CARMEN NARANJO COTO
(1928-2012)
Carmen nació en la ciudad de Cartago el día 30 de enero de1928 y murió el 4 de enero del año 2012 a pocos días de cumplir 83 años. Fue hija de don Sebastián Naranjo Prida (comerciante) y doña Caridad Coto Troyo. Es la tercera de una familia de cuatro hermanos, todos hombres.
Realizó sus estudios primarios en la escuela República del Perú y ahí obtuvo su diploma en 1941. Los estudios secundarios los inició en el año de 1942 en el Colegio Superior de Señoritas donde recibió el Bachillerato en 1947.
Los estudios superiores los inició en
De regreso a Costa Rica trabajó en el Instituto Costarricense de Electricidad (ICE). Desempeñó importantes puestos en diversas instituciones del país, como el de Secretaria General, Asistente de Gerencia y Subgerente administrativo de
Ocupó el cargo de Ministra de Cultura Juventud y Deportes en 1974 y renunció en el año 1976. En ese puesto visitó América Latina, Estados Unidos, África, Asia y Europa. Fue profesora en
Carmen decía que le gustaba escribir, al mismo tiempo que escuchaba música, y lo hacía de 9 p. m. en adelante, hasta altas horas de la madrugada. Lo que escribe -nos decía- lo tengo previamente dispuesto y configurado en mi mente.
Fue una de las escritoras costarricense que más premios ganó y mereció, en y fuera de Costa Rica. En 1967 el Premio a la mejor novela con Los perros no ladraron, en 1972 Premio de novela otorgado en Guatemala con Camino al mediodía, Premio Nacional por Responso por el niño Juan Manuel, Premio Educa por Diario de una multitud, etc. Es considerada como una de las mejores escritoras latinoamericanas. Esto no lo sabemos pues no hemos leído las obras de todas esas escritoras, pero lo que sí es cierto, es que es una sobresaliente escritora y en Costa Rica, no abundan bajo esa condición.
Carmen Naranjo Coto fue, a nuestro juicio, la primer gran novelista de Costa Rica, no sólo por la calidad de sus novelas sino por la cantidad de las mismas, su continuidad técnica y el conocimiento del arte de novelar. Luego tendremos oportunidad de ejemplificar estos juicios.
Vivió durante gran parte de su vida en una casa de campo, llamada OLO, en un pueblito de Alajuela llamado Calle Vargas, Tambor, retirada del mundanal ruido. Es su santuario.
LO QUE ESCRIBIÓ CARMEN NARANJO COTO
NOVELA
1. Los perros no ladraron: 1966
2. Memorias de un hombre palabra: 1968
3. Camino al mediodía: 1968
4. Responso por el niño Juan Manuel: 1968
5. Diario de una multitud: 1974
6. Sobrepunto: 1985
7. El caso 117.720: 1987
8. Más allá del Parismina: 2000
CUENTO
1. Cultura: 1973
2. Hoy es un largo día: 1974
3. Ondina: 1983
4. Nunca hubo alguna vez: 1984
5. En Partes: 1994
POESÍA
1. América: 1961
2. Canción de ternura: 1962
3. Hacia tu isla: 1966
4. Misa a oscuras: 1967
5. En el círculo de los pronombres: 1972
6. Idioma del invierno: 1971
7. Los girasoles perdidos: 1968
8. Homenaje a Don Nadie:
10. Poesía para niños:
Ha publicado gran cantidad de ensayos y artículos periodísticos. Aquí no los señalamos. Pero su obra más sobresaliente está en el género novelístico y es que se ha convertido, si no en la mejor novelista de Costa Rica, sin lugar a dudas, sí lo es de esta generación. Todas sus novelas giran alrededor de la gente de la ciudad, para ser más exacto de la capital, San José pero está muy lejos de repetir la visión superficial, descriptiva de ella. Sus novelas profundizan las relaciones entre los hombres y mujeres, desde niños hasta la vejez, sin dejar de lado el sexo, la edad y su posición social y cultural. El ser humano es visto desde adentro, en su mundo más privado. No se trata de presentar personajes que actúan ante un diferente espacio físico, sino la vivencia misma de lo cotidiano, lo trivial, lo diario, lo insignificante. Sus personajes son innominados, se convierten en voces llenas de angustia, luchando por encontrarle sentido a la vida y la muerte, rescatando los instantes de felicidad en su larga lucha por sobrevivir en una sociedad llena de prejuicios, superficialidad, vacuidad y alienante por no llamarla enajenante que iría más acorde con su visión crítica.
Es la primera escritora, que con toda propiedad, se incorpora a la vanguardia novelística latinoamericana. Sus obras superan las novelas monológicas, lineales, causales, predecibles para dar paso a la novela polifónica, carnavalesca, polifacética, plural. Por ello el lenguaje simple, lógico, da pie a una multivisión polisemántica. Lo cotidiano, trivial, superficial se transforma en las diferentes voces de los personajes anónimos, en reiteraciones, paralelismos, monólogos interiores, soliloquios, reiteraciones, secuencias de imágenes que hacen de la novela una especie de poema trágico, profundo y bello. El extremo de este estilo lo encontramos ya en su primera novela Los perros no ladraron que no utiliza la enunciación tradicional llevada a cabo por narradores cercanos al yo autoral, sino que presenta a los personajes como sujetos de su propio enunciado, técnica usada por el teatro que presenta a los actores dialogando entre sí, sin intervención alguna.
La primera novela la llamó Los perros no ladraron en 1966.1
Esta obra está escrita en forma de diálogo entre los diferentes personajes. Es la segunda novela que se realiza con esta técnica, pues La primera sonrisa es una novelita de José Fabio Garnier que también usó esa técnica. La razón de ello no obedece a un simple formalismo y menos a un capricho; es una exigencia de la temática tratada. Los personajes viven directamente la burocracia de la ciudad, se enfrentan crudamente a ella, en vivo, sufren la impotencia para resolver las más insignificantes diligencias, tales como buscar trabajo, ser atendidos por un empleado ante una solicitud, tan simple como pagar un recibo, sacar una cita, subir en un ascensor, caminar por la ciudad, aspirar a un ascenso, etc. La burocracia exige de los personajes despojarse de toda posibilidad de resolver sus problemas con simpleza, sentido común, lógica, rapidez y eficiencia. Los jefes menores o mayores, los simples empleados, todos han creado una lógica única para hacer perder el tiempo a los ciudadanos, impedir resolver sus problemas y llevarlos a extremos impredecibles de impotencia, sufrimiento. Es una lógica irritante, alienante, destructiva de todo sentido humano. Cada empleado se cree con poder para desequilibrar al solicitante, se convierte en un punto más de la maraña burocrática y colabora para imponerla, mantenerla vigente y en cierto sentido se convierten en sádicos de la burocracia, pues gozan, se divierten, se dan importancia haciendo nada, enredando lo fácil, repitiendo el ceremonial que entierra todo intento racional o irracional por dar satisfacción a los sorprendidos ciudadanos que ya cansados acuden diariamente a una respuesta satisfactoria a sus solicitudes, se convierten en autómatas conformistas que a dejan su suerte a los que manejan los hilos de sus propias marañas. Lo curioso es que en la empresa privada que no trata la autora, esto casi no sucede. Pareciera que es propio de las instituciones públicas, donde los que las gobiernan no son los dueños de ellas. El título de la novela refleja el anonimato, lo intrascendente de los personajes. Su importancia es tal que ni los perros no ladraron, cuando uno de ellos murió.
Memorias de un hombre palabra fue su segunda novela y la publicó en 1968.1
Esta es la novela de él, del hombre. Es el personaje sobre el que se dan todos los pequeños sucesos. Se plantea el enfrentamiento del hombre frente a la sociedad, la ciudad que le acapara, le engaña, le convierte en un autómata más. Desde la niñez sufre la orfandad, no sólo del padre sino de una sociedad vacía, alienante, destructiva, con "valores" burgueses, discriminatorios, alienantes. Desde niño su madre le aísla de los juegos de los niños pobres de su barrio, lo encierra en su caso bajo su tutela y sobreprotección.
Al llegar a su madurez, la madre, le echa a la calle para que por sí solo se enfrente a su destino. Parece que por irse con un hombre, pero lo cierto es que este hombre no sabía qué hacer en la ciudad, carecía de preparación e iniciativa. Pronto se ve visitando los prostíbulos y haciendo amistad con las mujeres que los frecuentan. Y en él esa casa le causaba los más variados sentimientos:
"reacciones, encuentros, afinidades, odios, miedos, rincones".2
Y el personaje, no sólo recuerda su educación en su hogar, sino la relación que experimenta cuando se enfrenta a la ciudad, a las calles, a los encuentros, a las modas, a las etiquetas, en fin a todas las marañas diarias de ella. Es la lucha por ser ante el avasallante parecer. O se hace masa o perece y él, poco a poco, comienza a ceder ante la sociedad. Busca trabajo en una empresa y, llevado por las modas, comienza a comprar objetos, a consumir desmedidamente y poco dura en la fábrica. El deber mucho dinero, lo lleva a robar y es descubierto y mandado a la cárcel. Poco después, recibe la noticia de que una mujer obtuvo su libertad, gracias a que pagó sus deudas. Al tiempo descubre que fue su madre. Después de rodar, solo, sin tino, sin proyectos, acude a los bailes y lugares de citas, encuentra a una amiga de su infancia, amiga de juegos y sueños. Está sola, pobre. Es una indigente más de la ciudad. La invita a vivir con él y ella y sus niños sin padre conocido, se dirigen a su cuartucho. Ahí el hombre le pide que tenga un hijo con él. Ello se ha convertido casi en una obsesión, en su único sentido de vivir. Su amiga queda embarazada, pero en el parto, el niño muere. Entonces la madre que tenía varios hijos decide darle el menor y él lo acepta como padre y siente gran felicidad, cuando el niño le llama papá.
Su lamento y más, su rencor, es contra quien lo convirtió en
"un hombre palabra, desentonada, mal construida, cobarde, inhábil incapaz."3
La novela termina con la formación de un personaje crítico, con conciencia social, defensor de los pobres y aceptando para sí la vida humilde, pero sincera, de su amiga indigente, Adelilla. Se convierte en el padre que nunca tuvo. Está preparado para ser un hombre, sin adjetivos.
Camino al mediodía fue su tercera novela y data del mismo año, 1968.4
Es la novela más corta de Carmen Naranjo Coto. Pero de gran intensidad. La trama es simple un personaje del sexo masculino se suicida y un yo que se dice ser su íntimo amigo asiste a su entierro. Aprovecha la estancia del muerto en la funeraria, El último descanso, para recordar la vida del personaje, su familia y realizar el viaje, Camino al mediodía, hacia el cementerio de Cartago. Durante ese tiempo, casi dos horas, recuerda y contrasta la vida de Eduardo Campos Argüello, tanto la aparente como la real.
La novela presenta una especie de desdoblamiento del personaje Eduardo. Toda ella permanece en dos estados contrapuestos: lo aparente, el parecer y lo real, el ser. El suicidio permite a su doble mirar y comentar, describir, penetrar en lo profundo del personaje. Se vale para ello de un paralelismo entre el parecer y el ser. Se puede afirmar, sin temor a equivocarnos que el que narra en primera y tercera persona sobre Eduardo es la conciencia del mismo Eduardo. Por eso se presenta como invisible y sólo el hijo de Eduardo, ya muerto, le nota su presencia y se duerme en su regazo. Otra técnica que le permite llevar a cabo su propósito narrativo, es la intertextualidad que consiste en introducir textos de otros autores conocidos, simultáneamente apropósito, en la novela.
A partir del suicidio se presenta la dualidad del personaje, sus equívocos, sobre todo los reales, tales como la confusión reiterada de la capilla y del muerto y de los asistentes a los entierros. A partir de este momento mantiene, tanto el espacio físico, como el tiempo en forma real, concretos, lugares de San José, y posteriormente el cementerio en Cartago y la hora de la llegada del féretro a la capilla, así como el final del entierro y de la novela.
Este contraste entre tiempo y espacio reales y tiempo y espacio psicológicos hace de la novela, una vivencia crítica polifónica de la realidad social, sus hipocresías, sus apariencias, sus vanidades y mezquindades frente a lo oculto, los cuartos oscuros, el maltrato a su esposa, la castración de su hijo, la búsqueda del amor en su misma soledad e impotencia, su incapacidad para mantener sus empresas seguras económicamente, su flojedad en el trabajo y su hiperactividad sexual sin límites de honor, amistad y lealtad. Es un ejemplo del qué dirán, de las apariencias del ego exaltado, del orgullo tonto, de su misma mediocridad y el epitafio es descrito por los discursos preparados a la hora de enterrarlo. Es un desfile de personas, que como él, figuraron en los colegios profesionales, ministerios, Asamblea Legislativa, hospicios. Son los políticos vividores que exponen su propia ignorancia, su carencia de honradez, el disfrute del puesto para su beneficio, en aras del amor a la patria y la democracia, interrumpido por la voz de la conciencia, su alter ego, que con valentía va presentando lo contrario, tanto del muerto como de los oradores. El famoso doble discurso.
A pesar de que el narrador es un personaje masculino, su visión de la mujer es sincera, realista; la presenta como víctima del hombre y de la sociedad machista que muchas veces, por mantener las apariencias, es el caso de Aurora, prefiere mutilar su personalidad, convertirse en una cosa para guardar las apariencias y no enfrentarse al marido que la humilla, la maltrata, la mantiene abandonada, la avergüenza públicamente pero que ella prefiere callar, ocultar, hacer la voluntad de él, sin importar la destrucción moral, espiritual, sus propias necesidades como ser humano y las de sus hijos, antes de enfrentarse a su marido. Es una profunda crítica a la familia tradicional que se mantiene unida, en apariencia, más por el orgullo de no ser piedra de escándalo, que por el derecho a la vida decente, creativa y el deseo de los individuos por ser y no parecer. Descubrir y desarrollar su propia identidad y sus proyectos vitales y no convertirse en monigotes, manipulados por la autoridad del padre o de programaciones sociales castrantes y enajenantes, llámense estos, partidos políticos o instituciones tales, como la iglesia católica o religiones de diversas concepciones.
La cuarta novela es del año 1968 y la llamó Responso por el niño Juan Manuel1 (Premio de novela en los Juegos Florales de Guatemala, año 1968).
Sigue la misma temática de las novelas y cuentos anteriores. La sociedad de consumo, la vida y la muerte, la soledad, la incomunicación, el hombre cosificado, la búsqueda de una salida a estos conflictos sin esperanza alguna y en medio de todos, el enfrentamiento entre desposeídos y ricos.
Responso por el niño Juan Manuel, no es más que el responso por cada uno de los hombres, inventado por cada uno de ellos. La técnica del desdoblamiento, del narrar su propia vida inventando otro personaje que no es más que su reflejo o el deseado por él como ser o ambos a la vez, el personaje invisible que penetra y narra lo que ve, opina discurre y que se convierte en una especie de conciencia crítica, de sí mismo, de los otros y de la sociedad, víctima de la soledad, la incomunicación y por qué no del absurdo, empiezan a dibujarse en Hoy es un largo día, recordemos el personaje que queda atrapado en un ascensor en la ya comentada novela Camino al medio día. Sus novelas no llegan a pertenecer al género fantástico, a pesar de que la duda y el cruce entre lo real y lo irreal se mantienen, se cruzan, ya que al final el lector social recibe, si no una explicación racional, sí el conocimiento de que los sucesos sobrenaturales obedecen a un dolor de cabeza o la imaginación de un personaje, por ello se quedan en el género de lo extraño y se alejan de lo fantástico. Por eso la lectura de ésta, como de las anteriores novelas de la autora, se convierte en un discurrir angustioso de la realidad y fantasía del hombre que se transforma en un monigote, no para vivir, sino para durar, como si fuera una cosa o algo peor que ella.
La muerte de Juan Manuel, un niño de apenas quince años, huérfano y cuidador de casas vacías, sin casi ningún proyecto o acontecimiento importante, que cumple rituales diarios casi sin importancia, como visitar la misma sodita para tomar café con tacos enchilados y que idealiza a la mesera, sin que ella le dé importancia; que su única manera de pasar el tiempo es conversado con Carlitos, el compañero de su imaginación, muñeco creado por él y lo único de valor; éste niño inventado, creado por cuatro hombres de posición rica e intelectuales que viven en completa soledad e incomunicación, les permite acercarse, comunicarse, hablar, dialogar, sentirse algo, penetrar en cada uno de ellos y desnudar su miseria. No importa si son cultos, estudiosos, filósofos, pintores, lo común en ellos es su soledad y su impotencia. Tanto es así que crean a Juan Manuel y lo matan para tener su propio responso, porque al final el responso deja de ser por la invención y se convierte por el responso de los cuatro que quizás son los que están muertos. Así su tragedia o comedia, su invento, muere y los deja más solos que al inicio.
La novela está estructurada por dos momentos diferentes íntimamente ligados. El primero es la vela en la casa de los hombres ricos. Es una especie de presente cronológico y luego el pasado o el presente de Juan Manuel, antes de morir, con breves alusiones al orfanato donde estuvo cuando era pequeño pequeño. Se plantea como una simultaneidad de acontecimientos pero lo importante de estos dos escenarios: el primero en un cuarto y una antesala de la casa donde se vela a Juan Manuel y el segundo en la ciudad, la soda y las calles. Esta segunda dimensión narrativa es más restringida. En ambas lo importante no es lo que pasa, lo que sucede, si no el diálogo, lo que se dice, lo que se piensa y analiza. En otras palabras, la visión del mundo, el hombre, la ciudad, las cosas, la poesía, las palabras, de la vida y de la muerte, de los ricos y de los pobres, del pueblo, de la dignidad del pobre, de los mendigos, del frío y la lluvia, así como del ser y el no ser.
La novela no sólo termina con la muerte de la idea de Juan Manuel y el responso final por él que se revierte en los cuatro amigos, sino con la conversión de Juan Manuel que de poeta, de centro de inspiración, de punto de encuentro, de idealista puro, se va transformando en el más fiel reflejo de realista, antes de ser asesinado por los hombres, decide matar a Carlitos, ve la realidad de la mesera, torpe, fea, sucia, con un hijo a cuestas, es engañado por un compañero del orfanato y ve con ojos realistas su circunstancia. Tenía que morir, pues ya no era nadie sino uno más de la muchedumbre, una cosa más de la serie, valía más una silla que por lo menos podría pasar a los museos de objetos raros y adquirir valor histórico. Es una especie de Quijote que se sanchifica, pierde su idealismo y baja al mundo real de la soledad, del desaliento, de la incomunicación.
Podemos afirmar que ésta, como casi todas sus novelas, en su técnica estructural, así como en la temática y la multitud de voces y puntos de vista, se asemeja a la explosión de una bomba en un juego pirotécnico. En un instante el cielo se ve inundado de lucecitas de todos los colores, llenas de vida, de poesía, de luz, de alegría, pero esto no dura más que un instante, pronto desaparece, llegan las sombras, las tinieblas y la muerte.
La quinta novela recibió el nombre Diario de una multitud y la publicó en 1973.1
Esta novela de Carmen Naranjo reúne, no sólo las técnicas modernas de la narración, ya señaladas, sino la culminación más lograda de la técnica escénica, tan cara a la autora. Es como la puesta en escena de una monumental obra de teatro en tres actos que ella llama: Hilos, Claves y tejidos. Y como aporte sobresaliente, el diálogo directo es escaso, pero oportuno. Pocas frases de los personajes, permiten el despliegue de un sinnúmero de voces que se intercambian y van formando el tejido narrativo, desde ese presente dialógico, hasta los más recónditos escondites psicológicos de los personajes. Todo se desnuda, los sueños, las intranquilidades, los dolores, las angustias, las pasiones, los ideales, las torpezas, los desengaños y desamores, los temores, y esto matizado, entretejido con diálogos indirectos, entrecortados, tumultuosos, matizados, abruptos, de la vida social de los personajes, del cotidiano durar, del pasar el tiempo, del jugar a no hacer nada importante, de la rutina, de las programaciones cotidianas.
Si la novelística monofónica tradicional del siglo diecinueve y parte de la primera mitad del siglo veinte, se dedicó a fotografiar la realidad, tanto del espacio como de los personajes, a captar lo aparente, lo visible a primera vista, al retrato de los personajes y la descripción de los espacios físicos, lo más fielmente posible, con sus modelos conocidos; o a lo sumo llegar a la radiografía como en las novelas naturalistas, descarnadas que pintaban las lacras de la sociedad, por el contrario, las novelas de Carmen Naranjo y sobre todo, la que comentamos, van más allá de esa penetración social y sicológica y traspasan lo aparente, es como en la ciencia médica el ultrasonido, aún más el "tac" que descubre los más escondidos embriones de la enfermedad. La visión de lo oculto y el conocimiento de los personajes, a través de sus voces y acciones, así como la presentación o vivencia de sus conflictos, permiten observarlos desnudos, como si se pudiera penetrar más allá de lo físico-emocional. Por ello la novela se convierte en una paradoja de lo real, sea éste social o psicológico de lo aparente, superficial, contrapuesto a lo irreal, y por ello más real, de lo profundo psicológico de los personajes, desnudado por sus propias y desgarradas voces. La obra, escénica, multifacética, llama a la piedad; son como un coro del teatro griego, polifónico y poético que se desgarra, grita, canta, sufre, anhela, suplica:
-"he buscado la autenticidad y no hay puerta que lleve a ella."
"Esas terribles mentiras de lo puro, lo bueno, lo limpio, me han envenenado".1
Y comienza entonces la danza del sueño, del ideal; el canto a la vida, a lo auténtico:
"Decir: aquí empieza un mundo distinto, un mundo en que nadie es perseguido, un mundo en que se construye una casa porque se necesita, se cultiva un campo para comer, se dice para comunicarse, se piensa para ayudar, se vive con esa alegría seria de haber abandonado vallas, cercas alambradas. El pan repartido alcanza para todos, el mismo gesto de repartirlo ya calma el hambre: ése es el milagro que esperamos. Alguien que empiece a repartir pan, el de trigo, el de maíz, el de cebada, porque con el pan da la paz y con la paz da todo, desde la luz un solota la música... Aquí se puede celebrar la gran danza del café, el canto espirituoso de la tierra, la ceremonia humana del agradecimiento a la tierra. O la danza del banano. O la danza del algodón, o la del arroz".2
Y continúa, más adelante esta danza-canto, que se convierte en la tesis de la novela:
"llegará un cable contundente. Stop bomba atómica stop lunes stop a las nueve stop obligación stop proteger stop el mundo stop contra stop los locos stop. Nos reiremos a carcajadas. Héroes al fin solos. Héroes libres...bailamos la danza maravillosa de la libertad, de la independencia, de la dignidad humana".3
El final de este canto se cierra con la tercera escena de la novela, llamada Tejidos. Aquí el canto se vuelve tragedia, trasgresión, violencia, acto vivo del saqueo, de la rapiña de unos y otros, de la puesta en escena de lo contrario a la danza del amor, la libertad. Es la lucha por los objetos, por el tener, por el robar, más que por hambre, por el simple deseo de poseer lo que siempre desearon y nunca pudieron obtener. La libertad momentánea y falsa del populacho lo lleva a incendiar la ciudad, arrancar la riqueza de los otros y con ella, también, la hipocresía de los ricos. El pueblo desposeído, lo que más anhela es ser, por un instante, ellos, a la vez que vengarse de tanta privación, romper vidrieras, saquear el comercio y hasta las casas intocables de los ricos. Es la danza de la venganza, del desquite, de la libertad tantas veces reprimida: ser como los ricos y destruir todo, hasta a ellos mismos. Es el desenfreno del poseer objetos que tanto le han ofrecido en las vitrinas del comercio, pero que por falta de dinero, nunca han logrado obtener. Ahora lo destruyen y al final no saben qué hacer con las cosas robadas. Es el escape a tanta privación, a tantos deseos reprimidos. Es el estallido violento a la castración, a la enajenación, la injusticia, el todo mío y nada suyo. Y cállese, aguante, soporte, resista.
La novela deja entrever, al final, que sólo la educación de los pueblos podrá, algún día, lograr los cambios que tanto esperan los pueblos.
"No se sale a caminar para enseñar a otros los caminos. Primero hay que enseñar a andar. Ahora sólo nos queda esperar a que nos llamen".1
En 1985 publica la sexta novela que llama Sobrepunto.2
En ella, la autora deja la ciudad como fin en sí y se interesa en presentar las voces de personajes anónimos en sus relaciones más triviales. Por ello la novela se desentiende de los acontecimientos y el espacio físico, así como el tiempo cronológico y elige su interés en la penetración psicológica de los personajes, sus visiones del mundo, de las cosas, de su misma vaciedad y frustraciones. Los encuentros, los más elementales actos cotidianos como casarse, una cita, una conversación, la lectura de un diario, una noticia, un chisme, una cena, etc., se convierten en temas importantes de la novela. Los personajes se sumergen en sí mismos, se desnudan y abren su intimidad al lector con gran sinceridad pero a la vez ofrecen su miseria, su dolor, sus fracasos, sus tristezas, su cosificación, su conversión en máquinas, en monigotes, a pesar de no desearlo y ven la muerte como la única solución a su existencia. En los personajes se reflejan los esfuerzos por ser alguien distinto; hay fuertes anhelos de identidad, aún en la misma estupidez de sus deseos.
La situación inicial de la novela se convierte así en la misma situación final. El círculo es casi perfecto, tanto en el tiempo subjetivo, como en la carencia de proyectos de vida, capaces de hacerlos felices.
"Entró con su gesto acostumbrado. Aquella violencia de alguna novedad, tal vez buscando un poco de atención".3
El espacio es un simple cuarto. Lo importante es el diálogo entre un hombre y una mujer. Y los recuerdos. Esa mezcla de presente, siempre igual y el pasado, aunque distinto, insuficiente. Es el encuentro casual, pero esperado por ser la rutina de casi todos los días, personajes sin nombre, acostumbrados a lo mismo, al hablar de lo mismo, a contemplar sus mismas cosas, a ser personas-cosas y cosas personas.
Y llega el momento de dar su clave:
"Ahora está todo claro: un punto que tiene conciencia de sí es un sobrepunto. Cada ser, ahí, en su versión o en mi versión, es un sobrepunto. En la misma forma cada cosa es una sobrecosa."
Y toda la novela gira sobre esa tesis. Se podría afirmar que esta novela gira alrededor de una mujer. Es la novela de la mujer frente a la sociedad de consumo, superficial, impersonal. Los personajes que forman el coro de voces desgarradas se convierten en sobrepuntos que de una u otra forma giran alrededor de "ella". Su misma conciencia de sí, de sus limitaciones, sus impotencias, sus desnudos, su pequeñez y sobre todo el saber que por más que lo deseen, a lo sumo pueden durar una vida pero nunca "vivir". Por eso la muerte les brinda la oportunidad de una salida.
Los personajes son como sísifos destinados a buscar, buscar, a veces sin saber qué. Por ellos pasa el amor, la amistad, la tristeza, el dolor, a veces el odio, la ternura y siempre lo mismo. Una sed insaciable por vivir, a pesar de no poder hacerlo. No importa casarse, si poco después llega el aburrimiento. Por eso la riqueza, el poder del dinero de su padre, en una joven, el abolengo de su abuela, el encuentro de un marido rico y de profesión liberal, nada, nada es capaz de evitar un desenlace fatal. La búsqueda puede llevar a los personajes al vicio, a las drogas, a la prostitución, al engaño, al sexo desaforado, sin poder encontrar sosiego, paz, felicidad, amor, solidaridad, ternura, amistad y quizás lo más importante: poesía.
Las modas, los viajes a otros países, las guerras y sus revoluciones, las reuniones de amigas, los matrimonios, las creencias en Dios, los clubes, las páginas sociales, las noticias o chismes, las compras de moda, etc., son una serie de costumbres o programaciones sociales que hacen del ser humano un objeto, un robot que disfruta de su misma ignorancia, su no ser. Mientras tanto los personajes que tienen conciencia deben solo esperar, pero esperar...qué: la nada, lo mismo, por más sofisticado que esto se presente. Y no hay que pensar que la universidad escapa a esta rutina superficial. Desfilan los estudiantes, hijos de papi, vacíos, ostentando su propia ignorancia y buscando amores superficiales, así como los profesores loros, repetidores, de cultura de barniz turística. Y todo ello lleva a "ella" a crear la filosofía "sport". Nada más gráfico de la superficialidad intelectual, tanto de estudiantes como de profesores. Es algo así como la filosofía del "caparachón" del famoso personaje, llamado, Cotico, que tanto se divulgó en la universidad de Costa Rica, allá por los años sesentas.
Al final de la novela el personaje se enfrenta a la ciudad y se pierde en ella. No bastan las máscaras de Dios para encontrarse, porque,
"el mundo es un instante de sueños inconclusos."1
La sétima novela recibió el nombre de El caso 117.720 y fue publicada en 1987.2
A pesar de continuar con algunos tópicos ya empleados en novelas anteriores, tales como la muerte, la agonía, la decadencia social, la superficialidad del costarricense, la frivolidad de algunas mujeres de la clase alta, no obstante la novela ofrece una visión profunda del paso de la vida hacia la muerte.
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