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El puente de Ismael. Novela de Tatiana Lobo Wiehoff

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El puente de Ismael: 2014.  Novela de Tatiana Lobo Wiehoff

Tatiana Lobo Wiehoff pertenece a la generación llamada Historicismo de 1972.

 Esta generación está compuesta por los novelistas nacidos entre 1935 y 1949. Ellos comienzan a dar los primeros frutos importantes en la creación literaria, a partir de 1965. Son novelistas que conocen, en su mayoría, las técnicas modernas de la literatura y por lo general han estudiado en carreras relacionadas con la literatura o el arte en general. Son lectores asiduos y se han dedicado al estudio de nuestras sociedades, no sólo desde la perspectiva histórica sino, la social. A ellos no escapa el interés de crear obras literarias, por principio y como última finalidad, sin que esto quiera decir que se desinteresen de las problemáticas más importantes de este período. Por eso le hemos llamado historicismo, sin ninguna connotación peyorativa. La creación de su nuevo paradigma se nos presenta más lúdico, más atrevido, sin prejuicios de ninguna naturaleza. Por eso podremos encontrar el tratamiento de temáticas tabúes en el pasado, como lo erótico y sexual, abiertos, el homosexualismo, el racismo, sin contemplaciones, ni moralismos. Se puede encontrar desde el cinismo manifiesto hasta el descaro, en sus creaciones.

 Las novelas buscan el mundo de la infancia de los personajes, para mostrar abiertamente los prejuicios recibidos, sus desnudeces moralistas, sus mutilaciones sexuales y carencias vitales como producto de convencionalismos y falsas morales que impidieron sus realizaciones ante la libertad y la búsqueda de su identidad. Y qué decir del enfrentamiento descarnado y profundo de la lucha del ser y el parecer, lo fútil y lo importante, lo interior y lo exterior o superficial, que ya había experimentado un tratamiento importante en algunos novelistas de la generación anterior, la de 1957. Por ello, los personajes se muestran como seres vivos, imperfectos, inacabados, incompletos, en formación, en lucha por sobre vivir a su misma angustia, llena de ludismo impúdico, abierto, como contraparte a la apariencia de los dogmas y de las castraciones. Esto convierte a los personajes en contradictorios, ambiguos, incompletos, agónicos, equívocos, mutantes y, por todo ello, más humanos y menos terminados. Con esta generación, mueren los héroes definitivamente y aparecen las dudas, las variantes, lo complejo sobre lo sencillo e inauténtico.

 La novela El puente de Ismael, publicada por Tatiana en este año 2014 y editada por REA en San José, la sexta novela de una copiosa producción, Asalto al Paraíso: 1992, Calipso: 1996, El año del laberinto: 2000, El corazón del silencio: 2004 y Candelaria del azar: 2008, así como cuento, teatro y crónicas, nos sorprende gratamente, no solo porque abandona la temática histórica y se interna en un pueblito rural sino por la novedad en ofrecer una polifonía de pequeñas historias de personajes irrelevantes pero llenos de angustias, dolores, sufrimientos, todos bajo un manto existencial lleno de dudas, incertidumbres, gozos, que los acercan más a la esencia humana que los grandes héroes del ayer.

 En menos de doscientas páginas caben magistralmente retazos de existencia de personajes simples, tales como un perro de origen noble por su nombre Farineli, con una sola "l", un veterano de la guerra de Vietnam y su esposa, la enfermera Samarkanda, Ana, la maestra, Maikol y su madre, Mariposa, y otros más.

 Pero el centro de todos lo ocupa Ismael, el niño sino autista, especial que asombra por su imaginación y su bondad y el puente, símbolo de vida y muerte y paso del tiempo viejo al nuevo que es quien despierta al pueblo, lo sacude de la modorra y lo lanza a la incertidumbre.

 El puente de Ismael es, sin duda, una novela existencial, se configura en doce secciones; es como la primera bomba que inicia el juego de pólvora de las fiestas patronales del pueblo. Al estallar, se convierte en un arco descendiente de luces multicolores que reflejan ese caleidoscopio de historias sencillas pero profundamente humanas que asombran y obligan a reflexionar.

 La caída en el puente viejo de Ismael, el niño de once años, es el estallido que abre la virtualidad de la construcción de un puente nuevo. Y un día cualquiera aparece una máquina y comienza la destrucción del puente. Los habitantes del Providencia Arriba y sobre todo los de Providencia Abajo no salen del asombro cuando se ven, unos sin libertad de paso, prisioneros en su vecindario y otros como Mariposa, la joven adolescente que regresa a su casa perseguida por los tres amigos que desean matarla por engañarlos en sus amores libidinosos de la ciudad vecina y encuentra refugio en su casa paterna pues Los Tatuados no podrán pasar a su antigua morada.

 El puente, como el tiempo presente de la novela no pasa de siete o cinco meses que es lo que tarda la construcción del puente o mejor indicado, la espera de que llegue de China el puente nuevo para armarlo y colocarlo. Y los chinos lo hacen en solo tres días. Pero da espacio para desenvolver, las pequeñas historias de los personajes seleccionados. Así se abren como hojas amarillas, desprendidas de los maderos negros y arrastradas por el viento, sin rumbo cierto o mariposas multicolores que vuelan desesperadas en el veranillo de San Juan, en busca también desesperada y veloz de metas sospechadas y solo conocidas por ellas y en ese vuelo, unas mueren, otras desaparecen y solo el tiempo dirá lo incierto de su futuro o quizás nadie lo sabrá.

 Es impresionante lo relativo de las causas de un hecho y las múltiples teorías que se especulan en cada caso. Hay, así mismo, respuestas como sucesos maravillosos, irracionales, que abren un abanico de causas y efectos, casi inverosímil y relativo. Nada es cierto y todo puede ser, según lo que cada quien desee que sea. Y eso permite al lector también reflexionar y entrar en esa danza de posibilidades, tan humana.

 Un puente que despierta, tras la muerte de Ismael al caer de él, en unos los deseos de vivir, en otros, les trae la muerte, y en muchos las inquietudes o vivencias más recónditas que afloran como magia en sus mentes y decisiones.

 Y el tiempo pasa, sí, inexorablemente, de lo viejo a lo nuevo, del pasado al presente y al incierto futuro, como una espera para unos o una vivencia para otros. En busca de metas o salvaguardándose de males y confusiones. En busca, eso sí de libertad, felicidad y paz. Como el pueblo de Providencia Abajo o Arriba, moderna o vieja como realmente es la vida, llena de incertidumbres y de imprevistos.

 Una novela para reflexionar, para pensar que se puede gustar y que no dejará de inquietar.

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