovia.
      Ensayista, narrador y periodista, José Luis González recibió el Premio Xavier Villaurrutia 1978, con la novela Balada de otro tiempo (México: Alfaguara, 1997), y también recibió dos premios nacionales en Puerto Rico.


Cuentos:
      En la sombra. Prólogo de Carmen Alicia Cadilla. San Juan, Puerto Rico: Imp. Venezuela, 1943, 110 págs.
      Cinco cuentos de sangre. Prólogo de Francisco Matos Paoli. San Juan, Puerto Rico: Imp. Venezuela, 1945, 59 págs.
      El hombre en la calle. Santurce: Puerto Rico, Bohique, 1948, 75 págs.
      Paisa --un relato de la emigración--. Prólogo de Luis Enrique Délano. México: Fondo de Cultura Popular, 1950, 71 págs.
      En este lado. México: Los Presentes, 1954, 180 p. Hay otra edición: En este lado. Edición corregida. La Habana: Nuevo Mundo, 1961, 123 págs.
      La galería y otros cuentos, México: Era, 1972, 144 págs.
      Mambrú se fue a la guerra (y otros relatos). México: Joaquín Mortiz, 1972, 205 págs.
      Cuento de cuentos y once más. México: Extemporáneos, 1973, 125 págs.
      En Nueva York y otras desgracias. Prólogo de Ángel Rama. México: Siglo XXI, 1973, 140 p. Hay otra edición: En Nueva York y otras desgracias. Prólogo de Andrés O. Avellaneda. Río Piedras: Puerto Rico: Huracán, 1981, 168 p.
      Veinte cuentos y Paisa. Prólogo de Pedro Juan Soto. Río Piedras, Puerto Rico: Cultural, 1973, 203 p.
      El oído de Dios. Río Piedras, Puerto Rico: Cultural, 1984, 58 p.
      Las caricias del tigre. México, Joaquín Mortiz, 1984, 185 p.

 

 

El otoño del Patriarca: una lectura crítica

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EL OTOÑO DEL PATRIARCA: UNA LECTURA

 

 

Presentar una lectura de esta novela, ordenada bajo una estricta secuencia lógica, no solo es difícil, sino que traiciona el sentido mismo de la obra. Haremos el intento, no obstante, con dos fines fundamentales:

  1. Para demostrar que la novela presenta una modalidad escritural polifónica (carnavalesca, Menipea, y dialógica)
  2. Poner de manifiesto el sentido de tal disposición novelesca no solo como una necesidad de sentido sino como una abierta acrítica a la concepción de mundo logocéntrica europeísta y un aporte a una ideología revolucionaria latinoamericana.

La novela consta de seis partes, separadas por espacios blancos y sin numeración y consta de 271 páginas. Cada una de estas partes tiene unidad y forma circular. En cierta manera es independiente de las otras y, a su vez, cobra sentido en su globalidad. Con ello queremos decir que cada parte presenta su propia distinción. No vamos a encontrar en ellas, ni en la novela en general, causalidad, identidad, definición, sustancias como móviles lógicos sino analogía, la relación, la oposición, la repetición o reiteración.

Las seis partes inician la novela y se inician ellas bajo el mismo lugar, tiempo, acontecimiento: Muerte del patriarca y personajes: Los nuevos, los actuales ciudadanos y futuros gobernantes. El narrador se define al comienzo como un "nosotros", en las seis partes y aparece en un presente, como testigos presenciales del hallazgo del cadáver del general. Su papel es describir, señalara, relacionar, el espacio concreto que van descubriendo conforme avanzan en el interior de la casa de Gobierno y en la vida del Patriarca.

Es lunes cuando entran a la casa, una nueva época, hay señales de gallinazos, destrucción de la casa por las vacas, muerte, desolación, soledad, misterio: luz decrépita.

Esta virtualidad es de viaje, entrada al misterio, a lo inesperado, a la leyenda, al carnaval. El narrador de la novela en tercera persona plural da la palabra a otras voces (polifónismo), al Patriarca, ministros, mujeres, niñas, concubinas, etc., para que vayan presentando poco a poco, en aparente desorden, cíclicamente, desde las más variadas circunstancias, los hechos que reflejan la figura del Patriarca. Es de observar que no aparece definido, estereotipado, sino como un ejemplo de hombre que abarca todos los extremos posibles: violento-tierno, tiránico-magnánimo, cruel-indulgente, poderoso-débil, rico-pobre, egoista-dadivoso, justo-injusto, Dios-hombre-, alto-bajo, grande-pequeño,, etc. y todo ello de acuerdo, no solo a las circunstancias, sino a los puntos de vista de cada uno de los personajes que lo miran, del observador. Es una especie de caleidoscopio, él, la novela y el observador.

La iniciación de la obra se presenta, entonces, en el nivel de la enunciado que a la vez se desdobla hacia el nivel de la enunciación, para abrir paso a una nueva evocación en el tiempo y la historia, conforme se avanza en el pasado y la casa. El nosotros desaparece rápidamente, sin dejar casi huella y comienza una narración del Patriarca así mismo, como apelaciones a su madre Bendición Alvarado, y con la participación de los personajes en primera persona ya que son los sujetos del enunciado, y sin señales de diálogo o explicaciones, en estilo indirecto-directo.

La escritura de la novela, el lenguaje, es elemento significativo de esta subversión. Son el escenario, la ambivalencia, la hipérbole, la metáfora, y la metonimia, las que permiten y posibilitan esta nueva forma de lenguaje en la novela polifónica.

La primera persona se presenta bajo la forma verbal "vimos" "Albarca bautismal, caballería-berlina, de los tiempos-furgón, de la peste-carroza, del año del cometa-coche fúnebre del progreso dentro del orden-limosina sonámbula. Obsérvese que todos ellos tienen su historia y es eso lo que después iremos conociendo, a través del relato. También "vimos" los rosales de los leprosos, la galería de arcadas (concubinas mil y los sietemesinos)-cocinas, la ropa tendida-sentina, sauces babilónicos, etc. Todo está ahí, la casa es una historia, es la historia de la nación. Luego apunta el narrador: Subimos: planta principal-oficinas-salas oficiales- y vimos: cuadros heroicos, de santos, y militares, las vacas,, sala de música, mesitas de dominó, mesas de billar, máquina del viento (mar que se fue). Jaulas de los pájaros, etc. Esta visión no se presenta en orden causal sino por contraste entre lo exótico y lo conocido, lo culto europeo y lo vulgar criollo. El contraste entre ambos se da en toda la novela. El ahora y el pasado, el aquí y el allá, muestra una mezcla de gustos contrarios propios de la ocupación militar (conquista) y cultural.

Y agrega el narrador:

"...y entonces empujamos una puerta lateral que daba a una oficina disimulada en el muro, y allí lo vimos a él...(p. 8): viejo, tirado en el suelo bocabajo y con el brazo derecho de almohada". Nadie lo había visto. Lo conocían a través de la leyenda o de terceras personas "alguien había contado que lo vio" Solo sabíamos que vivía porque: la vida seguía-el correo llegaba- la banda municipal tocaba los valses y porque "habíamos visto una vaca contemplando el crepúsculo desde el balcón presidencial".

Hasta aquí está dicho todo y nada. Se han creado las condiciones para interesar, asombrar, motivar, la curiosidad del lector. Ahora se necesita conocer lo que apenas son indicios, señales, adelantos que intrigan. Nos sentimos, como lectores, viajeros en la aventura que nos propone el narrador. Cada vez sabemos más pero ignoramos aún más y solo al final, sabemos tanto como ahora pero hemos asistido a un largo viaje en la historia de nuestros pueblos latinoamericanos.

Al penetrar en las evocaciones de cada parte de la novela, vamos a observar una misma presentación.

Muerte fingida o real del Patriarca-presente-lunes histórico, luego evocaciones; primero en tercera persona y luego ésta deja que los diversos personajes hablen. Los hechos se presentan en un orden inverso a como sucedieron. Así nos vamos alejando cada vez más en la historia. Primero los hechos recientes, que sucedieron en épocas pasadas, luego los más lejanos y por último, los primeros. Esta forma no es lineal sino circular, reiterativa. En cada parte se recorre lo largo y ancho de la historia. Es más bien un espacio. Toda la estructura de la novela es espacial: horizontal pero vertical.  Todas las seis partes forman el cuerpo de la novela con sus tres dimensiones naturales. Por ello se recorre la historia desde la conquista: los carnavales, los ingleses, y los gringos, las revueltas, caídas y llegadas de los nuevos tiranos, sus crímenes, despotismos, hasta la muerte del último tirano ilustrado (Ataulfo Muñoz) Federal depuesto por él. Solo al final de la novela conocemos más del origen del Patriarca: hijo natural (así se le dice a los que su padre no reconoce) de Bendición Alvarado, proveniente del páramo, que hizo la guerra solo por conocer el mara. Un origen opuesto al origen mítico de la leyenda: hijo de Bendición Alvarado que lo parió sin dolor y sin conocer varón y que en sus manos estaba escrito que sería REY.

Otra característica estructural que recorre toda la novela y por supuesto las diversas partes es el dualismo VERDAD-IRREALIDAD.

Lo que aparece como verdadero pronto se evidencia como lo contrario. Para uno es real lo que para otros no lo es. Así aparece los periódicos hechos solo para él con noticias que le agradan, los discursos viejos, la televisión, las colegialas, la canonización de su madre, la muerte de los niños, las torturas de José Ignacio Sáenz, los amores infructuosos. Toda la novela está demarcada en estos dos ejes. La imagen de Manuela Sánchez para él es hermosísima, como la Dulcinea para Alonso Quijano, mientras que para otros, era una tetona nalgoncita que se cree la mamá del gorila. Su doble Patricio Aragonés y su muerte (doble). Como puede observarse no hay definición unívoca. Es y no es. Se vive un tiempo de dobles sentidos, apariencias. Él tiene y no tiene poder, es un Dios y a veces un pobre diablo. El mundo del engaño, de las apariencias, cobra sentido por contraste. Lo mismo podría decirse de la historia. La llegada de los marines se explica como necesaria, por caridad, para controlar la peste amarilla (en nuestro medio, hoy, para construir hospitales o combatir el narco), cuando a través de sus actos sabemos que no fue así. La imagen del Patriarca bajo esta ambivalencia, lo mismo que la historia, el poder político, las relaciones entre gobernados y gobernantes, la iglesia, etc., dejan claro una intencionalidad: una irónica y fina manera de mirar e interpretar nuestra historia.

Por eso en cada parte aparecen momentos de gloria y momentos de fracaso, tiempos mejores y tiempos peores, de paz y de guerra, de crimen y de amor, de vida y de muerte, de caídas de poder y excesos del mismo. No pueden separarse, hay que asumirlos en conjunto. Ciertos indicios lo especifican: ida y regreso de los paralíticos, leprosos y ciegos del jardín de las rosas, eliminación de los poderes y ministros y sus  nuevos nombramientos, represión del pueblo y dádivas consolatorias, encierro del Patriarca y salida al pueblo amor de Manuel Sánchez y desaparición de ésta, expulsión de los religiosos y su regreso, casamiento con la monja Leticia Nazareno, muerte de su madre, Bendición Alvarado, decreto de su canonización, amores y juegos sexuales con las colegialas, soledad y tristeza por saber que eran prostitutas (después), calamidades como las del huracán, milagros del Patriarca (destrucción-construcción del país) amores con su esposa Leticia Nazareno, muerte de ella y su hijo Emanuel por los perros.

Por cualquier lado que intentemos penetrar en la novela, encontraremos estas dicotomías, ambivalencias, tanto a nivel escritural como semántico. De pronto aparece que el Patriarca termina (muere) y luego asistimos a períodos de mayor poder y vitalidad. Es algo así como un mal eterno, irremediable, cíclico, producto de la fantasía pero terriblemente real.

La novela se realiza como un diálogo consigo misma y con otros textos (intertextualidad). Es dialógica y supera el concurso de diversos textos en ella.

No hay duda de que el Quijote está presente con esa visión profunda de la realidad-irrealidad (Manuela Sánchez-Dulcinea), la Biblia que ni siquiera se disimula, es una incorporación intencional. Se podría realizar una comparación entre el Patriarca y Cristo, para anotar los parecidos y las diferencias. Él nace de madre virgen (leyenda), trae señales de Rey, es profeta y visionario, hace milagros (cura a los leprosos), ciegos, paralíticos, no se conoce sino su vida pública (Patriarca), su destino estaba en los lebrillos (escrituras), se considera Dios, y solo él sabe quién es él, conjura los huracanes (diluvio, barcaza), etc. También otros nombres como Bendición, Leticia, Nazareno, su hijo Emanuel son ejemplos de la intertextualidad.; por otra parte hay alusión a textos del mismo escritor (pelea de gallos), Iguarán, etc. Estos textos se incorporan no como citas o plagios sino como productividad creaadoraa, esto es, ellos cobran nueva significación en el contexto de la novela. Así la religión con su visión geocéntrica se problematiza para dar testimonio de una realidad histórica oculta, oficialmente negada. Su misma muerte (del Patriarca), como la de Cristo, sucede en sábado (fin de semana y trae gloria, cantos de alegría. Es una parodia a la vida y milagros de Jesús, solo que desde ángulos diferentes:

"Yo soy el que soy"

Textos como las crónicas de Cristóbal Colón a los reyes españoles, se incorporan:

"De muy hermosos cuerpos y muy buenas caras, y los cabellos gruesos y casi como sedas de caballos"

También hay trueque de mercancías, solo que narradas desde una perspectiva del acá y no española, con ironía, sin oficialismo.

Bajo esta compleja, pero expresiva estructura podemos describir brevemente, sin comentarios, con el único afán de presentación, los acontecimientos más importantes de las diferentes partes de la novela.

 

  1. Tiempos de gloria:

 

"...mientras resolvía problemas de estado y asuntos domésticos con la misma simplicidad con que ordenaba que me quiten esta puerta de aquí y me la pongan allá, la quitaban, que me la vuelvan a poner, la ponían,.... (p.12)

Notamos cómo la tercera persona narrativa da la voz directamente al personaje (yo-Patriarca), para que narre. Esta técnica será empleada en toda la novela, excepto en los inicios y algunos finales de las partes, donde narra un "nosotros" en presente (de la enunciación) y representa la época nueva.

Luego abre los procesos de presentación del doble Patricio Aragonés:

 

"Aquel estar simultáneo en todas partes (como Dios, esto es nuestro)) durante los años pedregosos que procedieron a su primera muerte, aquél subir mientras bajaba, aquél extasiarse en el mar mientras agonizaba de malos amores no eran un privilegio de su naturaleza, como lo proclamaban sus aduladores, ni una alucinación multitudinaria, como decían sus críticos, sino que era la suerte de contar con los servicios íntegros y la lealtad de perro de Patricio Aragonés". P.14.

 

Nótese la distinción: estar en todas partes, como Dios, pero a la vez, la otra verdad: los servicios de su doble, su impostor oficial vitalicio.

Luego se narra los amores frustrados de Patricio con la reina del carnaval, las relaciones con las concubinas (hijas de ambos). Aparece el general "compadre de toda la vida", Rodrigo de Aguilar. Es el momento en que pasea por la calle libremente.

 

"Esta gente me quiere"   "Déjelos que me quieran" p. 19

 

Visita la casa de los arrecifes, donde mueren los tiranos y él les quita hasta sus últimos recursos:

 

"Jugaba, en la casa de los arrecifes, dominó con antiguos tiranos destronados" p. 20

 

Eran tiempos en que:

 

"...él chapaleaba en la ciénaga grande de la felicidad" p.21

 

Obsérvese la contradicción ciénega-felicidad. Esta dicotomía la vamos a encontrar en todos los niveles de la novela.

El narrador informa acerca de la madre del Patriarca, Bendición Alvarado, y su lugar de residencia: la mansión de los suburbios. En este mismo lugar  descansará el Patriarca, en una hamaca a la sombra de los tamarindos babilónicos. Sería un leiv-motive de cada parte de la novela y de ella en su totalidad. Se describe o señala la ubicación: puerto, mar, Elo Caribe, los tamarindos.

Uno de los acontecimientos importantes de esta primera parte es el fingido atentado en la gallera, vislumbrado por el General, en la muerte del gallo que se convierte en presagio de futuros males. Y es que la novela adelanta acontecimientos (prolepsis) a la vez que presenta hechos ya anunciados (analepsis) y otros acaecidos pero reinterpretados. Están, por lo tanto, presentes los recursos de los sueños futuros. Es una manera dual de adelantar acontecimientos, fijar hechos y presentar dos niveles de verosimilitud: el oficial y el mítico o simbólico.

Después de sufrir estas premoniciones, el dictador cae en depresiones y se aleja de la vida pública para encerrarse en su oficina privada-dormitorio. Se operan cambios profundos en su naturaleza y muestra sus debilidades.

 

"pensando madre mía Bendición Alvarado si supieras que ya no puedo con el mundo", p.25

 

Poco después se presentan actos de sublevación. En este caso, manifiesta estaados a través de los globos, que reflejan el descontento del pueblo y sus protestas. Aparece herido de muerte Patricio Aragonés como símbolo del reclamo popular.

 

"¡Muera el tirano!" p. 27.

 

La muerte de su doble permite (al tirano) cobrar nuevas fuerzas y con mayor vigor dominar la situación política y tomar las riendas del poder. Es la primera muerte del tirano (para el pueblo) y su resurrección. Después de este acontecimiento su imagen cobra visos de leyenda y de hombre eterno. Gobierna con mayor rigor y se entera, a través de Patricio, de la verdad del pueblo: no lo quiere.

 

"Se iba convirtiendo en el hombre más solitario de la tierra" p. 30

 

Esta muerte le permite contemplar desde su escondite lo que hace el pueblo con su cadáver y luego cobrar venganza.

 

"de ahora en adelante voy a mandar yo solo sin perros que me ladren"

 

Tal y como lo veníamos señalando, después de momentos de debilidad, se afianza más en el poder y recobra su fortaleza. Por ello toda la novela gira en torno a este ritmo: sube y baja.

 

Sube a la casa de los acantilados y ve un carnaval de cosas: Las Antillas, el volcán de Martinica, el hospital de los tísicos, un negro gigantesco, un mercado infernal y Cartagena de Indias.

Ve las tres carabelas y a la par el acorazado de los infantes de marina.

Como se puede observar, llegamos, en la evocación, a épocas del descubrimiento (llegada de los españoles), pasando por la ocupación de los marines norteamericanos. Es como un corte vertical a la historia hispanoamericana. Un repaso a sus principales acontecimientos desde una perspectiva diferente a la oficialista.

 

Parte II

 

Se inicia de igual manera a la anterior: un narrador nosotros (yo más los otros)  recorriendo la casa, el mismo día Lunes, después de la muerte del Patriarca. Se hace alusión a su primera muerte (Patricio Aragonés). Y volvemos a presenciar los contrastes de la casa, VIMOS:

 

-Sillón mordisqueado por las vacas

- estuches de pinturas

- tinaja

- cama nupcial

- letrina portátil

- cama de cuartel (marines)

 

Cada objeto representa una particular historia y es esto, lo que hace el narrador en cada parte. Las anuncia y luego nos presenta los acontecimientos que las significan. Por ello la casa es un museo de la historia del patriarca y su pueblo, diferente de la historia oficial, es su mundo privado tan caro a la novela como género y que el narrador afirma presentaban los textos escolares: patriarca descomunal, amaba a los niños y animales, se anticipaba a los designios de la naturaleza, adivinaba el pensamiento, conocía la sal de virtud para amar a los leprosos, paralíticos y ciegos, etc. Se informa además de que vendió el mar (en C. R. han intentado vender islas), tenía cinco mil hijos, todos sietemesinos; se anuncia el nombre de su esposa Leticia Nazareno y que su madre lo concibió sin varón. El narrador hace énfasis en la falta de sentido histórico y luego introduce la narración directamente con los acontecimientos, comenzando por el desembarco y ocupación de los infantes de marina al mando del almirante Higgingson.

 

"aquella falta de sentido histórico había de tener su noche de esplendor en el banquete de gala con que celebramos el desembarco de los infantes de marina al mando del almirante Higgingson" p. 52

 

Los infantes ocupan el país, ordenan, disponen y una vez que regresa el "orden" se van, llevándose todo. Se destaca el papel subordinado, segundón, servil, de los oficiales del tirano del acá. Sigue luego una época de gloria que aprovecha el tirano para darle regalos exóticos a su madre: sirena viva, un ángel de cuerda, y un caracol gigante.

Nos enteramos de que él sucedió al tirano Lautaro Muñoz, federal como él. Luego pasa a narrar la fiesta de celebración de los diez años de poder y en contraste la muerte de los generales, entre ellos mismos. Vuelve a nombrar los ministros y el progreso material en la construcción de obras que no terminan (como Caldera en C. R.)

La segunda parte podemos llamarla de los amores imposibles del Patriarca  con Manuela Sánchez. El viejo que todas las tardes visita a su  dama para contemplarla con una mansedumbre ancestral y más dócil que una mascota. Aquel hombre todopoderoso, se derrite y da pie a una imagen de tristeza, de soledad, de sufrimiento, de compasión. Copiamos la cita completa de la manera como Manuela Sánchez ve a su tierno enamorado, por ser muy importante para usar como contraste con otros puntos de vista: (Tal vez recuerda a Pedro Páramo, ante Susana San Juan)

 

" Y entonces me atreví a mirarlo de frente por primera vez haciendo girar con dos dedos la brasa de la rosa para que no se apoderara el terror, escruté sin piedad los labios de murciélago, los ojos mudos que parecían mirarse desde el fondo de un estanque, el pellejo lampiño de terrones de tierra amasados con aceite de hiel que se hacía más tirante e intenso en la mano derecha del anillo del sello presidencial exhausta en la rodilla, su traje de lino escuálido como si dentro no estuviera nadie, sus enormes zapatos de muerto, su pensamiento invisible, su poder oculto, el anciano más antiguo de la tierra, el más temible, el más aborrecido, y el más menos complacido de la patria que se abanicaba con el sombrero de capataz contemplándome en silencio desde su otra orilla, Dios mío, qué hombre más triste, pensé asustada". Pp. 77-78.

 

Poco a poco se convierte en el hazmerreír del pueblo:

 

"Ahí viene el general de mis amores".p. 81

 

Y aplica sus métodos para dejar a Manuela Sánchez sola, sin amantes, para disfrutarla él en su imaginación. Los mayores goces de su amor los tuvo cuando pasó el cometa y Manuela, del susto rozó su mano. Trata de crear nuevos acontecimientos impresionantes pero solo consigue un eclipse y con él la desaparición de Manuela y la imposibilidad de recuperarla.

El mismo narrador dice que contaba con 107 y 203 años de edad y que sabía que no podía morir de amores.

 

La tercera parte:

 

Inicia de igual manera a las anteriores: muerte del Patriarca. Se dan noticias de las últimas personas que lo vieron vivo, tal el caso del embajador Palmerson: un viejo, pero acto seguido nos lo presentan en época de gloria, cuando no había perdido la memoria y llamaba a los habitantes con su nombre, comía en las casa de los vecinos y salía en público; participaba en las peleas de gallos, hasta que su madre descubre un huevo con dos yemas. Entonces clausuró los poderes legislativo y judicial, eliminó los ministros. Tiene sueños sobre su muerte, consulta una pitonisa y ve su futuro, luego la mata. Lleva a cabo actos crueles como la posesión de Francisca Linero y la muerte de su esposo Poncio Daza. Se torna rencoroso por la desaparición de Manuela Sánchez y su amor imposible.

Aparece el huracán y hace estragos en la población. Entonces él desde su barcaza pintada, oficial, termina con el huracán y lo pone en fuga. Nueva gloria y se vuelve magnánimo. Hay amnistía a los políticos enemigos y comienza la reconstrucción y nuevos actos de exceso de poder: concede el derecho de pesca sin límites, hace fraude con la lotería y se presenta el problema de los dos mil niños que manda a matar (rey Herodes) y luego mata a quienes aataron sus órdenes. Nueva alzada de los militares y matanza colectiva en el cuartel, para llegar a tener la época de cien años más de paz. P. 121

Nuevo atentado contra él por el falso leproso, búsqueda de los culpables e intento de internarlo en un hospital de ancianos y cena macabra del cadáver de Rodrigo Aguilar.

 

"Listo para se servido en banquete de compañeros por los destazadores oficiales ante la petrificación de horror de los invitados que presenciamos sin respirar la exquisita ceremonia del descuartizamiento y el reparto..." p. 127

 

IV parte.

 

La cuarta parte inicia igual a las anteriores: preparativos para embalsamar y arreglar el cadáver del Patriarca. Se adelanta la muerte de Leticia Nazareno pero lo que realmente se narrará es la muerte de su madre, Bendición Alvarado. Se encierra a cuidarla, casi como si se tratara de una madre, la baña, le da de comer y la vigila minuto a minuto. En la muerte de ella, se plantean otra vez los dos niveles: el real y el imaginado o mítico. Origen del patriarca, desfile del cadáver de su madre por todo el país, santidad e investigación para el proceso de canonización por Aldous Demetrio y decreto de "Patrona de la nación", expulsión de todos los religiosos y secuestro de Leticia Nazareno desde Jamaica (monja). La hace suya.

 

V parte

 

Inicia igual, un poco antes del anochecer del lunes histórico. Aparecen indicios del narrador de primera persona plural (nosotros) que discuten en la casa de Gobierno, el futuro del país. Se trata de los Liberales y Conservadores que han vuelto para ver cómo se reparten el poder.

Luego pasa a narrar los días que pasó el Patriarca con Leticia Nazareno y cómo le enseñó a leer y escribir, lo urbaniza y logra de él casarse y tener un hijo a quien llama Emanuel. Es la época en que se anuncia la visita de Rubén Darío.

Por otra parte Leticia Nazareno logra que regresen los religiosos y sus hermanos los Nazarenos que se roban todo y realizan toda clase de fechorías. Los leprosos, paralíticos y ciegos se internan en hospitales y se vislumbra una época de "cultura" europea. Él mismo asiste a una velada cultural en el teatro con su esposa.

El pueblo comienza a sublevarse porque Leticia Nazareno no paga lo que compra en el mercado y por los robos de los nazarenos y terminan asesinados, ella y el hijo de seis años. Mueren descuartizados por los perros.

Nuevamente se encierra en su soledad, por el luto de estas muertes.

La cigarra autista. Un cuento de la escritora Linda Berrón Sanudo

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LA CIGARRA AUTISTA

 

 

La línea ondulante de hojas, granos y semillas avanzaba con lentitud bajo el sol ardiente. Las hormigas obreras, diminutos titanes del bosque, cargaban el estigma de su especie servil. Tres veces su propio peso soportaban sus cuerpos frágiles.

Los guardianes de curvas mandíbulas vigilaban la línea sin desmayo, atrás, adelante, animando la marcha del ejército acaparador, amenazando siempre con el ataque enemigo para aligerar el paso.

La fila sinuosa escalaba los troncos caídos del sendero, se perdía en las hondonadas, resurgía incontenible en las lomas, sorteando los escasos charcos estivales, camino a la fortaleza terrosa donde atesoraba su codicia.

Los exploradores aparecieron en el horizonte pequeño de una colina. Corrían apresurados, atolondrados, contorsionando su ágil cintura. Rozaban una a una las antenas de los negros soldados que recibían inquietos las alarmantes noticias.

Supieron que el escuadrón de exploradores, al cruzar un campo de frambuesas silvestres, fue interrumpido en su marcha por la singular armonía de un sonido que perforaba la canícula.

Docenas de exploradores sucumbieron al hechizo y olvidando su impostergable misión, se perdieron para siempre en la umbría del bosque.

Los exploradores aguerridos que resistieron el embrujo, haciendo acopio de sus instintos más antiguos, retornaron a la columna sin detenerse un momento para contar el ataque inesperado y prevenir el desastre.

Exploradores y guerreros observaron en los espejos redondos de sus ojos un mismo temor, el recuerdo ancestral de una tentación que durante treinta millones de años no había cesado de acosar la pervivencia organizada y laboriosa de los mirmícidos.

Guerreros y exploradores se comunicaron la estrategia con temblorosos roces de sus antenas. Tomaron posiciones a intervalos regulares junto a los flancos de la silenciosa legión, olfateando el aire, acelerando el ritmo.

Las pertinaces obreras, ajenas a intrigas y dictados de la guerra  y de la historia, redoblaron mecánicamente el paso, sosteniendo en milagroso equilibrio contra el más leve viento, el botín de granos, semillas, hojas, larvas y ninfas que vorazmente habían arrasado.

Ya se adivinaban a lo lejos los oscuros frutos rojos del peligro. Los guerreros arreciaron el paso empujando a las obreras con la firmeza metálica de sus mandíbulas. Los exploradores agitaban con temor sus seis patas indefensas, únicos sabedores en toda la comitiva de la irresistible tentación que tendrían que vencer por el bien de su especie.

Una brisa cálida golpeó la frente humillada de las primeras obreras. Las ondas acariciadoras de una música desconocida estremecieron las articuladas antenas como los estambres de una flor. Una ansiedad desconocida, un anhelo sin límites iba horadando el doble cuerpo ovalado de las hormigas que dejaban caer su enconada carga como un fruto podrido.

Las hormigas aventuraron unos pasos indecisos hacia el campo de frambuesas. El resto de la columna se agolpaba, imprecisa y desorientada. Todas ellas, una a una, fueron seducidas por la magia de aquella música prodigiosa.

Los guerreros de rígidas antenas, agitaban desesperados las hoces de sus mandíbulas, inútiles para enfrentar un enemigo transparente como el aire.

Un abandono de larvas estremecidas, de velas verdes plegadas, de granos amarillos, quedó olvidado en el trillo opaco del deber. Todas se precipitaron curiosas hacia el campo de frambuesas. El calor vertical del mediodía extraía los perfumes resinosos más intensos del bosque. A medida que avanzaban, la música las iba magnetizando con la atracción irresistible de la belleza.

Las hormigas obreras, como las olas de un velo negro, se fueron adentrando en el bosque rumoroso. Allí observaron asombradas un pulular de amarillos seres acorazado que salían de la tierra y escalaban presurosos los troncos de los árboles.

Maravilladas percibieron la ruptura de cientos de corazas amarillas de las que emergían triunfantes insectos fantasmales que ascendían a las ramas de los árboles. Y allí, arriba gloriosamente multicolor, la primera cigarra adulta del verano, filtrando la luz solar con los vitrales de sus alas.

Las hormigas, agolpadas a los pies del frondoso árbol, escuchaban en inmóvil encantamiento los sonidos que crecían potentes y apasionados, vencedores de largos años de oscuridad y aislamiento, proclamando la alegría de vivir y el ardoroso deseo de amar.

La vieron descender de lo alto y detenerse en la base del tronco, muy cerca de ellas. Admiraron su cuerpo robusto y dorado, el plegarse sus alas de abanico. Advirtieron que en lugar de corazón una oscura cavidad anhelante producía la melodía del bosque.

La intensa vibración de los sonidos inundaba el cuerpo de las hormigas, los cuerpos pequeños, negros, infecundos,; los cuerpos sin alas y sin caricias que se dejaban hipnotizar sin remedio por la perversa belleza de aquella mirada asimétrica, por la triple joya brillante de sus ojos frontales.

Con un leve vuelo, la cigarra se acercó a ellas y se abandonó a sus ansias antiguas, al indeciso y reiterado palpar de sus antenas, al roce de sus cuerpos sin sexo que se habían olvidado para siempre de sí mismos, al tercer día de nacer.

Expertas en apropiaciones, las hormigas se adueñaron también de aquella música que era ahora de todos, un latido de la tierra eufórico y tribal, un solo ritmo de instintiva libertad recuperada.

Solo los amargados soldados y una pequeña cuadrilla de endurecidas obreras resistieron el embeleso. Las demás se pusieron a bailar Sus cuerpos escindidos por estrechos desfiladeros de represión, se desarticulaban en el frenesí de la danza, se quebraban, se rompían, para renacer armoniosamente unificados, cuerpos de gusano acariciador, de diminuta serpiente azul, ondulante, reptante, inscribiendo en el apéndice de su larga memoria genética la recién descubierta alegría de vivir.

Inútiles resultaron los esfuerzos de los soldados por impedir aquella fuga irreal, por hacer retornar a las hormigas danzantes; inútiles los mensajes que les transmitían sobre las laboriosas hermanas que esperaban impacientes las provisiones, o las indefensas larvas que boqueaban moribundas por su alimento. Nada lograba enturbiar la luminosa excitación que se había desatado en sus cuerpos.

La rabia impotente de los soldados hizo resurgir en ellos la atávica crueldad de sus mandíbulas. Arremetieron desesperados contra sus propias hermanas que, sorprendidas en el placer, eran incapaces de cualquier defensa. La feroz boca masticadora de los soldados iba dejando una inerte alfombra de cadáveres negros, de miembros descuartizados, de espesos jugos vitales donde se debatían convulsos los últimos gestos de una infracción feliz.

Ensimismada y solitaria, la cigarra autista continuó su canto hasta que sintió las férreas hoces atenazando su cuerpo. Los eficientes soldados se disponían a adormecer a su presa para llevarla inmóvil al cuartel general. Planeaban lascivos su oculto deseo de esclavizar a la cigarra para el exclusivo placer de su casta. Pero las iracundas obreras se lanzaron sobre ellos y les arrebataron el dorado cuerpo de la cigarra.

Tarde advirtieron las brillantes esferas de sus ojos el peligro que corría y nada pudieron ante tanto odio las diminutas sierras de sus patas.

La cigarra recibió con dolorosa pasividad la rabia de las obreras que, al desgarrar sus alas antes de devorarla, recordaron la ceremonia castradora en la que año tras año participaban, cuando les tocaba arrancar las alas nupciales de la reina, la única hormiga del hormiguero que había conocido el amor.

 

Un excelente cuento de esta autora costarricense de origen español. Pensamos que es un elogio a la vida, un llamado a la felicidad y un no a la esclavitud. Cuentos como estos deberían estar en los programas escolares de los niños.

La paloma colorada. Cuento de la colección Calila y Dimna

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Palomas en grupo 
La paloma colora

Éste es un cuento del libro el Calila y Dimna, de la colección de  apólogos más vieja del Oriente el famoso Panchatantra.

Está escrito en castellano antiguo y con el fin de hacerlo más comprensivo para niños, jóvenes y adultos lo he convertido en el español de hoy.

Dijo el Rey al Sabio:

- Ya oí, el ejemplo de los malos amigos y cómo repartió sus riquezas, el falso litigante. Ahora háblame de los verdaderos amigos y cómo comienza la verdadera amistad entre ellos y cómo se ayudan y aprovechan unos de otros.

Respondió el Sabio:

- El hombre comprensivo no guarda con el amigo ningún tesoro ni ganancia alguna, pues los amigos son solidarios a la hora que acontece al amigo algún mal. Y uno de los ejemplos que más semejan a ello, es el ejemplo de la Paloma Colorada, el ratón, el galápago (tortuga de mar) y el cuervo.

Dijo el rey:

-¿Cómo fue eso?

Dijo el Sabio:

Cuentan que en las tierras de Duzat, cerca de una ciudad llamada Muzne, existía un lugar para la caza de aves. Y había ahí un árbol grande con muchas ramas y muy frondosas y en una de ellas vivía  en un nido un cuervo llamado Geba. Un día en que Geba estaba en el nido vio venir un hombre muy feo, de mala apariencia y muy despojado. Traía al cuello una red y en una mano, lazos y varas y asomó su cara en el árbol. El cuervo sintió pavor y se dijo:

- Por alguna razón, este pajarero vino a este lugar y yo no sé si es por mi muerte o la muerte de otro mas me quedaré quedito en mi nido y veré qué va a pasar.

El pajarero armó su red y esparció trigo dentro de ella y se guareció cera para que no lo vieran. Al poco rato pasaron unas palomas que tenían por caudillo y por señora a una paloma que llamaban Colorada. La paloma vio el trigo pero no la red y llamó a todas sus compañeras para que comieran y así quedaron atrapadas en la red.

Llegó el pajarero muy contento a cogerlas y las palomas comenzaron a batir sus alas cada una por separado, Entonces les indicó la Colorada: No os separéis si queréis obtener la libertad y ninguna cuide de sí sin atender a su compañera. Ayudémonos todas a la vez y quizás arrancaremos la red y así libraremos las unas y las otras. Y haciéndolo así juntáronse y arrancaron la red y se elevaron con ella por los aires. Vio el cazador lo que éstas habían hecho y las siguió para atraparlas creyendo que al poco tiempo se cansaran y cayeran con la red.

Dijo el cuervo para sí:

Las seguiré para conocer cuál es la suerte de ellas y del cazador.

La paloma Colorada se dio cuenta que el cazador las seguía y les dijo a sus compañeras:

-Veo que el cazador nos viene siguiendo y si fuésemos por descampado no perderá rastro de nosotras y nos perseguirá pero si fuéramos por lo poblado, perderá nuestro rastro y regresará a su lugar de partida. Si se fuere, aquí cerca hay una cueva de un ratón que es amigo mío. Si vamos ahí el cortará la red y nos librará. Así lo hicieron las palomas, obedientes de su guía.

El pajarero las perdió de vista y se desentendió de ellas y se devolvió. Pero el cuervo las siguió como desde antes lo hacía para ver si harían alguna treta para salir de aquello en que habían caído y aprender de ellas por si acaso a él le ocurriera cosa parecida.

Llegaron las palomas a la cueva del ratón y ordenó la Colorada a sus palomas que se posaran. Y encontraron que el amigo tenía cientos de cuevas para salir o entrar, por miedo a ser aprehendido. Lo llamó La Colorada por su nombre que era Zira y él respondió y díjole:

-¿Quién eres?

Díjole La Colorada:

- Tu amiga, La Colorada.

Salio  pronto el ratón y al verla con sus compañeras en la red, le dijo:

-Hermana, quién te metió en esta tribulación?

Díjole la Colorada:

- ¿Ignoras que en este mundo no existe nada que en la aventura nos acontezca? Y fue la mala ventura quien me metió en esta tribulación pues ella me mostró los granos de trigo y me encubrió la red y de tal manera quedé presa en ella, así como mis compañeras. Y no es nada maravilloso que yo caiga en esa desventura pues otros más fuertes que yo han tenido peores desventuras. Apenas oscurece el sol y la luna y pierden su luz, sacan a los peces del fondo del mar, donde ninguno nada y hacen  descender las aves que vuelan por los aires, si lo necesitan. La misma cosa que necesita el perezoso, ella misma le hace perder el aviso y así las aventuras me metieron en esto que ves.

Entonces comenzó el ratón a roer los lazos en que yacía la colorada pero ella le dijo:

- Amigo, comienza primero en las otras palomas y corta los lazos, después tajarás los míos. Y se lo repitió esto muchas veces pero él no hacía caso de lo que le pedía, ni le respondía. Y tanto se lo dijo, La Colorada, hasta que le respondió: el ratón:

- Parecería que no tengo duelo y piedad de ti, ni deuda con tu alma.

Díjole La Colorada:

- No me culpes de lo que te digo pues yo soy la jefa de estas palomas y créame que están en esta situación por mi culpa y es justo que lo haga de esa manera así como ellas me obedecieron lealmente pues con su ayuda y obediencia nos libró Dios del pajarero. Y yo temo que si comienzas a roer los lazos míos te canses y te enojes y dejes de roer los lazos de ellas. Sé que si antes royeres los de ellas y fuere yo la última aunque te canses no dejarás de roer los lazos míos y me libres de este estado en que estoy.

Dijo el ratón:

- Es por ello que te deben amar tus amigos y no tener mayor codicia de ti. Y comenzó a roer la red hasta que la acabó.

Tornóse La Colorada y las otras palomas a su morada, salvas y seguras.

Cuando el cuervo vio lo que el ratón hiciera y cómo librara a las palomas, tuvo codicia de su amor y dijo en su corazón:

-No estoy yo seguro de que me ocurra lo que les pasó a las palomas, sino logro el amor del ratón. Y llegándose a la puerta de la cueva del ratón lo llamó por su nombre y le dijo el ratón:

-¿Quién eres y qué quieres?

Dijo el cuervo:

- Yo soy el cuervo y le contó lo que le había pasado. Cuando vi la lealtad con que trataste a la paloma La Colorada y a sus compañeras y de cómo fueron liberadas por ti, tuve gran deseo de tu amistad y de tu compañía y vengo a pedírtelas.

Dijo el ratón:

- No hay prisa de amor entre tú y yo y el hombre inteligente no debe afanarse sino de lo que piensa que hará y dejar de buscar lo que no podrá hacer pues será tenido por necio, así como el hombre que quiso hacer correr las naves por la tierra y las carretas por el agua sin tener necesidad. Y ¿cómo será entre nosotros una alianza de amor yo siendo tu comida y tú siendo el comedor.

Dijo el cuervo:

Piensa con tu entendimiento que si te comiese yo, no me comeré mi vianda, tendré nada de abastecimiento y que si vives tú y teniendo yo tu amor, tendré solaz y consolación y seguridad mientras viva. Así pues que yo vine a pedirte tu amor y gracia, no me debes volver vago pues me has parecido de ti gran bondad y buenas costumbres. Y pienso que tu no quisiste mostrar esto de ti que el hombre bueno no oculta su bondad, por más que la encubra cuanto pueda así como el musgo parece cerrado y sellado, por eso no deja su olor salir. Así pues tú no cambies contra mí tus costumbres ni me prives de tu amor.

Dijo así el ratón:

La mayor enemistad es de la naturaleza que se presenta de dos maneras: la una es entre iguales, así como la enemistad del elefante con el león pues unas veces mata el león al elefante y en otras el elefante mata al león y la otra es del daño de la una parte contra la otra, así como la enemistad es  entre tú y yo y esta nuestra enemistad no es por daño de mí contra ti sino por la mala costumbre que nos crearon de que por naturaleza no fuésemos amigos y la paz y la tregua que prometes, las más de las veces en enemistad se torna y no debe el hombre fiar de tal tregua ni dejarse engañar por ella. Pues el agua que necesita para su bien el calor del fuego, no deja por ello de matarlo si se la echan encima. Y tal sucede al que hace amistad con su enemigo como el que lleva la culebra en su seno, que no sabe cuándo se le ensañará y  lo matará. Y no se consuela el hombre entendido con la amistad del que lo necesita mas antes lo aparta y lo esquiva.

Dijo el cuervo:

- He entendido  lo que dijiste y tú debes seguir con las buenas costumbres y conocerás que digo la verdad y no me encarezcas las cosas ni las alargues afirmando que no podrá haber amor entre nosotros pues el amor entre los buenos que se junta así, termina muy tarde y se vuelve a juntar. Y ello es como el vaso de oro que se quiebra muy tarde y se repara luego aunque se quiebre y se abolle y el amor entre los malos se separa muy pronto y  se vuelve ajuntar muy tarde así como el vaso de tierra que se quiebra por cualquier cosa y nunca se vuelve a juntar. Y el hombre de buena parte ama al hombre de buena parte, una vez que se ven y por conocerse en un día y no más y el hombre vil no pone su amor con ninguno si no por codicia o por miedo y tú eres noble y de buena parte y yo he menester tu amor y aquí estaré a tus puertas y no comeré ni beberé hasta que me otorgues tu amor.

-Ya recibo tu amor que nunca envié al que algo tuvo necesidad de mí sin ello y no te comencé a decir esto que oíste sino fuera porque me acusaste y si me quisiera hacer traición no dirás: fallé el  ratón de flaco consejo y temeroso de engaño Desistió y salió de su cueva y paróse a su puerta.

Dijo el cuervo:

- ¿Qué te tienes a la puerta de la cueva que te impide salir a mí y solazarte? ¿Tienes  sospecha o miedo de mí ...aún?

Dijo el ratón:

Los hombres de este tiempo danse entre sí unos a otros dos cosas: La una es el amor y la otra es el algo. Y los que se dan el amor son los que pura y lealmente se aman, y los que se dan el algo son los que se ayudan y se aprovechan unos de otros: El que no hace bien sino por tener un beneficio y por ganar alguna alegría de este tiempo y algo de provecho es tal en esto como el pajarero que echa los granos a las aves no para hacerles una ayuda sino porque quiere gana. Así parece que el hombre da  su amor cuando lo que da es algo. Y fío de ti en tu amor y   doy otra tal de mí; y no me detiene el salir a ti sospecha alguna mas yo creo que tú tienes compañeros que son de vuestra naturaleza y no están a mi favor como tú y tengo miedo que me vean contigo alguno de ellos y me mate.

Dijo el cuervo:

Esta es la señal del amigo: ser amigo del amigo y enemigo del enemigo, y no y no es para mí amigo ni compañero quien a ti no amare y no te respetare y rápidamente me partiría yo de su amor del que así fuere. El que siembra las yerbas odoríferas, si con ellas nace alguna cosa que las dañe y las ahogue, arráncala.

Así salió el ratón hacia el cuervo y abrazándolo y saludándolo el uno al otro y solazáronse mucho hasta que pasó una hora del día. Y después que pasaron unos días dijo el cuervo al ratón:

- Esta tu cueva está cerca de la carrera por donde pasan los hombres y témome que te harán mal. Yo sé de un lugar apartado y muy risueño donde hay peces y agua y hay un galápago que es mi amigo: Si quieres vamos a él y viviremos con él salvos y seguros.

Dijo el ratón:

- Pláceme y yo he de decir muchas historias y hazañas que te departiría si fuésemos ya llegado donde tú quieres. Y tomó el cuervo el ratón por la cola y voló con él hasta que llegó cerca de la fuente en que yacía el galápago. Cuando vio el galápago un cuervo y un ratón con él, espantóse y no supo que era su amigo y metióse en el agua. Puso el cuervo el ratón en tierra y pusóse sobre un árbol y llamó al galápago por su nombre y decíale, Asza y él conoció su voz y salió a él y preguntóle de dónde venía y díjole él lo que le acaeciese desque siguiera las palomas y lo que le sucedió después con el ratón Maravillado el galápago de la inteligencia del ratón y de su lealtad, llegóse a él y lo saludó y le dijo:

-¿Qué te trajo a esta tierra?

Dijo el ratón:

- Tuve codicia de tu compañía y de venir contigo. Entonces dijo el cuervo al ratón: La hazañas y las historias que dijiste me dirías, dímelas ahora y cuéntamelas. Y no receles del galápago pues es como si fuese nuestro hermano.

Y luego el ratón comenzó a contar historias

Cuento popular: La Hormiguita

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Hasta ahora no hemos analizado las creaciones populares pero todas ellas tienen una estructura oculta que es importante conocer. No son tan inocentes como a veces creemos. Algunas se nos presentan tan tiernas que no nos percatamos de que los maestros y los mismos padres de familia estamos codificando a nuestros hijos sobre paradigmas que a odas luces no son convenientes. éste es uno de esos casos. No significa que no les contemos estos cuentos a los niños. Lo que sí debe hacerse es ir explicando los elementos que están un tanto ocultos detrás de un mensaje inocente y que creemos es bueno para su educación.

LA HORMIGUITA

"Había una vez una hormiguita tan linda, tan hacendosa, que era un encanto".

Obsérvese el código subyacente: Hormiga- mujer, linda, hacendosa, buena encantadora y sobre todo muy hacendosa. Este código es muy importante porque representa una programación social permanente. Es la visión codificada de mujer. Las labores hogareñas son su casi única ocupación y aspiración. Barrer, limpiar, cocinar y atender a su marido.

"Un día que barría la puerta de su casa, encontró un cinco".

Una de sus diarias funciones barrer y limpiar la casa, ser hacendosa. Ahora aparece la casualidad y no el pago por ese trabajo: se encontró un cinco. Ella es premiada con dinero. El azar sale a su encuentro y le premia.

"De inmediato, pensó: ¿Compraré galletas? No, porque me las como y se me acaban. Entonces compraré confites. No, porque son golosinas. Ya sé,  salió de su casa y se fue a una tienda donde compró coloretes, polvos y perfumes, se lavó su carita, se peinó, se pintó con los coloretes y se asomó a la ventana de su casa."

Surge en su mente cómo gastar el dinero encontrado. Desecha la comida y hasta las golosinas que pertenecen al "ser" y se inclina por coquetearse, escoge el "parecer". Otro de los elementos propios asignados a las mujeres. Lucir bellas para los hombres. Hoy dirían algunos y las mismas mujeres, "unos arreglitos" y acuden a las cirugías. Cambian las técnicas pero los valores permanecen.

"Como estaba tan bonita, todo el que pasaba se enamoraba de ella".

No sale a la calle siquiera, se asoma a la ventana de su casa a esperar que le llegue el amor. La mujer es de la casa, no debe buscar el amor fuera de ella. Sumisa, obediente, y receptiva. Hasta ahí se le permite llegar. No más.

"Pasó un toro y le dijo:

-Hormiguita, ¿te quieres casar conmigo?".

-¿Y cómo me enamorarás?  -respondió la hormiguita.

- Muuuuuuuu

-¡Ay no que me asustas!

 Al rato pasó un perro:

- ¿Hormiguita te quieres casar conmigo?

-Y ¿cómo me enamoras?

 -Wau, Wauuuuu.

-¡Ay no, que me asustas!.

Poco después pasó un gato y le dijo:

-¿Hormiguita te quieres casar conmigo?

- ¿Y cómo me enamoras?

- Kikirikikíiiiiiiiiiiiiii

- ¡Ay no que me asustas!

Luego llegó un cerdito.

- ¿Hormiguita te quieres casar conmigo?

- ¿Y cómo me enamoras?

-Ño, Ño, Ñooooooo.

- ¡Ay no que me asustas¡

Ya cuando estaba cansada de esperar, vio llegar al ratón Pérez, que le decía, muy quedamente:

- ¿Hormiguita, te quieres casar conmigo?

Tímidamente le preguntó:

- Y, ¿Cómo me enamoras?

-¡Iiiiii!

Inmediatamente la enamoró tan delicadamente, que la hormiguita le dio gustosa su manita y se casaron"

Si bien es cierto la hormiguita es la que acepta al pretendiente, es éste el que hace la propuesta y ella acepta o no. No hay un proceso de conocimiento. Es algo casi imperioso. La mujer debe casarse y formar un hogar. Ese pareciera ser su destino. Podría pensarse que el paso de los pretendientes le permite conocerlos y desechar los que no considere aptos y eso es cierto. Nunca se ha prohibido socialmente que una mujer tenga varios pretendientes, solo que no sea a la vez. Lo cierto es que en muchos casos los noviazgos duran muchos años y no se concretan en matrimonio y las mujeres corren el riesgo, dentro de ese código imperioso de casarse, de quedar solteronas y eso es mal visto por la sociedad y se les trata despectivamente.

La hormiguita escoge, al ratón Pérez, un galán, zalamero, y coqueto. Un buen partido, por lo menos en apariencia.

"Quiso la mala suerte que un día fuese la hormiguita sola a misa, después de poner la olla de arroz con leche. Le advirtió al ratón que no menease la olla con la cuchara chica, sino con el cucharón; pero el ratón Pérez hizo lo contrario y, por su torpeza, se cayó en la olla -como en un pozo- y allí murió ahogado".

No le duró mucho la felicidad a la mujer y no fue por una decisión de ambos sino por la mala suerte. Sabemos que la suerte no puede ser mala. O se tiene suerte o no se tiene. Y eso afirma la creencia de que los seres humanos dependen de un destino preestablecido.

La hormiguita cometió dos errores según los códigos sociales vigentes: Primero fue sola a misa. Una esposa siempre debe ir acompañada por su marido. Esa es la norma y segundo. No debió dejar en manos de su marido una labor que solo ella debía cumplir. Cocinar. Era de esperar que los hombres, por no ser parte de sus obligaciones cometieran torpezas, así el ratón Pérez se le olvidó la advertencia de su esposa y movió el arroz con la cucharita pequeña y se ahogó. Es cierto que fue desobediente pero su muerte es más un castigo para la esposa que desacató las normas del código social.

"Al volver la hormiguita a su casa, nadie respondió sus llamadas. Corrió a la morada de una vecina para que la dejase entrar por el tejado, pero esta no quiso; entonces entró por la ventana que estaba entreabierta y se fue directamente a la cocina, miró la olla y ¡qué tristeza! vio al ratón Pérez ahogado en el fondo de ella.

La hormiguita se echó a llorar amargamente."

Aparece el castigo, por la desobediencia. Si se analiza con detenimiento, la más castigada es la hormiguita-mujer. El ratoncito se ahogó y punto, dejó de sufrir. El escarmiento sugiere que no se debe desobedecer y eso es una norma. Lo cierto es que hay cosas y hechos que demuestran que la desobediencia no todas las veces es un "pecado" o una falta. No todo en la vida se debe obedecer, no importa de quién venga el mandato. Pero el código social es generalista en los mandatos morales y preestablecidos. Así la más castigada resultó ser la hormiguita que realmente no incurrió en ninguna falta.

"La hormiguita, llena de tristeza se sentó en el quicio de su casa y se puso a esperar."

Nuevamente la hormiguita espera, no hace nada por su propia iniciativa. Ahora viene la consolación, todos lloran su desgracia y le dan las condolencias. Y lo que es peor. Su proyecto de vida llega hasta ahí. Las viudas no deben volverse a casar porque no es bien visto por la sociedad. Deben llevar luto hasta su muerte. Es otra castración social soslayada y oculta.

 "Pasó un pajarito, y le dijo:

-¿Hormiguita por qué lloras?

- Porque el ratón Perez se cayó en la olla y la hormiguita lo siente y lo llora.

- Pues yo, pajarito, me cortaré el piquito.

-¿Por qué, pajarito - dijo una paloma- te has cortado el pico?

-Porque el ratón Pérez se cayó en la olla, y la hormiguita lo siente y lo llora.

-Pues yo, la paloma, me corto la cola.

-¿Por qué, paloma, te cortaste la cola? -dijo la fuente clara.

-Porque el ratón Pérez se cayó en la olla, y la hormiguita lo siente y lo llora; y el pajarito se cortó su piquito; y la paloma se corta la cola; y yo, la fuente clara, me pongo a secar.

-¿Por qué lloras fuente clara? -dijo la joven de la cántara.

-Porque el ratón Pérez se ahogó, la hormiguita lo siente y lo llora, el pajarito se cortó el piquito, la paloma se corta la cola; la fuente clara, se puso a secar.

-Pues yo, que soy infanta, romperé mi cántara porque el ratón Pérez se cayó en la olla y me pongo a llorar."

Hay solidaridad de todos con la hormiguita pero más que todo por el sufrimiento, por su dolor. Por el acabose todo para ella. El proyecto humano de la hormiguita-mujer llegó hasta ahí. Pero todos deberíamos saber que eso no es cierto. Fue una triste experiencia pero la mujer tiene infinidad de proyectos para su vida, con o sin marido.

 

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