2. ENSAYOS CRÍTICOS
En esta sección incluimos ensayos ideológicos, donde el autor expone sus ideas, sus análisis, sus conclusiones sobre una temática variada: educación, sociología, pedagogía, política, etc. Son de confrontación de ideas pero la profundidad con que trata los temas los ubica dentro del género ensayístico. Casi no escapa al autor problema alguno que ocupe el pensamiento de los filósofos, psicólogos, pedagogos, sociólogos del momento. Es como una esponja que absorbe las ideas de los más diversos pensadores, las masculla, las digiere y las comunica renovadas, inspiradoras, llenas de su fuerza creadora.
Omar Dengo no fue sino un hombre que anhelaba ser bueno. Algunos han querido ver un filósofo, un pensador, un santo, un idealista, un reformista, un claudicante, un cristiano. Quizás de todo ello se alimentó. Pero escapó a esas etiquetas y se refugió en el apostolado de la educación. Esta fue su gran ilusión, la razón última de vivir, su gran pasión.
Este insigne maestro creía, como nosotros ahora, que la educación era el único camino que tenían y tienen estos pueblos para arribar al porvenir, el sueño del futuro de don Omar.
La educación abre al hombre y de la sociedad la ventana de la civilización, la cultura; es la luz que ilumina como la aurora el paso de la ignorancia hacia el saber, el conocimiento, llaves que permiten al hombre ingresar en el progreso, la libertad, la justicia, el bien. Omar hace de la educación el puente entre esclavitud, pobreza, incertidumbre, oscuridad, tinieblas y el porvenir lleno de fe ideales, riqueza espiritual y material, luz, felicidad, amor, y belleza.
No en vano se enfrentó a los politicantes de turno, a los ricos egoístas, a los que querían caminos terrestres para transportar sus productos al mercado (mercaderes), sin comprender que el primero y más importante de los caminos para el progreso era la escuela. No titubeó en exaltar a los grandes hombres del mundo, Emerson, entre otros, pero también rechazó al mercader gringo que venía a espolear y esclavizar nuestros pueblos con contratos desiguales y ávidos de riqueza, sin importarles a ellos y los vendepatrias nuestros, la pobreza de nuestros pueblos, antes como ahora.
ECONOMIZAR EN ESCUELAS ES ECONOMIZAR EN CIVILIZACIÓN
Razones de economía, nada justifican. Economizar en escuelas es economizar en civilización, y ningún pueblo de la tierra tiene derecho a hacerlo. Gastar pródigamente en educación, no es una cuestión de finanzas, sino una cuestión de honor, de decoro nacional. ¿Se quieren, por ejemplo, buenos caminos?, pues hay que abrir caminos de luz en el alma popular para que circulen por ellos la iniciativa y el desinterés, y entonces los caminos invisibles se plasmarán en la tierra ávidos de encauzar energías. Podréis objetar como criterio de economistas que el problema educacional es económico, y yo responderé con credo de maestro de escuela que el problema económico lo es, fundamentalmente, de cultura; y para saltar sobre florentinas consideraciones, diré, además, que el inextricable entrelazamiento de esas interferentes realidades sociales, se aclara con solo reconocer la preeminencia, en la naturaleza y en la historia, de la energía, de aquello sutil, revelado en el orden moral por las virtudes que el individuo expresa como sacrificio en las horas supremas, y que, iluminadas de videncia, integran la gloria epopéyica de los pueblos.
Digo todo eso, sabedor de que no poseo la representación social e intelectual que en nuestro país conquista la sólida politiquería, pero con el derecho que otorga la generosa confianza de una juventud para la cual debemos desear y edificar sobre pasiones y miserias, una patria que, cual el cafeto de la antigua moneda, "¡libre, crezca fecunda!".
Si existiera el fracaso de la escuela costarricense, no sería el fracaso de un grupo de hombres, blanco o negro, ni el de un sistema de ideas, viejo o nuevo, sino el fracaso de la cultura del país. Pues, que si la escuela ha de ser instrumento maravilloso de creación de lo porvenir, debe poseer aptitud para el trabajo que se le confía y debe ser usado conscientemente.
Educando niños para la vida del egoísmo, se atenta contra el equilibrio social, se propende a dificultar la convivencia.
La escuela debe ser nacional. La nación es una realidad. La escuela que niega la realidad no es una escuela. Pero la nación es una realidad como la familia y la humanidad. Y la realidad el resultado de una esperanza. Y el mañana, el fruto de hoy sumado al de ayer. La humanidad ha de prevalecer sobre todo lo demás, como razón última. ¡Ay de quien deje de ser italiano! ¿Pero, se puede ser italiano dejando de ser hombre? ¿Se quiere una escuela italiana? Hágase una escuela profundamente humana.
Si se nos educa, en armonía rigurosa con la ley que rige nuestro desenvolvimiento, no pronunciaríamos nunca palabras de pesar por no haber tenido a nuestro alcance en una hora de jornada la luz de que en otra hora disponemos para seguir adelante.
"Hemos olvidado que los conocimientos deben ser agentes de autonomía espiritual. Que la instrucción debe constituir alrededor del estudiante un ambiente lleno de oportunidades para el independiente ejercicio de la propia individualidad, transformarse, enriqueciéndose, a la presión de inquietudes, devociones e iniciativas del alumno".
El estado social obrero en nuestro país reclama de manera urgente la creación de un centro educativo que venga a concentrar las actividades intelectuales de los artesanos, sobre una base científicamente sistematizada, en la que se refiere al aprendizaje de los oficios con que ellos aspiran a engrandecer su vida y la vida nacional.
ESCUELAS, CAMINOS...
Nos refieren que en el Congreso, o en algún otro lugar, se ha declarado que hay opiniones capaces de aconsejar la clausura, por algún tiempo, de colegios y escuelas, a cambio de dedicar el dinero nacional que consumen, a construir y reconstruir caminos. Las escuelas pueden ser los mejores caminos, y no en ficción, sino de manera real, puesto que sirviéndole de vehículo a la cultura, le sirven de herramienta al progreso en todas las fases. Pero no lleguemos directamente a las objeciones.
No creemos, en verdad, que haya quien, a sabiendas de lo que diga, pueda emitir pareceres semejantes, ni menos entre diputados o periodistas, por mucho que ellos comportan el derecho de opinar acerca de todo asunto, sin tener la obligación de ser entendidos en ninguno especialmente. Ni podemos creer que lo haya en el actual Congreso, el cual ha probado, sin alteraciones, ganando así más prestigios, el presupuesto de educación pública; y donde opiniones como la supuesta, ofenderían el esfuerzo de hombres allí presentes, y de otros que lo están espiritualmente, como manes de la casa de leyes, en virtud del honor que en la vida conquistaron por su actuación de hombres públicos. Algunos de ellos, por cierto,
con el lema de "escuelas y caminos", iniciaron una obra eminente de administración.
No creeríamos tampoco que u maestro de escuela, no obstante los fracasos del parlamentarismo, se atreviese fácilmente a declarar, desde las aulas, la conveniencia de cerrar el Congreso para edificar con lo que asume, más y más escuelas y trazar caminos. Y acaso el maestro que lo hiciera sería más prudente que el opinante del caso.
Si comprendemos y hasta admiramos que un Papini tenga el valor de exclamar: ¡Cerremos las escuelas! "¡Chiudiadano le scuole! Codeste publiche architetture sono di malaugurio: segni irrecusabili di malattie generale" Por esto lo comprendemos y admiramos. Su voz clamó no sólo contra las escuelas, sino contra las prisiones, los conventos, los parlamentos, loa hospitales los manicomios, etc. Mas la voz que clamaba era genial y en su estridencia se cernía, pesimista o radical, pero siempre superior, a la ansiedad de una plena renovación social. Pero esto otro de decir "ciérrense las escuelas", como se diría "cierre el paraguas", apenas les cosa pueril.
¿Por qué darle importancia al decir? Cuando la historia al uso de los cables, nos enseña que el mordisco de un mono en una testa coronada puede plantear un problema europeo, ninguna cautela resulta excesiva ante las cosas nimias. Y estas palabras, a nadie ofendan.
Se asegura con prolija frecuencia que el estado general de la enseñanza es malo. Supongámonos enterados de lo que significa estado general, y pasemos a sugerir ciertas observaciones al respecto.
La afirmación se ha hecho siempre y en toda parte y lugar. Quizá ninguna institución haya sido ni sea tan combatida como la escuela. Lo explican razones concernientes a su naturaleza que, definida, o no por la escuela misma como social, es social. La más antigua escuela individualista, en el sentido pedagógico, y la más moderna escuela socializada ocupan, en ese propósito, idéntica posición desfavorable.
La discordancia -que es desequilibrio- entre las finalidades sociales de la escuela y los resultados sociales de ésta, aclara muchas de las causas de la lucha que permanentemente la asedia. El gobierno se encuentra en posición similar y por motivos de la misma índole. Y quizás diríamos que toda institución, dado que siendo la crisis situación de desequilibrio, y siendo éste resistencia constante y necesaria a la final determinación de todo progreso y requisito de la definida transmutación del mismo, parece que la lucha contra ellas fuese exigencia del natural comportamiento de las instituciones. (La doctrina sociológica de Mazel, en su afirmación de la sinergia social, resulta bien interesante en esta relación).
La historia de la educación muestra a la escuela en lucha incesante. Y se acentúa tratándose de ella el importante fenómeno, porque ninguna institución se refiere más amplia ni directamente a los intereses humanos en cuanto de algún modo son interpretados y en lo que exhiben así de más elevado como de más bajo, dentro de cualquier concepción. Habrá que repetir que el problema de la escuela, como el del hombre, es el hombre. Como al filósofo, nada que ataña al hombre le es extraño a la escuela. En el curso de su vida, siempre instrumento, adicta a las veces a un credo, prosélita de otro, disputada por el Estado contra la iglesia o por ésta contra aquél, inspirada en una u otra filosofía, por momentos en ninguna, confrontando este problema nacional o estotro problema, desenvolviéndose en un medio así o de otro modo, agitada, en compendio, por el oleaje de todas las mutaciones del pensamiento y de todos los movimientos de la sociedad, en el curso de su vida, queremos decir, la escuela flota como una bandeja al azar del tiempo. Al cabo, ¡Es bandera del espíritu!
En su interior, la agitación siempre. Aspiraciones, ideales, dogmas, yerros, verdades, dudas como las que lleva en la entraña, cual el titán ladrón del fuego, una vasta tragedia. Para dar la luz había, en cierto modo, que perderla, a semejanza de madre que muere bajo la aurora del hijo recién venido. La escuela para dar luz, la extingue en su seno, y es milagro que al darla no siempre incube en la llama el soplo que la apagará.
La escuela enseña; pero se sabe de toda certidumbre ¿qué es enseñar? ¿Se sabe qué hay que enseñar? ¿Cómo enseñar?
Y digamos educar, y estaremos en igual caso. Y todavía, si intentamos establecer, con pretensión de firme acierto, de que sean, digamos realmente científicas, las relaciones entre ambos aquellos términos, con las necesarias y correspondientes consecuencias teóricas y prácticas, simplemente habremos logrado formular innúmeros problemas, de variado orden, cuya solución nadie que se tenga por sensato se atrevería a garantizar. Menos en esta hora de la historia del pensamiento. El campo de la educación, solicitado simultáneamente por tantas preocupaciones y tendencias, parece aquel mosaico de las ciencias sociales que se dijo alguna vez. Por supuesto que hay grandes corrientes directrices, pero en disputa de exclusivo dominio, como es natural.
Obsérvese que los más grandes trabajadores de la educación se levantaron, como Rosseau, no a cumplir la tarea de organizar la escuela, sino a tratar de marcarle un rumbo a la sociedad, a resolver sus grandes problemas, a modificar la conducta humana.. Y a veces, a la educación los condujo el problema metafísico en alguno de sus postulados fundamentales. En todo caso, ni de él ni de la sociedad pudieron prescindir.
Continuadores de gran importancia, pocos hay. Reformadores son los más, si bien una línea tangente a las cumbres de los siglos engarzaría, en lo esencial, los más diferentes nombres y obras. No sería extraño que de Conmenio a Kerschensteiner, por ejemplo, hubiese en el pensamiento mil veces menos distancia que la que hay en el tiempo.
No concebimos una química de tal o cual sabio, extraña a la química conocida. Pero sí, y distanciados con más énfasis que el que establece diferencias entre dos corrientes de investigación científica, concebimos antagónicos y coexistentes tipos de escuela... que no vierten su experiencia en un conjunto común. O, si lo hacen, la sedimentación es demasiada lenta para que una ciencia de la educación pueda aprovecharse de los esfuerzos pretéritos, tan certeramente como se puede ir desde este investigador científico, a través de sus antecesores, hasta aquel otro. A más de que existen, por ejemplo, escuelas como la del viejo Tagore que, desaparecidos ellos, pueden continuar abiertas y llenas de estudiantes, pero sin ser las mismas. Ya que seguramente en ninguna otra zona destaca la ecuación personal, con mayor relieve, su trascendente significado.
Se hace más honda todavía la tragedia, cuando se piensa que la escuela enseña o ha de enseñar la verdad. ¿Cuál verdad? ¿La verdad azul o la verdad roja? ¿La de ayer o la de hoy? ¿la de Newton? ¿La de Einstein? ¿Deberá detenerse la escuela, mientras la verdad se conquista, como el viajero que espera el alba para continuar la marcha?
¿Habrá de enseñarle la duda sistemática, o el "hábito experimental de la mente" de los pragmáticos? ¿Habrá de ir al paso de los palafrenes del pensamiento en incesante rectificación del rumbo, como un piloto?
Cualquiera que haya de ser la conveniente actitud, el adoptarla suscita múltiples y complejos problemas, cuya gravedad tiende a crecer en la medida en que la actitud se estabilice. Ocurre algo semejante en la náutica del aire, donde el aviador al paso que asciende siente crecer su ignorancia, y cuando mayor seguridad requiere, menos la posee y más agresivos son los riesgos.
En esta hora la crisis de la educación es mundial. Como que la hora es de grandes crisis. Son muy visibles las razones para que urja precisarlas. En Alemania ha tenido instantes de ser cruenta. En Rusia, muéstrase fecunda en mitad de todos los desconciertos. En los Estados Unidos del Norte, el problema de la escuela se discute en vastísimas proporciones. En Inglaterra, como en Italia, aparecen bellas tendencias al renuevo. Los reformadores se levantan y resaltan su doctrina aquí y allá, en muchos países, al punto de que casi no sabemos de alguno de que sea insensible la agitación. El propio Einstein ha expresado su juicio acerca del problema educacional en términos que si no presumen señalada novedad, sí aducen nuevo vigor. Y si llegásemos al laboratorio de psicología pedagógica y de pedagogía experimental, pasmaríamos la activa elaboración de progresos más aptos cada día para trascender a la organización de la empresa educacional.
No querremos aludir a la que juzgamos más importante de las formas que la crisis asume entre nosotros, para restar la ocasión de que la lucha personalista asome su odio.
Importábanos hacer notar que hay en el fondo de estos problemas y detrás de ellos, mil y mil otros, de los cuales solo alcanza a penetrar en el descontento con nuestras escuelas, la censura ciega contra el maestro o el profesor, con la aseveración implícita de que él es el culpable del estado de cosas adversado.
Lo otro sería deseable, vale decir, el intento de solución del problema completo, o el intento siquiera de revisión total, para plantearlo, del estado de la escuela. Mas, de ahí, por infortunio, estamos lejos. Los constantes denunciadores del malestar, nunca han sabido pasar de la superficie. Decía un escritor italiano que hay dos clases de lucha en pro de la escuela: la una por la luz, la otra por el repollo. Aquí estamos todavía enredados en la última.
¿Pero para qué volver las armas contra los maestros? Antes preguntémonos, siquiera brevemente, qué alcance tiene la inconformidad con el estado de la enseñanza. ¿Dónde están las investigaciones que permitan señalar la raíz del mal? ¿Quién las hizo? ¿Cómo? ¿Qué revelan? ¿Trátase de investigaciones técnicas, o de meras, fragmentarias indagaciones? ¿O se trata de opiniones personales, más o menos vagas, más o menos contradictorias, más o menos interesadas. Más o menos autorizadas? De otra parte, ¿Se ha oído a los maestros y se han compulsado sus afirmaciones? ¿Se han leído, oído, discutido sus informes, quejas y opiniones? ¿Se han ensayado los remedios por ellos propuestos?
El público parece ignorar que ninguno, de ordinario, se conforma menos que el maestro con el estado de las escuelas. Hay angustiosas quejas de los maestros en sus informes. Hay admirables observaciones, sugestiones fecundas, oportunos intentos de solución. Y por sobre todo eso hay, en muchos casos, hasta heroicos empeños de remediar el mal. Existe entonces, se nos dirá. Claro. Y el maestro lo sabe mejor que los demás, y busca con afán, cómo demarcarle los límites, y, he aquí lo realmente grave, está casi solo contra todos en la faena dificilísima de desarraigarlo. Cómo será de importante, de imprescindible, este efecto, cuando en los mismos Estados Unidos, donde la cooperación realiza maravillas, lamentaba el Secretario de la Asociación Nacional de Educación, la falta que le hace a la escuela para dar lo que de ella se espera.
Saben los impugnadores del maestro ¿cuántas escuelas hay en el país, con cuántos niños y en qué condiciones físicas, mentales, morales, sociales? ¿Con cuántos maestros, con cuáles obstáculos, de toda especie, dentro y fuera del aula, localizados en el niño, en el hogar, en la comunidad, en la Junta de Educación, en la administración escolar, etc., etc.?
¡No! Inculpar al maestro y solo al maestro, es un error monstruoso. Tanto valdría imputarle a los empleados de aduana el decrecimiento de los ingresos por importación. Y al comparar así, dicho sea sin deprimir a nadie, pierde el maestro, porque no le cobran solo la merma de las entradas, sino todo el malestar económico; y porque condenado a ser un funcionario, lo es de tal manera que, sin haber adquirido un verdadero status profesional, se le trata como si lo poseyera y se le niega cuando le permitiría conquistarlo. Para exigirle responsabilidades, se le trata como a un apóstol y para darle lo que pudiera facultarlo para afrontarlas dignamente, se le trata cual a un miserable que de toda virtud y mérito careciese.
La educación, la escuela, es vasta y compleja obra social, en lo tanto, de cooperación. Desconocer la responsabilidad de cada ciudadano en ella, es obstruir el camino de las soluciones más serias. La escuela mala no es sino un signo inequívoco de una organización social, política y administrativa, mala también. Y atacar a la escuela en el momento en que pide dinero, para no dárselo, es acusar un desconocimiento básico del problema. Negarle oro a la escuela porque por deficiente no lo merece, equivale a negarle agua a la tierra de cobradío pretextando que está agrietada de sequía. Los norteamericanos, que de hacienda y educación entienden de veras, casi solo una gran solución le dan al problema educacional que la guerra les ha planteado: ¡dinero, dinero, dinero! Es un hermoso discurso el que pronuncia -por ejemplo- el Presidente de la Universidad de Colgate, Cutten, en la inauguración de cursos en octubre. Habla, a lo que parece, inspirándose en Adams, de la reconstrucción de la democracia norteamericana, pero por más que el concepto se eleve a las más altas consideraciones especulativas, se siente que no pierde de vista la corriente de oro puesta al servicio de la renovadora corriente de ideas.
Recordamos que algún educador pedía para las escuelas ideales, maestros ideales, planes y métodos ideales, pero también discípulos ideales. Padres de familia ideales podrían pedirse también, y ciudadanos ideales, y gobiernos ideales.
¡No! Ni de palabra se cometa el atentado de cerrar escuelas. Menos en nombre de los caminos. Cuando la escuela ascienda a ser lo que es deseable por la obra de lo que se le dé, tendremos suficientes caminos y mejores caminos.
De la puerta de la escuela partirán ellos hacia los horizontes, y de ella saldrán, sobre los caminos, hacia el porvenir, las generaciones mejores que, engrandeciendo a las presentes, debemos preparar. Escuelas y caminos, caminos son los dos, unos cruzan la tierra, otros el espíritu, pero ambos, concertándose, influyen en los abiertos horizontes de la riqueza y de la independencia. Mas, nada de ello, ni lo más pequeño, encontrará el superior ambiente que tales gestaciones reclaman, en el seno pétreo de la ignorancia.
EL MAESTRO Y LA POLÍTICA
A los maestros ellos (los políticos) nos suelen atribuir dos defectos: que somos ingenuos y que vivimos en el terreno de la fantasía. Sí es verdad que somos ingenuos y no lo son ellos porque han preferido sustituir la ingenuidad con la picardía. Y somos ilusos porque nosotros nunca arrojaremos la lanza, la adarga y el casco de don Quijote.
Juzgo que la acción directriz de cualquier movimiento político digno de tal nombre, debe residir, en lo sustancial, en la aspiración de afrontar sociológicamente los problemas relativos a la organización de la cultura. Hoy mismo he tenido ocasión de conversar con un sociólogo extranjero que ha pasado en silencio por el país y probaba con definida convicción la vieja tesis. He tenido ocasión también de estudiar en estos días las opiniones de varios hombres eminentes a propósito del problema de la democracia, y en todas he podido reconocer el establecimiento de un vínculo indisoluble entre la formación de una elevada conciencia nacional y el valor de la educación.
Hay un sentido en el cual la nación es el territorio, pero hay un sentido en el cual la nación es el espíritu. Y territorio estéril como espíritu poseído de odios, poco valen y significan en el orden de las cosas destinadas a permanecer, de aquellas que hacen con su grandeza que todos en ciertos momentos seamos griegos o seamos hijos de Palestina: cuando admiramos a Fidias, cuando recordamos a Cristo.
Aparece la cultura como fundamento del sistema democrático. ¡Ojalá! Pero ese hecho basta a dictarle a la cultura un rumbo. La democracia entra a definir el sentido de la cultura. Probablemente cualquier sistema de gobierno presupone la existencia del mismo fundamento y, en lo tanto, ofrece la misma objeción. Afortunadamente la cultura puede romper todos los grilletes. Como la energía solar, puede el hombre utilizarla y transformarla, pero sujetándose a ella.
"Triunfan solamente los pueblos que adquieren la conciencia de su evolución; los pueblos que conscientemente se consagran a engrandecer su cultura en todos los órdenes de las actividades sociales; los que arrebatan del hombro del soldado la lanza fratricida y ponen el libro bajo el brazo del niño."
Se busca una solución inmediata y concreta, es decir práctica, y quizá por eso, estas palabras y esta actitud, parecerán quijotescas o románticas, pero la innegable verdad sociológica, es, no obstante, -lugar común por lo demás-, pues sin remover las causas, sin adulterarlas, sin destruirlas, los efectos subsistirán, manifestándose de un modo o de otro. Y las causas de los hechos que preocupan ahora la opinión y hasta la exaltan y arrebatan, sin duda están profundamente conectadas con todas las expresiones de la vida del país.
Para mí todo esto tiene un gran interés como fuente de reflexión, para buscar tras ella las grandes órbitas de la civilización, que es decir, el desenvolvimiento de la conciencia social. Claro es que, como costarricense, no puedo entregarme a especulaciones frente a los problemas políticos, sino que debo mirarlos prácticamente, pero tampoco abandono las consideraciones que pueden conducirme a penetrar en el sentido de lo que en ellos es capaz de representar un valor permanente. Quiero decir un valor de porvenir y de juventud, porque debemos hacernos la ilusión, creadora, de que estamos buscando un campo para una obra, y de que estamos preparándonos para ella y de estamos ya realizándola. Pero en el fondo mi criterio es el mismo de hace muchos años: la política se engrandece cuando se consigue ponerla fuera del alcance de los politicantes, y mientras éstos la dominen, lo poco, lo único que podemos hacer los idealistas es - y recuerdo con horror a Maquiavelo- evitar que nos conviertan en instrumentos de intereses de ellos aunque, a veces, nos encontremos en el caso de aceptar sus intereses como carriles de aspiraciones más altas, se es posible.
Pensamos desde hace tiempo, que urge renovar el contenido de la enseñanza de la mayor parte de las materias, y que, en concordancia con las modificaciones ya introducidas en la finalidad de los colegios y en sus procedimientos de enseñanza, urge, siquiera para dar comienzo a la organización de nueva experiencia, tratar de introducir programas que reflejen, dentro de las deficiencias a que obliga nuestro ambiente cultural, la tendencia moderna a convertir las listas de temas, en series de problemas y de actividades.
LA ESCUELA GENERADORA DEL PORVENIR
Sabemos bien que todo país tiene un pasado, un presente y un futuro. Lo que suele olvidarse es que vive a la vez en esos tres mundos. Es decir, que el pasado es tradición, historia, creencia, costumbre, raza; en suma, arraigo multiforme cuya naturaleza y trascendencia se descubre al comprender que el presente es la gravitante transformación del pasado en futuro, y a que a éste no acertamos a atribuirle una significación cuando lo miramos como espontánea resultante que va trazándose caprichosamente, sino que debemos contemplarlo como aspiración, como meta, como ideal. Pasado debe significar impulso, fuerza; el presente debe ser norma; el porvenir debe hacernos sentir los entusiasmos y las responsabilidades de una misión sagrada.
¡Hay que soñar el porvenir, desearlo, amarlo, crearlo! Hay que sacarlo del alma de las actuales generaciones con todo el oro que allí acumuló el pasado, con toda la vehemente ansiedad de las grandes obras de hombres y pueblos. Una nación adquiere conciencia de sí, y penetra en el misterio de su destino, cuando entiende su porvenir como la misión que le corresponde llenar ante la humanidad. En otra hora de la historia pudo ser que el progreso fuera incidental; en ésta, debe ser buscado, deliberado. Ha ello han conducido las disciplinas del espíritu: a producir la posibilidad de buscar conscientemente el perfeccionamiento, o sea, la conquista del porvenir. A ello ha conducido la evolución social. No diría, que conocemos las fórmulas o las leyes; pero hemos llegado a sentir la necesidad con visionaria intensidad, a amar y comprender el propósito, a definir, pues, gran porción del problema, y de ahí hemos avanzado hasta el ensayo atrevido, cuando no heroico, de fecundas soluciones. Quizás no haya tesoro mayor en las entrañas del mundo, que éste de haber traído a la conciencia del hombre la esperanza de su perfeccionamiento, trasmutada en íntima adhesión a la supremacía del ideal. La gu
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