Benedicto Víquez Guzmán: Algunos escritos sobre Omar Dengo Maison después de su muerte. Seis

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1.      Tuvo el sentido hidalgo de la lucha: enemigo caído o vencido, dejó de ser contrincante para cruzar sus armas; nunca pudo se enemigo, sino hermano del caído.

2.      Era un observador agudo de las gentes; cuando se engañaba era el corazón quien lo había extraviado en la abundancia de su propia bondad.

3.      No creía en escuelas artísticas, sino en el artista que crea la belleza libre e inmortal.

4.      Admiraba en la obra de Leopoldo Lugones el resultado de una genialidad innata cultivada intensamente y en posesión de una vastísima cultura y trataba de que los jóvenes no confundieran facilidad con profundidad.

5.      Deleite de su espíritu fue contar cuentos a los grandes y a los niños; cuando lo hizo fue quizás cuando creó las más bellas imágenes, las más felices expresiones de su palabra. Su narración tenía el calor y el encanto de una creación artística, aún cuando narraba uno de esos viejos cuentos muchas veces oídos; otros inventó que deben vivir en el  país de la fantasía; nunca fueron escritos.

6.      Para aclarar su concepto, para vigorizar una idea, para embellecer una imagen, así, en el natural transcurso de la conversación, forjó maravillosas fábulas que, algunas veces, sonriendo bondadosamente de nuestra curiosidad, atribuyó a olvidados y desconocidos poetas orientales.

7.      Amó entrañablemente el trabajador, obrero o campesino. Lo conocimos amargado por la incomprensión con que los trabajadores correspondieron en ocasiones a su obra generosa e idealista. Cuéntase que en el fervor de su juventud llegó a soñar que hasta la dinamita anárquica era buena para la redención de os oprimidos.

8.      Recibió, con la alegría del estímulo, el elogio que venía del amigo, así fuera éste el menor o el más humilde; no buscó la aprobación de los nombrados; cuando la obtuvo fue porque la merecía plenamente.

9.      El premio de su afán fue siempre la íntima satisfacción de su conciencia en vista del deber cumplido. En el cumplimiento del deber elevó su acción al heroísmo.

10.  Era el más entusiasta en el elogio y en el reconocimiento del ajeno progreso.

11.  Nunca se conformó con ideas vagas, penumbrosas: de todo cuanto llegaba a su mente trataba de tener ideas claras, conceptos bien delineados.

12.  Todas sus palabras estaban acuñadas en el oro precioso de su sinceridad arrancando de las entrañas mismas de su vida y troqueladas en su maravilloso poder mental.

13.  Como conservador se caracterizaba por la elegancia familiar de su léxico, la facilidad de crear bellas imágenes, la fecundidad para producir ideas originales, la emoción para colorear el relato, la ponderación para darle aticismo al discurso, el humor para poner alitas en los talones de la alusión y el uso muchas veces magistral de la paradoja.

14.  Su afán de progreso se manifestaba en su inquietud creadora y fecunda. En todas las cosas buscaba algo nuevo, algo original, algo más alto, en suma se buscaba a sí mismo. En su cama de enfermo ideaba la forma de una bolsa para hielo que fuera más confortable para el paciente que la que {el tenía en la cabeza. Inconforme siempre, su alma ardía en el bello arrebato cellinesco del creador.

15.  Su obra maestra de filósofo y de artista fue su vida misma, en esto superó el anhelo de Oscar Wilde.

16.  Como Sócrates, paralelo en la noble belleza de su muerte, su obra de diálogo vivo y constructivo, está muy por encima de la que dejó escrita.

17.  Tenía amor por las cosas y gustaba asociarlas a recuerdos de grata significación para su vida: su gesto ante las cosas era el de una penetración constante de su espíritu con el sentido.

18.  Era un sutil observador y por esto un crítico agudo: nos sorprendía con frecuencia hablándonos de detalles reveladores de hondas sugerencias, en las cosas y en los acontecimientos.

19.  Su biografía puede leerse completa sin que el lector se encuentre con la desilusión en ningún aspecto de su personalidad.

20.  Visto en la intimidad se engrandecía porque aún en los más triviales detalles de la vida, se transparentaban, vivos, sus más altos principios filosóficos.

21.  La cortesía, innata a él, como expresión de armonía y de refinamiento interior, constituyó una de sus más constantes preocupaciones de maestro.

22.  Se compadecía de los jóvenes que hacen de su vida una elegante superficialidad.

23.  Su cuerpo era bien proporcionado, hermoso: puro como un niño.

24.  Había llegado a dominarlo de tal manera que con facilidad resistía la fatiga y el dolor.

25.  Sabía gozar del mar y de la montaña. El baño marino era para él una delicia; gustaba que las olas rompieran contra su pecho.

26.  Sabía dormir en la playa, sobre la arena de cara a las estrellas. En las jornadas de una excursión era un compañero abnegado, festivo y resistente.

27.  Era infantil en muchos de sus gustos: jugaba con verdadero deleite con los juguetes de sus hijos.

28.  Simpatizaba con los hombres que saben entretener y jugar con un niño: por este camino llegó a su corazón Raúl Haya de la Torre.

29.  Confiado en su propia lealtad, en los amigos depositaba, íntegro, el tesoro de su intimidad.

30.  Una de sus más grandes ilusiones fue cultivar una huerta y un jardín.

31.  De los fenómenos de la naturaleza el que más bellas sugestiones tuvo para su pensamiento, fue la aurora.

32.  Cultivó la plenitud en el vestir concibiéndola como consideración para los demás y como expresión de refinamiento estético.

33.  Su naturaleza era delicada; todo lo impuro o lo grosero la ofendía vitalmente. Solo en una naturaleza así tan noble como la suya, podrá manifestarse tan puramente el espíritu en la más abundante y armoniosa virtud de sus dones que yo haya conocido. Su arcilla humana estaba amasada con luz de estrellas y con aroma de rosas.

34.  Nunca maltrató ni permitió que en su presenciase maltratara a un niño: si alguna vez usó de la violencia fue para defender un niño maltratado.

35.  En su simpatía por los niños estaba presente a la par de su naturaleza paternal, un profundo sentido de religioso respeto por el alma infantil.

36.  Aclaró sabiamente para sus hijos (niños, el mayor hoy de diez años), los procesos de la generación, inspirándoles un sano sentido de lo que ello significa  en el desarrollo de la vida, liberándolos así de la oscuridad nociva que muchas veces en los niños engendra la malicia.

37.  Consideró como una de las más importantes labores de la Escuela, dar a los jóvenes una bien orientada educación sexual.

38.  Siempre encontró, aún en los casos más difíciles, la virtud, la fuerza creadora en el alma del alumno en que arraigarle una aspiración de progreso, de autoeducación.

39.  Deseaba vivamente que cada joven encontrara su propio camino y así no impuso jamás sus ideas. Era una de sus más vivas satisfacciones de consejos que orientaran a los jóvenes en la determinación de sus aptitudes vocacionales.

40.  Sustentando con su vida sus ideas filosóficas y religiosas, jamás fue fanático de nada, y en él todos encontraban un sincero respeto para sus creencias.

41.  Con una visión muy clara y muy amplia del porvenir de Costa Rica, trataba de que la obra de la escuela trascendiera de las aulas y promoviera corrientes que determinaran ciertas orientaciones sociales; en este sentido era un hacedor de la historia.

42.  Pedía que el maestro fuera el ser moral por excelencia: que aspira a la perfección para que pudiera así ser el más amplio y tolerante de los hombres.

43.  Tenía el sentido más honorable y caballeroso de la responsabilidad. En la Escuela les daba a los alumnos completa libertad; no aguardaba de ellos gratitud sino consecuencia.

44.  No creía bueno el sistema de los premios en la enseñanza porque consideraba que es casi imposible acordarlos con justicia.

45.  Creía que el maestro debía ser limpio en pensamiento y en el deseo, porque con solo ser mal pensado causaría daño a los niños.

46.  Anheloso de perfeccionar su obra educativa en la Escuela Normal, y de librarla de exclusivismos y de personalismos, siempre estuvo atento a recoger la enseñanza de los grandes educadores: su preparación técnica en educación fue, sin duda, la más vasta en nuestro país. A todos los ilustres visitantes que por nuestra Escuela pasaron les exponía francamente sus criterios en materia de educación, les pedía consejo, y así aprovechaba sus enseñanzas; con frecuencia el visitante se convertía en amigo del maestro; tal es el caso de don Agustín Nieto Caballero, por no citar más que un nombre.

47.  Como todos los grandes maestros que se han preocupado del hombre, creía que la base de todo verdadero progreso personal consistía en el propio conocimiento.

48.  Su autoridad moral como educador y como ciudadano fue una de las más altas en nuestra república.

49.  Concebía la escuela como el medio ambiente más fecundo en oportunidades que pudieran provocar la eclosión de las más nobles y variadas aptitudes del alma del alumno.

50.  Concebía la libertad como medio ambiente necesario en la Escuela para la autoeducación moral; como factor para asegurar el desenvolvimiento de la autoridad íntegra.

51.  Concebía el alumno consciente que comprendiendo el sistema educativo de la escuela, cooperara con él, obrando por determinación propia, en consecuencia con los más elevados propósitos de la institución.

52.  Impulsaba a los jóvenes a ir a la acción, a tomar su lote activo en la gran obra de la civilización; eso sí, les pedía que fueran respaldados en la fuerza propia entrenada en una consciente preparación.

53.  Los impulsaba a convertir sus ideas en realizaciones vitales y a no dejarlas en el campo de la mera teoría.

54.  En la ribera florida del más allá, lo imagino, poeta, en compañía de Aadí, de Shelley, de Kyats: lo imagino dialogando en un pórtico de mármol con Sócrates, Platón y el hermoso coro de jóvenes, de los cuales Carmines se reclina como un símbolo en su pecho.

55.  En su vida el mito prometeico se realizó una vez más para beneficio de los mortales.

56.  ¡Perteneció a la casta de los propagadores de luz! 

 

La muerte de un maestro

Omar Dengo 

Por A. Nieto Caballero.

 

Ha muerto en Costa Rica un hombre que encarnó en grande excelso las más altas cualidades del maestro. Su vida fue todo un inacabable entusiasmo: llena de idealidad, limpia de escorias, intensa dentro de cada hora, y alegre y fecunda hasta el último momento. Fue una luz que se consumió demasiado pronto porque estuvo iluminando en cada instante con toda intensidad.

 

¡Qué íbamos a pensar nosotros no hace aún dos años, cuando estrechábamos la mano fuerte y cordial de don Omar Dengo, que en tan breve tiempo, habría de apagarse esa gran llama de juventud y de ensueño...! Mas meditándolo hoy, parécenos lógico que así habría de ser: no que los jóvenes sean los amados de los dioses, que aquello no tiene sentido, sino que el corazón estalla y los nervios se rompen cuando un ideal los trabaja con demasía. Este fue el caso de Omar Dengo: tenía en el cerebro unas cuantas bellas y nobilísimas ideas, y su corazón fue en todo momento el motor poderoso que las puso en marcha. La hora del descanso voluntario no podía llegar para quien sentía que la vida, aún siendo muy larga, sería demasiado corta para realizar completamente sus programas, y la muerte compasiva pidió para el trabajador sin reposo el reposo definitivo.

 

Había nacido Omar Dengo en San José de Costa Rica en el año 1888. Acababa, pues, apenas de cumplir los 40 años. Era una de esas bellas figuras de avanzada que habían recibido en la república hermana la inspiración de fuertes espíritus como el de Roberto Brenes Mesén y el de Joaquín García Monge, y antes de que estos maestros se tornaran viejos, el discípulo se había convertido en el compañero de tareas, en el realizador de sueños comunes.

 

Desde 1919 regentaba la Escuela Normal de Heredia. Allí fue un renovador constante y  no dejó de ser un solo momento el amigo de sus discípulos. Comprendió que educar era ante todo acercar un alma a otra alma, -que el amor es la fuerza creadora de la vida y que la violencia solo engendra el odio- y fiel a la inteligencia de este generoso dogma, hizo de su escuela su segundo hogar de todos los que allí llegaron. Una sola interrupción tuvo este fervoroso laborador en la gran Normal de Heredia. Y qué significativo resulta ese único paréntesis. Fue en 1917, cuando el destino1 trajo para Costa Rica días aciagos. Unos hombres ignorantes y despóticos se habían adueñado violentamente del gobierno de la nación. Omar Dengo sintió al punto que no podía seguir regentando en tales condiciones una escuela  oficial. Se retiró entonces al campo, y fue por aquel tiempo, amargo para la patria, maestro rural en la humilde escuelita de una hacienda (La Caja, del señor Peters).

 

Costa Rica entera se ha dado plena cuenta de la pérdida que ha hecho, y el gobierno de la nación ha sido en este instante, como en tantos otros, el intérprete del sentimiento nacional. El presidente de la República, acompañado de su gabinete, se traslada a la ciudad de Heredia para presidir el cortejo fúnebre, y es el propio Ministro de Educación quien desde el atrio de la iglesia parroquial se dirige a la multitud, -a una multitud silenciosa y acongojada- para hacer en una bellísima oración el férvido elogio del ciudadano que dio su vida a la patria, no en una trinchera de combatientes, es cierto, pero sí en una de esas escuelas que enaltecen el presente y forjan el porvenir de un pueblo. Y es ese ministro quien dice, no las palabras protocolarias de un funcionario sino las que brotan del corazón y se hacen vacilantes en los labios.

 

"Pero cómo no hemos de llorar, exclama, si nunca hubo padre que dejase más huérfanos, ni muerte vi, que arrancase más lágrimas."

 

Y agrega: 

"Yo vi los templos repletos de niñas arrodilladas, con los ojos entristecidos, con las manos juntas pidiendo a Dios por la salud de este maestro."

 

La muerte de Omar Dengo ha sido serena y armoniosa como fue su vida. Su gran placer de todos los días había sido conversar. Era un conversador maravilloso. Sabía interesar siempre cuando hablaba. Era profundo en sus reflexiones y era ligero e ingenioso a la vez. Las invisibles alas de su espíritu revoloteaban sin cesar por sobre el auditorio que le escuchaba, manteniendo alerta la atención de todos los oyentes. En la última hora de su vida quiere conversar también. Llama a los suyos, a su esposa, a sus chiquillos les dice con gran serenidad las más dulces palabras de aliento. Hace venir luego a sus compañeros de labores, les recomienda su escuela con tal naturalidad, que más parece que el maestro solo pensara en despedirse para un corto viaje. Viene enseguida un grupo de discípulos: "Sed fuertes", les dice: "Cuidad de vuestro cuerpo, yo me he dejado de mi cuerpo". Comprende que la sola preocupación del espíritu lleva prematuramente a la tumba. Pero no quiere pronunciar palabras escalofriantes. La sola idea de que su desaparición va a traer luto le intranquiliza. Dice:

 

"Que desde mañana haya alegría en la Escuela".

 

Y agrega en el tono familiar en que hablaba siempre:

 

"Si tienen preparado su paseo al puerto, háganlo. El árbol de la Navidad, no dejen de hacerlo también...Y ahora, jóvenes.

 

Y concluye:

 

"A vivir: eso es importante." 

 

Hay un momento de esa varonil agonía en que el maestro parece dialogar consigo mismo:

 

"No he tenido rencor para nadie.

 

Dice, como haciendo el balance d su conciencia, Entra Monseñor Benavides.

 

"Monseñor confórtame con los santos óleos. Perdóneme. No me confieso porque no sé qué pueda decir. Tráigame el Cristo".

 

Y al ver la imagen dulce y dolorosa, prorrumpe:

 

"Oh Cristo, tú que iluminaste al mundo, ilumina mi pensamiento para entrar en la eternidad".

 

Siente que la agonía llega, y el psicólogo, el hombre de estudio que hay en él, habla:

 

"Observen el proceso. Es interesante. Obsérvenlo. Yo estoy analizando. Mi cuerpo toma ahora todas las formas que yo quiero darle. Lo veo como una sombra chinesca. Es divertido. Ahora lo veo de una manera que no se puede explicar por la geometría de la tierra, lo veo en el plano inclinado y en el plano recto al mismo tiempo...No siento mi cuerpo ya...Pero ¿por qué están todos en silencio? ¿No hay alguna noticia de importancia que pueda llevar allá mañana? Tal vez me lo creerán al otro lado...

 

La gracia sutil del conferenciante lo ha acompañado hasta en el último momento. Continúa el diálogo consigo mismo:

 

"Tengo una perfecta tranquilidad moral. Solo siento un dolor físico. Mi vida es un largo azul sereno... Veo tres colores, y ahora veo una cruz blanca."

 

De pronto el maestro que ha sido siempre irreprochable en su vestido, nota que inconscientemente se está arreglando las mangas de la camisa. Y sonríe:

 

"Pero, ¡me estoy arreglando la camisa! Vale la pena presentarse bien. Si tuviera corbata y estuviera torcida, también me la arreglaría."

 

Luego, como sienta, tal vez que sus ojos luminosos se empañan de lágrimas, hace un esfuerzo supremo y pronuncia esta bellísima frase:

 

"Fui a la gloria y me devolvieron porque llegué llorando."

 

Abre bien los ojos entonces, y como vea que alguien toma notas de lo que él va diciendo, pronuncia sus últimas palabras:

 

"Carlos Luis no tomes más apuntes. Si acaso hablara Sócrates...Hasta en mi muerte he sido un poco parlanchín. Ahora no hablo más..."

 

Y pocos momentos después, entrelazando el mismo las manos sobre el agitado corazón que apenas se mueve ahora, expira dulcemente.

 

Amigo Omar: 

Ya no podrás cumplirnos  la promesa de venir a Colombia con un grupo de tus discípulos, a correspondernos la visita que te hicimos con los muchachos del Gimnasio  Moderno: ya no volveremos a cambiar discursos emocionados delante de las juventudes que nos escuchaban con atención porque sabían que de nuestros labios solo oirían palabras honradas; ya no dialogaremos más en la intimidad sobre los graves problemas de la escuela: ya entre nosotros todo lo terreno ha concluido, pero oye, amigo mío: mientras para nosotros llegue también la hora, cercana o lejana, de emprender en que tú has emprendido ahora, mientras esa última gran excursión vuelve a acercarnos, ten por seguro que tu recuerdo no se hará polvo como tus restos mortales.

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