Conceptos generales acerca de la literatura ....cont.
4. Sobre los contextos
La cuarta aclaración que deseamos hacer, corresponde a los llamados contextos.
El lector social, sea especialista o no, se enfrenta al texto, la lectura de él con sus propias limitaciones y posibilidades. Las tres instancias: autor, texto y lector, tienen su propia naturaleza y difieren entre sí.
El autor posee en su mente un proyecto de novela, una imagen, una idea y ella le incita, le motiva, le provoca a escribir una obra, entonces decide plasmarla, escribirla. ¿De qué herramientas echa mano? Observemos, su conocimiento vital de lo que desea crear. Esto incluye, experiencias, estudios, investigaciones, etc. A ellos llamamos contextos biográficos y contextos históricos- sociales, experimentados o aprendidos por el estudio. Esta es la materia prima, pero falta algo importantísimo, el instrumento mediante el cual comunicará, creará la obra, el lenguaje; entonces necesita de los contextos lingüísticos y poéticos. El conocimiento de las técnicas literarias, de una poética propia es imprescindible La experiencia vital de los, que el autor selecciona y transforma, recrea, para escribir una obra, es tan importante como la selección de los contextos lingüísticos y poéticos. Ellos aunados, forman la perspectiva de producción, posibilitan la obra, son la semilla que dará el fruto artístico, son la fuente pero no es la obra. Ésta es la creación del autor y es única.
Ahora bien, los contextos del autor se deben homologar con los contextos de la obra. La respuesta es no. Los contextos vitales del autor y los adquiridos a través de la experiencia o del conocimiento sólo sirven para que el autor crea los contextos nuevos de la obra, son diferentes, por más que se parezcan o algunos traten de homologar. El mismo autor muchas veces, por ingenuidad y otras, para despistar al lector, trata de dar referencias reales a sus obras en los lugares y a veces en los nombres de los personajes y otros elementos. ¿Cómo el autor escoge, combina, utiliza los contextos biográficos, históricos y sociales o culturales, es su propia decisión, su propia creación y su responsabilidad artística?
Cuando la obra literaria se parece mucho a los contextos externos es cuando los lectores la llaman realista y el autor no esconde la intención de ajustarse a la realidad histórica y social que posibilitan la misma. Tendremos ocasión de referirnos con más detalle a estos tópicos, más adelante.
Otro aspecto que debe aclararse es que el lector también tiene contextos de igual manera que el autor, sólo que los de uno y otro suelen ser muy diferentes, a veces, por haber vivido tiempos diferentes o contextos diametralmente opuestos, o por poseer conocimientos distintos e ideologías encontradas. Esto es lo que hace de la obra una pieza que cada lector desea interpretar, según sus conocimientos y a veces, sin ellos. Es lo que algunos teóricos llaman el gusto, que por más que obedezca a la moda, la ideología vigente, los prejuicios, etc. no deja de tener una gran arbitrariedad, cuando se anteponen las inquietudes de los lectores, sus propias expectativas a las mostradas por la obra. Ella es o no literaria pero no puede ser buena o mala porque a mí me gusta o no, y la historia de la literatura está llena de ejemplos de obras que pasaron desapercibidas, que no gustaron a los lectores del momento en que se publicaron y que muchos años después pasaron a ser ejemplos de la literatura universal. Sólo citemos El ingenioso hidalgo don Quijote de
La literatura, como el arte en general, exige del lector, conocimientos. El autor pertenece a un grupo privilegiado, por lo general culto, preparado. Hoy difícilmente se puede concebir a un escritor sin preparación, autodidacta o formal. Lo mínimo que debe conocer es el lenguaje y si desea sobresalir realmente y pasar a engrosar la lista de los grandes escritores de Latinoamérica, debe prepararse. No basta tener una historia importante para narrarla, se debe tener conocimientos para hacerlo bien. Si esto no se posee, el producto que se obtiene es un documento, un panfleto, un folletín, pero nunca una obra literaria.
El contexto más importante para un autor es su propia vida, esa compleja entidad, mezcla de psicología y realidad externa. Por ello, en este trabajo, brindamos algunos datos biográficos de los novelistas costarricenses más destacados. Si se saben usar para interpretar la obra literaria suelen ser muy valiosos, pero nunca deben homologarse mecánicamente.
En cierta ocasión, hace bastante tiempo una profesora de literatura me interpeló para que le dijera quién era la mujer de Las églogas de Gracilazo de
¿Cuántos de estos falsos críticos chismosos buscan encontrar ese lugar de
5. Sobre la recepción de la obra
Las novelas, como cualquier producto creado por el hombre, son parte de la cultura de un país en particular, y de la humanidad en general. Ahora bien, el arte, sea cual sea su manifestación, pertenece a esa cultura, y las novelas, como forma de expresión artística, son parte consustancial de ella.
El arte en general, y la literatura en particular, por más que se desee que sean receptados, apreciados, valorados e interpretados por todos, no suceden así. Es un grupo en especial y no muy numeroso, por cierto, el que vive y disfruta de él. Una obra de arte es un objeto que puede, teóricamente, ser motivo del disfrute de cualquier individuo, no importa su condición social, cultural, intelectual, económica, etc. Pero lo cierto es que existen una serie de barreras de diversa naturaleza que obstaculizan este ideal y hacen de él una creación para el disfrute de unos pocos. La primera gran barrera la ofrece el saber o no, leer, y en el caso de la literatura que utiliza el lenguaje, como su medio de expresión, esto se hace imprescindible. Lo mismo ocurre con el sonido, en la música, el color, en la pintura, las formas, en la escultura y las líneas, en el dibujo, para citar solo algunas.
El escritor de novelas, que es el objeto de nuestro estudio, utiliza el lenguaje polisémico como medio para crearlas. Antes hicimos referencia a este aspecto. Ahora deseamos referirnos a otros rasgos que forman parte de este complejo artístico.
Si el lector conoce, como es de esperar, que toda comunicación y la novela lo es, tiene tres aspectos básicos: un comunicador, algo comunicado y un receptor, a quien se dirige el comunicador, con lo comunicado, entonces la comprensión del fenómeno comienza por estudiar estos tres elementos. Esto es elemental y necesario, tanto para que un escritor (comunicador) crea una novela (lo comunicado) para que sea leída y disfrutada por un lector (receptor). Si esto es así, y lo es, entonces el creador de novelas debe interesarse por seleccionar, perfilar, crear un comunicador o narrador, en este caso, objetivo, distanciado de lo que narra, una voz o varias que sean convincentes, que conozcan a la perfección lo que cuentan y sepan hacerlo para lograr que el receptor social disfrute, acepte lo narrado o lo rechace, en fin que lo comprenda. Si el autor pretende narrar desde su propia perspectiva, utilizando un yo biográfico muy semejante a él, entorpece la obra porque se convierte en un manipulador, un inquisidor del relato, un tirano. Cuanto más alejado se coloque el autor de lo que narra y de los narradores, las voces de los personajes que escoge para contar la historia o historias, aventuras, acciones, mejor y más convincente se torna lo comunicado. No importan las técnicas usadas o si no las usa para que el narrador sea adecuado y logre su cometido: interesar, entretener, apasionar, inquietar al lector. Ahí comienza la creación artística con la forma de narrar y dar autonomía al, o los narradores. El buen narrador es aquél que pasa desapercibido y deja que los personajes sean los que cuenten, narren sus propias vivencias, sus anhelos, sufrimientos, deseos, en fin, su privacidad. Esto es, deja que los personajes sean libres, cobren vida y con ella, voz propia, autónoma para configurar su propia visión de mundo, expresarse, manifestarse, tal y como ellos lo desean y de acuerdo a sus propias virtudes y defectos, valoraciones y prejuicios, sin importar que el autor no comulgue con ellas y piense diferente. El buen escritor da autonomía absoluta a los personajes y a sus perspectivas y deja que sus voces sean las directrices de lo narrado, sin importar que un narrador omnisciente pueda o no intervenir, de vez en cuando para guiar, presentar, describir, insertar aspectos inherentes al relato, lo haga desde arriba, cerca, por detrás o con el personaje. El narrador omnisciente en El ingenioso hidalgo don Quijote de
El segundo elemento que conforma el proceso de comunicación de la obra de arte, llamada novela, es lo comunicado. También este aspecto está lleno de prejuicios y juicios de valor. Lo comunicado debe ser importante en sí mismo, en la obra, pero no porque sea universal u obedezca a lo que algunos creen que es trascendente, importante, digno de una obra de arte. La historia más sobresaliente de la humanidad y de carácter universal, mal contada, mal estructurada, mal narrada, se convierte en la novela, en algo intrascendente. No es cierto y sí una actitud dogmática, pensar que sobre una india de Pacaca no se pueda crear una obra de arte, (el lector podrá verificar esto cuando lea la novela de Tatiana Lobo Wiehoff (1939), Asalto al paraíso: 1992 y aprecie a la india
El novelista, sin embargo, con el paso del tiempo, ha llegado a conocer y aplicar variadas técnicas que si son bien utilizadas, dan relieve y categoría literaria a las novelas. Por ello los escritores, hoy estudian, se preparan en el manejo del lenguaje polisémico y son capaces de crear mejores y más acabados productos literarios. Pensar que el artista nace por generación espontánea, que ese don se trae en la sangre o la genética, y que no necesita prepararse, estudiar, sino sentarse a crear la obra y soplarle el hálito divino, así como nos lo contaba la maestra de religión, cuando éramos adolescentes, que hacía el Niño Dios con pelotitas de barro que moldeaba y luego soplaba y, como por magia se iban transformando en las más bellas figuras, mientras que el demonio le imitaba, solo que, al soplar, salían serpientes y alimañas horribles, al decir de mi maestra. Esta candorosa historia enseña también los prejuicios religiosos de quien la cuenta. Ignoro si comparten conmigo que las serpientes son bellísimas y nada feas, lo mismo que las iguanas y los sapos y otros animales de su especie. El prejuicio religioso de la maestra, que no solo es de ella, hizo que los receptores despreciáramos a ese animal que lejos de hacerle daño al hombre, le produce mucho bien, sobre todo porque limpia de roedores dañinos a los cultivos de los agricultores. Lo anterior no quiere decir, de ninguna manera, que estemos afirmando que el artista no llegue al arte sin vocación, sin inclinación hacia él, como una necesidad irresistible que lo impulsa a crear, ya sea que obedezcan a los contextos donde se creo, las inclinaciones de los que vivieron cerca de él, los gustos y preferencias de personas con influencia sobre su formación o por simple inclinación personal, lo cierto es que si se posee esas características y se emprende el cultivo de ellas, su crecimiento, su refinamiento, sus conocimientos específicos de todo lo que encierra esa inclinación, entonces el incipiente artista se va consolidando hasta alcanzar una madurez importante como creador. Esto sucede también para cualquier profesión. De ninguna manera negamos la vocación artística, la predisposición, la inclinación, lo que afirmamos es que, si el creador posee esos dones y los cultiva en centros especializados, los educa, se le amplía el horizonte artístico y tendremos un creador mejor calificado que ofrecerá productos artísticos cada vez de mejor calidad. El saber, el conocimiento, no hace daño a nadie; todo lo contrario lo engrandece y lo conduce a mirar hacia horizontes más lejanos.
Lo último y por ello no menos importante, es el papel que juega el receptor, quien recibe el producto artístico. Lo primero que debe señalarse es que ya el autor, en el momento mismo en que comienza la obra tiene en su mente un destinatario imaginario, deseado, potencial. Pero esto no implica que en nada, se parezca al lector social, que es quien lee la obra. A éste nos referiremos a continuación.
El receptor social o lector de novelas, en nuestro caso, pertenece a una determinada cultura, con todo lo que ello implica: una ideología, una visión de mundo bajo una compleja gama de programaciones. A ella pertenece el gusto literario del momento y ningún lector, por más avisado, escapa a él totalmente, aunque se lo proponga. Este aspecto es más complejo de lo que se pueda imaginarse, tanto para el creador como para el lector social.
El lector de novelas perfecto no existe, pero como aspiración se puede configurar, modelar. Debe, por lo menos tener capacidad y conocimientos suficientes para enfrentarse a la novela y poder comprenderla, disfrutarla, interpretarla, ubicarla. Ver lo bueno y lo malo, lo deseable y lo censurable, desde una perspectiva literaria. Reflexionemos sobre algunos aspectos negativos que tiene un lector, sin preparación adecuada, para leer con éxito una novela.
En primer lugar opina sin conocimiento y en forma dogmática. Sus afirmaciones carecen de razones y se refugian en la frase trillada y vacía de "son mis opiniones" y como tales deben ser respetadas. Nosotros le contestamos, pero no necesariamente compartidas. La opinión sin un respaldo racional, bajo el cuidado estricto de los conocimientos teóricos, se convierte, en no pocos casos, en estupideces, generalidades, lenguaje vacío, juicios de valor. Toda afirmación que se haga de una novela, debe ser acompañada de una justificación racional que se sustente en el conocimiento y nunca en los prejuicios personales.
La crítica literaria en Costa Rica la realizan, de preferencia, los mismos escritores, los periodistas, los editores, los amigos del escritor, los sociólogos, los sicólogos, los historiadores, los abogados, y hasta los médicos. Todos se creen autoridades, capaces de juzgar, exaltar, despreciar, votar, condenar determinadas obras y lo hacen con frecuencia como si fueran verdaderas autoridades. Otras veces, los seudocríticos, por el contrario se tornan complacientes y panegíricos, sin ninguna justificación que no sean sus juicios de valor. Aquí comienza la aparición del gusto literario, bajo la tutela de este grupo que crea opinión pública y orienta, o desorienta, a los potenciales lectores. No pretendemos descalificar, ni tenemos poder para hacerlo, a nadie, que después de leer una novela escriba su opinión. Lo malo es que lo haga como si fuera un especialista, un conocedor inmejorable de la creación literaria. Muchas veces el mismo escritor, y en Costa Rica, esto es muy frecuente, opina sobre su creación sin tener conocimientos aptos para ello y afirman, sin sonrojarse, por ejemplo, que lo que han escrito es "una novela" porque él lo afirma así, sin justificarlo. Todos debemos aceptar su veredicto, sin otra alternativa, aunque fácilmente observemos que lo escrito es otra cosa y muy alejada del género novelístico. Eso ha hecho y hace, que el progreso de nuestra literatura se mantenga en niveles no deseados y se inserte en horizontes de escaso alcance, como decía la novelista Yolanda Oreamuno, aldeanos, localistas que no saltan las fronteras estrechas de su propia miopía.
La verdadera obra literaria no necesita de la crítica favorable, del elogio inmerecido, amigable, de los premios, de los prólogos complacientes o del artículo panegírico del escritor cómplice (yo te elogio hoy para que tú lo hagas mañana conmigo). Lo bueno se justifica solo. A lo sumo puede pasar desapercibido en el momento de salir a la luz pública por las mezquindades de unos y de otros, pero con el paso del tiempo sale a relucir con brillo propio. La verdadera y buena obra literaria rompe con las barreras que algunos tratan de atravesarle y se erige, ante todos, como lo que es: una creación universal digna del reconocimiento humano en todo momento. ¿No fue esto lo que le ocurrió a la novela El ingenioso hidalgo don Quijote de
Hacen un mal servicio a la literatura los que sin conocimientos adecuados, alaban obras de escaso o ningún valor literario, disimulan los defectos y sobre valoran las escasas virtudes. Con ello impiden el desarrollo artístico, el esfuerzo por mejorar cada vez más sus creaciones, el trabajo constante para producir obras importantes acordes con el contexto internacional. Esta crítica perjudicial se convierte en un discurso sin valor semántico, repetitivo, emocional, prejuiciado, vacío, manido, aprendido de memoria, por lo tanto reiterativo, igual que un código, una fórmula ritual, al mejor estilo de los horóscopos, válidos para todos pero calificados para ninguno. No hay que hacer mayor esfuerzo para entenderla y descubrir sus escasos conocimientos de quien la hace. Se parecen a los guías turísticos que les ocurre con frecuencia equivocar palabras. Esto le pasó a uno de estos guías en cierta ocasión que frente a una iglesia de estilo románico, confundió la palabra con romántico y repitió sus letanías del romanticismo frente a la iglesia románica que tanto le costó aprender para lograr ese trabajo. Los oyentes que por lo general son personas que tienen dinero para realizar esos viajes, pero carecen de los más elementales conocimientos sobre los estilos arquitectónicos, lo felicitaron y elogiaron sus amplios conocimientos del guía.
El último aspecto que deseamos presentar de la seudo crítica, es la descalificación de los estudiosos que se han especializado en la crítica y teoría literaria, los que han recibido estudios formales, se preparan y conocen sobre el arte literario. La descalifican, muchas veces, por el delito de no haber creado una obra literaria, una novela. No necesita el médico padecer una enfermedad para curarla y menos hoy, cuando los conocimientos, las técnicas y la información es copiosa y está al alcance casi de todos. El habitante preparado de hoy conoce más sobre
La literatura es embuste, bella mentira y paradójicamente la más grande verdad humana, gracias al paciente y creativo trabajo del autor con el lenguaje.
Hello webmaster can I use some of the information from this post if I provide a link back to your site?
Por supuesto que sí. Cite la fuente
Benedicto Víquez Guzmán. Las generaciones de la los novelistas costarricenses, San José, 2005.