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D. Juan de los manjares. Novela de Rafael Ángel Herra Rodríguez

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D. Juan de los manjares, novela de Rafael Ángel, la última y recién publicada por Alfaguara (2012),1 es sin temor a equivocarme la más renovadora y experimental que hasta hoy conozcamos.

 

" La palabra no siempre tolerable ni fidedigna de los Miserables, las noticias de la prensa, ciertas alusiones ocasionales de Juan sobre sus amores y algunas entrevistas, me ayudaron a mascullar una historia fragmentaria que al final acabé emborrando en un texto con algo de novela erótica, picaresca y cierta inclinación al género policiaco." (p. 273).

 

Dicho en otras palabras un mural, un carnaval de géneros, tipos, asuntos, voces, puntos de vista, temas, tonos, que bien encajan en nuestra denominación de novela polifónica sinfónica.

 

El juego formal se inicia entre los narradores y los destinatarios. Un esquema nos puede ser útil:

 

AUTOR ENUNCIACIÓN ⌡ LECTOR. La novela se inscribe en la enunciación. El autor y el lector no forman parte del texto literario. Ahora bien la Enunciación está compuesta por tres elementos básicos: SUJETO DE LA ENUNCIACIÓN, ENUNCIADO Y DESTINATARIO). El enunciado a su vez posee un Sujeto de Enunciado y un Oyente. De esta manera lo que la teoría tradicional llama Narrador omnisciente, suele ser el sujeto de la enunciación. Ahora bien en determinado momento le da la palabra a un personaje y éste cuenta, narra y por lo tanto se convierte en el sujeto del enunciado y crea su propia enunciación. Así cada personaje tiene las posibilidades de ser sujetos de sus propias historias e intercambiarlas con otros personajes. Lo mismo ocurre con el destinatario (que suele llamarse lector cuando el narrador sujeto de enunciación primaria así lo hace, tal y como con frecuencia aparece en esta novela. Ej. "Querido lector, " p. 271), cuando lo incorporan como personaje del enunciado. Esta complejidad dialógica, poco estudiada y casi ignorada por nuestros escritores sino es en las formas tradicionales, cobra relevancia en esta novela. Así el lector social, usted y yo, hombre o mujer, asistimos a un relato que  violenta todas las estructuras tradicionales y se inscribe en un experimento muy rico en posibilidades formales y semánticas. Es precisamente en este carnaval de voces y puntos de vista donde debemos ejercer un rol de investigador, más que de voyeur, mirón, o samueleador como suele llamarlo el autor.

 

Desde esta enriquecedora estructura paradigmática se insertan, por lo menos tres historias o temáticas un tanto diferentes pero totalmente ligadas que son básicas en la novela. La primera tiene que ver con Los Miserables, grupo de amigos con un perfil unificador que los convierte en voces, narradores, visores de una sociedad que transcurre en su misma cotidianidad. Son asiduos visitantes de bares capitalinos y tienen un día y una hora fijas para sus encuentros: los viernes al caer la noche. Las cantinas varían, según sus gustos y costumbres, pero por lo general no tienen predilección alguna.

 

Estos señores, casados o solteros, eso no interesa, tienen su propio perfil y sus mismos nombres los delatan: El Triste, Ovidio El poeta, Pedro Blablablá, Juan de los Manjares, etc. No hay mujeres entre ellos y solo de vez en cuando se incorpora Diana, la investigadora de los crímenes  en serie de mujeres que son noticia en los medios de comunicación.

 

Este grupo ve y describe, comenta y critica la vida social del momento: Son los chismosos y criticones de todo lo que se mueve a su alrededor. No escapan así de sus lenguas, la farándula, las modas, la poesía, la política, las mujeres, el fútbol. Nos extrañó que la religión no fuera motivo de sus cavilaciones.

 

La novela se convierte en un manjar en sí misma, se deja saborear y el lector a pesar de que busca posiblemente otros manjares se asoma a los expuestos a través de la cerradura. No ve posiblemente lo buscado y lo apenas atisbado lo deja confuso. No participa de la cena y se conforma con la apariencia. Muchos pasan así ante la vida, entre tinieblas porque la alcoba está oscura y el invitador no lo deja saborear sus manjares y es que quizás estos son también de mentirillas. La escena es más soñada que vivida, más anhelada que disfrutada.

 

Es así como las voces de ese discurso llamado novela ofrecen en dos niveles, por lo menos, el mundo del parecer y el otro, el oculto, el del ser. Y ese lector fisgón no desea sino ver el de las apariencias, no quiere penetrar y se resiste a ser detective en el mundo del ser, ese maravilloso mundo de la mujer más allá de la piel, que pondrá en evidencia, el dilema existencial en ella que tiene que ofrecerse como pastel para el disfrute de otros pero no de ella misma.

 

Es así como la novela ofrece ese abanico polifónico de las conversaciones superficiales en bares, restaurantes y pasarelas. Y si el lector es avisado lo problematiza, lo degrada pues es víctima y victimario de ese mundo también degradado que lo robotiza, lo enajena por no decir lo idiotiza. No solo la mujer es un objeto al servicio de esa sociedad devaluada sino el hombre. Ambos son protagonistas de esa comedia y pareciera que la disfrutan pero la voz trasgresora del autor posibilita a través de ese mundo verosímil cómico, trágico, degradado, su toma de conciencia, lo sacude de la modorra, de lo cotidiano y aceptado como normal y lo tira de cabeza por el hueco de la cerradura para que por lo menos se asome a contemplar su propia miseria.

 

Si bien es cierto en la narrativa costarricense aparecen casos aislados de la incorporación del lector como personaje en la novela, tal el caso de José Marín Cañas que en una poco conocida novela, Lágrimas de acero, en media novela, se deja decir: "Ahora incauta y encantadora señorita, detengámonos a examinar, estos tres corazones" y yo me llevé tamaño susto que terminó en una maliciosa sonrisa, la verdad es que el lector social pocos se han atrevido a incorporarlos aunque, sobre todo en las novelas policíacas juegan un papel importante ya que por encima del hombro del detective, se colocan las miradas de los lectores y viven casi como personajes esas vivencias. El autor sí suele incorporarse como personaje, tal y como sucede hasta en las obras de teatro como es el caso de Aristófanes en la comedia que se presenta en estos días dirigida por María Bonilla. Claro está que en ambos casos se convierten en personajes, entes ficticios de la obra literaria.

 

Al final solo quedan los abrojos:

 

"Flor Salvaje. Así me llamaron. Hoy solo queda lo salvaje. Desde hace mucho tiempo se marchitó la flor.

El rostro del espejo ya no se fascina mirándome" (p. 216).

 

El proyecto de Flor Salvaje había fracasado.

 

"Sin muchos rodeos, llegamos al punto: D. Juan, el ágora de los miserables, las pobres muchachas asesinadas, Flor Salvaje, el fumador de dientes amarillos y sus interminables cigarrillos, el clan, la trata de blancas. A decir verdad, aquella noche tocó a la puerta de mi casa la oportunidad de colmar vacíos que no podía disimular mi relato fragmentado y pobre en detalles.". (pp. 284-285).

 

 

Se cierra el círculo de la enunciación.

 

Hay una oportunidad para el lector social y es convertirse en ente de ficción, una especie de narratario que con o sin permiso del narrador entre en el texto literario creado y se rebele contra el narrador y no permanezca frente a la cerradura de la puerta y solo vea lo poco que le permite ver ese huequito. Yo crié mi propio visor y penetré en todos los aposentos y escenarios y logré mirar más de lo que me permitía el narrador. No solo vi el mundo aparente de los personajes sino sus manipulaciones, sus congojas y pasiones, tanto como sus placeres.

Visité a los mis miserables y hasta oí los versos del poeta que nadie atendía y las discusiones entre ellos sobre las mejengas del futbol tico y las corruptelas de los políticos de turno y hasta las envidias de los miserables por los inimaginables noches de lujuria de D. Juan.

 

Ya entrada la noche, lo visité para fisgonear esos manjares gustativos y llenos de erotismo, entré por la cerradura de su casa y me dirigí directo a su alcoba pues sospechaba que visitaría en vivo la mansión de todos los placeres, pero me llevé una sorpresa. En la espaciosa cama dormía como un bendito D. Juan y roncaba como temeroso de que lo despertaran y más al lado, semidesnuda y con un libro grueso y de portada negra, a la luz de una lámpara pequeña, leía Flor Salvaje muy concentrada y ensimismada, LasCincuenta sombras de Grey.

 

Al final llegué a la casa del narrador y sin molestar entré directo a la biblioteca pero no había ojeador unos cuantos libros que llamaron mi atención cuando, oí unos gritos en la alcoba y preocupado de que me encontrara con el asesino de mujeres, modelos de prendas de vestir, pues podía percibir lamentos evocativos a Dios, ¡Ay Dios, ya, ya, por favor. No esperé por más razones y penetré. Lo que vi no me asustó porque en la cama luchaban, el narrador y Diana, que de cazadora se había convertido en cazada y su cara no era de moribunda sino de agradecimiento. Salí de ahí con una sonrisa dibujada en mi rostro.

 

Sí trasgredí ese  mundo ofrecido en la obra y disfruté más de la creación que quienes por miedo no pasaron el hueco de la cerradura.



1 Herra Rodríguez, Rafael Ángel. D. Juan de los manjares, Alfaguara, San José, 1012.

LA REALIDAD  ES ENGAÑOSA

 

La realidad...mi realidad...tu realidad,...dependen de la conciencia que la observa. Entonces es la conciencia del observador quien da visos de realidad a ese concepto escurridizo, de mil formas, cambiante, mil veces deformado por los intereses y deseos de quien lo manipula. Es el monstruo de mil cabezas que trae patas arriba a algunos y hace delirar a otros.

Sin necesidad de entrar en los misterios observados por la ciencia cuántica y la neurología podemos aventurar algunas observaciones que permitan dilucidar la conducta de los personajes en un momento histórico dado como el que vive el hombre en una sociedad asfixiante, englobante, egoísta y sobre todo mecanicista.

El hombre lucha denodadamente por ser libre, despojarse de ataduras y disfrutar su precaria existencia en su misma esencia humana pero su lugar espacio-temporal sociológico lo encarcela y le impide ser individuo y a la vez pate de un grupo. Soy yo pero también mi circunstancia y debo ser uno y varios a la vez.

Es así que la sociedad que se diseña para desarrollar al individuo se torna cárcel engañosa para él. Y en ese estado de cosas el hombre se refugia en su conciencia para encontrar su verdad y comprender la realidad que se muestra a sus ojos. Pero otros no hacen lo mismo y aceptan las apariencias como única verdad y se aferran a ella.

No es otra esa compleja realidad la que vivimos hoy. Unos, los más y sobre todo los que tienen el poder político y económico defienden esa realidad aparente que les depara bienestar económica pero encamina a los más a la pobreza y la vida precaria carente de lo más elemental para una vida apenas decente.

Así unos luchan desmedidamente por mantener esa comodidad sin importarles los medios que emplean e imponen "su verdad" a muchos que carecen de conciencia y se ven empujados por la fuerza de esa marea. Y en ese mareaje unos tienen barcas y otros leños para no ahogarse. El resultado es irremediable, perecen los más.

Un claro ejemplo vivimos hoy en nuestra patria, cuando dos poderes de la república, el legislativo y el judicial son empujados a una lucha no solo innecesaria sino irracional. Si uno tiene como función principal legislar para buscar el bien común en la convivencia social de los individuos con normas que le permitan su desarrollo vital en las mejores condiciones de igualdad y fraternidad, el otro independientemente le corresponde imponer justicia y hacer que las leyes del primero sean justas y no atenten contra los derechos humanos y que aquellos individuos que las violen y se demuestre fehacientemente que son culpables reciban un castigo cuando así lo hicieren. Dos planos que se complementan pero que son absolutamente independientes en su composición y funciones. La inferencia de uno sobre el otro con fines de dominio político es nefasta y atenta contra todo derecho racional. Así lo entendieron los creadores históricos de la constitución cuando establecieron esos poderes a los que se agregó, obviamente el poder ejecutivo y otro casi poder que tiene también total independencia que es el poder electoral.

¿Cómo hacer comprender esto a los políticos de la Asamblea Legislativa que ejercen como diputados? Algunos, pocos lo comprenden de sobra porque ven con su conciencia la realidad y el bien de la sociedad sin distingos particulares, pero los más se aferran a su "verdad", su visión chata, aparente que mira más los intereses de unos pocos y no del pueblo que equivocadamente pro esa visión empañada a que lo han sometido de diversas maneras, los ha elegido como sus representantes.

Así amigo que lee estas líneas, no hay más camino que defender la independencia de los poderes hoy puesta en peligro y en el futuro inmediato luchar porque el pueblo sea educado en el desarrollo de esa conciencia dormida que le impide ver una realidad más cercana a la verdadera.

Ojos de muertos. Novela del escritor costarricense Guillermo Fernández Álvarez

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OJOS DE MUERTOS. NOVELA DE GUILLERMO FERNÁNDEZ

 

Esta es la tercera novela que escribe Guillermo Fernández Álvarez. Babelia, la primera la publicó en el año 2006 y Nebulosa. Com, un año después.

Ojos de muertos se estructura como una novela policíaca que ha cobrado beligerancia en las letras nacionales en los últimos años, sobre todo con el escritor Jorge Méndez Limbrick (1954) y sus dos novelas  Mariposas negras para un asesino (2005) y El laberinto del verdugo (2009), Francisco Dall'Anese, La huella de los zopilotes, este mismo año. También el escritor Rafael Ángel Herra publica recientemente la novela Don Juan de los manjares que toca aunque tangencialmente esa estructura.

EL paradigma de la novela policíaca, en lo formal,  permite al autor un propósito importante. Partir de los efectos para desentrañar las causas. Así evita la linealidad sintagmática de las novelas tradicionales, la causalidad, las dicotomías entre buenos y malos, el tiempo cronológico y abre un abanico de efectos, producto de diversos motivos, tanto circunstanciales como existenciales. Es de esa manera que puede abrir el abanico de una sociedad compleja, llena de frustraciones, enajenada, que se estanca en pasiones, crímenes y frustraciones, soledades, vicios e impotencias que produce un humano fantasma, producto más de la imaginación alucinante salida de ese marasmo amorfo llamada sociedad y gobernada por burócratas desteñidos e incapaces, que de un lugar habitable.

El lector de esta novela, debe convertirse en el principal investigador, no ya de la captura del criminal sino de lo indicios textuales, semánticos, voces, frases, visiones, unas aquí y otras allá, desimanadas por todo el texto que le permitan descubrir finalmente la polisemia enmarañada de la novela.

Hay en ella un personaje clave que permite, desde su voz y accionar, obtener una visión global de ella: Pablo, el investigador principal de la Oficina de Crímenes Especiales. Es a través de él y sus diálogos magistrales con sus superiores (Ananías) y sus ayudantes que los hechos van apareciendo y junto a ellos, las congojas, los sufrimientos, soledades, frustraciones de los diversos personajes que  integran ese microcosmos novelesco. Unos vivos y otros muertos que deambulan por las calles sin otro fin que soportar su precaria vida, con sueños rotos y pesadillas angustiantes. Más muertos que vivos y que ven con sus ojos de muerto nuestros actos y señalan con voces nuestras debilidades, bajezas, pequeñeces, nuestros crímenes y despropósitos.

La novela abre la sociedad, como un fruto maduro lleno de gusanos que debemos digerir o morir de hambre. Sí , hambre de humanidad, de comprensión, de proyectos vitales, de ilusión, y sino de soledad, vacuidad, de seres cosméticos, vacíos, viciosos, frustrados, que aspiran solo a mitigar con las drogas el dolor de su precaria existencia.

Desde la primera parte de la novela, La mano mordida, nos sorprendemos, nos asombra el hecho de que a un presidente de la República un indigente le muerda la mano. Esto no pasaría de ser una cómica anécdota si no fuera porque los asesores del presidente y él mismo, vean amenazada su vida por una célula terrorista de Bin Laden, Al Qaeda,  como consecuencia de haber dado el apoyo a Mr. Bush en el ataque a Irak y su tristemente célebre frase de "los niños que morirán no son de Estados Unidos ni los costarricenses sino los de Irak". Nada extraño en nuestra política, ya en la segunda guerra mundial, le habíamos declarado la guerra a Alemania. El folklore de nuestros políticos no tiene límite y Joel Agüero, da una muestra más de ello.

Así Pablo y sus colaboradores deben iniciar las pesquisas de un crimen sin ejecutar, virtual. Un presidente potencialmente muerto, de mentirillas por unos niños, también muertos que solo cobraban vida gracias a un poema que escribiera un poeta ya muerto, también.

Este hecho es efecto y  causa a la vez. La radiante oficina de Delitos Especiales iniciaría una magna investigación para descubrir un complot asesino contra el presidente que solo en las mentes calenturientas de asesores y gobernantes ineptos pudieron imaginar. Pero gracias a este hecho más jocoso que serio, la novela abre un mural, a través de las voces de personajes especiales de esa sociedad degradada, carente de los más elementales valores humanos. El lector recorre calles y hogares, tanto de pobres como de ricos. Ve la soledad del padre de Pablo y oye la voz de su madre, ya muerta, censurar y reprochar la conducta de su marido. Un viejo de Barba y su amigo el mascarero que entre juergas y borracheras gastaron los años de la mujer. Pero no se crea que es el único caso. Las voces nos llegan desde los talleres de poetas soñadores, degradados y entregados a un oficio que más parece un pretexto para gastar su devaluado tiempo. Cada quien vive sus angustias y frustraciones, degradados, casi como andrajos o pordioseros de famas solo soñadas y nunca trabajadas.

Y no es casual que los mismos investigadores sean unos fracasados en su vida personal. Han sido abandonados por sus parejas y deambulan por la burocracia y el San José, más buscando explicaciones a sus vidas fracasadas que a criminales consuetudinarios. Vagan como muertos en busca de asesinos sin percatarse que son fantasmas en una sociedad también fantasma donde los muertos comen, hablan, escriben poemas, y hasta amenazan con asesinar presidentes.

"Imagino a un mundo de mujeres independientes pero no me imagino a nosotros los hombres en ese mundo. ¿Nos llegó la hora de extinguirnos, no como especie, sino como sexo?"

Otra voz importante es la del padre Rosales a quien suele acudir Pablo cuando tiene dudas existenciales y conflictos personales. Rosales es un cura que tiene un taller de ebanistería y recluta jóvenes adictos y viciosos para sacarlos de la calle y el crimen. A pesar de su esfuerzo, su empresa fracasa y al final de la novela lo encuentra solo y aún esperanzado en un mejor amanecer pero la realidad supera esa utopía.

Y más patética es la aparición del investigador gringo, un militar retirado patético. Torturador, masoquista y sádico. Todo un ejemplar del enfermo mental con poderes sobre los indigentes. Digno de un museo de terror. Eso sí, el lector disfrutará de sus diálogos con Pablo. Son de antología.

Ahora bien, esas peripecias acerca del presidente que engloban el macromundo de la novela, encierra dos historias más importantes que delinean la novela y siguen el paradigma en lo formal de la novela policíaca: primero el crimen de Leandro, hijo de Celso, un gran amigo de Pablo y Laura, por un asesino que solo le robó el celular. Y gracias a este crimen se llega a un personaje importantísimo en la criminología nacional llamado Draculín con cuya muerte termina la novela. Hijo de padres ricos y protegido sobre todo por su madre que espera la recuperación psicológica del hijo que anhela tener un conjunto de música metálica pero al no lograrlo por falta de capacidad, termina disfrutando la muerte de personas inocentes.

En este par de procesos degradados tanto de la sociedad como de los actores se desnuda  profundamente nuestra sociedad. Por un lado el sicario Candado, personaje culto y  reflexivo, nada vulgar, que pone al descubierto ese mundillo del crimen citadino, donde se mata por dinero y placer y hasta razones de solidaridad, a la vez que degrada a Laura y su matrimonio con Celso, a tal extremo de abandonar el hogar por el simple placer de ver morir al asesino de su hijo. Otro proyecto humano totalmente degradado.

Pero es a través de la muerte de Candado en manos de Draculín  que el lector asiste a un mundo oculto y privado a la sociedad: el búnker, lugar infernal, centro de drogas y antro del crimen.

Novela política de denuncia, sí y de la soledad, de humanos que deambulan como si fueran fantasmas ellos mismos. Degradada y degradante. Voces de muertos que piden justicia y paz, presidentes de papel, oficinas de crímenes virtuales, funcionarios enfermos mentales, hogares fracasados, seres que se apegan a raíces asidas en el abismo y que viven su propia desesperanza. Novela de voces desgarradoras que dejan untados sus gritos de desesperanza en los mismos bordes de la muerte.

Finalmente el lector, en esta novela, es posible que asista a su mundo interior y a la vez a su mismo funeral, sin apenas disfrutar las mieles de su posible realización como humano y se convierta en una voz más de los muertos.

Y es que la novela ofrece una verdad muy dura y difícil de digerir. La naturaleza del ser humano, ¿Barba Azul o George  Bataille? ¿Somos criminales en potencia o desarrollamos esa inclinación? Quizás la respuesta esté en ese mundo social, político y económico que nos moldea desde niños. Es otra arista que queda pendiente y que el lector deberá dilucidar.

La bruja Zárate. Leyenda costarricense

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                                                                  La Bruja Zárate

 

Un viejito de Aserrí que solía desayunar en el Mercado de Heredia un día, hace muchos años me contó la leyenda de la bujita Zárate.

 En  Aserrí, allá donde nacieron mis bisabuelos hace muchos años  gobernada por un español, de esos blancos que vinieron a buscar oro y terminaron quedándose con nuestras tierras y hasta nos gobernaron. Pues de ese español engreído se enamoró perdidamente, como suelen hacerlo todas las brujas de esa región, la Bruja Zárate. Él, por supuesto la despreció y se burlaba de ella. Decía a sus amigos en donde estuviera:

_ Hayase visto, un español como yo, cruzar el océano para venir a caer en los brazos de una india analfabeta y bárbara, sin más educación que comer con los dedos, y todos echaban a reírse.

Entonces, la bruja indita, muy enojada y con justa razón pues había sido ofendida en su honor juró vengar aquella ofensa pública que públicamente le hiciera  el español. Y manos a la obra como quien cumple la palabra unos días después amaneció  el pueblillo convertido en una enorme piedra. Los moradores en animales de montaña y el orgulloso español, Pérez Colma, que así le llamaban en pavo real, brincando de rama en rama, ostentando su orgullo que aún conservaba.

La brujita  era una mujer original del pueblo, morena sin necesidad de bronce, ni alta ni baja pero de unos ojos grandes y negros, mirada maliciosa, y una sonrisa que nunca se le caía. Su pelo negrísimo era una catarata que bañaba sus hombros y espalda con un manto que la convertía en ondulaciones armónicas como el mar. A veces lo convertía en dos trenzas bien diseñadas. De fino cuello y con dos meloncitos maduros que terminaban en agudas semillas de anona madura, dulces y negros, su cintura dejaba ver la profundidad de danzarinas árabes y resaltaba un contorneado cuerpo que solo las habitantes de ese pueblo conservaban en su juventud. Dueña de sí misma, tenía por trabajo sanar a sus enfermos y cuando le consultaban casos tristes, les obsequiaba frutas que al llegar a sus casas se convertían en piedras preciosas y monedas de oro.

Un día, un señor llamado Diógenes Olmedo visitó a la famosa Zárate, para ver si le daba suerte y fortuna. Después de caminar por la montaña cerca de seis horas, llegó, casi al anochecer a la piedra y cansado de dar vueltas alrededor de ella, sin saber de qué manera lograría conversar con la Bruja Zárate, resolvió recostarse en la piedra y esperar. Tanto esperó pues era enorme su cansancio que el que se quedó dormido. Horas después deliraba, mirando a su lado un árbol en cuyas ramas se posaron unas blancas palomas diciéndole con voz humana:

_"Si quieres hablar con la encantadora Zárate, da tres golpes a la piedra y diga las siguientes palabras: -"Busco en vano mi ideal... años caminando y siempre en pie, linda Zárate escucha y ábreme por el amor al pavo real".

Seguidamente las palomas retomaron el vuelo y dejaron caer pétalos blancos.

Diógenes despertó... Ya era medianoche, levantándose recordó la recomendación que las palomas le dieran en su sueño y sin mucho pensarlo  dio tres golpes a la piedra y al mismo tiempo repitió las palabras que le habían dicho las palomas. En ese instante la piedra se iluminó, apareció la Zárate con un chal indígena cruzado por sus hombros, en sus dedos un cigarrillo encendido y en la otra sujetaba con una cadena un lindo pavo real. Se dirigió con amabilidad al pobre hombre que temblaba de pavor diciéndole y así habló con el hombre:

_ ¿Qué deseas de mí, buen hombre? ¿En qué puedo complacerte?

Diógenes, tomando valor se acercó, la saludó inclinándose y luego le contó su doliente historia, su viudez, sus hijos enfermos y hambrientos.

La Bruja Zárate, como si recordara algo y pensativa le preguntó:

_ ¿Cuánto tiempo hace que murió tu esposa y cómo se llamaba?

El pobre hombre le respondió:

_Ella no murió... hace dos años salieron ella y unas amigas a bañarse en un río, en la montaña... nunca más se supo de ella ni de sus amigas, desaparecieron misteriosamente... su nombre era Lupita Olmedo.

La Zárate movió sus cejas, aspiró el humo de su cigarrillo y con una carcajada estrepitosa enfrió la sangre del pobre hombre y le dijo:

_Conmovida por tu amargo sufrir y porque me has pedido por el amor de mi ave favorita, el pavo real, te voy a dar lo que necesitas.

Caminaron una hora montaña arriba y por fin llegaron a una planicie en donde una hermosa laguna rodeada de bambúes; manzanas de agua, toronjas, naranjas y limones emergían de ese bello lugar.

La bruja tomó varias toronjas y le dijo:

_ Toma, aquí tienes el alimento de tus hijos.

Diógenes llenó su alforja con los frutos, en ese instante doce palomas blancas se posaron sobre los bambúes y la bruja Zárate le dijo:

_Puedes marcharte ya, esas palomas te serán de guía".

Regresaba a su casa aquel pobre hombre pensativo y desilusionado, llevando en los hombros aquel cargamento de toronjas y en el alma la promesa de una mujer coqueta y repugnante.

_ ¿Para qué tanta fruta y tantas palabras vanas? Se decía.

Llegando a la mitad del camino y sintiendo aquella pesada carga ya lo agotaba, decidió aliviarla, y arrojó seis toronjas por un precipicio hasta llegar a un río y desaparecer. Más aliviado prosiguió su camino, sus hijos lo divisaron y echaron a correr hacia él mientras le preguntaban qué les había mandado la señora Zárate. Diógenes fingiendo alegría, les contó que ella les mandaba unas hermosas toronjas y que al día siguiente llegarían doce palomas blancas a darles una sorpresa. Los niños se durmieron esa noche, esperando el día siguiente para atrapar las palomitas y divertirse con las toronjas.

Pero el siguiente día las toronjas amanecieron convertidas en oro puro, y más tarde Diógenes y los niños percibieron el ladrido de los perros y pisadas de caballos, cuál sería la sorpresa al ver que regresaban las doce paseantes que una mañana, felices fueron a la montaña y no regresaron. Lupita Olmedo venía adelante galopando para estrechar a sus hijos y su inconsolable esposo. Y contaban que la bruja Zárate, al verlas bañándose en el río tuvo la ocurrencia de convertirlas en palomas blancas y que formarían así su corte de honor.

En cuanto al orgulloso pavo real, le prometió que tan pronto consienta en ser su esposo, le devolverá su forma primitiva, pero el soberbio español conservó su apariencia de Pavo Real pues pensó que era preciso resignarse a ser pavo real prisionero, antes que esposo de la hechicera si quedaba libre.

Adaptación y reconstrucción del viejito de Aserrí que un día me contara en el mercado de Heredia.

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