LA INNOMIMADA
Algunos dirán que ¿por qué no tengo nombre? Han de saber que soy Lillith, Eva, Juana, Ester y todas las mujeres juntas. De ayer y de hoy. Nací de la mente de los escritores, hombres y mujeres. He llevado nombres famosos como, Elena de Troya, Cleopatra, Ifigenia, Penélope, María, Marianela, Carlota, La Celestina, La Dorotea, Sor Juana Inés pero en la mayoría de veces me han vilipendiado, calumniado, ofendido, agredido de hecho y de palabra. ¡Cómo no me han llamado pendejos hombres?, puta, revolcada, loca, malparida, zorra, culebra, víbora, cobra, maldita, sometida, chismosa. Hasta una planta la han nombrado "mala mujer". No hay palabras para expresar lo mal que nos han tratado con palabras soeces, hedionda, demonio, poseída, sometida, calumniadora, pecadora. Es el colmo, cuando un hombre comete alguna falta se le llama con nombres femeninos, gallina, naguas, pisuicas, lechuga, mujercita, fresa, perra, mujercita.
Es cierto que a veces nos han magnificado pero casi siempre cuando nos agachamos y somos útiles a los hombres. ¡Hipócritas! Eso son, cuando dicen que madre solo hay una y andan de tras de cuanta escoba vestida de mujer, ven. Que la mujer es el ser más bello de la tierra, que sin nosotras no pueden vivir, que una casa sin mujer no es un hogar, y ¡cuántas sandeces más! No les alcanza el tiempo a esos hombres para salir del trabajo y buscar a las amantes, dejarnos solas en la casa, y qué decir cuando llegan, borrachos y nos pegan, nos gritan y hacen escándalos en todo el vecindario. Eso sí, otro día se arrepienten de mentiras y nos piden perdón y hasta lloran, los cobardes, para seguir haciéndolo así, hasta la muerte. Somos buenas para tener hijos, cocinarles, lavarles la ropa, limpiar la casa, rezar e ir a misa, pero cuando se trata de distraernos un poco, eso es malo. ¡La mujer debe permanecer en la casa! ¡Cuida los hijos, edúcalos! Mientras él vive en las cantinas, jugando naipe con sus amigos. ¡Eso no es justo! Aunque el cura diga lo contrario.
¡Cómo si fuera fácil nuestra vida! Y las que trabajamos en oficinas o casas ajenas. ¡Qué esclavitud! Doble trabajo y poca paga. Para colmo de males nos recargan el pago de las deudas, la comida, la luz y el agua. Bien que lo saben que todo sube cada día para engordar a unos vivazos que gobiernan el país. Y esto hay que decirlo entre dientes porque las mujeres no deben meterse en política y hablar de lo que no saben. Si supieran esos canijos que sabemos más que ellos, que vivimos en carne propia todas las calamidades sociales y tras de feria tenemos que soportar lo que nos hacen, porque así lo dicen los valores cristianos, que seamos obedientes y sumisas, que ofrezcamos los sufrimientos a Dios, que nos espera la verdadera vida, como si ésta fuera de mentiras, que así lo quiere Dios, que es su santa voluntad, que hagamos caridad, que manos que dan, nunca estarán vacías y una con temor de ir a misa porque no tiene la moneda para dar la limosna y saber que la pueden tildar de agarrada, avara y hasta perder la posibilidad de ir a la Gloria cuando se muera. Sí, nacemos, crecemos y morimos llenas de miedos, sacrificadas por los hombres y a veces hasta por las mismas mujeres que se alían con ellos para llevarla suave y juntarse en sus andanzas pecaminosas. Y digo esta palabra sabiendo que el pecado es para unos y no para todos por igual, sobre todo el castigo. Nosotras no necesitamos pecar para que se nos castigue. No fue así en Sodoma y Gomorra que nos mataron a todas las mujeres y los niños por los pecados de los hombres y para qué seguir...o ¿es que se les ha olvidado que solo a nosotras (porque a los hombres no), nos posee el demonio y nos representan como epilépticas botando babas verdes y diciendo palabras obscenas con voz de hombre y cosa curiosa nunca nos poseen demonias?
Vean ustedes a los escritores de este país, hay más hombres que mujeres. ¿Cuántos personajes mujeres son famosas. Ni siquiera somos protagonistas en sus novelas. La primera novela se la dedican a un huerfanillo de Jericó. Ese autor por lo menos escribió sobre Elisa Delmar que tuvo que disfrazarse de hombre para entrar al ejército porque las mujeres solo servíamos para lavarles y hacerles la comida y la otra mujer que fue protagonista la llamó Margarita y después un escritor nombró a una de nosotras como Doña Ana de Cortabarría, claro de la alcurnia, de las nobles porque las de pies de tierra, ésas nunca fuimos seleccionadas sino para usarnos como ejemplo en la mayoría de los casos que como lo que no se debía imitar. ¿No fue así con La Llorona, La Tule Vieja, La Cegua, La Comemierda?
Y después se siguen escogiendo personajes femeninos ya establecidos como La Pastora de los Ángeles, La Sirena, Catalina, mientras que los protagonistas seguían siendo hombres Un Robinson tico, aunque fuera un cartaginés desteñido, Lázaro de Betania y no María Magdalena, El hijo de un gamonal, El Moto e Hijas del campo, así sin nombre y sin artículo, en forma genérica y la lista es interminable. Usan, los escritores, hasta animales masculinos, Los perros no ladraron y no "Las perras no ladraron", es que hasta las mujeres nos han discriminado. Cualquier lector sabe quién fue Zalacaín, el aventurero, Pedro Páramo, Pancho Villa, hasta judas tiene más fama que nosotras, Marcos Ramírez pero busque una mujer entre los personajes ticos, tal vez La Loca de Mandoca, Única mirando el mar, La Chela, o Candelaria del azar que reflejan nuestras vejaciones no así en ¡Mujer...aún la noche es joven! que elogia a ese mejicano Agustín Lara y todavía se la pongo más difícil. Traten de colocarles el segundo apellido a los escritores que conoces. Verdad que no lo saben, y la razón es que es el apellido de nosotras y eso...no interesa. ¡Cómo han tratado por todos los medios de ignorarnos, cuando no nos necesitan!
Me lleno de rabia cuando recuerdo aquel cuento llamado El clis de sol. ¿Ustedes creen que un alemán u holandés, culto, profesional, iba a cogerse a una campesina vieja, descalza, con más de ocho días de no bañarse?, porque has de saber que esos hogares no tenían baño como ahora sino un escusado de hueco con techo de hojas de caña y cubierto con sacos de gangoche, donde los sábados nos bañábamos con peroles. No, el tal niño jamás podría ser de esa campesina ignorante. A lo sumo ese europeo le echaría el ruco a la hija de quince años, jovencita y agraciada pero a la madre no. Sí, ese escritor se burlaba de nosotras las campesinas y sugería que éramos fáciles, traidoras y que le dábamos vuelta al marido cuando trabajaba en el cafetal. Si supiera que ni siquiera nos alcanzaba el tiempo para hacer el oficio de la casa a pesar de que no teníamos que limpiar los pisos de tierra pero sí atender la chiquillada que teníamos, lavar los chuicas y preparar el gallito. ¿A qué hora íbamos a coquetear con extraños a quienes les teníamos vergüenza y corríamos con solo verlos, del susto?
Sí güevones, la vida nuestra estaba circunscrita a la casa, al río a lavar la ropa y la iglesia cuando los domingos íbamos a misa a dar gracias a Dios... por tantas desgracias que padecíamos. Nunca me olvido cuando tenía uno de los güilas con lombrices y a la salida de misa le pregunté a Quicón, el médico del pueblo, que qué podía darle para matar tanta lombriz que le salían por el culito al chiquillo y el gran cabrón me respondió que comprara en el mercado un yigüirro. Teníamos que acudir a los curanderos del lugar para que nos dieran bebedizos hechos de hierbas que a veces servían y otras no y entonces hasta morían por falta de atención médica. Muchas veces tenía que maniatar unas gallinas para salir de mañanita hacia el mercado, con el chiquillo a cuestas, para venderlas y luego pagar el doctor y comprar las medicinas. No se crean que teníamos tiempo para esas majaderías de los escritores de la ciudad. Ellos sí podían tirársela rica en Nueva York, contando los dólares del café de sus haciendas, mientras nosotras nos jodíamos cogiéndolo y jalándolo en los cafetales. Eso no era un paraíso como los hombres lo han dicho.
Y para peores males los hijos de los gamonales venían a tirarnos los boletos por cada cajuela de café que entregábamos y se aprovechaban para engatusar a nuestras hijas y zamparles panzas que luego olvidaban. ¡Qué vida ésa! ¡A tiempos aquéllos! Y los viejos suelen decir que los tiempos de antes fueron mejores que los de ahora. Tal vez para los ricos hacendados y sus hijos pero no para quienes doblábamos la espalda para soportar tantos males juntos. Y suelen decir que esos valores se perdieron y yo digo por dicha, porque eran injustos, desiguales, violatorios, esclavizantes de hijos y mujeres y pobres en general. Los valores que hoy se invocan no existieron. La igualdad, la libertad, la solidaridad, solo se paracticaba entre los mismos pobres, los mismos derechos no existían para todos, solo para los poderosos y aún nosotras cuando pertenecíamos a la clase dominante, éramos agredidas, solo que por conveniencia nos quedamos calladas. Porque otra cosa a que nos han sometido siempre es a quedarnos calladas, calladita, más bonita. No hable, calle y obedezca, como robots. Pero hoy estudiamos, nos divertimos y poco a poco, nos defendemos. A las campesinas y de barrios pobres si hablan mucho, las matan, por lo menos con nosostras, las de arriba, se hacen los chanchos, nos aguantan mientras nos necesiten.
Es que los hombres siempre han sacado provecho de nosotras, nos venden, nos usan de mampara para sus negocios, somos sus burros, damas de compañía o putas disfrazadas y cuando ya estamos cacharpeadas buscan otra y así como chancletas viejas nos tiran. Nos hacen creer que nos toman en cuenta cuando en sus discursos hablan de ellos y ellas para que votemos por ellos y cuando están en el poder, nos pasean y exhiben como muñecas, pero nunca nos dejan entrar en el poder. Somos secundonas y eso hay que cambiarlo. Un puesto no significa que tengamos el poder. Es solo un barniz, un engaño. El poder se ejerce con obras y no con palabras. Y ya me estoy poniendo fantasiosa sin medir las posibilidades reales de esos proyectos.
Así es escritores cabrones, pónganse las pilas y déjenos libres para contar nuestras historias, dénos libertad y dejen de utilizarnos para lamentos y contar lo que ustedes creen de las mujeres, pues no saben nada de nosotras. Solo narran apariencias, deseos frustrados, proyectos fallidos, estereotipos de mujeres castradas. Es una súplica, no más historias aberrantes, mujeres víctimas, desteñidas, ignorantes, violadas, vistas por la moral de ustedes. Dejen, por favor, que seamos nosotras las que desnudemos nuestra esencia, nuestra vida, nuestros deseos, nuestros males, dolores y esperanzas.
¿Que cómo vamos a llamarle a este escrito, cuál es el género? A ustedes eso qué les importa. Solo es la voz de La Innominada que está encachimbada.
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Benedicto Víquez Guzmán