Rafael Ángel Herra Rodríguez

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RAFAEL ÁNGEL HERRA RODRÍGUEZ

(1943)

 

Rafael Ángel Herra Rodríguez nació Alajuela Centro, el 18 de noviembre del año 1943.   A los seis meses se enfermó de fiebre malta y eso lo obligó a  vivir con sus abuelos en Canoas, pueblito del cantón de Alajuela, mientras que sus papás permanecieron en San Carlos. Sus  abuelos eran solventes económicamente y tenían una finca cafetalera, así como sus tías con quienes vivía.

 

De niño, oía los cuentos e historias muy variadas que contaba su abuelo. Esto- dice él- le agradaba mucho. También guarda gratos recuerdos de su estancia en La Agonía de Alajuela, donde vivió algún tiempo. Ahí experimentó la entrada de un toro en su casa, cosa que era frecuente que sucediera en Alajuela, cuando los toros se escapaban de la plaza. Este acontecimiento le servirá más tarde para una de sus novelas: Viaje al reino de los deseos.

 

A los seis años entró a la escuela, en 1949, pero debió abandonarla por una crisis de su enfermedad. Luego en 1950, lo hizo de nuevo, esta vez en la escuela Guatemala. Años después pasó a la escuela Carlos Gagini Chavarría y, por último volvió a la escuela Guatemala, donde terminó sus estudios primarios, en el año de 1955. De esta época, dice él, que era buen estudiante y que le gustaba el dibujo y sobre todo hacerlo con lápices de color, las artes y dibujar paisajes y sobre todo la lectura de ficciones.

 

Inició los estudios secundarios en  1957, en el Instituto de Alajuela. Contó con todos los medios para realizarlos, libros, dinero, etc. Es del criterio de que tuvo buenos y malos profesores y que el estudio de la literatura que recibió no fue adecuado y  no le motivó, a pesar de que años después fue  de su interés. Le gustaba escribir poesía amorosa.

 

De joven se desempeñó como locutor de radio en la emisora Progreso de Alajuela, durante los sábados y domingos. Se graduó en el año de 1961, a los 17 años. Luego ingresó a la Universidad de Costa Rica en 1962. Ahí recibió los Estudios Generales y tuvo como profesor a Constantino Láscaris quien influyó positivamente para que se decidiera a estudiar Filosofía, a pesar de que pensaba estudiar Derecho. En 1964, deja de estudiar Derecho que llevaba paralelamente con Filosofía y decide ingresar en los Estudios Clásicos. Empezó decididamente a escribir poesía, cuento, ensayo. Publicó durante dos años una página en el periódico La Nación y en el Semanario  Universidad.

 

El primer mérito lo obtuvo  cuando ganó el premio de la Alianza Francesa sobre Pascal.

 

En 1967 se graduó en las dos carreras: Filosofía y Estudios Clásicos. Presentó la tesis en 1968 sobre Sartre y los prolegómenos a la Antropología.

Viajó a estudiar  un postgrado, en Filosofía, a Alemania, en 1968. A los cuatro meses de permanecer en ese país, se casó con una costarricense, en 1969. En ese país fue profesor Huésped en las Universidades de Bamberg y Giessen. Desde 1973 dirige  y edita la Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica. Se doctoró en la Universidad Johannes Gutenberg, Maguncia. Ha cursado estudios de filología clásica, literatura comparada y filología románica. En la Universidad de Costa Rica obtuvo el Bachillerato en Estudios Clásicos y la licenciatura en Filosofía y Filología. Fue Director de  la Escuela de Ciencias de la  Comunicación Colectiva (periodismo) de la Universidad de Costa Rica. También ha sido Director del Suplemento Literario del periódico La Nación, llamado Áncora. Ganó un concurso centroamericano y del caribe de radioteatro artístico auspiciado por la Westdeutscher Rundfunk de Colonia y el Instituto Goethe de San José. Actualmente (año 1998) fue nombrado Embajador en Alemania por el gobierno de Miguel Ángel Rodríguez, lo mismo que ahora, con el gobierno de Abel Pacheco.

 

Es padre de una hija.

 

Ha publicado innumerables ensayos sobre diferentes temas, tales como, Autoengaño: palabras para todos y sobre cada cual: 2007, Carlos Monge Alfaro, la filosofía de la educación y de la universidad: 1965, Las cosas de este mundo: 1990, Crítica de la filosofía global, quinientos años después y otro tanto más.

 

 

LO QUE HA ESCRITO RAFAEL ÁNGEL HERRA RODRÍGUEZ

 

 

NOVELA

 

1. La guerra prodigiosa: 1986

2. El genio  de la botella: 1990

3. Viaje al reino de los deseos: 1991

 

 

CUENTO

 

1. El soñador del penúltimo sueño: 1983

2. Había una vez un tirano llamado Edipo: 1983

 

POESÍA

 

1. Escribo para que existas: 1993. En el año 2011 se edita en italiano.

 

TEATRO

 

1. Narciso y las dos hermanas: 2011

2. Viaje al Reino de los deseos: 2011 (adaptada para teatro, y presentada en el TN por la CNT bajo la dirección de Mauricio Astorga)

 

 

También ha escrito varios ensayos, tales como: Líder y los prolegómenos a la antropología, Violencia, tecnocratismo y vida cotidiana (1984), Lo monstruoso y lo bello. Conversaciones con Amigheti, y otros que no citamos por escapar al interés de este libro.

Obras de Filosofía:

 

1. Sartre y los prolegómenos a la antropología (Primera edición en 1965 y la segunda en 1983), ensayo.
2. Violencia, tecnocratismo y vida cotidiana (1991 y traducido al francés), ensayo.
3. El desorden del espíritu. Conversaciones con Amighetti (1987).
4. Lo monstruoso y lo bello. Ensayos de estética (1988), ensayo.
5. Las cosas de este mundo (1990), ensayo.
6. ¿Sobrevivirá el marxismo? Compilador (1991), el pensamiento de importantes intelectuales en relación con el tema.
7. Autoengaño (ensayo, 2007)

 

La primera novela recibió el nombre La guerra prodigiosa  y la publicó en 1986.1

 

Es, sin lugar a dudas, una novela de aventuras, desde el inicio hasta el final. Como los libros de caballerías, en busca de justicia, aquí simbolizada por el bien, pero no en forma absoluta sino relativa. Así como don Quijote se sanchifica y Sancho se quijotiza, en esta novela se da una evolución en los personajes, símbolos del bien y el mal. Tanto el Santo, representante del primero se relativiza hacia el mal, como el mal absoluto termina relativizándose hacia el bien. Es la guerra prodigiosa de dos polos opuestos que terminan luchando por el mismo objetivo: viajar a Alejandría para dar muerte a Semíramis. Antes deben pasar por innumerables pruebas, tal y como sucede en los cuentos de hadas.

 

La novela pertenece al genero maravilloso y esto hace al autor, acudir a la técnica de la intertextualidad y la utilización de un lenguaje expresivo propio de la época que novela, pero la temática del bien y el mal, la vida y la muerte, la justicia y la injusticia, siempre estarán presentes en la vida humana, sin importar el momento histórico. Los personajes son harto conocidos y el tratamiento de ellos una innovación, a pesar de que los espacios y conflictos parecieran, a primera vista, reiterativos, no lo es así. La guerra se convierte en un prodigio, en una convivencia, en una transformación, en una metamorfosis y ello es esencial y clave en la novela. Las voces de los personajes, sus conflictos, y sobre todo las vivencias, pueden ser conocidos pero los resultados están condicionados en el juego de la fantasía, de la creación, de una diferente y sustancial visión del mundo. No importa si la novela se parece o no al Quijote, si toma el estilo, a veces de Cervantes y conduce a los personajes a través de múltiples aventuras a metas semejantes o si son producto de los cuentos maravillosos de hadas, lo cierto es que el autor abre una importante veta en la literatura nacional y esto de por sí ya tiene su importancia.

 

Otro aspecto que se debe señalar es el distanciamiento del autor del mundo narrado y el narrador. Esto permite dar vida, tanto a los personajes primarios como a las voces ocasionales de los secundarios. De esta manera, temas y acontecimientos tratados en otros momentos, cobran originalidad, en esta nueva y particular visión de ellos y le da carácter universal desde su propia particularidad. La verosimilitud en la novela se mantiene en forma coherente.

 

La segunda novela la llamó El genio de la botella y la publicó en 1990.1 También es una novela que se inscribe en el género maravilloso, quizás en demasía. A pesar de ser una novela lúdica, irónica, no logra alcanzar méritos para catalogarse como la novela que dio el salto hacia horizontes universales. Tiene, eso sí, el mérito de ofrecer una poética literaria moderna. El autor refleja en esta obra un conocimiento sobre literatura, poco común en nuestros escritores, y da un derroche de las particularidades esenciales del arte literario y sus características. Desde esta perspectiva la novela se abre a una clara y manifiesta explicitación  de rasgos esenciales en la creación literaria, tales como lo verosímil, el punto de vista, el distanciamiento del narrador, la perspectiva, la realidad de la obra literaria y su autonomía, su privacidad, su posibilidad del uso de la intertextualidad, carnavalística,  el juego lingüístico, y la relatividad de lo real, fuera y dentro, de la novela. Es una superación a la anquilosada y aldeana necedad de hacer de la obra literaria una copia de la realidad histórica y social.

 

El uso de un genio y los textos maravillosos de los conocidos cuentos de hadas, las leyendas y mitos universales y particulares, así como el poder de la palabra, dan al autor una libertad expresiva absoluta y de ello se aprovecha. El diálogo entre el genio Aldebarán y el perro Perropinto, así como los diálogos entre el maestro y Diógenes que nos hacen recordar, quizás en abundancia, los diálogos de Platón o de Sócrates y sus discípulos, así como Las mil y una noches, cuentos narrados por una legendaria reina llamada Sherhezada que trataba de evitar su muerte, narrando historias interesantes al sultán, forman la estructura enunciativa del relato. Es la instancia que permite ir conociendo ese mundo de sueños, anhelos, vivencias, tragedia, del hombre contemporáneo. A través de ellos y de los cuentos truncados, alterados, reiterativos, a veces cansados y aburridos, de los círculos viciosos, los sísifos, las falacias y justificaciones, engaños y atisbos, se abre un abanico caleidoscópico de la vida cotidiana reflexiva del hombre, sus respuestas y más que ellas sus interrogantes a los pequeños y grandes problemas del ser, sus necesidades, sus angustias, el bien y el mal, la muerte, el destino, la pasión, los sueños, los deseos, los encuentros, el amor, el engaño, la consolación y todos esos pequeños y grandes problemas universales del hombre.

 

El juego novelístico está representado por tres instancias conceptuales importantes: El sazebacepmor que es el truco más usado por el autor de escribir las palabras de atrás hacia delante. Esta palabra representa el concepto "rompecabezas". Luego aparecerá el laberinto y al final de la novela, el crucigrama. En la página 151 formaliza una figura parecida a un árbol donde se cruzan diferentes formas de la misma palabra "encrucijada" y en la base está el laberinto y el germen de la vida: el semen. Pareciera que el autor, a través de los juegos lingüísticos, la intertextualidad de relatos y los juegos discursivos del perro, el genio, el maestro y Diógenes, ante la vida, el destino, la libertad, la condición de hombre, privilegiado por el lenguaje, capaz de crear, engañar, soñar, imaginar, se inclina por éste como germen, origen de la esencia del ser consciente, racional, el homo parlante. Por ello el perro es privilegiado por el genio al darle el poder de hablar, aunque fuese por 24 horas y a través del lenguaje logra evitar el castigo: la muerte. Pero al final lo deja en su estado de bestia y al hombre en la encrucijada laberíntica como marioneta tratando de liberarse del Minotauros, a través de Teseo.

 

Es una narración lúdica, erudita, jocosa, a veces, y aburrida en otras, pero invitadora a pensar, discurrir, reflexionar y reírnos de nuestras propias impotencias, carencias, sueños, imposibilidades, frustraciones, de nuestra propia naturaleza.

 

Ese encuentro casual del genio con Perropinto abre la virtualidad de ofrecer una visión conceptual logocéntrica, europeista sobre el mundo y los valores. Se parte de un genio todopoderoso a quien el perro le da la libertad y como recompensa no le ofrece cumplir deseos o beneficios sino la muerte, en el final del día o la noche que se avecina. En ese tiempo, le exige que le entretenga contando cuentos, historias, leyendas (La Llorona y la Cegua) o partes de ellas. Le da el don de la palabra pero condicionado a su mandato. Al final le quita el don del habla y le deja en su estado natural.

 

Esa situación inicial propia de los cuentos de hadas y no pocas narraciones, en todos los tiempos de la cultura occidental y norteamericana, evidencia una premisa incondicional. Te doy esto pero tú debes hacer esto y aquello. Los beneficios los obtendrá el menesteroso si, y solo sí, se cumplen las condiciones expuestas. Y aquí se desarrollan un sinnúmero de castigos y premios, si el personaje cumple o no, con lo solicitado. ¿Es esto libertad?, ¿ayuda? Rotundamente no. Se trata, en el fondo, de lograr seres que se comporten bajo mis paradigmas, mis condiciones, mi visión de mundo, mi moral. Esta narración de Herra está llena de ejemplos bajo esa máxima.

 

Viaje al reino de los deseos la publicó en 19901  y es su tercera novela.

 

Es una narración que pertenece, al igual que las anteriores, al género maravilloso:

 

"Después de aquel arrebato de locura, vagué por las calles de Uruq, un día, una noche y un día más de carnaval. En la embriaguez de las ficciones a las cuales me abandoné mágicamente (al fin y al cabo era yo, su ayudante, quien inventaba las historias del tiranuelo Maese Pedro), me dio por confundirlo todo y por imaginarme que me sucedían aventuras incomparables y que era un robot al cual habían condenado a buscar el Libro de los deseos."1

 

Esta explicación la da el mismo personaje y se mantiene dentro de la historia. En el último capítulo, se aclara que el Caballero Orellabac (caballero) es el mismo Tremolán, el ayudante de Maese Pedro, el Titiritero que es la historia que Baltasar leyó al niño en su  tienda  de compra-venta, el día que un toro entró en su casa y él huyó por temor. La historia, según  el viejo Baltasar estaba en un baúl viejísimo que abandonaron los piratas en la playa. Éste es el truco final del origen del manuscrito y la historia del relato.

 

La novela consta de dos perspectivas básicas: la del Caballero Orellabac, narrada en primera persona por él o en tercera persona por un narrador  omnisciente que asume su punto de vista y que está cercano al caballero  y la perspectiva de Tremolán,  que aparece en el capítulo cuatro. Ésta es narrada en tercera persona y va paralela a la primera. Es más corta y hay un sólo personaje, Tremolán, que también emprende una búsqueda extraña por las calles de Uruq, un día de carnaval. Como lo señalamos, ambos son la misma persona, sólo que Tremolán soñó que era un robot, una máquina. Esto  se aclaró al final. La narración de Tremolán juega una especie de contrapunto a la historia que ocupa mayor atención en la novela, la del Caballero Orellabac, por eso es corta, descriptiva, escénica y de poca duración, donde se intercala en cada capítulo.

 

La historieta de esta novela es sencilla: Un Caballero (¿Don Quijote?), llamado Orellabac2 (al revés caballero), creación de un titiritero llamado Maese Pedro, hecho  de hierro, sale a rodar mundo en busca de El Libro de los Deseos. Esta es su meta. Al igual que en los cuentos de hadas o maravillosos, el personaje parte de una situación degradada de necesidad espiritual: carecía de sentimientos, era una máquina y lo gobernaba el destino (el amo, el tiranuelo, su titiritero) y  estaba destinado a obedecer siempre ciegamente. No tenía  deseos y por lo tanto no era humano. De esta forma inicia su recorrido (Como Dante en La Divina Comedia) por diferentes lugares. Como sucede en los cuentos maravillosos, enfrenta luchas-victorias, tareas-cumplimientos, padece fracasos cuando desafía las prohibiciones y tiene aliados para resolver las más difíciles empresas. Cuando obedece las órdenes  tiene éxito y se hace merecedor a elementos mágicos que le ayudan en sus luchas. Anillos, espadas, pelos, pócimas, etc.  Forman una gama de elementos mágicos que de una u otra  forma le conducen por el sendero de la victoria final. Pero la novela redunda en tareas, viajes, aventuras, luchas, enfrentamientos, etc. En los más increíbles sitios: castillos, torres, pirámides, ríos, mares, esferas, etc. Esto permite a la novela recorrer los más variados y estrafalarios lugares, las más maravillosas, espantosas e increíbles formas, sobre todo geométricas. Se enfrenta a  figuras mitológicas, semihumanas y, experimenta la visión de  juegos de colores y luces así como de palabras. Es como un calidoscopio, un carnaval de figuras y colores, contrastes, ambigüedades, contrapuntos, juegos, sonidos etc.

 

La estructura del relato maravilloso llega así a lo que hemos llamado la prueba fundamental que es la lucha-victoria contra el Dragón, no sin antes enfrentarse al Tiranuelo que lo hace merecedor a la joven Dulceluz (¿Beatriz?) que le guía hacia la torre donde está la Biblioteca, lugar en el que se decía estaba El Libro de los Deseos, también le ayuda Laquelee (La que lee), mujer que encuentra en La Pirámide, antes de desencantar a Dulceluz. Con estos aliados llega a la Biblioteca y ahí se encuentra con una niña que  lee arte de su historia en El libro de los Deseos pero se deja una hoja que el Caballero lucha por conseguir. Al final la niña le señala un libro de donde obtiene la espada negra que le permitirá vencer al dragón (prueba fundamental), figura mitológica que inicia y termina la historia. El dragón es como un símbolo del poder de los tiranos, con el que intimida al pueblo. Por ello,  al final, el Caballero  es destruido por  los Cazahierro, después de vencer al dragón y hacerse merecedor a la vida humana, su vida es símbolo de muerte:

 

"y entonces Orellabac, el Caballero Metálico, reconoció el deseo y, con el deseo, el dolor y el fin de todas las cosas. En el vértigo de morir quiso la vida y, deseando  la vida con desesperación, recordó que en realidad se llamaba Tremolán, y le vino a la memoria el episodio extraordinario a causa de la cual había enloquecido y se había quedado sin memoria: trabajaba en el teatro de Maese Pedro, ya  tarde, escribiendo la historia de un Caballero y un Dragón, cuando de pronto el dragón y  el Caballero  estaban ahí, entre llamaradas de luz..."1

 

La aventura termina cuando el Caballero Orellabac sufre la transformación final de máquina en ser humano: su esencia es desear, sufrir y morir, en fin tener sentimientos. Esto lo diferencia de las máquinas. Así un mago, un titiritero hace que una máquina recorra un mundo maravilloso (una vida) para que busque la esencia de los humanos y muera al encontrarla.

 

Es una novela bien estructurada, cinematográfica, para ser "vista" más que leída, ingeniosa que logra mantener interesado al lector en casi toda ella. Está, posiblemente, llena de símbolos: el poder del tirano (el dragón) que mantiene a sus súbditos bajo el temor y la intimidación y haciéndolos ignorantes, la doncella Dulceluz, que lo guía a la Biblioteca que simboliza la sabiduría, el conocimiento, la memoria, la niña que muestra los libros como portadores del conocimiento, la vieja Laquelee, el dragón, el toro, las esfinges, las figuras geométricas así como el Palacio de los Espejos, etc. Todos ellos simbolizan o muestran un pequeño momento de la vida de un personaje en ese peregrinar por el mundo, en busca de su propia imagen, su propio ser, su propia esencia, hasta que encuentra la muerte. Ese mundo está lleno de apariencias, de irracionalidades, de sueños, de pesadillas, de dolores y placeres, por ello, el día de carnaval representa muy bien esa vida, esa búsqueda de sí mismo, de su propia identidad. Escapa al interés de este libro realizar un análisis detallado de estos aspectos. Sólo señalamos sus posibilidades.

 



1  Herra Rodríguez, Rafael Ángel. La guerra prodigiosa. Ed. de la Universidad de Costa Rica, San José, 1996.

1 Herra Rodríguez, Rafael Ángel. El genio de la botella. Ed. De la Universidad de Costa Rica, San José.

 

1 Herra Rodríguez, Rafael. Viaje al mundo de los deseos. Ed. De la Universidad de Costa Rica, San José, 1990.

1 Ídem, p. 254.

2 Suele usar ese truco.

 

1 Ídem, pp. 212-213.

 

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Te publico este aviso con el fin de que puedas encontrar ayuda técnica.

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Benedicto Víquez Guzmán

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