Ramón Jugo Lamiecg

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ROMÁN JUGO LAMIECG

 (1916)

 

 

Ramón Jugo Lamiecg nació en San José en 1916, fue abogado y magistrado de los tribunales de justicia. Publicó algunos poemas y en prosa estudios jurídicos y lo que él llamó la historia de una novela y que se publicó con el título Los límites del hombre. No sabemos el origen de sus padres pero por los apellidos y la novela, su papá debió ser español.

 

 

 

LO QUE HA ESCRITO ROMÁN JUGO LAMIEG

 

NOVELA

 

1. Los límites del hombre: 1950

 

 

Los límites del hombre es la única novela que conocemos de este escritor que publicó en 1950.2

 

Nos sorprendió favorablemente esta novela. Es diferente a las que se venían publicando en nuestro medio. Novela de tesis, ideológica, de propuesta existencial, cercana a la doctrina cristiana. Es la vida de un hombre, el doctor Rodolfo Santacruz (posiblemente el apellido no sea casual), sus ideales, sus fracasos, sus metas, su visión del mundo, del hombre, de la sociedad y de la mujer.

 

Se inicia con su entierro solitario. Solo asisten cinco amigos, el mejicano que lo busca para editar sus obras y es quien narra, una especie de narrador investigador, testigo, Alberto Lesmes, el ingeniero, Armando Llaguno, el  abogado, el doctor Virgilio, su hermano mayor y Gregorio Espinosa, el delator, el judas. No contamos a Margarita, el ama de llaves que informa al narrador sobre aspectos importantes de la vida de Rodolfo y le permite obtener algunos escritos que no quemó ni a la mujer de sus amores que nunca apareció, sino por una carta. Tampoco a sus padres que no tienen voz en la novela, a pesar de que se nombran y describen suficientemente como para conocerlos. Su padre es español, terco, militar, violento, gruñón y quería que su hijo fuera como él. La madre pasaba por una feminista, preocupada por el sufragio y la participación de la mujer en la política. Recibe poca atención de parte de las voces narradoras de los cuatro amigos de Rodolfo. La hermana menor murió a los quince años.

 

A la muerte de Rodolfo, la novela se inicia por una enunciación de final de historia. El mexicano se dedica a investigar sobre la vida y obra de Rodolfo. Así comienza a escuchar la voz de los cuatro amigos que asistieron a su entierro y de ellos aprehende la historia de ese hombre que se parece a un Jesús hombre, un modelo humano por imitar. Todos los narradores tienen la misma codificación de una sola voz que resalta las virtudes de Rodolfo y sus  límites que se descubren casi al final de la obra. La novela se va construyendo conforme se va desarrollando la historia que cuentan los personajes, Es la técnica vieja de la novela que se hace mientras se desarrolla.

 

La tesis de la novela se evidencia a través del comportamiento del protagonista principal Rodolfo, a pesar de que éste nunca habla, sino a través de sus escritos o los recuerdos de los narradores. El hombre debe luchar por sus ideales y dentro de estos debe privar la justicia social, la libertad, la igualdad, el desalojo del miedo bajo tres vértices: la moral que conlleve la honestidad, la política, la lucha por el bien común, sin temores y en lo social, la marcha unida en pos de la justicia e igualdad de la humanidad. Todo ello, su armonía, traerá la solución a todos los problemas económicos y habrá un repudio total a la violencia. Dice:

 

"Por eso creo en una humanidad justa y comprensiva, donde no sea necesario arrebatar, porque lo que se merece se recibe; donde no sea necesario mentir, porque todas las ideas serán realmente respetables y lo único que se opondrá a una será otra: y donde, en el debate sereno de las cosas públicas, la colectividad, por medio de quienes ha elegido libremente para regir sus destinos, sabrá reglamentar equitativamente la vida de todos sus miembros."1

 

Y poco después, el narrador hace alusión a alguien que dijo cosas parecidas hace dos mil años, sin nombrarlo pero que claramente se refiere a Jesús. Es la utopía de un mundo sin desigualdad, justo, libre, tolerante, feliz. Se parece más al paraíso celestial esperado por la humanidad cristiana.

 

No escapan a la novela el planteamiento paradojal, entre el bien y el mal, entre las buenas obras y la corrupción, la traición, el odio, la envidia, los celos, la violencia, la injusticia, el dolor, el poder de la perversidad como los límites del hombre y su realización. La impotencia humana de Rodolfo por superar, solo, esas barreras, de ahí su grito desesperado contra los vicios del hombre incompleto, maleado, el huérfano, pobre y vicioso, representado en Gregorio Espinosa, el judas, el traidor.

 

Ha una defensa de la mujer que se presenta como feminista y quizás lo sea para algunas personas pero que encubre un disimulado y tal vez no deseado machismo. En la primera carta que lee el investigador, narrador testigo, conocemos que Rodolfo estuvo enamorado de una bella y abnegada mujer, Marcela, que huyó, hacia Estados Unidos, con el fin de encontrar su propio yo. Ya desde el principio de la novela se insistía en la suerte que tenía Rodolfo con las mujeres porque les prestaba atención, las oía, las atendía pero es en la carta que escribió donde conocemos lo oculto. Rodolfo necesitaba la mujer para ser él y consecuentemente, esto es lo grave, la negaba, la enajenaba. Su amor aparentemente comprensivo, atento, elogioso, respetuoso, durante quince años de compartirlo todo como una yunta, parejos, sin vicios, sin violencias, tierno, cariñoso, comprensivo, atento, servicial, que la colocaba en un pedestal, resulta ser el más claro chantaje amoroso porque la aniquila, la convierte en objeto de él, la hace sumisa, esclava sin que ni siquiera se dé cuenta. Ella, por amor, se convierte en su complemento, su fuerza, su musa, su jugo vital. En otras palabras deja de ser para lograr las metas de su amante. Es feliz en él y no por él. La dicha de Rodolfo, sus éxitos, la hacen feliz pero bajo su propio sacrificio. El ideal es que la unión no enajenara a ninguno de los dos y creara un proyecto superior para realización y felicidad de ambos. Esto no ocurre así. Y cuando descubre la ausencia de ella y la necesidad de tenerla cerca, es para resaltar y perpetuar el código tradicional cristiano del hogar:

 

"Me vas a dar un hogar. Hijos. El hijo tuyo y mío, en el que podamos sembrar todo lo que buscamos en la vida. Un hijo que proyecte hacia el futuro todo lo que no pudimos conseguir."1

 

Aquí no solo se reafirma el código sino que se cae en el error de creer que el hijo debe realizar todo lo que nosotros no pudimos hacer. Craso error y que echa por tierra los más caros ideales. Los hijos deben ser ellos y no otros aunque estos sean sus padres. Es difícil que esta posición la entiendan muchos. Los padres están obligados a proporcionar al hijo las condiciones necesarias para que poco a poco, bajo su mirada compresiva y orientadora, vaya descubriendo sus propias virtudes, sus caminos, sus proyectos, su vida. El hijo no debe ser enajenado, precodificado, conducido, tal y como trataron de ser los propios padres de Rodolfo. Sin pretenderlo está cometiendo los mismos errores que sus progenitores. No importa que los proyectos que desea que sus hijos lleven a cabo, sean nobles. Se debe respetar sus propias decisiones aunque no se compartan.

 

Novela que insita a la reflexión y ya eso es bastante.



2 Jugo Lamieg, Román. Los límites del hombre. Editorial Borrasé, San José, 1950.

 

1 Jugo Lamieg, Román. Ob. cit. p. 151.

 

1 Ídem, p. 139.

 

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