-Es que no quiero recordar.
Así contestaba la niña de ojos grandes y mirada triste. Esa mañana la maestra trataba de que le contara por qué había faltado una semana a sus clases.
Tomaba sus cabellos negros y enroscaba en ellos un pedazo de lápiz viejo y sin punta. Sus grandes ojos se quedaban fijos en la ventana abierta del aula y se perdían en las lejanías del potrero cercano y los montes allá, perdidos en unión con las nubes blancas que jugaban con ellos.
- Pero, ¿por qué no quieres contarme? No temas. No te castigaré, se lo prometo.
Y trató de limpiarle sus ojitos que se humedecían al contacto con su recuerdo.
La niña movía sus pies al compás de sus pensamientos que no entendía y menos explicarle a la maestra todo aquello que en sus escasos 7 años había sufrido.
- Es que mi mamá nos abandonó a mí y a mi hermana.
- Y ¿con quién los dejó?
-Con un señor.
- ¿Su papá?
- No, nosotros no tenemos papá.
-Entonces con su abuelito.
- Nunca lo ví y seguro ya murió.
-Entonces, ¿con quién te dejó?
- Es que mi mamá toma mucho licor y por mi casa había un señor que vendía licor clandestino.
-Pero no entiendo bien lo que me cuentas.
Y la niña volvía a restregarse sus manitas y mover sus pies. Volvía a mirar la ventana y salía a jugar con las mariposas que viajaban de flor en flor.
-Dígame cuál es el señor con quién ella la dejó.
-Es que el sábado pasado me llevó a la casa de ése señor que vive junto al río que vende guaro y le compró una botella.
Y la niña tartamudeó y de nuevo volvieron sus ojos a humedecerse. La maestra esperó unos momentos y luego de secarlos la miró interrogante.
-Es que mi mamá no tenía dinero para pagar la botella de guaro y entonces me empeño y tomó la botella y salió de la casa del señor.
Leave a comment