FRANCISCO CARTÍN RODRÍGUEZ
(1941)
Francisco nació el 15 de abril de 1941 en San José. Se graduó de médico cirujano en
Realizó estudios de postgrado en
Escribe novela y cuento. Pertenece al taller literario que dirige Carmen Naranjo Coto.
LO QUE HA ESCRITO FRANCISCO CARTÍN RODRÍGUEZ
NOVELA
1. ¡Baila rumbera...Baila!: 2000
CUENTO
1. De molinos y otras cosas: 2006
La primera novela que ha escrito recibió el nombre ¡Baila rumbera...Baila! y la publicó en el año 2000.1
Es una grata sorpresa haber leído esta novela de un autor poco conocido en el ámbito literario. La obra es polifónica, multifacética, carnavalística y utiliza una serie de perspectivas y verdades relativas que le hacen ofrecer una historia compleja del mundo de las relaciones humanas y sobre todo familiares. Maneja con gran propiedad el punto de vista y aleja el narrador de lo narrado, lo suficiente para abrir las narraciones, desde ángulos propios de los personajes o acercamientos disimulados, de una voz omnisciente. Con ello la novela se torna creíble, importante, crítica, contestataria y muy humana.
No hay duda de que la sociedad actual ofrece una temática desgarradora para la convivencia interfamiliar y hay un polo que sufre las consecuencias de unos valores caducos, unipersonales, enajenantes y disimulados o ignorados por una parte mayoritaria de los componentes sociales y sus instituciones, sean éstas formales, como la educación y la religión o informales como la tradición cultural popular y las costumbres. Esto retrata, desnuda, ausculta, devela, la novela. El código tradicional en que descansan las relaciones personales en el hogar actual, está en crisis. El papel clásico de la mujer y los hijos, tal y como nos lo han programado durante tantos años, no responde a unos valores justos, equitativos, propicios para ejercer la libertad, la felicidad y el desarrollo personal de todos los miembros en inigualdad de posibilidades. Es lo que comúnmente se ha llamado machismo pero que hoy ha llegado a extremos intolerables, como es el asesinato.
La novela ofrece una gama compleja de situaciones donde la mujer es víctima del maltrato y la vejación por parte del hombre. Abuelos, padres e hijos, viven, sufren, padecen, son víctimas de ese lugar común llamado hogar que asfixia sus vidas y los obliga a sufrir de diferentes formas: ignorarlas, maltratarlas de palabra, ofenderlas, agraviarlas, avergonzarlas, forzarlas a realizar lo que no desean, privarlas de las más elementales formas de vida, pegarles físicamente y hasta atentar contra sus vidas. A los hijos, explotarlos, obligarlos a estudiar lo que no les agrada, casarlos, con quienes ellos creen, son personas adecuadas. En otras palabras castrarlos, convertirlos en sus fracasados proyectos e impedir, desde todos los puntos de vista que sean ellos mismos, felices o no pero bajo su entera responsabilidad y elección.
Toña, la hermana que defiende hasta con su vida a Mariana y se convierte en aliada de ella y Marcela que se rebela contra la tiranía e insolencia de su padre, son las mujeres que con su conducta, su aguante, su valentía, su coraje, se enfrentan a una sociedad latinoamericana machista. La primera, no sólo deja a su marido e hijos y regresa a su casa, en San Carlos a rehacer su vida, ya vieja, sino que se convierte en un ejemplo para sus propios hijos y su hermana que sale a correr mundo para lograr cumplir sus metas. No le aparece un ambiente fácil, debe trabajar, luchar, arañar, bailar, cantar y una gama increíble de trabajos para ir conformando su mundo, su felicidad, sus alegrías y tristezas, éxitos y fracasos, pero al fin sus propias y posibles decisiones hasta llegar a morir de tuberculosis, en tierra mexicana, olvidada por su hijo Mario y esperada con amor por su hermana, Toña.
Las dos familias, la de los padres de Toña y Mariana y otros más, así como la formada por María Antonieta y Fernando, son corrientes, no tienen nada de sobrenatural ni extraordinario. Son dos hogares cristianos como miles en este país. Lo extraordinario es el papel que juegan las mujeres, no todas pero al fin, las dos hermanas rompen con entereza, con valentía, la cárcel de horror, que tras las puertas de una casa, bonita o fea, grande o pequeña, con garaje o sin él, con finca o sin ella, encierra, para las mujeres e hijos en general, la fuerza y la brutalidad de machos que se creen dueños de ellos por la gracia de Dios y el beneficio que da el poder.
Por último deseamos señalar que la novela no es un clásico panfleto de feminismo histérico sino un mural de relaciones humanas complejas donde unos miembros sufren más que otros y nadie es feliz. Todo bajo el manto de un lenguaje altamente literario y por ello polisémico.
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