Es necesario una nueva forma de leer novelas

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ES NECESARIO UNA NUEVA FORMA DE LEER NOVELAS

 

 

Así como la novela polifónica nació de la necesidad expresiva, exigida por un mundo diferente, una sociedad compleja y una visión de esa realidad, y hoy asistimos a los albores de un nuevo paradigma: el sinfónico, así la lectura de las novelas, sobre todo las actuales exigen una nueva modalidad de leerlas y un lector diferente al del las novelas fonológicas, sobre todo. Ya no es posible la identificación del lector con un personaje "héroe", el refuerzo de sus valores, el encuentro con sus realizaciones, sus fracasos y sus éxitos: ya no se puede sufrir y vivir en el personaje moldeado y encontrar en él nuestro mentor; novela polifónica y sinfónica eliminó el héroe y  por lo tanto las posibilidades de esta especie de encarnación mental. Tampoco encontramos la historia completa de un pueblo o unos personajes estereotipados que nos hagan seguirla linealmente, con fácil comprensión de causa y efecto, con hechos, indicios y señales de un mundo ordenado, explicable, comprensible, que por razones también comprensibles, de momento aparece desequilibrado, enfermo pero curable. El mismo autor-narrador de la novela monofónico se encargaba de diagnosticar y dar la receta, el remedio. El paciente (el mundo) podía estar muy grave pero no de muerte, el hombre tenía la culpa debido a desarreglos, errores, excesos, la medicina era volver a recuperar el estado perdido, los valores, las virtudes, la justicia, el perdón, la bondad, el amor, la valentía, el honor, la piedad, etc. Esto dejó de tener efecto en la novela polifónica y abandono total en la sinfónica. El hombre perdió la fe ingenua, todopoderosa, se siente desorientado, enfermo, pero sin saber cuál será la medicina que lo curará y lo que es peor si ya tiene cura. Lucha por vivir pero sabe que les es imposible asirse a una meta clara, ¿la hay? ¿Está al alcance de todos? Un personaje de la novela Memorias de un hombre palabra (1968), dice:

 

"Yo sé quién soy" (Quijote). La seguridad de perderse, de caer en la propia epilepsia, de quitarse la ropa corriente, de tropezar con lo cotidiano, de erguirse como un núcleo de carne y de espíritu. Y yo no sé quién soy, ni quiero saberlo. Cierro el libro (El Quijote) con pavor y lo vuelvo a abrir con sadismo."1

 

En esta novela de Carmen Naranjo, el lector encuentra la diferencia entre los personajes de la novela monofónica y los de la novela polifónica y desde luego la sinfónica. En otro lugar dice el personaje protagónico:

 

"Pero yo, ni bueno ni malo, mezcla de los colores sin luz, de los grises que se pierden en los horizontes, de las lloviznas que no llegan a ser lluvias, de las repeticiones que hacen perder el énfasis, de los énfasis que entierran el discurso, de las copias que niegan el desplante de la figura original. Ni bueno ni malo, apenas incoloro, tibio. Eso sí: cansado dentro del mal, cansado dentro del bien."2

 

Una definición más exacta de lo que es el personaje de las novelas polifónicas, no encontraríamos. Cayó el héroe y dio nacimiento un nuevo personaje, más cercano al ser humano y por ello más real, a pesar de ser ficticio, creado, inventado. Con más preguntas que respuestas, más dudas que verdades. De caminos torcidos y llenos de encrucijadas, de paso firme pero inseguro, lleno de peligros y temeroso de los otros y de sí mismo y por ello con mayor razón, profundamente solo, luchando con un enemigo terrible: la soledad en público, en presencia de los otros y por ello incomunicado, en un mundo cibernético, tratando de ser diferente en un mundo de parecidos, de todos iguales, hecho en serie, como lista de mercado, para manejarlo, manipularlo, para subyugarlo, para explotarlo, para que haga lo que corresponde cuando el poderoso lo ordene. Y como contradicción, terrible contradicción que plantea el reto más importante de nuestra sociedad: ser diferente en la igualdad, en un mundo que confabula contra el individuo, masificándolo, codificándolo, despersonalizándolo pero no en aras de un ser social, sino, y ahí está la paradoja, en beneficio de un individualismo exagerado, egoísta, interesado que persigue el todo para mí y nada para ti.

 

Si tanto la historia, cuando la hay, porque en los paradigmas siguientes al monologismo, cobra otras dimensiones (Léase la novela de Carmen Naranjo, El diario de una multitud (1974) como los personajes, ha sufrido una visión, un modo diferente de verlos y recrearlos, una nueva toma de conciencia con su respectivo cambio del punto de vista, creemos que la lectura debe obedecer a una nueva descodificación de este nuevo texto. Y ésta debe realizarse, según nuestra opinión, hoy más que antes, desde las perspectivas del sujeto de la enunciación y de los sujetos protagónicos, o voces sinfónicas de la novela. El novelista actual que escribe novelas polifónicas o sinfónicas, tiene conciencia de la distancia que existe entre el objeto escrito y él, sabe que es un objeto de ficción, inventado por él, juega con el lenguaje y obtiene en su creación, múltiples posibilidades, conoce los juegos entre las diferentes voces en el enunciado, su armonía en la disparidad, en el clamor popular, los cambios de nivel y las posibilidades casi infinitas del lenguaje polifónico para transformar todo desde las perspectivas, sobre todo desde los sujetos protagónicos que encarnan las voces de los personajes. Ésta, que pareciera subjetividad porque permite al lector distinguir las diferentes voces en la novela y sus puntos de vista, las pequeñas o grandes verdades, dudas o embustes, y no solo una dictatorial como era la del narrador de las novelas monofónicas. Este arcoiris sinfónico, lleno de matices, de claroscuros, de brumas, de colores atenuados, de encuentros y desencuentros, de contrarios apenas invocados, dibujados, de ambigüedades, brindan, sin lugar a dudas, una visión del mundo privado más cercana a la que vivimos pero que, a veces, ni siquiera sospechamos. Esto hace que en algunas novelas, los lectores se resistan a aceptar a personajes como el tirano en el Otoño del Patriarca (1974) de Gabriel García Márquez, porque hubiesen preferido que este personaje fuese terriblemente malo, sin posibilidades de bondad, de arrepentimiento, sin contrastes, sin dudas, más víctima que victimario, sin ambigüedad. El lector acostumbrado a personajes en blanco y negro, a dividir el mundo en dos: buenos y malos (es lo que hoy los poderosos de nuestro país hacen con el TLC entre E. U. y los países centroamericanos y República Dominicana), se ve sorprendido por imágenes de personajes que pueden mover a compasión, a lástima, y que motiven sus culpas o, al menos, las atenúen. No debemos valorar una novela polifónica o sinfónica con la misma escala con que juzgábamos las monológicas. Hay que tener presente que si los creadores han cambiado la forma de ver y crear el mundo novelesco, el lector y el crítico, sobre todo, también deben cambiar su mirada. Y el lector corriente que busca en las novelas héroes, historias agradables y entretenidas, sentimentales y educativas, positivas y moralistas, con lección ejemplar al final, deben seguir leyendo  (y viendo en TV) novelas monológicas que encontrará hasta en las ventas de periódicos pero, por el contrario, aquéllos que deseen aprender, cultivarse, encontrar en el relato un caos armónico de voces, apenas quejidos, dispares, humanas, desgarradas, suplicantes, sorprendidas, confundidas, desorientadas, o personajes comunes víctimas de lo cotidiano, de sus trivialidades, de futilezas, a veces asfixiantes, pero profundamente humanas, personajes ambiguos, sin esperanza, violentos y agredidos, apegados a su mismo abandono, arrastrados por el viento y las soledades, la injusticia y la desprotección, el fanatismo y el odio, entonces tendrá que aprender a leer, si es que quiere disfrutar (sufrir), este mundo tan complejo y cada vez menos lúcido y más aterrador.



1 Naranjo Coto, Carmen. Memorias de un hombre palabra, p. 73.

2 Ídem, p. 75.

 

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This page contains a single entry by Benedicto Víquez Guzmán published on 25 de Septiembre 2009 7:52 PM.

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