Emilia Macaya Trejos

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EMILIA MACAYA TREJOS

(1950)

(Imagen propiedad de la autora)

 

Emilia María Macaya Trejos nació en San José el día 10 de enero del año 1950. Realizó sus estudios primarios y secundarios en Costa Rica. Vivió dos años en Europa y luego regresó a Costa Rica donde concluyó su licenciatura en Filología y Lingüística. Trabajó en esa universidad en la escuela de Filología, sección de Literatura Clásica como profesora durante algunos años. También lo hizo en la Universidad Nacional, Estudios Generales, como profesora asistente en la cátedra de castellano durante el año 1973. Por último viajó a Canada donde obtuvo el doctorado en Literatura. Fue decana de la facultad de Filosofía y Letras en la Universidad de Costa Rica. Es miembro de número en la Academia de la Lengua Española. Fue galardonada por la revista Áncora (1987-1988) por el cuento La sombra en el espejo.

 

 

LO QUE HA ESCRITO EMILIA MACAYA TREJOS

 

NOVELA

 

 

1. Diez días de un fin de siglo: 2007

 

 

CUENTO

 

1. La sombra en el espejo: 1986

2. Alcestis y Eva: 1991

3. Más allá de de la frontera: 1998 

 

La novela Diez días de un fin de siglo la publicó en el año 2007.1

 

Es una novela que aparenta pertenecer al género maravilloso. La razón es que al inicio aparece un elemento mágico Los Emisarios de la Luz, y en el refugio se dan acontecimientos un tanto extraños, pero el resto de la novela salvo algunos hechos como el ruido externo, suceden casi al final. Ello no da pie para afirmar que pertenezca al género maravilloso. Está escrita con un lenguaje barroco y se refugia en lo enigmático, lo porvenir; así tanto lo inesperado, los sucesos que ocurren en el pueblo, en la casa refugio y sobre todo en la recámara aislada donde habitan los personajes protagonistas de las historias, durante diez días, así lo demuestran. Lo mismo ocurre con las relaciones enigmáticas con los Emisarios de la Luz.

 

Es importante señalar los nombres de esos personajes que casi siempre están nominados por seres mitológicos (dioses y musas, por ejemplo) de la cultura greco-latina y es notable constatar que, por lo general son mujeres las que manejan el poder en esa pequeña comunidad y durante esos diez días, mientras termina la contaminación y los malos olores venidos del exterior. Los personajes se convierten es seres manejados por mensajes, enigmas e historias independientes. Todos manejados desde un punto de vista omnisciente que se convierte en una voz (¿femenina?) superior a ellos.

 

La novela está estructurada por secciones fragmentarias que brotan del cilindro en forma codificada y portador de una cultura (la del libro, la imprenta) vivida hacía muchos años atrás. Se fija el año 2032 como ese presente. Dos niveles se superponen en la casa-refugio, uno sorpresivo, imprevisto, extraordinario y el otro real, concreto. Pero ambos son partes integrantes del todo armonioso, casi como el signo lingüístico con su concepto y su significante.

 

La propuesta para los personajes, extraída del signo lingüístico del cilindro y otros objetos como los libros y un cubo mágico, está codificada como un juego, un pasatiempo o entretenimiento y ellos tendrán que decodificar los enigmas que presenta cada historia y que se encuentran en laminitas.

 

No escapa y con suma facilidad el lector reconoce en la novela la estructura y varios elementos de la colección de cuentos llamada El Decamerón (1353) de Bocaccio que ya tenía sus antecedentes en el Calila et Dimna (anónimo) y Las mil y una noches también de autor desconocido. Nótese los diez días, las diez personas, la peste con respecto a la llegada de los olores tóxicos, etc.

 

En el último por aparición y de autor conocido, la estructura general está configurada por el retiro de un grupo de amigos de diez personas, siete hombres y tres mujeres, que durante diez días cuentan cien historias con el único fin de entretenerse en una casa de campo, refugio, mientras pasa una peste que afligía a los habitantes de la ciudad de Florencia, en Italia. Si bien es cierto el parecido es llamativo lo cierto es que la novela de Emilia da una estructura integral armónica, configurada por varias voces independientes y distintas, alejadas del narrador omnisciente cuyo papel es servir de maestro de ceremonias en tal orquesta. Por ello la novela se configura como un acertijo que deben descifrar los diez personajes, siete mujeres y tres hombres apartados del mundo externo y confinado en un refugio.

 

En ese ambiente aislado los personajes, supuestamente deben analizar (generalmente lo hace el narrador hasta la saciedad) sus vidas y vislumbrar otras en el futuro. Por ello son sometidos más que a oír historias ajenas, a presenciar situaciones ajenas que servirán como laboratorio para tomar sus decisiones futuras posiblemente cuando salgan del refugio.

 

Estas situaciones ajenas permiten sobre todo al narrador abrir meditaciones sobre los más diversos aspectos del ser y la nada y llevarlos a límites más que físicos o histórico-sociales, filosóficos que colindan con las posturas místicas más que las reales. Es un constante reflexionar más cercano del discurso ensayístico que al hacer, sufrir, vivir de los lactantes. Por ello la palabra es el instrumento primordial del quehacer de ellos, durante esos diez días de meditación en el refugio.

 

Ignoro si la vida se hace únicamente pensando o más bien viviéndola, al tiempo que se reflexiona. No basta el discurrir sin la acción. Hasta el reposo es un estado del movimiento. Es en él donde posiblemente se encuentre la esencia de la vida.

 



1 Macaya Trejos, Emilia. Diez días de un fin de siglo. EUNED, San José, 2007

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