ALFREDO OREAMUNO QUIRÓS (Sinatra)
(1922-1976)
Alfredo nació en San José en 1922. Es hijo de una profesora de estado y un padre que trabajaba en una farmacia. Era alcohólico.
Nos cuenta que sus primeros años de infancia los vivió con mediana comodidad. Dice:
"Fuimos ayudados por parientes de buenos recursos económicos. Poco después de los tres años, llegaron mis hermanas y según cuenta mi madre la situación era cada día peor. La forma de vivir estrecha, fue creando en mi ánimo cierto desasosiego y a los siete años, daba muestras de una precocidad excesiva para esa edad. Vino luego la escuela, y bien lo recuerdo, día a día iba creciendo en mí un incontrolable deseo de independencia, tal que a los once años intenté fugarme. En ese entonces se castigaba directamente. Finalmente obtuve mi certificado de estudios primarios, luego vine al Liceo de Costa Rica. Fui expulsado sin terminar el bachillerato debido a mi mala conducta. Teniendo apenas diecisiete años falleció mi padre. La situación se agravó de tal manera en nuestro hogar que no tuve más recursos que buscar otros horizontes y solventar en parte lo mal que la iban a pasar los míos. Mi madre disfrutaba de una pensión, pero materialmente insuficiente.
La segunda guerra mundial había estallado y los trabajos del Canal de Panamá me ofrecieron una gran perspectiva; así me enrolé entre los grupos de trabajadores de todas partes del hemisferio. Siendo un adolescente tuve que tratar con toda clase de gentes, no obstante, siempre supe comportarme con dignidad. Con ello metía el hombro en mi casa. A los 19 años pesaba
De regreso en mi tierra, el deseo de aventura continuó y la estadía en Costa Rica duró poco. Pronto embarqué en un pesquero con destino a la isla Galápagos, en donde la pesca del atún estaba en su mejor temporada. Poseía una constitución física admirable y había sabido cuidarme. El dinero y las diversiones abundaban, sin embargo, las juerguillas eran esporádicas. Regresé cuando cumplía 21 años, traía buen dinero y venía contento. De nuevo en mi tierra comencé a llevar una vida social bastante aceptable; buenas amistades y desde luego un ambiente al que no estaba acostumbrado. Fiestas magníficas, paseos, nuevas amistades y así transcurrió el tiempo. Hay algo sí muy importante que me sucedió en ese lapso de actividad social; surgió dentro de mí una nueva faceta: la bohemia. Me encantaba la noctambulidad y era feliz amaneciendo donde había música y artistas. Solamente mi acendrada afición al deporte, el cual practicaba con verdadero cariño, me detuvo de continuar participando de esa bohemia. Después comencé a trabajar en
Voy a permitirme llamar destino a esta fase de mi vida. Había llegado a San José no muy bien económicamente. Cierto día me encontré con un buen amigo de apellido Quesada, el cual me invitó a que conociera una oficina de Turismo que él tenía instalada en el viejo edificio de Feoli. Me propuso trabajar para él, que era a la sazón agente autorizado de las dos compañías más importantes que operaban en el país, Pan American y Taca. Esto sucedió por el año de 1946. Como yo ignoraba en qué consistía el trabajo, le rogué me explicara la labor que tendría que desarrollar, a la cual contestó que, siendo como era una persona conocida con buenas conexiones, lo único que debía hacer era visitarlas, entregarles mi tarjeta a efecto de hacer los clientes y que la oficina se encargaría de tratarles todos los documentos de viaje. En vista de lo fácil que encontré la cuestión, acepté gustoso.
Sin darme cuenta había aparecido la gallina de los huevos de oro. Ese sistema no se conocía en Costa Rica suficientemente, y desde luego ganábase el dinero que uno se propusiera. Unido a este tipo de relaciones públicas, está de por demás decir las invitaciones a toda clase de fiestas, etc., a que está uno diariamente invitado. Aunque yo no tomaba, las circunstancias a veces lo exigían. La situación económica tan holgada me convirtió pronto en verdadero dandi.
Usaba la mejor ropa y me presentaba siempre muy bien vestido. Cometí un error, me culpo y no lo niego, hice abandono de mi esposa en cuanto al cariño, llegaba tarde a la casa y no le prestaba la debida atención. La señora un buen día, buscó otra compañía. No había sospechado cuan intensamente la amaba. No pude percatarme de las fatales consecuencias que ello me traería más adelante.
El aliciente al trabajo lo perdí casi por completo; ya en las fiestas tomaba un poco más para olvidar la separación. Los negocios se fueron liquidando. Durante los primeros cinco años tomaba diariamente, todavía no afectado del todo. Luego sí apareció la bohemia con toda su fuerza. Ya no vivía de día ya que las serenatas me entusiasmaban más que el licor. Siempre amanecía en la vieja Esmeralda. Así, paulatinamente como quien no quiere la cosa, me fui adentrando en el vicio del licor, penoso y largo camino que habría de recorrer y que estaba destinado para mí. A pesar de todos los esfuerzos que hice para detenerme, no lo conseguía.
Después del esfuerzo realizado por salir de ese mal, decidí escribir un libro que recogiera mis experiencias: Un harapo en el camino, que no es otra cosa que el relato de las miserias y de las aventuras, que como alcohólico viví".1
El éxito obtenido con la publicación de esta obra, 31000 ejemplares lo llevó a escribir otras más.
Alfredo muere a la edad de 54 años en el año de 1976, víctima de un paro respiratorio.
Engendró dos hijas con su esposa Doris: Lesly y Laura Marcela.
LO QUE ESCRIBIÓ ALFREDO OREAMUNO QUIRÓS
NOVELA
1. Un harapo en el camino: 1970
2. Noches sin nombre: 1971
3. El callejón de los perdidos: 1972
4. Mamá Filiponda: 1973
5. Terciopelo: 1974
6. El jardín de los locos: 1975
7. Las hijas de
CUENTO
1. El jardín de los locos: 1975
La primera novela que publicó Alfredo Oreamuno y que recibió gran acogida del público, fue Un harapo en el camino, 1970.1
Es una novela testimonial, biográfica y de tema social. El personaje principal narra su vida de alcohólico, en primera persona, con referencias biográficas del autor, en su totalidad y de espacio físico, San José y los barrios bajos, visitados por los viciosos. Es la visión moralista de la vida de alcohólico que llevó el autor. No existe distanciamiento entre ambos, por lo que la novela se convierte en un folletín moralista, narrada desde un presente del personaje cuando ya ha dejado el vicio y trata de dar un testimonio de la vida de tragedia, desordenada, privaciones, acontecimientos atroces de miseria humana. Desde un presente de sanidad, recuerda y narra en forma biográfica su vida de privaciones y depravaciones que pasó cuando era alcohólico.
Todas las otras novelas giran alrededor de personajes y acontecimientos relacionados con los bajos mundos de las drogas y el alcoholismo. Algunas centradas en prostitutas o matronas, como Mamá Filiponda y otras en los lugares frecuentados por él y sus camaradas que conocía muy bien.
La segunda novela la llamó Noches sin nombre y la publicó en 1971.2
El autor en una introducción afirma que se trata de complementar la primera novela que había escrito con narraciones anecdóticas en donde él había participado con otros amigos. En realidad se detiene más en aventuras ocurridas a sus amigos y él se mantiene como testigo y partícipe ocasional en hechos de menor relieve como veremos más adelante. También descarta con humildad la calidad literaria de sus obras. A pesar de ellos personajes importantes del ámbito cultural costarricense sostienen equivocadamente lo contrario. Es el caso de don Guido Sáenz que en el periódico
"Un harapo en el camino, es un documento desgarrador, terrible, aleccionador. Es un patético y escalofriante confesión, un testimonio, pero también, es una obra de literatura, de perturbadora fuerza y sentido poético. Alfredo Oreamuno, el hombre que regresó, es un escritor."
También otros críticos como don Alberto Cañas Escalante, don Alejandro Aguilar Machado y otros han tenido similares criterios. Nuestro criterio es contrario a ellos en lo que respecta al carácter literario y pensamos, como el autor que sus obras no tienen ese interés. Sobre todo las primeras tres, lo que interesa es dar un testimonio, ser libros positivos motivadores para alcohólicos que desearan dejar ese mundo aterrador y llamar la atención a los ciudadanos sobre esos vicios y algunas instituciones relacionadas con ellos que no cumplían con los fines para los que fueron creadas, tales como las cárceles. De hecho el éxito de esos libros obedeció a esa denuncia valiente y personal del autor y el poder testimonial de sus obras.
Noches sin nombre sigue la misma técnica narrativa de la primera novela. El narrador se identifica o se homologa con el autor y lleva de la mano al lector social por diferentes lugares y aventuras por las que suelen pasar quienes viven bajo la sombra del alcohol y sus consecuencias, la prostitución, la delincuencia, el crimen, etc. Busca un personaje que le recrimina su conducta al inicio de la novela y sale a caminar con él y le va contando sus historias para lograr, al final su comprensión. Se detiene más en las aventuras de otros, se configura como un testigo participativo, sufre las consecuencias del alcohol, la pobreza, la degradación, la vagabundería, el robo, pero él es observador de lo que rodea ese mundo a pesara de formar parte de él. Realmente nunca hace un robo significativo, no viola, no pelea violentamente, casi no delinque y como narra desde una perspectiva de hombre ya curado, se dedica a moralizar, enjuiciar esa vida y dar consejos. Hace ver lo malo de ese mundo y critica el maltrato de que son víctimas los alcohólicos por parte de las autoridades y los encargados de las cárceles. También enjuicia a personajes de la política y de niveles sociales altos que participan de la corrupción y el vicio desde sus esferas altas de la sociedad. Tres son las ciudades descritas por el autor en forma preferencial: San José, Puntarenas y Limón y el Sur de la costa del Pacífico. Hace tétricas descripciones de la antigua Penitenciaría, las casas del vicio, los métodos para engañar a las gentes y obtener dinero fácil como en el caso del Dr. Villa, el incesto, la mansión de Satanás en Limón.
La tercera novela la publicó en 1972 y le dio el nombre de El callejón de los perdidos.1
Esta novela se detiene más en ciertos lugares donde viven las familias más miserables de la sociedad capitalina, son evocaciones, recuerdos de pasajes de su vida. Sigue la misma técnica, el autor recuerda esos lugares y las cosas desagradables que vio, sobre todo en el Callejón de los perdidos, allá por los años posteriores a 1948 y los cincuentas. Reafirma su carácter ensayístico, moralista y educativo, persuasivo. Las aventuras giran alrededor de su amigo Valverde. En realidad el autor nunca vivió solo, siempre narra aventuras de sus compañeros. Se detiene en familias que viven en esos lugares en condiciones infrahumanas, sin nada que comer, ejerciendo la prostitución sin importar el sexo ni la edad, con niños llenos de tórsalos en la cabeza. Es escalofriante lo que describe de las pocilgas donde viven y lo que hacen. Es un mundo donde la realidad supera la imaginación.
La cuarta novela la llamó Mamá Filiponda y la publicó en 1973.2
En esta novela hay varios cambios importantes. En primer lugar el autor se oculta bajo la forma de un narrador impersonal omnisciente y se distancia más de los hechos descritos y las aventuras. El nivel literario se insinúa y a pesara de no alcanzar la altura deseada, al menos la intención es más explícita. La experiencia hace que el autor deje el carácter biográfico, testimonial y pase a narrar, a describir, a dejar que otros personajes cuenten sus propias experiencias. Así Mamá Filiponda se convierte en un personaje en un símbolo de la mujer del prostíbulo. Reúne todas las características de ellas, desde su niñez, su adolescencia, juventud y la decadencia que es cuando se inicia en el negocio de la prostitución. Se convierte en la matrona, la dueña, la poderosa de la típica casa de prostitutas, tanto en Limón como en San José, donde funda y maneja una de las casas más famosas de prostitutas de alcurnia. Tiene como ocho hijos de padres diferentes, y de alguna forma se convierten en una especie de casta, de familia, de miembros importantes de la cofradía de ese fructífero negocio. Todos son ignorantes, solo una hija llegó hasta tercer año de escuela y todos viven de ese comercio. Es importante la manera como se van presentando sin la linealidad de las novelas anteriores, cada uno de esos hijos y la función que desempeñan en esa casa y fuera de ella, tanto por parte de de las mujeres como de los hombres. Es precisamente Plutarco el que nunca perdona a su madre la trampa que le hiciera cuando estaba con su amante rica Rosaura.
Al final muere Filiponda, después de haber realizado en deschavado paseo a Puntarenas en tren con su harem de putas y toda su familia, del matrimonio de su hija Dolores y la muerte de Josefa, otra de sus hijas. Novela de aventuras desde un prostíbulo junto a un río en la zona bananera de Limón, junto a su amigo El Negro y su amiga inseparable
La quinta novela recibió el nombre de Terciopelo y fue publicada en 1974.1
Terciopelo es un personaje. Es un ladrón. En esta novela se narra la vida y aventuras de él. El narrador es protagonista pero se ubica en el punto de vista de ese personaje y a pesar de que narra desde la primera persona, lo hace más como testigo que como protagonista. Se plantea, en un inicio como una novela policíaca. Es la muerte (según él) de un maleante, también ladrón, llamado el Diplomático, en manos de terciopelo. Este huye y se mantiene alejado de los lugares públicos por miedo a ser descubierto. Al final se entera de que no fue delatado por el Diplomático, que éste no murió y se mantiene preso en la cárcel. En el ínterin el lector conoce la vida de este misterioso personaje, una especie de chucho el roto, amigo de los pobres y que roba a los ricos solo, bajo sus propias normas y que es sensible a los problemas sociales y las necesidades de sus vecinos necesitados. A pesar de narrarse la historia de este personaje desde su origen, la narración se interrumpe en varias ocasiones y se insertan aventuras e historias colaterales que enriquecen la novela como totalidad. Usa menos el discurso ensayístico, a pesar de que los juicios de valor y el carácter moralista se mantiene, eso sí en menor grado.
Ésta es la última novela que publicó Alfredo Oreamuno. No tiene editorial conocido y aparece llena de faltas de ortografía y muy descuidada en su edición. En su primera página se dan los nombres de cuatro novelas más sin editar y seis en preparación. Se ve que la industria editorial de ese tipo de novelas era gratificante en lo económico. Algunas de las publicadas recibían la segunda edición y con cifras altísimas para nuestro medio. Una de ellas se realizó con 20.000 ejemplares.
La novela Las hijas de la carraca no tiene nada nuevo y diferente a las anteriores. Ya el autor había dejado de narrar sus parciales aventuras en el bajo mundo y el vicio del alcoholismo y se dedica a contar las historias de otros que en realidad fue lo que hizo en todas sus narraciones. Siempre bajo la misma temática: las prostitutas, sus casas de citas, los hombres viciosos que las frecuentas y las clásicas historias de todas ellas, las aventuras de héroes como Cataclismo que se adentran en las selvas en busca de riqueza y para olvidar desengaños amorosos. Este mundo de aventuras no tiene límite y el autor lo conocía a la perfección por su experiencia o por relatos de sus amigos y amigas del bajo mundo. Los puertos, los pueblos cercanos a las minas, las bananeras y todos los lugares donde apareciera la oportunidad de ganarse unos dólares, sirven de espacio para describir, narrar, opinar, hacer las clásicas preguntas retóricas y de vez en cuanto sus discursos moralistas pringados de caridad, sensibilidad social consolatoria y críticas superficiales a los desmanes de la ley puesta en manos de hombres desalmados como los que luchaban en esos lugares por abrirse un camino.
La Carraca es la prostituta vieja que pierde los encantos de la juventud y toma el camino de matrona, celestina, regente del lupanar y contrata a unas cuantas prostitutas y abre la casa del placer, del vicio y del envilecimiento. Sirve de pretexto para describir la heroicidad de Cataclismo, un hombre machista que persigue la venganza porque otro deshonró a Piedades, la jovencita de quien él estaba enamorado. Al final ni eso pudo vengara porque Maclovio, el policía lujurioso se le adelantó y mató al Chele, quien borracho no hizo más que violar a la joven que lo deseaba. Ambiente de violencia, de machismo, de encuentros con el machete, el vicio, la prostitución, donde la ley no existe y cuando aparece está del lado del poderoso, del que tiene el dinero, el chantaje, el soborno. Nada diferente a lo que ocurre hoy en el San José nocturno, tal vez un poco más abierto y menos hipócrita.
No posee la novela ni el menor atisbo de rango literario.
1 Oreamuno Quirós, Alfredo. Terciopelo. Lit. Imprenta Metropolitana, San José, 1974.
Good article, thanks. Can you expand on the second paragraph in more detail please?
(Buen articulo, gracias. ¿Puede expandir por favor en el segundo párrafo con más detalle? )
Necesito que me explicite el párrafo. Si lo transcribe mejor.
Benedicto Víquez Guzmán
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Es un buen artículo informativo sobre la obra de Sinatra, he podido leer las dos primeras novelas de este señor, y sin lugar a dudas tiene un fuerte carácter moralista, y mostrar a lector(a) lo terrible de la vida de un alcohólico, pero lo importante de estas obras de Unamuno es el rescate de la marginalidad, del lumpenismo costarricense, le muestra a esa clase media de los setentas y de hoy, lo que niega ser a cada paso, lo que realmente son: basura humana con trabajo fijo; el éxito de las obras de Oreamuno fue hacer hincapié en el morbo del "mundillo bajo" costarricense, alcohólicos, prostitutas, ladrones, homosexuales, atracadores, vagabundos entre otros salieron a colación como protagonistas, estos relatos hicieron una ruptura con la literatura costarricense, fue hasta años más tarde que el lumpenismo vino a ser rescatado por la generación del desencanto(1980-presente).
Gracias don Emilio Schmidt por tu comentario. Ciertamente las obras de Oreamuno muestran ese bajo mundo que la literatura costarricense, con excepción de Marín Cañas y José León Sánchez fue poco tratado.
Benedicto Víquez Guzmán