Benedicto Víquez Guzmán: La obra escrita de Omar Dengo Maison. Discursos. En los funerales de doña Esmeralda V. de Morales.

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EN LOS FUNERALES DE DOÑA ESMERALDA V. DE MORALES1

 

Una noble institución, La Junta de Caridad de Heredia, se digna poner en mis labios las palabras con que debe expresar su homenaje ante este cadáver de una matrona ilustre de la ciudad. Homenaje de gratitud y de admiración, que no es sino parte de los lauros de que se revestirá el recuerdo de doña Esmeralda, quien fue esmeralda pura en la corona de oro de las glorias urbanas.

 

¡Feliz ese cadáver perfumado! Decía un gran poeta en presencia de un árbol caído bajo el peso de sus flores. ¡Feliz, digamos nosotros, este otro cadáver que es ahora reliquia sagrada en la veneración de toda una ciudad, y que no es el de alguien que ha caído, sino el de quien por no haber nada de terreno en su espíritu, se siente súbitamente levantado, por manos angélicas, hacia la Luz Eterna! ¡Feliz ese cadáver perfumado de virtudes y cubierto de plegarias que surgen, cual incienso, de todos los corazones de la ciudad.

 

Las obras de beneficencia de Heredia -el hospital principalmente- encontraron en la piedad de doña Esmeralda una de las fuentes de la vida, quizás la mejor, la más constante, la que siempre supo ser devotamente solícita. Le dio al hospital terrenos, le dio dineros, le dio ropas, le dio enseres, en suma, le dio de todo lo que hacía falta; le prestó, pues, pródigamente, servicios eminentes en los cuales supo hacer presente aquella delicadeza en el dar que es propia de la caridad verdadera. Dar, ya sea pan, amor o luz, es la forma de sintetizarse en el espíritu humano una ley divina. Y en la vida de doña Esmeralda se realizaba tal síntesis de modo perfecto.

 

Una expresión del doctor González, de don Tranquilino Sáenz, de don Jacinto Trejos, una expresión, pues, que concentra pareceres unánimes, lo declara elocuentemente en su  sencillez: doña Esmeralda tenía la mano tendida hacia el Hospital. Imagino, señores, la mano filial de un ángel levantada en signo de protección por sobre el lecho del enfermo, a fin de cuidar que se cumplieran las palabras evangélicas: ¡curarlo!

 

Mas no solo imagino, puesto que también recuerdo. Uno de los encantos que ha tenido para mí por muchos años esta ciudad, ha sido el de admirar, mañana tras mañana, la imagen de una dulce viejecita, nimbada de azahares, que a través de su ventana miraba reposadamente hacia el parque y hacia el templo, que es como decir, hacia las flores de sus últimas ilusiones y hacia el Dios permanente de su corazón. Y yo no sé qué de franciscano, de angélico, encontraba en aquélla visión. Ahora, cuando sienta su ausencia, volveré los ojos a las estrellas y quizás tras alguna descubra el ensueño de la cabellera blanca, toda beatitud, en torno de una faz que vela por los pobres de la ciudad.

 

Éstos, los pobres, las viudas sin amparo, los huérfanos desvalidos, llorarán hoy como si ya en el mundo no hubiese misericordia. En lo hondo de sus corazones desolados solloza ahora, profundamente, el mejor elogio, el más justo, de doña Esmeralda. Las lágrimas serán bendiciones, los ayes serán plegarias, las oraciones serán himnos sagrados en torno de esta urna que es un altar. ¡Postrémonos a recibir sus resplandores y  pidamos que a todos llegue algún destello de la bondad del ser que ahí dejó su envoltura blanca! Deseemos que el rico poseído de avaricia, de doña Esmeralda, reciba lección; que el corazón soberbio, de ella aprenda mansedumbre; que las gentiles niñas de la ciudad, que con los años serán sus matronas, reflejen en sus vidas el milagro de la vida. La vida se nos da como lote para el cultivo. Unos, lo dejan desierto; otros, lo pueblan de cardos; y así, ni se posa la planta del hombre ni se detienen las aves del cielo; otros lo cubren de árboles, que dan fruto y sombra, con lo que enriquecen la obra del bien en el mundo; otros lo plantan de rosales y con su fragancia y su belleza aumentan la alegría y la esperanza de los hombres. De estas vidas jardines, fue la de doña Esmeralda. ¡Vida ejemplar, oh madre de los pobres, dama gentilísima, Sor Esmeralda de la Gracia! Vidas cual la suya inspiraron la más alta sabiduría de los que comprendieron que el destino superior de los hombres se desenvuelve dentro de las normas eternas de una Ley de Amor y de Compasión...Vidas como la tuya ¡salmos profundos!, florecen en lirios en los jardines del Señor.

 

Llevémosla, llevémosla a la tumba, damas y caballeros, con recogimiento cordial, de modo que parezca que su paz y su gloria, que vienen de la luz celeste, surgen de nosotros en un silencio infinito. Y sintámonos sobrecogidos de pensar, ya que las envolturas de la caja mortuoria nos recuerdan la vestidura purpúrea del Nazareno, que Él también marcha entre nosotros, invisible y supremo, con las manos elevadas en oración...



1 Reconstrucción hecha por el autor a solicitud de La Tribuna.

Ahora que se construye en Heredia un nuevo hospital, éste debería llevar el nombre de esta

insigne herediana; por respeto, reconocimiento y evocación de nuestros valores

y nunca el que lleva que no significa nada para los heredianos. Benedicto Víquez Guzmán

 

 

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