Francisco Rodríguez Jiménez

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FRANCISCO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ

(1920)

 

Francisco Rodríguez Jiménez nació en Zaragoza de Palmares el 31 de julio de 1920. Cursó los estudios primarios en la escuela de Zaragoza y la secundaria en el Instituto de Alajuela. En 1942 se graduó como maestro en la Escuela Normal de Heredia.

 

Toda su vida la dedicó a la educación. Fue maestro y director de escuela en Palmares, Supervisor de escuelas, director del colegio de Palmares, director regional  de enseñanza en Pérez Zeledón y la Zona Sur y además suplente en el Consejo Superior del Ministerio de Educación.

 

 

LO QUE ESCRIBIÓ FRANCISCO RODRÍGUEZ  JIMÉNEZ

 

 

NOVELA

 

1. Tormenta en el Valle: historia de un amor prohibido: 1999.1

 

 

Esta novela de Francisco Rodríguez Jiménez Tormenta en el valle es de tipo tradicional, monofónica, moralista y de triángulo amoroso, aunque no sensiblero.

 

Lo que sorprende, al iniciar a leer la novela, no son las largas descripciones del lugar  Valle Verde, cerca del monte del Aguacate y perteneciente al cantón de Palmares, ni los tradicionales retratos de los personajes y menos la creación del pueblo y los consabidos constituyentes españoles de ellos: iglesia, plaza, escuela, higuerones, comercio y después, lo demás. Tampoco llama la atención el clásico triángulo amoroso, tan caro a los escritores costarricenses, aún aquellos de cierto nombre. Lo asombroso es que el elemento distorsionador es un cura. Don Benito se convierte en el disociador de un matrimonio ejemplar, en el perturbador de la paz de la familia de cuatro miembros Esmeralda, Jacinto y su pareja de hijos. La llegada del cura al pueblo, trajo la perturbación de la mujer y el enamoramiento de don Benito. La aventura amorosa se plantea bajo la tolerancia ingenua del esposo que entrega a su mujer al cura porque cifraba las esperanzas de que éste la curaría del extraño mal que venía padeciendo, el amor, la pasión y ella correspondió a los deseos del sacerdote que también se cura de su melancolía y abatimiento que sufría. Así penetró en el hogar y traicionó la confianza del hombre y disfrutó del placer carnal de su esposa. El autor-narrador lo plantea con cierto disfrute, un tanto pícaro y burlón. Luego de vivir el placer a su antojo valiéndose de tretas, como la sábana que ponía la esposa en un árbol para señalar que su esposo no estaba, y podrían solazarse, hasta realizar un paseo de ocho días a Puntarenas. En este viaje logra fácilmente permanecer al lado de la mujer, sin ser motivo de sospecha alguna. También se detiene en descripciones amplias de la naturaleza, un discurso a la obra de Dios por parte del cura y otros comentarios sobre las costumbres de ese entonces, las casas, las comidas, etc. Al regreso del paseo comienza el fin del paraíso y se suceden una serie de tragedias injustificadas. Algo así como la expiación del pecado de ambos. El cura, cuando las autoridades religiosas se dan cuenta de lo que había hecho, es trasladado a otro pueblo y ahí murió de enfermedad natural. Los dos hijos, producto del amor prohibido de don Benito y Griselda, murieron, uno después del otro. Su marido enfermó y debió ir a EUA para no quedar ciego. La mujer comienza a enfermar y acude al cura nuevo para confesar su pecado. Éste la obliga a confesara a su marido todo lo hecho con Benito y ella sufre la humillación de narrarle su pecado a él. La perdona pero, tiempo después muere, y ella confiesa su amor prohibido a sus hijos, unos, al principio no la perdonan pero al final sí lo hacen. Así la mujer se retira a su casa a vivir su vejez con sus hijos y sus nietos, hasta que llega al pueblo otro cura que, poco a poco, la incorpora a la sociedad y a su iglesia. El hogar de la abuela sigue bajo el estigma del mal y algunos miembros de la familia se hacen alcohólicos y hasta mujeres de mala reputación.

 

Deja, al final, la novela una visión conservadora de la moral cristiana. El verdadero violador de la moral fue el cura pero él no sufre vejación alguna, se saca de la escena, mientras la mujer es humillada, arrastrada a pedir mil veces perdón y su familia queda estigmatizada. Es una visión machista del papel de la mujer, moralista. Cuando sucede una acción mala, por parte del cura, el culpable es el destino, el demonio pero, si es la mujer, entonces se le castiga, privada y públicamente. La religión, puesta en duda por un momento, recobra su estatus de incólume, de única que tiene la verdad, la incuestionable, la dueña de vidas y haciendas, la que dicta el camino correcto. Los tropiezos son sólo eso, piedras en el camino para probar la virtud. Es una moral falsa, del parecer, superficial, hipócrita y ocultadora de la verdad.

 

Nuestra sorpresa, al principio de la novela se disipa al final, y quedamos, iguales o peor que antes. El costarricense no es religioso sino supersticioso y la religión es una conveniencia para ocultar la realidad de su propia tragedia que no se toca. Priva más la ignorancia y el dogmatismo que una inteligente visión religiosa del mundo. Además sirve de escudo, de pretexto para ocultar lo verdadero. El costarricense y en esta novela lo evidencia la visión del autor-narrador, vive del parecer, del qué dirán, de las apariencias, de la verdad programada que incorpora como si fuera verdadera. Lo evidente es una visión machista religiosa de la familia y el honor.



1 Rodríguez Jiménez Francisco. Tormenta en el valle: historia de un amor imposible, Ed. Propia, Heredia, 1998.

 

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