Rafael Merino Aguilar

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RAFAEL MERINO AGUILAR

 (1896-1967) Rafael Merino Aguilar nació en San José en 1896. Es autodidacta. Sólo escribió la novela Eugenie, en Estados Unidos, y la publicó al regreso a su patria. No tiene tradición literaria.

Durante muchos años se dedicó al fútbol, fundó el equipo Buenos Aires y lo conduce a obtener varios campeonatos. Editó el Manual del Balompié en 1952 y un año después, junto a Miguel Ángel Ulloa Zamora, editó durante un año, la Revista Deportiva Olimpia. Se dedicó al periodismo deportivo. Fue comentarista y cronista de fútbol en la Prensa Libre con el seudónimo Insider y en el Diario de Costa Rica el de Center Forward.

 

En 1954 se fue a vivir a los Estados Unidos y ahí trabajó como profesor durante nueve años en National Schools en la Industria y el saber humanos. Regresó a Costa Rica en 1973 y se quedó a vivir en su patria.

 

LO QUE ESCRIBIÓ RAFAEL MERINO AGUILAR

 

NOVELA

 

1. Eugenie: 1973.

 

Eugenie es una novela de tipo amoroso, fue escrita en 1973.1

 

Y no se crea que no despertó el interés de algunos lectores, sobre todo del género femenino, que vio en esta novela el más tierno idilio de amor y el más refinado romanticismo, como sinónimo de sentimentalismo. Alejandro Aguilar Machado le dice al autor:

 

"Usted despliega en estas cinceladas, páginas de ternura de un genuino poeta  al describir el más puro de los amores con la vibración de un Monet o de un Renoir, en la descripción de paisajes naturales, lo que uno puede vivir al leer su bello poema".2

 

De igual criterio son don Otón Acosta y  la profesora Virginia Marín.

 

Pero fue don Abelardo Bonilla, quien dejó dos opiniones, que por provenir de él,  nos permitimos transcribir:

 

"Para quienes sientan la atracción de lo romántico, para quienes juzgan requisitos fundamentales de la novela, el relato y el amor y para quienes sientan la inquietud de una literatura genuinamente nacional que recoja nuestro típico idilio, esta novela de Rafael Merino tiene un valor superior al de todos los detalles que puedan anotarse".3

 

Y más adelante agrega:

 

"Es evidente que nuestra tierra como nuestros hombres tiene algo de amorfo, de inexpresivo, de estéril, de gris, que no admite poetización ni trascendencia, sino copia y adaptación fieles".4

 

No es nuestro interés resucitar la vieja y estéril polémica entre nacionalistas y europeístas de los tiempos de don Carlos Gagini Chavarría y Ricardo Jiménez Oreamuno, por lo atemporal e intrascendente de la misma. Pero sí es indispensable dejar claro algunos conceptos al respecto. De ninguna manera aceptamos que una obra literaria, para ser artística y de valor, deba usar, como modelo, ciertos temas, espacios, tiempos o personajes. Si el creador es tal, no interesa si lo escogido para narrar es un acontecimiento intrascendente para muchos, pero importante para él, sin negar que éste tenga importancia. Hoy cualquier crítico medianamente preparado sabe que contenido y forma son dos caras de la misma moneda y no se pueden separar sin atentar contra la obra a no ser por razones metodológicas justificadas. Ya no es válida la afirmación aquella de que una india de Pacaca carecía de inspiración para el poeta. El artista si se precia de serlo sabe que el poder creativo y su potencial expresivo que, si lo tiene, se inspira en cualquier objeto o tema, si lo conoce y es capaz de recrearlo, imaginarlo, darle vida propia. Así para un escritor mediocre no basta el modelo universal de un Dios, pues de él sólo obtendrá una copia desdibujada y mala. Empero el buen escritor es capaz  de trasformar  lo que apenas sospechamos en famosas obras artísticas con valor universal y reconocimiento general.

 

No será el país, ni los personajes humildes o los acontecimientos más insignificantes los culpables de una mala obra sino la fuerza creadora del artista, su capacidad, conocimientos, sus técnicas bien empleadas, su cultura, su empeño, su imaginación, su agudeza, su poder para crear obras más allá de sí mismo y la estrechez  del entorno.

 

Hace poco un novelista costarricense,1 relativamente joven y autor de unas tres novelas importantes, escribía en el periódico, con algún desaliento, la poca trascendencia de los novelistas costarricenses y sus obras en el concierto de la literatura universal. Entre otros factores pensaba que el éxito relativo y pobre de nuestros escritores se debía a la falta de divulgación de autores y obras en otras latitudes y achacaba el fracaso a la falta de un mercadeo adecuado de ellos. Si bien es cierto que hoy, más que nunca la literatura forma parte del fetiche comercial y la divulgación de las obras debe entrar en el juego de la propaganda y el mercadeo adecuado, lo verdadero es que  ello no basta ni hace de una obra mediocre una joya de la literatura universal. Tampoco es necesario haber tenido tiranos y guerras fratricidas para novelas esos acontecimientos y ganar adeptos. El realismo maravilloso de algunos escritores que fueron galardonados con premios y admirados aún hoy, lo son por la visión del mundo, de nuestra realidad, por la forma o modo de novelar, de contar, de ver, de  mostrar, más que opinar, el mundo de por sí maravilloso en sí. Lo real maravilloso de nuestra realidad se convierte en lo verdaderamente real a partir de su visión irrealista, por ser eso irrealista que lo convierte en lo más real que pueda sustentarse. Por eso fue admirada esa literatura en el viejo continente más acostumbrados a la lógica racionalista logocéntrica y causal de su razonamiento. El lector social se sorprendió al descubrir la realidad detrás de la apariencia de lo real a primera vista y lo aplaudió.

 

Ahora bien, ¿por qué la literatura costarricense ha sido poco sobresaliente fuera de nuestras fronteras? Nos atrevemos a decir que esta pregunta que implica una afirmación es verdad, sólo a medias, pues existen novelistas y creadores en general que han tenido mucho éxito fuera de nuestro país. No obstante ello quizás carecemos, como Guatemala y Nicaragua de autores que han descollado universalmente. Por esto nos atrevemos a brindar una respuesta como hipótesis. El costarricense, en general y el escritor en particular, salvo las excepciones del caso, tiene un horizonte corto, pequeño, chato, de alcance inmediato. Vive para el hoy, no aspira a lo grande, a lo trascendente, se conforma con casi nada, no se empeña en grandes proyectos. Vive el hoy, no planifica a largo alcance, no mira más allá de lo que alcanza su corta mirada. Por eso sus obras hasta son pequeñas en extensión. Los mismos títulos reflejan esa estrecha mirada: "resumen de....", "deslinde de...", "aproximación a...", "apuntes sobre...", "esbozo de...", etc. Hay un temor enorme a no alcanzar lo ideado, miedo a no ser alguien, conformismo con lo poco, lo fácil. Sus proyectos, si los tiene, son pequeños en todo sentido. Vive el hoy, hay temor de no alcanzar el mañana. Se apresura por terminar lo comenzado. Desea ser famoso ya, sin haber trabajado duro, paciente, corregido, rehecho, empezado de nuevo. Con mucha facilidad se desencanta y abandona lo que recién empieza. No es necesario dar ejemplos pues el lector encontrará numerosos casos donde esto se aplica. Así las cosas, las obras no trascienden las fronteras locales y menos alcanzan los niveles universales que se producen en otras culturas con paradigmas diferentes.1

 

La novela Euginie, es un ejemplo de novela sentimental, amorosa, folletinesca, típica de un falso romanticismo. El autor desconoce las técnicas literarias de la narración, se confunde con el narrador y los personajes. Hace alarde de una erudición libresca que facilita sus elucubraciones. Utiliza la novela para moralizar, citar autores constantemente para defender sus argumentos. El espacio que por lo general es San José o cantones de la provincia de Heredia, como San Joaquín de Flores, le sirven a él para describir algunas costumbres como las fiestas de fin de año o los paseos en el Morazán para tirar confeti y los pueblos para que sus personajes los visiten para vacacionar. Su misma referencia sirve sólo de marco a las meditaciones, discusiones, diálogos, entre los personajes que son abiertamente manejados por el autor.

 

La estructura de la novela es lineal, causal y monológica. Es la historia de un amor imposible, con uniones y separaciones, con triángulos amorosos, duelos, cartas, encuentros, citas, retratos de los personajes que no sufren evolución sino cambios espontáneos. No se presentan incursiones verdaderas en su interioridad, sino posiciones superficiales y que en muchos casos contradicen su propia verosimilitud. Eugenie es una josefina, maestra de escuela con nombre francés que, en apariencia se resiste a tener novio y menos esposo, casi sin causas importantes que la inclinen por esa conducta, pero poco a poco, después de  realizar un paseo al campo y oír a Marcelo Castro, su amigo, hacer una perorata sobre la naturaleza, las constelaciones, la música celestial y natural, y terminar achacando todo eso a Dios, a su mano omnipotente, cae en crisis amorosa, echa por tierra toda su personalidad y se convierte, de repente en tierna y sentimental enamorada. Como se puede notar es una conducta causal y casual y no una formación integral.

 

El autor, a través de sus constantes discursos  "filosóficos", tan lo mismo se coloca a la par de las mujeres, como las ataca cuando se salen de su código moral que se asemeja en mucho a la religión católica. Reacciona cuando se trata de la libertad de la mujer en asuntos sexuales y demuestra un arraigado machismo, cuando la mujer decide realizarse sin ser objeto del hombre, su complemento, su apéndice. La igualdad de los géneros sólo lo es en apariencia y siempre y cuando no rebase, la mujer, los límites del paradigma machista-religioso.

 

La novela reúne todos los ingredientes del folletín, encuentros, duelos sin muertos en este caso, uniones y separaciones. Eugenie hasta llega a enfermar de pulmonía, enfermedad tan apetecida por los románticos, pero no muere, se sana después de varios meses en las faldas del Barba y llegan a una situación final de felicidad, de armonía y no de muerte y tragedia como en las novelas románticas. Estamos seguros que esta novelita bien podría servir de guión para un culebrón de la televisión que haría llorar a más de un televidente.

 

No escapan al autor las relaciones de lugares geográficos reales e históricos, como San Joaquín de Flores, Tres Ríos, Cartago, Barba, Heredia, San José, La sabana, etc. y citar autores conocidos para respaldar sus argumentos. Desde Platón hasta a León Pacheco. Algunos prejuicios sobresalen en su  prejuiciado paradigma moral y religioso: todo tiempo pasado fue mejor, el sexo es muy peligroso y el campo es el lugar ameno para el campesino que nunca debe emigrar a la ciudad y como lugar placentero para que los citadinos pasen sus vacaciones pero no para irse a vivir allí permanentemente. El concepto de mujer es el tradicional. Debe ser virtuosa, hogareña, educada (bajo ese código), buena esposa, hacendosa, respetable, obediente (no se atreve a decir sumisa que iría más acorde con su filosofía), refinada, religiosa (ir a misa y rezar el rosario, es decir seguir obedientemente los rituales de la religión católica sin protestar ni discutir su utilidad o razón de ser). Y el hombre, quien lleva el sustento al hogar, trabajador, emprendedor, buen padre y sin vicios. Es deseable que sea empresario de éxito, adinerado y con un código estricto de disciplina. Es el eje del hogar y en él las relaciones son estrictamente verticales.

 



1 Merino Aguilar, Rafael. Eugenie, un idilio de amor. Imprenta Lehmann, San José, 1973.

2 Carta que envió, Alejandro Aguilar Machado, al autor.

3 Ídem.

4 Ídem.

 

1 Cortés, Zúñiga, Carlos. Las (nuevas) fronteras de la literatura nacional. (En busca de la aplicación Froylán Ledesma). Áncora, La Nación, 18 de enero de 1998.

 

1 No deseamos referirnos a la crítica literaria costarricense, pero creemos que no es la mejor y se circunscribe a una especie de círculo vicioso. Un escritor publica una novela y otros, sus amigos, la reseñan y, por lo general la elogian. Poco después le corresponde hacer la crítica al que antes la recibió. ¿y qué podemos decir de los premios? Estos siguen la misma lógica. Se convierten en algo así como una crítica de cafetín, entre amigos de la tribu.

 

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1 Comment

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Benedicto Víquez Guzmán

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