D. Juan de los manjares, novela de Rafael Ángel, la última y recién publicada por Alfaguara (2012),1 es sin temor a equivocarme la más renovadora y experimental que hasta hoy conozcamos.
" La palabra no siempre tolerable ni fidedigna de los Miserables, las noticias de la prensa, ciertas alusiones ocasionales de Juan sobre sus amores y algunas entrevistas, me ayudaron a mascullar una historia fragmentaria que al final acabé emborrando en un texto con algo de novela erótica, picaresca y cierta inclinación al género policiaco." (p. 273).
Dicho en otras palabras un mural, un carnaval de géneros, tipos, asuntos, voces, puntos de vista, temas, tonos, que bien encajan en nuestra denominación de novela polifónica sinfónica.
El juego formal se inicia entre los narradores y los destinatarios. Un esquema nos puede ser útil:
AUTOR ⌠ ENUNCIACIÓN ⌡ LECTOR. La novela se inscribe en la enunciación. El autor y el lector no forman parte del texto literario. Ahora bien la Enunciación está compuesta por tres elementos básicos: SUJETO DE LA ENUNCIACIÓN, ENUNCIADO Y DESTINATARIO). El enunciado a su vez posee un Sujeto de Enunciado y un Oyente. De esta manera lo que la teoría tradicional llama Narrador omnisciente, suele ser el sujeto de la enunciación. Ahora bien en determinado momento le da la palabra a un personaje y éste cuenta, narra y por lo tanto se convierte en el sujeto del enunciado y crea su propia enunciación. Así cada personaje tiene las posibilidades de ser sujetos de sus propias historias e intercambiarlas con otros personajes. Lo mismo ocurre con el destinatario (que suele llamarse lector cuando el narrador sujeto de enunciación primaria así lo hace, tal y como con frecuencia aparece en esta novela. Ej. "Querido lector, " p. 271), cuando lo incorporan como personaje del enunciado. Esta complejidad dialógica, poco estudiada y casi ignorada por nuestros escritores sino es en las formas tradicionales, cobra relevancia en esta novela. Así el lector social, usted y yo, hombre o mujer, asistimos a un relato que violenta todas las estructuras tradicionales y se inscribe en un experimento muy rico en posibilidades formales y semánticas. Es precisamente en este carnaval de voces y puntos de vista donde debemos ejercer un rol de investigador, más que de voyeur, mirón, o samueleador como suele llamarlo el autor.
Desde esta enriquecedora estructura paradigmática se insertan, por lo menos tres historias o temáticas un tanto diferentes pero totalmente ligadas que son básicas en la novela. La primera tiene que ver con Los Miserables, grupo de amigos con un perfil unificador que los convierte en voces, narradores, visores de una sociedad que transcurre en su misma cotidianidad. Son asiduos visitantes de bares capitalinos y tienen un día y una hora fijas para sus encuentros: los viernes al caer la noche. Las cantinas varían, según sus gustos y costumbres, pero por lo general no tienen predilección alguna.
Estos señores, casados o solteros, eso no interesa, tienen su propio perfil y sus mismos nombres los delatan: El Triste, Ovidio El poeta, Pedro Blablablá, Juan de los Manjares, etc. No hay mujeres entre ellos y solo de vez en cuando se incorpora Diana, la investigadora de los crímenes en serie de mujeres que son noticia en los medios de comunicación.
Este grupo ve y describe, comenta y critica la vida social del momento: Son los chismosos y criticones de todo lo que se mueve a su alrededor. No escapan así de sus lenguas, la farándula, las modas, la poesía, la política, las mujeres, el fútbol. Nos extrañó que la religión no fuera motivo de sus cavilaciones.
La novela se convierte en un manjar en sí misma, se deja saborear y el lector a pesar de que busca posiblemente otros manjares se asoma a los expuestos a través de la cerradura. No ve posiblemente lo buscado y lo apenas atisbado lo deja confuso. No participa de la cena y se conforma con la apariencia. Muchos pasan así ante la vida, entre tinieblas porque la alcoba está oscura y el invitador no lo deja saborear sus manjares y es que quizás estos son también de mentirillas. La escena es más soñada que vivida, más anhelada que disfrutada.
Es así como las voces de ese discurso llamado novela ofrecen en dos niveles, por lo menos, el mundo del parecer y el otro, el oculto, el del ser. Y ese lector fisgón no desea sino ver el de las apariencias, no quiere penetrar y se resiste a ser detective en el mundo del ser, ese maravilloso mundo de la mujer más allá de la piel, que pondrá en evidencia, el dilema existencial en ella que tiene que ofrecerse como pastel para el disfrute de otros pero no de ella misma.
Es así como la novela ofrece ese abanico polifónico de las conversaciones superficiales en bares, restaurantes y pasarelas. Y si el lector es avisado lo problematiza, lo degrada pues es víctima y victimario de ese mundo también degradado que lo robotiza, lo enajena por no decir lo idiotiza. No solo la mujer es un objeto al servicio de esa sociedad devaluada sino el hombre. Ambos son protagonistas de esa comedia y pareciera que la disfrutan pero la voz trasgresora del autor posibilita a través de ese mundo verosímil cómico, trágico, degradado, su toma de conciencia, lo sacude de la modorra, de lo cotidiano y aceptado como normal y lo tira de cabeza por el hueco de la cerradura para que por lo menos se asome a contemplar su propia miseria.
Si bien es cierto en la narrativa costarricense aparecen casos aislados de la incorporación del lector como personaje en la novela, tal el caso de José Marín Cañas que en una poco conocida novela, Lágrimas de acero, en media novela, se deja decir: "Ahora incauta y encantadora señorita, detengámonos a examinar, estos tres corazones" y yo me llevé tamaño susto que terminó en una maliciosa sonrisa, la verdad es que el lector social pocos se han atrevido a incorporarlos aunque, sobre todo en las novelas policíacas juegan un papel importante ya que por encima del hombro del detective, se colocan las miradas de los lectores y viven casi como personajes esas vivencias. El autor sí suele incorporarse como personaje, tal y como sucede hasta en las obras de teatro como es el caso de Aristófanes en la comedia que se presenta en estos días dirigida por María Bonilla. Claro está que en ambos casos se convierten en personajes, entes ficticios de la obra literaria.
Al final solo quedan los abrojos:
"Flor Salvaje. Así me llamaron. Hoy solo queda lo salvaje. Desde hace mucho tiempo se marchitó la flor.
El rostro del espejo ya no se fascina mirándome" (p. 216).
El proyecto de Flor Salvaje había fracasado.
"Sin muchos rodeos, llegamos al punto: D. Juan, el ágora de los miserables, las pobres muchachas asesinadas, Flor Salvaje, el fumador de dientes amarillos y sus interminables cigarrillos, el clan, la trata de blancas. A decir verdad, aquella noche tocó a la puerta de mi casa la oportunidad de colmar vacíos que no podía disimular mi relato fragmentado y pobre en detalles.". (pp. 284-285).
Se cierra el círculo de la enunciación.
Hay una oportunidad para el lector social y es convertirse en ente de ficción, una especie de narratario que con o sin permiso del narrador entre en el texto literario creado y se rebele contra el narrador y no permanezca frente a la cerradura de la puerta y solo vea lo poco que le permite ver ese huequito. Yo crié mi propio visor y penetré en todos los aposentos y escenarios y logré mirar más de lo que me permitía el narrador. No solo vi el mundo aparente de los personajes sino sus manipulaciones, sus congojas y pasiones, tanto como sus placeres.
Visité a los mis miserables y hasta oí los versos del poeta que nadie atendía y las discusiones entre ellos sobre las mejengas del futbol tico y las corruptelas de los políticos de turno y hasta las envidias de los miserables por los inimaginables noches de lujuria de D. Juan.
Ya entrada la noche, lo visité para fisgonear esos manjares gustativos y llenos de erotismo, entré por la cerradura de su casa y me dirigí directo a su alcoba pues sospechaba que visitaría en vivo la mansión de todos los placeres, pero me llevé una sorpresa. En la espaciosa cama dormía como un bendito D. Juan y roncaba como temeroso de que lo despertaran y más al lado, semidesnuda y con un libro grueso y de portada negra, a la luz de una lámpara pequeña, leía Flor Salvaje muy concentrada y ensimismada, LasCincuenta sombras de Grey.
Al final llegué a la casa del narrador y sin molestar entré directo a la biblioteca pero no había ojeador unos cuantos libros que llamaron mi atención cuando, oí unos gritos en la alcoba y preocupado de que me encontrara con el asesino de mujeres, modelos de prendas de vestir, pues podía percibir lamentos evocativos a Dios, ¡Ay Dios, ya, ya, por favor. No esperé por más razones y penetré. Lo que vi no me asustó porque en la cama luchaban, el narrador y Diana, que de cazadora se había convertido en cazada y su cara no era de moribunda sino de agradecimiento. Salí de ahí con una sonrisa dibujada en mi rostro.
Sí trasgredí ese mundo ofrecido en la obra y disfruté más de la creación que quienes por miedo no pasaron el hueco de la cerradura.
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