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Las peregrinaciones del fin del mundo: por Víctor Guillén

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En aquel tiempo, cuando se aproximaba la Semana Santa, visitaban el pueblo en misión evangelizadora, un equipo de sacerdotes españoles de la orden de los jesuitas dignos de la Edad Media, y no de las épocas que corrían. Excelentes expositores y grandes conocedores de la doctrina que exponían, que no creo que fuera cristiana, por lo menos, no tan apegadas a las enseñanzas de Cristo. Estos predicadores le caían como anillo al dedo al padre Sergio inquisidor por excelencia, pues odiaba, entre otras cosas, a las mujeres y sus modas y toda práctica de corte liberal, en cualquier campo. Este ilustre cura, antes de oficiar la misa, daba un paseo por dentro de la iglesia, revisando si las damas exhibían los hombros descubiertos o si venían demasiado pintadas, de ser así las expulsaba sin ningún miramiento, diciéndoles que solo podrían volver cuando estuvieran vestidas decentemente, según decía en sus prédicas.
"Parecen sacos de papas" -tronaba desde el púlpito en sus sermones- Refiriéndose a las muchachas que se atrevían a pasear en bicicleta por las espaciosas calles del centro de San Ramón. Eran bellas cual amazonas que se deslizaban graciosamente para solaz y complacencia de los adolecentes de entonces. No se por qué no las quería. Su mortificación era tal, que prácticamente invocaba el fuego del infierno y otras maldiciones en contra de las actoras de lo pecaminoso de aquel acto. ¡Eran otros tiempos!
Nos hablaba del fin del mundo que sería en el año sesenta, de las penas del infierno, de la condenación eterna, de los castigos divinos y en fin, de todas las atrocidades que el Señor, Dios de los ejércitos y de otros menesteres, tan atroces, que nos espeluznaban. Este Dios que nos mostraban, se entretenía en preparar terribles instrumentos flagelantes, para castigar a sus hijos pecadores que éramos nosotros. Especialmente nos atemorizaban con la terminación del mundo que ocurriría en el año 1960, como ya dije, según una carta que la Virgen María había entregado a unas tales pastorcillas en un lugar de Francia llamado Fátima, lo que se dio en llamar los "Mensajes de la Virgen de Fátima" y que la iglesia católica propagó por el mundo, tratando de amedrentar las almas de los pecadores: sus feligreses. Este fue otro de los dilemas que hasta el día de hoy no he podido comprender. Si él es nuestro padre: omnipotente, omnisapiente y omnisciente, con ese poder, nos creó imperfectos, cómo nos va a castigar con tanta atrocidad por sucumbir ante las debilidades con las que él mismo nos hizo. Es un padre cruel o no tiene el poder ni la sabiduría que le atribuyen. Pero allá los españoles que quedan vivos, si es que queda alguno, que expliquen este acertijo si es que vuelven por aquí.
Estas prédicas nos llenaban de terror, y lejos de ayudarnos a una realización como seres humanos creyentes y a un arrepentimiento verdadero, o recuperación espiritual, nos sumían en terribles crisis emocionales y en equivocadas contriciones.
Sin embargo, nos decían que la penitencia era un excelente instrumento para obtener el perdón de los pecados y así alcanzar la gloria eterna. Una vez inventaron que el Vaticano concedería indulgencias a todos aquellos que quisieran obtener el perdón. Era como una atractiva promoción de las que realizan los comercios hoy en día. La penitencia consistía en visitar reiteradamente, las tres iglesias con que contaba entonces el cantón: La del Tremedal, la parroquia o iglesia de San Ramón y la de San José, que fue derribada con pena para todos los ramonenses y en su lugar funciona el colegio Patriarca San José. Entre cada una de ellas debía haber una distancia de cerca de un kilómetro. Se ubicaban más o menos en línea recta. Debíamos visitarlas, sin parar, de las seis de la tarde del Jueves Santo a las seis de la mañana del viernes siguiente, también santo. Mi padre, que seguro era muy grande pecador, se apuntaba, con nosotros incluidos, en aquel concurso de peregrinaje y nos arrastraba con él, aunque no entendíamos muy bien el asunto de los perdones. Pero como donde manda capitán no manda marinero, no quedaba más que realizar aquella penosa peregrinación. Se nos aseguraba que por cada vuelta de visitas que les diéramos a las iglesias dichas, cual si estuviéramos ante las murallas de Jericó, dando vueltas alrededor de ellas esperando que cayeran sus muros como lo relató el profeta Isaías en la Biblia, obtendríamos determinada cantidad de perdones y de esta manera iríamos descontando pecados y más pecados durante toda la noche, en busca de una mayor aproximación con la Gloria Eterna mediante la expiación de nuestras terribles culpas.
Como a la una o dos de la madrugada, se nos permitía pasar al galerón de los turnos que se encontraba contiguo a lo que fue el cine Jet, frente al club de amigos. Ahí nos brindaban una taza de café frío con un bollillo de pan sin siquiera una pizca de mantequilla o alguna otra cosa que lo hiciera menos inaceptable. A este pan, si es que así se le podía llamar a aquella cosa dura, se le designaba "especialillo" pues era como la mitad del bollo del llamado "español" y costaba la mitad en las panaderías. La gente joven de hoy no los conoció. Eran muy populares. El español lo vendían a tres por peseta. Una peseta eran veinticinco centavos y el especialillo a seis por la misma cantidad. Si alguien compraba menos de la cantidad dicha le costaba a diez centavos o a cinco respectivamente. Una vez la harina encareció y el panadero nos informó que ya no había más vendaje que era como se le llamaba al excedente dicho. Mi abuela, muy enojada exclamó: ¡"Qué barbaridad, ya no se puede vivir en este país!, igual que hoy la gente cree que no puede vivir en este país pero sigue viviendo en él.
Volviendo a nuestra penosa expiación de nuestros pecados, encontrábamos que este pan, había estado guardado durante algún tiempo por lo que se había tornado correoso o tieso pero, el hambre era tanta, que terminábamos consumiendo aquel duro tentempié.
Una de las preocupaciones que nunca he podido esclarecer era las cuentas que los auditores celestiales debían llevar en el cielo, abonando, a favor de todos nosotros, cristianos confesos y penitentes nocturnos, e ir descontando de la lista de pecados las indulgencias ganadas en cada vuelta, más o menos realizando la siguiente ecuación: pecados = castigo ─ vueltas ejecutadas = perdón.
Cada vez que arribábamos a una de las iglesias, nos arrodillábamos y persignándonos, rezábamos un padrenuestro y tres avemarías para seguir el camino sin parar, cual judíos errantes. A las seis de la mañana, mi padre mostraba una gran satisfacción. Yo no sé si por el deber cumplido o por la descarga de pecados realizada durante la noche que seguramente le alivianaban la vida, según discurría yo.
En estas épocas misioneras, no todo era malo, pues, nos permitían admirar muchachas adolescentes que como nosotros venían del centro o de los distritos que hacían que olvidáramos un poco, las penas con que los curas nos amenazaban y los dolores de la caminata. Por primera vez experimenté eso que llaman mariposas en el estómago, ante las miradas y cierto coqueteo, encantadoras señales con sus ojos o lo que se ha dado en llamar entre jóvenes, "ojitos".
También disfrutábamos de algunas golosinas extraordinarias, consistentes en cajetas, confites o caramelos que papá nos obsequiaba, según, si los recursos económicos con que contaba se lo permitían.
Los conos eran materia prohibida. Eran muy caros y el presupuesto no alcanzaba.
Su color amarillo, su forma cónica lleno de una crema tan deliciosa que aún hoy me produce una salivación glandular el pensar en ellos. Sin embargo, mi padre ni siquiera las tomaba en cuenta porque, lo que creo es que no le gustaban. Yo deseaba que se le ocurriera comprar uno alguna vez, sin embargo nunca lo hizo. No se lo pedía, porque, eso sí, mi mamá nos advertía severamente de no pedirle nada a papá. Él nos compraría lo que pudiera y no más. También esto era una costumbre que hoy no se practica. Era el respeto por las decisiones paternas.
Nunca me he logrado explicar la lógica de semejante sacrificio, sin embargo, debió de haber sido un buen ejercicio puesto que hoy continúo practicándolo sin pensar en indulgencias pero si en obtener una buena condición física lo cual me ha producido muy satisfactorios resultados.
Las noches eran oscuras y frías, tenebrosas. Más y tenebrosas con aquella sacrificante práctica.
Así era el San Ramón de entonces

La santa política, una novela satírica del paraguayo Aníbal Barreto Monzón

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 NOVELA SATÍRICA LA SANTA POLÍTICA

Comentario que expuse al público en la presentación de la novela La santa Política del escritor paraguayo Aníbal Barreto Monzón en presencia del autor, el embajador paraguayo en Costa Rica Dr. Oscar Llanes Torres y otros diplomáticos así como un numeroso grupo de asistentes destacados, tales como Santiago Porras, Farstino Desinash, Dunia Solano y otros.

Esta modalidad estilística narrativa nació con la literatura. El Satiricón de Petronio (s. I d. de Cristo), sobre todo El banquete de Trimalción es una obra satírica así como El Asno de oro de Apuleyo (S II d. de C); pero obras picarescas tienen origen en esta misma modalidad. Así El Decamerón de Boccaccio (1351) y Lazarillo de Tormes (1554), El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha (1605), y en América El periquillo de Sarniento (1816), en México y El huérfanillo de Jericó (1888) en Costa Rica y muchas otras que se alimentaron de esa tradición, forman parte de la creación satírica.

Lo satírico se ajusta más a la escena, la situación  entre personajes que se torna ridícula, humorística, jocosa, irónica y sarcástica. Por ello la acción de los personajes, su voz y visión de mundo ante el destinatario produce un efecto en éste altamente connotativo.

En la novela satírica se da una gran intertextualidad no solo de voces sino de escenas que crean una atmósfera de contrastes, efectos capaces de crear una especie de mural que en su totalidad dejan en el lector efectos varios tendientes a visualizar una sociedad o grupo con poder social, económico y de prestigio solo en el parecer y unos estereotipos, fantoches, dignos de lástima en su mundo real, privado. Es un enfrentamiento entre lo público y lo privado y una crítica mordaz de ese doble maquillaje. Los personajes los ven los lectores, bajo las máscaras de la hipocresía y el descaro y ello no solo provoca risa sino indignación.

En la sátira los vicios individuales o colectivos, las locuras, los abusos o las deficiencias se ponen de manifiesto por medio de  escenas, situaciones donde los personajes experimentan hechos que los ridiculizan y entonces aparecen la farsa, la ironía, el sarcasmo, la exageración que son utilizados de preferencia; ideados todos ellos, quizás, para mejorar la sociedad y ello en ocasiones los torna moralistas. Aunque en principio la sátira está pensada para la diversión, su propósito principal no es el humor en sí mismo, sino un ataque a una realidad que desaprueba el autor. Es muy común, casi definiendo su esencia, que la sátira esté fuertemente impregnada de ironía y sarcasmo; además la parodia, de burla, de exageración, de comparaciones, de yuxtaposiciones. La analogía y los dobles sentidos son usados de manera frecuente en el discurso y la escritura satírica.

La sátira se suele valer del humor, de la anécdota y del ingenio para ridiculizar defectos sociales o individuales, efectuando así una crítica social.

Existe una gran variedad de temas, desarrollos y tonos, pero son recursos habituales en la sátira:

La reducción de alguna cosa para hacerla parecer ridícula, o examinarla en detalle para  destacar sus defectos.

La exageración o hipérbole: se toma una situación real y se la exagera hasta tal punto que se convierte en ridícula. La caricatura utiliza esta técnica.

La yuxtaposición que compara cosas disímiles: el ayer y el hoy, la juventud y la vejez, etcétera, de forma que una adquiere menor importancia.

La parodia o imitación burlesca de las técnicas o estilo de una persona, de forma que se vea ridiculizada.

La sátira, en síntesis, es una composición literaria en la que se realiza una crítica de las costumbres y  las conductas deshonestas de individuos o grupos sociales, a veces con un fin moralizador, burlesco o de simple diversión. En ella, los personajes están presentados como seres de carne y hueso no como tipos, pero se resaltan con mayor atención sus despreciables acciones.

Es por ello que los políticos son el blanco perfecto para satirizarlos, así como los burócratas, los curas, las estrellas de cine y modelos de la farándula y todos aquellos personajes que por su función pública están expuestos a lucir un parecer lejano con el ser que pontifican.

En nuestra literatura hispanoamericana actual hay muchos ejemplos de novelística satírica y como ejemplo solo señalamos uno. Xavier Velasco creo en el año 2003, El diablo guardián una novela picaresca de gran aceptación en México y fuera de él.

El mismo autor resume así el contenido de su novela: "El sepelio de Violetta o Rosa del Alba Rosas Valdivia es observado por Pig, escritor compulsivo, perfeccionista, y sin carrera literaria. Pig cede la palabra a la muerta y hace narrar a Violetta, que cuenta su historia en primera persona. Desde niña, el personaje tiene dos diferentes apelativos y una vocación de lo que ella entiende por la palabra 'puta' que cobra diferentes significados durante toda su vida. La niña vive en un ambiente de mentira. Las apariencias rigen a la familia de Violetta. Planea un robo a la madre, que a su vez ha estado robando a la Cruz Roja y guarda el dinero en una caja fuerte en el clóset. La jovencita-niña empieza a vivir aventuras desde que se escapa de su casa con los cien mil dólares robados. Contrata a un taxista anciano para que viaje con ella por avión y a partir de ese momento, manipulará a los demás. Cruza la frontera con los Estados Unidos, siempre usando a alguien, comprando favores y voluntades. Como todos los hombres que se topan con Violetta, Pig también es usado por ella, que lo domina como escritor y le exige escribir la novela donde ella aparece. Una obra divertida, sin concesiones, despiadada como observación de la sociedad y de los individuos, que tiene el buen gusto artístico de no caer en sentimentalismos o en "denuncias".

Aníbal Barreto ha escrito, hasta hoy, tres novelas que podríamos tipificar como satíricas: El doctor, mi candidato: 2003, La vida en pedazos: 2009 Y ésta que hoy sale a la luz pública La santa política, que de santa y política nada tiene pues no es la política tan santa, ni la santa tan política.

Esta trilogía novelística no es casual. Es la visión crítica, satírica, descarnada y risible de la vida pública pero sobre todo privada de los políticos y funcionarios institucionales, lo que muchos apenas sospechan pero pocos creen. Es un mural enorme, pintoresco, cruel por su realidad corrupta, de quienes gobiernan y dirigen nuestras sociedades, vistos con humor y sarcasmo y que en el fondo producen en el lector un efecto de desencanto, intranquilidad, dolor, desesperanza. Y no se crea que es exclusivo del Paraguay, aunque ese sea el contexto escogido por el autor, es el fiel reflejo de toda Latinoamérica y más allá. Y tampoco es un producto nuevo ni en la historia, ni en la literatura. Como se afirma al inicio de la novela el abuelo solo recordaba el pasado y olvidaba el presente. Así el tiempo pareciera que se detiene y todo gira igual, unos políticos se iban y otros llegaban y nada cambiaba  la realidad de los pobres y la corrupción de los gobernantes. Lamentable realidad que produce la desesperanza o por lo menos nos llena de pesimismo.

Entre chascos, ridículos, situaciones inverosímiles y exageradas que nos recuerdan el realismo maravilloso, el lector va observando ese mural caleidoscópico que pasa ante sus ojos, sin detenerse. Se le invita a disfrutar de esa obra artística, esa exposición pictórica de nuestra realidad solo que representada por voces y escenas semánticas, sonoras, en palabras. No puede el lector cerrar los ojos y permanecer al margen  y se sumerge en ese carnaval escénico que lo invita a participar, a ser un actante más de él, ya sea como espectador activo, o como cómplice pasivo. Ninguno puede mantenerse, si lee la novela, a la sombra, pues su resistencia desaparece y entra a formar parte de ese mural que pasa ante sus ojos y le sacude fuertemente, su modorra habitual.

Constantemente afirmo que La literatura es embuste, bella mentira y paradójicamente la más grande verdad humana, gracias al paciente y creativo trabajo del autor con el lenguaje y esto la convierte en arte. Aníbal tenía frente a sus ojos los contextos políticos y sociales de todo un período histórico y un espacio concreto: un mural abundante en escenas, imágenes, acontecimientos, lleno de contrastes, abundante voces y visiones. De él escogió unos pocos acontecimientos y escenas, situaciones esenciales de ese mural y los fue hilvanando, contrastando, dando su propio sello y así creo su novela La Santa Política testimonio creativo de su propia experiencia.

Escogió la política y sus diferentes actores, sujetos representados en las voces de personajes que representaron la vivencia de esa realidad, su propia visión crítica, jocosa, satírica, y así la dejó plasmada en su novela.

El lector ve desfilar ante sus ojos las más variadas escenas y situaciones de ese mural polifónico y carnavalístico. Se destacan dos aspectos importantes como sectores principales de una misma realidad: los políticos y la religión, ésta como aliada y cómplice de ellos. Así el personaje principal, La Santita, resucitada por el borrachito en su vela, que salió no de los muertos sino del equívoco médico que entregó un niño muerto y resultó ser una niña viva con poderes celestiales según los parroquianos y muy bien aprovechados por los religiosos y políticos para su beneficio, huérfana a corta edad pero con muchos tutores que aprovecharon de sus poderes sobrenaturales gratuitamente otorgados y sutilmente inventados, se convierte en el núcleo de la narración y así poco a poco se va desvelando la tragicomedia del renacimiento y resurrección también, del descolorido y derrotado partido coloreado.

Lo demás fue cuestión de vestir y desnudar los desvelos y "sacrificios" (entrecomillas) de los políticos por llevar a cabo tan ansiada empresa. Aparece el poderoso que compra el partido y las conciencias de todos y a través de sus aliados incondicionales vence o elimina a unos e impone a la satita como presidenta del partido y él como el candidato vencedor de las cómicas, entretenidas y peleadas a pescozones, elecciones primarias.

Al final de la novela se abre la virtualidad de un horizonte esperanzador con las reflexiones de la santita pero a este lector le queda una enorme incertidumbre ya no para los cambios en el tal partido descolorido sino en la amada y vilipendiada Latinoamérica, pues piensa que, el político  aunque se vista de santa y roja seda, corrupto siempre  se queda.

Se me ocurre que todo artista tiene como actividad VER, y luego decodificar lo que ve y plasmar en obras su propia visión y lo hace con diferentes instrumentos: el lenguaje, el color, el sonido, la línea, la forma,  movimiento, etc.


Muchos, por no decir todos vemos la luna sobre todo de noche y más si es en verano y luna llena y nos extasiamos en esa visión.
Lloramos, reímos, evocamos y nos ponemos románticos y hasta sollozamos y qué de historias saltan en nuestra memoria. La luna nos traslada a la sociedad y nos refugiamos en el recuerdoy nos ponemos románticos y hasta sollozamos y qué de historias saltan en nuestra memoria. La luna nos traslada a la sociedad y nos refugiamos en el recuerdo. Hay quienes ven la luna llena de luz, la que alumbra, la que llega hasta nosotros y nos indica el camino. Pero hay otra luna, la oscura, la que no se ve fácilmente, la de las sombras, la de las tinieblas y esa pocos la observan y menos la conocen. Así sucede en nuestras sociedades, solo vemos lo que está al frente, lo positivo, lo descubierto, lo mostrado, lo obvio, lo fácil, lo inevitable, y eso se nos ofrece hasta la saciedad, en la escuela, nuestro hogar, la tele, la radio y los periódicos, es la historia oficial porque la cara oculta es mítica, misteriosa pero prohibida, laberíntica, maldita, pecaminosa, malvada y hay que evitar que la conozcan. ¡Ahí no entres!

 

El artista que se precia de ello, prefiere correr ese riesgo y penetra en ese lado oculto de la luna y la sociedad, viola la censura, abre los ojos y se asombra de tal manera que no puede evitar plasmar esa realidad en sus lienzos o papeles.

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