El conchito enfermo de Gonzalo Sánchez Bonilla

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LOS GERANIOS ROJOS; 1908

(1884-1965

De Gonzalo Sánchez Bonilla

 

EL CONCHITO ENFERMO

 

El hambre-cual una víbora - estrangulaba el hogar del campesino.

Soto y su esposa trabajaban mucho.

Cuando los comemaíces entonaban sus canciones a la aurora, ya los dos esposos iban tristes, pensativos camino del trabajo. Soto llegaba a un beneficio y Celina -su esposa- se dirigía al cafetal de don Lorenzo.

Ambos se contaban -de regreso- las vejaciones e insultos recibidos, los descuentos continuos del sueldo,...las injusticias del patrón...

Y los cuatro pequeñuelos, cabizbajos y ojerosos -en silencio se quejaban- escuchando las protestas de sus padres.

El primogénito -Sotillo- como le decían sus camaradas, ya hacía preguntas muy serias.

-Pero Tata, -hablaba Sotillo- ¿por qué nosotros que trabajamos tanto, vivimos casi sin comer y esos dueños de fincas que pasan durmiendo con su cigarro en la boca, siempre tienen plata?... ¿por qué hay pobres y ricos?

Y esas preguntas de un cerebrillo de nueve abriles, eran contestadas por su padre, con la resignación del "Dios lo quiere" del Cura.

Sí; esas mismas preguntas se las hizo Soto en el confesionario al sacerdote y allí fue en donde aprendió la frasecita que explica y acepta injusticias... explotaciones... la frasecita que esos zánganos se apropian para vivir a las expensas  de una vida ociosa.

Pero Soto a solas pensaba: "¿Cómo va a querer Dios, un ser tan infinitamente bueno, que mientras que a nosotros nos devora el hambre, existan gentes que en medio de sus placeres, se engullan nuestras fuerzas?..." Y los consejos del cura se estrellaban en su conciencia razonable.

El pobre Soto sufría...

Y ¿qué padre no sufre hondamente si le dicen  "¿me da?" sus hijos, pidiéndole el pan que no tiene?...

*

* *

Sotillo pensaba en la situación de la casa y por eso prefería martirizar su estómago, antes de despertar los amargores de su padre.

Al principio estuvo yendo a la escuela del barrio sin que nadie lo obligara,... porque quería aprender...

-Yo no quiero quedarme tonto -decía el pequeñuelo.

Una tarde Soto y su esposa, esperaban ansiosos a Sotillo en la puerta de su mísero rancho. Pronto lo divisaron.

Venía de la escuela con sus alforjitas al hombro. En la bolsa de atrás, traía el almuercillo intacto, y en la de adelante, -oprimidos contra el pecho- el silabario y sus cuadernos.

-¿Por qué tan contento hijito? - le preguntó su madre.

-¡Ah!... porque ya sé escribir ala y ola... Hoy cuando los demás niños salieron a almorzar, yo me fui a un potrerillo y sentado en el zacate, me puse a escribir, pa'que no se me olvidara. ¡Miren! -dijo Sotillo mostrando el cuaderno.

¿De manera que no has almorzado? - replicó tristísimo el padre.

-¡No tata; por hacer letras!...

Y los dos esposos se miraron con la melancolía más profunda. No se atrevían -como era su intención- a comunicarle que les era imposible mandarlo a la escuela: ¡era preciso que él también ganara!...

Pero, Sotillo, con su malicia, todo lo sospechó y no pudo contener las lágrimas. Abrazándose a sus padres les dijo:

¡Bueno, bueno: yo trabajaré pa'ustedes.

Y otro día ya no puso en sus alforjas los libritos de la escuela...iba con rumbo a un trapiche.

*

* *

Poco a poco se fue debilitando notablemente, porque los trabajos eran muy pesados para un niño tan tierno.

Y cuando Soto advirtió en su hijo principios de pulmonía, una desesperación muy grande se apoderó de su alma. Ya no dormía las noches velando al enfermo.

"No lo llevó a la villa -decía- porque aún consiguiendo el dinero pa'las medicinas, sé que qu'esos dautores ven -como basura - a nuestra gente del pueblo."

Y por eso prefirió dejarlo en casa.

Grave seguía el pequeñuelo. Vanos eran -por salvarlo- los esfuerzos de su madre.

Y Soto... Soto deliraba como trastornado.

-¡Ya no lo veré más! - hablaba. ¡Y todo por mi culpa!...

Ese pensamiento quería volverlo loco; pero ¿qué culpa puede tener un hombre que vive explotado en una sociedad en donde le disipan el perfume de sus fuerzas?...

Pero Soto no razonaba así...y cada vez se iban notando en él nuevos síntomas de locura.

*

* *

Por fin...¡expiró el muchacho!...

Y en esos momentos de angustia, se encontró al infeliz campesino, riendo histéricamente y apretando contra su pecho la camisita manchada de plátano con que iba Sotillo a la escuela...

 

Algunas observaciones:

 

Desde el punto de vista literario es un excelente cuento. Bien escrito y con la estructura clásica de los cuentos más destacados de la literatura universal. Situación inicial negativa por las condiciones sociales y económicas de esa familia campesina. Luego se abre un proceso de mejoramiento con el fin de superar esa condición y para ello se utilizan los medios éticos y religiosos aceptados y promocionados por el contrato social de los sistemas capitalistas, en ese caso los gamonales cafetaleros de esa época de principios del siglo veinte. Por ello acuden al estudio pero ello es imposible pues el hambre no se llena con letras y decide escoger el único camino honrado y promocionado: el trabajo. El proceso concluye con el fracaso de esos medios y se llega a una situación final peor que la inicial: muerte del niño y locura del padre. Mayor desintegración familiar no podría resultar.

 

Esto es un determinismo social tal y como lo declaraban los críticos del naturalismo en novelas como Santa, Nacha Regules, Juana Lucero o La Charca de autores hispanoamericanos de la época pero ese fatalismo no es inventado sino reflejo de una realidad que a quienes hemos pasado por esa condición lo sabemos por experiencia propia. A pesar de que en nuestro país no fue tan uniforme y general, el campesino sufre de esas vejaciones y  otras que por razones obvias el cuento no incorpora.

La pregunta que se desprende de ese ejemplar cuento es vigente. ¿Se ha superado esa injusta inhumana condición de los pobres frente a la riqueza desmedida de los ricos? La respuesta es a todas luces negativa. Otras son las características pero la condición de pobreza sigue siendo la misma. ¿Y qué decir del papel de la jerarquía religiosa? ¿No son los aliados históricos y presentes de esa condición? ¿No es la consolación y la esperanza en un incierto más allá las respuestas a tanta injusticia? Éstas y otras preguntas que despierta en el lector este cuento son de una descarnada realidad y está ahí a los ojos de quienes no son tuertos o ciegos. Hay pobres que ya no pueden comer ni siquiera las migajas que caen del banquete de los ricos.

 

 

 

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