Cierto día, cuando regresaba de impartir lecciones en un colegio privado en Belén, sucedió un encuentro extraño con una joven de escasos diez y seis años.
Solía salir por la parte trasera del Seminario, cruzar por un trillo lleno de maleza, el lote circundante, saltar el portón de hierro que lo dividía con la calle de tierra que me conduciría a la carretera principal donde pasaba el bus de la Ribera.
El primer percance me sucedió antes de llegar al portón, cuando en el trillo apareció una serpiente frente a mí que me miraba asustada y con disgusto pues interrumpía su siesta al sol de mediodía. Me repuse de la impresión y caminé de largo, por la parte de la cola y cuando me sentí más seguro corrí desesperadamente hasta el portón y de un salto caí en la calle enzacatada.
Me sacudí la maleza y el poco barro que mi pantalón recibió en mi caída, respiré profundo y continúe mi camino lentamente.
Siempre debía pasar por una casa campesina, muy humilde y llena de soledad. En el frente de ella, todos los días, aparecía una joven, sentada en un tronco de guachipelín que servía de asiento posiblemente al campesino que cortaba la leña para cocinar. Nunca, hasta ese día se atrevió a dirigirme la palabra y yo solía decirle el adiós rutinario, como única forma de saludarla a mi paso.
Pero ese día, a su paso frente a ella, me miró con sus ojos grandes, negros y profundos y con una sonrisa inocente, me dijo:
_¿Ud. Es maestro en el Seminario?
_ Sí, le respondí.
_ A mí me hubiera gustado estudiar.
Y como descubriera que la joven tenía ganas de conversar, me senté en otro tronco de madero que estaba a su lado. Entonces siguió con más ánimo:
_Yo llegué hasta el sexto grado de la escuela...Lo gané en la escuela que queda terminando la cuesta, después del cementerio.
Pasó sus manos de dedos largos sobre su cabello liso y sedoso, se acomodó un poco en su asiento de madera y continuó
_No pude entrar al colegio...
Y profundizó un triste silencio lleno de dudas.
_Yo soy la penúltima de seis hermanas. Mi hermana menor tiene apenas once años y está en la escuela. Ahorita debe llegar. Es que somos muy pobres y mi papá trabaja en ese cafetal que está detrás de nuestra casa. Gana apenas para comer y compramos la ropa cuando llegan las cogidas de café.
Presentía que detenía su historia por miedo a contar algo que ronroneaba en su cabecita y no se atrevía a expresarlo.
Se soltó la trenza que enroscaba su cabellera, sacudió su cabeza y respiró profundo.
_ Esos dos güilas que juegan en el patio son de mi papá.
Y de sus ojos enormes y negros, salieron dos gotas oscuras que cayeron a sus pies.
_ Papá dice que las hijas le pertenecemos a él.
Y se tapó la cara con sus manos.
_ Nos ha violado a todas.
Y su voz se quebró y se mantuvo unos minutos con la cabeza entre su regazo.
_Una vez se lo conté al policía pero no hizo nada, seguro le tiene miedo a mi papá, igual que mi mamá que todas las noches llora en silencio.
_ No quiero que Ana también sufra como nosotras. Ella está muy pequeña y es tan buena.
Dos pajarillos jugaban en un güitite junto a la cerca.
_Se llaman gallitos y son muy peleones
Los pajarillos volaron a otros árboles y se alejaron alegremente.
_ ¿Qué me aconseja Ud.?
Estaba esperando esa pregunta y eso me angustiaba. La miré cariñosamente, y le respondí:
_ Nunca me han hecho una pregunta tan difícil como esa. La respuesta está en Ud. Y eres la única que puedes encontrarla. Lucha por ella, sé tenaz, no desmayes... y con alegría cuando menos lo imaginas vas encontrar la respuesta que mereces y serás feliz.
Nos pusimos a la vez de pie y ella corrió a topar a su hermanita y yo seguí mi camino pues ya casi pasaba el bus.
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