La Poza de la Sirena de Manuel Argüello Mora

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LA POZA DE LA SIRENA

 

Cerca de la confluencia de los ríos Virilla y Tiribí existe un paraje delicioso. En ese valle, que indudablemente fue formado por el lento trabajo de la corriente del Virilla, existía hace algunos años una pintoresca casita de dos pisos. Pequeña, pero aseada a la holandesa, aquella morada parecía un nido que las ninfas del río hubieran fabricado para su descanso. Las celosías verdes y las paredes blancas de la casita, contrastaban agradablemente con el fondo sombrío que la selva le formaba. El valle entero tomó el nombre que primitivamente formaba solo se daba al brazo del río que pasaba frente a la habitación que hemos escrito: Poza de la sirena, primero, y después, Valle de la Sirena. El origen de este nombre, dicen los labradores de las cercanías, proviene de una aparición que periódicamente conmovía a las gentes que por allí pasaban. Se asegura que todos los años, el 15 de agosto, día de la Asunción, a ciertas horas de la noche, sale de la poza una sirena, o sea, una lindísima joven con los cabellos sueltos, con el medio cuerpo superior de mujer pero de la mujer que era Venus, y el otro medio cuerpo inferior con la forma de un pescado. Esta sirena inofensiva había sido vista por muchas personas.

 

Pero, volvamos a nuestra casita y ocupémonos de las gentes que la habitaban.

 

Hacía dos años aproximadamente, que una familia compuesta de tres personas se había instalado en ella y sin otra compañía que la de una cocinera y un criado, se deslizaba tranquilamente la existencia de aquellos seres.

 

Arturo, el amo de la casa, joven de veintiocho años, se había casado hacía cuatro con Aurelia, que contaba diez y ocho abriles, y con más encantos físicos y virtudes que abriles. Ésta fue agraciada por la Providencia con una niña, Julieta, tan llena de gracia y belleza infantil, que bastaba ella sola para llenar todos y cada uno de los momentos de la existencia venturosa de ambos esposos.

 

En efecto, Amelia, amaba a Arturo y adorando a la pequeña Julieta, era tan feliz cuanto es posible serlo de tejas abajo. No así Arturo, cuyas aspiraciones hacia lo desconocido le infligían un malestar que él mismo no se explicaba. Sin otros bienes que aquella casita con cuatro manzanas de terreno medio cultivado y una renta de ciento cincuenta pesos mensuales que le producían el interés de la suma de quince mil pesos colocados con entera seguridad, sus ensueños de la adolescencia le habían acostumbrado a esperar una gran fortuna; organizado además, como la generalidad de los hombres de su casta y habituado a la idea de que él era destinado a sobreponerse y dominar a los demás hombres, no podía menos que resentirse en aquella quietud, de aquella dicha monótona e ignorada y, por lo mismo, no envidiada de sus semejantes.

 

Amelia solo temía que aquella situación tuviera un término, y no se figuraba nada más venturoso que la prolongación indefinida de tan dichosa existencia. Arturo y Julieta eran su vida, su amor, su destino final. Amelia y Julieta eran para Arturo una compensación insuficiente de la falta de gloria, de poder y de bienes de fortuna. A su pesar demostraba con su tristeza y sus frecuentes distracciones, que en su corazón o en su cerebro había un vacío que carcomía su cuerpo y oscurecía su alma.

 

Arturo, que no se daba exacta cuenta de su anormal humor, consultó al doctor Weber, grande amigo suyo, quien sin comprender el mal le dio unas pastillas, aconsejándole que las tomara cuando se encontrase atacado por aquella semi-enfermedad.

 

Así transcurrieron dos años. El 15 de agosto de 1880, después de tomar el se te sintió con un redoblamiento de tristeza que no pudieron impedir ni las delicadísimas atenciones y cariños de su esposa, ni las inocentes coqueterías y dulcísimas sonrisas de Julieta, al grado de hacer exclamar a la niña: "Papá, tú no eres amable conmigo, como lo es mi mamá; no me mires tan bravo porque me das miedo; siéntate y juega conmigo y te amaré igual que a mi mamá Amelia". Inútiles llamamientos. Amelia y Julieta se retiraron a descansar, y Arturo, taciturno y alelado salió de su casa e inconsciente, casi maquinalmente, dirigió sus pasos hacia el río. Cuando hubo llegado a la orilla de la Poza de la Sirena, se sentó en una piedra, y miró sin ver la superficie azul de la poza y escuchó sin oír la corriente del Virilla. Sonaron las doce de la noche y recordó nuestro amigo Arturo el remedio que le obsequió el Dr. Weber. Sacó una cajita de oro, tomó tres pastillas que en ella había, y las puso en la boca. Cuando había absorbido su contenido, le pareció que el agua de la poza se movía en remolinos...Una espuma blanca cubrió los círculos móviles que formaban las ligeras ondas, y ... del fondo del río salió una hermosísima mujer desnuda, solo cubierta la parte superior de su cuerpo con los sedosos cabellos de aquella criatura celestial. A media agua notó que se movía la cola de un pescado que hacía las veces de la parte inferior del cuerpo de la Sirena.

 

Lo que siguió lo copiaremos de un libro en que Arturo consignó los sucesos de aquella noche inolvidable.

 

*

 

"Mis ojos se clavaron involuntariamente en los de aquella encantadora visión que tenía delante de mí. Ella me miraba con tal fijeza y había tanto amor, tanta bondad y dulzura en su expresión, que no pude articular palabra; pero me arrodillé ante ella y alargué los brazos como implorando su compasión. Luego, con una voz cuyo metal argentino conmovió todo mi ser, me dijo:

 

"_Arturo, tú no eres feliz porque tu alma está agitada de vehementes aspiraciones a la gloria, al poder y a la posesión de grandes riquezas con las cuales se consigue a veces lo segundo y alguna vez lo primero. Yo te otorgaré todo cuanto deseas; serás inmensamente rico; tu aspecto físico será simpático, bello y gracioso; las mujeres te adorarán y los hombres te temerán y respetarán: serás el primero entre tus compatriotas, y los dominarás con tu elocuencia, tu talento práctico y tu prestigio: gozarás de perfecta salud y tu nombre será enaltecido y venerado por todas las naciones. Cuando mueras te dedicarán estatuas y altares donde te adorarán como a un semi-dios. ¿Estás contento; tienes algo más que pedirme?

 

"_ No -exclamé yo, arrobado y alelado de placer-. Seré el más dichoso de los nacidos, si lo que me pidas en cambio de tantos dones, puedo yo conseguir hacerlo.

 

"_ Nada te pido en cambio -replicó la Sirena -, pero nunca tendrás otra cosa que lo que te he ofrecido.

 

"Al concluir estas últimas palabras se sumergió en el agua mi bondadosa Sirena y la superficie de la poza quedó tersa y tranquila como antes.

 

"Entré a mi casa y me acosté con el corazón y la cabeza henchidos de esperanza y felicidad.

 

"Frente a mi escritorio había un espejo en el cual, antes de desvestirme noté con gran placer el reflejo de mi persona. Con las mismas facciones y disposición exterior que me eran naturales, observé con sorpresa que toda mi figura y movimientos tenían una gracia y suavidad que atraían la voluntad, arrebataban la simpatía.

 

"Un sueño tranquilo y no interrumpido se apoderó de mi ser hasta la aurora del siguiente día".

 

Segunda parte

 

"Al día siguiente, al despertar, sentí una ligereza de cuerpo y de espíritu anormales. Amelia y Julieta me acariciaban a porfía y me enseñaba la primera un diario en la capital en el cual se hablaba de mí en los términos más encomiosos, proponiéndome como diputado en representación de mi provincia.

 

"En mi cuarto encontré una enorme caja de hierro, que abrí y cuyas gavetas estaban llenas de billetes de banco, de monedas de oro, y una, con piedras preciosas. Lo que más me asombraba era que aquella novedad no fuera notada por mi esposa e hija, quienes hablaban de aquellas riquezas como se siempre hubieran estado allí.

 

"No me detendré a detallar mi vida desde que amaneció el día que siguió al encuentro con la Sirena de la poza. Fabriqué casas, semi-palacios en la ciudad, lujosas villas en el campo. Establecí y crié industrias desconocidas en el país. Favorecí y levanté familias pobres, prestándoles capital y crédito, y al cabo de dos años se me llamaba: Arturo el benéfico, el magnífico; era el hombre apreciado y querido por las masas. Mi candidatura a la Presidencia de la República tenía todas las probabilidades de triunfar sobre la del Gobierno, por ser éste mi deudor por grandes sumas, y por servicios importantes. ¿Qué faltaba para mi completa  dicha y felicidad? Bienes de fortuna, ambición satisfecha, salud completa".

 

Tercera parte

 

¿Era dichoso con todo esto el marido de Amelia?

 

Sí lo fue, cuanto se puede ser en este mundo, durante diez y ocho meses. Al cabo de este tiempo la pequeña Julieta empezó a palidecer y a marchitarse.

 

En vano se agotaron los recursos que traen consigo enormes riquezas y un gran prestigio. Médicos llamados de fuera, consultas a celebridades de la ciencia médica; todo fue inútil; la preciosa y simpática niña caminaba a su fin con la sonrisa en los labios y la tristeza en el corazón.

 

Una consunción de pecho adquirida a causa de un temblor de tierra que conmovió durante diez segundos la ciudad de San José a las tres de la madrugada, hizo perder la cabeza a Amelia y creyendo salvar a su hija de una muerte segura, la sacó de su cama en donde traspiraba abundantemente, y solo cubierta con una sábana, la condujo a la calle, húmeda y fría esa noche, a causa de un vendaval del sur.

 

¡Cuánto lamentó Arturo no haber pedido a la Sirena la salud para los suyos! Mas ya era tarde. Él creyó que con mucho dinero y mucho poder, todo podría conseguirse, y se manifestó satisfecho con las promesas de la Sirena del Virilla, entre las cuales estaba la salud de él, y nada dijo de los suyos.

 

El 15 de agosto de 1882 se acercaba. Julieta hacía días que sus fuerzas no le permitían abandonar el lecho. Arturo y Amelia no salían de la casa. Sentados a la orilla de la cama de la niña, pasaban los días y las noches contemplando aquellas formas angelicales que pronto desaparecían. Lo que tiene de más terrible esa enfermedad que diezma los países del norte de América y Europa, es la completa conservación de las facultades intelectuales de sus víctimas. Así es que el atacado de los pulmones, ve paso a paso acercarse el momento supremo de la disolución final. Julieta con voz débil y dulcísima consolaba con piadosas mentiras a sus desventurados padres, asegurándoles que se sentía mejor y que pronto estaría buena. La víspera del 15 la adorable niña preguntó a la mamá con un gesto que más bien que sonrisa parecía una contracción producida por el dolor, con que la festejaría  en su cumpleaños que era el día siguiente. La madre no pudo contener el llanto y salió precipitadamente del cuarto, para que la enferma no lo notara. Cuando Arturo entró poco después con Amelia, Julieta movía una mano en ademán de despedida y miraba fijamente hacia la puerta. La manecita cesó de moverse y los ojos de brillar. Los besos de sus padres se posaron solo sobre su cadáver de la que fue Julieta.

 

El 15 de agosto se depositaron en el panteón de esta ciudad los restos de la pobre tísica y con ellos la felicidad de Arturo y Amelia.

 

Muerta Julieta, la vida de Arturo y Amelia fue de continuo dolor, de profundo pesar. Ambos maldecían las riquezas y la popularidad del primero. ¿Para qué todo eso? Las villas, los palacios, los lujosos muebles solo recordaban la pasada dicha. Sin Julieta todo era frío, triste, sin objeto. Amelia lloraba y alternaba las lágrimas con la oración. Arturo sufría más quizás, porque su sufrimiento  no tenía una válvula que lo dejara salir al exterior. Días enteros los pasaba recorriendo silenciosamente los lugares preferidos por Julieta; o inmóvil contemplando como una estatua un punto fijo en el horizonte, o en el estrellado cielo, Ambos preferían la habitación de la Poza de la Sirena, sin explicarse por qué. Un año, largo como un siglo, transcurrió para esta desgraciada pareja sin darse cuenta del tiempo; pero con un deseo, cada día renaciente, de concluir con existencia tan dolorosa y seguir a Julieta en su desconocida morada. Y como todos los plazos se cumplen, el día 15 de agosto llegó y pasó. A las doce de la noche, se dirigió Arturo desesperado y presa de un dolor sin nombre, a la Poza de la Sirena. Las lágrimas bañaban su rostro y a través de ellas vio que el agua de la poza se movía y de ella salía la misma mujer-pescado, con su bello semblante siempre sereno y lleno de bondad. Pero Arturo solo vio en aquella aparición un ser sobrenatural impotente y engañoso, puesto que no pudo o no quiso conservarle su hija, y exclamó:

 

_Maldita mujer o demonio que me ofreciste la felicidad y me la vendes a cambio de la pérdida de Julieta; quítame todo lo que me has dado, recoge tus riquezas, arrebátame el prestigio y el respeto de las gentes. En cambio de la vida de mi hija te doy aun lo que tenía hace dos años. ¡Cúbreme de enfermedades, y atráeme el desprecio de todos; pero devuélvame mi tesoro, mi Julieta!

 

_ Así será -contestó la Sirena- Mañana serás lo que eras el 15 de agosto de 1980; pero la lección que te he dado, te será provechosa porque, por experiencia propia, conoces cuán vanos son los decantados bienes que tanto se codician. Ya no te fastidiarás, ni te afligirá la medianía de tus haberes, y ahora sí serás verdaderamente dichoso, porque la felicidad solo la pueden dar los goces del corazón. El hombre que posee bienes suficientes para no vivir de la dependencia de otra persona, tiene elementos indispensables para ser feliz. La vida puede ser agradable sueño para el que ama y trabaja. He ahí dos talismanes contra el fastidio y el dolor: amor y trabajo".

 

La Sirena desapareció en el agua y Arturo se retiró a su curato.

 

*

 

Durmió toda la noche y fue despertado el 16 de agosto por la alegre voz de Julieta, que en compañía de Amelia traía el café a tan dormilón papá, "¿Que tenías esta noche que has dormido tan agitado? ", preguntó la esposa a Arturo. "He sufrido una horrible pesadilla querida mía. Al acostarme tomé las pastillas de bastciz que me regaló el Doctor Weber y ese narcótico me ha hecho soñar cosas...que no quiero recordara".

 

En efecto, lo de la Sirena, las riquezas, el poder y la muerte de Julieta, todo era un sueño producido por el bastciz En vez de dos años, solo había transcurrido la noche del 15 de agosto de 1880, y hoy se encontraba en la mañana del día del mismo mes y año.

 

 

Pero la impresión que a Arturo causó la segunda parte de su sueño fue tal, que nunca más aspiró a otra cosa, que a aumentar con el trabajo su pequeño capital, a cuidar y conservar los dos seres que componían su familia. Amelia bendijo el bastciz que le devolvió la atención y la dicha de su marido, despojándolo de las distracciones y fastidios que una loca ambición le producían.

 

A pesar de estar convencido Arturo de que lo de la Sirena fue un sueño, la poza y sus alrededores le causan una impresión que cada día se debilita; pero es intensa los días 15 de agosto.

 

Cuidado, pues, lector de mi alma, con las pastillas de bastciz y procura sacar de esta novelita, la moralidad que en ella pudiera seros útil.

 

 

ALGUNAS OBSERVACIONES

 

 

Es un relato y no una novelita, tal y como lo afirma el mismo escritor.

 

La estructura es fácil de especificar. Se parte de una situación inicial, en este caso negativa ya que el personaje principal Arturo sufre, no es feliz a pesar de lo que posee, una esposa y una bella hija y bienes suficientes para vivir. Ello abre un proceso de mejoramiento por parte de Arturo. Visita la Poza de la Sirena y luego de contactarla, ésta le brinda lo necesario que él pide. La Sirena se convierte en el personaje aliado de Arturo, una especie de elemento mágico que le resuelve con creces su conflicto. Así vive en alegría durante casi dos años pero de nuevo aparece la adversidad en la enfermedad de su hija que la lleva a la muerte. Ante esa situación Arturo vuelve a contactar la Sirena y ésta recibe todo lo que había dado a él y le restituye la vida a Julieta. Ahí podría terminar el cuento, pero se abre la explicación racional. Todo había sido un sueño o pesadilla debido a las pastillas que recetó su amigo el Doctor Weber. El cuento termina entonces con moraleja incluida: Vivir contento con el trabajo y el amor de la familia. No ambicionar riquezas materiales.

 

¿Será cierto que la riqueza material es incompatible con la riqueza espiritual? No pareciera verdad sino una falacia. Es más bien una especie de consolación.

 

La explicación racional de los hechos elimina el mundo maravilloso y lo convierte en lo que Todorov llama "Lo Extraño". Este servidor prefiere llamarlo "Lo sorpresivo", aunque no esté tan feliz con ese término. Pienso que es mejor porque explica la reacción del lector en forma más clara y contundente. En lo maravilloso el lector acepta lo sobrenatural como tal y convive con ese mundo sin inmutarse. Sabe que es de esa naturaleza y en él todo puede suceder por más fantasioso que sea. En "Lo Sorpresivo" o extraño el lector recibe de parte del autor una explicación racional de los hechos y eso en muchas ocasiones le resta encanto y fantasía al relato. Mejor, a nuestro juicio sucede en lo "Fantástico" que no existe esa explicación y queda en el lector "La Duda" que lo intriga más. Por lo tanto este relato pertenece al género de lo "sorpresivo" o extraño.

 

Muchos relatos se han escrito después bajo esa modalidad, acordemos el cuento de Joaquín García Monge "Una extraña visita".

 

También esta temática moral es motivo artístico del cuento "La pata de mono", solo que ese relato es un excelente ejemplo de lo fantástico.

 

Podríamos afirmar que este es el primer relato de la modalidad de lo "Sorpresivo o extraño" pues fue publicado en el año 1880 en pleno Romanticismo. Ello explica también el uso de la Sirena, un ser mitológico propio de Grecia y que se conoce en la Odisea. Las leyendas de Costa Rica se inscriben en el género Maravilloso y sí poseen la clara máxima de culpa castigo y moraleja al final.

 

 

 

 

 

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