Benedicto Víquez Guzmán. Cuento: La mariposa

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La Mariposa

 Ya Ricardito  desea que sólo escriba sus historias y hasta me presentó al señor que nos hace el favor de pasarlas en limpio. El otro día me llevó a su local. Es una compra y venta, óigase bien, de libros; queda detrás del mercado, y el señor se llama Plutarco. No es de origen costarricense, parece, según oí decir a Ricardito,  que es francés y vive aquí desde hace muchos años. Según me dijo, tiene una pensión de guerra y esa compra y venta que pareciera no le produce ningún beneficio económico. Siempre que él me llevaba a ese lugar me dejaba afuera con Pinto, pero en esta ocasión, me permitió pasar adelante y observar la gran cantidad de libros que tenía don Plutarco, en unos desvencijados estantes. Según fui oyendo la conversación, entre mis ya amigos, la venta de libros era malísima; nadie quería leer ninguno de ellos; era más importante ver las telenovelas en la televisión. Como decía Plutarco, con tantos juegos de video y toda clase de películas, alquiladas, en cable, o por la televisión, ¿a quién le quedaba tiempo para leer? Y si a esto le agregamos la vida nocturna en las discotecas, la situación era cada vez más terrible. Plutarco se quitaba su enorme puro de la boca y decía:

-Con decirle que ya ni los maestros,  y menos los profesores, leen.

Terrible verdad, pensaba yo, que día a día, enviaba mis cuentos al periódico para que me los publicaran. A pesar de que no recibía ninguna respuesta, seguía empeñado, en que tal vez alguna persona leería alguno de ellos y lo publicarían. Sólo había que tener paciencia y esperar. Después de dejar la compra y venta de don Plutarco, regresamos, Pinto y yo, a las cercanías del parque, y de camino, me sorprendió encontrar una mariposa de ésas que ya no existen, con grandes alas, donde se combinaban todos los colores y las formas más increíbles de figuras bellísimas. Se mezclaban el azul marino con el anaranjado y el rojo y el verde oscuro, con el negro. Nunca había visto belleza igual. Fue, cuando recordé la historia de Ricardito y comencé a mezclarla con las mías. Cuando era apenas un adolescente de doce años, en el llamado veranillo de San Juan, me decía, pasaban cientos, miles de mariposas, por la plaza de mi pueblo, volaban desaforadas, sin parar y llenaban todos los espacios. No paraban un instante. Iban de viaje a otras latitudes y  llenaban nuestro barrio con sus colores y alegría. El viento desprendía las hojas de los maderos negros y se confundían con los vistosos colores de las mariposas. Por eso, nunca me sorprendí, cuando, muchos añas después leí una novela que hablaba de mariposas amarillas. A ello los lectores europeos llamaban realismo mágico pero, en mi pueblo, era realismo real. Nunca pude saber, hacia dónde se iban y si regresarían, lo cierto es que después de algunos años, no volví a experimentar tanta alegría, pues todos los niños que disfrutábamos de las vacaciones, con ramas luchábamos por coger alguna de ellas, sólo por el placer de hacerlo, pero por lo general escapaban a nuestras destrezas por atraparlas. Viendo aquella mariposa en el zacate, apenas moviéndose le pregunté a Pinto, qué era lo que le pasaba, y como era su costumbre, con diversos movimientos de rabo y manos, así como de cabeza, me explicó:

-Está moribunda.

-¿Y por qué?

-Ella me lo explicará, -me contestó-.

Y acto seguido, observé que la mariposa hacía unos movimientos extraños y Pinto le prestaba atención. Un poco ansioso le supliqué a mi perro que me tradujera lo que decía y él sin preocuparse esperó, hasta que terminara de comunicarle su situación. Luego me dijo:

-La mariposa dice, que recién salió del capullo y que se encontró sola y sin saber qué hacer. Dio unas vueltas por la ciudad y se sintió cansada, pues no encontró dónde descansar y menos comer. Miró hacia el campo y lo vio tan distante y sin árboles, ni flores que prefirió asilarse en el jardín de esa casa que está al frente y que ofrece un bello jardín aunque con escasas flores. Más intrigado aún le interpelé, pero:

-¿Por qué está tan débil y casi a punto de morir?

 Pinto me respondió:

-Dice que como estaba tan sin fuerzas, llegó al jardín de esa casa y sació su hambre en unas bellísimas rosas que sobresalían por sus colores y esplendor, sin percatarse de que la señora de la casa había atomizado las plantas, poco antes, para matar los bichos que destruían su jardín. Aquella realidad me desanimó, pues no encontraba la forma de  ayudar a la última mariposa de la ciudad, pero fue más terrible la sentencia que en el momento de morir me comunicó, a través de Pinto, mi perro.

-Ahora somos nosotras, las mariposas, las que nos extinguimos, pero muy pronto, si es que no  ya, comenzarán a desaparecer ustedes, los hombres.

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This page contains a single entry by Benedicto Víquez Guzmán published on 8 de Octubre 2009 11:20 PM.

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