NO QUEREMOS MONOPOLIOS EN COSTA RICA
Muchas gracias, señores1. Acepté complacido y muy honrado la invitación de la Directiva de la Liga Cívica para conversar con ustedes, guiado acaso no más por el impulso de mis simpatías personales y por los afanes que surgen aún cuando he medido el compromiso. Advierto que después de las palabras hermosas del doctor Victory es difícil que yo diga algo más que en sustancia no resulte lo mismo. Por otra parte, la distinguida concurrencia me cohíbe y me encuentro como falto de fe en la palabra. Sé que se han construido leyendas respecto a mi palabra, pero la verdad es que ella es pobre y vacilante sobre todo para seguir temas en los que no cuenta con la preparación y con los conocimientos técnicos necesarios. Acepté la invitación por los afanes y por el espíritu patriótico de la Liga Cívica. A sus directores doy las gracias por el honor que me han otorgado y a ustedes por la amabilidad de venir a escucharme. Ruego que me excúsenme defraudo las ilusiones de la asamblea. Dijeron que hablaría de una magna cuestión en debate: el truts eléctrico. Es seguro que al respecto haré algunas alusiones, pero, lo digo con franqueza, si sé admirar de la electricidad sus maravillas y sus misterios, y si sé presentir sus grandezas, técnicamente los desconozco, pero los abomino en toda se extensión por el egoísmo feroz que encierran.
De los problemas de economía política solo tengo el entusiasmo del maestro preocupado por todo lo que interese al espíritu cívico. Puedo decir de estas actividades lo que el gallego a quien preguntaron sobre sus conocimientos de geografía: respondió que no la conocía porque había pasado por allí de noche. Yo digo lo mismo: cuando pasé por los estudios, en el Colegio, de estos problemas, lo hice con los ojos cerrados. Recuerdo que tampoco en la Escuela de Derecho existían cursos de economía política ni de sociología. Siempre me parecieron útiles, pero ni siendo bachiller, oí hablar de los problemas nacionales.
Siento en estos momentos que la palabra busca el modo de afrontar de lleno el tema de los monopolios, pero debo primero detenerme a contemplar algún aspecto del panorama que a mi vista ofrecen las actividades de la Liga Cívica.
Hace poco un amigo me preguntaba si me sería fácil comentar la labor de la Liga Cívica. Le respondí que no solamente me sería fácil sino también muy grato. Mi interrogó entonces si creía en el movimiento. La repliqué que creía de un modo afirmativo. Que creía convencido y no como el sacristán que sin entender los latines del sacerdote responde que sí. Me doy cuenta perfectamente de las actividades de la asociación y desearía que todos los presentes la contemplaran desde mi punto de vista. Inicia el movimiento un grupo de caballeros en los cuales el país puede poner toda su confianza, son figuras de moral límpida, capaces de mantener todo esfuerzo con lealtad, con desinterés, con hombría de bien y con altura de miras. Cuando me dieron los nombres de esos caballeros me sentí deseoso de trabajar con ellos. Por cierto que varios de esos ciudadanos nunca han ostentado siquiera interés por cuestiones públicas; han vivido al margen de las luchas políticas. Y ahora aparecen en este caso sin otro interés que el de una aspiración por organizar la opinión pública a favor de la conveniencia nacional, a favor de los pueblos que tienen aspiraciones y tienen ideales.
Justo es decir que un movimiento semejante inició la Sociedad de Amigos del País y que ya en otros países como Colombia, como Cuba, y como en algunos de Europa, han brotado estas fuerzas que son fuerzas vivas de la nación y que afrontan los problemas de las colectividades.
Hace poco leí un libro de un profesor de la Universidad de Columbia, sobre las necesidades de la democracia después de la guerra, en el que se admite y proclama la conveniencia de que los ciudadanos aborden estos problemas verdaderamente nacionales para intervenir de manera directa y fecunda en el Gobierno del país.
En Costa Rica somos pesimistas cuando se trata de estas asociaciones. Los costarricenses somos desconfiados en y miramos fríamente las grandes actividades. Es política, en política, es político, dicen la gentes, y lo cierto es que todos queremos una política superior. Y esa misma gente que así recrimina la política superior, cuando se trata de la mezquina politiquería de pasiones, sí acude con entusiasmo.
Esto indica algo muy humano: que predomina el interés personal, esclavizado al egoísmo. Y el interés verdadero que debe existir, es aquel capaz de crear, de cooperar, de contribuir por los destinos del país aunque se sacrifique toda la personalidad, aunque se sacrifique toda la vida misma.
No hay que dejarse dominar por sentimientos de posibilidades de fracaso. No. Los tiempos han cambiado. Detengámonos un momento en la puerta del teatro y miremos el desfile de automóviles que no existían hace diez años; veamos la prensa abordando los problemas y las palpitaciones nacionales, los asuntos políticos, económicos y sociales como no existían hace diez años.
Pongámonos a mayor altura y, excúsenme si soy algo lírico, elevemos el pensamiento a la cumbre, elevemos el espíritu sobre el panorama y miremos cómo en el mundo se desarrollan nuevas fuerzas en filosofía, en ciencia, en religión, en mecánica y en todo, y de tal modo maravilloso, que su presencia nos hace pensar en una nueva civilización que surge de las entrañas de la tierra.
A mi modo de ver, la asociación responde verdaderamente a la vida cívica y política del país.
Hoy sabemos, por ejemplo, lo que significa una United Fruit Company; tenemos vastas experiencias en diversos sentidos y debemos aplicarlas cuando se trate el problema que se avecina. Tenemos también presente un problema cultural, educacional y otros más que deben resolverse con el lote de experiencia que tenemos en el espíritu. Todas estas necesidades inducen a crear y por eso concibo con fe en que los beneficios de la Liga Cívica serán de trascendencia para el país.
¿Hacia dónde va la United?, preguntan las gentes ¿Hacia dónde va la United?, repiten, y la respuesta es: hacia donde quieran los costarricenses.
Vamos adelante con nuestros propósitos; que nos sigan todos los costarricenses dispuestos a apoyara algo que es muy suyo, a defender algo bien amado. Soñemos con la reforma de las instituciones, contribuyamos porque sean grandes y fecundas y así contribuiremos a la grandeza de la patria.
Traigamos a la asamblea los problemas nacionales y busquémosles la mejor solución inspirados en el bien público. Y excúsenme otro exceso de autoreferencia ya que estas manifestaciones son absolutamente mías y están desligadas de pensamiento de los señores de la Directiva. Sigamos debatiendo los problemas nacionales en esta asamblea aunque más tarde, por un juego de circunstancias, intervenga la política. Cuando las cosas lleguen a ese extremo, si es que llegan, las asociaciones tendremos dos caminos: separarnos o seguir. En la vida, los rumbos son infinitos como la Rosa de los Vientos y el espíritu de la Liga Cívica es el de la libertad y sus ideales. Así cuando la política surja, no de aquí, sino de las camarillas, habrá que preguntar: ¿de dónde la prefieren? Repito que en esto digo mi propio pensamiento, que hablo en nombre mío. Esto no es pedantería pero es de justicia decirlo. Y ¿no es también necesidad sentida, verdadera, reclamada, la de ennoblecer la política? No me separo de la realidad: si en la política vemos farsas encontramos desengaños y luchamos contra intereses, ¿por qué no sentirnos capaces de aspirar a algo mejor? Todas estas causas, todos estos grandes problemas los sentimos y ya es la hora de abordarlos. El mundo se transforma y el mundo evoluciona. Así, por ejemplo, basta ojear hoy un periódico de la mañana o de la tarde para encontrar en él una gran cantidad de preocupaciones de actividades, de polémicas y de causas que esconden un mundo subterráneo en donde se agitan intereses poseídos de voraces sentimientos que solo aspiran las riquezas de la nación.
Tenemos pendientes grandes problemas, los contratos con la United y la construcción del Canal de Nicaragua; se anuncia una grave crisis del café; miramos regiones enteras pobladas de infelices palúdicos y luchamos contra el analfabetismo, ya que aunque casi todos saben leer , son muy pocos los que entienden lo que leen.
En Suiza, país admirable, recientemente, con motivo de una pregunta que hiciera el Gobierno al pueblo sobre la conveniencia de si los ferrocarriles deberían pertenecer al Estado, no quedó un solo ciudadano, ni un solo campesino, que no supiera escribir claramente: "Los ferrocarriles deben ser del Estado, tienen que pertenecer al Estado". Y aquí, aún no sabemos cuántos lo podrán escribir tan sinceramente.
Encontramos en la Avenida Central, en corrillos, ya en forma de chiste o ya en manifestación enérgica, la censura para la administración pública y la acusación de que existe un ambiente corrompido. Debo aclarar que no le hago un cargo a la actual naciente administración. Me refiero al ambiente general en el cual ella ha tenido que entrar, por el estado de cosas natural. Son muchos, pues, los problemas pendientes; hay, entre otros los del hombre del futuro. Necesitamos de hombres capaces de afrontar las luchas de ennoblecer la política, hombres dignos de vivir la República como nuestros abuelos nos la reclaman desde el pasado, y como nuestros nietos nos la piden desde el futuro.
Debemos preparar los ciudadanos de mañana sin temores a sufrir una burla, ya que esto nos ocurre muchas veces con los hombres que consideramos superiores. Es preciso preparar los elementos del mañana. Tengo la impresión de que a Presidencia e la República no siempre llegan los verdaderamente preparados. Hay figuras en el pasado que no sé por qué no ocuparon la Presidencia y que hoy son dignos del mármol y del bronce. Pero también hay otros, justo es reconocerlo, que llegaron al poder siendo únicamente de ésos incapaces de dar una luz.
¿por qué no fueron Presidentes de la República un Julián Volio, un Mauro Fernández, un León Fernández, un Eusebio Figueroa y otros más? En fin, los historiadores son los llamados a aclarar dudas, pues mientras ellos no alcanzaron la posición que pudieron desempeñar con orgullo para el país, otros elementos mediocres surgieron desde la penumbra con facilidades maravillosas. Y esto último es lo que debemos evitar haciendo una política prestigiada. Repito que estos conceptos son únicamente míos; pueden estar errados, pero han salido del corazón y no traigo anotado en la libreta un interés particular o de personal predilección.
Otra acusación que se le ha formulado a la Liga Cívica es la de sufrir de boxerismo y de xenofobia. Ese cargo, lanzado por la prensa, hay que tomarlo en cuenta. Los caballeros iniciadores de la Liga Cívica son elementos de amplia cultura y no se les puede calificar de padecer de boxerismo ni de xenofobia. Poseen una educación traída de Europa y muy nobles sentimientos. Ni siquiera se les puede acusar de nacionalismo mal entendido..
No existe el afán de perseguir al extranjero ya que para el buen extranjero tenemos solo sentimientos de nobleza. Bien hizo el Dr. Victory en citar a Mr. John Keith, quien no es solamente ejemplo de extranjeros, sino también de costarricenses.
Respecto a los intereses extranjeros puestos en juego en el país, recuerdo lo que oí una tarde de éstas en un camión. Y es que el camión es una verdadera cátedra de sociología y de política aunque, a veces, como la política y la sociología, se quede parado en el camino. Pero ya nosotros nos vamos familiarizando con estas cosas. En el camión se oye el comentario hábil y perspicaz, inteligente y agudo. Hablaban unos campesinos sobre las actividades de Mr. Moseley. Advierto que me refiero a ese señor con respeto ya que está ausente del país. Uno de ellos decía:
"Yo le preguntaría a Mr. Moseley si él, que acaba de llegar al país enviado por una compañía extranjera, puede tener más interés por los problemas nacionales que yo, que soy costarricense. Francamente tendría que decirle: Mr. Mosely, usted perdone, pero, no se lo creo..."
"Ni yo tampoco", agregaría yo.
Nosotros queremos en Costa Rica a extranjeros como Sautre, Scaglietti, Carit, como otros tantos que vienen a convivir con nosotros. Sin ir muy lejos tenemos en nuestro seno apellidos como los Moreno Cañas, los Fournier, los Victory, los Quirós que, extranjeros en su nacimiento, forman hoy nuestra familia. Queremos convivir con esos extranjeros que hasta exponen orgullosos su ufanía de sentirse costarricenses y de compartir con nosotros los destinos de la Patria. Para ellos hay campo en nuestro corazón, mientras que para los otros, para los advenedizos, francamente hay sospecha fundada.
Yo no concibo patrias constituidas a base de odio para nadie, no concibo patrias agresivas y solo me explico una conducta enérgica y combativa en casos de defensa de la soberanía nacional. Me explico los sentimientos de Juan Bautista Alberdi pensando en los destinos de la Argentina en el año 97:
"Que vengan a la Argentina ingleses, franceses, alemanes, españoles, suizos,, que vengan todos los bien intencionados, que para ellos la puerta se abre con llave de oro, que vengan a esta tierra cuyas entrañas están ansiosas de cultivo y en la pampa ilimitada el potro salvaje y desenfrenado se rebela contra el gaucho, como un símbolo de que en su tierra no se quiere caudillos."
Yo también pienso que vengan, pero teniendo siempre presente la escuela de la experiencia. Tenemos vastas regiones en San Carlos, grandes riquezas en Sarapiquí, una llanura solitaria en Coto y muchos lugares de progreso y de engrandecimiento. Que vengan aquellos extranjeros dispuestos a trabajar y a respetar las leyes. Veamos los problemas como el estadista colombiano, a través de la luz de la espada de Bolívar, no como la ven los estadistas financistas de por aquí que, más que otra cosa, son negociantes.
Mantengamos la tesis de Patria en su más elevado concepto y no ya en el sentido ideológico, admirable, pero que yo quisiera atreverme a reformar, de Lugones. Que la Patria tenga el derecho de la libertad y de la justicia. Que el hombre tenga necesidad de amarla y de comprender como el niño a la madre y que esté siempre, como decía Martí, vinculado a la tierra.
Traigamos a nuestro seno los sentimientos de cultura de Francia, la organización de Alemania, las energías de los Estados Unidos, la libertad de Suiza, la constancia de Bélgica, la actividad y nobles sentimientos de España, y así de Italia, y de todas partes, pero hay sin embargo algo que no podemos traer de afuera, algo que debemos buscar del pasado, algo de aquel pedazo de arena que cubre las cenizas mortales de Mora y Cañas...
Este algo debe ser el espíritu con que debemos enfrentarnos a todos los monopolios y en primer lugar al monopolio eléctrico que está en debate. Esta actividad se mueven un terreno resbaladizo y yo no tengo la competencia técnica necesaria para abordarla. Hago de ella únicamente el comentario sencillo que está al alcance de todos.
Leí ayer con sorpresa los avisos en que se ofrecen acciones del trust que va a explotar nuestra energía eléctrica. ¿Qué significa esto? ¿Por qué lo hacen hoy dije- y no lo hicieron antes, ayer? Y es que esto parece indicar que hoy lo que tratan es de estorbar, creando intereses, la acción del Congreso que impone la ley de nacionalización del servicio de electricidad.
En el aviso dicen que hay un capital invertido. Yo no conozco el mecanismo de estas cosas pero me pregunto: ese capital invertido, ¿quién lo puso? ¿Cómo se ha invertido? No lo dicen. Yo me pregunto: es lícito ofrecer valores de una compañía cuando no se dan detalles de ella? Dirán que hay nombres conocidos y respetables al frente. Es verdad. Pero en oposición a esto nace otra desconfianza. El asiento de la compañía está en Estados Unidos, en Maryland... Y esto, señores, es lo tremendo del monopolio. ¿Desde el punto de vista nacional, conviene esto al país? No y no porque, como un empréstito contratado en Estados Unidos, siempre es un nuevo instrumento de conquista.
En los Estados Unidos el monopolio es una amenaza, ¿qué no será para nosotros?
Yo no soy enemigo de los Estados Unidos. Al contrario, siento una verdadera admiración por ese gran país y por sus hombres, pero por sus hombres de la talla de Franklin, de Lincoln, de Washington y de tantos otros más.
Pero, como es natural, me alarma todo lo que venga de Wall Street con su judaísmo de antigua fenicia.
Por otra parte, le tengo, como es lógico, menos miedo al pirata costarricense, si es que existe. Es menos temible porque está menos bien armado...
En todo caso prefiero el productor costarricense al extranjero. El primero está tentado por su interés pero nunca olvida la cuna donde nació, su madre buena y los afectos de su tierra y el sentimiento de patria que existe como una majestad imperecedera.
El proyecto del Licenciado don Alfredo González Flores presentado a la Cámara de diputados por el señor Padilla, es un triunfo para la Liga Cívica.
Podría decirse, al desarrollarse el proyecto, que el administrador costarricense es malo, pero lo cierto del caso es que, bueno o malo, siempre es costarricense.
Detrás del proyecto está la idea de suprimir la Fábrica Nacional de Licores, proyecto hermoso que algún financista afamado diera ha poco por imposible. Huelga hablar de los daños del alcoholismo que todo mundo conoce. Lo cierto del caso es que el país debía pasar por esa experiencia para defenderse enseguida con pleno conocimiento de causa.
Combatamos siempre los monopolios. Cuando oigo hablar de ellos al señor Soley... (Excúseme la alusión, no pensaba mencionar a ese señor, pero bien, lo formularé con todo respeto). Cuando le oigo, digo, pienso que esas teorías eran buenas para el año 1897. Para esa época estaban buenas. Hoy tenemos que defenderlas desde otro terreno, desde el terreno de la tesis moral. Y es que no me explico por qué motivo los señores defensores del monopolio rehuyen la tesis moral que debe existir como base de todo problema económico, de todo problema social.
El trust no es una necesidad de la vida como lo son tantas en la existencia; el trust no es necesidad sociológica, sino el fruto de una civilización materialista que cree que en la vida todo es oro.
La civilización que valora todo por oro no está guiada por un concepto del bien.
Divaguemos un poco.
Recuerdo el cuento, hecho leyenda, del dios Mercurio. Concedido que fue al Rey el poder de transformar cuanto tocase en oro, bajó en la mañana a su jardín, pleno de bellas rosas, y, sin querer acaso, fue tocando las flores una tras otra, anhelando tal vez, soñando en su perfume delicioso. Y aquellas flores bellas fueron trocándose en oro, sin perfume, brillantes pero sin vida. Y la hija del Rey bajó luego al jardín y al ver sus flores amadas de tal manera convertidas en dorados espectros acudió a su padre para lamentarse de la desgracia. Y su padre quiso explicarse: acercándose quiso acariciar sus cabellos; al tocarla, convirtióla también en oro.
Y es así como se explica que el oro, puesto en la mano izquierda, puede ser puñal que agresivo se levanta y en la derecha, en cambio, crucifijo de perdón y amor.
Si necesitamos dinero para la vida, busquémoslo como es debido para gastarlo dignamente. Ya es vergonzoso que se estén acusando hasta a los grandes hombres como consecuencia de sus errores y de la política. Yo no deseo ni espero ocupar nunca una posición política, pero si alguna vez ocupara alguna, posiblemente cometería errores prefiriendo en todo caso caer de un piso treinta y tres a caer de una tercera grada por gastar demasiada gasolina.
Debemos salir de aquí dispuestos a luchar abiertamente en beneficio de las instituciones nacionales, a contribuir por el buen éxito de todos los problemas, a hacer eco en el sentir de los señores diputados ante el proyecto eléctrico que comenzará a discutirse enseguida. Hagamos valer nuestra actuación. Deliberemos siempre en asambleas como ésta, en magnas asambleas como las griegas donde se podía hablar y opinar libremente. Aboguemos porque el Congreso, cuerpo que mucho respeto, mantenga siempre su libertad de criterio y de pensamiento. En el seno del Legislativo, y esto no significa un irrespeto ya que los mismos diputados lo reconocen, existen corrientes políticas, circunstancias y disciplinas que hacen variar los criterios. Pero en esta ocasión es de esperar que no se ahoguen las buenas iniciativas del pueblo. Y que los anhelos del pueblo bien inspirados flameen, como el pabellón tricolor, consagrado por sus ideales y atento siempre al porvenir de la nación.
1 Conferencia pronunciada en el Teatro Nacional, San José, auspiciada por la Liga Cívica, julio de 1928.
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