Benedicto Víquez Guzmán: Omar Dengo Maison. Ensayos Críticos: Por los aires, ¿Odio al extranjero?, Los Bárbaros, Apóstoles de feria, Los guardianes de la cultura.

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POR LOS AIRES

 

"Escribiendo con las alas

En las páginas del viento

La esbelta caligrafía

De sus círculos ligeros,

La libélula elegante

Va deslizando su cuerpo

Igual que un largo cilindro

Gentil, ingrávido y bello."

 

Salvador Rueda.

 

 

Antes, momentos antes de intentar el aviador Seligman su primera ascensión a nuestro cielo primoroso, en el cual entonces las nubes trenzaban airosas fantasías, dándole yo vueltas a la cabeza, entre los repliegues de un vago presentimiento ungido de pesar, a ese fragmento de una bella poesía de Salvador Rueda: La Libélula Y me afanaba por alejar de la mente todo recuerdo del vuelo de las aves, y con mayor deseo quería olvidar el de aquéllas que en sus giros veloces simulan trazar collares de no sé qué materia extraña, unidos entre sí por rítmicas inflexiones, por armónicas combas que se extienden de uno a otro monte, de una nube a otra nube...

 

A todo trance quería que volara el aeroplano como una libélula, que cual ella escribiera en las páginas azules del cielo "la esbelta caligrafía de sus círculos ligeros..." sin grandezas, sin volubilidades admirables. No me sentía dispuesto a contemplar grandes hazañas porque no quería que vibrara en mi imaginación el ansia de lo ilimitado, para no establecer contrastes entre la posible restauración del mundo y su miseria moral de ahora, tan evidente cuando se concede a las masas un minuto de jolgorio, ya que entonces los más bestiales apetitos se ponen de juego, así bajo la delicadeza rutilante del frac como tras la sencilla tosquedad de la chaqueta campesina. También porque es doloroso comprender que no serán los hombres de ahora quienes efectúen la sumisión del reino del aire al genio de la tierra, dolor que es más agudo, más intenso, cuando al admirar cómo prodigiosamente juega con las crines del viento una aeronave, se adivina allá en la lejanía, semicubierto por las imponentes cimeras de las nubes, el porvenir esplendoroso de la aviación.

 

Tampoco quería pensar si la conquista del espacio borraría las fronteras que hoy separan a los hombres o si, al contrario, las elevará a la altura de los astros... ni si la lucha contra lo indómito del huracán y sus traiciones arrebatará vigor a la saña repugnante que el egoísmo mantiene vivo en la tierra, o más bien le infundirá su aliento poderoso para hacerla aún más osada, más terrible todavía, más atroz...

 

Cuando los gritos de la enorme masa humana arremolinada en torno del anchuroso campo por la locura de lo nuevo, de lo incomprendido, gritos feroces, salvajes, incitaron cruelmente la audacia del aviador, a pesar de las furias incesantes del viento anunciadas con ruidosos temblores por las sucias copas de los árboles y por el sordo rodar de las polvaredas que a lo lejos se amontonaban como huyendo de las ferocidades del corazón humano, sentí piadoso horror al imaginar que podría escribir el gigantesco pájaro de alas blancas y acerado plumaje, no ya un canto que fuera de victoria ante los ojos mismos del sol que tantos cóndores ha visto, sino una siniestra estancia funeraria que descolgara sobre la tierra, y uno tras otro los esparciera, quién sabe cuántos puntos suspensivos de sangre...

 

Y una vez que hubo fracasado la tentativa de Seligman, acariciando piedad hacia ese hombre, pensé que hay en el alma de los aviadores todo lo que el hombre tiene de toro, de salvaje, cuanto es en él reviviscencia del lejano troglodita... pero ¡también lo que tiene de astro, de Sol, de Superhombre!

 

Y mascullando palabras de reproche para las estolideces  de la inmensa muchedumbre, me retiré del campo de aviación.

 

                                                                                                                                           1912

 

¿ODIO AL EXTRANJERO?

 

 

¿Odio al extranjero? No, que sería injusto, sería insensato y sería infecundo. Pues de ser en alguna manera fecundo el odio, -si el odio puede serlo- sería fecundo en males, en dolores y desgracias. ¡Triste fecundidad, comparable a la de esas prolíficas familias de delincuentes que con tanto interés estudian los creadores de la ciencia eugenésica! Aunque acaso por reacción pudiera aquel odio engendrar una afirmación de lo propio, de lo nacional, que es necesaria. Solo que debemos aspirar a que tal afirmación surja y se desarrolle libre de las gangas del odio. Debemos pretender que arraigue firmemente en un alto sentimiento de amor. Fuente de tal amor la tenemos en la contemplación del porvenir de nuestro país.

 

Bien ha dicho el señor presidente cuánto le debemos al extranjero. De ingratos sería el desconocerlo: De torpes  el no saber aprovechar la cooperación. Pero no es forzoso suponer que la lucha contra determinados intereses extranjeros, si existe emana del odio. Es posible, en cambio, que veamos en ella el esfuerzo enderezado a exteriorizar aspiraciones o anhelos nacionales, confusos acaso, vacilantes, pero que pueden contener fuertes capacidades de expresión del espíritu de la nacionalidad. Es más, es posible que deseemos contribuir al encauzamiento de aquellos anhelos y que, ilusos tal vez, forjemos planes destinados a buscarles plenitud de expresión en nuestras instituciones, actividades y costumbres.

 

La electrificación del ferrocarril al Pacífico, por ejemplo, no obstante que el contrato respectivo ha debido celebrarse con extranjeros, parece tomar ante buena parte de la opinión pública la forma de un instrumento de nacionalización, de resguardo o custodia de magnos intereses que, más que al presente, le pertenecen al porvenir del país. La construcción del muelle de Puntarenas causa regocijo por razones semejantes. El interés manifestado con motivo de los proyectos de construcción de carreteras, también participa de esa probable interpretación.. Cien manifestaciones más podríamos mencionar, grandes o pequeñas, a través de las cuales se transparenta cierta actitud de fe en las posibilidades del país, cierta esperanza de futuro, cierto ánimo de decisión para afrontar sus problemas. Y aún podría haber en todo ello cierta receptividad a la vibración de grandes corrientes de impulsos afines que parecen cruzar el Continente d habla española. Pero si tememos ser demasiado optimistas, procuremos reconocer, al menos, que en todas aquellas situaciones busca su camino un esfuerzo d comprensión del significado de nuestra nacionalidad.

 

Odio al extranjero, no. Pero sí conviene que nos formemos la ilusión de que somos capaces de realizar por nuestra propia cuenta grandes empresas, grandes obras. El intento de concebirlas, el sueño de poseerlas, el ensayo de crearlas, el orgullo de suponerlas nuestras, nos educan.  Vana sería y no solo vana, sino peligrosamente adormecedora, una fe lírica en nuestra capacidad o en nuestra grandeza. Pero es concebible y realizable un propósito de darle realidad a la fe. Tarea de hombres públicos, de hombres de Estado precisamente, en cuanto les corresponde las más grandes quizás de las responsabilidades que les son atribuibles: la de ser educadores de su pueblo.

 

Es fácil ver que países como los Estados Unidos  de Norteamérica, verdaderas cumbres de poderío en el curso de la historia, no descuidan ni por un momento, sino que acentúan sin cesar, esa tarea de inspirar fe en las capacidades de la nación. La filosofía de la confianza en sí, que es genial en un Emerson y popular en un Marden, la aplican los americanos al individuo como a la comunidad. Es más, la han reducido a recetas de fácil uso doméstico y de multiforme aplicación, para que, como los chicles, no falte en labio alguno. Gobierno, escuela, prensa, comercio, teatro, todo allí tiene, como producto de aquella gigantesca fuerza de expansión, un aspecto en el cual es cátedra de un vasto culto de fe en lo americano de habla inglesa.

 

Producto se dirá, pero no causa. Razón de más para que pensemos en no obstruir el cauce de las manifestaciones nuestras que parecen indicar la presencia d fuerzas semejantes a aquellas poderosas fuerzas creadoras de civilización. Por cierto  que no necesitamos ir hacia allá para aprender la lección de fe. "Ay del pueblo que no tiene fe en sí mismo", dijo en nuestra lengua el Presidente Sarmiento.

 

¡Odio al extranjero, no! Amor a lo nuestro, amor hondo, amor capaz de despertar clarividentes concepciones de nuestro destino. Ese amor nos salvará de algo peor que el odio al extranjero: la sumisión venal al oro extranjero.

                                                                                       Septiembre de 1927.

 

LOS BÁRBAROS

 

 

No hay nadie que de verdad comprenda el complejo funcionamiento del progreso, que mire con regocijo el empeño de sustraer las energías que van siguiendo sus pasos redentores, de la acción funesta de los intereses egoístas y transitorios que, por referirse a las necesidades primarias de la vida pueden, con su expansión, obrar negativamente sobre el refinamiento que de la conciencia individual se requiere  para adaptar la mentalidad colectiva al cauce superior de una evolución intelectual. Así, al menos, lo determina la lógica que se va construyendo ante la contemplación analítica de los complicados procesos de la historia. Ya se ha dicho que el valor y la utilidad sociales de toda obra humana, están determinados por la naturaleza, alta o baja, del deseo que la genera o más directamente la influye. Y como para nuestro criterio, que a este respecto encuentra en su apoyo una fuente pródiga de confirmaciones científicas, es siempre la política, de cualquier clase que ella sea, una supervivencia de los abusos primitivos emanados de un proceso instintivo de mera conservación vital, y no de una tendencia hacia el mejoramiento, lógico es que no querramos admitir de ningún modo, la mediación nociva del interés político, en empresas que marchan por sendas de intenso laboreo cultural y que aspiran a cimentar el impulso eugenésico que vive en lo más hondo del corazón del hombre.

 

Pero conviene decir ahora que también nos explicamos, de sobra, la razón primera de los obstáculos que en distinta forma se arrojan al paso majestuoso de nuestra fe armonista (sic), ora desde las torres de una respetable sinceridad equivocada, o bien desde las cuevas en que oculta sus fracasos lamentables la cólera mercenaria. La ley del conformismo social viene en amparo de nuestros enemigos. Es por cierto una de las glorias de la sociología moderna el haberla formulado. Su esencia es que toda sociedad de progreso regularizado le impone a sus miembros una similitud de hábitos, de opiniones, de ideas, de sentimientos, etc. Sighele, al decir de Palante, estudia el fenómeno como de mimetismo moral. Es necesario o indispensable si se quiere, cuando se cumple normalmente, para equilibrar la marcha del progreso y explicar a la maravilla la existencia del servilismo aplastante que corroe la vitalidad de pueblos como éste, dignos, por la predilección que les consagró la naturaleza en cuanto a ornarlo de primores y proveerlo de abundancias, de ser orientado por hombres de mayor altura moral y de avanzado pensamiento.

 

El conformismo de la sociedad determina una lucha de ésta por eliminar los individuos que a causa de su educación sin preconceptos, y de su temperamento libertario se muestran reacios a aceptar los rituales del régimen moral y social que los rodea. Tal eliminación claro es que la realiza el conglomerado sin participación de su conciencia. Es como si dijéramos, automática. "Ningún bárbaro -decía Bagehot-, puede resignarse a ver que algún miembro de su nación quiera eludir las costumbres salvajes y los usos de su tribu." Sin embargo, hay bárbaros aquí capaces de violar la ley social si en ello puede ir encubierta alguna victoria monetaria que confirme la fe del sacerdocio judaico a que suelen entregarse nuestros jóvenes y hasta nuestros "prohombres de campanario."

 

Si, pero el conformismo no puede extender sus dominios más allá de donde convenga para contener el riesgo de prematuras innovaciones. Pues cuando éstas alcanzan a germinar en la conciencia colectiva, no hay poderío bastante a extinguir sus resplandores. Una vez encendidos bien pueden los depositarios, de la moral, del pensamiento,  de la fuerza y del placer, amontonar sobre la hoguera sus anatemas, su oro, su poder y su ciencia, que las llamas desarrollarán vigor suficiente no solo para lanzar su luz a través de todos los resquicios, sino también para fundir, al cabo, en el crisol de un incendio formidable, los detritus todos y todos los restos de la antigua barbarie con que hoy se nutre el espíritu de nuestras sociedades burguesas y decadentes...como si provinieran de razas de macacos o de negros zulúes.

Omar Dengo

 

APÓSTOLES DE FERIA

 

 

Voy a sintetizar la respuesta que ha dado don Luis Castro Ureña en "El Republicano" de ayer a los cargos que parte de la Prensa y mi pluma le han hecho, y a comentarla también.

 

Es falso "que yo he dicho en el Congreso que todos los obreros son una manada de ebrios."

 

Es falso que yo lucho ante la representación Nacional porque los patrones puedan explotarlos a sus anchas.

 

Sé de donde procede la infamia y adonde va dirigida.

 

Se me cree simpatizador con las ideas del Partido Republicano y piensan los que me difaman que hiriéndome a mí, lo hieren también de rechazo.

 

No es del caso de indicar mi afiliación política, que sea cual fuere, lo que hago o manifiesto, solo a mí me es imputable.

Mi norma de conducta no tiene que afectar al partido de mi predilección.

 

Soy amigo, compañero y camarada de los obreros y trabajadores costarricenses cuando ellos son honrados, pundonorosos y correctos; pero de ninguna suerte puedo convertirme en paladín de los que, por sus vicios, no son acreedores a la estimación de sus conciudadanos, sino apenas a su compasión y lástima.

 

He sido y soy artesano; tengo amistad sincera con multitud de obreros y trabajadores a quienes nunca he pedido su voto para nada, pero no puedo mentir para conquistar aplausos inconscientes que solo a los necios halagan.

 

En Costa Rica no hay tal opresión para los trabajadores: el obrero, peón o dependiente, bueno o idóneo, es mimado por los patrones.

 

El único enemigo del obrero bueno, es el obrero malo.

 

He pintado las escenas inmorales que ocurren en la Línea los días de pago, en que la mayor parte de los obreros se entregan a la bebida  hasta concluir con el sueldo y he deducido en consecuencia que menudear los días de pago es multiplicar las ocasiones para que el brasero se sumerja en el vicio con daño suyo, de la familia y de las fincas donde trabaja.

 

Jamás podría yo, viejo luchador por las libertades patrias, abogar por la explotación indebida que los patronos puedan hacer en sus trabajadores.

 

Soy finquero1; y ningún peón mío puede decir que yo soy un patrón inhumano o desconsiderado.

 

"...Y como reconozco que es un deber apremiante de todos los costarricenses procurar por cuantos medios estén a su alcance, el mejoramiento de la patria común, aprovecho este medio para excitar a los buenos amantes del bienestar y progreso de ellos, para que todos juntos, de consuno, establezcamos una escuela nocturna de obreros, a fin de fomentar la cultura intelectual, moral y física de éstos y la nuestra también".

 

Desde luego suscribo con  lo siguiente con el plan que propongo, ¢ 30 semanales para ayudar a todos los obreros del país, hasta que llame así a algunos o a uno solo de los que lo son, para que pueda yo decirle que los miembros de los Poderes Públicos no tienen derecho a escarnecer una desgracia que han contribuido a crear, o que por lo menos no han sabido disminuir, como es de su obligación y mucho menos si el cargo puede rechazar y traer  en su regreso la agravante de que los hombres que han recibido una educación completa, al punto de pretender dársela a los demás, están mayormente obligados a conservarse libres de la acción perversa de los vicios.

 

¿Cuándo ha trabajado el señor Castro Ureña, en sus campañas de viejo luchador, porque el Gobierno no le venda licores a los obreros y busque otros medios más conformes con su pretendida finalidad para sufragar los gastos no siempre necesarios de la administración pública? Ni, ¿cuándo, en alguna otra forma, se ha empeñado en contribuir a evitar que caigan en las cisternas del vicio a huir de los campos de explotación en busca de una alegría que amortigüe sus intensos dolores?

 

Es así, al contrario, que cuando surge la ocasión de procurar que les sea menos penosa su prolongada esclavitud, se vuelve airado contra ellos y los deprime y los insulta torpe y despiadadamente. Pues que es de tener en cuenta que si el trabajador se embriaga se debe ello a que en medio a las torturantes privaciones de su existencia alquilada, el licor se reofrece como un placer muy barato, al cual no es capaz de hacerle frente su pobre voluntad debilitada por las penurias que sufre el cuerpo ni su razón llena de sombras. Y el vicio entonces lo arrastra pendiente abajo con daño propio, de sus familias y de sus patrones tan bondadosos y justicieros de esta tierruca, entre los cuales ha de incluirse, sin duda, a un riquísimo industrial que no ha muchos días exclamaba con el más repugnante cinismo: "son una partida de bandoleros que no han hecho más que robarme". Siendo así, que a estas horas él guarda en sus arcas cerca de ¢ 90.000, y ellos, hombres todos honorables, apenas si logran reunir cada día lo necesario para proveerse de la peor alimentación.

 

Cierto es que don Luis no lucha ante la Representación Nacional, de un modo sistemático, porque los patrones puedan explotar a los obreros a sus anchas; pero no lo es menos que sus primeras labores han sido de contribución a las iniquidades que con ellos comete la empresa frutera  de la Línea y las compañías mineras de la región del Pacífico. Y ésa no debe ser nunca la tarea de un artesano, amigo sincero de los trabajadores, que quiere fomentar la cultura física, intelectual y moral de los obreros y salvarlos de las miras sospechosas del libertarismo fingido. Una buena comprobación de sus palabras habría consistido en escoger el proyecto reinvindicador de Peralta con el entusiasmo que le dedicaron otros diputados que no son ni han sido nunca paladines de la libertad.

 

En cuanto a que se sabe de dónde proceden y a dónde van dirigidas mis palabras, he de decir que proceden de lo más hondo del corazón y que van dirigidas hacia la cumbre esplendente en que florece el más alto ideal de justicia. Tanto se remontan, que no podría seguir sus vuelos la mirada de don Luis empañada por los intereses transitorios y estrechos de la política que ofrece enseñar en sus conferencias.

 

No he pensado herir directa ni indirectamente al Partido Republicano, uno de cuyos miembros prominentes, por cierto, fue el primero en felicitarme por mi modesto artículo anterior.

 

Nada tengo ni quiero tener que ver con ningún partido político, porque pienso que los verdaderos intereses de los pueblos nunca alcanzarán satisfacción dentro de la zona de la política, que, para decirlo francamente, constituye una industria vulgar, fomentada por unos pocos profesionales,- aristócratas o republicanos- ,- como un medio holgado de vivir sobre los flancos de la sufrida inconsciencia de las mayorías.

 

Los partidos son los partidos, los candidatos son los candidatos; las aspiraciones efectivas de los pueblos y la senda en que ellos encontrarán la conciencia absoluta de sus deberes y el reconocimiento pleno de sus derechos, están a mucha altura por sobre esas oquedades tenebrosas donde se refugia el egoísmo de los hombres sin ideales amplios, que no comprenden la progresiva realidad de la emancipación proletaria, como obra hermosa del propio esfuerzo, valiente e incontrastable, de los trabajadores.

 

La política perdió ha tiempo sus prestigios ante mi ánimo, precisamente por las inconsecuencias de los hombres que la profesan. El hacer notar para bien de los obreros, uno de sus males, fue acaso lo que más me decidió a exhibir la actitud del Sr. Castro Ureña. A más de que no puede inferírsele a mi juventud la burda ofensa de creerla interesada en explotaciones a los obreros. Bien le consta a muchos de ellos que más de una vez he reprobado con suma franqueza ciertos defectos suyos, con el resultado de que se vayan disgustados conmigo, así como ocurrió con motivo de una conferencia que tuve el honor de dictar en la "Sociedad de Trabajadores".

 

Quería tratar con detenimiento lo de que no hay opresión patronal en Costa Rica. Diré hoy que la simple existencia del patrón no implica una violencia ejercida sobre el obrero sin justificación alguna. Si para el señor Castro el único enemigo del obrero bueno es el obrero malo, para mí, entre otros enemigos, es siempre, y  de la peor clase de patrón aunque sea un sano obrero bueno y al obrero malo los considero hermanos.

 

 

LOS GUARDIANES DE LA CULTURA

 

 

¡Cómo hemos sentido una emoción sagrada al leer la protesta de la Junta de Directores de Colegios!

 

Quien la escribió puso en ella su espíritu y la convirtió en látigo hecho de haces de luz. Si en nuestras manos estuviera, la haríamos circular por todos los confines del país, para que cada ciudadano tuviera junto a sí una página memorable. Cobra la protesta una mayor significación, se piensa que los caballeros que la suscriben no son políticos, sino educadores que comprenden realmente cuál es la virtud de la nación y cuál es la manera de cultivarla. En el alma del educador no hay otra cosa que amor verdadero por la patria, que es amor por sus hijos y por sus instituciones. De ahí que cuando se trata de defender la patria en lo que ella tiene de grande, de espiritual, de sublime, de eterno, es el maestro el único que puede decir sin complicidades ni temores la esencia de las cosas: El maestro no tiene más compromiso que el hilo invisible que lo ata al corazón puro del niño. Cálculo ruin amparado bajo un mentido sentimiento patriótico, no es nunca huésped de su vida escueta de perversidades políticas.

 

Por eso la franqueza con que la protesta fustiga hechos de un alto funcionario. En otros habría habido rodeos y hasta afán de querer convencer al señor Ministro de la conveniencia de retirar las palabras expresadas en presencia de la Cámara de Diputados. Se le habría llamado con palabras hechizantes y al cabo quedaría como limpio de todo pecado original. Mas los educadores son lección constante de civismo, del más alto civismo que han de aprender los jóvenes, para bien de la patria tan maltratada por la suerte. Al señor Ministro había que decirle lo que ellos le dijeron en tono serenamente airado. ¿Qué dirían ellos a los padres y a sus alumnos si ante injusticia de los tiempos pretéritos, se les hubiera hecho un rollo la lengua, un guiñapo la mano? La protesta vino como sagrada tempestad y lleva en sus adentros la misión de conmover al país y despertarlo a la contemplación de un más venturoso panorama. Es que la presente es obra de los educadores y no de los políticos, gente de otra visión, pasada ya por fortuna de los pueblos y el mundo entero. Mientras el político calcula despiadadamente, el educador labora honradamente y da a la nación a una grandeza que no puede darle el que no está unido a ella sino por intereses ocasionales.

 

De seguro a ciertos espíritus pusilánimes y achatados parecerá arrogancia la actitud decidida de los Directores. Pero al país, que son todos los ciudadanos que no pertenecen a círculos peligrosos, llegará ella como bendición. Al Congreso toca considerar lo expuesto en esa protesta, para no falsear su conciencia de buenos costarricenses. En sus manos esta el pesar el cargo ligero del señor Ministro de Relaciones y la exposición brillante de los Directores. Triunfará, no hay duda, la buena causa, y pueda que ella dé comienzo a tajos que es menester hacer valerosamente.

O.D



1 Ignoramos si don O. D. fue o no finquero. Creemos que no. El fue básicamente un maestro de maestros y dedicó su vida a la enseñanza, sin escapar a los vaivenes políticos de ese tiempo. Nota del compilador.

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