DISCURSO PRONUNCIADO ANTE LOS RESTOS DE GARCÍA FLAMENCO
Yo siento grandemente la ausencia de los niños de las escuelas y de los jóvenes de los colegios, porque en verdad mis palabras, desde el fondo del corazón, estaban dedicadas a ellos.
Yo no hablo en nombre de la Revolución, porque no soy digno de ella; hablo en nombre de los niños y de los maestros. Tampoco soy digno de representar a los maestros, pero un deber de la misión que desempeño, me lo impone.
Y era que me seducía la idea de hacer sentir a los niños que por primera vez están en presencia de algo sagrado: las cenizas del Héroe.
Y más, en presencia de algo que es inmortal: el Héroe.
El Héroe se surge cuando el espíritu del hombre toma posesión de sus más altas capacidades y sintetiza la vida de un pueblo o expresa un designio de la civilización o refleja el pensamiento de Dios.
Hay que hacer el elogio del Héroe en el sentido completo de la palabra.
Hay el Héroe de la libertad; el Héroe del trabajo.
Hay el Héroe de la verdad; el Héroe que sufrió persecución por querer robarle luz al sol; el
Héroe de la virtud, como en el caso de Francisco de Asís; hay el Héroe del amor, el que dicta el evangelio de la fraternidad.
Unos están cerca de Bolívar; otros cerca de Jesús.
Éste es García Flamenco, el Héroe de la Justicia.
Sintamos todos, la grandeza de este momento; sintámosla profundamente.
Permitidme invocara los manes de garcía Flamenco.
Que desciendan a los niños y a los jóvenes y les inspiren el sentido heroico de la justicia.
Que desciendan a los niños y a los jóvenes y les inspiren el sentido heroico de la justicia.
Que desciendan a comunicarle a la escuela la grandeza de un templo.
A inspirarle al maestro el apostolado de su misión.
Pensada vosotros cómo tiembla en presencia del crimen; cuando están frente a frente el odio, la venganza que es la sombra y la conciencia, el deber del maestro, que es el ojo de Dios sobre el crimen de Caín.
Ese es el momento terrible.
Hay también el momento angustioso, de una tristeza infinita, cuando el Maestro se le quiere complicar en el crimen, obligándolo a redactar un relato del asesinato.
En ese momento le hicieron falta, para sentirse consolado, las lágrimas de la Magdalena o las voces de la madre que abrazándole le dijera: Hijo, eres puro.
Después viene el momento inmortal: cuando surge la decisión de relatar el crimen:; la luz del cielo entra en su alma y produce la eclosión del heroísmo.
Su revolución se impone a los obstáculos y a las montañas y parte a través de las selvas hacia Panamá, llevando en el corazón el honor de los costarricenses, de la República.
Lo que atravesó la selva, clamando Justicia, era el alma de un Pueblo, en un vuelo audaz.
Las fuerzas de la Naturaleza y el espíritu de la Historia participan en los gestos de los héroe y ¡si la dignidad costarricense le dio la idea, el viento, el mar y la montaña le dieron la fuerza para realizarla!
Pero había algo, un poder supremo, detrás de todas esas fuerzas: el alma del niño, la de los discípulos que lloraban, dentro del alma del Maestro, por el horror del crimen.
La voz de los niños ascendió por su interior, hasta llegar a convertirse en los labios del Maestro en palabra acusadora e implacable.
Él sentía que si callaba el crimen no podía volver a enseñar la verdad; se hacía cómplice del crimen, y el que se complica en el crimen no puede servirle a la luz.
La palabra de fuego convirtió al Héroe en un símbolo.
Hubo el llamamiento de gloria como cuando Santamaría levantó la antorcha sublime.
¿No sentís, en presencia de estos restos, que hay agigantándose en lo profundo del ser un llamamiento superior para vivir toda la grandeza del acto?
¿No sentís que tiene esplendores de aurora y a veces, como gemidos?
Es que hay lágrimas de dolor de los niños que lloran la ausencia del Maestro.
Ellos piensan que se trajo al interior y lo que ha ocurrido es que voló a la inmortalidad.
Frente al mar bravío, ellos tenían un culto: había una cruz y, como alas de ángel, la cubrían con flores y con oraciones los niños.
Ellos lloran la pérdida del Héroe. Aquí lo recibimos para colocar su espíritu entre las sagradas devociones de la Patria.
Es el Héroe que viene a nosotros como un Mesías.
Es el santuario donde los jóvenes pueden velar las armas para las luchas del porvenir.
Para los maestros es el Maestro, y para los costarricenses, una de las glorias inmortales.
En presencia de estos restos no se debe decir: descansen en paz, que es la fórmula del Evangelio, sino que sobre ellos reposen las glorias futuras de la República.
Abril, 1924
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