La enunciación y el enunciado

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LA ENUNCIACIÓN Y EL ENUNCIADO

 

 

Los inicios de la novelística costarricense, sin entrar aún a valorar si son realmente novelas o no y si tienen valor literario, ofrecen ejemplos claros donde los límites entre autor y  sujeto de la enunciación Se, así como con el sujeto del enunciado Sp, se confunden y sin temor a equivocarnos, podríamos afirmar que se trata de textos que por la misma razón se mantienen en los límites mismos entre la historia, la crónica, la biografía y la literatura, favoreciendo ampliamente a las primeras. Así, por ejemplo, si tomamos las llamadas novelas históricas de Manuel Argüello Mora, tales como: El huerfanillo de Jericó (1888), Elisa Delmar (1899), La Trinchera (1899), La sonámbula del Pirro (cuento) (1888), o Misterio (1888), vamos a constatar lo afirmado anteriormente.

 

 

En El huerfanillo de Jericó, el sujeto de la enunciación recuerda, desde un presente de adulto, la historia de su niñez e infancia:

 

 

"Hoy ha mejorado mucho aquella zona y se puede asegurar que de Carrillo a Jiménez el clima es tan sano como el de Esparta, Susurres y demás puntos del Pacífico."1

 

"Hoy se disfruta de una temperatura agradable."2

 

El sujeto de la enunciación da la palabra a Pedro, que es un personaje y en primera persona cuenta su vida picaresca desde la edad de diez años, hasta una edad más o menos de quince. Él mismo dice que escribió y decidió publicar su historia por temor a ser tratado como ladrón. Esto por cuanto el negro Felps (otro personaje), un amo que tuvo, le regaló un reloj de bolsillo con un diamante. A pesar del truco utilizado por el autor se ve claramente que el sujeto de la enunciación es el mismo que el sujeto del enunciado y hay pocas razones para no asegurar que es el mismo autor, como luego se verá, pues el grado de verosimilitud es paupérrimo. Los razonamientos, las valoraciones, los juicios, del niño, pertenecen a la categoría de un adulto.

 

En Elisa Delmar del mismo autor, el sujeto de la enunciación narra un episodio nacional: el desembarco de Mora y Cañas en Puntarenas, su atrincheramiento y la participación de una hija de Cañas, Elisa Delmar, en el ejército Nacional, con el fin de salvar vida de su padre. A pesar de que el sujeto de la enunciación narra en primera persona sin identificarse con un nombre propio, es fácil constatar que se trata del autor pues se refiere a otros escritos suyos.

 

"En otra obrita de este mismo género encontrará el lector la relación de este trágico suceso. Por ahora solo relacionaremos la historia del cruento fin de Cañas."1

 

Y más adelante dice:

 

"Al joven don Manuel Argüello Mora diole un arazo, diciéndole:

- Esto me huele a viaje largo; al país de donde no se vuelve nunca."2

 

Sería redundante insistir en que el sujeto de la enunciación y el sujeto del enunciado son la misma persona que el autor. Más parece una crónica que otra forma.3

 

Otro aspecto que aparece en las obras de Manuel Argüello Mora es la incorporación del lector social violando el postulado número uno antes formulado.

 

"Ahora bien, querida lectora: queréis saber cuál era la desconocida ninfa que había hipnotizado a Julio."

 

"Sí señoras, Ester Montealegre, era el objeto del desesperado amor de Julio. Decimos desesperado, porque esa unión era imposible."

 

"A los que deseen conocer esos hechos, les recomendamos la lectura de "Páginas de Historia" y la de otras publicaciones de la misma índole y del mismo autor que suscribe la presente, y que tiene el honor de besar las manos de sus lectores y los lindos pies de sus lectoras."

 

Y por si quedaba alguna duda agrega:

 

"D. Manuel Argüello Mora, Ministro secretario de Mora."

 

Se destaca no solo la identidad del sujeto de la enunciación con el sujeto del enunciado (en este caso narra la historia de unos personajes y él a pesar de que no es personaje se incluye) sino que introduce al lector social, hasta con el sexo incluido y de la clase alta a quienes desea entretener con historias tiernas y sensibleras. Se coloca casi como testigo de los hechos históricos que le acaecieron a su tío (protagonista). Hay una clara intención: enseñar la historia que vivió su tío Mora y entretener a los lectores con idilios tiernos e intrigas de tipo amoroso.

 

En su novela de mayor desarrollo Misterios (escenas costarricenses) volvemos a encontrar un narrador que no diferencia los niveles entre sujeto de enunciación Se, autor, y sujeto del enunciado que abre la segunda o tercera enunciación.

  "Nuestro viajero estaba constituido en Hércules"

"La noche de la fiesta de que nos ocupamos..."

 

"El lector probablemente supone que las reflexiones anteriores, se han hecho para preparar  la idea de que Julio Espinoza no vio en Delfina más que una mujer bonita"

 

Volviendo a Julio, o más bien al lector que supone que aquél no ve en Delfina más que una joven bonita"

 

"Esto pasaba algunos meses antes de la fiesta de que nos hemos ocupado"

 

"...y que contaremos al lector en el siguiente capítulo"

 

"Mas la verdadera causa la conoce el lector"

 

"Nuestros lectores conocen ya el dichoso bambino salvado por Florencia, que no es otro que el arrogante Julio Espinoza"

 

"Inventó la barbaridad que el lector conoce"

 

"Oigámoslos un rato y enterémonos del estado de su ánimo"

 

 

En este último ejemplo, el autor o el sujeto de la enunciación que constantemente interviene en la narración, invita al lector social a oír a los personajes para conocer ambos el estado de ánimo. Sabe tanto como el lector social y menos que los personajes, pero en otras ocasiones cambia de óptica y se convierte en un sujeto de la enunciación conocedor hasta de los más recónditos secretos. Poner ejemplo de las intervenciones violatorias del autor en el texto como sujeto de la enunciación o la apelación al lector social en el discurso es de nunca acabar, pero es a través de ellos como podemos encontrar la clave a este tipo de relato incipiente de nuestra literatura. No se crea que los autores actuales escapen a estas violaciones literarias. Don Alberto Cañas, hasta se da el lujo de poner en el texto llamadas de atención (notas a pie de página), para esclarecer hechos, veracidad de los personajes, etc. y sobran los ejemplos en otros autores contemporáneos.

 

"Nosotros haremos lo mismo relatando antes las peripecias de ese paseo, (y viene la valoración) el más agradable que puede hacerse en Costa Rica".1

 

Y en el colmo de violación literaria afirma:

 

"Aunque a nadie confió ese secreto el reservado polaco, nosotros, con el privilegio que tiene todo novelista de adivinar lo presente y  lo futuro, diremos que..."

 

El marcado interés por parte del autor para que el lector reconozca en la historia que se narra, acontecimientos de la vida real en Costa rica, es propio de la incipiente narrativa que daba los primeros pasos en la vida literaria de ese entonces y el despegue de la misma de la crónica y la historia hacia la ficción.

 

Ofrecer más ejemplos donde el sujeto de la enunciación es violentado por el autor o el Destinatario por el lector social es fácil y los encontraremos en todos los momentos históricos de nuestra literatura. A pesar de ello deseamos dejar otros de algunas novelas consideradas entre las más destacadas de nuestra literatura.

 

Yolanda Oreamuno Unger escribió una novela muy elogiada que llamó La ruta de su evasión (1948). Observemos:

 

"La figura de la agonizante casi se yergue, pero todo quedó en un estertor. Porque esto que relatamos, pertenecía al penoso pasado. En la teresa de entonces quedó también en proyecto la voluntad de pararse frente a don Vasco y exigir".

 

 

Obsérvese la introducción del YO autor, en el sujeto de la enunciación "relatamos". Se acerca al yo-autor y apela al lector social, lo incorpora como Destinatario y aún más, como oyente del enunciado. Le informa, le explica, le guía.

Y deja el relato para ofrecer al lector unas lecciones de urbanidad y de buen comportamiento en la mesa:

 

"Las buenas maneras se han de adquirir en la infancia, cuando todavía "podemos" (sub. Nuestro) imponer un sello personal a lo aprendido, y no "nos" cuesta ni adquiere ni dar. Entonces se vuelven fáciles, se incorporan medularmente a los gestos habituales; toman de estos la naturalidad, y le dan belleza a lo superfluo, entonces la mecánica de la emoción se disciplina, obedece como el sistema nervioso, actúa eficazmente y se ejecuta sin esfuerzo."1

 

En este párrafo se apela al lector social y el sujeto de la enunciación se incorpora en el enunciado como si fuera un sujeto protagónico, da consejos, opina, y elogia la educación en la infancia, cuando ha sido bien dirigida por los padres. El párrafo sobra, estropea la narración de la historia narrativa. Es opinión de la autora que desplaza al sujeto de la enunciación. Utiliza un lenguaje ensayístico, unívoco y jamás llegaría al lenguaje polisémico que exige el discurso literario.

 

Y como muestra del poco conocimiento de la autora con respecto a los límites entre autor-sujeto de la enunciación, por una parte y el Lector social-Destinatario, el ejemplo siguiente elimina esas barreras propias de la narración dialógica para categorizarse como novela polifónica, tal y como lo señalara Julia  Kristeva:

 

"Y allí, ante los ojos de la persona para quien representaba, se retrovertía nuestro hombre, (Don Vasco), daba la vuelta."

 

Y más adelante:

 

"En aquella casa uno se sentía mirado."

 

Debemos aclarar que quien narra es un sujeto de la enunciación primaria y no un sujeto protagónico. De ahí la violación al postulado primero de la poética descrita.

 

 

Este inocente "uno" evidencia y retrata de cuerpo entera a la autora, viviendo, participando, opinando, tomando bando y con ello persuadiendo al lector a entrar en su tutela, su ideología, su óptica.

 

Pero no toda la novela contiene este tipo de violaciones, hay partes donde el sujeto de la enunciación o el protagónico, deja que sea un personaje quien asuma la enunciación y presente su punto de vista. Esta penetración psicológica dentro del personaje protagónico se realiza a través de la segunda persona y abre la posibilidad del monólogo interior y con ello el conocimiento objetivo-subjetivo de su interioridad.

 

"Tú eras bella. ¡Claro que eras bella! Ahora, en esta absurda posición de la que no te moverás más, maltratada por dolores y castigos eres fea.

Horriblemente fea. Pero eras bella. Siempre es satisfactorio haberlo sido. Recuerda..."1

 

El uso de la segunda persona como sujeto de enunciación protagónica obliga a cambiar el tiempo y llevarlo al futuro, con intercambios de imperativo. Es una especie de conciencia del mismo personaje que le habla. El Yo se refiere a un tú del enunciado (personaje) que se puede homologar con él mismo. Esto permite observar una especie de diálogo consigo misma (Teresa) y esa fórmula es la del monólogo interior. Es ella quien ve su presente, recuerda su pasado y visualiza el futuro y se da ánimos.

 

"Porque en este minuto inconmensurable en que rindes cuenta de ti misma, has revivido todo"1

 

"Rindes cuenta de ti misma". Hay una homología entre el sujeto de la enunciación y el personaje de quien se habla. El oyente permanece oculto. Posiblemente el párrafo no alcance la categoría del monólogo interior que en autores como Joyce se tornan monosilábicos, inconscientes, llenos de imágenes a veces contradictorias, pero por lo menos es un intento de iniciarse en ese tipo de discurso.

 

Pero el sujeto de la enunciación no solo se reprocha como personaje sino que lo hace con los otros personajes:

 

"¿Dónde están, Aurora, todas tus verdades?

 

Y de seguido explica:

 

"Desde luego que éste era el pensamiento de Aurora, no asumimos responsabilidad por él."2

 

En conclusión, a pesar de ser La ruta de su evasión una novela considerada como la más innovadora en las técnicas narrativas y altamente elogiada, un análisis apenas riguroso muestra las deficiencias de la novelística costarricense y ejemplifica la permanencia del paradigma de la novela monofónica hasta nuestros días, salvo pocas excepciones.



1 Argüello Mora, Manuel. El huerfanillo de Jericó, p. 122.

2 Ídem, p. 122.

1 Argüello Mora. La Trinchera, p.150.

2 Ídem, p. 155.

3 Ídem, p. 215.

 

1 Ídem. Volcán Irazú, p. 266.  Ídem, p. 282.  Oreamuno Unger, Yolanda. La ruta de su evasión, p. 34.

 

 

 

1 Ídem, p. 40.

 

 

 

1 Ídem, p. 47.

1 Ídem, p. 49.

2 Ídem, p. 273.

 

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