Primer Período: El Superrrealismo

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PRIMER PERÍODO: SUPERREALISMO

(1935-1979)

 

 

Este período  comprende gran parte de la novelística escrita en nuestro continente. Lo representan tres generaciones bien definidas: la generación de 1927, llamada Superrealista o del Realismo Mágico, la generación de 1942, llamada  Neorrealista o del Realismo Maravilloso y la generación de 1957, llamada Irrealista o Fantástica.

 

Los novelistas han iniciado, por fin el despliegue literario que tanto veníamos esperando. Es la literatura como expresión social y con una función utilitaria, interpretativa, de ruptura, de violación. No se  deja de interpretar la vida cotidiana, pero se manifiesta como ruptura con los viejos cánones de los paradigmas anteriores, sobre todo el llamado Realismo, y se compromete con otro, diametralmente opuesto. Por eso podemos afirmar categóricamente que asistimos, en este primer período, al nacimiento de una nueva novela, un nuevo paradigma novelístico. Es el llamado Antirrealismo, que se abre paso y expone sus mejores muestras de la novela. No importa si se le llama Realismo Mágico, Mítico, o Maravilloso, lo cierto es que abre un nuevo sistema literario para la novela y los autores (algunos no), son conscientes de ello. Renuncian intencionalmente a los antiguos cánones del Realismo, Naturalismo y Romanticismo y se afincan en el poder de la imaginación, de la innovación formal; de ahí el papel preponderante que juega el lenguaje y las diversas técnicas narrativas que los autores aplican a sus creaciones. No es que renuncien a la realidad, ni renieguen de ella. Es todo lo contrario, penetran en sus entrañas, la releen, la reinterpretan, la auscultan y la recrean. Es como un análisis con ultra sonido, con técnicas modernas, virtuales. Nada permanece oculto a la mirada de los novelistas de este período; y si algo escapa momentáneamente a sus pesquisas, entonces estudian, leen, investigan pero no desmayan, hasta encontrar el verdadero sentido de lo expuesto, lo real aparente. Es algo así como la búsqueda, de lo que Humberto Eco llamó, la estructura ausente,  lo no visto, lo intencionalmente manipulado, lo escurridizo, lo insospechado. Por eso el mundo mostrado en estas novelas, penetra en lo privado, es esencialmente interior, no sólo a los personajes, si no a la vida social, a los sistemas políticos, a la vida cotidiana, al narrador o los narradores, a lo intencionalmente callado, manipulado, ocultado por los sistemas permanentemente programados para que los más, que es el pueblo, permanezca en esa ignorancia oficial, que tanto favorece a los intereses de los políticos de turno y los grupos más poderosos económica y políticamente.

 

Por eso estos novelistas denuncian las más variadas taras sociales de nuestras inventadas y falsas democracias, tales como la corrupción, la burocracia, la ley al servicio de los ricos, las instituciones del Estado al servicio de los intereses de los gobernantes y amigos, la marginación de los pobres, los mitos entronizados y estigmatizados por la historia oficial, la globalización de la pobreza y la repartición de la miseria para el pueblo y la riqueza para las transnacionales y sus socios criollos, sin importar si destruyen las condiciones naturales de la tierra, los gobernantes que entregan nuestra riqueza a las compañías internacionales por una granjearía, llámense venta de las comunicaciones, la energía tradicional como la luz, el agua o la telefonía. En aras de una eficacia de las instituciones y la llamada modernización del Estado, están privatizando todos los servicios y nuestras riquezas, sin que los anunciados logros se vean por ninguna parte, a no ser la corrupción y el deterioro, cada vez  más evidente de la mayor parte de las instituciones que antes eran nuestro orgullo.

 

Aquella visión de la época moderna, inequívoca, lógica, predecible, sistemática y hasta moralista y folklórica pasó a ser una visión carnavalística, ambigua, asistemática, arbitraria, impredecible, propia de un mundo caótico, polifacético; si se quiere irracional. Se abre una visión que asimila, acepta la irracionalidad, lo insólito, la ambigüedad, el sueño, la poesía, el sexo abierto. Por ello, el lector social, se encuentra huérfano, sin quien lo conduzca, sin explicaciones, al margen, a expensas de él mismo. Solo, ante el mundo caótico que lo desconcierta, no sabe qué hacer, y en el peor de los casos, tira la novela al estante de libros olvidados, para en una mejor ocasión, intentar de nuevo penetrar en ese mundo extraño, cerrado que le invita a entrar en él y bañarse en sus aguas inmensas, en ese mar expuesto, mostrado, tirado a sus pies. Su papel es meterse en él, sumergirse y comenzar a descifrar ese laberinto que el autor le ofrece, que no es otro que su propia vida y la sociedad en la cual vive pero que ignora.

 

Se terminó la linealidad del relato, la causalidad, las preguntas retóricas, las guías, la atención al lector, ese mundo plano, fácil y se abrió, la novela, al monólogo interior (al fluir de conciencia), la interioridad, la profundidad sicológica de los personajes, ni buenos y malos, simplemente humanos, la creación de un nuevo lenguaje, al arribo de la exageración, la ironía, el sarcasmo, la distancia entre el narrador y el mundo mostrado. El lenguaje es motivo de cambio, se le retuerce para lograr la expresión deseada. Sólo recordemos las llamadas jitanjáforas de Miguel Ángel Asturias (1899-1974), en su novela El señor Presidente: 1952.

 

En Costa Rica, este período se inició con la generación de 1927, continuó con la del 1942 y concluyó con la del año 1957. De estas tres generaciones hemos obtenido la mejor muestra narrativa de nuestra literatura. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que es en este período, cuando se inicia la literatura costarricense de mayor realce y alcance internacional. Por primera vez, los autores, sobre todo los de novelas, logran salir de nuestras fronteras y exponer, con orgullo, sus creaciones a los lectores de otros países, tal es el caso, por ejemplo, de Carlos Luis Fallas (1914-1966).

 

No queremos afirmar que todos los novelistas de este período se abrieron a las nuevas expectativas que hemos planteado antes. Muchos de ellos, si no la mayoría, continuaron bajo los cánones de la llamada novela monofónica de la época anterior, pero algunos sí se percataron de los cambios operados en el nuevo sistema literario y auque tímidamente comenzaron a interesarse por él y a crear sus novelas bajo esta nueva visión, que hemos llamado polifónica. Sólo baste citar algunos de ellos que más adelante tendremos ocasión de estudiar con más detenimiento. Son notorios, Max Jiménez Huete (1900-1947), Yolanda Oreamuno Únger (1916-1956) y Joaquín Gutiérrez Mangel (1918-2000), Carmen Naranjo Coto (1930), Rima Valbona (1931), Samuel Rovinski Gruzco (1932), Daniel Gallegos (1930), para citar sólo algunos de los más destacados de este período.

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