Moisés Vincenzi Pacheco...cont. 2

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La novela Pierre de Monval es la tercera y la publicó en 19351 aunque la terminó de escribir en 1934, en Platanillo, Costa Rica.

 

En una especie de prólogo del propio autor se pone en autos al lector sobre la naturaleza de la obra y el lugar donde se desarrolla, así como el tiempo cronológico. Sucedió en un Barrio Latino de París, en el año 1928, cerca de los jardines de Luxemburgo y como veremos después en un hotel y algunas excursiones a la playa, por las tardes para bañarse unos momentos.

 

Se utiliza el típico encuentro de unos manuscritos de un autor desconocido, en este caso francés y el autor se convierte en un simple traductor. Afirma que la obra no pertenece a ningún género conocido, no tiene orden, es irregular, confusa y posee una variedad de estilos. Su ambiente lo anuncia como un huracán subjetivo.

 

En realidad si existe un género donde cabe casi todo es en la novela. Es noble y acepta cualquier cosa que le haga más expresiva y significativa, otras novelas, cuentos, escenas dramáticas, textos, poesías, películas, Chat, dibujos, fotografías, citas, voces, perspectivas diversas, colage, murales, fábulas, relatos, interrupciones, etc. Su estructura es abierta y puede configurarse desde un sin fin de formas: solo diálogo, solo descripción, reflexivas, etc. Las hay de diferentes temas y muchas veces entrelazan variedad de ellos. La novela no tiene límites de ninguna especie. Sobra cualquier justificación para prever al lector avisado.

 

Pierre de Monval es una novela tradicional. Ahora bien, que tenga valor literario y sea una obra excelsa, habría que demostrarlo y pareciera que sería fácil llegar a lo contrario. A pesar de admirar a Marcel Proust, Stendhal y Joyce, entre otros, citarlos en sus novelas y comentarlos en las tertulias sobre el género novelístico y resaltar sus características, lo cierto es que no aplica en sus propias novelas lo que reseña. Hace todo lo contrario. Nunca llega a un monólogo interior, pero ni siquiera de imitación burda, al estilo de Joyce.

 

Moisés Vincenzi Pacheco fue, por excelencia, un filósofo, un crítico, un erudito autodidacta y, a pesar de haber incursionado en el género narrativo de la novela con la creación de cinco de ellas, no sobresalió como novelista. La razón es simple y está a la vista, utilizó las novelas para exponer sus ideas sobre diferentes temas, inclusive de arte, literatura y género. Esta misma novela que comentamos le sirve y así lo hace saber en el subtítulo de la misma, para adentrarse en la reflexión sobre los caracteres humanos, el mundo de las ideas, la escritura de novelas y dramas, el mundo sentimental, la metafísica y sobre las teorías del conocimiento de algunos pensadores de su agrado. Por ello sus novelas se convierten en pretextos, formas para sus ulteriores y más importantes proyectos.

 

Pierre de Monval forma parte, es el primer tomo, de un proyecto mayor que pretende adentrarse en el mundo interior de los seres humanos, La señorita Rodiet y Elvira, forman parte de este tríptico. Es la primera novela de las letras costarricenses que se propone como "novela psicológica" típica. Hasta 1935, en Costa Rica y si somos rigurosos, hasta nuestros días, ningún escritor costarricense se ha interesado por escribir novelas psicológicas y cuando se han creado algunas  con personajes enajenados, como en el caso de Virgilio Mora, lo que priva más bien es la denuncia de ambientes hostiles, degradantes en donde viven estos personajes pero nunca personajes abiertamente típicos de las novelas psicológicas, tales como El Jugador: 1866 de Dostoievski (1921-1881), novela típica psicológica, donde priva la pasión sobre la razón, lo emotivo, lo sentimental, la interioridad del personaje sobre la exterioridad del mundo social y físico. Escritores como Marcel Proust (1871-1922) y sus obras El mundo de los Guermantes (dos tomos, 1920-1921) y La Prisionera: 1923 así como de Goethe: 1749-1832 con su obra Wilhen Meister: 1921, son inspiradores de Pierre de Monval, "El ensimismado".

 

Un encuentro casual en un hotel, permite a Monval, novelista, filósofo, conocer a Ivonne Rodiet, joven de una belleza especial, culta, atractiva y enigmática. Otras jóvenes se pelean el amor de Monval por ser un hombre famoso pero los favores de él se dirigen a la señorita Rodiet. Su relación se establece en un riguroso programa social: cenas en el restaurante, paseos en el jardín, viajes cortos al mar por la tarde y un viaje a Venecia con paseo en góndola sobre las contaminadas aguas de los canales. Estas escenas son indispensables para abrir conversaciones entre ellos y en algunas ocasiones con el padre de Ivonne presente. Digo conversaciones cuando en realidad el que habla es Monval ininterrumpidamente. Divaga por un sin fin de temas acordes con el arte novelesco, el teatro, la interioridad de los personas y para ello se sirve de ejemplos que muchas veces se convierten en historias intercaladas interesantes, tales como la historia de sacerdote piadoso Bernard y tratado de loco y la maledicencia de Bloy (el chismoso) que antes de morir se confiesa con Bernard y le comunica sus mentiras con respecto al honor  de la señora Boll y las dudas de su esposo Louis que hicieron un infierno de su relación y llevaron a su hijo pequeño a odiar al padre por hacer llorar a su madre, a pesar de amarla. El sacerdote infringe el secreto de la confesión y comunica a los esposos el pecado de Bloy. Luego envía una carta a su superior confesando su culpa. Antes de ser perdonado muere.

 

Este relato es típico de la novela psicológica. Pasiones extremas, tanto en los esposos, sobre todo de Louis que duda de la mujer que ama, víctima de los chismes de Bloy. Pasión que le impide razonar y comprender que su mujer es inocente, que la ama y que está destruyendo con ello a su propio hijo. Amores que matan. Por otra parte el sacerdote que ama más allá de la prohibición y prefiere pecar y salvar el hogar de sus amigos. Además se había convertido en el defensor de los desvalidos a quienes contra todos los pronósticos había recluido en un hogar comunitario y les rescató de la pobreza extrema.

 

Muchos  otros ejemplos se exponen en esta novela, sobre personajes típicos, situaciones extremas, como la descripción de una escena dramática, donde los personajes, a través de gestos, llegan al clímax al contemplar las ruinas de dos personajes víctimas de sus celos y pasiones: traición y honor. O la historia de la jorobada bella y sus amores con el poeta que solo ha llegado a ver su carita junto a la caja registradora del restaurante de su padre.

 

Como paradoja, la novela termina con una apología a la guerra:

 

"Toda una raza canta, con sus sabios, sus artistas y sus filósofos, la necesidad de la guerra y su razón biológica de existir"1.   

 

Novela psicológica-filosófica, es posible. Se rescata esa intencionalidad pero como pretexto para fines reflexivos y no necesariamente literarios. Los caracteres de los personajes se describen como tipos, se observan, se comentan pero no forman parte consustancial de los personajes. Pierre de Monval, como personaje-autor, testigo, novelista, dramaturgo y filósofo no llega al lector viviendo, actuando, haciendo, creando, sufriendo, exponiéndose al espacio y tiempo, los avatares existenciales sino que está prefabricado, no se hace sino que está hecho, por eso el lector posiblemente empiece la novela pero la deje mucho antes de llegar a la mitad, a pesar de ser de corta extensión. Los personajes están demasiado codificados, programados, rígidos y a pesar de incursionar en la interioridad de ellos solo se hace por el discurso y no por la experiencia. Son más convincentes las historias intercaladas que permiten observar a los personajes actuando, viviendo, sufriendo, equivocándose o acertando que los códigos férreos, las camisas de fuerza, de las prejuiciadas y devaluadas apologías de la vida sentimental, de marionetas imitadoras de los seres humanos.

 

Como el checo Milan Kundera creemos que:

 

"La sensibilidad es indispensable para el hombre, pero se vuelve temible desde el momento en que se le considera como valor, un criterio de la verdad, la justificación de un comportamiento. Los sentimientos nacionales más nobles están listos para justificar los peores horrores; con el pecho henchido de sentimientos líricos, el hombre comete bajezas en el nombre sagrado del amor"1

 

Y este mismo escritor, Kundera, recuerda la frase de San Agustín, para remontar el origen de ese culto al sentimentalismo como valor, en el cristianismo.

 

"La elevación del sentimiento al rango de valor se remonta a muy lejos, tal vez hasta el momento en que el cristianismo se separó del judaísmo. "Ama a Dios y haz lo que quieras". Dijo San Agustín. La frase célebre es reveladora: el criterio de verdad se desplaza del exterior hacia el interior, hacia lo arbitrario de lo subjetivo. La ola del sentimiento de amor ("¡ama a Dios!") reemplaza a la claridad de la ley y se vuelve el criterio (¡cuan flojo!) del comportamiento".2

 

Esta novela tiene el mérito de ser la primera de la especie, de resaltar la importancia del mundo privado como rasgo esencial del género novelístico, tanto en el individuo como en la sociedad y la historia. Estos dos últimos los agregamos nosotros. Nuestras letras esperaran la llegada de Yolanda Oreamuno Unger para incursionar en el mundo interior de los personajes y revelar sus intrincados y contradictorios laberintos psicológicos y sus relaciones con el mundo exterior que en gran cantidad de casos los determinan, a Joaquín Gutiérrez Mangel, a Max Jiménez Fuete y otros más recientes como Samuel Rovinski y Daniel Gallegos. Tendremos ocasión de referirnos a ellos en su debido momento.

 

La señorita Rodiet es la cuarta novela que escribió Moisés Vinzenci Pacheco y la publicó en 1936.3

 

Es el segundo tomo que continúa con la novela anterior. Tiene las mismas características de las obras anteriores. En esta novela la señorita Ivonne Rodiet se convierte en un personaje autor de novelas. Incorpora las características de una intelectual erudita que no solo ha leído la literatura de su época, sobre todo las novelas sentimentales y románticas, así como los escritos de Pierre de Monval, y los más destacados filósofos griegos y romanos, ingleses, alemanes e italianos. Oscila en sus pensamientos y discursiones entre Pierre y Brunillo con quienes forma un teórico triángulo sentimental que no va más allá de sus meditaciones.

 

La novela se convierte en un denso discurso reflexivo sobre poética, preceptiva literaria, psicología descriptiva, lecturas y conversaciones entre Ivonne, su padre, el doctor Piperaud y su esposa, un tanto inculta. Es más un manual filosófico, una normativa preceptiva cobre la literatura y el arte de escribir sobre todo novelas, las características de los posibles personajes, sus caracteres, sus comportamientos, su naturaleza. También se aprovecha para insertar algunas escenas picarescas, narradas con un lenguaje evocativo de la época, sobre curas y pícaros un tanto ingenuos y superficiales.

 

La novela termina con una amplia descripción de diferentes caracteres humanos y el propósito de la señorita Rodiet de escribir una novela. Posiblemente Elvira, la última novela escrita por Moisés Vincenzi Pacheco, sea la obra que se perfiló en las dos anteriores.

 

Elvira que la escribió en 1940,  es la quinta novela.1

 

Es un claro ejemplo de  novela rosa y folletinesca, del más acentuado sentimentalismo amoroso, con todos los ingredientes de ellas. Reconocimientos, orígenes nobles, encuentros fortuitos, separaciones, uniones emocionantes y finales felices. Es el típico chantaje sentimental, propio de estas novelas.

 

La historia se desarrolla alrededor de la figura de Alberto Manara Bassi, hijo de Andrés Alvarado y Emma Casanova pero su origen se mantiene en secreto pues Emma fue embarazada siendo soltera y viajó a una ciudad lejana. Ahí dio a luz y dejó a su hijo en una familia de campesinos a quienes les mantuvo una mensualidad para su crianza y educación. Ellos hicieron lo solicitado pero con su hijo que era de la misma edad que Alberto. A éste lo castigaban y maltrataban y le encomendaban las peores labores de la casa, mientras que al propio le educaron con empeño en la universidad. Muy joven Alberto, huye de la casa y viaja por diferentes lugares como un pordiosero hasta que llega a la casa del Hacendado don Fernando Casanova, su hermana Emma (la madre)  y la hija de don Fernando Elvira (su prima). Ahí es recibido para que trabaje como criado. Luego de un tiempo en el que se desempeña con esmero y muestra interés por la lectura, es sorprendido por Elvira sustrayendo libros de la biblioteca y a pesar de que los devuelve, ella se enoja y logra que su padre lo despida. Este viaja a la ciudad, cambia su nombre por Mariano González y conoce unos señores: Dimitri y don Alejo que le brindan todo su apoyo, comienza a estudiar y leer los libros más variados. Se gana  el aprecio de ellos y el amor de Alicia, la hija de don Alejo. Asiste a diferentes charlas y reuniones de amigas de Alicia y se ve rodeado por la admiración de ellas. Al fin y como es corriente en la novela, Alicia enferma repentinamente y antes de morir Alberto solicita casarse con ella. La boda se realiza y poco después muere la joven. A los pocos meses decide abandonar la casa de su Alicia fallecida y regresa a la mansión de don Fernando. Es bien recibido y, sorpresa tras sorpresa, Elvira ha cambiado su temperamento, ya no es soberbia e insolente. Se establece cada vez más una estrecha relación amorosa entre ellos que los lleva a enamorarse. Emma, por casualidad descubre que Alberto tiene un lunar en el hombro y así se da cuenta que es su hijo. Conversa con Pedro, el jardinero que era el correo con la familia campesina que le traía noticias del camino que seguía su hijo abandonado y se entera de la verdadera historia de Alberto. Se alegra de tener a su hijo con ella y Elvira que le vio conversando con Pedro lo interpela y logra conocer también la verdad. En el cuarto de Emma se ponen de acuerdo y deciden proteger al joven contra cualquier adversidad. Cuando llega su padre de un corto viaje, las oye conversando sobre ese asunto y entra al cuarto, les comunica su complacencia y promete ayudar a su sobrino en todo lo necesario. Comunican a Alberto la decisión de que él sea el tesorero de la familia y quien administre los bienes, él acepta si dejan a Elvira como su secretaria. Todo es felicidad. Alberto intensifica sus charlas amorosas con su Elvira con la complacencia de todos. Un día Alberto descubre a Emma, Fernando y Elvira discutiendo en el cuarto y decide enviarles una nota donde les comunica que los deja, pues él les ama y no desea que por culpa de él sean infelices. Fernando le suplica a Alberto que se desplace al salón familiar y ahí le solicita que abrace a su madre. El secreto termina. Después en la intimidad Alberto le cuenta a Elvira su origen de pobreza y ésta le besa tiernamente. A los días en una fiesta entre amigas, Emma, para rescatar a su Alberto de una muchacha y los celos con un seudo pretendiente de Elvira, fija la fecha del matrimonio de su hijo con Elvira. Las jóvenes discretamente abandonan su casa. Pero las sorpresas aún no terminan. Un mendigo llega, con frecuencia, a la casa de campo (¿Monte de la Cruz?) y discute con Emma y después de algún rato se va. Alberto se percata de ello y se decide atrapar al mendigo. Un día lo sorprende cuando entra a la mansión y le dispara antes de saber de quien se trata. El mendigo resultó ser el padre de Alberto, Andrés Alvarado, que tenía el vicio de tomara licor (y no vino). No muere pero promete no volver a esa casa y la familia le da dinero para que se aleje para siempre. Poco después Elvira se casa con Alberto y el paraíso se abre a sus puertas.

 

La misma descripción de los acontecimientos es elocuente y permite comprender muchas cosas de esta novela de Moisés Vincenzi Pacheco.

 

En primer lugar no cabe duda de que se trata de una novela sentimental, amorosa y folletinesca. Pero esa trama sensiblera deja entrever aspectos más importantes. Por ejemplo, el mundo en que se desenvuelven los personajes es de una Costa Rica propia de los muy ricos. Es la clase aristocrática, la que tiene derecho a estudiar, a biblioteca, a viajar, a tomar vino, a tener criados, mansiones, cabañas, piscinas. Los pobres se miran de lejos, como esclavos, pordioseros, malos, intrigantes, engañosos, viciosos, vagabundos. La misma visión de una joven escritora amiga de Alberto o Mariano, sobre la sociedad y los políticos es típico de esa clase. Es el gobierno y la organización política cristiana, moralista, naturalista, basada en la caridad. Los pordioseros deben ser recluidos en talleres y los ancianos en asilos.

 

"La sociedad debe garantizar a sus miembros, el trabajo, el pan y el techo. Fuera de esto, cada uno buscará su propia colocación en la vida, de acuerdo con la herencia que la naturaleza misma - la sola responsable de esto en su mayor parte- le haya otorgado." 1  

 

Los comentarios sobran. Nos podríamos preguntar ¿quién es esa naturaleza que todo lo decide y lo juzga conveniente, Dios?, ¿el destino?, ¿la suerte, la casualidad, la mala fortuna? Es fácil justificar las injusticias sociales, el poder económico, la riqueza por herencia, por el robo y el despojo del más fuerte, por la guerra, la matanza, el genocidio, el engaño, la imposición disfrazada de convenio o tratado.

 

Es curioso, a pesar de tratar casi todas las novelas de este escritor el tema amoroso, la impresión que nos deja es que éste no existe sino como una abstracción, una idea. Ni Pierre de Monval, ni Alberto son capaces de amar. Ambos disfrutan ser el centro de atención de jóvenes bellas, ser adorados, idolatrados, admirados, elogiados, más que como hombres o seres humanos, como intelectuales, escritores, objetos bellos, hedónicos. La mujer es una especie de protectora, admiradora, elogiadora que reafirma la valía o plusvalía del macho idea, exitoso pensador, poeta, novelista más que un compañero, un amante, un hombre. Es una variante del machismo posesivo. Aquí la mujer se le pide y admira no solo por la belleza física sino por el interés que dedique al cultivo de las letras, pero no por sobresalir ellas sino para que puedan admirar más al hombre idea. Nos recuerda esta variante a "las abuelitas" de Alexander Obando en la novela El más violento paraíso", escritoras de literatura infantil oficialista, positivista, de doble moral, ocultadoras de la realidad y refugios de estructuras de consolación.

 

Por último, resta señalar que aunque sutilmente hay una abierta oposición al materialismo histórico y el método dialéctico marxista que no el hegeliano, aunque el origen sea el mismo, en lo que menos debería ser motivo de oposición y quizás hasta en una ingenua interpretación política de esa teoría.

 

"La nivelación de los valores marxistas, en unidades homogéneas de trabajo y de tiempo, deforman la masa vital, su flujo inasible e infinitamente múltiple, en fórmulas secas y  vacías. La igualdad de los derechos del hombre es, desde este punto de vista, un ideal romántico inalcanzable. El comunismo es cosa abstracta, que persigue la justicia con huecas palabras."1

 

Toda teoría es abstracta y persigue explicar la realidad y encontrarle sentido, conocerla. La teoría se obtiene de la realidad y no es la teoría la que crea la realidad. El hombre no ha hecho otra cosa que explicar la realidad, conocerla y en esta tarea ha creado deferentes métodos no sin antes pasar por los conocimientos mítico, religioso, hasta llegar al científico. Así la verdad se logra después de ser sometida a rigurosos análisis, comprobaciones, experimentos, etc. Pero entonces el hombre ha legado a grandes alcances científicos que día con día explican fenómenos antes indescifrables y esa seguirá siendo su función principal. Nunca llegarán a crear la realidad sino a explicarla. Lo que el hombre sí puede y de hecho ha logrado es alterar procesos, cambiar comportamientos, construir métodos capaces de eliminar enfermedades, transformar conformaciones genéticas, etc. Hasta hoy siempre ha partido del conocimiento de lo existente. No ha creado nada de la nada.

 

Todos los sistemas políticos y organizativos de la sociedad humana son abstractos y por lo tanto, a pesar de que se fundamentan en la experiencia, el análisis, los hechos, siempre son aspiraciones, ideales que el hombre se propone pero que nunca alcanzan la perfección. Los mismos valores universales son muestra de ello, o ¿habrá alguien que abiertamente se oponga a la justicia, sea ésta individual o social, la igualdad en los derechos, la dignidad, la vida, la comida, la vivienda, la salud, la educación, la libertad en todas sus manifestaciones y otras que están por declararse aún o son de menor cuantía?



1 Vincenzi Pacheco, Moisés. Pierre de Monval. Editorial Trejos, San José, 1935.

1 Vincenzi Pacheco. Ob. Cit., p. 206.

1 Kundera Milan, La polifonía de la novela., París, julio de 1981. En: Internet.

2 Ídem, p. 2.

3 Vincenzi Pacheco, Moisés. La señorita Rodiet. Ed. Trejos, San José, 1936.

 

1 Vincenzi Pacheco, Moisés. Elvira.  Ed. Imprenta Lehmann, San José, 1940.

 

1 Ídem, p. 42.

1 Ídem, p. 41.

 

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