Omar Dengo Maison. Ensayos Críticos: Crónicas rojas, Por la América Latina, Inquietud de la hora, Metafísica y ciencia, Ciencia y libertad.

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CRÓNICAS ROJAS

 

 

La República -diario que suele aprovechar los beneficios de las "crónicas rojas"- reprodujo, días atrás, un hermoso artículo que acerca de la explotación literaria del crimen, publicó en La reforma de San Salvador el muy ilustre pensador centroamericano Alberto Masferrer. En ese trabajo se hace referencia a una convención celebrada en épocas anteriores por los periodistas salvadoreños a fin de proscribir del campo de la prensa todo cuanto en él fuera comercialismo indigno y bastarda politiquería: y se recuerda que solemnemente fue acordado en ella, con las más altas miras de higiene social, concluir definitivamente con el usado sistema de las crónicas rojas que caracterizan casi sin restricción al periodismo mundial de la actualidad, que por ese hecho, cuando se le contempla de cerca, y a través de las idealidades se le analiza, más parece obra vil de rufianes que luminosa labor de hombres convencidos de su valor moral, de su deber en la vida y capaces de mantener ambas entidades en estricta integridad, alejadas de la agresión del cinismo y del influjo de esa grotesca invasión de la hipocresía teorizada que se va alzando sobre el mundo con los signos fatales de una siniestra tempestad que ha de arrollarlo todo.

 

Recuerda en sus párrafos, Masferrer, que a pesar de la vehemencia, reveladora de una honda fuerza de convicción, con que fue planteado y acogido el generoso compromiso, ninguno, ni uno solo de los hombres que lo suscribieron y le aunaron la promesa de llevarlo, a riesgo de todo, a resolverse prácticamente en benéfica reacción, ha tenido el valor, la grandeza de cumplir su palabra. Y expresa además, el libertario filósofo, no sin protestar con la más altiva energía de que ocurran así las cosas, que cada vez se hace más uso como medio de vida, como arma de explotación, de la literatura que gira en torno de la criminalidad -enorme úlcera social que parece acrecer de más en más y que amenaza abarcar todo el organismo en que las actividades de los hombres por modo grotesco se debaten-.

 

Dice, pues, -y dice bien- que la prensa, el fementido cuarto poder, la palanca poderosa del pensamiento, que dicen otros, es así mismo una úlcera apestosa, una úlcera fétida, una úlcera incurable.

 

Pregunta el maestro, al parecer temeroso de afirmarlo, si no existe en la mente de los periodistas el convencimiento de que su obra es falaz, es perversa. Quiere que se le conteste, que se le responda enseguida, antes de sentar al respecto conclusiones que su pluma haría magnas, formidables y quizá capaces de provocar un violento movimiento reactivo contra esa especulación de la idea, del arte y de la ciencia, audazmente realizada por la avaricia de unos cuantos apaches del pensamiento que por obra de maniobras dolosas han adquirido ejecutorias de hombres de letras y de ideales y que como tales viven y son respetados.

 

Hay que contestarle, pues, al recio batallador, y decirle francamente en palabras que todos oigan, cómo es cierto que los periodistas tienen plena conciencia de vivir parasitariamente absorbiendo sin cesar las deyecciones de la cloaca social. ¡Viven de ellas, por ellas y para ellas! Tal es y no otro su destino en el caso predominante: que nunca se vio al reptil hacer vida de águila ni al cuervo gorjear en la selva. Las águilas que el visonario pensador concibe para consuelo de sus altos ideales siempre enfermos de desesperanza, no pueden existir todavía, ni existirán en tanto sea el de la vida campo de lobos y salamandras en que los corazones de verdad virtuosos y las mentalidades realmente augustas hagan el mismo mísero papel decorativo que hacen en la hoja del periódico, entre las crónicas rojas y las homilías del servilismo, los artículos que como el de Masferrer, yerguen valientes los oriflamas d la verdad.

 

El ya viejo principio, oculto a fuerza de empellones, de que el ejercicio del periodismo requiere, como toda otra función pública, condiciones excepcionales para realizarse sin lesionara la positiva justicia, encarna admirablemente la tendencia que a ese propósito ha de servir de norte y guía a los que no quieren resignarse a que sea el de la prensa refugio de traficantes.

 

No está demás agregar que ningún periódico ha absuelto la trascendental posición planteada por Masferrer; ni contestará ninguno, o contestarán todos en la forma que lo ha hecho La República -vehículo accidental de ideas tan hermosas- publicando al día siguiente de haber sustentado el artículo en referencia, una sensacional crónica roja que seguramente ha de haberle producido venta lujosa de ejemplares como no es fácil lograrla cuando al servicio de las ideas se pone la pluma.

 

 

 

POR LA AMÉRICA LATINA

A los jóvenes y a los trabajadores

 

 

Cuando aún no se ha borrado de las arenas de la playa la marca afrentosa de los tacones claveteados de Mr. Knox y cuando todavía se percibe entre la agitación de las olas la estela del barco que lo lleva, con voces de alegría, con justos acentos de aclamación, nos anuncia la prensa extranjera que muy en breve llegará al país el distinguido escritor argentino Manuel Ugarte.

 

Cuando apenas ha dejado el sol de dibujar sobre nuestras tierras, con la tinta de las sombras, la silueta siniestra de William Walter, se encienden radiantes en el cielo los resplandores del ideal de Simón Bolívar.

 

Ha abandonado estos lares la audacia de Sancho Panza y viene en su vez la heroica generosidad del Quijote. Huye de la atmósfera la  fetidez de las inmensas salchicherías d Chicago, y comienza a respirarse un aire consolador que parece venir desde el Chimborazo. Los ruidos de las maquinarias, de los automóviles y de los tranvías cesan; se calla el retintín de las monedas de oro y el cambio despiertan los rumores de nuestras selvas soberanas y se trenzan en el aire los cantos de los turpiales y de los zinzontes y las algarabías de los policromos papagayos.

 

Se doblegan las furias del águila y se yerguen las altiveces del cóndor; los pinares tiritan, las palmeras se estremecen; huyen en bandadas los pieles rojas; se aprestan los gauchos a tocas en sus guitarras en tanto que sus hermosas compañeras, plenas de regocijo, cantan vidalitas con indecible ternura: toda la América siente regocijo cuando la dejan un tanto a solas con el ensueño de su porvenir.

 

Ahora sí es ocasión de que estos pueblos se congreguen y manifiesten su jolgorio, no bajo las sugestiones de las bandas militares, no entre las impuestas alegrías de festines en que hacen de criados ni tampoco, por fin, con los ficticios regocijos de la instintiva danza, sino grande y noblemente, en mitad de la plaza pública, sin otro pabellón que el del cielo ni más estrellas que las que adornan sus repliegues infinitos.

 

Manuel Ugarte es un luchador sincero; en más de una ocasión ha rechazado con desdeñosa energía las asechanzas del convencionalismo. Como poeta, ha cantado a los tristes: como pensador, ha proclamado la revolución social; como latinoamericano, ha empuñado el estandarte de Sucre y San Martín. Viene desde París, la ciudad luz, con una antorcha en la mano. Viene a recorrer sus tierras nativas en prédica noble y valerosa. Acaba de dejar henchido de esperanzas el corazón de Méjico, en la Habana todavía vibra la emoción intensa que grabaron sus palabras, como un recuerdo para la grandeza de Martí. Cruza en este instante las calles de Guatemala, mirando seguramente con despacio sus prisiones sombrías, y viene hacia acá, hacia nuestro terruño casi incógnito, que, sin embargo, en la hora de las excelsas fraternidades que el ideal latinoamericano promueva, sabrá destacar, en gesto altivo, su rudo cuerpo de "Erizo".

 

Esperemos, pues, al paladín que llega; unámonos los jóvenes y reúnanse los obreros en torno suyo; brindémosle todos un hogar sincero a su cátedra y pensemos, cuando desde ella brote su verbo, que así como el del yanquismo artero, su ideal tiene un símbolo en la historia, porque yendo de lo ridículo a lo simplemente vulgar, Knox es "la sombra rediviva de Walter", y yendo de lo ciclópeo a lo grande, Ugarte encarna en este minuto el genio del vencedor de Carabobo.

 

Por lo pronto la "Colección Ariel" le dedicará un epítome lleno de las enseñanzas hermosas de "El porvenir de la América Latina". Con el tiempo ya no al hombre, sino a la idea, ya no al Continente sino a la Humanidad, podremos ofrecerle el Libro de nuestra Historia.

                                                                                                                                

  1912

 

INQUIETUD DE LA HORA

(Fragmento)

 

 

Ciertamente en todo lo que vive hay una triple manifestación: vida, forma y conciencia. La forma es tosca o fina: piedra, mármol, rubí, onda, flor, ala, hombre. La vida es primitiva o elevada. La conciencia aparece aletargada o se expande plena y suprema.

 

Hay un onda fluyendo potente a través de los reinos y que cristaliza en formas. Éstas contienen la historia de los ideales del impulso  de la vida en cada tránsito de su peregrinación. La naturaleza es el vastísimo, maravilloso taller de las formas. Ella cumple, ante las forjas en que las fuerzas centellean y resuenan, una misión heroica: darle cauce en el seno  de los reinos a la corriente de la vida.

 

Y hay como una honda plasmando formas, en crisol de siglos, y agitándose dentro de ellas para expresar un símbolo: la conciencia. En su relampagueo ciérnese polvo de astros, palpita ardor de lavas y se vierte aroma de flor.

 

La vida lucha por un ideal: la conciencia. La vida guarda en su vientre oceánico una sagrada gestación: la conciencia. La forma es el sendero de la conciencia. Mas ésta impone también un ideal por sobre la exaltación de las formas: lo absoluto. Y así, a través de la vida multánime, y posándose en la entraña de las formas, construye y destruye y perfecciona, sucesivamente, sin reposar nunca, series concéntricas de órbitas dentro de las cuales la conciencia, para alcanzar la visión de sí misma, intenta aprisionar a Dios.

 

Sublime este esfuerzo gigantesco de la vida engendrando formas y dotándolas de luz a fuerza de agitarlas, para que un día resplandezca en la frente del hombre, síntesis de soles, esto que es tenue y que se llama sencillamente idea. La idea es un bajel para llevar la conciencia del Universo. El hombre es un Universo detenido en las mallas de una idea. Cuando el Universo se conmueve, la idea sangra en el esfuerzo de detenerlo.

 

Cuando el hombre existió, la naturaleza sintió que su vientre entraba en reposo y que el vacío que dejaban las montañas y los mares se poblaban de estrellas. Cuando el hombre existió la naturaleza se sintió  redimida. Había surgido el amo que, esclavizándola, la libertaría.

 

Una trinidad concrétase en el hombre: conocer, sentir, querer. Tres férreas cadenas que atan a Prometeo. Otra trinidad se concentra en un núcleo de aspiraciones matrices: Verdad, Belleza, Justicia. Hay, pues, una orientación y una capacidad, un impulso y una posibilidad, un camino y una luz, como decir que hay un Mesías en un establo lejano y una estrella señalando con auroras la ruta misteriosa.

 

Las razas, ostentando su realeza, vienen desde todos los confines a traer para el espíritu humano cada una un don privilegiado. En alas de mármoles inmortales viene la Belleza; con estruendo de legiones victoriosas, la Ley; con majestad de Pirámides eternas, las Ciencias. Y desfilan imponentes cortejos de profetas y filósofos, estremecidos como oleajes por la emoción de martirio con que la vida de cada gran pueblo engendró un gran don. Y pasan por las calzadas de la Historia con sus trofeos recubiertos de púrpura, y sus miserias abiertas como llagas, y sus errores erguidos como ídolos, y sus ideales destellantes como antorchas que fueran estrellas. Y el desfile de cada gran pueblo marca en el espíritu del hombre una huella profunda, la cual ahondada, por la íntima solidaridad de las razas, tórnase en canal abierto a los fulgores del Universo, para que por él penetren y en lo hondo de la conciencia sedimenten, siglo tras siglo, la sustancia cósmica de que se forman las civilizaciones.

 

El hombre comienza a reconocer las posibilidades de la conciencia, lo que ya es satisfacer una de las necesidades de ella. El hombre es el portador de una luz. La civilización es el Pegaso de la conciencia. Las grandes metamorfosis de la Civilización preparan las alas. La naturaleza prepara las formas en el tormento y dolor de los cataclismos. La conciencia, a su vez, no es más que una forma para la evolución del Absoluto. A lo largo de los estremecimientos de la Conciencia fluye, un fuego de mundos en llamas, la génesis de los dioses.

 

El hombre sumió una mano en su ser y otra fuera de sí y extrajo las manos colmadas de un tesoro: las civilizaciones. Tal como si deteniendo el viento y corporizándolo, hubiese extendido un par de alas para sus hombros. El hombre de las cavernas a la vez, de las cuales la más profunda era él mismo.

 

Homero, como Dante, toman una lira y tañándola marcan un camino con fulgores de genio esparcidos sobre la tierra. La estela de la lira conduce al hombre a penetrar en sí mismo.

 

Sócrates y Platón piensan, y el pensamiento, al levantar el vuelo traza una senda en el interior del hombre. Tras la estela de aquel pensamiento el hombre asciende dentro de sí y procurando alcanzar su propia altura, que ya le parece inaccesible, aprende a subir. Un Newton descubre un designio del cielo y el hombre, ante el velo que queda levantado, contempla que un vacío de su ser está lleno de astros.

 

La Ley de la Naturaleza, la superior visión de una idea, la Venus impresa en el mármol, la sonrisa de Gioconda, no tienen sentido como revelación  del dominio de la materia o de la forma, sino la importancia de afirmar con perfección, que el hombre creando o comprendiendo, concibió la existencia de su poder, ensayó su fuerza, determinó su dirección y le atribuyó un ideal. EL genio es aquel repliegue de la conciencia en que, acumulándose más luz, mejor presiente ella su  naturaleza y su finalidad. Los genios pasan derribando selvas de sombra. En la corriente de la civilización flota el genio como una vela que las mismas ondas crearan, pero dominando a la corriente y encauzándola. En el vuelo del  genio viaja el hombre por sobre sí mismo para adquirir la sensación de que la conciencia ha conquistado la libertad.

 

Mas, por sobre Homero y Dante, el sendero se prolonga con la avidez quemante de que en él pongan sus pies desnudos los Cristos.

 

La Verdad es forma también; la Belleza es forma; el Bien es forma. Hay algo que debe surgir de la confluencia de aquellas grandes realizaciones. Hay algo que está más lejos y más alto.

 

Hay algo que se amamanta en los senos de la Belleza; que reposa en la paz del Bien; que medita al resplandor de la Verdad. Hay algo que está presente en la simple trasparencia de este ser que llamamos Cristo y que nació bajo unas alas angélicas, del contacto de un lirio  y una mujer.

 

Resplandecientes epopeyas, poemas titánicos, verdades como abismos, pueblos retorcidos como sierpes por milenarias tempestades, manantiales de odio brotando de la ansiedad humana, civilizaciones enclavadas como Cristo al madero de un dolor; y todo ello se paraliza un día, se diluye en la decoración de una noche estrellada, se filtra en el hálito de un buey y de una mula, y como beso maternal sobre una frente, tiembla cuando nace en un montón de paja, un niño que traía el Universo en el corazón.

 

Era un ser de luz, de amor, de dolor, el cual vivió poco tiempo y dijo con belleza pocas palabras. Un día, convirtió un poco de agua en vino y el vientre de una prostituta en lámpara votiva; fue perseguido y murió martirizado para hacer sentir a los demás hombres, con una tragedia que los horrorizara, que eran hermanos y que el perdón los uniría. Y para hacerles comprender que la fraternidad, flor de la conciencia, daría el fruto de que se nutren los espacios y los tiempos, los universos y los dioses. Era un camino, una vida y una verdad. La concentración, pues, en un ser superior, de otra triple manifestación. Era un camino blanco y luminoso...

                                                                                                Marzo de 1923

 

 

METAFÍSICA Y CIENCIA

 

 

La serie de escritos que estas palabras inician, contiene las anotaciones de un estudiante de Ciencias y Filosofía al margen del folleto de don Carlos Gagini, La Ciencia y la Metafísica.

 

Anotaciones o apuntes, porque en las condiciones de este estudiante, no lo es por ahora posible ejecutar obra mayor. Luego, porque ello no desfavorece al presente trabajo en la comparación con los que, entre nosotros, suelen hacer los maestros. Y porque apuntes y anotaciones como son, bastan al objeto de negar que en la obra que entienden combatir, pueda inspirarse la dirección espiritual de una juventud, ni la educación de un país. No se trata, pues, de conceptos que hayan sobrevivido al que va a expresarlos, por afán de publicidad, ni por móvil alguno que aduzca pasión o cualquier otro elemento extraño al tranquilo y acaso severo cumplimiento de un deber de cultura; que es decir, de civismo.

 

Nos han dicho que otro Maestro afirma que la obra del señor Gagini debe nutrir las preocupaciones, las inquietudes de la actual generación; y como hemos encontrado que esta obra es pobre de ciencia, de filosofía, de inspiración, nos proponemos demostrarlo, muy respetuosamente. Con lo cual tal vez expresemos, en parte, el sentido de las corrientes centrales del alma de toda una juventud, ávida del consejo y la sugestión, de nuevos y más vigorosos Maestros.1

 

METAFÍSICA Y CIENCIA

 

"De modo, pues, que mientras aquí quienes no hacen ciencia ni filosofía desdeñan la metafísica, los que en Europa y América hacen la ciencia y la filosofía la tienen en la alta estima a que ella es acreedora"

 

"Algunos espíritus débiles, creyentes en la sociología vulgar que asigna al último siglo caracteres de industrialismo y codicia esenciales, y ausencia concomitante de religiosidad y tendencias metafísicas; algunos epígonos del positivismo comtista, del spencirismo o del criticismo de Kant, se atrevieron, durante largo tiempo,  a lanzar insustanciales requisitorias o furiosas imprecaciones en contra de los estudios metafísicos, mirando como definitivamente muertas las altas preocupaciones religiosas de la humanidad, desprovistas, según se llegó a decir, de todo valor racional. Se produjo, para mengua de la literatura filosófica, un género híbrido, declamatorio y pseudo-científico, algo así como una escolástica experiencialista , que arremetió sin respeto, sin arte y sin originalidad, contra los grandes maestros y las ilustres tradiciones del pensamiento humano".2

 

El reino hominal

 

En el primer capítulo de su folleto, ensaya el señor Gagini la restauración de buena parte de las conclusiones que en hora ya distante pretendió asentar la sociología genética. O mejor decir, de las conclusiones con que en vano se pretendió constituirla. Lo cual denota ignorancia de que todas ellas cedieron pronto al impulso de su misma inconsistencia. De que, derrumbándose, dejaron expuesta a plena luz, ante el menor severo análisis, sobre el hacinamiento de escombros, la imposibilidad de edificar una ciencia de los orígenes de la sociedad y de la civilización, dentro de las delimitaciones del positivismo. Ya que la evidente verdad es que en este instante recobran su sentido de desconcierto las palabras con que Kovalevsky traducía el estado de las cosas existentes den el momento en que se intentó sistematizar una embriogenia social.

 

No hay una vía abierta a la sistematización, entre el prodigioso conjunto d hechos y de teorías, -más que complementarios, contradictorios- relativos al estudio del pasado prehistórico dl hombre.3

 

Cuando menos, los métodos de las disciplinas sociológicas no la descubren.

 

Cuanto a los problemas que el señor Gagini juzga resueltos, como por relación a la mayor parte de las que integran el objetivo de la Sociología, ésta, por obra de necesidades inherentes a la evolución de los conocimientos, encuéntrase casi en el mismo estado de vaguedad que presentaba antes de los trabajos de Comte y de Spencer.

 

Una premisa indispensable del "ensayo sobre el pensamiento y la vida social prehistóricos", era la afirmación de un principio de continuidad entre biología animal y la humana. En consecuencia, ella es también el punto de partida del señor Gagini, quien sigue fielmente las huellas del derrumbamiento. Punto de partida falso de toda falsedad, porque no es posible sostener el principio en la hora actual. Menos aún, apoyara en él la anticuada explicación de Vani acerca de la sociabilidad humana.

 

Porque "no puede mostrarse una continuidad de desenvolvimiento, de las prácticas sociales de los animales a las prácticas de la sociedad humana".

 

Entre los animales superiores y el hombre, -dice el señor Gagini- no existe ya el abismo que las palabras instinto e inteligencia habían abierto: la diferencia es únicamente de grado, etc.

 

Como el señor Gagini habla en el pasado, tiene ante sí las perspectivas de la época en que el abismo desapareció... en la ilusión de los cientistas, frente a los cuales permanece el abismo poblado del misterio a que pudieron penetrar, hace siglos, los alquimistas y los filósofos del fuego.

 

La ciencia del día, sino con toda la majestad que asumirá horas más tarde, restablece no obstante al hombre en el dominio de un reino exclusivamente suyo: el reino hominal de los filósofos medievales. Gasset concluye con Halleux que:

 

 "cabe atribuir al hombre una  naturaleza especial, caracterizada por el poder de abstraer y de razonar conforme a principios generales".

 

"Poder que crea entre el hombre y el animal, no una simple diferencia de grado, sino una diferencia de esencia"

 

O en las palabras de Dealey  y Ward:

 

"el instinto para el mundo animal, en general, la razón para el hombre solamente".

 

"La substancia está adherida a la esencia; la sustancialidad, pues en sí no es variable, luego no es posible que la esencia se diversifique en lo que no es diversa."

 

La biologie humaine doit éter aussi distingue de la Biologie Animale, que celle ci l`est de la Biologie Vegetal.

 

No declara, con todo, nuestro personal aserto que sea esencial la diferencia entre los animales y el hombre. Si no que, no por ser de grado, como lo que establece el señor Gagini, reduce la distancia entre ambos al punto de autorizar la afirmación de una continuidad que explique la naturaleza y la evolución de la vida social humana.

 

Nada se asevera en cuanto a la magnitud de la diferencia, con decir que es de grado, como son todas las que nuestra sensibilidad y nuestra inteligencia reconocen.

 

Entre uno y otro grados,  -sea cualitativo o cuantitativo el criterio de distinción- son tantas, tan complejas las diferencias, que el parangón de dos objetos o dos hechos, aún semejantes, a poco de ser profundo nos descubre la contemplación del universo.

 

La asimetría, por ejemplo de las curvas de distribución en las mediciones psicológicas, inconformables con las curvas teóricas de la ley de Gauss, le presenta al señor Gagini, -psicólogo- una noción bastante objetiva del valor, a veces infinito, de las pequeñas diferencias.

 

De grado la diferencia entre los animales y el hombre, pero en el límite que los separa se desenvuelve toda la civilización, como entre una y otra de dos vibraciones, todo el universo.

 

Porque no se contiene la civilización en el vacío de las expresiones con que el señor Gagini pres

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