LA COLECCIÓN ARIEL1
Su elogio de la labor del Maestro García Monge, -copioso de inefable encanto-, me ha complacido profundamente. Y le agradezco la alegría que en él he recogido, tanto como agradecieran la libertad los muslines cautivos. Sana, serena, y perdurable alegría, divinamente confortadora, como una parábola bíblica.
Usted ha puesto en libertad pensamientos míos y sentimientos míos. Debatiéndose desde días en la fecunda impotencia de mi espíritu, han logrado ahora expresión llena de gracia, por lo armoniosa, por lo pródiga en luces de comprensión y de justicia, en el canto solemne y dilecto de su pluma. ¡Bendita sea ella que así es capaz de crear una dicha! Y, sobre todo, ¡decir una verdad! Una verdad heroica que requiere sangre del corazón para vivir, sangre luminosa de casta helena, brotada bajo la umbría de olímpicos laureles.
Porque lo que usted ha dicho es que nos debemos por entero al ideal. Y ese divino lugar común, creador de humanidades y de civilizaciones, acarrea sobre quien lo enuncia la empecatada persecución de la taifa de fenicios, que ya desde los gloriosos días de Bizancio había puesto venta de sandías en el propio altar de los venerables higúmenos.
García Monge es mi amigo más querido y mi maestro más respetado. Su Ariel es uno de los peregrinos por tierras de ensueño que más secretos de sabiduría eterna le han confiado a mi corazón. Y usted, usted, que también ha vertido hidromieles aromadas en mi cántaro sediento, tendrá para mí de ahora más, copia de prestigios, y encontrará en mí, más que antes, cálidas y robustas devociones. Cada vez que lo encuentre en mi camino, recitaré fervorosamente en su presencia el verso exquisito de José María de Heredia: luchas de titanes en el puño de una espada. Que eso lleva usted, lucha de gigantes y diálogos de siglos, en su gentil delicadeza de soñador. Ahora comprendo el por qué de aquella fascinación que en la cátedra del Liceo ejercía sobre mí su palabra afectuosa y humilde.
Recuerdo que de la humildad me hablaba una vez García Monge. De la humildad todopoderosa de la tierra. Fue una tarde en que lo encontré, vestido de labrador, abriendo un surco para plantar árboles. Vea, -me decía- con qué encantadora humildad obedece la tierra a las súplicas del esfuerzo. Y cómo es de agradecida y generosa. Cada terrón de estos se va a convertir en el alma de un árbol. ¡Ah! Cómo comprendo y amo el afecto de Tolstoi a la madre tierra. "Hay que enamorarla", como decía Eduardo Talero. Yo quiero que mi hijo sea cultivador de la tierra, que plante jardines, que críe abejas y lea a Virgilio...Y el maestro hablaba unciosamente, con dulzura virgiliana, en tanto que desleía el crepúsculo sus tintas de ilusión en una somnolencia suavemente infinita.
Si cada hombre, me decía, ya después, al sembrar una semilla meditara su acción y la exornara de entusiasmos ideales, pronto, pronto, iría concretándose en la vida aquel misterioso espíritu de las lauras de la india, y al cabo, tras profundas transformaciones, veríamos pasar de nuevo al pobrecito de Asís por las mismas huellas, estremecidas de inmortalidad del hermano lobo...
Con afectuoso respeto (Este párrafo no corresponde al texto)
Omar Dengo.
SAN SELERÍN
De la buena fin
¿Cómo hacen los periodistas? *** Así...y así...y así...
Carmen Lyra, la amable artista que organizó hace pocos días "la fiesta de los pájaros" y que ha escrito páginas tan bellas por su dulzura, por su delicada originalidad y por su fluidez, como aquella de "Las Campanas", -que podría decirse fue sustraída a la papelera de Edmundo de Amicis por una golondrina-, ha soñado tanto y tan intensamente con el bello anhelo de publicar un periódico para los niños, que ya muy en breve ha de llegar a nuestras manos un manojo de cuartillas, plenas de su alma exquisita, para que lo pongamos en las manecillas inquietas y acaso untadas de miel de los pequeñuelos que en torno nuestro lloriquean o sufren, o meditan la realización de sus ingeniosas travesuras, en tanto que el viento incita a la rebelión a los bucles de oro o de azabache de sus risueñas cabecitas.
Pero es justo decir que al buen deseo de Carmen Lyra, se ha unido, con noble fraternidad, los esfuerzos de sus compañeras de corazón y de labor: Lilia González, Ester Madrigal, Matilde Bennefil y otras cuantas maestras de esas pocas que comprenden a lo hondo y sienten en grande aquella antigua verdad: "La educación es la ciencia más profunda, el arte más elevado y la más noble misión."
¿Cómo no hemos de estar complacidos, pues, los amigos de los niños?
Porque prescindiendo de la actualidad y del momento de la tesis educativa que alienta bajo los pliegues sedeños de ese propósito, ¿quién no comprende su valor y su trascendencia, que es cuanto más grande aquí donde ya no hay campo para las flores entre la multitud de canastas atiborradas de pan que cubren la ruta?
Por eso, porque viene de la fuente en que abreva sus caravanas de anhelos y de esperanzas, la vida superior de la conciencia es que a nuestra pluma le ha parecido de su obligación abrirle cauce amplio y límpido a la corriente en que boga, conducido por un barquichuelo de papel. "San Selerín", el Mesías de los niños, el predicador de la buena nueva para la inmensa humanidad de "calzón corto".Y viene aquí, entonces, a pedir a todos los que recuerdan y aman aquella lejana vida de inocencia que se quedara atrás, perdida entre un rimero de juguetes rotos o envuelta en los jirones de laq última blusa, junto a la audaz asimetría de una "mascota" verdinegro, una sonrisa bien amable para el chiquillo que llega a los estrados del "cuarto poder", con la grandeza con que fue Jesús a instalarse entre los graves Doctores de la Ley, y con el único poder inconmovible que hay en la vida: el del corazón.
"San Selerín"... no hará campañas políticas, ni obra de educación popular, ni luchas por la justicia y el progreso, ni labores de engrandecimiento comercial, ni nada de todo lo que saben hacer los hombres, pero por sobre todo eso, entre el bullicio de una ronda, a manera de mensajes para lo futuro, encumbrará los papalotes de su alegría y de su pureza.
Omar Dengo
CONTESTANDO A GIL SOL
Me entero, porque un amigo pone en mis manos La Prensa del 23,de que había recibido de la benevolencia de usted el honor de ser interrogado acerca de un tópico de educación. Sucede que no soy suscritor de aquel periódico, ni he tenido todavía la oportunidad de leer el número en que usted me hizo la pregunta. De suerte que si entendiera aludirme, sus ironías enderezadas a los que guardaron silencio, pierden el objeto ante esta explicación.
No conozco la respuesta de don José Ma. Zeledón, sino solamente la del Sr. García Monge, y con ella estoy de acuerdo.
Declaro que me interesan muy poco los programas políticos, los cuales se me parecen mucho a los programas de teatro y más a estos modernos, que abundan en objetivos hiperbólicos para anunciar como nunca vista una película mil veces exhibida. Por supuesto que prefiero los del espectáculo menos grotesco.
Con todo lo que pueden tener de discutibles ciertas actitudes del fascismo, confieso que me inspiran simpatía cuando afirman que la posibilidad de las soluciones radica más que en los programas, en la voluntad de realizarlos. Y ampliaría el concepto agregando la idea de capacidad, con lo cual se contemplan dos condiciones quizás fundamentales: la de que los partidos representen verdaderos intereses nacionales y los representen dignamente; y la de que la cultura y las demás condiciones del país permitan el ejercicio activo de tal representación por medio del Gobierno. Lo de sustraer la política a la presión del interés personal mezquino, no es obra de programas, ni de organizar partidos, ni podrá serlo mientras la vida toda del país no esté en aptitud de encontrar en la superior expresión de las ideas la natural interpretación de sus designios sociales. Lo difícil no es llegar al poder; lo difícil es gobernar. Y en Costa Rica esto es sumamente difícil, pues, prácticamente lo que revela la mayor porción de las aptitudes ciudadanas en relación con la vida pública es el deseo, y más que el deseo, la infortunada necesidad de un mal gobierno. No entraña pesimismo la declaración, sino que se limita a consignar un hecho ordinaria experiencia; como tampoco niega que todo empeño de ascender a la organización de partidos de ideas, tiene el valor de un estímulo, de un incentivo de progreso.
Precisamente por esas razones, juzgo que la acción directriz de cualquier movimiento político digno de tal nombre, debe residir, en lo sustancial, en la aspiración de afrontar sociológicamente los problemas relativos a la organización de la cultura. Hoy mismo he tenido ocasión de conversar con un sociólogo extranjero que ha pasado en silencio por el país y probaba con definida convicción la vieja tesis. He tenido ocasión también de estudiar en estos días las opiniones de varios hombres eminentes a propósito del problema de la democracia, y en todas he podido reconocer el establecimiento de un vínculo indisoluble entre la formación de una elevada conciencia nacional y el valor de la educación. El propio presidente Harding acaba de expresar la idea con singular precisión.
El problema más importante en este orden de cosas es, sin duda, el de adaptar la educación a las necesidades del país; pero, en todo caso, es problema que surge con posterioridad al de fomentar la educación. Está bien planteado en el Partido Reformista, y vuelvo a decir que lo entiendo desigual manera que el señor García, sin pretender, por supuesto, que podría yo expresar la convicción con el acierto con que él lo ha hecho. Lo que más me satisface es que aparezca el problema planteado en relación con intereses del trabajador, los cuales ya es hora de que alcancen una representación honrada y consciente en el concierto de las actividades del país. Y me complace también que ello comporte una negación del afán de los hombres que niegan la cultura con el subterfugio de fomentar intereses que solo dentro de ella tendrían significación real; o que deforman intereses nacionales presentando en vez de ellos, como tales, a los que dentro de ellos sabrían ser codiciosos intereses personales.
Romain Roland sigue siendo para mí la bella y serena figura del pensador que se redime del prejuicio por obra de luz; - que no de pasión,- y a través del concepto de él es que miro la labor social del proletariado con profundo amor, cuando la justicia y la verdad, en mi estrecha comprensión de ellas, están con el proletariado. Y en este caso están con él. ¡Ojalá pueda mostrarse capaz, en todos los momentos, de que ellas coronándole las sienes, ostenten un triunfo definitivo sobre la miseria y el dolor!
Pero señor Gil Sol, debo decirle francamente, que al firmar esta página no pongo la firma en un libro de adhesiones, sino mi fe de educador y de hombre, al servicio de una idea.
15 de marzo, 1923.
PARADOSSI EDUCATIVI DE GIUSEPPE PRESSOLINI
Como expresa una nota final, el volumen contiene artículos de periódico que tratan de problemas de educación. Su forma,-explica esa nota- acentúa a veces las verdades expuestas, de modo que les da una ligera apariencia pedagógica. Hay un pensamiento que recorre el libro por la invisible nervadura de su interna unidad: la vida sigue una senda, la escuela, otra. Es el mismo concepto que ha encontrado una expresión plena, como al margen del volumen, aquí y allá, algunas informaciones.
Las Universidades, cuando son Universidades, no son populares, cuando son populares, no son Universidades. Las populares han fracasado, por falta de población, en Francia e Italia. La principal causa de desorden ha sido la ausencia de unidad en la enseñanza y la superficialidad de ésta. Al par de las Universidades debe existir la Biblioteca Popular, cuya acción sería más extensa, pero la desorganización subsistirá mientras no se comprenda que la cultura para ser cultura a de ser filosófica. ¿Será capaz el positivismo de constituir la unidad de pensamiento de cultura popular?
Se le han regalado al pueblo las cosas mejores que la burguesía ha creado: sus artes, letras, y ciencias, pero no se ha pensado en preguntarle al pueblo qué quiere. Bertoldo murió de indignación en palacio, porque los espléndidos banquetes no le ofrecían el alimento propicio a su estómago fuerte, ni circulaba en las terrazas el aire de sus campos natales. La cultura popular requiere un nuevo centro de interés y de calor, y tal centro ha de radicar en el trabajo, donde se construye la moral, se inspira la filosofía, donde adquieren su más alto sentido humano los intereses del pueblo y discurren las corrientes de la vida. (En nuestras escuelas de adultos, lo corriente ha sido que se trate a los obreros como niños, que se les enseñen cosas convenientes a los niños, con métodos adecuados a los niños. Cuando quedan, a poco de iniciado el curso, despobladas, se inculpa a los obreros por su negligencia y así se exime de su responsabilidad a los maestros y se resuelve cómodamente un inaplazable problema cultura.).
Los exámenes son inútiles y desmoralizadores. Convierten las escuelas en un campo de lucha entre ladrones y carabineros. Se corresponden con los sistemas de la burocracia democrática, fundados siempre en la sospecha. Por temor de que se roben mil liras en una oficina, la democracia paga tres inspectores que cuestan el triple y no impiden el robo. Los exámenes de admisión se justifican, pero no para apreciar la posesión de éstos u otros conocimientos, sino la capacidad general del alumno, no para mirar su pasado sino para juzgar su porvenir. Toda la vida no burocratizada, el comercio, la industria, los trabajos dl campo, etc. proceden así, por exámenes totales del hombre, no por exámenes parciales, (¡Qué haría pensar a Prezzollini la Psicología Industrial del Guremberg?).
La enseñanza de la caligrafía podía encontrar una razón de ser cuando no había máquinas de escribir. Los estudios impuestos a los jóvenes para que aprendan a calcular son inútiles desde que hay máquinas que pueden hacerlo. El cinematógrafo y la linterna mágica no deben faltar en la escuela. El cinematógrafo, aparte de su utilidad para enseñar las ciencias, puede mostrar, por ejemplo cómo surge la letra de la pluma. Hay que introducir las máquinas en la escuela, abundantemente, a pesar del horror que les tienen los maestros, (las peores máquinas con frecuencia) a fin de libertar la mente de los menesteres a los superiores.
La enciclopedia, los manuales, los diccionarios, las tablas, etc., deben reemplazar la penosísima memorización de datos y fragmentos a que se obliga al estudiante, el que debe ser adiestrado en el arte de recogerlos en las fuentes. Trabajar con la memoria como se hace, equivaldría a que en las escuelas militares se ejercitara a los jóvenes en el manejo del arco y de la ballesta con el pretexto de educar los ojos y los brazos.
La escuela debe ser nacional. La nación es una realidad. La escuela que niega la realidad no es una escuela. Pero la nación es una realidad como la familia y la humanidad. Y la realidad, el resultado de una esperanza. Y el mañana, el fruto de hoy sumado al de ayer. La humanidad ha de prevalecer sobre todo lo demás, como razón última. ¡Ay de quien deje de ser italiano! ¿Pero, se puede ser italiano dejando de ser hombre? ¿Se quiere una escuela italiana? Hágase una escuela profundamente humana.
Si el método Montessori hubiese de caer en las manos de pedantes aplicadores, que lo rodeasen del fetichismo que suele adherirse a los métodos, y de la superstición de cintificismo que los fosiliza muy pronto perdería todas sus virtudes, como las han perdido tantos otros sin excluir a Froebel, por ahora de los pobres de espíritu que creyeron encontraren los métodos las excelencias que su propia alma era incapaz de dar.
La calle no es la mejor escuela, pero muchas escuelas son peores que la calle. El golfo es mal educado, ignorante, grosero, pero presenta ciertas particularidades, ante la vida, de no poca importancia: conoce mejor que los muchachos de la escuela el valor de la fuerza y de la astucia, es más apto para luchar, para sorprender el curso de las cosas. Y en la vida, las nociones nos hacen falta como la autonomía, la independencia, la capacidad y aptitud d usarlas.
Que lo otro, -agregaríamos- el sentido de orientación interna que le imprime dirección a la fuerza y le atribuye objeto a la astucia, ni la escuela, ni la calle lo comunican, ni, -al menos en el concepto wilderiano- tiene mayor importancia en la vida.
AZORÍN
Hace poco publicamos una pequeña nota relativa a Vaz Ferreira; ahora vamos a decir algo de AZORÍN. Hay que aprovechar el espacio que los periódicos le ceden a estas glosas. Y advertir que no las dicta un propósito docente, ni que de algún modo incurra en pecado de vanidad.
Hoy nos ocurre hablar, decimos, de Azorín, pero casi nada más que para mencionar su nombre y el de algunos de sus libros.
Una manera de presentar a Azorín consistiría en referir cómo presenta él al príncipe D. Juan Manuel, el caballero de noble y sosegada prestancia, que en prosa clara, limpia, sencilla, escribe El Conde Lucanor, para depositar en su libro, cuando la vejez ha llegado, su experiencia del mundo.
Hace de ello, caso de cinco o seis años...
Azorín lo presenta por medio de un "retrato imaginario" que figura en las páginas 143 y 144 de sus Valores Literarios. Lo pinta, mientras el príncipe escribe en su cámara, cerca de una ventana abierta que permite admirar el noble y sereno paisaje de Castilla. De cuando en cuando entra por ella el lejano son de una campana.
Lo pinta de tal suerte, que en el lienzo cobra vida, delicadamente, aún la relación de aquel paisaje con el alma del augusto escritor que lo contempla desde la ventana de su estancia. Y la conmovedora relación de la sensibilidad de Azorín con el misterio de aquella época, 1929, y el sutil contenido de los dos espíritus en el minuto que los une a través de los siglos...
Todo ello mueve a admirar el encanto de esas relaciones y a sentir la belleza de las relaciones que presentan y significan, y así enriquece la comprensión de la vida y del arte. Por solo esa representación, que apenas requirió cuatro pinceladas, aunque cuatro pinceladas de vida, se hace amar Azorín. Y se hace amar hondamente, cuando relata y comenta de nuevo, unas cuantas de las historias que el Conde Lucanor le refirió a Petronio, con su gravedad, con su benevolencia de generoso y sesudo consejero.
El lector, que al leer el retrato había entrevisto un nuevo modo de estudiar la personalidad de un autor, al leer las historias confirma su visión, y adivina un nuevo modote estudiara la obra. Y en el conjunto del trabajo, como en el conjunto de una serie de trabajos de Azorín, encuentra la realización de un nuevo modo de comprender el alma española, de interpretar la literatura española, la literatura en fin. ¿Osaríamos decir que el alma humana?
Cuando el pensamiento adquiere ese secreto, se prepara para comprender otro mayor. Azorín renueva valores, moldes, y al hacerlo, contribuye austeramente a modificar la sensibilidad de un pueblo y engrandecer las glorias de una raza.
De ahí que a los literatos suela darles la sensación de frivolidad. Generalmente no comprenden lo profundo, sino en una dimensión. A más de que el germen, con llevarlo en sí, nunca causa la admiración que el fruto.
Entre tanto que Unamuno lo respeta y Ortega y Gasset lo ama, periódicos importantes se niegan a aceptarle colaboración.
A cambio de que una juventud nueva (sic) lo estudia en España y quiere estudiarlo en América y lo admira en ambos continentes, el patrioterismo español lo excomulga y lo persigue. Es la obra de los bermines.
En ello pensábamos hace poco al leer Hernán Cortés y sus hazañas de la Condesa de Pardo Bazán.
Por cierto que no serían menos interesantes las hazañas de la Condesa que las del conquistador.
Lamenta indignada que la querida España solo "sufriera" la gloria de Cortés, en retribución del oro que éste le enviaba. Lamenta las ingratitudes de que fue víctima el osado capitán.
Repite el comentario de los historiadores a la muerte de casi todos los grandes hombres.
Mejor fuera empeñarse, pensábamos, en la defensa de los que están vivos. En la de Unamuno, por ejemplo, cuya destitución será lamentada, reprochada, en alguna época, por las mismas razones y con tanto o más fervor justiciero que el de la ilustre doña Emilia.
Mejor fuera empeñarse en hacerle (sic) justicia a los conquistadores de un mundo espiritual, de un continente de ensueño, que le asegurará a España extensos y ricos dominios en los maraes de la gloria y del porvenir.
Decíamos que Azorín, o lo vamos a decir, pinta los paisajes, las almas, las épocas, en forma que el pincel deja siempre visible, con maravillosa y tenue luminosidad, el hilo azul que trasmite la esencia de los tiempos, el hilo extraño por donde fluye la corriente que une a la distancia las civilizaciones... Las mismas, cuya fuerza establece la eterna unidad de las cosas.
Hemos leído de Azorín estas obras: Confesiones de un Pequeño Filósofo (sic); Castilla, Valores Literarios y Antonio Azorín. Ellas han bastado para crearnos amor a la Dolce Maniera Nuova. Que viene a ser una manera de libertar a una literatura de la disección del eruditismo y a un pueblo de la disección del conservatismo.
Viene a ser un examen de valores en que el artista le sugiere el método al filósofo, y la penetración de ambos se combina para ennoblecer la crítica, dándole, con la gracia del cuento de hadas, la virtud transformadora de las hadas.
¿QUÉ HORA ES?1
Nota bibliográfica
En la serie Documents Pédotechniques, de la Sociedad Belga de Paidotecnia (Ed. Lamertin), acaba de publicar Adolfo Ferriére, Director de la Oficina Internacional de las Escuelas Nuevas, la traducción de uno de los libros de Georges Kerschensteiner: L`Ecole Active dans le cadre de l`ecole primaire.
La publicación se refiere a la parte práctica de la obra de Kerschensteiner, pues de la teoría ya había tratado Ferriere, en 1922, en uno de sus excelentes libros. Y el especial interés que puede ofrecerle a aquellos maestros que entre nosotros, se preocupan por el estudio del movimiento educacional, consiste, por aparte del conocimiento de los ensayos de Kerschensteiner en Minich, en el siguiente hecho, que Ferriere hace notar insistentemente en sus oportunas palabras de introducción. Que, paralelamente a las experiencias realizadas en Suiza por él mismo, y a las más atrevidas de E. F. O. Nelly, deben ser conocidas las de Kerschensteiner, porque las unas representan la extrema izquierda y las otras la extrema derecha del grupo de iniciadores de la nueva educación. A Herschensteiner lo juzgan anticuado los innovadores intransigentes, mientras viene a resultar innovador en presencia de los conservadores del actual régimen escolar. De donde se sigue en el concepto de Ferriere que, para los países latinos, el ejemplo de los ensayos efectuados en Munich muestra lo que se puede hacer en servicio del progreso educacional sin el riesgo de trastornar el estado de cosas que la tradición afirma.
El pequeño libro contiene una pequeña exposición, a veces pormenorizada, de las experiencias de "escuela activa" organizadas en las clases primarias municipales de Munich. Presenta las líneas generales de tal organización, consigna los horarios, explica el detalle de la aplicación de programas en las diversas clases, y en un breve capítulo final, destinado a formular conclusiones sintéticas, hace sugestivas consideraciones sobre la importancia de la experiencia. Sobresale entre ellas el concepto esencial del valor del interés en la escuela activa.
Puede decirse que no hay página del libro en que no encuentre el maestro estudioso algún dato, algún estímulo, alguna sugestión capaces de moverlo a explorar, los nuevos movimientos de ideas en educación, los cuales tanta falta hace que despierten en el país fecundas resonancias.
Heredia, 1925.
GLOSAS LITERARIAS
Ernestina1, de Prudencio Bertrava
Desdichadamente con la lectura de Ernestina
Categories:
Leave a comment