Literatura costarricense

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             Conceptos generales acerca de la literatura

 

Antes de iniciar el análisis de la Época Moderna, sus tres períodos y sus respectivas generaciones, deseo señalar algunos aspectos importantes sobre literatura, género novelístico, movimientos literarios, contextos y recepción de la obra.

 

1.   Sobre literatura

 

Visto hoy pareciera fácil deslindar, lo que es literatura, de lo que no lo es. Sin embargo, aún en este momento, quizás sea sencillo entender  lo que es la literatura al nivel conceptual, pero cuando se trata de permanecer en la esfera estrictamente literaria de una obra, se titubea y se tiende a cometer errores fundamentales, cuando se valora o interpreta una determinada obra literaria.

 

Todos estamos de acuerdo en que la literatura tiene como instrumento para crearla el lenguaje, así como la música, el sonido, la pintura, el color, la danza, el movimiento, el dibujo, la línea y la arquitectura, la forma. Pero  el lenguaje sirve para otras  cosas más importantes quizás, que la misma literatura. Lo utilizamos esencialmente para comunicarnos, para trasmitir mensajes de un emisor a un receptor y viceversa.

 

El lenguaje común y corriente, si se utiliza adecuadamente, puede convertirse en el material más importante de la obra literaria. Los teóricos han delimitado tres tipos diferentes de lenguaje: el científico, el coloquial y el literario. Al primero lo define su carácter unívoco, es decir que no debe producir dudas ni equívocos. Si decimos que dos más dos son cuatro, significa eso y nada más, en un sistema de base diez; el agua es un compuesto de dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. Esta frase no puede, ni debe interpretarse, más que con ese  sentido. El lenguaje coloquial, en cambio, es  equívoco, se presta a muchas interpretaciones, pero el emisor procura comunicar su mensaje de la manera más eficaz para  expresar sus ideas  o mensajes, trata de hacerse entender, a pesar  de no lograrlo en muchas ocasiones, y obtener respuestas inesperadas. Es el lenguaje con el que solemos comunicarnos todos los días, con quienes convivimos, no importa si es vulgar, popular, jergal,  o culto.

 

El lenguaje literario es polisémico, intencionalmente plurisignificativo. El artista que  desea crear una obra literaria hoy, sabe que el dominio del lenguaje, su combinación, su estructura, su ambigüedad, su innovación, su mezcla, producen el efecto de significación capaz de distinguir su obra de otros escritos y enmarcarla dentro de la categoría de literatura. Este rasgo de polivalencia significativa es esencial en la obra literaria, pero no se crea, con esto, que los escritores utilizan un lenguaje diferente al que usted y yo usamos para comunicarnos. Todo lo contrario sucede con  la combinación o tipos de lenguajes, la creación de situaciones, puntos de vista, expresiones diversas de significaciones únicas según lo exijan  las necesidades expresivas de una obra. Esto es lo que hace posible la creación literaria.

 

Pero lo más difícil de aceptar es la autonomía del producto artístico, la significación del lenguaje de una obra, en función  de ella misma. ¡Qué difícil cuando se lee una novela no hacer referencias con la realidad y tratar de comparar, equiparar, igualar hechos y lenguajes de una obra con los hechos históricos, reales y tratar de valorar la creación literaria según se parezca  o no a la realidad!

 

La obra de arte  es única  y  se basta así misma, no va más allá. O es arte o es historia, realidad social, no deben mezclarse una con la otra, para  justificarse. Lo que pasa es que el arte se alimenta de la realidad. Con base en ella, el escritor crea su propia realidad, su obra y ésta es su visión particular de la realidad. Él selecciona, escoge, combina, da vida, crea su propia realidad y ésta puede parecerse a la realidad del otro, de su propia visión, pero ello no permite a nadie homologarla, sin caer en el error. Y, lo que es más grave, valorarla, según se ajuste a la realidad, como buena o mala, si no obedece a los hechos históricos, tal y como los fijan los  historiadores. ¿A cuál Cristóbal Colón se debe aceptar como valedero, al que crea Alejo Carpentier (1904-1984) en la novela El arpa y la sombra (1979) o al Cristóbal Colón que nos han descrito los historiadores? ¿Cuál es el real? La respuesta es sencilla, el Cristóbal Colón de la novela es creación de don Alejo Carpentier, es su Cristóbal Colón, puede parecerse  al de carne y hueso pero no es él, sólo sirvió para  crear el Cristóbal Colón de la novela. Esto mismo sucede en obras que crean figuras como Jesucristo y los católicos se enojan y tratan a los autores de blasfemos, cuando el Jesucristo del artista no es el Jesucristo de los cristianos o no se les parece. Lo mismo sucede hasta con los críticos de arte que dan a los autores rasgos de los personajes ficticios y llegan hasta a clasificar de homosexuales a hombres que crearon personajes con esta naturaleza. Hoy es raro que esto ocurra, pero aún algunos escritores costarricenses, como veremos más adelante, confunden  la autonomía de la obra, con la realidad social e histórica.

 

Cuando  quería que mis alumnos entendieran la autonomía de la obra literaria, solía ponerles un ejercicio sencillo. Les decía, que en el momento que yo escribiera una palabra en la pizarra, escribieran una frase, un pensamiento, una palabra que el vocablo escrito por mí, les motivara. La idea era codificar las expresiones  de los estudiantes y obtener la gama  de significaciones que la palabra había despertado en ellos. Una vez escribí la palabra mar. Cuando leí cada una de las respuestas de mis alumnos, me sorprendió una que se salía de lo esperado. Pensaba que la palabra mar, de una u otra manera, despertaría  respuestas positivas: vacaciones, alegría, misterio, amor, paseos, etc. Una alumna  me escribió la frase "¡Odio el mar!". Extrañado por esa respuesta, me atreví a preguntarle, ¿por qué esa respuesta?, y, me contestó, que hacía dos semanas un hermanito menor había muerto ahogado en el mar. La lección fue mucho más fructífera, logré hacerle ver a los alumnos que una misma realidad, el mar, era capaz de significar mares diferentes, realidades increíblemente opuestas. El mar de la realidad se convertía en mi mar, nuestro mar y eran muy diferentes entre sí. Y terminaba  diciéndoles,  a mis alumnos, que aunque el agua era un compuesto  de hidrógeno y oxígeno, era otra realidad que no se parecía en nada a ellos, por separado.

 

Después veremos que es hasta la época contemporánea, cuando en Hispanoamérica, los autores reconocen la autonomía de la obra literaria. En la época moderna  esto no fue aceptado. Tendremos ocasión de ejemplificar esta afirmación.

 

La literatura es embuste, bella mentira y paradójicamente la más grande verdad humana, gracias al paciente y creativo trabajo del autor con el lenguaje.

 

2.   Sobre el género

 

Nos interesa  testificar que existe en la literatura una clase de obra literaria que llamamos novela y que de alguna manera podemos identificarla objetivamente. No se crea que haya uniformidad de criterios para definir lo que es novela; sobre todo se dificulta el marcar los límites entre un género y otro. ¿Novela  corta o larga?, ¿Novela o cuento?, ¿Noveleta?, ¿Biografía o novela?, ¿Documento o novela? ¿Historia novelada?, ¿Qué tamaño deberá tener una novela?

 

Para comenzar valga contar una anécdota como ejemplo. Siendo estudiante, en un curso de química un compañero realizaba un experimento donde necesitaba echar una (según él) media gota de un líquido para lograr una titulación (saber si un determinado líquido era  ácido o álcali, sal). Su problema era, cómo lograr media gota, así que llamó al profesor y le rogó que le explicara cómo podría echar media gota en el frasco que tenía el líquido del experimento. El profesor se quedó pensativo y después de un prolongado tiempo le respondió. Eso es tan fácil como hacer un medio hueco. Todos reímos pero nos dio una gran enseñanza, pueden existir gotas pequeñas y más grandes, medianas y muy grandes pero siguen siendo gotas, al igual que los huecos. Si aplicamos esta enseñanza podemos inferir que existen novelas, no importa si son cortas o largas o muy extensas, lo importante es que son novelas. Un cuento largo no es una novela corta, es un cuento y una novela corta no es un cuento extenso, es una novela y tampoco una novela corta es una noveleta, ni un documento o una biografía novelada. O es novela o es otra cosa. Tratemos de  deslindar, precisar lo que es novela. Busquemos sus rasgos distintivos.

 

La novela, como el cuento y la leyenda son narrativos, esencialmente. Hay (por lo menos) un narrador que cuenta algo a alguien o algunos. A esa característica le llamamos  carácter narrativo. Se narra, se cuenta, se comunica historias, hechos, sentimientos, etc. Pero esto, repito lo hace, tanto la novela como  el relato, el cuento, la leyenda. Ahora, ¿qué rasgo separa a la novela de estos otros  productos literarios? La respuesta  no es tan fácil como deseáramos. Metafóricamente la novela es  un mural y el cuento un cuadro. La novela abarca una totalidad compleja, el cuento un sólo proceso, un hecho, un efecto; la novela es más que una sola cosa, es pluralidad de efectos, por eso exige, a veces, varios personajes y espacios, tiempos dispares y por qué no, pocas o muchas  páginas para expresar esa totalidad compleja. El cuento se sustenta en la brevedad debido a la intención del autor: producir un sólo efecto que por lo general se desarrolla en un sólo proceso significativo. La novela puede explayarse en descripciones y detalles, detenerse en pormenores y no escatimar nada con tal de lograr esa completitud, el cuento es intenso, condensado, pero ojo, un cuento no es una novela condensada, es rápido, la morosidad es su  antídoto.

 

Esta completitud o totalidad de la novela la  hace ser compleja, capaz de contener cualquier cantidad de cosas, ser ambigua, contradictoria, carnavalesca, pluridimensional. En ella,  existen todos los motivos y todas las perspectivas jamás imaginados. No hay un género más libre y generoso que la novela. Casi no sabe de restricciones y lo que es más, se caracteriza por su libertad creativa e imaginativa, desde cualquier ángulo que se le enfoque.

 

Por último  deseamos señalar un rasgo muy presente en las novelas y que despierta el interés del público. Es su carácter privado. La novela revela, narra, cuenta, aspectos privados de los personajes y cuanto éstos sean más interesantes, asombrosos, nuevos, desconocidos, íntimos, más gustan a los lectores. No importa que los temas sean históricos y conocidos por todos, los novelistas sabrán darles connotaciones privadas que nunca antes se habían sabido. Eso de que Cristóbal Colón tuviera relaciones con Isabel La Católica, despierta el interés de cualquier lector y llama la atención. La novela se promociona por lo nuevo, lo oculto, lo nunca antes dicho, nunca sabido, en otras palabras, lo privado y si esto tiene carácter de prohibido, aún mejor.1

3.   Sobre los movimientos literarios

 

Son tantos los nombres con los que los historiadores y críticos de la literatura han querido agrupar a los escritores que no alcanzaría el tiempo para precisar a todos ellos. Sólo del Realismo han inventado un sin número de epítetos: Realismo Mágico. Realismo Maravilloso, Realismo Socialista, Realismo fotográfico, Realismo Mítico, etc. Lo cierto    es que como herencia de la cultura europea logocéntrica hemos recibido una serie de calificaciones, unas veces para los autores y las más de las veces, para las obras: Clasicismo, Renacimiento, Misticismo, Barroquismo, Neoclasicismo, Romanticismo, Realismo, Naturalismo, Modernismo, Parnasianismo, Simbolismo, Surrealismo (y todas los ultras inimaginables) y esto es de no acabar. Muchas veces los historiadores se valieron del contenido de las obras  para clasificarlas en determinado  movimiento, otras veces fue la forma o ambas a la vez. La intención es válida, el teórico trata de agrupar las obras bajo un paradigma para acercarse al conocimiento de las mismas, es quizás una cuestión básicamente metodológica y esto es importante y hoy hacemos lo mismo. Lo equivocado radica en la ambigüedad de criterios, la subjetividad a la  hora de agrupar las obras y la diversidad de conceptos para referirse al mismo objeto.

 

Si somos estrictos no existe ninguna obra que no sea realista. Todas existen, son objetos que se pueden estudiar, describir y hasta valorar o interpretar. No conocemos ninguna obra que no sea real y lo  que es más importante, nadie puede afirmar que una determinada obra no  nazca de la realidad, haya sido  creada a partir de otra cosa que no sea la realidad, como quiera ésta llamarse. La imaginación más poderosa, la más espectacular, la más fantasiosa, la más fantástica y, por su puesto la más maravillosa, de una u otra forma, se afinca en la realidad para crear su fantasía. Con base en esta abstracción conceptual, podemos afirmar que toda obra es producto de un ser humano, y la literatura lo es, y por lo tanto debe clasificarse como realista. ¿Dónde nace, según nuestro criterio, la problemática? Es un problema del conocimiento y la capacidad de interpretación que cada uno de nosotros hagamos de los objetos reales llamadas obras literarias y su relación  con los contextos  que posibilitan su creación. Esta relación entre la  obra y sus contextos, es la culpable de tantos  nombres y  teorías acerca de las obras literarias y artísticas en general. Observemos algunos tipos de relación obra- realidad.

 

Si una obra se parece mucho a la realidad en sus contenidos, decimos que es un realismo fotográfico, histórico, social. Se dice que la obra refleja la realidad social, tal cual es. Peñas Arriba: 1895, de José María de Pereda (1833-1906) sería un buen ejemplo. Pero si además, la obra cuestiona la problemática social, entonces se convierte en una obra de realismo crítico o de literatura comprometida, ¡qué barbaridad!; si profundiza un poco más en la, según ellos, realidad, con un agudo instinto científico, entonces estaremos ante una obra realista-naturalista. Ya no se parece a una  fotografía sino a una muestra de rayos X y esto, que aún ignoro, si ya tienen en mente bautizar las obras actuales según los ultrasonidos o los rayos láser, que vendrían a ser, algo así, como una ultra realidad que capta la obra de la realidad común y corriente, o  lo que hoy se llama realismo virtual. Los tres casos, realismo fotográfico, socialista y ultra realismo, lo estamos inventando nosotros, no son más que formas, maneras, aptitudes, acercamientos del  escritor para crear sus obras que terminan siendo sus particulares  conocimientos de la realidad, expresados en sus creaciones.

 

No es cierto que una obra, si se acerca más a la realidad (fotografía) es más real que aquéllas que se alejan, en apariencia, de la realidad. Es un engaño para un lector ingenuo. La obra más alejada de la realidad, la más maravillosa  o fantástica, la más imaginativa, la que aparentemente nada tiene que ver con nuestra realidad, si se estudia y desentraña bien,  puede descubrirse que es más representativa de la realidad que  una obra que utiliza  los referentes contextuales directamente.

 

Por último  debemos señalar que muchos de estos equívocos dependen del lector social, de su cultura, educación y capacidad para leer una obra y desde luego de sus conocimientos. Cuando los críticos afirman que Cien años de soledad: 1967 de Gabriel García Márquez (1928), pertenece al realismo maravilloso, ¿en cuál lector están pensando, el hispanoamericano o el europeo? Porque los hechos que  se narran en esta novela, para un latinoamericano son tan reales como el pan nuestro de cada día, pero para los europeos tal vez, las mariposas amarillas o las cien guerras de Aureliano, la elevación al cielo de Remedios La Bella, sean acontecimientos maravillosos, pero para nosotros no. Es más maravilloso que en algunos países de Europa tengan, en los inicios del siglo XXI, reyes y reinas, príncipes y princesas, realicen bodas, valga la palabra, maravillosas, en  los últimos años del siglo XX  y una  innumerable cantidad de  acontecimientos que para nosotros,  más parecen ser dignos de los cuentos de hadas que de  un continente desarrollado y racionalista.

 

La obra literaria se debe estudiar según sus propias leyes poéticas. Todorov nos abrió el marco teórico para determinar tres modalidades, hasta hoy posibles en los cuales podemos clasificar las obras literarias, sobre todo las narrativas. Éstas  pueden ser maravillosas, extrañas y fantásticas y nosotros agregamos realistas.

 

Las realistas están regidas por las leyes naturales, lógicas, causales, no importa si su realidad se parece o no, en apariencia a la realidad del lector, lo que interesa es que la verosimilitud de la obra  no vaya más allá de las leyes naturales, hoy conocidas. En ellas un animal no puede hablar, un muerto resucitar, un humano volar  o vivir eternamente.

 

Las obras maravillosas no pertenecen al mundo de las leyes racionales, naturales. En ellas todas las convenciones racionales dejan de tener efecto, prevalece  y es aceptado por el lector social, un mundo donde priva lo verosímil irracional, irreal, ilógico. Es lo opuesto al realismo. Cien años de soledad: 1967 de Gabriel García Márquez (1928)  pertenece a este género, en la medida que crea esa verosimilitud intrínseca, en la obra misma. En ella puede suceder cualquier cantidad de hechos, irreales desde la lógica logocéntrica, pero reales y aceptados desde la lógica de la misma obra. Así que Remedios La Bella suba al cielo o un niño nazca con cola de cerdo son hechos reales y posibles en el mundo creado de esta novela. El lector lo acepta y ni siquiera se asombra. Esto mismo sucede con los cuentos de hadas y los niños que ven y aceptan como algo corriente que los animales hablen o  que las hadas aparezcan y realicen actos de magia.

 

La tercera  forma está representada  por lo extraño. En este género las leyes racionales y las extrañas o sobrenaturales se combinan, de tal manera que coexisten pero siempre triunfa  la explicación racional a pesar de que pueda mantenerse  hasta el final el hecho como  irracional. El lector permanece extrañado  pero  al final recibe, de parte del relato, la causa de lo  inexplicable.

 

Lo fantástico se distingue del anterior porque no se da la explicación al final y deja al lector con la duda. El relato  no ofrece ni siquiera indicios  para lograr, a partir del texto, una explicación  "racional"  de los hechos que causan la incertidumbre.

 

La  novelística costarricense preferentemente se ha mantenido dentro de la corriente realista, salvo muy contadas excepciones. Tendremos ocasión de referirnos a ella, más adelante.

 

No obstante lo expuesto, para poder ubicarnos con claridad dentro  de la nomenclatura usada, iremos aclarando, cada uno de los movimientos literarios, según aparezcan en  los períodos y generaciones correspondientes.



1 En la novela siempre se encontrará con que un autor, a través del narrador o los narradores, cuenta, narra hechos, acontecimientos, que le suceden o sufren determinados personajes, ubicados en un espacio y un tiempo, dirigidos a un lector imaginario. Los elementos más sobresalientes de la novela, escogidos históricamente por los autores, suelen ser: el narrador y los personajes, los acontecimientos, el tiempo y el espacio. Según se privilegie a uno de estos elementos entonces tendremos diferentes tipos de novela. Si el autor hace énfasis en el narrador o los personajes, su interioridad, su inconsciente, entonces tendremos novelas íntimas, psicológicas. Cuando se hace énfasis en los acontecimientos pueden resultar novelas de aventuras, al estilo de Julio Verne, o novelas históricas, como Coto de Marín Cañas. Pero si los acontecimientos son sentimentales, de triángulo amoroso, se convierten en novelas sentimentales, tipo rosa, de ésas que tanto veamos en la televisión. Otros prefieren privilegiar  el espacio. Si es el interior a los personajes, entonces se convierten en novelas de espacio interior, íntimas. Pero si el espacio es concreto, físico, como en Peñas Arriba de José María de Pereda, entonces se les llama novelas de espacio físico. Lo cierto de todo esto es que los autores gozan de gran libertad para escoger entre esta gama de posibilidades. Para nuestro gusto un equilibrio de todos estos aspectos hará una obra magistral, sino que lo digan los críticos con respecto a novelas como El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Cervantes, el Ulises de Joyce o Las Olas de Virginia Wolff, para sólo citar tres.  

Continuará

 

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Créame que no lo defraudaré,
Gracias
Benedicto Víquez Guzmán

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