Roberto Brenes Mesén

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 Roberto Brenes Mesén

 

 

 

 

ROBERTO BRENES MESÉN

(1874-1947)

 

 

Roberto Brenes Mesén nació en San José, el 6 de julio de 1874 y murió el 19 de mayo de 1947, a los sesenta y tres años. Fueron sus padres Martín Brenes Córdoba y Elena Mesén Pérez.

 

Roberto   publica  en Repertorio Americano, lo que él llamó El Itinerario,  a solicitud  de un amigo. V. 43,  No. 1913, San José, 28 de junio de 1947, pp. 21-28. Se publica como un escrito inédito. En este trabajo describe lo más importante de su vida y formación. Lo transcribimos textualmente por considerar que es lo más exacto a su biografía.

 

"R. B. M. nació en 1874, el 6 de Julio, en la ciudad de San José, Av. 6 entre las calles 4 y 6. Fueron sus padres Martín Brenes Córdoba y Elena Mesén Pérez. Fue un hijo del amor, para emplear la expresión  de Erasmo, y reconocido por su padre, muerto el cual cuando el niño contaba  muy pocos años de edad, su tío  don Alberto Brenes  Córdoba, hoy Magistrado,  quien ha sido siempre  su protector y con cuyo auxilio hizo todos los estudios primarios hasta su ingreso en el liceo de Costa Rica en 1887-1889, fecha en que el director del liceo, don Luis Schonau le ofreció una beca para que siguiera los estudios normales.

A los cinco años aprendió a leer en una escuela privada de la vecindad y a los seis  años comenzó el recorrido de las mejores  escuelas  de la ciudad; la de don José Ramón Chavarría, la de doña Amelia  de Rivero, la de don Leopoldo Montealegre, el Instituto Nacional, la de don Félix Pacheco y la de don Miguel Obregón o Escuela Nueva en 1886.

Las recomendaciones de don José Ramón Chavarría contribuyeron a que los parientes  del niño se interesasen  por la educación del mismo. En la Escuela Nueva se desenvolvió  su gusto por  el estudio, encariñándose entonces por la Geografía Física y por las Matemáticas. Fue en esa época cuando apareció su conciencia  de estudiante. Poseía fácil comprensión  y feliz memoria. Era tímido y muy obediente a los deseos de sus superiores.

De la Escuela Nueva pasó el estudiante al Liceo de Costa Rica, en donde cursó el sexto grado de la Sección Primaria. En 1888 cursó el sétimo grado y de ahí pasó a la  Sección Superior, al  Primer Año, al comenzar  el cual, el director  don Luis Schonau  lea ofreció una beca para que se dedicase  a los  estudios  de la Sección Normal. Al fin de ese  primer año leía el francés  y en adelante fue la Enciclopedia  de Larousse  de la Biblioteca Nacional su obra de texto para la historia y la literatura, la fisiología y las artes y en especial de la historia  de la filosofía a que ya en 1890  tenía aficiones  que se despertaron  con las lecturas de Renán  y de Hugo. La  Vida de Jesús ejerció  una profunda  influencia  sobre sus creencias religiosas y esto le invitó a conocer las fuentes neoplatónicas  del Cristianismo.

Su vida  de estudiante  en el Liceo  fue la de un joven  serio y estudioso en cuyas manos podían  verse más frecuentemente los libros  de filosofía  que los de texto entonces corrientes. En esa época leyó la obra de los estoicos Epicleto y Marco Aurelio, Las Enneadas de Plotino, La Naturaleza de las cosas de Lucrecio, El Cosmos de Hunboldt y numerosas obras  de los clásicos latinos y griegos. La poesía  y la filosofía  constituyeron los centros de su actividad mental.

De la literatura castellana prefería los clásicos de los siglos XVI y XVII a los  del XIX que solían leerse  muy fragmentariamente en clase. Pereda y Galdós. La lectura  de Moratín hijo le inspiró  los deseos  de conocer  el teatro español desde sus orígenes y a ello  dedicó dos horas  diarias  por espacio de año y medio, leyó los trabajos del Conde  de Schack, de  Amador de  los Ríos y Ticknor  y los estudios preliminares de la colección Rivadeneira.

Y este es uno de los rasgos fundamentales de su curiosidad mental: investigación de las cuestiones  en estudio hasta  en sus últimas consecuencias.

Los estudios pedagógicos le absorbieron muy pocas horas: se contentó con la lectura de Spencer y de  Rousseau y con las explicaciones  de la  Pedagogía alemana que hacía en clase  el profesor Littmann.

En 1892 recibió su grado de Maestro Normal y dos meses  después, en febrero  de 1893, habiéndosele ofrecido  una plaza de maestro  en la capital, pidió se le diese en Alajuela, al lado de su Maestro D. Carlos Gagini por quien tenía devota admiración.

Ese año es uno de los más  activos en la  vida  del joven estudiante. En la Biblioteca  del Instituto había una buena colección  de  libros de filosofía,  de los publicados por la casa de F. Alcan y  a su lectura dedicó  todas las tardes  del curso,  desde las cinco a las nueve de la noche. Las mañanas,  de las cinco y media  a las ocho  estaban destinadas a la lectura  de la colección  de las obras  publicadas por la  España Moderna.  De las dos  de la tarde  a las tres y media  preparaba lecciones  y leía pedagogía. Escribía muy poco  y lo  que mostré a D. Carlos no le mereció  un consejo ni una  corrección  ni una sugestión; y  esto era lo que yo había ido  a buscar  pidiendo mi plaza  al  lado del  que había  sido  mi profesor  de castellano. Esto  y un incidente relacionado con alguna  publicación mía  acerca de los castigos corporales  y a la cual se contestó con un seudónimo, me movieron  a pedir mi traslado  a San José al año siguiente.

En 1894 trabajé en el Liceo  de Costa Rica como maestro de cuarto  grado. Pero ya mis labores literarias iban absorbiendo algún mayor  tiempo que hasta entonces. En marzo de  ese año  apareció una simpática revista  llamada  Cuartillas. Colaboraron en ella  personas de buen gusto  y de cultura literaria  y fue en ella donde  se publicó  el primer trabajo poético  que saliendo de mi pluma llamase un tanto la atención: me refiero,  a los doce sonetos  titulados En la floresta. De  ellos el autor  no ha querido  recoger ninguno, porque les considera  como los primeros serios ensayos nada más, de adquisición del dominio de la rima y del metro endecasílabo. No obstante tuvieron la fortuna  de que Valbuena  les  dedicase un artículo en sus Ripios Ultramarinos.

En 1895 fue maestro de Sexto Grado. Por la primera vez sintió la responsabilidad del maestro mirando cómo  sus discípulos  se encariñaban  con él y procuraban  seguir todos los consejos  por él dados  respecto de conducta  y lecturas. Les llamaba la atención la facilidad con que  les dictaba largos capítulos  de historia sin el auxilio  de obra alguna. Los trabajos literarios de  esta época  son muy pocos, porque  dedicó  largas horas al estudio  e imitación del estilo  de Cervantes, leyendo páginas de El Quijote o de  La Galatea para reproducirlas luego procurando  dejar el  sabor  del  estilo,  aunque las ideas  sólo se  desarrollasen  paralelamente; fue entonces cuando   aprendió  a estimar la  melodía  de la lengua  y los recursos  del acento  de las palabras  para dar sonoridad a los  períodos;  descubrió  cómo no es  indiferente la inversión  de las palabras en el seno de  una frase, desde  el punto  de vista de los matices de la idea  y de la música de la cláusula.

En 1896 ingresó  en la Escuela de Derecho sin dejar de ser maestro; las clases comenzaban  a las  seis de la mañana y terminaban a las nueve, hora  en que el maestro  comenzaba las clases  ordinarias  en el sexto grado. Aprendía las lecciones  del Código  de memoria y se dio a la lectura  de los comentaristas del Derecho Francés para ilustrar los artículos del código: Aubry et Rau, en quienes  descubrió  los originales de muchos artículos  del tratado de Las Obligaciones; Laurent, Demolombae, Pothier, y otros. Estudió el  Derecho Constitucional y con ese motivo  se dio a la lectura  de Lastarria, González, Alberdi, Stuart Mill, Benjamín Constant, Bluntsekli, Rousseau, Montesquieu y los oradores de la Revolución Francesa. Estudió la Economía Política y con esa  oportunidad  leyó Stuart Mill, Adam Smith, Gide, Bastiat y otros. Fue este un año de ruda labor  de estudio, durante el cual  nunca durmió más de seis horas  diarias.

En 1897 partió para Chile con una beca  que el gobierno  del Sr. Iglesias puso  a su disposición, una de las seis  que el  de Chile había ofrecido al de Costa Rica. Aquí comenzó su iniciación  en los estudios  filológicos a que había  mostrado aficiones  sin que  hubiera hallado quién le iniciase  en ellos. Con pasión  se dedicó  a los estudios  de Fonética y Latín; se familiarizó  con las obras de los fonetistas chilenos, franceses,  ingleses y  alemanes. Continuó sus  estudios literarios  y filosóficos y entró de lleno en el conocimiento de los poetas franceses contemporáneos que han influido, a través de Rubén Darío, en la  transformación  de la técnica  del verso  castellano.

Bajo  el sauce de la Quinta Normal que se halla al borde de la laguna de ese hermoso  parque, en donde solía escribir Rubén, concibió y escribió una epístola dirigida al  autor de Prosas Profanas y éste  le correspondió  enviándole su  libro recién publicado y Las montañas de oro con dedicatoria de Lugones. Fue esta la ocasión  primera de admirar el genio poético de este egregio varón  con cuyas  tendencias  le ataron  lazos  de simpatía nunca  amortiguada. El prólogo de Lugones  a la traducción de la Belkiss de Eugenio de Castro le inspiró  la curiosidad  de penetrar en los libros  de medicina,  ciencia,  artes y costumbres medioevales y emprendió la tarea de buscar  de todo en la Biblioteca  Nacional y en la del Instituto. El ejemplo de todos  los grandes trabajadores  ponía fuego en su hoguera encendida con llamas de ansiedad de autocultura.

En Chile concibió grandes proyectos  literarios, educacionales y sociales. Allá  escribió la Poesía de Lázaro, El lamento de Leopardi, El bosque en marcha que el doctor  Zambrano juzgó una imitación  de Víctor Hugo cuando en realidad  había nacido  ese poema  de una visión  de naves en el Callao  en combinación  con las noticias  de la guerra de los  Estados Unidos  con España  y la repentina aparición  de la escuadra americana. Allá escribió  muchas otras pequeñas poesías  de las cuales  tan sólo algunas  se publicaron en Costa Rica. Comenzó el plan de su  Gramática  con el atrevido e imposible  intento de establecer  las leyes de evolución  del castellano en América. Se interesó  ardientemente  por los estudios de la Psicología  y la lógica  con aplicaciones a la lengua  y los trabajos de Stuart Mill  y Wundt sobre las categorías, le sugirieron  la posibilidad  de fundar  el análisis de las palabras  de la lengua  sobre las categorías  lógicas: Luego  al estudiar  los gramáticos  ingleses Bain y Sweet halló que no sólo  era posible  sino que uno de ellos  lo había realizado por entero en la lengua inglesa: Sweet, cuyas líneas fundamentales siguió pocos años más tarde. Concibió además una  antología  de la literatura  castellana que contuviese  exclusivamente  el progreso de las  ideas  aportadas por cada una  de los grandes escritores. Se propuso  establecer una  revisión  de crítica filosófica y  literaria   una vez que hubiese  llegado a Costa Rica. La naturaleza de las ocupaciones  a que le destinó  el Ministerio de Instrucción Pública  le desvió  de ese propósito.

Durante esos tres años se fundó  el Ateneo de Santiago y colaboró en esa obra  muy modestamente. Como estudiante  fue cumplido y asiduo; a pesar  de las relaciones  literarias  que solían  invitarle a redacciones  de periódicos y a paseos,  a que  rara vez  concurrió.

Las crónicas que de allá  remetió a La prensa libre fueron pocas  y relacionadas  con artistas  o costumbres. Pero no daban idea de los estudios  a  que se concretaba en realidad.

Vuelto  a su país  se encontró con un movimiento del profesorado del Liceo de Costa Rica, en donde, según se le anunció,  debía prestar sus servicios  como profesor de Castellano. El señor Salinas  le encomendó  además las clases de Psicología y Lógica. Fue esto en 1900.

Entonces comenzó  la carrera del profesor. La evolución  del carácter del profesor  ha ido de la severidad del gesto  y la austeridad  de la palabra a la familiaridad  sonriente que el biógrafo conoce. Ese cambio  lo ha producido la experiencia, sobre todo el trato de los antiguos  discípulos, ya hombres. Su concepto del profesor  cambió así mismo.

Los  cambios de opinión  han llamado  la atención de sus amigos  y conocidos: Se le  ha juzgado claudicante y voluble. Fue  materialista  y dejó de serlo. Entró  a practicar  experiencias espiritistas  y las abandonó del todo. Luego ingresó  en la Sociedad  Teosófica, en 1903 y es desde 1910 Presidente de una Logia. En una revista  llamada  Vida y Verdad se mostró socialista  anarquista y ahora tiene  escrito un libro que titula  La Aristarquía  contra la Democracia.

Los tiempos  destinados a estudio y reposo han dependido  de la fiebre del trabajo. Pero la concentración de la mente  ha sido  casi siempre la misma: tumbado en un diván  o en otro tiempo sobre el césped de un potrero o en la orilla de un camino, la labor  interna ha sido  la misma. Con frecuencia los borradores  de páginas y páginas han sido  limpios como si  hubiesen  pasado en limpio porque  ya habían sido  hechas y rehechas  en la mente. Uno de los procesos  de composición que me  parecen después de muchos años  de trabajo es el meditar  acerca del conjunto de la obra que se  emprende  en concordancia con el  estilo  que habrá de adoptarse, porque así  se evitan  las desigualdades de estilo  en un mismo trabajo, cosa que es muy  frecuente  aún entre  estilistas de gran nombradía.

Mi verdadero  descanso está en el sueño,  que es siempre  profundo y que me llega   por fortuna, en cuanto me acuesto, cualquiera que sea la hora. Durante  el año de 1904 escribía  los últimos capítulos  de mi Gramática y al mismo tiempo  tenía la dirección  de La prensa libre  en donde  diariamente publicaba  dos  y más  artículos  míos: Dormía  entonces de  las doce  o la   una  de la mañana  a las seis, hora  en que  debía  comenzar mi labor  de gramática.

Muchos de mis  cambios  de opinión han sido producidos  con gran lentitud y la aparente violencia  con que se manifiestan  procede de  mis silencios  a intervalos. Pero ha  sido frecuente  que se juzgue cambio repentino  lo que simplemente ha sido  una ampliación de   una misma manera de pensar. Por lo demás, ha sido  una de mis aspiraciones  ser consecuente  conmigo mismo, con mi conciencia  íntima y no  con mis opiniones  expresadas, las cuales han sido  las mismas  cuando encarada una  cuestión  en diferentes épocas la he mirado  desde puntos de vista  muy semejantes. Así, por ejemplo,  he sido anarquista teórico y a Ud.  consta que  he escrito  contra los  principios  aplicados  de la democracia: Cualquiera dirá  que hay una  evidente  contradicción  y sin embargo en el fondo ha sido la misma  aversión  por la corrupción  de las democracias que conocemos en la historia  y en el presente. Si Ud. lee las Cartas Secretas hallará  más de  una vez  la misma preocupación, el mismo temor  de que las democracias  acaben con las más nobles  virtudes  de la humanidad y ellas se escribieron  en 1901; en 1904 escribí  como un anarquista y en 1916  terminé mi libro  sobre la Aristarquía; han sido formas distintas, últimas consecuencias de un mismo pensamiento considerado por diversos aspectos. He sido positivista como lo podrá ver Ud. en mi crítica  de las razones  actuales de creer  de Brunetiére y mi espiritualismo actual constituye  la  esencia  de mi vida  y por lo tanto  de mi pensamiento. Cambio. No, una  sencilla  consecuencia  de ese mismo positivismo. En el fondo, la certidumbre de los hechos y de los fenómenos que a cada momento invoca el Positivismo,  es un simple  estado de conciencia; si la conciencia  permanece  invariable delante de una sucesión  de fenómenos los tales no existen  para ella. La conciencia es el más elevado  tributo de apelación  de la verdad. Los  aparatos más firmes y más  finos, finalmente, apelan  a la conciencia  que es la que los mira  y lee en ellos  y  los comprende  y los interpreta. Estudiar, pues, los fenómenos  de conciencia  como tales implican  un positivismo  tan riguroso  como el que ha hecho  el progreso descriptivo  y clasificador de las Ciencias Naturales. Las críticas que se me hacen  a la Metafísica  de la Materia desde los campos  clericales  es precisamente  el demasiado  positivismo  de ese libro espiritualista. Si  estudiase cada una  de las manifestaciones  filosóficas  o literarias  que han servido  para la acusación  de tránsfuga o de claudicante  o de versátil  con que se ha pretendido acusarme  por parte de muchos  que se han dado muy poco trabajo  de pensar seriamente  acerca de  problemas filosóficos  o educacionales  o literarios, o políticos, llegaría  a la misma conclusión.

Respecto  de lo político es lo cierto  que no he tenido  actuación alguna en el país. Tuve en 1918 el pensamiento de lanzarme  de lleno  en la política  para poder realizar  una obra de educación, porque en aquella  fecha se me combatió en la ciudad de Heredia con armas políticas, si bien el fondo  de la lucha  era de carácter  religioso o mejor dicho, clerical. Pronto me pasó  el impulso. Terminado el curso  de ese año se me  propuso  la Subsecretaría  de Instrucción Pública  en mi calidad de técnico y no en pago de servicios  políticos, porque ninguno  se me debía: era el último año  de la Administración del señor González Víquez y se me llamaba en sustitución  de otro hombre  que no tenía representación  política. En 1910 el señor Presidente Jiménez  quiso  conservarse  en la misma posición  por los mismos motivos, para que hubiese  en ese departamento un técnico. En 1913, por renuncia  del Ministro  que  pasaba a una Magistratura, el señor Presidente  me distinguió  confiándome  el Ministerio  que había venido  desempeñando  en mi carácter  de Subsecretario. Aunque  el Ministerio  es un puesto  político, conmigo se rompió la regla, porque en él  no representaba  papel político alguno. En 1914  el presidente González Flores  me pidió  que me dirigiese a Washington  para tomar allá la Legación. Esta Legación  jamás había tenido  que sufrir las consecuencias  de los cambios políticos  del país  y el mismo señor González Flores  que conocía mi alejamiento  de los partidos políticos, no podía  pensar en mí  para premiara labores  de esa naturaleza. Su ministro de Relaciones  pretextando  una defectuosa lectura  en un documento emanado  de mí me dirigió  una nota en términos  de desaprobación  que yo respondí  con mi renuncia  y mi viaje a Costa Rica. Sobre esta cuestión  tengo un folleto  que no puede publicarse  aún porque  se relaciona con cuestiones  delicadas de nuestros negocios  con Panamá. Ante de los ojos de   las personas versadas  bastó que mi reemplazo se hiciese  por el mismo Ministro de Relaciones  para que se juzgase  debidamente el caso. En 1917, a raíz  del cambio de  Gobierno, el señor Tinoco me llamó  a ocupar el puesto  que hoy desempeño, con el  expreso  intento  de parte de él  como de parte mía,  de que la Instrucción Pública  estuviese en manos de un técnico, como para bien de esa actividad  nacional viene sucediendo  desde hace diez años. Al saber esta proposición  algunos de mis amigos  se acercaron a mí  para pedirme  que aceptase,  a sabiendas,  del sacrificio  de amistad que ello  implicaba. No me tentaba el honor,  porque ya había probado  cuán desapacibles  son los honores, ni me tentaba  el dinero  porque en la dirección de la Escuela Normal tenía tanto o más  que en el  Ministerio: a la aceptación  me llevaron  fuerzas superiores  a todo esto. Mi obra hablará en el porvenir  con mayor  elocuencia  que pudiera hacer yo en el presente. He sido leal conmigo mismo, leal a los más  grandes intereses educacionales de mi país, leal a todas las instituciones educadoras, leal  a todos los  profesionales y, finalmente a mi profesión  de educador. Mi  justificación no  está en el presente ni en mis manos; en breve, mi obra clamará en mi favor.

Mis relaciones con la que hoy es la compañera  de mi vida  comenzaron en 1895 y se formalizaron  en 1897, en los días que  precedieron  a mi viaje de estudio a Chile. Casé con ella  el  26 de agosto  de 1900, seis meses después 

de mi regreso. Mis hijos son ocho, cuatro parejas. Mi hija mayor tiene  16 años y el menor, seis meses.

Mi  alimentación hasta 1904  fue carnívora. En esa fecha me puse en contacto  con el Naturismo de Buenos Aires.  y los estudios allí publicados sobre la alimentación me llevaron  a ensayar la vegetariana. Como consecuencia  se esparcieron los períodos de dolor de cabeza  o jaquecas, que solían postrarme  por dos y tres días. Mi vegetarismo  nunca ha llegado  al vegetalismo y alguna que otra vez  me sirvo carnes blancas.

Mi gusto por  las lenguas extranjeras se ha ido desarrollando  paulatinamente. Una noche- contaba yo entonces  unos trece años- oyendo hablar  el francés experimenté  grandes deseos de poder hacerlo yo y al día siguiente  me dirigí a mi tío  para que me diese  la primera clase. Me prestó un libro  sobre los combustibles  y en él me leyó  un trozo. Esa tarde me la pasé repitiendo  el trozo y traduciéndolo y con el mismo afán  continué por espacio  de algunas semanas, al cabo de las cuales  encontré que aquello  no era tan difícil  como lo había c

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