Ojos de muertos. Novela del escritor costarricense Guillermo Fernández Álvarez

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OJOS DE MUERTOS. NOVELA DE GUILLERMO FERNÁNDEZ

 

Esta es la tercera novela que escribe Guillermo Fernández Álvarez. Babelia, la primera la publicó en el año 2006 y Nebulosa. Com, un año después.

Ojos de muertos se estructura como una novela policíaca que ha cobrado beligerancia en las letras nacionales en los últimos años, sobre todo con el escritor Jorge Méndez Limbrick (1954) y sus dos novelas  Mariposas negras para un asesino (2005) y El laberinto del verdugo (2009), Francisco Dall'Anese, La huella de los zopilotes, este mismo año. También el escritor Rafael Ángel Herra publica recientemente la novela Don Juan de los manjares que toca aunque tangencialmente esa estructura.

EL paradigma de la novela policíaca, en lo formal,  permite al autor un propósito importante. Partir de los efectos para desentrañar las causas. Así evita la linealidad sintagmática de las novelas tradicionales, la causalidad, las dicotomías entre buenos y malos, el tiempo cronológico y abre un abanico de efectos, producto de diversos motivos, tanto circunstanciales como existenciales. Es de esa manera que puede abrir el abanico de una sociedad compleja, llena de frustraciones, enajenada, que se estanca en pasiones, crímenes y frustraciones, soledades, vicios e impotencias que produce un humano fantasma, producto más de la imaginación alucinante salida de ese marasmo amorfo llamada sociedad y gobernada por burócratas desteñidos e incapaces, que de un lugar habitable.

El lector de esta novela, debe convertirse en el principal investigador, no ya de la captura del criminal sino de lo indicios textuales, semánticos, voces, frases, visiones, unas aquí y otras allá, desimanadas por todo el texto que le permitan descubrir finalmente la polisemia enmarañada de la novela.

Hay en ella un personaje clave que permite, desde su voz y accionar, obtener una visión global de ella: Pablo, el investigador principal de la Oficina de Crímenes Especiales. Es a través de él y sus diálogos magistrales con sus superiores (Ananías) y sus ayudantes que los hechos van apareciendo y junto a ellos, las congojas, los sufrimientos, soledades, frustraciones de los diversos personajes que  integran ese microcosmos novelesco. Unos vivos y otros muertos que deambulan por las calles sin otro fin que soportar su precaria vida, con sueños rotos y pesadillas angustiantes. Más muertos que vivos y que ven con sus ojos de muerto nuestros actos y señalan con voces nuestras debilidades, bajezas, pequeñeces, nuestros crímenes y despropósitos.

La novela abre la sociedad, como un fruto maduro lleno de gusanos que debemos digerir o morir de hambre. Sí , hambre de humanidad, de comprensión, de proyectos vitales, de ilusión, y sino de soledad, vacuidad, de seres cosméticos, vacíos, viciosos, frustrados, que aspiran solo a mitigar con las drogas el dolor de su precaria existencia.

Desde la primera parte de la novela, La mano mordida, nos sorprendemos, nos asombra el hecho de que a un presidente de la República un indigente le muerda la mano. Esto no pasaría de ser una cómica anécdota si no fuera porque los asesores del presidente y él mismo, vean amenazada su vida por una célula terrorista de Bin Laden, Al Qaeda,  como consecuencia de haber dado el apoyo a Mr. Bush en el ataque a Irak y su tristemente célebre frase de "los niños que morirán no son de Estados Unidos ni los costarricenses sino los de Irak". Nada extraño en nuestra política, ya en la segunda guerra mundial, le habíamos declarado la guerra a Alemania. El folklore de nuestros políticos no tiene límite y Joel Agüero, da una muestra más de ello.

Así Pablo y sus colaboradores deben iniciar las pesquisas de un crimen sin ejecutar, virtual. Un presidente potencialmente muerto, de mentirillas por unos niños, también muertos que solo cobraban vida gracias a un poema que escribiera un poeta ya muerto, también.

Este hecho es efecto y  causa a la vez. La radiante oficina de Delitos Especiales iniciaría una magna investigación para descubrir un complot asesino contra el presidente que solo en las mentes calenturientas de asesores y gobernantes ineptos pudieron imaginar. Pero gracias a este hecho más jocoso que serio, la novela abre un mural, a través de las voces de personajes especiales de esa sociedad degradada, carente de los más elementales valores humanos. El lector recorre calles y hogares, tanto de pobres como de ricos. Ve la soledad del padre de Pablo y oye la voz de su madre, ya muerta, censurar y reprochar la conducta de su marido. Un viejo de Barba y su amigo el mascarero que entre juergas y borracheras gastaron los años de la mujer. Pero no se crea que es el único caso. Las voces nos llegan desde los talleres de poetas soñadores, degradados y entregados a un oficio que más parece un pretexto para gastar su devaluado tiempo. Cada quien vive sus angustias y frustraciones, degradados, casi como andrajos o pordioseros de famas solo soñadas y nunca trabajadas.

Y no es casual que los mismos investigadores sean unos fracasados en su vida personal. Han sido abandonados por sus parejas y deambulan por la burocracia y el San José, más buscando explicaciones a sus vidas fracasadas que a criminales consuetudinarios. Vagan como muertos en busca de asesinos sin percatarse que son fantasmas en una sociedad también fantasma donde los muertos comen, hablan, escriben poemas, y hasta amenazan con asesinar presidentes.

"Imagino a un mundo de mujeres independientes pero no me imagino a nosotros los hombres en ese mundo. ¿Nos llegó la hora de extinguirnos, no como especie, sino como sexo?"

Otra voz importante es la del padre Rosales a quien suele acudir Pablo cuando tiene dudas existenciales y conflictos personales. Rosales es un cura que tiene un taller de ebanistería y recluta jóvenes adictos y viciosos para sacarlos de la calle y el crimen. A pesar de su esfuerzo, su empresa fracasa y al final de la novela lo encuentra solo y aún esperanzado en un mejor amanecer pero la realidad supera esa utopía.

Y más patética es la aparición del investigador gringo, un militar retirado patético. Torturador, masoquista y sádico. Todo un ejemplar del enfermo mental con poderes sobre los indigentes. Digno de un museo de terror. Eso sí, el lector disfrutará de sus diálogos con Pablo. Son de antología.

Ahora bien, esas peripecias acerca del presidente que engloban el macromundo de la novela, encierra dos historias más importantes que delinean la novela y siguen el paradigma en lo formal de la novela policíaca: primero el crimen de Leandro, hijo de Celso, un gran amigo de Pablo y Laura, por un asesino que solo le robó el celular. Y gracias a este crimen se llega a un personaje importantísimo en la criminología nacional llamado Draculín con cuya muerte termina la novela. Hijo de padres ricos y protegido sobre todo por su madre que espera la recuperación psicológica del hijo que anhela tener un conjunto de música metálica pero al no lograrlo por falta de capacidad, termina disfrutando la muerte de personas inocentes.

En este par de procesos degradados tanto de la sociedad como de los actores se desnuda  profundamente nuestra sociedad. Por un lado el sicario Candado, personaje culto y  reflexivo, nada vulgar, que pone al descubierto ese mundillo del crimen citadino, donde se mata por dinero y placer y hasta razones de solidaridad, a la vez que degrada a Laura y su matrimonio con Celso, a tal extremo de abandonar el hogar por el simple placer de ver morir al asesino de su hijo. Otro proyecto humano totalmente degradado.

Pero es a través de la muerte de Candado en manos de Draculín  que el lector asiste a un mundo oculto y privado a la sociedad: el búnker, lugar infernal, centro de drogas y antro del crimen.

Novela política de denuncia, sí y de la soledad, de humanos que deambulan como si fueran fantasmas ellos mismos. Degradada y degradante. Voces de muertos que piden justicia y paz, presidentes de papel, oficinas de crímenes virtuales, funcionarios enfermos mentales, hogares fracasados, seres que se apegan a raíces asidas en el abismo y que viven su propia desesperanza. Novela de voces desgarradoras que dejan untados sus gritos de desesperanza en los mismos bordes de la muerte.

Finalmente el lector, en esta novela, es posible que asista a su mundo interior y a la vez a su mismo funeral, sin apenas disfrutar las mieles de su posible realización como humano y se convierta en una voz más de los muertos.

Y es que la novela ofrece una verdad muy dura y difícil de digerir. La naturaleza del ser humano, ¿Barba Azul o George  Bataille? ¿Somos criminales en potencia o desarrollamos esa inclinación? Quizás la respuesta esté en ese mundo social, político y económico que nos moldea desde niños. Es otra arista que queda pendiente y que el lector deberá dilucidar.

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