Benedicto Víquez Guzmán. Cuento: El crimen

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El Crimen

 

Un poco más temprano que de costumbre, salí de mi casa para desplazarme hacia el Parque Central, en busca del sustento diario. Pinto se  desperezó un poco y después de varios estiramientos, me siguió. Tomé posición del poyito acostumbrado y esperé a que llegaran mis clientes. Poco tiempo permanecí desocupado, cuando aparecieron dos señores, elegantemente vestidos, con sendas valijas ejecutivas cada uno, más bien jóvenes, entre cuarenta y cincuenta años. Uno de ellos, puso su zapato derecho en mi cajita y me dijo:

-Límpielo.

Sin esperar segunda orden, comencé, con entusiasmo, mi trabajo, y los señores una interesante conversación. El que parecía más locuaz, le dijo al otro:

-Es una barbaridad. ¡Qué muchacho más estúpido!, matar, así no más, a esa putilla. Hay que estar loco, o drogado, para hacer tal insensatez. Pero a lo que vamos. Su padre, don Carlos, seguro usted lo conoce, al menos por referencias, es multimillonario; ni él  sabe a cuánto asciende su capital. Acaba de llamarme, antes de que te contactara, y me contó la historia. Parece que su hijo tiene un apartamento, ahí, por Moravia y solicitó a una casa que maneja menores de edad que le enviaran una chiquilla. Ésta llegó a su apartamento, como a las tres de la mañana. Tomaron licor, se drogaron y después de hacer todo lo que podamos imaginar, se pusieron a discutir, por cualquier tontería. Lo cierto es que el bruto ése, que no le cabe otro nombre, la apuñaló, la degolló. Como a las seis de la mañana, se la trajo en su auto y la tiró en el río Pirro. Por supuesto que lo vieron y alertaron a la policía que lo capturó, hace como dos horas. Se encuentra en la OIJ. Por eso te llamé con urgencia. Porque seguro el caso, te toca a vos, por ser el juez de turno. Don Carlos me ha dicho que está dispuesto a darte lo que pidas, sin límite. Es su único hijo y por él da lo que sea. Te acuerdas de aquella Quinta, en La Garita, que el otro día vimos, cuando veníamos de Jacó y que tanto te gustó. Pues hágase el cargo que es tuya.

En eso sonó el celular del que parecía ser el abogado de don Carlos:

-Aló, sí... ¡ah! ...Don Carlos. Sí... Precisamente, en este momento, estoy con él. Despreocúpese don Carlos, yo me hago cargo de todo. Esto está bajo control. Sí... Sí... Ya se lo dije, claro que sí, lo que sea, sí... a él le gusta mucho una Quinta que se ubica en La Garita, y yo tengo la opción de compra. ¿Le puedo decir que es de él, que cuente con ella? Sí... Muy bien, don Carlos. Le aseguro que su hijo se comerá los tamalitos esta navidad en su casa. No, no lo creo, ahora mismo estará en su casa, vamos para La Corte. Hasta luego don Carlos, que tenga un buen día.

-Te lo dije, La Quinta es tuya.

-Está bien - contestó el juez-. Iniciaremos el caso de la siguiente manera. Lo  voy a incomunicar. Así la prensa y los que deseen tener información, no podrán hacerlo. Por la noche, lo enviamos, de secreto, a su casa y, eso sí, que permanezca ahí y no se deje ver. Como está próximo el 24 de diciembre, la gente está metida en la navidad, y además, tratándose de una chiquilla, posiblemente sin familia y prostituta, nadie se interesará por investigar nada. Luego seguimos el proceso acostumbrado. Se olvida el caso, se coloca de último en la lista y cuando llegue su turno, usted presenta los alegatos formales del caso.  Nombraré a Marcos como defensor. Él está de nuestro lado. Además de que es tan bobo que no le ganará un pleito al peor abogado. Después, lo de siempre, el caso prescribió, y no pasó nada. Nos encontramos en la corte, no conviene que nos vean llegar juntos. Hasta luego.

-Hasta luego. Nos vemos.

Terminé de limpiarle los zapatos al señor y éste, seguro contento por el dinero en abundancia que se ganaría, en el caso  de la chiquilla asesinada, me pagó con un billete de cinco mil colones.

-No tengo vuelto, señor.

 -No se preocupe, es todo tuyo.

Y se retiró silbando un villancico navideño. Es que ya, la navidad estaba por llegar. Los locales comerciales no se cansaban de poner, a todo volumen, los motivos musicales del momento: "María, María, venga acá corriendo que los pañalillos...". Pero a mí me encantaba el pasaje ése que dice: "Yo lo remendada, yo lo remendé, yo me eché un remiendo, yo me lo quité...". De verdad que uno se alegraba y tenía ganas de cantar. Estuve hasta las doce en el parque. Limpié algunos zapatos más. Total que ya me había ganado más de lo que hacía en dos días de trabajo normales. Decidí ir al mercado a ver si me daban algo de comer y emprendí el viaje. A la larga lo que me incitaba por dentro era encontrarme con Ricardito, para contarle la historia, que horas antes, había escuchado. Pero no lo encontré. Regresé al parque y trabajé hasta las cinco de la tarde y me dije, qué torpe soy, de seguro él está en la compra y venta de don Plutarco y hacia ahí me dirigí. No estaba equivocado, los encontré conversando alegremente y tomándose, cosa inusual en él, una taza de café. A la entrada los saludé y Plutarco me contestó:

-¿Qué te trae hoy, por aquí, Ramoncillo, otra historia que deseas te pasemos a máquina?

-Esta vez no. Pero sí tengo una historia que deseo contársela, que escuché esta mañana en el parque, y es cierta.

-Pues desembuche, que deseamos oírla.

Como pude y  disimulando un poco mi asombro, les narré la conversación que había escuchado por la mañana, entre un abogado y un juez. Cuando terminé, Ricardito, que cosa extraña en él, estaba sobrio, golpeó la mesa y regó el poco café que aún quedaba en las tazas y se puso colorado y, en tono enérgico, comenzó a maldecir.

-Es lo que vengo diciendo, desde hace días. Este país está podrido, ya no hay cara en quién persignarse. ¡Qué justicia, ni qué ocho cuartos! Aquí quien manda es el dinero. Dígame Plutarco, ¿usted ha visto a un rico en la cárcel? Por supuesto que no. La cárcel se hizo para los pobres y los delincuentes comunes, porque los corruptos y ladrones de cuello blanco, ésos, nunca van a la cárcel. Se lo digo yo, por Dios, que si alguno de ellos llegara a ser juzgado y encontrado culpable, antes de ir a la cárcel, ya le tienen todo listo para que se escape a un país lejano. No es necesario citar casos, basta con señalar algunos como el Banco Anglo, Asignaciones Familiares, Aviación Civil, los CATS, la muerte de ese periodista de La Patada, Pinochet, en Chile, y tantos otros que han quedado o quedarán en la impunidad. Usted recuerda a los dos ambientalistas que quemaron; ya nadie los menciona. Hasta se han dado el lujo de condenar a un señor que mató a un muchacho de Alajuela y dejarle descontar la pena en la casa, por un cáncer, que existen muchas dudas de que padezca.

Y siguió despotricando contra los abogados y jueces, hasta que cansado de hablar, concluyó.

-Yo tengo mi teoría sobre la justicia, en Costa Rica, y posiblemente en todas partes. Estamos viviendo un existencialismo kafkeano, sólo que al revés. Recuerda usted, Plutarco, que los personajes de Kafka sufrían terriblemente porque se les enjuiciaba por delitos que ellos, no sólo no habían cometido, si no que no conocían. El Estado o el sistema organizado los enajenaban, los mataban, los destruían y los personajes indefensos, no podían hacer nada. Pues bien, aquí es al revés. El hombre común, la sociedad civil, sufre, muere indefensa, desfallece, porque todos saben quiénes son los culpables. Existen pruebas abundantes y en su descaro, los mismos corruptos, lo confiesan en privado, se ríen y la justicia no puede hacer nada. Simplemente, a través de formalismos, tecnicismos como los llaman los abogados, logran que los procesos no comiencen, y así prescriban. Existen juristas que han ganado poquísimos juicios, pero sus clientes nunca han ido a la cárcel, sólo tienen que obstaculizar la justicia, para que el juicio no se realice y cuando éste se da, lo apelan, lo enredan, hasta lograr la absolutoria de sus clientes. De veras Plutarco, que asistimos a la peor corrupción en nuestra patria.

Y calló, se sentó y tomándome del brazo me dijo:

-Ve, Ramoncillo, para su casa y por ningún motivo cuente esta historia a nadie, si no quieres aparecer muerto, usted también, en el río Pirro.

No contesté nada y más confuso que antes y lleno de miedo, emprendí el viaje de regreso a mi casa; sólo que esta vez, con paso más ligero, y sin detenerme en las ventanas, a mirar los preciosos juguetes que en ellas se exhibían.

Al llegar a mi casa, noté algo extraño. Nunca había tanta gente afuera. Un poco asustado me dirigí rápidamente hacia adentro. De pronto, se apareció mamá llorando desconsoladamente. Sólo atinó a decirme:

-Ramoncillo,  asesinaron a tu hermanita anoche; hoy, por la mañana, la encontraron tirada en el río. 

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