Redacción: Los párrafos. Estructura y tipos

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  LOS PÁRRAFOS: ESTRUCTURA Y TIPOS

 

 

 

 


 El diccionario de la Real Academia Española define el vocablo "párrafo" desde el punto de vista formal: es cada una de las divisiones de un escrito, separadas por letra mayúscula al principio del renglón, y punto y aparte al final del trozo de escritura.

En lo interno, el párrafo encierra una unidad de pensamiento. Presenta una idea básica y otras que guardan íntima relación con ella, dado que la explican y complementan.

 

La idea básica o fundamental se manifiesta a través de la expresión denominada oración tópica. Ésta puede ir al principio, en el medio o al final del párrafo, pero es más frecuente encontrarla al inicio de él.

 

Ejemplos:

 

 

1.      Párrafo con oración tópica al inicio.

 

"La relación entre lo que sabe una persona y la forma en que actúa no es sencilla. En general, naturalmente, la gente actúa en forma consecuente con lo que sabe. Si una persona percibe cierto peligro, generalmente se vuelve precavida; si sabe que un restaurante es mejor que otro, habrá de comer en el mejor, y así sucesivamente. Con frecuencia, sin embargo, ocurren incongruencias entre la forma  que actúa una persona y lo que sabe."1

 

2. Párrafo con oración tópica en el centro

 

 

"Para comprobar esta hipótesis, es necesario explicitar el método de análisis. La pregunta fundamental es la siguiente: ¿Cómo podemos verificar esta función que ejercen los medios de comunicación? Para ello, es preciso definir los criterios que vamos a usar para realizar esta verificación. Veamos, brevemente, los puntos centrales del método de análisis ideológico que proponemos."2

 

 

3. Párrafo con oración tópica al final

 

"Con el aumento de la población, la comunicación se hace cada vez más masiva, para que sea efectiva. Esta masificación ha sido posible gracias al desarrollo tecnológico. Pero dicho desarrollo depende de la economía. Por ello, la comunicación social es en nuestros días un efecto de la organización económica."3

 

 

Las ideas que giran alrededor de las oraciones tópicas, se separan con punto y seguido o con punto y coma. Cuando se redacta solo incluye una idea fundamental en el párrafo. Las otras ideas son secundarias y solo la explican, la amplían o complementan.

 

Si se desea introducir otra idea fundamental, entonces el escritor debe abrir otro párrafo y así sucesivamente hasta terminar el escrito.

 

El párrafo sirve como guía a quien escribe o lee. La sucesión de los párrafos permite la comunicación progresiva de un pensamiento, de acuerdo con un orden predeterminado.

 

La razón principal para la distribución de los párrafos en lograr mayor claridad expositiva. También es válido el criterio que se denomina de visual. Se aconseja que un párrafo tenga unas dimensiones comprendidas entre las cinco y las veintiséis líneas. El párrafo largo indispone la lectura y el breve produce, en general, un mejor efecto.

 

Los párrafos, al igual que las frases, deben mostrar una secuencia progresiva del pensamiento. Por esto, se debe procurar que entre el final de un párrafo y el principio del siguiente, haya continuidad; esto es, que la primera frase se desprenda de lo escribió en el anterior.

 

Para ilustrar, obsérvese como en el ejemplo tomado del ensayo "Perseverancia en el estudio", de Santiago Ramón y Cajal, el escritor da continuidad a los distintos párrafos.

 

PÁRRAFO FRASE INICIAL

 

1 Ponderan con razón los tratadistas de lógica...

2 Para llevar a feliz término una indagación científica, ...

3 Casi todos los que desconfían de...

4 La comparación precedente no es...

5 La forja de la nueva verdad exige...

6 Cuando se reflexiona sobre la curiosa...

7 Sí, a pesar de todo, la solución no aparece...

8 También los viajes, al traernos nuevas...

9 En los tiempos que corremos, en que la investigación...

10 Inevitables son, por consecuencia, las...

11 En todo caso, si alguien se nos adelanta, haremos mal...

12 En España, donde la pereza es, más que un vicio, una...

13 Si nuestras ocupaciones no nos permiten...

14 Lo malo de ciertas distracciones, demasiado...

15 No pretendemos proscribir en absoluto las...

16 En resumen, toda obra es...

17 Siendo, pues, ...

 

Apreciemos ahora, la continuidad de los párrafos en el ensayo completo. Lo hacemos porque está muy bien escrito y es un excelente escrito motivador para los que desean triunfar en su profesión.

 

 

PERSEVERANCIA EN EL ESTUDIO

Santiago Ramón y Cajal

(1852-1934)

           

 

Ponderan con razón los tratadistas de lógica la virtud creadora de la atención; pero insisten poco en una variedad del atender que cabría llamar "polarización cerebral" o "atención crónica", esto es, la orientación permanente, durante meses y aun años, de todas nuestras facultades hacia un objeto de estudio. Infinitos son los ingenios brillantes que, por carecer de este atributo, que los franceses designan espíritu de suite, se esterilizan en sus meditaciones. A docenas podría yo citar españoles, poseyendo y un intelecto admirablemente adecuado para la investigación científica, retíranse desanimados de una cuestión sin haber medido seriamente sus fuerzas, y acaso en el momento mismo en que la naturaleza iba a premiar sus afanes con la revelación ansiosamente esperada. Nuestras aulas y laboratorios abundan en estas naturalezas tornadizas e inquietas, que aman la investigación y se pasan los días de turbio en turbio ante la retorta o el microscopio; su febril actividad revélase en el alud de conferencias, folletos y libros, en que prodigan la turba gárrula de los traductores y teorizantes, proclamando la necesidad inexcusable de la observación y estudio de la Naturaleza en la naturaleza misma; y cuado tras largos años de propaganda y de labor experimental se pregunta a los íntimos de tales hombres, a los asiduos del misterioso cenáculo donde aquellos ofician de pontificial, confiesan ruborosos que la misma fuerza del talento, la casi imposibilidad de ver en pequeño la extraordinaria amplitud y alcance de la obra emprendida, han imposibilitado llevar a cabo ningún proceso parcial y positivo. He aquí el fruto obligado de la flojedad o de la dispersión excesiva de la atención, así como el pueril alarde de enciclopedista, inconcebible hoy en que hasta los sabios más insignes se especializan y concentran para producir.

 

Para llevar a feliz término una indagación científica, una vez conocidos los métodos conducentes al fin, debemos fijar fuertemente en nuestro espíritu los términos del problema, a fin de provocar enérgicas corrientes de pensamiento, es decir, asociaciones cada vez más complejas y precisas que dormitan en nuestro consciente; ideas que solo una concentración vigorosa de nuestras energías mentales podrá llevar al campo de la conciencia. No basta la atención expectante, ahincada; es preciso llegar a la preocupación. Importa aprovechar par a la obra todos los momentos lúcidos de nuestro espíritu; ya la meditación que sigue al descanso prolongado, ya el trabajo mental supraintensivo que solo da la célula nerviosa caldeaba por la congestión, ora, en fin, la inesperada intuición que brota a menudo, como la chispa del eslabón, del choque de la discusión científica.

 

Casi todos los que desconfían de sus propias fuerzas ignoran el maravilloso poder de la atención prolongada. Esta especie de polarización cerebral con relación a un cierto orden de percepciones afina el juicio, enriquece nuestra sensibilidad analítica, espolea la imaginación constructiva y, en fin, condensando toda la luz de la razón en las negruras del problema, permite descubrir en éste inesperadas y sutiles relaciones. A fuerza de horas de exposición, una placa fotográfica situada en el foco de un anteojo dirigido al firmamento llega a revelar astros tan lejanos, que el telescopio más potente es incapaz de mostrarlos; a fuerza de tiempo y de atención, el intelecto llega a percibir un rayo de luz en las tinieblas del más abstruso problema.

 

La comparación precedente no es del todo exacta. La fotografía astronómica limítase a registrar actos preexistentes de tenue fulgor; mas en la labor cerebral se da un acto de creación. Parece como si la representación  mental obstinadamente contemplada, emitiera, al modo de un amibo, apéndices invasores que, después de crecer en todos sentidos y de sufrir extravíos y detenciones, acabaran por vincularse estrechamente con las ideas afines.

 

La forja de la nueva verdad exige casi siempre severas abstenciones y renuncias. Convendrá durante la susodicha incubación intelectual que el investigador, al modo del sonámbulo, atento solo a la voz del hipnotizador, no vea ni considere otra  cosa que lo relacionado con el objeto de estudio: en la cátedra, en el paseo, en el teatro, en la conversación, hasta en la lectura meramente artística, buscará ocasión de intuiciones, de comparaciones y de hipótesis, que le permitan llevar alguna claridad a la cuestión que le obsesiona. En este proceso adaptativo nada es inútil: los primeros groseros errores, así como olas falsas rutas por donde la imaginación se aventura, son necesarios, pues acaban por conducirnos al verdadero camino, y entran, por tanto, en el éxito final, como entran en el acabado cuadro del artista los primeros informes bocetos.

 

 

Cuando se reflexiona sobre la curiosa propiedad que el hombre posee de cambiar y perfeccionar su actividad mental con relación a un objeto o problema profundamente meditado, no puede menos de sospecharse que el cerebro, merced a su plasticidad, evoluciona anatómica y dinámicamente, adaptándose progresivamente al tema. Esta adecuada y específica organización adquirida por las células nerviosas produce a la larga lo que yo llamaría "talento profesional o de adaptación" y tiene por motor la propia voluntad, es decir, la resolución energética de adecuar nuestro entendimiento a la naturaleza del asunto. En cierto sentido no sería paradójico afirmar que el hombre que plantea un problema no es enteramente el mismo que lo resuelve; por donde tienen fácil y llana explicación esas exclamaciones de asombro en que prorrumpe todo investigador al considerar lo fácil de la solución tan laboriosamente buscada. ¡Cómo no se me ocurrió esto desde el principio! -exclamamos-. ¡Qué obcecación la mía al obstinarme en marchar por caminos que no conducen a parte alguna!

 

Si, a pesar de todo, la resolución no aparece y presentimos, no obstante, que el asunto se acerca a su madurez, procurémonos algún tiempo de reposo. Algunas semanas de solaz y de silencio en el campo traerán la calma y la  lucidez a nuestro espíritu. Esta frescura del intelecto, como la escarcha matinal, marchitará la vegetación parásita y viciosa que ahogaba la buena semilla. Y al final surgirá la flor de la verdad que, por lo común, abrirá su cáliz, al rayar el alba, tras largo y profundo sueño, durante esas horas plácidas de la mañana que Goethe y tantos otros consideraron propicias a la invención.

 

También los viajes, al traernos nuevas imágenes del mundo y remover nuestro fondo ideal, poseen la preciosa virtud de renovar el pensamiento y de disipar enervadoras preocupaciones. ¡Cuántas veces el rudo trepidar de la locomotora y el recogimiento y soledad espiritual reinante en el vagón (el "desierto del hombre", que diría Descartes) nos ha sugerido ideas que justificó ulteriormente el laboratorio!

 

En los tiempos que corremos, en que la investigación científica se ha convertido en una profesión regular que cobra nómina del Estado, no le vasta al observador concentrarse largo tiempo en un tema: necesita además imprimir una gran actividad a sus trabajos. Pasaron  aquellos hermosos tiempos de antaño en que el curioso de la Naturaleza, recogido en el silencio de su gabinete, podría estar seguro de que ningún émulo vendría a turbar sus tranquilas meditaciones. Hogaño, la investigación es fiebre; apenas un nuevo método se esboza, numerosos sabios se aprovechan de él, aplicándolo casi simultáneamente a los mismos temas y mermando la gloria del iniciador, que carece de la holgura y tiempo necesarios para recoger todo el fruto de la laboriosidad y buena estrella.

 

Inevitablemente son, por consecuencia, las coincidencias y las contiendas de prioridad. Y es que, lanzada al público una idea, entra a formar parte de ese ambiente intelectual donde todos nutrimos nuestro espíritu y en virtud del isocronismo funcional reinante en las cabezas preparadas y polarizadas para su trabajo dado, la idea nueva es simultáneamente asimilada en París y en Berlín, en Londres y en Viena, casi de idéntico modo, y con similares desarrollos y aplicaciones. La invención crece y se desarrolla, al modo de un organismo, espontánea y automáticamente, como si los sabios quedasen reducidos a meros cultivadores de la semilla sembrada por un genio. Todos entrevén la espléndida cosecha. Esto explica la impaciencia por publicar, así como lo imperfecto y fragmentario de muchos trabajos de laboratorio. El afán de llegar antes nos lleva a veces a incurrir en ligerezas; pero ocurre también que él ansia febril de tocara la meta los primeros nos granjea el mérito de la prioridad.

 

En todo caso, si alguien se nos adelanta, haremos mal en desalentarnos. Continuemos impertérritos la labor, que al fin llegará nuestro turno. Ejemplo elocuente de incansable perseverancia nos dio una mujer gloriosa: Madame Curie, cuando, habiendo descubierto la radiactividad del "torio", sufrió la desagradable sorpresa de saber que poco antes el mismo hecho había sido anunciado por Schmidt en los Wiedermann Annale, lejos de desanimarle la noticia, prosiguió sin tregua sus pesquisas; ensayó al electroscopio nuevas sustancias, entre ellas cierto óxido de uranio (la "pechblende" de la mina de Johanngeorgenstadt), cuyo poder radioactivo sobrepuja en cuatro veces al del uranio. Y sospechando que aquella materia tan activa encerraba un cuerpo nuevo, emprendió, con el concurso de M. Curie, una serie de ingeniosos, pacientes y heroicos trabajos, cuyo galardón fue el hallazgo de un nuevo cuerpo, el estupendo "radio", cuyas maravillosas propiedades, provocando numerosas investigaciones, han renovado la química y la física.

 

En España, donde la pereza es, más que un vicio, una religión, se comprende difícilmente  esas monumentales obras de los químicos, naturalistas y médicos alemanes en los cuales solo el tiempo necesario para la ejecución de los dibujos y la consulta bibliográfica parecen deber contarse por lustros. Y, sin embargo, estos libros se han redactado en uno o dos años, pacíficamente, sin febriles apresuramientos. El secreto está en el método de trabajo; en aprovechar para la labor todo el tiempo hábil; en no entregarse al diario descanso sin haber consagrado dos o tres horas por lo menos a la tarea; en poner dique prudente a esa dispersión intelectual  y a ese derroche de tiempo exigido por el trato social; en restañar, en fin, en lo posible, la cháchara ingeniosa del café o de la tertulia, despilfarradora de fuerzas nerviosas (cuando no causa disgusto), y que nos aleja, con pueriles vanidades y fútiles preocupaciones, de la tarea principal.

 

Si nuestras ocupaciones no nos permiten consagrar al tema más que dos horas, no abandonemos el trabajo con el pretexto de que necesitaríamos cuatro o seis. Como dice juiciosamente Payot, "poco basta cada día si lograremos ese poco".

 

Lo malo de ciertas distracciones, demasiado dominantes, no consiste tanto en el tiempo que nos roba, cuanto en la flojera de la tensión creadora del espíritu y en la pérdida de esa especie de tonalidad que nuestras células nerviosas adquieren cuando las hemos adaptado a determinado asunto.

 

No pretendemos proscribir en absoluto las distracciones; pero las del investigador serán siempre ligeras y tales que no estorben en nada las nuevas asociaciones ideales. El paseo al aire libre, la contemplación de las obras artísticas o de las fotografías de escenas, de países y de monumentos, el encanto de la música y sobre todo la compañía de una persona que, penetrada de nuestra situación, evite cuidadosamente toda conversación grave y reflexiva, constituyen los mejores esparcimientos del hombre de laboratorio. Bajo este aspecto será bueno también seguir la regla del Bufón, cuyo abandono en la conversación (que chocaba a muchos admiradores de la nobleza y elevación de su estilo como escritor) lo justificaba diciendo: "Estos son mis momentos de descanso".

 

En resumen, toda obra grande es el fruto de la paciencia y de la perseverancia, combinadas con una atención orientada tenazmente durante meses y aún años hacia un objeto particular. Así lo han confesado sabios ilustres al ser interrogados tocante al secreto de sus creaciones. Newton declaraba que solo pensando siempre en la misma cosa había llegado a la soberana ley de la atracción universal; de Darwin refiere uno de sus hijos que llegó a tal concentración en el estudio de los hechos biológicos relacionados con el gran principio de la evolución, que se privó durante muchos años y de modo sistemático de toda lectura y meditación extraña al blanco de sus pensamientos, en fin, Bufflon no vacilaba en decir que "el genio no es sino la paciencia extremada". Suya es también esta respuesta a los que le preguntaban cómo había conquistado la gloria: "Pasando cuarenta años de mi vida inclinado sobre mi escritorio". En fin, nadie ignora que Mayer, el genial descubridor del principio de la conservación y transformación de la  energía, consagró a esta concepción toda su vida.

 

Siendo, pues, cierto de toda certidumbre que las empresas científicas exigen, más que vigor intelectual, disciplina severa de la voluntad y perenne subordinación de todas las fuerzas mentales a un objeto de estudio, ¡cuán grande es el daño causado inconscientemente por los biógrafos de sabios ilustres al achacar las grandes conquistas científicas al genio antes que al trabajo y la paciencia! ¡Qué más desea la flaca voluntad del estudioso o el profesor que poder cohonestar su pereza con la modesta cuanto desconsoladora confesión de mediocridad intelectual! De la funesta manía de exaltar sin medida la minerva de los grandes investigadores sin parar mientes en el desaliento causado en el lector, no están exentos ni aún biógrafos de tan buen sentido como L. Figuier. En cambio, muchas autobiografías, en las que el sabio se presenta al lector de cuerpo entero, con sus debilidades y pasiones, con sus caídas y aciertos, constituyen excelente tónico moral. Tras estas lecturas, henchido el ánimo de esperanza, no es raro que el lector exclame: Anche io sono pittore.

 



1 González, Jaime. Comunicación social y dominación ideológica. Ed. Martí, San José, 1981, p. 53.

2 Íd.,  p. 17.

3 Íd.,  p. 13.

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Estimado:
Realice un trabajo específico respecto de un tema.
El profesor me dice que fallo en:
Redacción.
Uso de verbos.
Sintásis.
El contenido esta bien.
Agradeceré ver la posiblidad de ayudarme por favor.
Que posiblidades existen de que les envie el trabajo que es de diez hojas, realicen las correcciones necesarias y me reenvien.
Gracias, muchas gracias por lo que puedan hacer.
Verdaderamente lo necesito urgente.

Gracias por su comentario. Con gusto te ayudaré. Te enviaré mi correo para que me puedas mandar el trabajo. No obstante en este blog, encontrará todo un curso de redacción y de morfología y sistaxis. Búsquelo en los archivos.
Saludos
Benedicto Víquez Guzmán

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This page contains a single entry by Benedicto Víquez Guzmán published on 24 de Noviembre 2009 5:43 PM.

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