El cuento fantástico Más allá, también más allá de Alfredo Cardona Peña 1

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MÁS ALLÁ, TAMIEN MÁS ALLÁ

 

-La señora Apendini no tardará en presentarse -dijo el doctor Honorio a la señora Estavilla, cuando ésta le preguntó por la dueña de la casa-. Faltará Tomás, como siempre...

- No, no: aquí estoy, doctor Honorio - se apresuró a aclarar un joven de unos veintiocho años, bien parecido, que en aquel momento trasponía el umbral de la elegante residencia-, Ya saben cómo son estas cosas. Se encuentra uno dormido, de repente lo llaman, y...

- Sí, si, amigo Tomás Roig - interrumpió la señora Estavilla, sonriendo -; ya sé lo que va usted a decir. Pero su disculpa no tendrá eficacia. En la vida todo puede suceder, pero aquí...

- ¿Quiere usted decir que no estamos vivos? ¡Por Dios señora!

- No quiero decir nada - siguió la dama, cambiando el tono- . Pero no me negará que somos diferentes, que estamos...

- Vamos, vamos -terció el doctor Honorio con una sonrisa -, No es el momento de hablar de esas cosas. ¿Para qué ponernos metafísicos, si estamos más allá de la física? Nosotros existimos, seguiremos existiendo. Esto es lo importante. Lo demás...

- No todo, amiguito, no todo - dijo a la sazón la dama-. Hay cosas que jamás podremos saber, como no sea que la señora Apendini nos descorra el velo.

- De eso quería hablarles, señores - dijo el doctor con una animación en la voz no exenta de misterio. Y tras un momento de expectación, mirando a uno y a otro agregó-: ¿Saben ustedes para qué nos ha citado la señora Apendini?

- Ya lo creo que sí; o por lo menos, lo imagino - contestó la señora Estavilla -. Para intentar otra vez esa comunicación con el mundo de los seres vivos...; para sentarnos, cerrar los ojos, entrelazar las manos e invocar a una persona que no haya fallecido... ¡Qué aburrimiento! Allá, en el tiempo, cuando organizamos el "club", sí logramos algunas comunicaciones de este mundo. ¿Pero aquí?

 

- La señora Apendini no había podido establecer ese contacto porque carecía del agente capaz de realizar el experimento - observó el doctor Honorio, muy serio.

- ¿No contaba con nosotros? Usted recordará que yo fui, hasta seis meses antes de mi muerte, la colaboradora de la médium más famosa de Europa.

- Sí, señora; no lo dudo. Pero usted, a su vez, olvida que murió en forma absolutamente natural, y...

- ¿Y qué, doctor, si se puede saber?

- Que las muertes naturales no sirven para nuestro caso. Una enfermedad prolongada va debilitando nuestras reservas psíquicas, de tal manera que, al ocurrir el desprendimiento, la energía espiritual se encuentra prácticamente nula. Es necesario despertar de nuevo, reconquistar la mente, y ese proceso dura más de lo que creemos. Tal vez siglos...

- Quiere usted decir que hace muchísimos años dejamos de existir? - interrogó el joven con extrañeza.

- Naturalmente, amigo Tomás. Nosotros tuvimos muertes comunes y lentas. ¿Verdad que ninguno de ustedes recuerda el momento supremo?

- No - contestaron al mismo tiempo-.

- Pues entonces ya podemos imaginar el trabajo de adaptación de nuestras potencias, lo largo y complicado de nuestro segundo despertar, nuestra integración en el espacio, donde no existe línea alguna que vaya de A a B, puesto que somos unidad, centro eterno...

- Ya cayó usted en la metafísica , doctor atajó Tomás vivamente -, y  hace un instante decía que no es el momento de ponernos trascendentales.

- Es verdad; pero las circunstancias me han obligado a ello, con motivo del carácter de esta reunión. Todo puede suceder en este mundo que ha vencido al tiempo...

- Por mi parte - observó Tomás -, le diré que me ocurre algo muy especial: si no reflexiono en mi situación, lo comprendo todo; pero en cuanto me esfuerzo en analizarla, caigo en un mar de contradicciones y no me es posible entender nada.

- Pues eso, hijo mío, fue lo mismo que del tiempo dijo San Agustín. Claro con otras palabras.

- ¿Puede usted recordarlas?

- Desde luego. Le preguntaron la definición del tiempo, y contestó: " Si no me lo preguntan, lo sé; si me lo preguntan, ya no lo sé..."

- ¡Qué interesante!

- Sí, muy interesante - dijo la señora Estavilla con hastío -. Pero aún no nos ha dicho usted, doctor Honorio, para qué nos ha citado la señora Apendini.

- Es cierto, y le pido perdón. La señora Apendini nos ha citado porque ya tiene el agente capaz de comunicarnos con los seres vivos.

- ¿De veras?

- Absolutamente cierto, madame. Se trata de una niña que sufrió un accidente, y en un abrir y cerrar de ojos se encontró en este mundo. Para la señora Apendini, ésta ha sido una preciosa oportunidad y la ha sabido aprovechar. Aunque...

- Siga, siga, por favor.

- La niña no sabe que está muerta.

¿No lo sabe? ¿Y cómo...?

- Nosotros debemos hablarle con mucha cautela para evitar las situaciones embarazosas; será fácil, porque, como les digo, se trata de una niña.

En ese momento apareció en el fondo de la sala la señora Apendini. Era una mujer de sesenta años, elegantemente vestida y con una sonrisa afable que acentuaba más su atractivo personal. A su lado, asustada, una niña de doce años, miraba a unos y a otros. Sus negros ojos parecían interrogar a cada persona, a cada objeto que tenía delante. La dueña de la casa la había abrazado por el talle, en forma maternal, como para infundirle confianza.

- Buenas noches, señores -dijo la dama-.

- Buenas noches - contestaron los invitados-.

Y avanzó lentamente con la chiquilla, como una sacerdotisa con una flor.

-Estos son nuestros amigos - dijo volviéndose a la niña -. Debes sentirte contenta por que son personas buenas y te van a querer mucho.

- Gracias - contestó la nena con timidez-.

-¿Cómo te llamas, preciosa? -interrogó la señora Estavilla, acariciándole la barbilla-.

- Julieta...

- ¿Julieta? ¡Es un bello nombre! Así se llaman las princesitas de los sueños.

- Y las novias más lindas - agregó el doctor Honorio -. Una vez, cierta niña llamada Julieta como tú...

- ¿Ya va usted a empezar con sus cuentos? Espere que ya tendrá oportunidad de relatárselos - advirtió amablemente la señora Apendini.

- ¿Usted sabe cuentos?

- ¡Muchos! Ya verás...

- Sentémonos para conversar mejor - dijo la señora Apendini.

Y se sentaron alrededor de una mesita circular, en cuyo centro había una pequeña bola de cristal con un pingüino y una planta acuática. La niña continuaba mirando a unos y a otros, como esperando una explicación y mortificada por encontrarse entre personas mayores que acababa de conocer.

- ¿Qué quieres, pequeña? -le preguntó la señora Estavilla.

- Irme con mi mamá... desde ayer no la veo.

- Julieta -se apresuró a decir la señora Apendini- despertó esta mañana fuera de su casa y está muy extrañada. Pero ya le he dicho que no tenga cuidado, porque sus papás ya saben dónde está, y ella pasará con nosotros una temporada, durante la cual podrá divertirse y jugar con lo que guste.

- Pero es que no me explico por qué estoy aquí. Lo único que recuerdo es que tuve un sueño, y... y...

- Habla con confianza, Julieta; aquí todos te queremos -la animó la señora Estavilla con acento cariñoso.

- Pues soñé que mi cuarto se quemaba. ¡Qué extraño! ¿Verdad?

- No es extraño, hija explicó la señora Apendini -. Efectivamente, tu cuarto se quemó cuando estabas dormida, y te trajeron con nosotras mientras arreglaban tu casa. No te preocupes...

- Bueno, como usted quiera -contestó la niña ingenuamente-.

- Mira... ¿te gusta? -y la señora Apendini le mostró la esfera de cristal.

- Sí, es muy bonita.

- Pues tómala, hija. Si la agitas, verás cómo te gustará más.

La niña tomó la esfera, la agitó, y multitud de puntos luminosos comenzaron a girar, unos alrededor de otros.

- Míralos fijamente, y verás cómo te sientes bien.

Y la señora Apendini, al decir estas palabras, con un gesto que apagaran la luz. La sala quedó a oscuras, y la esfera brillaba en las manos de la niña, que absorta, asombrada, atraía hacia aquellos puntos de luz que se movían y movían, no advirtió que las demás personas se sentaban a su alrededor y se tomaban de las manos.

 

- Míralos bien; míralos le decía la señora Apendini, con una voz dulce e insinuante -. Ahora sentirás una gran paz, una gran tranquilidad... Esos puntos te llevarán al sueño... al sueño... al sueño...

A los pocos minutos, Julieta estaba completamente dormida con la esfera en las manos; de cuando en cuando respiraba hondo y un gemido indecible escapaba de su pecho. Era verdaderamente un virgen sosteniendo una estrella. Se veía tan ideal, tan vaporosa, que se dijera una de esas presencias que salen de los sueños, siendo sueño ella misma...

- Atravesaremos el espacio con nuestro pensamiento - decía con vos grave y solemne la señora Apendini -, y por medio de este hilo virginal que es el espíritu de Julieta, invocaremos a los vivos, nosotros, que somos los muertos. Concentrémonos. Más... más... más...

El pensamiento atravesó el espacio, llegó a la Tierra, vagó por los continentes y los mares, y se detuvo frente a un establecimiento comercial de la ciudad de...

Era la sucursal de una negociación que tenía su casa matriz en Buenos Aires. La actividad era inmensa: entraban y salían centenares de personas con la prisa y nerviosidad urbana que impone la cercanía de Navidad. En la planta baja, por el ala derecha, se encontraba el departamento de perfumería, asediado materialmente por el público. Novios ilusionados, muchachas casaderas y madres otoñales requerían la crema facial, el perfume caro,, los mil objetos que, una vez envueltos en papeles con impresionantes flores de pascua, tienen la virtud de producir reacciones sentimentales, sumamente eficaces para acelerar una unión o desvanecer una duda acerca de la gratitud o la felicidad. En una esquina de este departamento, frente a la máquina registradora de dinero, trabajaba una bella joven de dieciocho años, de porte y facciones tan distinguidos que se la hubiera tomado por una aristocrática venida a menos. Ya se sabe que las casas comerciales ponen especial cuidado en la selección de sus empleadas, las cuales deben ser atractivas y saludables, y juveniles y gratas de ver. Es un asuntillo de psicología publicitaria, o si ustedes quieren, un anzuelo  color de rosa para los clientes. La muchacha, con la belleza de su primavera florecida, atraía miradas y provocaba comentarios. Los hombres que hacían "cola" para pagar al llegar frente a ella, se detenían reverentes o decían la frase galante que la cajera cortaba, diciendo entre seria y sonriente:

- Muchas gracias, señor. El que sigue...

Todo marchaba  con la celeridad y la agitación propias del lugar, cuando de improviso ocurrió algo inusitado: la joven escuchó una voz lejana, como si la llamasen de larga distancia, y se desmayó como se desmaya una rosa por exceso de sol, dejando la máquina registradora abierta y las facturas en desorden.

- ¡Pronto! ¡Un médico!

- ¡Oh!

Se suspendieron las ventas, sonó el timbre de alarma, y la gente se arremolinó frente a la empleadita sin sentido.

_ ¡Un médico! ¡Llamen a un médico!

Acudió el gerente, visiblemente contrariado.

- ¡Calma señores! ¡No es nada grave! Enseguida vendrá el doctor.

Dos compañeras de la infortunada cajera levantaron a ésta y la condujeron a un cuartito privado, acostándola sobre un sofá. La aplicaron paños de agua fría, le frotaron las manos con alcohol... y, en tanto llegaba el médico de emergencia, el gerente explicó al público que todo había pasado y que la señorita estaba bien.

Se reanudó la actividad, y se puso a otra empleada para que atendiese los cobros. Un marido murmuró a su costilla:

- ¿Por qué no se desmayarán las feas? - y un doloroso pellizco fue la contestación.

En la sala de la señora Apendini reinaba un silencio tan profundo como expectante. Julieta, con una sonrisa indefinible, parecía flotar en el aire. A su alrededor, con las manos agarradas, cuatro personas unían sus esfuerzos  para atraer al mundo invisible una criatura viva. Eran cuatro espíritus invocando desde el "más allá" al "más acá" ¿Por qué hacían esto?

En 1848, la señora Apendini conoció a Catalina Fox, de Hydesville, Estados Unidos. Catalina era médium, y en compañía de su padre realizaba notables experimentos psíquicos. Esta joven, y más tarde su hermana Margarita, influyeron en el ánimo de su amiga para que ésta aceptase formar parte del Club de Magnetizadores de Hydesville; una vez en él, la señora Apendini reveló excepcionales condiciones mentales, capaces reproducir los más sorprendentes fenómenos. Pero con el tiempo surgieron algunas desavenencias entre la familia Fox y ella, el padre de las médiums no aceptaba sus ideas relativas al periespiritu. La señora Apendini estaba convencida de que esa  cobertura fluida que media entre el cuerpo y el alma, es capaz de revelarse a distancia teniendo como agente a un ser vivo, y el señor Fox se negaba a aceptar la hipótesis. Entonces, disgustada por el escaso interés que encontraba su teoría  en el seno de aquella familia, se alejó de ellos, hizo un viaje de Hydesville a Nueva York y organizó por su cuenta el club espiritista, que pronto tuvo muchos adeptos por ser el siglo XIX la época del ocultismo, que hizo furor en todas partes.

A ese club ingresó el señor Honoria, viudo, de edad avanzada, que encontró en aquellas prácticas su interés favorito. Persona culta y sin problemas económicos, el señor Honorio comenzó a comprar libros de espiritismo y formó su biblioteca;  en ella se podían ver las obras clásicas del género, como por ejemplo, Los arcanos de la vida futura, de Cahgnet; Las mesas danzantes, de Agenor de Gasparín, y, sobre todo, El libro de los espíritus de Allan Kardec, en donde se exponía toda la filosofía de ultratumba. Precisamente en ese tratado el señor Honorio encontró razones de peso que favorecían las ideas de la señora Apendini en lo que se refiere al periespiritu, cuya zona es propicia a las manifestaciones más sutiles del ser.

- "SÍ, como lo suponemos -razonaba el señor Honorio -, el periespiritu envuelve el cuerpo y el alma, no siendo ni lo uno ni lo otro, pero participando de la naturaleza de ambos, resultará factible aislarlo y atraerlo por medio de un receptor fiel lo suficientemente adecuado para esta clase de intervenciones..."

Comunicó sus meditaciones y lecturas a la señora Apendini, y ambos llegaron a la conclusión de que tal especie de aislamiento era imposible de efectuarse en el mundo físico, a no ser por mediación de un espíritu que hubiera vivido pocos años en el cuerpo, y que, como consecuencia de una muerte súbita, pero no voluntaria (los suicidas estaban descartados), transformara el periespiritu en un cuerpo real y positivo.

- Esto no puede suceder más que en el espacio - decía tristemente la señora Apendini -; y si algún día nos entramos allá, prométame usted trabajar en ello.

- Lo prometo, aunque veo muy remotas y difíciles esas posibilidades...

- ¿Difíciles? Yo no tardaré en morir; lo presiento...

Y así fue. A los pocos meses, la médium dejaba este mundo, tan alegre y decidida como si partiera a un viaje de placer.

- ¡Es admirable! -exclamó el señor Honorio al verla con los ojos cerrados. Y agregó: -Me va a hacer falta-.

Sí, le hizo falta, y entonces el señor Honorio convenció a la señora Estadiílla para que le ayudara en sus experimentos. La dama al principio rehusó; pero siendo de temperamento versátil e impresionable, no tardó en acompañar a su amigo en las sesiones del "más allá".

Y se sintió muy a gusto con las mesas giratorias y las respuestas en clave, los desmayos de médiums profesionales y las tinieblas con ruidos, todo lo cual le resultaba "fascinante", según sus propias palabras. En realidad, hubiera sentido lo mismo con cualquier otra actividad exótica, como, por ejemplo, atendiendo un hospital para pájaros o presidiendo un congreso de faquires. Con los años llegó a considerarse una "inspirada", y decía que era la primera ayudante de madame Apendini , quien desde el otro mundo le dictaba sus instrucciones.

El círculo de amistades del señor Honorio se ensanchó con el ingreso al club del joven Tomás Roig, cuyo abuelo había sido discípulo de Swdenborg. Tomás era un muchacho sanote y apuesto que frecuentaba las reuniones sociales y no tenía nada de ocultista, a no ser cierta propensión  a la melancolía, herencia de sus abuelos. Joven, distinguido y con una curiosidad innata por los fenómenos de la naturaleza, no tardó en mezclarse entre los componentes de aquella logia de videntes de buena fe, aunque nunca hablaba de sus prácticas a los amigos que tenía en la Universidad, por temor a la burla o a una mala interpretación. Pero en él se cumplió lo que dice la Cábala: "No juegues al espectro porque terminas siéndolo". Al cabo de un año, Tomás Roig se volvió reconcentrado y taciturno, y puso en las sesiones espiritistas todo su empeño y sinceridad.

El primero en morir fue él, víctima de ese padecimiento nervioso que suele afligir a los nacidos bajo el signo de Leo. Le siguió dos años después el señor Honorio, y por último dejó para siempre las vanidades de este mundo la señora Estavilla, compungida y llorosa... aunque resignada. Los cuatro se encontraron en el espacio y unieron su energía en lo que consideraban un deber: invocar a los vivos. Por eso la señora Apendini pensó que era un regalo providencial el espíritu de Julieta, pues reunía las condiciones necesarias al éxito del experimento.

- ¿Hay alguna entidad presente? -Interrogó con ansiedad la señora Apendini cuando Julieta desasiéndose violentamente de sus manos, comenzó a contar con los dedos un fajo imaginario de billetes-. ¿Hay alguna entidad presente? - repitió con voz suplicante, mientras sus compañeros observaban el rostro de la niña.

- "Gracias, señor,. El que sigue..." - y Julieta, al decir estas palabras, se levantó y comenzó a temblar.

-Hermanos, esto es algo nunca visto. Estamos a un paso de realizar lo que parecía imposible -dijo la señora Apendini. Ponía en su voz una gran vehemencia.

-¡Miren! ¡Allá! ¡Algo se mueve! - gritó Tomás indicando la aparición de una luz rosada, que aumentaba gradualmente. El ruido inconfundible de una máquina registradora, con el clásico timbrazo y la salida de la caja, fue captado por todos los presentes. La luz seguía aumentando. Ahora dibujaba claramente la silueta de una muchacha.

Eureka! - gritó el señor Honorio, presa de indescriptible emoción.

- ¡Calle usted, por lo que más quiera, o lo perderemos todo! - advirtió la señora Apendini con brusquedad.

Con una voz que parecía el susurro de la hoja en el viento, la señora Estavilla musitó:

- ¿Qué es... eso?

- Eso, mi querida amiga, es la materialización, en el mundo de las almas, de una criatura viva - le contestó la señora Apendini-.

- O lo que es lo mismo -agregó el señor Honorio -, el vencimiento del tiempo por medio del espacio; el triunfo de la vida sobre la muerte.

- ¡No hay muerte! ¡No hay muerte! ¡No estamos muertos! -gritó la señora Estaavilla, sin poder dominar un ataque de histeria.

- ¡Silencio! ¡Silencio! -clamó la animadora de aquella fantástica sesión -. Ahora la visión se concreta, fíjense... - y ante ellos la aparición luminosa se transformó en una joven de atrayente aspecto, que avanzó dos pasos y comenzó a desmayarse. Tomás corrió hacia ella y la detuvo en sus brazos. El doctor le tomó el pulso, y cuando le auscultó el corazón frunció la cara, pero por el momento no hizo ningún comentario.

-¡Qué bella es! -murmuró el joven Roig, conmovido.

- Siéntela en ese sillón, que pronto abrirá los ojos -indicó la señora Apendini-.

Así lo hicieron, y entonces el señor Honorio volvió el rostro hacia Julieta.

- ¡Está desapareciendo! -advirtió. En efecto, la niña no era más que un resplandor en el aire.

- Es natural que así suceda - explicó Apendini-. Mientras esté aquí la visitante, Julieta se disolverá en el periespiritu. ¡Ahora enciendan la luz y retiren la mesa, porque la joven está volviendo en sí! No hablen todos a la vez y déjenme actuar.

La joven abrió los ojos y vio a Tomás junto a ella.

- ¿Qué...  me ha sucedido?

- Nada - le contestó el joven -. Sufrió usted un desvanecimiento y aquí estamos nosotros para atenderla.

- No se preocupe por su trabajo - advirtió inteligentemente la señora Apendini -. Porque usted se encontraba frente a una máquina registradora, ¿no es así?

-¡Ah,  sí! La de la tienda... ¡debo irme!

- Descanse un rato, querida. Aquí está mejor que en un puesto de socorros, y pronto podrá regresar.

Tomás la miraba fijamente, y entonces ella le sonrió.

- ¿Cuál es su nombre?

- Anabella. ¿Y el tuyo?

-Tomás.

- Ha sido usted muy  amable en haberme sostenido mientras caía. Le estoy muy agradecida.

- Oh, no es nada. En realidad, soy yo el que debe estar agradecido. Realmente, yo... yo...

Instintivamente, sin poderlo remediar, Tomás le besó la mano y la apretó contra su pecho. Ella sintió de pronto una corriente de simpatía hacia el muchacho. Lo miró largamente y advirtió en sus ojos el amor, contagiándose de él. ¡El amor! ¡El amor a millones años luz, fresco y reciente y antiguo como una aldea en los mares del sur! Esta pasión nace y se desarrolla instantáneamente en el extraño mundo de los espíritus.  Lo que en el mundo físico representa un lento proceso psicológico, allá es un fenómeno totalizador y absorbente que no admite raciocinio ni duración alguna. Y como Arabella, invocada por aquellos espíritus, había abandonado provisionalmente su naturaleza corporal, y, al mismo tiempo, participaba de ella en el periespiritu, fue arrastrada en seguida por el mismo sentimiento amoroso. No fue la de ambos una atracción  "a primera vista" , sino a "la primera contemplación". Si Stendhal hubiera conocido esta clase de función anímica, la hubiera insertado en la primera página de su obra sobre el amor. La señora Apendini se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Todo lo había previsto, menos aquello. ¡Y entre los enamorados se interponía la eternidad!

-Sucede - dijo entonces, nerviosa, - que la señorita Anabella no podrá permanecer mucho tiempo entre nosotros, porque "vivimos algo lejos" y su ausencia puede ocasionarle molestias donde trabaja.

- Sí, por supuesto. Debo irme...

-¿No podrá quedarse a vivir con nosotros? - interrogó Tomás.

-¡No! ¡De ninguna manera! - contestó furiosa, la dueña de la mansión. Pero leyendo los pensamientos de Tomás, suavizó la voz, agregando -: No, por esta vez...; quizás en otra ocasión.

-¡Magnífico! ¿Verdad que volverá? ¿Lo promete? - y Tomás, con ojos apasionados, miraba a la joven.

- Voy a "enviar un mensaje" para que la lleven a su casa o a su trabajo  - dijo la Apendini, levantándose.

Y con una mirada ordenó a sus amigos que la siguiesen. El último en retirarse fue Tomás.

- Enseguida estoy con usted; no se preocupe de nada y descanse.

- Es inconcebible y bochornoso lo que ha ocurrido. Los esfuerzos por realizar este experimento pueden acarrearnos graves trastornos debido a su torpeza, señor Tomas Roig - y la médium, al decir estas palabras, se paseaba nerviosa por su cuarto.

- Pero... yo... no comprendo...

-¿No lo comprende? ¿Y esas insinuaciones a la joven? ¿Y esos estremecimientos de su alma? ¡No le dicen nada?

-No creo que el asunto sea tan grave - dijo en este punto el doctor Honorio-. La señorita Anabella volverá a la Tierra, creerá que todo ha sido un sueño, y... asunto concluido.

- No lo crea usted así - objetó Tomás con firmeza-. No estoy dispuesto a perder a Anabella. Sería capaz de cualquier cosa si...

- ¿Lo ve usted, doctor Honorio? ¿No se lo decía yo? ¡En buena complicación nos hemos metido! Podemos ser duramente castigados por alguno de los "instructores" que nos visita - y la vidente se frotaba las manos, llena de angustia.

-¡Qué lindo suceso! ¡Un idilio entre muertos y vivos! -dijo la señora Estavilla.

-¡Calle usted, por favor! - le gritó el muchacho con la voz cortada por la emoción.

- No contaba yo con una pasión así en un asunto tan serio como es la invocación de los cuerpos vivos por nosotros, seres inmateriales...- y la Apendini seguía caminando de un lado a otro, excitada, demandando con los ojos una solución al conflicto.

- No, no contaba usted con esa pasión que es capaz de mover el Universo -le dijo el doctor Honorio, contrariado-. ¿Y sabe usted por qué? Porque su egoísmo es superior al desprendimiento y al sacrificio. Usted, cegada por el interés de unos experimentos... muy discutibles, desde el punto de vista de la realidad infinita que es el espíritu (ahora me doy cuenta), no pudo pensar que el amor es más fuerte en las almas que en los cuerpos, y que todo, absolutamente todo el esfuerzo del hombre, no vale nada si no lleva consigo un átomo de amor, que es creación y trabajo, desinterés y ayuda. ¡Cuánto mejor le hubiera resultado aplicar su talento a algo verdaderamente constructivo, para beneficio de la sociedad en que vivió y que usted, en cierto modo, cubrió de sombras! Interesarse por la comunicación de los espíritus, olvidando el hambre y la pobreza que padecen los hombres, me parece algo terriblemente ridículo y estéril! ¿Qué persigue usted, en definitiva? Permítame recordarle que somos apenas un relámpago en la eternidad. ¡Vamos! Una sabia en la interrogación de los arcanos ignoraba estas cosas, ignoraba la fuerza inconmensurable del amor, ignoraba...

-¡Bien, bien! Lo ignoraba todo, pero no es hora de sermones, sino de solucionar el problema que tenemos por delante. El asunto es éste: si revelamos nuestra identidad, Anabella morirá de la impresión, y si ello ocurre, habremos cometido un crimen.

- No hay por qué llegar a ese extremo. Creo tener la solución... -y el doctor Honorio, mirando fijamente a Tomás y poniéndole las manos sobre los hombros, le dijo-: Hijo mío, va usted a prometerme, para su seguridad y para la nuestra, que hará lo que voy a decirle...

- Lo prometo si puedo estar para siempre al lado de Anabella. De lo contrario...

- Claro que estará para siempre a su lado, claro que sí. Ahora escúchame bien: le va usted a reiterar su amor; le va a explicar que, pase lo que pase, no dirá a nadie lo que ha visto y oído, y espere su llamada... Vaya, vaya inmediatamente y dígale esas palabras... y otras que se le ocurran...Luego dormiremos y regresará a la Tierra.

- Sí, ya voy. Gracias, doctor.

Y Tomás corrió hacia la joven, que ya empezaba a intranquilizarse.

La señora Apendini miraba al doctor, como demandándole una explicación inmediata.

-Calma, calma, señora. Todo se ha arreglado. En primer lugar, usted ha confirmado plenamente sus teorías del periespiritu. En segundo lugar, la señorita Anabella no tardará en reunirse con nosotros.

-¿Cómo lo sabe?

- Muy sencillo: está gravemente enferma del corazón. Lo supe cuando escuché sus palpitaciones, al llegar... no tardará en sobrevenir la trombosis.

-¡Ah! ¡Qué alivio! Vamos...

-Un momento señora. Antes de continuar esta divina y trágica comedia, me va usted a prometer una cosa.

-Dígame...

- Que una vez realizada la unión de Anabella y Tomás, olvidará usted para siempre sus preocupaciones espiritistas. Jamás volveremos a invocar a los vivos. ¿Me oye bien? ¡Jamás! ¿Lo promete?

Hubo un breve silencio, tan profundo como

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(Yo he sido surf en línea más de tres horas de hoy, sin embargo, nunca encontré ningún artículo interesante como la suya. Es lindo vale la pena lo suficiente para mí. En mi opinión, si todos los webmasters y bloggers hizo buen contenido tal como lo ha hecho, internet será mucho más útil que nunca antes. )
Me alegra que así sea.
Benedicto Víquez Guzmán

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(He encontrado un enlace al sitio web de otro sitio Web, y debo decir... Su sitio web es mucho mejor. Comprender mejor ahora, gracias )
Gracias por tu comentario

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This page contains a single entry by Benedicto Víquez Guzmán published on May 25, 2010 7:57 AM.

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