Benedicto Víquez Guzmán: Algunos escritos sobre Omar Dengo Maison después de su muerte. Cinco

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Chispa en busca de la Llama?

Las blandas manos del sueño

Sueltan las alas del alma

Para el vuelo del encanto

Tras la luz de la esperanza.

Cuando el labio de la Muerte

Al oído nos reclama

Ya conoce sus senderos

La feliz ciudad del alma.

La divina, bella Muerte

Es la hija de la Noche

Cuyos ojos desentrañan

Los secretos de los dioses.

La divina, bella Muerte

Es la Amante de los hombres

Que han buscado los senderos

Escondidos de los dioses.

Es la madre de los niños

Que se van, como las flores,

Que no abrieron sus corolas,

De la aurora a los albores.

La divina, bella Muerte

Es la Hermana de los jóvenes

Que partieron de la vida

Al llamado de los dioses.

Y en el santo umbral del mundo

De la Muerte hay sacras voces

Que el amor hace de música,

Limpia lengua de los dioses.

La divina, bella Muerte

Es un sueño que conoce

Que no sueña cuando mira,

Cuando siente, ni cuando oye.

 

6

 

Cuando hablaba su palabra

Fue la antena sensitiva

Levantada hacia ese mundo

Que es la fuente de la Vida.

Hoja trémula de sauce

Fue su carne sacudida

Por aquel imán de lo alto

Que su espíritu sentía.

Y a través de su palabra

La emoción se estremecía

Como el ala de la alondra

Al trinar la luz del día.

Su elocuencia fue torrente

Borbollón de pensamiento

En fontana peregrina.

Cuando hablaba, las ideas,

En enjambre de armonía,

Se albergaba en la mente

A labrar su miel divina.

 

7

 

Fue titán su pensamiento

En la mar atormentada

De su ser, en cuyo fondo

Murmuraba alguna Atlántida.

Cuyas voces ascendían

En las horas de borrasca

Cuando ante el furor del viento

Se encrespaba su palabra.

Fue espumante su caudal

Al romperse en cataratas

Desgajadas de los montes

Donde se encontraba su alma.

Mas fue manso por el valle

Reflejando las mil gracias

De los cielos y los mundos

Que en su seno se miraban.

Y una noche, cuando el dios

Desterrado que fue su alma

Escuchó el clarín celeste

Que al Eliseo le llamaba,

Puso aromas en sus labios

Para ungirse la palabra,

Bello puente entre dos mundos

Para el paso azul de su alma.

Paz no habrá para su ser,

Porque el alma no descansa:

De la arcilla es el reposo

Y el subir es para el alma.

Y cuando a la tierra vulva

Con su grano de luz santa

Hallará abiertos los surcos

Para el Trigo de mañana.

 

 

Omar Dengo

 

Por Elena Torres.

 

Don Joaquín García Monge

San José, Costa Rica

 

Muy fino y querido amigo:

 

La muerte de Omar Dengo es lamentable, su juventud nos hacía esperar que la vida le concedería madurar a sus discípulos. No fue así, su destino está cumplido sobre la tierra.

 

Esta hora suya hace doblemente sentida ka pérdida. Costa Rica es la primera que sin palabrería de odio, que acusa envidia, se pone a nacionalizar su energía eléctrica; esto quiere decir trabaja el futuro con visión limpia. No para explotar a otros pueblos, no para empobrecer a otros hombres sino simplemente para hacer libres a los que vivan en su suelo. Es decir que Costa Rica tiene dos postulados. Gobernar bien ¿Cómo? 1º. Haciendo ricos a todos y luego educándolos. Un educador que se muere es una enorme pérdida en un país como ése, que les deja enseñar.

 

En fin, siento con usted esa pérdida: la pequeña nota suya me ha hecho pensar en que ha sufrido como amigo la pérdida.

 

Soy de usted amiga que lo admira y siente su pena.

 

 

Condolencia

 

Por Mario Santa Cruz

 

Señor don Joaquín García Monge

San José de Costa Rica

 

Muy recordado amigo:

 

La noticia de la muerte de Omar Dengo, acaecida el mes último, me ha consternado.

 

Le conocí en Heredia, en 1917. Vivíamos ambos en el Hotel de Doña Rosario de Orozco, en habitaciones vecinas. A pesar de su juventud, era ya todo un maestro. Admiré en él su aguda visión intelectual y la facilidad y donosura con que exponía los más intrincados problemas filosóficos.

 

Pero más que su sabiduría -nunca ostentada- me seducían su espíritu evangélico, su moral austera, su amor a sus discípulos. Hasta en sus últimos momentos supo ser un Maestro. Su muerte es digno corolario de su vida.

 

Poseía como ningún otro, el don del consejo: a él le soy deudor de sugestiones espirituales que han ennoblecido mi vida. Soy, en cierto modo, discípulo suyo,, porque señaló a mi inteligencia y a mi corazón rumbos nuevos. De ahí que su muerte la llore como la de uno de los seres más queridos.

 

En la crisis magisterial porque atraviesa Costa Rica la desaparición de Omar Dengo tiene una significación particular. Constituye una pérdida irreparable. Era de esos hombres que ennoblecen y prestigian a cualquier institución.

 

Le abraza su hermano en el dolor.

 

 

De la vida del Maestro

 

Por Carlos Luis Sáenz

 

1.      Su amor era fecundo como la luz del sol.

2.      Aleccionaba con su sola presencia.

3.      Compartía el gozo de su vida en convivio cordial con los que le rodeaban.

4.      En todas las cosas su espíritu desentrañaba símbolos profundos.

5.      Afirmó como ideales de cultura delicadísimos matices del espíritu.

6.      Nunca se encastilló en prejuicios.

7.      Para las ideas la mente y su espíritu fueron patria de plena libertad.

8.      Sobre el vasto campo de sus conocimientos, que se perdían en bellos horizontes de

      sugerencias y posibilidades, se levantaba el sereno monte de su filosofía coronado por

      auroras de misterio divino.

9.      Descubría, donde otros no veíamos más que tonos planos, sutiles posibilidades

      espirituales en las vidas.

10.  Su ironía era el poder proteico de su pensamiento que hallaba en todo momento los más originales contrastes. La usó en su lucha de siempre por las cosas elevadas y era a modo de daga florentina blandida de frente por mano diestra.

11.  En la conversación íntima la ironía del maestro era sal y gracia que  hacía de él un causer delicioso.

12.  Sabía oír las conversaciones y procuraba siempre darles tono elevado y sentido filosófico.

13.   Las conclusiones dogmáticas en ciencia, lo hacían protestar en nombre de la ciencia misma.

14.  Defendía como cosa digna del hombre culto el sentimiento romántico de la vida, que para él tenía el sentido de la ternura y de la caballerosidad, de la humildad y de la hidalguía.

15.  Creía que la vida, para tener sentido debía ser la realización íntegra de los principios que libremente se aceptaran.

16.  Exponía siempre su criterio como probable punto de partida para hallar nuevas soluciones al problema planteado.

17.  En su trato de maestro era paternal. El sentido de su paternidad era el de inspirar confianza plena y ponerse todo, en mente y corazón, al servicio de quien lo solicitaba.

18.  Jamás fue para el alumno, por grave que fuera la falta, el juez que condena irremisiblemente, sino el honrado consejero que señalaba formas de auto-redención.

19.  Luchó contra la vulgaridad, tenía por un síntoma de decadencia espiritual, tanto en los individuos como en las colectividades.

20.  Quería que los jóvenes vivieran con intensidad la hora actual, y trataba de moverlos a enterarse de los grandes acontecimientos actuales en todos los campos de la actividad humana

21.  Defendía el derecho de amar libremente, siempre que se amara con la más elevada pureza y con la más acrisolada honradez; era amigo del  amor, pero combatía en toda forma la  sensualidad.

22.  Del honor tenía un sentido quijotesco, y lo vivió ajustándose estrictamente a este sentido.

23.  Para la pureza de la mujer exigía una absoluta reverencia.

24.  Comprendía, condoliéndose con cristiana piedad, la tragedia de la mujer caída.

25.  La obra manual le merecía un respeto casi religioso.

26.  Era enemigo de toda vanidad intelectual y aleccionó en este sentido recatando su obra en el modesto escenario de su Escuela.

27.  El valor de oro de su vida cívica, reside en su honradez: no hay un solo acto de su vida pública o privada, en que no resplandece, acrisolada, esta virtud: ¡por esto los politiqueros veían en él un hombre peligroso!

28.  Descubrió en muchas almas posibilidades de servicio que aquellas mismas ignoraban.

29.  Una de las normas de su vida fue servirle siempre a la verdad que él llamaba con frecuencia ¡luz!

30.  Aceptó la realidad desnuda y luchó siempre con determinación de triunfar.

31.  Conocía perfectamente sus  méritos, sus capacidades, pero nunca los sobrepuso con miras de egoísmo sobre los de nadie.

32.  Jamás usó indignamente de su cuerpo, ni de su pensamiento, ni de su espíritu.

33.  Los ideales no eran para él cosa lejana o metafísica, sino el ejercicio diario, y continuo del perfeccionamiento de su vida encauzada hacia prototipos de sabiduría, de bondad y de belleza.

34.  Respetó la jerarquía cuando ésta tenía por fundamento la excelencia.

35.  Jamás se doblegó en gesto servil o adulador ante la arbitrariedad del superior oficial, del oficialismo convertido en dogma.

36.  Fue un ejemplo vivo de dignidad, de conciencia cívica y predicaba a sus alumnos la viril y sana rebeldía.

37.  Ante su tribuna de maestro desfilaron múltiples luchas de ideas, ante profesores, entre maestros, entre alumnos, constituyéndose él en un juez habilísimo, que encauzaba, aguijoneándola, la inquietud de las almas jóvenes en la búsqueda de la verdad.

38.  Creía en la aristocracia entendida como distinción del espíritu, como incapacidad absoluta para obrar con bajeza, cimentada en el espíritu y en la sangre de la estirpe.

39.  Alguna vez dijo comentando la artera intención de un anónimo: "No hay nacimientos indignos, cuando se es hijo de su propia nobleza".

40.  La aristocracia de su espíritu la entendía como deber de suma excelencia para servir mejor.

41.  Se complacía en valorar los méritos ajenos, dándoles su más cálida acogida y su más vivo elogio.

42.  ¡Serenidad! Esta era de sus más amadas palabras y entrañaba la más viva aspiración de su espíritu; alguna vez empezó una de las pláticas a los alumnos diciendo: "¡Serenidad, bendita serenidad, tan amada y tan esquiva!

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