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DISCURSO PRONUNCIADO POR EL PROF. OMAR DENGO, DIRECTOR DE LA ESCUELA NORMAL, CON MOTIVO DE LA VISITA DEL DR. SACASA1

 

 

 

Jóvenes alumnos:

 

Saben ustedes que en las fiestas suele haber notas desagradables. En ésta, ésa es la nota que le corresponde dar al Director, ya que mi intervención en el programa retarda la oportunidad de que oigan  ustedes palabras mejores que las mías. Pero me excusarán ustedes una vez que convengan en que debo explicarles  al señor Sacasa y a sus distinguidos compañeros, cómo se inició la celebración de esta asamblea, en la cual la presencia de ellos es motivo de júbilo y de honor para nosotros.

 

Digo así "el señor Sacasa", porque de esa manera lo pide mi posición oficial, pero si llegara plena a mis labios la voz que sale del corazón de ciudadano, diría de otro modo: el ilustre señor Presidente de Nicaragua y los distinguidos colaboradores de su Gabinete.

 

¡Oigo surgir los aplausos y veo que las manos se agitan ardientemente estremecidas, en tanto que el semblante de toda una juventud se adorna de guirnaldas de cordiales sonrisas! ¡Qué dicha que así admira esta juventud, pues ello comporta una fuerte esperanza para el porvenir de mi país!

 

Dr. Sacasa, en la mañana de ayer, en el curso de una lección sobre tópicos de actualidad, algunos alumnos expresaron el deseo de invitarlo a usted a visitar la Escuela. ¿Es posible que venga? -preguntaban-. Si ustedes lo invitan es posible, -les contesté-. ¿Puedo yo sin ser inconsecuente, negarme a recoger aquel deseo de los alumnos? No, aparte de que me era grato, tuve presente que la primordial función de la Escuela es la de civismo. En consecuencia hay que dejar que los muchachos piensen, hay que darles ocasión de pensar por su propia cuenta, pues que Costa Rica es país hospitalario por tradición. A la verdad, aunque se recuerdan rasgos fastidiosos, tengo, sin puritanismo, mis dudas, y creo que debemos trabajar en el cultivo de aquel ser atento. Tradición o esperanza anhelo de juventud que ustedes lo llevan como maestros al corazón de sus hijos y como padres al corazón de sus discípulos, -con lo cual quiero decir que sueño en que para ustedes llegarán a ser una sola cosa, el hogar y la escuela.

 

Hay urgencia, además, de aceptar la expresión de sentimientos de fraternidad hacia Nicaragua. Amar a la hermana, -está en la necesidad-. Si aspiramos a ser sinceros en nuestras manifestaciones de latinoamericanos- comencemos por darle  plena y profunda realidad  a nuestro afecto para el vecino más cercano. Ahora, sobre todo, inspira amor Nicaragua. No se puede dirigir la vista hacia ella sin mirar que en su cielo, que es el nuestro, se extiende la sombra de un águila. Cuando venía hasta esta tribuna al lado del Dr. Sacasa, nos detuvimos a mirar el mapa de Costa Rica  que construyeron los alumnos en cemento, en uno de los patios. El Dr. Sacasa miraba hacia más allá del río San Juan. Y pensaba yo: ¿verá lo mismo que yo veo? ¿verá proyectada en la tierra, como la lleva en el corazón, la sombra del águila?

 

Jóvenes: a través del corazón angustiado de estos peregrinos pueden contemplar ustedes la realidad del más inquietante y trascendental problema de estas nacionalidades.

 

¿Es el águila, imperial mensajero de los dioses que traen mensaje de sabiduría? ¿Vuelan con ella los superiores designios de más altas normas de civilización? ¿O es sombrío animal de presa que agita alas de tempestad?

 

Si lo primero ¡homenajes entonces, cual los inspira con deslumbradora soberbia el sol! Si lo segundo, ¡ya sabemos, ya sentimos, que es preciso elevar las antorchas de los héroes para despejar de sombras los cielos!

 

Y entonces, que la tea de Juan Santa María no sea solamente gloria inmarcesible del pasado, sino que actualizando su inmortalidad en nueva vida, sea faro erguido sobre el presente para señalarnos los futuros rumbos y delimitar los campos de las futuras gestas emancipadoras. Acaso sea doloroso hablar así, pero hay que pensar, jóvenes, que estos peregrinos aquí presentes no tienen ahora patria que la que llevan en su corazón. Llevan la patria consigo, cual un clamor de justicia y de libertad. Por fortuna la patria esencialmente es eso: una ansiedad del corazón. Allá quedaron la tierra ubérrima, los lagos maravillosos, la montaña altiva, el hombre equivocado, y la madre y y el niño y la hermana.

 

...¡Felices los costarricenses si pudiéramos devolverles todo eso! ¡Felices si pudiéramos darles patria, si tuviéramos la fuerte expresión de justicia, para oponerla a la fuerza que humilla al cerebro!

 

Dr. Sacasa: tras el gesto de sus manos patricias, invictas huestes de adalides sienten la seducción de un ideal de justicia, de libertad y de victoria. Oigo que las voces del destino repercuten en los ecos del galope alado del caballo de Bolívar y de sus centauros, -mitad carne acuñada de  martirio, mitad mármol inmortal-. Y veo que las juventudes agitan respetuosos y resplandecientes estandartes de ansiedad.

 

Llevad de aquí, hermanos nicaragüenses, la alegría de nuestra esperanza en que triunfará la justicia. ¡Que llegue pronto, la victoria que llegue grande: que por justa, noble, y bella, sea digna de inspirar los hosannas de otro gran poeta, cuya lira derrame sobre los laureles las armonías de una definitiva  MARCHA TRIUNFAL!

                                                                                                                     O. D.



1 Este discurso fue reconstruido por La Tribuna y salió a luz el 27 de Mayo de 1927.

CONTRATOS...1

 

¿DÓNDE ESTÁ EL JUAN RAFAEL MORA QUE LEVANTE LA CABEZA?

Su desencanto de la Política y de los Políticos

 

 

El orador dio las gracias por la deferencia hecha con él al ser entrevistado para dictar la conferencia.

 

Debo hacer antes de entrar en materia la advertencia -continuó después el orador- de que voy a referirme al asunto de los contratos de la United Fruit Co. Propuestos recientemente a la consideración del Congreso, no desde el punto de vista del cual han sido tratados hasta el momento. Todos los hombres pensantes de Costa Rica han entrado ya a discutir el asunto numéricamente. Se hacen números y se analizan ventajas. Es decir, se ha contemplado el punto material de la cuestión, olvidando completamente la cuestión espiritual que es acaso la más importante en esta clase de operaciones. 

 

Acabo de leer un libro: La Conquista de los Trópicos, en que se dice, para la ilustración del pueblo norteamericano, que compañías como la United Fruit Co. Son las que deben tener el favor del Gobierno de los Estados Unidos y del pueblo americano, porque ellas son la fuerza de conquista. Es decir, un medio del imperialismo norteamericano. Eso está escrito para ellos. Nosotros debemos, en cambio, analizar aquí la cuestión moral del asunto tomando en cuenta estos ideales. Es el momento de hacerlo. Precisamente estamos contemplando en este momento una muestra de lo que son los Estados Unidos para estos países. Ha sido reconocido el presidente Adolfo Díaz de Nicaragua. Este reconocimiento es también una farsa desnuda. El reconocimiento de Emiliano Chamorro disfrazado de Adolfo Díaz. Y no debemos perder de vista estos sucesos para formarnos juicio de lo que son los Estados Unidos.

 

Yo pregunto: ¿Hay espíritu de conquista? ¿Lo hubo desde la guerra con España? Sí. ¿Lo hubo con la ocupación militar de Haití y Santo Domingo? Sí. ¿Lo hubo con el reconocimiento de Adolfo Díaz? Sí. Se ha dicho recientemente que el ejercicio de la habilidad diplomática es el que puede defender a estos países de aquella penetración.

 

Me atrevería a discutir con el estadista más eminente del país, aunque me pusiera en ridículo, que este camino de la diplomacia no es el que debe seguirse. No aconsejemos la diplomacia. Nuestra defensa está en la cultura, en realizar efectivamente una función de cultura. Hacer pensar al país. Apoyar a la prensa en su tendencia actual de abrir curso a las opiniones de los que deben expresarlas.

 

Los reportajes en que hoy habla don Elías Jiménez Rojas, y mañana Luis Felipe González y después Fidel Tristán contribuyen evidentemente al desarrollo de la cultura. Servirse de la tribuna y de la prensa. Permítaseme aquí una confidencia. En la pasada campaña política yo busqué los grupos que a mi juicio representaban una tendencia cultural en el país. Yo, maestro de escuela, fui a las tribunas públicas, sin recibir dinero para la propaganda y cuando hice gastos devolví lo que me sobraba; sin obedecer consignas de los consejos directivos y sin preguntar a nadie los temas que debía tratar. Confieso que aquello fue una ilusión de muchacho, que me equivoqué y que de ello nadie sino yo tiene la culpa, si bien los directivos del movimiento político no han debido permitir que ciertos hombres habláramos en nombre del partido. Han debido decirnos que nos ocupásemos de las juntas electorales, de los defectos del candidato contrario y de las bondades del propio; pero debieron decirnos lealmente: no tenemos capacidad para abordara los problemas de las ideas. Aquello pasó y ahora yo estoy alejado de los políticos. Por grande que sea el desdén que los políticos sientan por mí, siempre será mayor el que yo siento por ellos. Por eso he venido a la Universidad Popular a buscar el contacto de obreros y estudiantes. Hay que impulsar estos movimientos. Hay que abordar los problemas con altura. Se habla de carreteras. Y no se piensa sino en contratar un empréstito cada cierto tiempo. ¿Cuándo vendrá el estadista de certera visión que aparte los ojos del problema fiscal y los ponga en el problema económico general del país? Lo mismo nos ocurre con todos los problemas.

 

En el educacional es un error creer que la enseñanza de las matemáticas y del castellano representa una orientación de la cultura. Lo que importa no es que se enseñe matemáticas y castellano especialmente, que eso se verá después, sino que se dé a la enseñanza el sentido de la responsabilidad, que se adapte a las necesidades y aspiraciones del pueblo costarricense.

 

Hay que poner fin a la leyenda de que somos un pueblo esencialmente culto, de que vivimos en la Suiza centroamericana, de que ésta es la mejor de las democracias, de que San José es un París chiquito. Hay que torcerle el cuello, que no sé si es de cisne o de serpiente, a esas leyendas engañosas. Eso está bueno para una conversación galante con señoritas, pero debemos confesar que tenemos una población inmensamente analfabeta. No aspiremos a llevar la Universidad a cada una de las ciudades del país; pero sí podremos aspirar a llevar el silabario a los más apartados rincones. Cuando seamos grandes por nuestra cultura, ¡que vengan los Estados Unidos!, que entonces solo recibiremos de ellos lo que sea grande también. Los yanquis vendrán. Nuestra posición entre Nicaragua y Panamá nos hace objeto de codicia. Ya no son las antenas que trasmiten la civilización sino los tentáculos del pulpo en la forma de la política y del capitalismo.

 

¡Qué nos encuentren grandes! Don Ricardo Fernández Guardia escribió recientemente preguntando: "¿Dónde estará el Juan Santamaría que le dé fuego al cuchitril en donde se forjan las cadenas de la esclavitud de Costa Rica?". Y yo pregunto, no dónde está el Juan Santamaría que alce la tea, sino dónde está el Presidente Mora que levante la cabeza para dar a su pueblo un alto sentido de su responsabilidad histórica.



1 Reconstrucción de una conferencia, noviembre, 1926. Fue publicado en La tribuna con el título. Anoche don Omar Dengo. ¿Dónde está el Juan Rafael Mora que levante la cabeza? Su desencanto de la política y de los políticos. Es parecida a un discurso.

PARA LA CLASE DE 1915

 

 

Una sola idea profundamente comprendida para que así sea asumida y pase a inspirar la acción con que deben contribuir, como maestros, al engrandecimiento de la escuela de vuestro país. Sus aulas os esperan con fe. Hay dentro de ellas, en amorosa solicitud de vuestro esfuerzo, la esperanza de una generación que se inicia en el culto de la vida. Culto solemne y heroico que debéis consagrar, dándole a esa generación, como consigna de victoria, la luz de un alto ideal. Porque su esperanza comporta, con respecto al país y al mundo, un derecho permanente, e implica, a la vez, en cuanto a vosotros, un grave deber.

 

Una sola acción, constantemente practicada, si refleja una aspiración superior, basta a edificar una obra. Una sola, aún siendo la menos trascendente, significaría un progreso. El menor que lograrais realizar, al señalarle un objetivo concreto a vuestro ministerio, os daría también un poco de gloria.

 

La idea es de sobra conocida. En los cursos de Historia de la Educación y de Administración Escolar, sabiamente conducidos penetrasteis en ella. Es necesario abrirle cauce a través de la escuela, a la divina corriente de la vida. He ahí la idea. Contemplándola con devoción sentiréis que resurgen evocadas por su majestad, las posibilidades de triunfo que el desencanto adormeció. Os penetra hondamente, como un cálido aliento d vida, la comprensión del destino que os ató a una ley. Vuestra voluntad se despereza para recoger del pensamiento la inspiración que la conducirá hacia la  altura. Rompe la inquietud su temor de fracaso, recobra el afán la serenidad, renace la vehemencia en el anhelo y todo ello se enlaza en un haz de promesas que son fuente incentivo de amor a la vida. Dentro de ella, más querido os será el lote de ensueño que os tocó cultivar. En presencia de esa idea os sentiréis maestros por el alma en busca de los chiquillos a quienes vais a confiar la palabra secreta, sentís, amáis el misterio en que vive recatada la obra por hacer, y a través suyo la miráis levantarse con el impulso de lo que va a alcanzar, por su fuerza y su prestigio, la suprema coronación de la Luz.

 

Fuera vano insistir en la  exposición de esa idea. No así darnos motivos de meditación para que en vuestro taller de silencio trabajéis en el estudio de ella. Estas palabras apenas aspiran a ser sugestiones, con más entusiasmo que luz. Casi confidencias, aunque dichas en voz alta, porque su valor reside en la intención que tras ellas discurre. Son retazos, fragmentos de ideas. En labor solitaria ha de unificarlos vuestro espíritu. Contribuirán a reconstruir, cuando estéis lejos, las añoranzas del aula en que por última vez recibisteis lección.

 

* * *

 

Mirad a un niño cuando juega; miradlo cuando estudia. Comparad esas dos situaciones y alcanzaréis un fecundo conocimiento. ¿Sabéis de algún niño a quien el deseo de jugar haya impacientado durante el juego? El caso inverso sí lo conocéis: el del niño que se propone terminar pronto la tarea para entrar al coro en que los otros cantan. -Así mismo el de quien por jugar, nunca hizo las suyas-. A veces el vagabundo admirable que siéndolo de niño, defendió la gloria del genio que después fue. Vagabundo siempre, sin embargo, erró entonces por los abismos del pensamiento y las cumbres de la historia.

 

Conocía el castigo que convierte en obligar al niño a que deje el juego por el estudio. Ahí la más fuerte sugestión: el estudio, vehículo de la luz, convertido en tortura. La escuela lo ha deformado hasta mutilar su naturaleza. Roto, vertió la vida y es ahora una constante ocasión de dolor y retroceso, con vigor suficiente para ahogar las capacidades de una generación y el porvenir de un país.

 

El cansancio que del juego queda y el  que deja el estudio, comparadlos. ¿Oísteis a algún niño pretextar el cansancio que el juego le produjo, para no jugar por más tiempo? ¿Hubo que castigar a alguien para que jugase?

 

El motivo de meditación sería éste: el estudio debe realizarse en idénticas condiciones de espontaneidad que el juego. La labor del maestro tendería a provocar la oportunidad de que tales condiciones surgiesen.

 

Se nos dirá que el juego responde a la existencia de un individuo. Preguntad en respuesta ¿El juego no educa? ¿No es el juego, durante una edad, la escuela llena de alegría, distribuida en mil aulas, donde a todas horas hay trabajo y cada cosa da con encanto una lección de enseñanza que para siempre sirven y son inolvidables? El trompo, el papalote, el quedó, fueron en alguna hora amada vuestros maestros y crearon en vuestra alma, nutriéndola de secretos, las más hondas devociones. Siempre respetaron vuestra personalidad, consultaron vuestro interés, se adaptaron a vuestras necesidades.

 

Hay que jugar en el aula, se os dirá. Enseñemos jugando. No. Esa es la amenaza de la prestidigitación pedagógica, ya sin decoro. Ante ella, las palabras hondamente sugerentes de don Miguel de Unamuno. El juego pedagógico supone una doble desnaturalización. No es juego ni pedagogía. Enseñemos con la vida. Porque solo ella enseña lo mas grande que sea dable enseñar. Muestra el sendero de la divinidad. Cierto que a las veces es de inmenso dolor su lección, pero de admirable dolor, en nada ni nunca inferior a los regocijos mejores, ni solo son humanos.

 

* * *

 

Recoged en vuestro recuerdo de cuando erais niños el juicio que os sugirió la función de la escuela. Al entrar a la secundaria, cuando aún era para vosotros una promesa, decíais doloridos: nada aprendí en la escuela. Ahora, al salir de esta suntuosa casa de enseñanza, repetís con desaliento la declaración. ¡Es, con todo, tan hermosa! Expresa la cuantía del trabajo que debéis hacer y señala el objeto a que cabe aplicarlo. Ninguno de vosotros querrá que sus discípulos puedan decir las mismas palabras.

 

Algunos años después de éste, la vida os moverá a confesar que lo mejor de cuanto hicisteis fue resultado, sobre todo, de vuestra misma acción. Casi no adivináis en ello la huella que la palabra del maestro trazó. Acaso inculparéis a la escuela al sentir que se agitan en vuestro ser vastas posibilidades, a las cuales no alcanzó su conjuro artificioso, exhausto de gracia, pobre de vida, incomprensivo de la armonía. Comprenderéis a plena claridad, que la escuela pudo redimir su trabajo habiéndolo encomendado, desde niños. El maestro debió haberlos preparado para ser vuestros propios maestros. Los hombres a quienes formó la vida, fueron, por designación de ella, maestros de sí mismos. Se situaron ante su alma, dentro de ella misma, a labrarla, y trágicos o mansos, siempre gloriosos, le dieron relieves dignos del bronce, que la escuela nunca supo marcar.

 

Toda esa inquietud torturante que en lo íntimo mana, como una corriente de misterio y que arrastra hacia fuera el alma en confusión de ansiedades, añoranzas y rebeldías, va a romperse contra el acantilado de la esterilidad, estremecida bajo un sombrío clamor de fracaso. Todo ello surge de cuando en cuando, como obedeciendo a un ritmo, para efectuar una sabia labor de elección. A los débiles abate y a los fuertes levanta. Ante aquéllos a quienes la escuela mutiló, hará en vano la promesa de victoria que su dolor contiene. Porque es eso, una solicitud del Destino que frente a las almas desfila para requerir de cada una la acción que la lleve a unificar dentro de sí todas las cosas. Sumidas en la sombra, adonde no se trasmite ninguna vibración de belleza ni de verdad, el dolor llega, como una redención, a provocar ese renacimiento en que destacan los ímpetus de las dormidas vocaciones. La escuela que no reveló a las almas el signo que permite reconocer la sagrada presencia del destino, viola su función: reproducir espiritualmente a la humanidad. Nada dio a la historia que, en cuanto copia una providencial ordenación de todas las cosas, absorbe la savia de heroísmo que del genio brota, al recibir la unción de las ideas.

 

***

 

Una compañera vuestra retuvo, en una frase, la amargura del desconcierto que la escuela sin vida causa. El profesor, que logró oírla, hizo la siguiente anotación en un cuaderno de páginas íntimas:

 

"Nos dicen tanto".

 

Así dijo este día, una chiquilla rubia, al salir de la clase, en los corredores que el recreo llenaba de estrépito, dijo esas palabras a las compañeras, con amor: con una voz delicadamente tímida en que las pausas, al extender la última vibración de cada palabra, son como crótalos de cristal que la repitieran con más honda dulzura.

 

¡Nos dicen tanto! ¿No sentís, maestros hermanos, que esas palabras saltaron del corazón al herirlo vosotros?  No es decir con amor, no con belleza, ni con verdad. Esas palabras lanzaron sobre la vida los restos de una idealidad que la escuela rompió. Confesad, hermanos maestros, que ese espíritu definió en una queja, nuestra miseria de corazón. ¡Pobres, muy pobres de alma somos! La infinita turbación que vertió gloria en el pensamiento de los siglos, no la expresan nuestras palabras. No sabemos producir la redentora inquietud, sino el desconcierto, que es ruina. ¡Nos dicen tanto! ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Tienen derecho de decir? ¿Saben decir? Hay que escuchar, no obstante. ¿La ciencia, el arte, la congoja y el regocijo humanos, lo que hay más allá de la escuela, lo que hay en mí, en mi pasado y en mi ensueño, lo contendrán, lo comprenderán, lo respetarán las palabras del maestro, siempre repetidas, con el mismo tono, por una santa obligación, sin fuerza, sin fe?

 

* * *

 

Alguien ha dicho del libro que leyó en clase furtivamente, que fue más útil para nosotros que las lecciones en que nos distrajo. Pensad en ese libro prohibido. No lo arrebataréis nunca de las manos del discípulo rebelde, a quien vuestra sabia lección hastió. Ese  libro os presta generosos servicios. Da a un espíritu lo que no pudo darle el vuestro. Es un maestro amigo, invisible, que entra en silencio al aula a trabajar con vosotros en la escultura de almas y os da la ilusión del triunfo cuando fracasasteis. Es como los enanos de los cuentos, que bordan por la noche la tela de la Princesa enamorada.

 

* * *

 

Encontraréis separadas en la escuela, la difusión de los conocimientos y la formación del carácter. Esa situación es en cada individuo una tragedia y así en la vida del país y en el corazón de la humanidad. Los conocimientos de un lado, de otra las ideas, de otro las acciones. Ni un hilo los ata. Son tres centros de fuerza, de distinta potencialidad, varia  e intermitente en cada uno, que al mismo tiempo solicitan la conducta. Al cabo la rompen, subrayándola así a la misión que le compete en el conjunto. Es la ruptura de una obra que nadie puede reconstruir. Los conocimientos no mueven las ideas, las ideas no animan la acción, las acciones no enriquecen el acopio humano. Os cité con frecuencia el caso de aquel prelado enemigo del duelo a quien se le preguntó ¿qué haría si lo retaran? Sé lo que debería hacer, no lo que haría, repuso. A esa respuesta, que es una rendición de la cultura ante la asechanza del instinto, es igual en todos los hombres. En el instante de la acción, se extingue la  luz.

 

Palpadas en su entraña las cosas, lo que se siente en el fondo de esa situación, es de vacío que dejó la vida. Solo los mismos conductos por donde ella fluye a través del ser humano, trasmitirían la esencia de armonía que pudiese unificar, dentro, la idea, el sentimiento, la palabra, el gesto, la acción, fundiéndolos, así como en el alma de ciertos hombres, en un solo principio inmortal.

 

* * *

 

Una mañana el niño entra a la escuela con la impaciencia de una pregunta que su curiosidad recogió en el trayecto. El maestro no la contesta. Afirma que no es la ocasión. El niño no puede expresar la inquisitiva actitud en que hay desilusión y sorpresa. ¿Por qué no se le contestó? El maestro había destinado la lección a tratar de la superficie del cilindro. En la mente del niño nada justifica la lección. ¿De dónde sale el cilindro, qué importancia tiene, qué contacto con su interés, su vida? Si miráis con penetración hacia el aula, encontraréis que al niño se le contesta lo que nunca ha preguntado. Solo eso. Y que, en cambio, los resortes maravillosos de su actividad, capaces de lanzar sobre el mundo un tesoro de fuerza creadora de civilización, permanecen ocultos, intactos, tras la vacilante pregunta que el maestro no contestó. Esas preguntas desdeñadas se suman en la que va a constituir su derrota ante el enigma de los hechos. Son entonces una sola interrogación situada con violencia de reproche, en el pórtico de la escuela, frente a la severa majestad de la vida.

 

* * *

 

Mentira, es mentira que deba supeditarse la escuela a la democracia, cuando a ésta, como entre nosotros, se la comprende. Únicamente una desmedrada aspiración se conforma con el concepto de la ciudadanía, como capacidad para votar. Y es también una pobre aspiración la que acepta que el ciudadano, en ese concepto, le sea bastante saber leer y escribir. Dentro de nuestra democracia, no cabe, sin embargo otra concepción del ciudadano. La ciudadanía así entendida, es nada más que un aspecto de las relaciones sociales y no el más importante, ni siquiera uno de los que mayor valor tiene.

 

La democracia nuestra es de las que reclaman para su boca procaz, el freno de oro de la cultura, que decía Lugones. Es una pobre democracia que alquila las ideas para disfrazar su instinto, grotescamente traducido en una tendencia igualitaria cuya norma de nivelación es la altura imperceptible de la medianía. Su historia la impulsa a ser representada por Poderes Públicos en que aparecen redivivos la ambición del cacique y el despotismo del virrey.

 

La escuela para la humanidad, la escuela construida sobre los valores inmutables de la civilización, se abre al mundo con el contento de un pecho maternal. La escuela debe trabajar para otra democracia.

 

* * *

 

El sentimiento que se depositará en el fondo del ensueño humano, cuando el cristal de la gran guerra, tras consumir miríadas de hombres, funda el concepto de la nueva civilización, reproducirá el evangelio platónico. Otra vez, la cabellera agitada de esa civilización, sentirá que la unge, cubriéndola de estrellas, la eterna virtud del espiritualismo.

 

El intento de restablecer el equilibrio entre la mente y el corazón, brotará en la cumbre de las ideologías. La escuela dictará el dogma de la obediencia y el dogma del heroísmo. Aspirará a fundar el orden social en la personalidad... Es la visión de la aristocracia triunfadora; pero mucho más, se adivina en la confusión que tiembla tras el porvenir, cubierto por las llamaradas de la guerra.

 

Vuestro diploma de maestros, al consagraros caballeros de la Luz a los hombres, confía a las mujeres una alta misión de amor y los hermana a todos en un solemne compromiso ante el país. Id a las aulas a preparar los himnos a la renovación que viene.

 

Que sean cantos de almas acordados con la lira de la sabiduría, y que resuenen dentro del Templo como cuando la Ciencia de las horas serenas, edificaba para el mundo su ideal de belleza; o como cuando caminaban, con el arca de la redención, iluminados por la divina parábola, los doce pensadores de Galilea...

EN LOS FUNERALES DE DOÑA ESMERALDA V. DE MORALES1

 

Una noble institución, La Junta de Caridad de Heredia, se digna poner en mis labios las palabras con que debe expresar su homenaje ante este cadáver de una matrona ilustre de la ciudad. Homenaje de gratitud y de admiración, que no es sino parte de los lauros de que se revestirá el recuerdo de doña Esmeralda, quien fue esmeralda pura en la corona de oro de las glorias urbanas.

 

¡Feliz ese cadáver perfumado! Decía un gran poeta en presencia de un árbol caído bajo el peso de sus flores. ¡Feliz, digamos nosotros, este otro cadáver que es ahora reliquia sagrada en la veneración de toda una ciudad, y que no es el de alguien que ha caído, sino el de quien por no haber nada de terreno en su espíritu, se siente súbitamente levantado, por manos angélicas, hacia la Luz Eterna! ¡Feliz ese cadáver perfumado de virtudes y cubierto de plegarias que surgen, cual incienso, de todos los corazones de la ciudad.

 

Las obras de beneficencia de Heredia -el hospital principalmente- encontraron en la piedad de doña Esmeralda una de las fuentes de la vida, quizás la mejor, la más constante, la que siempre supo ser devotamente solícita. Le dio al hospital terrenos, le dio dineros, le dio ropas, le dio enseres, en suma, le dio de todo lo que hacía falta; le prestó, pues, pródigamente, servicios eminentes en los cuales supo hacer presente aquella delicadeza en el dar que es propia de la caridad verdadera. Dar, ya sea pan, amor o luz, es la forma de sintetizarse en el espíritu humano una ley divina. Y en la vida de doña Esmeralda se realizaba tal síntesis de modo perfecto.

 

Una expresión del doctor González, de don Tranquilino Sáenz, de don Jacinto Trejos, una expresión, pues, que concentra pareceres unánimes, lo declara elocuentemente en su  sencillez: doña Esmeralda tenía la mano tendida hacia el Hospital. Imagino, señores, la mano filial de un ángel levantada en signo de protección por sobre el lecho del enfermo, a fin de cuidar que se cumplieran las palabras evangélicas: ¡curarlo!

 

Mas no solo imagino, puesto que también recuerdo. Uno de los encantos que ha tenido para mí por muchos años esta ciudad, ha sido el de admirar, mañana tras mañana, la imagen de una dulce viejecita, nimbada de azahares, que a través de su ventana miraba reposadamente hacia el parque y hacia el templo, que es como decir, hacia las flores de sus últimas ilusiones y hacia el Dios permanente de su corazón. Y yo no sé qué de franciscano, de angélico, encontraba en aquélla visión. Ahora, cuando sienta su ausencia, volveré los ojos a las estrellas y quizás tras alguna descubra el ensueño de la cabellera blanca, toda beatitud, en torno de una faz que vela por los pobres de la ciudad.

 

Éstos, los pobres, las viudas sin amparo, los huérfanos desvalidos, llorarán hoy como si ya en el mundo no hubiese misericordia. En lo hondo de sus corazones desolados solloza ahora, profundamente, el mejor elogio, el más justo, de doña Esmeralda. Las lágrimas serán bendiciones, los ayes serán plegarias, las oraciones serán himnos sagrados en torno de esta urna que es un altar. ¡Postrémonos a recibir sus resplandores y  pidamos que a todos llegue algún destello de la bondad del ser que ahí dejó su envoltura blanca! Deseemos que el rico poseído de avaricia, de doña Esmeralda, reciba lección; que el corazón soberbio, de ella aprenda mansedumbre; que las gentiles niñas de la ciudad, que con los años serán sus matronas, reflejen en sus vidas el milagro de la vida. La vida se nos da como lote para el cultivo. Unos, lo dejan desierto; otros, lo pueblan de cardos; y así, ni se posa la planta del hombre ni se detienen las aves del cielo; otros lo cubren de árboles, que dan fruto y sombra, con lo que enriquecen la obra del bien en el mundo; otros lo plantan de rosales y con su fragancia y su belleza aumentan la alegría y la esperanza de los hombres. De estas vidas jardines, fue la de doña Esmeralda. ¡Vida ejemplar, oh madre de los pobres, dama gentilísima, Sor Esmeralda de la Gracia! Vidas cual la suya inspiraron la más alta sabiduría de los que comprendieron que el destino superior de los hombres se desenvuelve dentro de las normas eternas de una Ley de Amor y de Compasión...Vidas como la tuya ¡salmos profundos!, florecen en lirios en los jardines del Señor.

 

Llevémosla, llevémosla a la tumba, damas y caballeros, con recogimiento cordial, de modo que parezca que su paz y su gloria, que vienen de la luz celeste, surgen de nosotros en un silencio infinito. Y sintámonos sobrecogidos de pensar, ya que las envolturas de la caja mortuoria nos recuerdan la vestidura purpúrea del Nazareno, que Él también marcha entre nosotros, invisible y supremo, con las manos elevadas en oración...



1 Reconstrucción hecha por el autor a solicitud de La Tribuna.

Ahora que se construye en Heredia un nuevo hospital, éste debería llevar el nombre de esta

insigne herediana; por respeto, reconocimiento y evocación de nuestros valores

y nunca el que lleva que no significa nada para los heredianos. Benedicto Víquez Guzmán

 

 

PALABRAS DE UN MAESTRO DE ESCUELA

 

 

 

Mi querido don Joaquín:1

 

 

A fuerza de traerlo y llevarlo en comentarios que, o lo elevan con exceso o lo señalan demasiado, me obligan, amigos y malquerientes, a publicara el discurso, mal hilvanado, que pronuncié en el reciente acto de clausura de la Escuela Normal.

 

La generosa buena voluntad con que usted acoge trabajos míos, brinda el campo necesario para hacer y comentar las declaraciones principales de aquel discurso. Como lo hice a base de un simple plan se me dificulta ahora la verdadera reconstrucción y la que presento, a más de alterar, seguramente, muchas palabras, contendrá el comentario o la ampliación de algunas.

 

El discurso viene a ser, así, una serie de apuntamientos, si  se quiere, que no harán sino deslucir la obra de revista.

 

Reconocerá usted, a primera vista, que mis afirmaciones carecen de la importancia que se quiere atribuirles y que no han ido más allá de ser, en conjunto, una de las tantas exhortaciones a los jóvenes que en la Escuela solemos hacer y que son uno de los medios de trabajo de ella.

 

Sí me place advertir que poco a poco se alcanza lo que tanto hemos deseado: que las fiestas de los colegios procuren asociar al regocijo la oportunidad de ofrecer a alumnos, padres, y ciudadanos en general, el mensaje de las aspiraciones de que se sustenta la obra que les corresponde construir.

 

* * *

 

Y de ello hablé en primer término. Los actos de clausura como los de inauguración de cursos, más que fiestas, deben ser actos de exposición de problemas y tendencias, por medio de los cuales las casas de enseñanza muestren los propósitos y las inspiraciones de su vida.

 

E insistí en que uno de los méritos de la educación de la Escuela normal consiste precisamente en el empeño con que se ha propuesto sugerirles a los alumnos, y a sus padres y tutores, el concepto de la capacidad en que están y de la obligación que tienen, de cooperar, en la tarea de perfeccionamiento de la institución. Ésta no debe ser considerada simplemente como un colegio, sino como el instrumento importantísimo, de cuya eficiencia puede depender la formación del magisterio dentro de las normas de aptitud que las necesidades del país demarcan. El problema de la Escuela Normal es nada menos que el problema de la educación del maestro, y en lo tanto, el mismo problema básico de la cultura nacional, cuyas trascendentales relaciones con la totalidad de los grandes problemas de la nación, nadie puede ignorar. Insistí, todavía, en que una preocupación de los alumnos, de la Normal y de cualquier colegio, debe ser la de contribuir con sus mejores fuerzas, con su misma actitud de alumnos, y por conveniencias superiores de su propia educación, a perfeccionar el trabajo del establecimiento. Dije que los padres deben apoyar con amor todos los esfuerzos con que sus hijos traten de darle realidad a aquella preocupación. Y que los colegios que cumplen su tarea por aparte del impulso que surge de las aspiraciones del alumnado, se condenan al confinamiento en la zona del pasado. Es claro que el cultivo de aquella preocupación en el ánimo de los estudiantes, debe ser parte de la labor de los colegios.

 

* * *

 

 

Me referí luego al trabajo de la Escuela durante el curso que aquella noche quedaba clausurado. Me referí a eso sin el detalle conveniente, que no era oportuno, sino de manera general, y para formular la afirmación de que tal trabajo fue, al mismo tiempo, pésimo, bueno y admirable. Así es. Pero no solo por referencia al aspecto que se juzgue; si no según que, al analizarlo en todas sus fases, se penetre o no, la importancia que cada uno de ellos ha adquirido por virtud del trabajo ejecutado.

 

Una escuela, que es una época vasta de la vida multánime de una juventud, puede juzgarse como si se tratara de la vida de un hombre, y, como lo decía un pensador, como si se juzgara a un pueblo.

 

Hablé de lo que a mi entender es admirable y digno, sin fingir molestia, de todo elogio: el esfuerzo de un gran grupo de profesores; los impulsos de iniciativa, los entusiasmos d cooperación y de servicio; el surgimiento de ideales; las horas de trabajo intenso y alegre; la acentuación d tendencias que entrañan clara conciencia profesional o cívica etc.

 

Hablé de que la labor, en cuanto representa un resultado concreto en el sentido académico, puede calificarse, en general, de buena, si se toman en cuenta los múltiples obstáculos a ella opuestos: la pobreza de los alumnos, la mala distribución en las aulas, la distancia de tantos hogares cuya cooperación hace falta, a veces con urgencia; la carencia de material; de medios que permitan establecer una organización realmente técnica, etc. Las grandes dificultades, pues, de tantas escuelas nuestras, que se hacen sentir hondamente en la Escuela Normal por las especiales circunstancias que en su actividad se reúnen, y que,  en presencia de las funciones y responsabilidades que le incumben, muestran en ciertos momentos  y aspectos, caracteres de alarmante gravedad.

 

Aludí -y esto parece causar alarma entre nosotros- al peso de rutina con que estorban tantas de nuestras leyes de educación, una inadaptables a las actuales necesidades y condiciones, por anticuadas, y otras, por otras causas. Mucho hay que decir a este propósito  y mucho convendría decir. La legislación educacional del país es problema de alta importancia, cuya situación revela, acaso mejor que la situación de las escuelas, qué lejos estamos de incorporar a nuestras actividades políticas las energías de construcción social en que expresa su vitalidad y denuncia sus rumbos una política pedagógica, cuando ella es el instrumento de una efectiva aspiración nacional. Y el espíritu dentro del cual suele hacerse la interpretación de esas leyes, descubre, a las veces, causales de tan grave error que ya es tiempo de que maestros y profesores se empeñen en la solución del problema. Necesitamos leyes de educación armonizadas con las necesidades de la educación en el país, y no leyes originadas en las transitorias conveniencias de los gobiernos.

 

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Y hablé de la labor pésima. De que la Escuela no ha enriquecido, o si lo ha hecho, es en insignificante proporción, su aptitud o capacidad de progreso. En mucho, sus problemas antiguos son sus actuales problemas. Sus problemas de comienzo del curso, son sus problemas de fines del curso. Claro es que hay en las escuelas problemas que forzosamente subsisten y problemas que incesantemente se renuevan, de ordinario para complicarse. Estamos en las escuelas ante el problema del hombre, cuyo máximo problema es el hombre mismo. Pero hay problemas que deben ser resueltos porque de ellos depende el progreso de la institución, y la subsistencia de ellos además de significar debilitamiento y hasta paralización de la capacidad de progreso, comporta el riesgo de convertirse en impulso retroactivo. Por supuesto que no es dable intentar la resolución simultánea de todos los problemas, ni siquiera pensar en confrontarlos siguiendo el orden que la propia lógica de los hechos respectivos aconsejaría, ni posible tampoco proyectar la resolución de ciertos problemas que, por circunstancias diversas de la Escuela misma, o bien del país, o de la ciencia educacional, no parecen ser accesibles.

 

Pero es gravísimo que una institución de esta naturaleza, dada la trascendencia de sus funciones, permanezca atada a la incapacidad de trasuntar en formas de organización y trabajo, las convicciones que en creciente experiencia determina. Una escuela debe crecer constantemente, en obediencia a las líneas de fuerza que sus necesidades trazan. La Escuela Normal, aseguré, está imposibilitada por sus actuales condiciones para desenvolverse conforme su finalidad lo requiere; y, sin duda con exaltación, afirmé que difícilmente hemos comprendido en el país qué es la Escuela Normal. Y pensando en que urge comprenderlo, con la vehemencia de quien sueña en la hora de bellas realizaciones, me dirigí a los alumnos instándolos a sentir la ilusión de llegar a ser ellos los que un día edifiquen para Costa Rica la gran Escuela Normal, que habrá de ser madre de nuestro futuro y superior estado de civilización. Me dirigí a los que permanecen, y a los que aquella noche asistían a la última lección, a los nuevos graduados. Y les dije que debían sustentar, con savia del corazón, el ideal de influir activa y profundamente, por medio de la escuela pública, en la opinión del país, para contribuir a crear los estados de conciencia que hagan posible la fructificación de tales ansiedades.

 

Los gobiernos deben vincular su gestión íntimamente a las exigencias del problema educacional. Los gobiernos deben encontrar en él la más fuerte inspiración de su conducta. Necesitamos gobiernos que ostenten  esta fe, en primer lugar, entre las credenciales de su credibilidad. Ésta, más que de la ley, debe nacer de la capacidad para satisfacer las grandes aspiraciones nacionales, y, de preferencia, de la capacidad para organizar fundamentalmente la educación del país, que es la esencia espiritual, es decir, de su vida como estadio de aptitud para servir a los intereses de la fraternidad humana. La civilización al renovarse, como una corriente, escoge el cauce por razón de la resistencia que encuentre y la que ahora se renueva, simplemente determinará, por siglos, la posición en el mundo espiritual de todos los países. Unos quedarán  como piedras, al borde de la gran corriente; otros, sirviéndole de puente, se llenarán de luz las entrañas y éstos estarán más cerca de ser felices. E invoqué a los grandes de América, a Bolívar y Sarmiento. Puede haber recordado a muchos otros; pero aquéllos bastaban a iluminar la pobre palabra del maestro de escuela que quería hacer sentir la  grandeza de la educación. Pero era demasiada la luz para mis ojos y apenas pude presentir al uno derramando libros y escuelas en las grietas de los Andes para que de aquellos surcos brotara el pueblo argentino. Y apenas si logré adivinar la actitud en que el otro, acariciando la espada resplandeciente, pensaba en las escuelas que transformarían en luz la sangre derramada, para que así, ¡tras la independencia, que era el parto, apareciese la democracia, que era el porvenir!

 

* * *

 

La hora parece predestinada. El ejemplo viene de todos los grandes países. En América la hora es propicia. El eje de la civilización, en efecto, como el del planeta, cambia de oriente, y se diría que los signos zodiacales de una gran evolución social, acaso cósmica, enmarcan con los más benéficos augurios al continente en que nuestro país ostenta su tienda de paz. No en vano hombres de la visión de Lugones sueñan que en América revivirá en plano más alto, el clásico espíritu de belleza.

 

México, por ejemplo, se reconstruye y engrandece en las aulas de sus escuelas. Lo admiramos erguirse en gesta de sembrador, consciente de que el porvenir solo arraiga en los campos de la cultura. Hay sabiduría en ello.

 

No es ya la diplomacia la que lleva los mensajes de fraternidad de pueblo a pueblo. Ella, que en nuestros países suele ser ignorancia enguantada, reclúyese en menesteres de cortesía en el mundo oficial, o bien teje y desteje, sin la fidelidad de Penélope, convenios y tratados en torno de la ley, pero al margen de la fecunda inquietud en que los trabajadores de la cultura forjan aspiraciones, devociones e ideales.

 

Gabriela  Mistral viene de Chile a México, y Eistein y Mdme Curie, de Europa a Nueva York. Y mil y mil otras rutas, por todas las direcciones, recorren otros hombres, todos en el noble peregrinaje que va en pos de los horizontes de la renaciente aurora.

 

* * *

 

Y hubo que precisar los caracteres de esa Escuela Normal, naturalmente que no como casa de enseñanza, sino como fundación social. Esto urge repetirlo mucho. La Escuela Normal no es, no puede ser, un establecimiento de enseñanza pre-universitaria, ni cabe, pues, confundir sus fines y medios de acción con la finalidad de los colegios secundarios. Es una escuela profesional pero de tal naturaleza que se convierte en la escuela democrática por excelencia.

 

El lugar de las escuelas normales está por mucho tiempo en el centro del movimiento constructor de la democracia. Sirviéndole de núcleo. He dicho muchas veces que la función social de esta educación es doble: dentro de la fórmula del estadista Wilson, contribuir a preparar al país, por medio de la escuela común, para el solo ejercicio de la vida democrática; dentro de la fórmula del educador Bagley, concurrir a preparar la democracia para adaptarla a la vida del país. Los objetivos concretos de una escuela normal plantean un profundo problema sociológico. La trasmisión o comunicación de conocimientos no puede ser el objetivo exclusivo. La vida de un pueblo decía Ernesto Nelson, es algo más que libros, ideas y conocimientos. Éstos, adquiridos sin la directa intervención de la actividad consciente del alumno, sin el ejercicio de la responsabilidad implicada en la aplicación real de los mismos, carecen de influencia en la deseable formación de hábitos en la adquisición del desarrollo de ideales y apreciaciones propicios al desarrollo de la personalidad del alumno. Los conocimientos adquiridos como suelen serlo, a más de inestables, son propensos al dogmatismo, ineptos para concurrir a determinar superiores orientaciones de la conducta, expresivas de una voluntad fuerte, de una sana y delicada emotividad, de una clara concreción de las propias responsabilidades, de esa heroica lealtad de las íntimas convicciones. Hemos olvidado que los conocimientos deben ser agentes de autonomía espiritual. Que la instrucción debe constituir alrededor del estudiante un ambiente lleno de oportunidades para el independiente ejercicio de la propia individualidad, ambiente en constante renovación, susceptible de transformarse, enriqueciéndose, a la presión de todas las inquietudes, devociones e iniciativas del alumno.

 

En el caso de una escuela normal todo ello se complica y torna profundo por la necesidad de la instrucción exponga o contenga el fruto directo de una subyacente conciencia de los problemas, posibilidades, necesidades y orientaciones del país, en cuanto se aspira a que el maestro y la escuela pública colaboren derechamente en la formación de las instituciones y de los hombres que han de expresar, como al porvenir convenga, la vida de ellas.

 

* * *

 

Hubo necesidad de volver a decir cuán lejos de tan elevada situación está todavía nuestra escuela Normal, la que, por ahora, con dificultad alcanza a tener la visión de sus elementales problemas. Se les habló a los jóvenes de que deben salir de las aulas a las aulas, a luchar tenazmente en pro de estas distantes conquistas. Lucha noble, lucha heroica, lucha incesante, pero lucha. No conformismo. No pasividad. Si para que la lucha tenga un escenario digno de su importancia es preciso ascender a las alturas del Poder Público, ¡que asciendan los jóvenes!  Lo cual no presupone, como se ha querido creer, nada que diga relación con bandería de politicantes, pues lo importante no es el Poder, sino el gobierno, y el gobierno puede hacerse desde la llanura. Sin contar que lo más honesto, por lo común, es no aspirar al ejercicio del Poder. Mas, si los jóvenes sueñan con él, que se preparen, con tan seria, con tan levantada preparación, con tal anhelo de servirle a su país, que en sus manos el Poder deje de ser prebenda para convertirse de verdad en institución. La juventud intelectual aspira a dirigir los destinos del país. Está bien. Tiene el derecho, pero debe estar segura de poseer la preparación. Las leyes, por sí solas, desgraciadamente no la dan, Y estas palabras, ni entrañan reproche, ni entienden afirmar razones procedentes de móviles personalistas.

 

El más grande yerro de nuestras orientaciones, estriba en imaginar que el aprendizaje de leyes comporta de  necesidad la preparación intelectual que el estudio de los problemas sociales exige. Ni la intelectual, ni menos la moral que la acción cívica requiere y que resulta de consagrar la vida, siquiera modestamente, al cultivo de un lote de intereses nacionales.

 

Juventud intelectual son también los maestros de escuela que, sin títulos ostentosos ni afán de publicidad, elaboran en la colmena de las aulas mieles de cultura y de civismo. Y mal hacen los intelectuales al olvidarlos; y mal hacen los maestros en dejarse postergar. Y ustedes, les decía yo a los jóvenes, conviene que reconozcan su derecho a formar parte de una más amplia juventud intelectual. Como conviene que conciban el deber de renovar el sentido de la intelectualidad en la juventud, exaltando, hasta llevarla a plena luz, la fuerza, ahora retenida, de los motivos puramente espirituales. Los altos motivos de acción de hombres y pueblos. Contra las ambiciones, las aspiraciones. Contra las conveniencias, los ideales. Contra las ficciones, las realidades. Contra la búsqueda de honores, la conquista suprema, a través de nuestra propia vida, el dominio de aquellas altruistas determinaciones del espíritu que se nutren con sangre de sacrificio.

 

Salgan a luchar, ustedes y los alumnos de todos los colegios, sin ánimo de rivalidad que los divida, sino con ansias fraternales que los asocien y vigoricen. Y únanse a los que salieron antes de las aulas y ya recorren el largo camino. La lucha que los espera atesora tras el dolor del combate, bellas glorias ávidas de coronar la frente de un hombre superior. Si al gobierno han de llegar, allá vayan, con grandeza. Si la única manera de operar la mutación de las circunstancias de que aparece rodeada la situación del país, es llegar al gobierno, hasta él lleguen, a fin de probar si asó, en manos de maestros, ascienden las escuelas a ocupar la posición de gloriosa preeminencia a que están destinadas.

 

Pero rompamos la ilusión de que los gobiernos, poseen los dones de cuyo ejercicio depende la sabia  dirección del país. Los gobiernos, como lo están ahora para dirigir la educación, están incapacitados para dirigir la opinión pública. Cuanto más, pueden reflejarla tan malcomo un espejo roto. Falta conciencia cívica en las masas. Faltan ideales de nación. Faltan propósitos de construcción social. Falta patria, que es alma, en el concepto de Renán, y no nos engañemos acarreándonos la deshonra de ocultarlo. Desdichado patriotismo, apenas propio para satisfacer los convencionalismos de la intriga aldeana, el que para amar miente.

 

* * *

 

También en el país hay voces privilegiadas que concitan a los maestros al combate definitivo por la luz. Óiganlas los jóvenes. Y cito  a don Ricardo Jiménez, dije, pensando en el varón de alto pensamiento y en el ciudadano eminente.

 

Contra el cuartel, ha dicho hace poco, repitiendo la antítesis, la escuela.

 

Sí, contra el cuartel, la escuela. Y el cuartel en Costa Rica, no es la casa de las armas, sino un estado de espíritu, amenazante y cruel. Hay que ir  contra el espíritu cuartelario, presente dondequiera que la fuerza o el subterfugio traicionen al derecho o atenten contra su predominio, y dondequiera que la libertad del pensamiento sufra coacción o menoscabo.

 

Cuartel es el egoísmo con que se discuten los problemas económicos. Cuartel es la avaricia que le roba oro a la empresa de cultura. Cuartel es el dogmatismo. Cuartel es la ignorancia. Cuartel es el fraude político. Cuartel en  la escuela misma si encadena al hombre.

 

En nombre del cuartel se quiere derruir la segunda enseñanza defendida, con frase que lo honra, y que no mencionaría, si no lo creyera, por el señor, Presidente.

 

Encontrarán ustedes el error de que una Escuela de Agricultura salvaría al país. Que la haya, no importa. Pero solo servirá para decorar con diplomas a los hijos de los l ricos. Educación agrícola, sí, eso es otra acosa. Y educación higiénica también, y educación industrial y educación cívica, pero todo como obra de una escuela común más amplia que la que poseemos.

 

* * *

 

Se debe analizar, audazmente, a todo fondo, la opinión de tantos hombres que influyen con su criterio en el establecimiento de normas de conducta política. Escudriñen los jóvenes esos pareceres, sin temor y descubrirán que muchos de los ídolos del corrillo y de la antesala pre-eleccionaria, son sin duda hombres honorables y de méritos en el orden de sus actividades, pero los cuales, inflados por la adulación, cobran, a base de alto coturno, proporciones excesivas e incurren en el pecado de opinar, a gran orquesta, con tono de sentencia impecable, sobre muchos problemas que no  han estudiado seriamente.

 

No se dejen seducir los jóvenes, ni por el yerro extraño ni por el propio, y muéstrense dignos de inspirar algún día ellos la fe que a otros nieguen.

 

En el campo de la educación algo semejante sucede. Todos conocen el problema, unos porque estudiaron leyes, otros porque tienen fincas. El campo es inmenso, los surcos tienen sed y hambre de simiente. Hasta ahora unos pocos hombres han arado  y sembrado, algunos eminentes. Algunos han obtenido cosecha envidiable. Mas queda, para los jóvenes mucho que hacer, y desventurados serán si se conforman con ir a repetir lecciones en una aula. Hay que crear. Hacer algo más, siquiera insignificante. Está casi todo por hacer. Estamos en la época de las opiniones personales y urge llegar a la época de las organizaciones técnicas. Técnica con vida, de creación y no de rutina, de ciencia y no de prejuicio. Estamos en el plano de la imitación y hay que ascender al plano de la creación. Estamos en el plano de las desordenadas vacilaciones, y hay que ascender al de las construcciones firmes. Prepárense los jóvenes, con tesón, con ardor, con persistente decisión de victoria.

 

* * *

 

Se les dijo cómo crear algo por pequeño que sea. De tener todos confianza en sus fuerzas y de sentirse aptos para realizar al menos un esfuerzo humilde. Que hagan sonreír a un niño, porque lo hayan hecho sentirse dichoso, ya sería  una obra, humildísima, es cierto, pero comunicada interiormente y en lo superior, con aquel espíritu que según Whately, debe guiar la faena de las escuelas: hace felices la los niños.

 

Hacer felices a los niños y hacer dichosos a los hombres en el porvenir de los niños.

 

Se les aconsejó acerca de su vida. Ello trajo el recuerdo de Tensión, allí donde el verso iluminado canta al respecto de sí, el conocimiento de sí, el dominio de sí. "These thee alone lead life to sovereign power".

 

Se les aconsejó una vez más acerca de educación. Dos brevísimas síntesis fueron presentadas al respecto: el niño y la  sociedad.

Se les confirmó que no deben salir de la escuela ilusionados con el entusiasmo de que llevan la preparación necesaria. La Escuela no posee las condiciones que para darla ha de reunir. Pone en manos de los hijos una semilla y desea con todo su amor de madre que la planten bajo la estrella propicia. Ojalá que del germen sencillo brote una aurora maravillosa.

 

Extraña a las gentes que se hable de las deficiencias de la Escuela. Es decir, ¡desdichadas las instituciones perfectas!  Y extraña que se diga que los que en la Escuela trabajamos, seríamos los primeros en aplaudir a los hombres que sustituyéndonos, sirvieran de tránsito a la corriente de progreso que las aulas esperan de una organización más eficaz. Y extraña que se diga que el Estado no puede aspirar a formar los maestros que necesita, mientras no tenga las escuelas normales que tal vasta empresa reclama. Y extraña que se diga que en este país, a cambio de mostrar resultados externos sintetizados en promedios de promoción, bien pueden permanecer ocultos los méritos más altos y las deficiencias más graves de un colegio, sin que haya suficiente opinión ni suficientemente preparada, para reconocer los unos ni corregir las otras.

 

* * *

 

Se les dijo ¡adiós! Por fin, con el cariño, con la emoción que el maestro siente intensificarse en su entraña dolorida, al alejarse los alumnos y quedarle a él, atenuada por el fulgor de la gratitud, la amargura de los  errores que cometió. ¡Son tantos y tantos los errores en que incurrimos cada día en una escuela Y a las veces son tan grandes, pero de tal modo inasibles, que muy tarde comprendemos que con el golpe de una hoja de hierba hemos roto quizá el ala de un cóndor.

 

¡Adiós! Los rumbos se dividen. Sigan el de ustedes con el pecho abierto a las tentaciones del porvenir, cual una vela a la atracción de los vientos.

 

Como en el ritual de los pitagóricos, saludan, orando, la aurora, con la ansiedad de ser, en la conciencia de nuestra juventud aurora del espíritu.

 

El profesor Carazo, en una fiesta íntima, había exhortado a los alumnos a querer ser algo como un Sarmiento, como una Gabriela Mistral. Al decirles las palabras finales de despedida repetí con vehemencia la instancia, hija también de mi corazón.

 

Separémonos como para no volvernos a encontrar nunca, en el concepto de que cuando las rutas nos reúnan de nuevo, no pueda la Escuela reconocerlos porque hayan llegado a ser tan grandes en el alma o en la vida, que la Escuela exclame asombrada: ¡No son los mismos! Aquel joven que ahora es robusto como un Sarmiento, no puede ser el mismo niño que años hace cruzó el  pórtico. Aquella mujer que la hora es apostólica como Gabriela Mistral, no fue mi discípula.

 

¡Tan alta obra, superior a la de todas las escuelas, solo Dios forjaría en el alma de las juventudes que crecen amando la verdad!

LOS MÁRTIRES1

 

 

Para hablar en público, cuando falta la convicción, falta todo. Y yo no tengo la convicción. Es decir, no podría declarar nada adecuado a la ocasión, y lo que podría y debería declarar, sería inoportuno.  La institución, que debo respetar profundamente, en cuyo nombre hablaría, tendría que sufrir, después de mis palabras, acaso enormes censuras, por causa de lo que probablemente llamarían la inoportunidad o la intemperancia del  representante.

 

En mi concepto la hora no sería de hacer elogios de los mártires, tanto como exaltar ante la opinión el valor cívico del símbolo que con los restos se va a depositar en la tierra, cual si se plantara una gloriosa simiente de libertad. Y exaltar habría de ser afirmar muchos hechos quemantes, capaces de revivir la indignación con que debemos recordar el asesinato de Rogelio y de sus compañeros. Y como tal vez muchas de las levitas que ahora se desempolvan para lucir en la ceremonia, tendrán que ocultar en los faldones la vergüenza de haber aprobado en otra hora el asesinato, mis pobres palabras parecerán manchadas de imprudencia.

 

 Yo, no sé si por ingenuidad que carece de importancia, tengo mucha fe en el valor de los actos que pueden encarnar símbolos de civismo, sobre todo en un país que no recibe de la tradición propia, de la leyenda ni de la historia, el estímulo capaz de adiestrarlo en las grandes empresas de la civilización.

 

Pero cuando la forzada artificiosidad de las ceremonias puede desvirtuar el sentido profundo del símbolo, en su belleza o en su verdad, desfallece aquel noble ardor, que es elocuencia, con que el ánimo debe externar la admiración y la fe.

 

Nada tengo ni quiero tener de relación con la politiquería, pero la verdad es que me llenaría de dolor el encontrar que en algún reportaje se dijera algún día que la  muerte de Rogelio y de sus compañeros había sido un simple paseo... a ultratumba. ¡Y que el país aplaudiera la afirmación como aplaude el homenaje!

                                                                                           Marzo, 1923

 

 



1 A propósito del homenaje a Rogelio Fernández Gëll y compañeros: fragmento de una carta a J. F. G.

GARCÍA FLAMENCO, EL HÉROE DE LA JUSTICIA

 

 

El héroe surge cuando el espíritu del hombre toma posesión de sus más altas capacidades y sintetiza la vida de un pueblo o expresa un designio de la civilización o refleja el pensamiento de Dios.

 

Hay que hacer el elogio del Héroe; el Héroe del trabajo.

 

Hay el Héroe de la verdad; el Héroe que sufrió persecución por querer robarles luz al sol; el Héroe de la virtud, como en el caso de Francisco de Asís; hay el Héroe del amor, el que dicta el evangelio de la fraternidad.

 

Unos están cerca de Bolívar; otros cerca de Jesús.

 

Éste es García Flamenco, el Héroe de la Justicia.

 

Sintamos todos, la grandeza de este momento; sintámosla profundamente.

Permitidme invocar los manes de García Flamenco.

 

Que desciendan a los niños y a los jóvenes y les inspiren el sentido heroico de la justicia.

 

Que desciendan a comunicarle a la escuela la grandeza de un templo.

 

A inspirarle al maestro el apostolado de su misión.

 

Pensad vosotros cómo tiembla en presencia del crimen; cuando están frente a frente el odio, la venganza que es la sombra y la conciencia, el deber del maestro, que es el ojo de Dios sobre el crimen de Caín.

 

Ese es el momento terrible.

 

Hay también el momento angustioso, de una tristeza infinita, cuando al maestro se le quiere implicar en el crimen, obligándolo a redactar un relato del asesinato.

 

En ese momento le hicieron falta, para sentirse consolado, las lágrimas de la Magdalena o las voces de la madre que abrazándole le dijera: Hijo, eres puro.

 

Después viene el momento inmortal: cuando surge la decisión de relatar el crimen: la luz del cielo entra en su alma y produce la eclosión del heroísmo.

Su resolución se impone a los obstáculos y a las montañas y parte a través de las selvas hacia Panamá, llevando en el corazón el honor de los costarricenses, de la República.

 

Lo que atravesó la selva, clamando justicia, era el alma de un Pueblo, en un vuelo audaz.

 

Las fuerzas de la naturaleza y el espíritu de la Historia participan en los gestos de los héroes y si la dignidad costarricense le dio la idea, el viento, el mar y la montaña le dieron ¡fuerza para realizarla!

 

Pero había algo, un poder supremo, detrás de todas esas fuerzas: el alma del niño, la de los discípulos que lloraban, dentro del alma del Maestro por el horror del crimen.

 

La voz de los niños ascendió por su interior, hasta llegar a convertirse en los labios del Maestro en palabra acusadora e implacable.

 

Él sentía que si callaba el crimen no podría volver a enseñar la verdad; se hacía cómplice del crimen, y el que se complica en el crimen no puede servirle a la luz.

 

La palabra de fuego convirtió al Héroe en un símbolo.

 

Hubo el llamamiento de gloria como cuando Santamaría levantó la antorcha sublime.

 

¿No sentís, en presencia de estos restos, que hay agitándose en lo profundo del ser un llamamiento superior para vivir toda la grandeza del acto?

¿No sentís que tiene esplendores de aurora y a veces, como gemidos?

 

Es que hay lágrimas de dolor de los niños que lloran la ausencia del Maestro.

 

Ellos piensan que se trajo al interior y lo que ha ocurrido es que voló a la inmortalidad.

 

Frente al mar bravío, ellos tenían un culto: había una cruz y, como alas de ángel, la cubrían de flores y con oraciones los niños.

 

Ellos lloran la pérdida del Héroe. Aquí lo recibimos para colocar su espíritu entre las sagradas devociones de la Patria.

 

Es el Héroe que viene a nosotros como un Mesías.

 

Es el santuario donde los jóvenes pueden velar las armas para luchar por el porvenir.

 

Para los maestros es el Maestro, y para los costarricenses, una de las glorias inmortales.

 

En presencia de estos restos no se debe decir: descansen en paz, que es la fórmula del Evangelio, sino que sobre ellos reposen las glorias futuras de la República.

                                                                                                                             Abril, 1924

 

DISCURSO PRONUNCIADO ANTE LOS RESTOS DE GARCÍA FLAMENCO

 

    

Yo siento grandemente la ausencia de los niños de las escuelas y de los jóvenes de los colegios, porque en verdad mis palabras, desde el fondo del corazón, estaban dedicadas a ellos.

 

Yo no hablo en nombre de la Revolución, porque no soy digno de ella; hablo en nombre de los niños y de los maestros. Tampoco soy digno de representar a los maestros, pero un deber de la misión que desempeño, me lo impone.

 

Y era que me seducía la idea de hacer sentir a los niños que por primera vez están en presencia de algo sagrado: las cenizas del Héroe.

 

Y más, en presencia de algo que es inmortal: el Héroe.

 

El Héroe se surge cuando el espíritu del hombre toma posesión de sus más altas capacidades y sintetiza la vida de un pueblo o expresa un designio de la civilización o refleja el pensamiento de Dios.

 

Hay que hacer el elogio del Héroe en el sentido completo de la palabra.

 

Hay el Héroe de la libertad; el Héroe del trabajo.

 

Hay el Héroe de la verdad; el Héroe que sufrió persecución por querer robarle luz al sol; el

 

Héroe de la virtud, como en el caso de Francisco de Asís; hay el Héroe del amor, el que dicta el evangelio de la fraternidad.

 

Unos están cerca de Bolívar; otros cerca de Jesús.

 

Éste es García Flamenco, el Héroe de la Justicia.

 

Sintamos todos, la grandeza de este momento; sintámosla profundamente.

 

Permitidme invocara los manes de garcía Flamenco.

 

Que desciendan a los niños y a los jóvenes y les inspiren el sentido heroico de la justicia.

 

Que desciendan a los niños y a los jóvenes y les inspiren el sentido heroico de la justicia.

 

Que desciendan a comunicarle a la escuela la grandeza de un templo.

 

A inspirarle al maestro el apostolado de su misión.

 

Pensada vosotros cómo tiembla en presencia del crimen; cuando están frente a frente el odio, la venganza que es la sombra y la conciencia, el deber del maestro, que es el ojo de Dios sobre el crimen de Caín.

 

Ese es el momento terrible.

 

Hay también el momento angustioso, de una tristeza infinita, cuando el Maestro se le quiere complicar en el crimen, obligándolo a redactar un relato del asesinato.

En ese momento le hicieron falta, para sentirse consolado, las lágrimas de la Magdalena o las voces de la madre que abrazándole le dijera: Hijo, eres puro.

 

Después viene el momento inmortal: cuando surge la decisión de relatar el crimen:; la luz del cielo entra en su alma y produce la eclosión del heroísmo.

 

Su revolución se impone a los obstáculos y a las montañas y parte a través de las selvas hacia Panamá, llevando en el corazón el honor de los costarricenses, de la República.

 

Lo que atravesó la selva, clamando Justicia, era el alma de un Pueblo, en un vuelo audaz.

 

Las fuerzas de la Naturaleza y el espíritu de la Historia participan en los gestos de los héroe y ¡si la dignidad costarricense le dio la idea, el viento, el mar y la montaña le dieron la fuerza para realizarla!

 

Pero había algo, un poder supremo, detrás de todas esas fuerzas: el alma del niño, la de los discípulos que lloraban, dentro del alma del Maestro, por el horror del crimen.

 

La voz de los niños ascendió por su interior, hasta llegar a convertirse en los labios del Maestro en palabra acusadora e implacable.

 

Él sentía que si callaba el crimen no podía volver a enseñar la verdad; se hacía cómplice del crimen, y el que se complica en el crimen no puede servirle a la luz.

 

La palabra de fuego convirtió al Héroe en un símbolo.

 

Hubo el llamamiento de gloria como cuando Santamaría levantó la antorcha sublime.

 

¿No sentís, en presencia de estos restos, que hay agigantándose en lo profundo del ser un llamamiento  superior para vivir toda la grandeza  del acto?

 

¿No sentís que tiene esplendores de aurora y a veces, como gemidos?

 

Es que hay lágrimas de dolor de los niños que lloran  la ausencia del Maestro.

 

Ellos piensan que se trajo al interior y lo que ha ocurrido es que voló a la inmortalidad.

 

Frente  al mar bravío, ellos tenían un culto: había una cruz y, como alas de ángel, la cubrían con flores y con oraciones los niños.

 

Ellos lloran la pérdida del Héroe. Aquí lo recibimos para colocar su espíritu entre las sagradas devociones de la Patria.

 

Es el Héroe que viene a nosotros como un Mesías.

 

Es el santuario donde los jóvenes pueden velar las armas para las luchas del porvenir.

 

Para los maestros es el Maestro, y para los costarricenses, una de las glorias  inmortales.

 

En presencia de estos restos no se debe decir: descansen en paz, que es la fórmula del Evangelio, sino que sobre ellos reposen las glorias futuras de la República.

                                                                                                                               Abril, 1924

NO QUEREMOS MONOPOLIOS EN COSTA RICA

 

 

Muchas gracias, señores1. Acepté complacido y muy honrado la invitación de la Directiva de la Liga Cívica para conversar con ustedes, guiado acaso no más por el impulso de mis simpatías personales  y por los afanes que surgen aún cuando he medido el compromiso. Advierto que después de las palabras hermosas del doctor Victory es difícil que yo diga algo más que en sustancia no resulte lo mismo. Por otra parte, la distinguida concurrencia me cohíbe y me encuentro como falto de fe en la palabra. Sé que se han construido leyendas respecto a mi palabra, pero la verdad es que ella es pobre y vacilante sobre todo para seguir temas en los que no cuenta con la preparación y con los conocimientos técnicos necesarios. Acepté la invitación por los afanes y por el espíritu patriótico de la Liga Cívica. A sus directores doy las gracias por el honor que me han otorgado y a ustedes por la amabilidad de venir a escucharme. Ruego que me excúsenme defraudo las ilusiones de la asamblea. Dijeron que hablaría de una magna cuestión en debate: el truts eléctrico. Es seguro que al respecto haré algunas alusiones, pero, lo digo con franqueza, si sé admirar de la electricidad sus maravillas y sus misterios, y si sé presentir sus grandezas, técnicamente los desconozco, pero los abomino en toda se extensión por el egoísmo feroz que encierran.

 

De los problemas de economía política solo tengo el entusiasmo del maestro preocupado por todo lo que interese al espíritu cívico. Puedo decir de estas actividades lo que el gallego a quien preguntaron sobre sus conocimientos de geografía: respondió que no la conocía porque había  pasado por allí de noche. Yo digo lo mismo: cuando pasé por los estudios, en el Colegio, de estos problemas, lo hice con los ojos cerrados. Recuerdo que tampoco en la Escuela de Derecho existían cursos de economía política ni de sociología. Siempre me parecieron útiles, pero ni siendo bachiller, oí hablar de los problemas nacionales.

 

Siento en estos momentos que la palabra busca el modo de afrontar de lleno el tema de los monopolios, pero debo primero detenerme a contemplar algún aspecto del panorama que a mi vista ofrecen las actividades de la Liga Cívica.

 

Hace poco un amigo me preguntaba si me sería fácil comentar la labor de la Liga Cívica. Le respondí que no solamente me sería fácil sino también muy grato. Mi interrogó entonces si creía en el movimiento. La repliqué  que creía de un modo afirmativo. Que creía convencido y no como el sacristán que sin entender los latines del sacerdote responde que sí. Me doy cuenta perfectamente de las actividades de la asociación y desearía que todos los presentes la contemplaran desde mi punto de vista. Inicia el movimiento un grupo de caballeros en los cuales el país puede poner toda su confianza, son figuras de moral límpida, capaces de mantener todo esfuerzo con lealtad, con desinterés, con hombría de bien y con altura de miras. Cuando me dieron los nombres de esos caballeros me sentí deseoso de trabajar con ellos. Por cierto que varios de esos ciudadanos nunca han ostentado siquiera interés por cuestiones públicas; han vivido al margen de las luchas políticas. Y ahora aparecen en este caso sin otro interés que el de una aspiración por organizar la opinión pública a favor de la conveniencia nacional, a favor de los pueblos que tienen aspiraciones y tienen ideales.

 

Justo es decir que un movimiento semejante inició la Sociedad de Amigos del País y que ya en otros países como Colombia, como Cuba, y como en algunos de Europa, han brotado estas fuerzas que son fuerzas vivas de la nación y que afrontan los problemas de las colectividades.

 

Hace poco leí un libro de un profesor de la Universidad de Columbia, sobre las necesidades de la democracia después de la guerra, en el que se admite y proclama la conveniencia de que los ciudadanos aborden estos problemas verdaderamente nacionales para intervenir de manera directa y fecunda en el Gobierno del país.

 

En Costa Rica somos pesimistas cuando se trata de estas asociaciones. Los costarricenses somos desconfiados en y miramos fríamente las grandes actividades. Es política, en política, es político, dicen la gentes, y lo cierto es que todos queremos una política superior. Y esa misma gente que así recrimina la política superior, cuando se trata de la mezquina politiquería de pasiones, sí acude con entusiasmo.

 

Esto indica algo muy humano: que predomina el interés personal, esclavizado al egoísmo. Y el interés verdadero que debe existir, es aquel capaz de crear, de cooperar, de contribuir por los destinos del país aunque se sacrifique toda la personalidad, aunque se sacrifique toda la vida misma.

 

No hay que dejarse dominar por sentimientos de posibilidades de fracaso. No. Los tiempos han cambiado. Detengámonos un momento en la puerta del teatro y miremos el desfile de automóviles que no existían hace diez años; veamos la prensa abordando los problemas y las palpitaciones nacionales, los asuntos políticos, económicos y sociales como no existían hace diez años.

 

Pongámonos a mayor altura y, excúsenme si soy algo lírico, elevemos el pensamiento a la cumbre, elevemos el espíritu sobre el panorama y miremos cómo en el mundo se desarrollan nuevas fuerzas en filosofía, en ciencia, en religión, en mecánica y en todo, y de tal modo maravilloso, que su presencia nos hace pensar en una nueva civilización que surge de las entrañas de la tierra.

 

A mi modo de ver, la asociación responde verdaderamente a la vida cívica y política del país.

 

Hoy sabemos, por ejemplo, lo que significa una United Fruit Company; tenemos vastas experiencias en diversos sentidos y debemos aplicarlas cuando se trate el problema que se avecina. Tenemos también presente un problema cultural, educacional y otros más que deben resolverse con el lote de experiencia que tenemos en el espíritu. Todas estas necesidades inducen a crear y por eso concibo con fe en que los beneficios de la Liga Cívica serán de trascendencia para el país.

 

¿Hacia dónde va la United?, preguntan las gentes ¿Hacia dónde va la United?, repiten, y la respuesta es: hacia donde quieran los costarricenses.

 

Vamos adelante con nuestros propósitos; que nos sigan todos los costarricenses dispuestos a apoyara algo que es muy suyo, a defender algo bien amado. Soñemos con la reforma de las instituciones, contribuyamos porque sean grandes y fecundas y así contribuiremos a la grandeza de la patria.

 

Traigamos a la asamblea los problemas nacionales y busquémosles la mejor solución inspirados en el bien público. Y excúsenme otro exceso de autoreferencia ya que estas manifestaciones son absolutamente mías y están desligadas de pensamiento de los señores de la Directiva. Sigamos debatiendo los problemas nacionales en esta asamblea aunque más tarde, por un juego de circunstancias, intervenga la política. Cuando las cosas lleguen a ese extremo, si es que llegan, las asociaciones tendremos dos caminos: separarnos o seguir. En la vida, los rumbos son infinitos como la Rosa de los Vientos y el espíritu de la Liga Cívica es el de la libertad y sus ideales. Así cuando la política surja, no de aquí, sino de las camarillas, habrá que preguntar: ¿de dónde la prefieren? Repito que en esto digo mi propio pensamiento, que hablo en nombre mío. Esto no es pedantería pero es de justicia decirlo. Y ¿no es también necesidad sentida, verdadera, reclamada, la de ennoblecer la política? No me separo de la realidad: si en la política vemos farsas encontramos desengaños y luchamos contra intereses, ¿por qué no sentirnos capaces de aspirar a algo mejor? Todas estas causas, todos estos grandes problemas los sentimos y ya es la hora de abordarlos. El mundo se transforma y el mundo evoluciona. Así, por ejemplo, basta ojear hoy un periódico de la mañana o de la tarde para encontrar en él una gran cantidad de preocupaciones de actividades, de polémicas y de causas que esconden un mundo subterráneo  en donde se agitan intereses poseídos de voraces sentimientos que solo aspiran las riquezas de la nación.

 

Tenemos pendientes grandes problemas, los contratos con la United y la construcción del Canal de Nicaragua; se anuncia una grave crisis del café; miramos regiones enteras pobladas de infelices palúdicos y luchamos contra el analfabetismo, ya que aunque casi todos saben leer , son muy pocos los que entienden lo que leen.

 

En Suiza, país admirable, recientemente, con motivo de una pregunta que hiciera el Gobierno al pueblo sobre la conveniencia de si los ferrocarriles deberían pertenecer al Estado, no quedó un solo ciudadano, ni un solo campesino, que no supiera escribir claramente: "Los ferrocarriles deben ser del Estado, tienen que pertenecer al Estado". Y aquí, aún no sabemos cuántos lo podrán escribir tan sinceramente.

 

Encontramos en la Avenida Central, en corrillos, ya en forma de chiste o ya en manifestación enérgica, la censura para la administración pública y la acusación de que existe un ambiente corrompido. Debo aclarar que no le hago un cargo a la actual naciente administración. Me refiero al ambiente general en el cual ella ha tenido que entrar, por el estado de cosas natural. Son muchos, pues, los problemas pendientes; hay, entre otros los del hombre del futuro. Necesitamos de hombres capaces de afrontar las luchas de ennoblecer la política, hombres dignos de vivir la República como nuestros abuelos nos la reclaman desde el pasado, y como nuestros nietos nos la piden desde el futuro.

 

Debemos preparar los ciudadanos de mañana sin temores a sufrir una burla, ya que esto nos ocurre muchas veces con los hombres que consideramos superiores. Es preciso preparar los elementos del mañana. Tengo la impresión de que a  Presidencia e la República no siempre llegan los verdaderamente preparados. Hay figuras en el pasado que no sé por qué no ocuparon la Presidencia y que hoy son dignos del mármol y del bronce. Pero también hay otros, justo es reconocerlo, que llegaron al poder siendo únicamente de ésos incapaces de dar una luz.

 

¿por qué no fueron Presidentes de la República un Julián Volio, un Mauro Fernández, un León Fernández, un Eusebio Figueroa y otros más? En fin, los historiadores son los llamados a aclarar dudas, pues mientras ellos no alcanzaron la posición que pudieron desempeñar con orgullo para el país, otros elementos mediocres surgieron desde la penumbra con facilidades maravillosas. Y esto último es lo que debemos evitar haciendo una política prestigiada. Repito que estos conceptos son únicamente míos; pueden estar errados, pero han salido del corazón y no traigo anotado en la libreta un interés particular o de personal predilección.

 

Otra acusación que se le ha formulado a la Liga Cívica es la de sufrir de boxerismo y de xenofobia. Ese cargo, lanzado por la prensa, hay que tomarlo en cuenta. Los caballeros iniciadores de la Liga Cívica son elementos de amplia cultura y no se les puede calificar de padecer de boxerismo ni de xenofobia. Poseen una educación traída de Europa y muy nobles sentimientos. Ni siquiera se les puede acusar de nacionalismo mal entendido..

 

No existe el afán de perseguir al extranjero ya que para el buen extranjero tenemos solo sentimientos de nobleza. Bien hizo el Dr. Victory en citar a Mr. John Keith, quien no es solamente ejemplo de extranjeros, sino también de costarricenses.

 

Respecto a los intereses extranjeros puestos en juego en el país, recuerdo lo que oí una tarde de éstas en un camión. Y es que el camión es una verdadera cátedra de sociología y de política aunque, a veces, como la política y la sociología, se quede parado en el camino. Pero ya nosotros nos vamos familiarizando con estas cosas. En el camión se oye el comentario hábil y perspicaz, inteligente y agudo. Hablaban unos campesinos sobre las actividades de Mr. Moseley. Advierto que me refiero a ese señor con respeto ya que está ausente del país. Uno de ellos decía:

 

"Yo le preguntaría a Mr. Moseley si él, que acaba de llegar al país enviado por una compañía extranjera, puede tener más interés por los problemas nacionales que yo, que soy costarricense. Francamente tendría que decirle: Mr. Mosely, usted perdone, pero, no se lo creo..."

 

            "Ni yo tampoco", agregaría yo.

 

Nosotros queremos en Costa Rica a extranjeros como Sautre, Scaglietti, Carit, como otros tantos que vienen a convivir con nosotros. Sin ir muy lejos tenemos en nuestro seno apellidos como los Moreno Cañas, los Fournier, los Victory, los Quirós que, extranjeros en su nacimiento, forman hoy nuestra familia. Queremos convivir con esos extranjeros que hasta exponen orgullosos su ufanía de sentirse costarricenses y de compartir con nosotros los destinos de la Patria. Para ellos hay campo en nuestro corazón, mientras que para los otros, para los advenedizos, francamente hay sospecha fundada.

 

Yo no concibo patrias constituidas a base de odio para nadie, no concibo patrias agresivas y solo me explico una conducta enérgica y combativa en casos de defensa de la soberanía nacional. Me explico los sentimientos de Juan Bautista Alberdi pensando en los destinos de la Argentina en el año 97:

 

 "Que vengan a la Argentina ingleses, franceses, alemanes, españoles, suizos,, que vengan todos los bien intencionados, que para ellos la puerta se abre con llave de oro, que vengan a esta tierra cuyas entrañas están ansiosas de cultivo y en la pampa ilimitada el potro salvaje y desenfrenado se rebela contra el gaucho, como un símbolo de que en su tierra no se quiere caudillos."

 

Yo también pienso que vengan, pero teniendo siempre presente la escuela de la experiencia. Tenemos vastas regiones en San Carlos, grandes riquezas en Sarapiquí, una llanura solitaria en Coto y muchos lugares de progreso y de engrandecimiento. Que vengan aquellos extranjeros dispuestos a trabajar y a respetar las leyes. Veamos los problemas como el estadista colombiano, a través de la luz de la espada de Bolívar, no como la ven los estadistas financistas de por aquí que, más que otra cosa, son negociantes.

 

Mantengamos la tesis de Patria en su más elevado concepto y no ya en el sentido ideológico, admirable, pero que yo quisiera atreverme a reformar, de Lugones. Que la Patria tenga el derecho de la libertad y de la justicia. Que el hombre tenga necesidad de amarla y de comprender como el niño a la madre y que esté siempre, como decía Martí, vinculado a la tierra.

 

Traigamos a nuestro seno los sentimientos de cultura de Francia, la organización de Alemania, las energías de los Estados Unidos, la libertad de Suiza, la constancia de Bélgica, la actividad y nobles sentimientos de España, y así de Italia, y de todas partes, pero hay sin embargo algo que no podemos traer de afuera, algo que debemos buscar del pasado, algo de aquel pedazo de arena que cubre las cenizas mortales de Mora y Cañas...

 

Este algo debe ser el espíritu con que debemos enfrentarnos a todos los monopolios y en primer lugar al monopolio eléctrico que está en debate. Esta actividad se mueven un terreno resbaladizo y yo no tengo la competencia técnica necesaria para abordarla. Hago de ella únicamente el comentario sencillo que está al alcance de todos.

 

Leí ayer con sorpresa los avisos en que se ofrecen acciones del trust que va a explotar nuestra energía eléctrica. ¿Qué significa esto? ¿Por qué lo hacen hoy dije- y no lo hicieron antes, ayer? Y es que esto parece indicar que hoy lo que tratan es de estorbar, creando intereses, la acción del Congreso que impone la ley de nacionalización del servicio de electricidad.

 

En el aviso dicen que hay un capital invertido. Yo no conozco el mecanismo de estas cosas pero me pregunto: ese capital invertido, ¿quién lo puso? ¿Cómo se ha invertido? No lo dicen. Yo me pregunto: es lícito ofrecer valores de una compañía cuando no se dan detalles de ella? Dirán que hay nombres conocidos y respetables al frente. Es verdad. Pero en oposición a esto nace otra desconfianza. El asiento de la compañía está en Estados Unidos, en Maryland... Y esto, señores, es lo tremendo del monopolio. ¿Desde el punto de vista nacional, conviene esto al país? No y no porque, como un empréstito contratado en Estados Unidos, siempre es un nuevo instrumento de conquista.

 

En los Estados Unidos el monopolio es una amenaza, ¿qué no será para nosotros?

 

Yo no soy enemigo de los Estados Unidos. Al contrario, siento una verdadera admiración por ese gran país y por sus hombres, pero por sus hombres de la talla de Franklin, de Lincoln, de Washington y de tantos otros más.

 

Pero, como es natural, me alarma todo lo que venga de Wall Street con su judaísmo de antigua fenicia.

 

Por otra parte, le tengo, como es lógico, menos miedo al pirata costarricense, si es que existe. Es menos temible porque está menos bien armado...

 

En todo caso prefiero el productor costarricense al extranjero. El primero está tentado por su interés pero nunca olvida la cuna donde nació, su madre buena y los afectos de su tierra y  el sentimiento de patria que existe como una majestad imperecedera.

 

El proyecto del Licenciado don Alfredo González Flores presentado a la Cámara de diputados por el señor Padilla, es un triunfo para la Liga Cívica.

 

Podría decirse, al desarrollarse el proyecto, que el administrador costarricense es malo, pero lo cierto del caso es que, bueno o malo, siempre es costarricense.

 

Detrás del proyecto está la idea de suprimir la Fábrica Nacional de Licores, proyecto hermoso que algún financista afamado diera ha poco por imposible. Huelga  hablar de los daños del alcoholismo que todo mundo conoce. Lo cierto del caso es que el país debía pasar por esa experiencia para defenderse enseguida con pleno conocimiento de causa.

 

Combatamos siempre los monopolios. Cuando oigo hablar de ellos al señor Soley... (Excúseme la alusión, no pensaba mencionar a ese señor, pero bien, lo formularé con todo respeto). Cuando le oigo, digo, pienso que esas teorías eran buenas para el año 1897. Para esa época estaban buenas. Hoy tenemos que defenderlas desde otro terreno, desde el terreno de la tesis moral. Y es que no me explico por qué motivo los señores defensores del monopolio rehuyen la tesis moral que debe existir como base de todo problema económico, de todo problema social.

 

El trust no es una necesidad de la vida como lo son tantas en la existencia; el trust no es necesidad sociológica, sino el fruto de una civilización materialista que cree que en la vida todo es oro.

 

La civilización que valora todo por oro no está guiada por un concepto del bien.

 

Divaguemos un poco.

Recuerdo el cuento, hecho leyenda, del dios Mercurio. Concedido que fue al Rey el poder de transformar cuanto tocase en oro, bajó en la mañana a su jardín, pleno de bellas rosas, y, sin querer acaso, fue tocando las flores una tras otra, anhelando tal vez, soñando en su perfume delicioso. Y aquellas flores bellas fueron trocándose en oro, sin perfume, brillantes pero sin vida. Y la hija del Rey bajó luego al jardín y al ver sus flores amadas de tal manera convertidas en dorados espectros acudió a su padre para lamentarse de la desgracia. Y su padre quiso explicarse: acercándose quiso acariciar sus cabellos; al tocarla, convirtióla también en oro.

 

Y es así como se explica que el oro, puesto en la mano izquierda, puede ser puñal que agresivo se levanta y en la derecha, en cambio, crucifijo de perdón y amor.

 

Si necesitamos dinero para la vida, busquémoslo como es debido para gastarlo dignamente. Ya es vergonzoso que se estén acusando hasta a los grandes hombres como consecuencia de sus errores y de la política. Yo no deseo ni espero ocupar nunca una posición política, pero si alguna vez ocupara alguna, posiblemente cometería errores prefiriendo en todo caso caer de un piso treinta y tres a caer de una tercera grada por gastar demasiada gasolina.

 

Debemos salir de aquí dispuestos a luchar abiertamente en beneficio de las instituciones nacionales, a contribuir por el buen éxito de todos los problemas, a hacer eco en el sentir de los señores diputados ante el proyecto eléctrico que comenzará a discutirse enseguida. Hagamos valer nuestra actuación. Deliberemos siempre en asambleas como ésta, en magnas asambleas como las griegas donde se podía hablar y opinar libremente. Aboguemos porque el Congreso, cuerpo que mucho respeto, mantenga siempre su libertad de criterio y de pensamiento. En el seno del Legislativo, y esto no significa un irrespeto ya que los mismos diputados lo reconocen, existen corrientes políticas, circunstancias y disciplinas que hacen variar los criterios. Pero en esta ocasión es de esperar que no se ahoguen las buenas iniciativas del pueblo. Y que los anhelos del pueblo bien inspirados flameen, como el pabellón tricolor, consagrado por sus ideales y atento siempre al porvenir de la nación.

 



1 Conferencia pronunciada en el Teatro Nacional, San José, auspiciada por la Liga Cívica, julio de 1928.

DISCURSO DEL DIRECTOR DE LA ESCUELA NORMAL DE COSTA RICA EN LA FIESTA DEL CENTENARIO DEL CAFÉ

 

 

La juventud que la Escuela congrega, vive con alegría, porque es juventud y porque solemos enseñarle alegría, pero en la intimidad vive, en mucho, con una angustia desoladora. La Escuela tiene angustia desoladora. La Escuela tiene un edificio suntuoso, una misión muy alta, un ideal robusto, un abnegado grupo de trabajadores, una bella juventud, una permanente tempestad de envidias que le da conforte y pureza, pero trabaja en condiciones de escasez que le imponen al futuro maestro la obligación  de ser apóstol, ya desde estudiante, sino por el altruismo que lo enardece, sí por la miseria con que estudia, pues tal altruismo difícilmente nace donde la inteligencia no puede abrir las alas. Hay estudiante, en medio al esplendor de este palacio, que no tiene otro hogar que la Escuela misma; sin un cuaderno ni un lápiz, o que, niño todavía, sostiene a sus padres a la vez que estudia; que enfermo, no puede curarse; que jamás compra un libro, y, -esto es lo más grave- que por ausencia de mil y mil condiciones de trabajo, hace el suyo en absoluta contradicción con las ideas e ideales que la Escuela le ofrenda. La Escuela no recibe, fuera del pago de profesores y pensiones de becarios, ni un céntimo del Estado, ni para invertirlo en material de enseñanza; ni para la satisfacción, pues, de ninguna de sus grandes e imperiosas necesidades.

 

Y así, cargada de responsabilidades, está obligada a darle maestros a las escuelas primarias del país. Y no pedimos lujo, sino que deseamos sencillez, pero no podemos ya tolerar que el estudiante viva sometido a una perpetua inhibición de los mejores dones de su espíritu, conducente al pleno rebajamiento de ellos. No he de señalar muchos otros problemas de salud, de ambiente y hogar, ni de técnica de la enseñanza, en cuanto son económicos y conciernen a la Escuela, ya que es sobrada descortesía exhibir hoy dolores y flaquezas. He querido hacer constar, porque es mi deber y propicia la oportunidad, que estamos contemplando con una indiferencia de inconscientes, antipatriótica, estas magnas cuestiones de la escuela pública y de la educación normal, que son, esencialmente, las mismas de la riqueza, de la cultura y de la soberanía de la nación. Se está cometiendo, fríamente, el crimen de formar maestros oscuros para un país cuya civilización la anhelamos resplandeciente. Se está haciendo más por la educación del abogado que por la educación del maestro. Aquello de que tenemos más maestros que soldados, solo es en la realidad íntima, un alarde funesto. SI en verdad es mayor el número de maestros, también es mayor, y mil y mil veces, la preocupación que nos causa el ejército.

 

Esas no son inculpaciones; expongo hechos sin detenerme a pensar si pueden parecer reproches. Es saludable combatir indiferencias, destruir ilusiones que ciegan, rompen la incomprensión.

 

Razones de economía, nada justifican. Economizar en escuelas es economizar en civilización, y ningún pueblo de la tierra tiene derecho a hacerlo. Gastar dinero pródigamente en educación, no es una cuestión de finanzas, sino una cuestión de honor, de decoro nacional. ¿Se quieren, por ejemplo, buenos caminos? Pues hay que abrir caminos de luz en el alma popular para que circulen por ellos la iniciativa y el desinterés, y entonces los caminos invisibles se plasmarán en la tierra ávidos de encauzar energías. Podréis objetar como criterio de economistas  que el problema educacional es económico, y yo responderé con credo de maestro de escuela que el problema económico lo es, fundamentalmente, de cultura; y para saltar sobre florentinas consideraciones, diré, además, que el inextricable entrelazamiento de esas interferentes realidades sociales, se aclara con solo reconocer la preeminencia, en la naturaleza y en la historia, de la energía, de aquello sutil, revelado en el orden moral por las virtudes que el individuo expresa como sacrificio en las horas supremas, y que, iluminadas de videncia, integran la gloria epopéyica de los pueblos.

    

Digo todo eso, sabedor de que no poseo la representación social e intelectual que en nuestro país conquista la sólida politiquería, pero con el derecho que otorga la generosa confianza de una juventud para la cual debemos desear y edificar sobre pasiones y miserias, una patria que, cual el cafeto de la antigua moneda, "¡libre, crezca fecunda!".

                                                                                           

Agosto, 1921

 

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