Benedicto Víquez Guzmán: Algunos escritos sobre la muerte de Omar Dengo Maison. Cuatro

| No Comments | No TrackBacks

Él ha muerto

Con grandeza y honor;

Sin odios, sin rencores,

Pero con un grande amor

Por todas las cosas bellas

Que él en la vida

Supo amar tanto.

Enjuguemos el llanto

Y en el corazón

Guardemos su recuerdo,

Su nombre bien amado,

Que es para nosotros

Como una luminosa

Y suprema lección.

 

 

Omar Dengo

(Elegía)

 

Por Rogelio Sotela.

 

 

¡Rompan las Plañideras los cántaros del llanto;

Den todas las campanas su más profunda voz...

La noche ponga el gajo sombrío de su manto

Y todo esté en silencio, porque hoy ha muerto un dios!

 

Un dios por lo que había de luz sobre su frente,

Un dios por lo que había en su serenidad,

Por su sonrisa honda, por su actitud valiente

De ser grande y ser noble dentro de su humildad.

 

Omar hizo el milagro de alcanzar en la vida

Con el esfuerzo propio la mayor perfección,

La virtud, la cultura, ésas fueron su égida,

Y el carácter Invicto fue su mejor blasón.

 

Pero fue tal su ensueño, tanta fue su pureza,

Tan sutil el aliento que animó su emoción,

Fue tan alta la idea que alumbró en su cabeza

Y tan celeste el ritmo que hubo en su corazón.

 

Había tanto espíritu entre su carne; había

Tanto de Dios dentro de su cuerpo mortal,

Que al fin, hombre deítico, rompió la carne un día

Y fue rumbo a los cielos, a vivir su ideal.

 

Cuando reencarne un día

Y esté sobre la tierra nuestro querido Omar,

¡Con qué inmensa alegría

Va a ver que la obra suya pudo fructificar!

 

Mañana ha de volvernos, como las primaveras,

Ungido de lo Alto para darnos Su voz...

Y habrá un renuevo en todas las viejas sementeras

Y ¡no se irá ya nunca Omar, el joven Dios!

 

 

En el cementerio

 

Por Luis R. Flores

 

Pasaste como un Astro

Por el diáfano cielo de la Patria,

Dejando -¡oh sublime Misionero!-

Un reguero de luz en nuestras almas.

 

Si el dolor que me hiere

Anuda mi garganta

Y enmudece mi lira,

Para decirte ¡Adiós! Tengo mis lágrimas...

 

 

Amigo y educador

 

 

Por Cristián Rodríguez.

 

Querida Tere:

 

Tengo a la vista un cablegrama de Octavio que dice: Omar murió. El sobre lo abrí hace más de una hora. Aunque fue recibido aquí a la 1 y 35 p. m., el mensajero lo puso en un buzón equivocado, donde estuvo algunas horas. Había estado esta noche escribiendo en máquina a Octavio, y antes de acostarme resolví salir a tomar el aire. Al salir al zaguán vi un sobre en otro buzón que reconocí ser un cablegrama. Lo saqué ya que era para mí y estuve un rato con el sobre en las manos, sin atreverme a abrirlo. Cuando uno vive fuera de su tierra pasa en continuo sobresalto y un cablegrama presagia casi siempre una mala noticia. Lo abrí, lo leí, lo releí y a pesar de ser tan corto el despacho me parecía que esas dos palabras, Omar murió, no tenían sentido. Por un instante me pareció que había sufrido un lapso en la memoria. Perdí toda acción y permanecí largo rato recostado a la pared .Luego hice un esfuerzo por incorporarme y de nuevo traté de darme cuenta de lo que pasaba. ¿Estaba yo en mi juicio? Hasta llegué a perder la noción de donde estaba, como cuando uno despierta de un sueño pesado, habiendo dormido de día. Fue una conmoción extrañísima. Luego comencé a ver más claro. Omar es un amigo mío y Omar ha muerto. Esto me lo avisa Octavio, otro amigo que sabe porqué me da esa noticia. Hasta aquí había permanecido impasible, pero pasado ese aturdimiento no pude más y me solté a llorar como un niño. Una emoción del más profundo dolor, como no la he sentido jamás, se apoderó de mí, y mi dolor fue creciendo cuando fui comprendiendo lo que esa noticia significaba. No tenía una alma con quién compartir mi dolor. Luego pensé en Ud., en Jorge, Manuel, en Omarcito, en la niñita que no conozco, en mis amigos, que también lo fueron de Omar. Hice un esfuerzo, me enjugué las lágrimas y tomé el ferrocarril subterráneo hasta la calle 104, donde salí a la superficie, consternado -y continué caminando hasta la 107 y Broadway, donde hay una oficina de cables. Allí, sollozando todavía, le puse un despacho que recibirá mañana por la mañana, muchos días antes de recibir la presente. Salí de la oficina y luego recordé que había también cablegrafiar a Octavio. Me devolví y puse otro cablegrama. No me acuerdo qué dije, pero cualquier cosa que haya dicho no podrá expresar el terrible dolor y desolación que me embarga. He regresado hace un momento y he estado llorando nuevamente en el baño. He visto el reloj y son las dos de la mañana. Pensé llamar por teléfono a Torres, pero es muy tarde. Hoy vi a Torres y estuvimos conversando precisamente de Omar, de su viaje a los Estados Unidos en el invierno de 1915, cuando vino a este país y visitó en Concord, la tumba de Emerson, otro espíritu de la misma estirpe que él. Me contó Torres que los había llevado s Sussex, a él y a Octavio, y que le había ofrecido dinero a Omar, para que prolongara su estada en Nueva Cork. Pero Omar declinó el ofrecimiento. Cuando de esto hablábamos, Omar había muerto hacía varias horas y sin saberlo nombrábamos a un difunto. Recuerdo ahora el entusiasmo con que leíamos las cartas de Omar, Ud., entonces apenas su prometida., y yo, amigo y admirador de Omar. Recordé los comentarios que hacía sobre la tripulación del barco, sobre la gente de color que manejaba los cabos. En esa gente sucia, malhablada y tosca, reconocía Omar la hermandad del hombre con el hombre. Entretenía sus ocios en el vapor leyendo un libro de Pío Baroja sobre cosas de mar. También pasó por mi recuerdo la memorable presentación, en las Conferencias de la Sociedad de Instrucción y Recreo, de la que más tarde había de ser su esposa. Esa noche Omar, con admirable talento dramático, y demostrando dotes de verdadero poeta, relató la melancólica historia que sirve de tema a Constanza, el bellísimo poema de Eugenio de Castro. También recordé sus conferencias filosóficas, en el salón de la Escuela Juan Rafaela Mora, cuando hizo síntesis filosóficas, que todavía me sirven de guía. Durante sus primeros años de su carrera en el profesorado, -en el Liceo- hubo pequeños intervalos de extrañamiento en nuestra amistad. Yo tomaba muy en serio el aparente alejamiento de Omar, pero él procedía sin mayor intención. Quería corregir mi incorregible bufonería. Pero luego nuestra amistad se reanudó con más fervor, y tuve el privilegio de seguir muy de cerca de ese hombre admirable, que pareciera arrancado a los Diálogos de Platón. Como Sócrates, fue Omar sobre todo un parteador de inteligencias, y mi deuda para con él, por el entusiasmo que despertó en mí por la filosofía y la literatura, es incalculable. En ese tiempo era Omar todavía muy joven, pero su erudición y su sabiduría eran ya prodigiosas. Era pálido -siempre lo fue- usaba melena, una melena muy particular, que cuadraba muy bien a su perfil, no la melena del bohemio. Usaba cuello bajo y una corbata negra, de pañuelo como la de Pío Baroja. Su sombrero también era típico, lo mismo que sus ademanes y el timbre de su voz. Tenía un corazón de oro. Su ironía, aunque punzante, nunca fue cáustica. Tenía la mansedumbre de un Nazareno, pero como éste, sabía encolerizarse, y su ira era tonante. Era un gran enterado. No sé cómo ni cuándo tenía tiempo para leer. Leía muy de prisa, cuando leía para sí, y poseía un poder de asimilación como nunca he conocido.

 

Ahora me he sentado a escribirle. Hubiera deseado escribirle algo bien dicho, lleno de ternura. Pero no me siento bien. Me siento torpe, ¿Ud. me dispensa, no? Ahora Ud. Dispensa todo. Mi pensamiento ha estado vagando y tengo que hacer un gran esfuerzo para no deshacerme nuevamente en llanto. Si pudiera gritaría. Pero en Nueva Cork hay que sufrir en silencio. Quizás sea mejor, pero me duele el pecho de aguantar el llanto. Se me ha desbaratado una de mis grandes ilusiones, ahora que pensaba regresar a Costa Rica. Mi tierra ya no será la misma. Falta Omar; Omar, ese enorme amigo y gran educador que ha desaparecido para infortunio de su patria. Esta clase de hombres nacen muy de cuando en cuando. Costa Rica tenía solo un ejemplar de esta clase de hombres. Ahora ya no tiene ese ejemplar. Yo había soñado -no imaginado, soñado en sueños- que regresaba a Costa Rica, y la primera casa en que me veía a mi regreso, en el ensueño, era la casa de Omar. Iré a esa casa, pero no encontraré al amigo, al maestro, al compañero, al que era más que hermano, yo que no tengo hermanos en mi madre. ¿Por qué no regresé antes para ver vivo al amigo?¡Este hombre, Omar, ha significado tanto en mi vida! Cuando oí por primera vez su nombre, en época que no puedo precisar, se me antojó que se trataba de algún personaje ya famoso, quizás muerto. Ignoraba que Omar Dengo fuera un compatriota, un joven con quien se podría hacer amistad. Tengo muy presente en la memoria el incidente que dio lugar a mi descubrimiento de Omar. Algún día referiré al público ese incidente, con otros detalles que den a conocer mejor al país, y a la América, quién fue este raro huésped del mundo que murió cuando tanto bueno se esperaba de él, fuera de su obra educativa ya realizada. Yo no me siento capaz de reconstruir, para el público, la vida de ese pequeño grande hombre; y digo pequeño, porque pequeño es nuestro país y todo aparece en él pequeño, aunque sé que su estatura espiritual y mental no desmerece en cualquier país, por grande que sea.

 

Pocos días antes de su muerte sentí deseos de comunicarme con él y le escribí, medio en serio, medio en broma. Lamento no haberlo hecho con toda seriedad. Mi carta fue la última y sin duda ha quedado sin contestar. Si alcanzó a contestarla, será muy doloroso para mí recibir una carta póstuma, pero la guardaré como un tesoro.

 

Como quise decirle antes, ambiciono poder trabajar -cuando sea digno de ello- en un esbozo biográfico de Omar, y si una vez más tranquila, ese proyecto merece su aprobación, sírvase avisarme, para comenzar a ordenar algunas notas. La vida de Omar ha sido sencilla en sus detalles biográficos. Su biografía es interior. Esta es una tarea que debemos hacer, si no yo, cualquiera otro de sus amigos, o todos en colaboración.

 

Perdone si he sido incoherente, pero me siento incapaz en este momento de coordinar las ideas. Ud. Sabe cuánto quise al hombre que fue su esposo, y cuán profundamente me afecta su muerte.

 

Me pongo a sus órdenes, si en algo puedo servirle, y créame su siempre afmo. Amigo y servidor.

 

 

Omar Dengo

 

Por Mario Sancho.

 

Acaba la muerte de causar al grupo de educadores costarricenses una baja que no es exagerado calificar de irreparable.

 

A Omar Dengo tendremos que reconocerlo siempre por su talento, su entusiasmo y su dedicación a la enseñanza. Era el tipo ideal del maestro, esto es, del hombre que pone en la labor educativa lo mejor que hay en la naturaleza y no únicamente un interés perfunetorio.

 

El oficio de enseñar, que fue la pasión de nuestro amigo durante su corta pero fecunda existencia, es un oficio difícil, el más difícil de todos. No bastan talento y cultura para ser un buen maestro. Se necesita también gusto por el trabajo de la escuela, cariño vigilante por los alumnos, simpatía para entender sus dificultades e ideales, paciencia para sobrellevar sus defectos mientras se logra corregirlos, fervor que inflame a la clase en el fuego de la curiosidad, y discreción al propio tiempo para no convertir el más útil de los apostolados en cátedra de pedantescas vanidades.

 

Omar Dengo reunía todas estas cualidades, tan raras de encontrar, no digamos juntas, pero ni siquiera dispersas en conjunción brillante. Había nacido con la vocación de enseñar y a ella dedicó todos los árbitros de su inteligencia que era grande, y todos los recursos de su bondad que era aún más grande.

 

La muerte le ha sesgado en la flor de sus años, cuando más útil nos era. Para epitafio de su tumba yo sugeriría éste, no como un reproche o una queja al destino, que tales cosas no se acuerdan con la resignada serenidad de su espíritu, sino como homenaje a su abnegada labor prematuramente trunca:

 

"Hizo todo el bien que pudo, pero no todo el  que quiso".

 

Pienso que el dolor de separarse de su Escuela y de abandonar a sus hijos y a la que fue gentil compañera de afanes y  estudio deben haber pesado grandemente en su corazón a la hora de irse de este mundo.

 

¡Que la paz de Dios sea con él y Costa Rica no lo olvide!

 

 

La Dirección de la Escuela Normal

 

Por Luisa González.

 

Ahora que todos buscamos en quién prender nuestra confianza para que continúe la obra fuerte de don Omar dengo en la Escuela Normal, recuerdo sus últimas palabras a los jóvenes y pienso que como un homenaje al querido maestro debemos encender el corazón -que es en donde encontramos en nosotros mismos lo más bueno de su labor- y ponernos a buscar entre sus discípulos al joven honrado y valiente que lleno d entusiasmo y de fe, sea capaz de ofrendara su vida entera al servicio de la Escuela Normal; sea capaz de mantener mientras dure su paso por ella, el espíritu de esa Escuela que don Omar animó e hizo crecer trasfundiéndole la esencia de su propio ser.

 

Al recordar sus últimas palabras me digo: ¿Acaso no hay entre nuestros jóvenes quien pueda tomar en sus manos altas responsabilidades de la vida del país, diga y pruebe con alegría que surgen nuevas fuerzas capaces de crear y realizar arduos trabajos? ¿Para qué ponerse a discutir si en la dirección de ese colegio debe estar un joven o un viejo? Todos los que pensamos con desinterés en el asunto -jóvenes y viejos- sentimos que si hay un joven maestro ferviente y equilibrado por el estudio y el trabajo, como lo fue don Omar, puede perfectamente continuar su obra.

 

Cuando don Omar llegó a tomar la dirección de la Escuela Normal apenas si tenía treinta años...

 

Creo que los jóvenes que tienen fe y entusiasmo inteligentes no son menos venerables que los viejos cargados de experiencia.

 

La vida de los estudiantes de la Escuela Normal será noble si logran ser guiados por profesores honrados y activos, capaces de despertar preocupaciones en la juventud que los rodea: la edad del profesor es cosa secundaria si se trata de un individuo fuerte moral y físicamente. Entre los jóvenes tenemos a Carlos Luis Sáenz, digo hijo de la Escuela Normal, siempre leal con sus ideales y uno de los profesores que prestó eficiente cooperación en la labor de don Omar. Fue uno de sus discípulos predilectos y yo siento que él vería con alegría que Carlos Luis viniera a ocupar el puesto que la muerte dejó vacío. Pienso que llamar este muchacho a la dirección de la Escuela, sería encomendar en manos fuertes y honradas el trabajo sabio y fecundo que durante diez años llevó a cabo don Omar. Pensar que lo realizaría sin dificultades ni fracasos, sería ingenuidad; pero los que lo conocemos, sabemos que una y otros serían trasformados en su  espíritu en ricas experiencias.

 

Mientras escribo estas palabras, preocupada por el porvenir de la Escuela Normal, recuerdo al gran educador inglés Sanderson, que siendo apenas profesor de ciencias, con cierto prestigio, sin práctica en gobernar colegios, fue llamado por el Consejo Administrativo a dirigir el Colegio Oundle, que fue transformado por Sanderson en un tipo completamente nuevo y logró además rodearlo de un prestigio que nunca alcanzara Oundle en sus cinco siglos de existencia anterior.

Parece maravilloso el camino por donde este hombre llevó su colegio, pero es que el único pecado que no perdonaba era el de la falta de entusiasmo, el de la falta de deseo de crear y me parece que en esto del entusiasmo son más ricos los jóvenes que los viejos.

 

 

In Memoriam

Omar

 

Por Roberto Brenes Mesén

 

1

 

En el cuenco de una lágrima

Temblorosa de ternura

Cabe un mundo de silencio,

Posa un lago de amargura.

Mas la queja no me brota

De los labios, ni se cuaja

En mis ojos esa gota.

Yo sé ya lo que es el sueño

Milagroso de la muerte,

Y él ya sabe que mis lágrimas

Son sin luz ante la muerte.

 

2

 

Por los anchos corredores

De una escuela, que fue nuestra,

Muchas tardes caminamos

Como uncidos a una vida.

La claror se deshilaba

Al subir por la escalera

Yendo en busca del azul

De la tarde y la quimera.

Y tras ella remontábamos

Persiguiendo las ideas,

Como antiguos cazadores,

Con el arco y con la flecha.

¡Cuántas veces, al reunirnos

Y afirmar los pies en tierra,

Encantados descubrimos

Una idea con dos flechas!

 

3

 

Cállese un instante el viento

Y desmáyese la flor

De los campos y las sendas

En la patria de su amor.

Haya paz en sus cristales

El arroyo sin rumor.

Porque del vaso de arcilla

Donde ardió su resplandor

Se ha escapado, en limpio arranque,

El numen animador.

 

4

 

Que va el frágil polvo al polvo,

¿Quién, quién lo dijo del alma,

Si es el alma la divina.

No TrackBacks

TrackBack URL: http://heredia-costarica.zonalibre.org/cgi-bin/mt-tb.cgi/18072

Leave a comment

About this Entry

This page contains a single entry by Benedicto Víquez Guzmán published on December 20, 2009 12:55 AM.

Benedicto Víquez Guzmán: Algunos escritos sobre Omar Dengo Maison después de su muerte. Dos was the previous entry in this blog.

Benedicto Víquez Guzmán: Algunos escritos sobre Omar Dengo Maison después de su muerte. Cinco is the next entry in this blog.

Find recent content on the main index or look in the archives to find all content.