LA BOCARACÁ
Por Carlos Salazar Herrera
Aconteció en las inmensas soledades de Toro Amarillo.
Allá, una casa rompe la unidad de la selva, y fue Jenaro Salas quien primero arrancó unos árboles para sembrar su áspera vivienda.
Era un galerón de palos cubiertos de corteza, que se asomaba a la orilla de un camino abandonado. En el invierno...una ciénaga: en el verano...un polvazal.
La casucha veíase aun más humilde, bajo la arquitectura de una Ceiba, casi tan alta como una plegaria.
Jenaro era un hombre atribulado, porque pensaba que la tierra lo malquería; la juzgó en su contra y quizás por eso, la región a veces lo atormentaba y a veces, también, se reía de él.
Acabó por sentir miedo de la soledad, de las tinieblas y del silencio, y vivió con un temor incesante...no sabía de qué.
De noche tardaba el sueño en llegar a sus ojos, y era entonces cuando la respiración de su mujer y de su hijito, o el chisporroteo de algún tizón que quedara vivo en la cocina, le servían de consuelo o gozo.
En las noches sin luna, una llamita en la linterna tenía el poder de un faro.
Cierta tarde, regresaba Jenaro Salas de su trabajo de montaña, tirando de una carretilla cargada de súrtulas y palmitos. Al acercarse a su rancho, halló en el portón a su pequeño hijito, que lloraba con claros deseos de contar algo que no sabía decir.
Movido por el temor, Jenaro no se ocupó más del niño. Echó a correr y se metió en la casa...
Pero en la casa no estaba su mujer.
La llamó varias veces. Muy angustiado se asomó por la puerta trasera. Dirigió su vista en todas direcciones, como una brújula agitada; al fin se clavó en el norte, hacia abajo, junto al riachuelo que trascurría a una pedrada de lejos.
Corrió otra vez. Allí estaba su mujer, tendida en el suelo, lívida, inconsciente. Dos de los nudillos de su mano izquierda sangraban. Cerca de ella había una serpiente de unos dos palmos de longitud, con la cabeza aplastada y todavía en convulsiones.
Era una bocaracá.
Jenaro no ignoraba que en aquellos casos , unos minutos malgastados eran de la muerte. No debía perder tiempo en aplicar inútiles remedios caseros, ni en consolar al niño que lloraba, con los ojitos como dos preguntas. Iría a buscar suero contra las mordeduras de serpientes, y para hallarlo necesitaba consumir veinte kilómetros de mal camino.
Arrastró a su mujer hasta la casa y allí la dejó tirada sobre un camastro.
Buscó su caballo. Hizo riendas de un cordel. Arrebató un látigo a un árbol. Montó en pelo la bestia y, azotándola en ambas ancas, la echó a correr desenfrenada sobre la grosería del camino.
Echemos atrás y conozcamos lo que había ocurrido:
Tana, la mujer de Jenaro Salas, hallábase aquella tarde en sus quehaceres, cuando vio llegar a su niñito dando voces de contento. Había encontrado un objeto raro y de bonitos colores.
Era una serpiente bocaracá. La llevaba cogida por el cuello.
La madre tuvo el valor de ahogar un grito y salir moderadamente al encuentro de su hijito, a pedirle que le diera para mirar aquel extraño bejuco; pero el niño tenía ganas de jugar, y echó a correr vereda abajo, llevando la víbora aprisionada en su traviesa mano.
Ella lo siguió, como jugando, mientras oraba con mudos gritos interiores, para que su niño no fuera a tropezar y caer...o para que no acercara su manita libre a la cabeza de la serpiente.
Logró alcanzarlo, cuando se detuvo a la orilla del riachuelo.
La madre llegó donde su niño, cantando una canción que había olvidado.
Llegó por la espalda de la criatura. La canción se estaba transformando en súplica.
Pudo sujetarlo por las muñecas. La súplica empezó a volverse llanto.
El niño reía. El llanto de la mujer se convirtió también en risa.
Tana extendió los pequeños brazos en cruz, como si fuera una penitencia. Luego fue deslizando su mano derecha por el brazo de la criatura, hasta llegar a oprimir la manita, para que no soltara la víbora.
Se puso de rodillas. Luego se sentó en el suelo.
Prensó entre sus piernas el brazo izquierdo del niño. Con su mano libre empezó a desdoblar los inocentes dedos, tratando de sustituirlos, poco a poco, con los de su mano izquierda que temblaba de miedo.
El horror le daba a la mujer una risa espantosa, en tanto el niño reía de buena gana, por aquel divertido juego con su madre.
La víbora, arrollada en los brazos, con su cuerpo verde, negro y oropel, era como una doble ajorca.
- ¡Dame ese bejuco!...
- ¡Dame esa culebra!...
- ¡Dame esa bocaracá!...
- ¡No seas ingrato, hijito mío!...
- ¡Dame ese demonio!...
Por fin, la cabeza de la serpiente había pasado, sin vaciar sus colmillos, a la mano triunfante de la madre.
El niño empezó a llorar.
La mujer cogió una piedra y con ella, aplastó la cabeza de la víbora.
Al golpearla se hizo dos pequeñas heridas en los nudillos de su mano izquierda.
Después...
Después se desbordó el terror forzosamente dominado, y se desmayó ahí mismo, con el espíritu desprendido.
Cuando el espíritu volvió, hallóse Tana tendida en su camastro. Se levantó precipitándose en seguida hacia la puerta de su rancho, y vio a su esposo. Volaba en su caballo.
Lo llamó:
- ¡Jenaro!
Lo llamó a gritos:
-¡Jenaro!,¡ Jenaro!...
A gritos desesperados:
-¡No ha pasado nada!... ¡Jenaro!...
Pero ya el hombre había desaparecido detrás de un atormentado nubarrón de polvo.
Este cuento, La Bocaracá, es el primero del libro de cuentos que publicó Carlos Salazar Herrera, llamado Cuentos de Angustias y paisajes que publicó en 1947.
"Carlos Salazar Herrera nació en San José, Costa Rica en 1906. Aquí realizó sus estudios de enseñanza media y básica. A los catorce años obtiene su primer galardón por su ensayo "El café". Desde su adolescencia presentaba aptitudes para la literatura y el dibujo. En 1928 participó en un concurso donde presentó su tesis por la renovación artística costarricense, y ese mismo año gana un accésit por su relato "La Piedra de Toxil", en un certamen literario organizado por la Editorial Costa Rica. Se inclinó por el dibujo, y fue nombrado en 1942 profesor de esta materia y de perspectiva en la facultad de Bellas Artes de la Universidad de Costa Rica. Posteriormente, en 1958, se le nombra como Vice-decano de esta misma facultad, cargo que lo desempeñó por dos años.
En el año de 1930, comienza a trabajar en el Repertorio Americano, donde publica más de veinte cuentos cortos. Hacia 1934, Salazar Herrera empezó a grabar cedros, caobas, y otras maderas. En 1935 obtuvo por su escultura "Motivo" la Medalla de Plata de la Exposición de Arte Centroamericano.
Publicó algunos cuentos en el Repertorio Americano. Escribió en 1947 "Cuentos de Angustias y Paisajes", ilustrado por grabados de madera realizados por él mismo.
Es nombrado director de la Radio Universidad en el año 49 y el 22 de abril de 1950, inició funciones como primer director de Radio Universidad. Escritor, artista, amante de la música, don Carlos se ocupó de guiar los primeros pasos de la emisora universitaria: organizó la programación, formuló un reglamento, gestionó presupuesto y en 1956 logró concretar el sueño de dotar a la Radio de instalaciones propias en la nueva Ciudad Universitaria, que se empezaba a construir en San Pedro de Montes de Oca. Algunas de sus narraciones han sido traducidas al inglés, francés, alemán y ruso.
En 1961 obtiene un premio por su cuento "El raudal" en Quetzaltenango, Guatemala. En 1964 se le reconoció con el Premio Magón su obra total. Además, en 1975 publicó "Tres Cuentos", donde cambia la forma de sus relatos pasados. Muere de vuelta en la ciudad que lo vio nacer en 1980".1
Perteneció a la generación de 1942, que hemos llamado Neorrealismo y que aparece en este mismo blog.
Es a nuestro juicio el mejor cuentista de esta generación y ocupa un lugar de privilegio en la Literatura Hispanoamericana.
Estos cuentos, los 28 de la colección, y los tres que publicara un tiempo después, pertenecen al género realista.
En ellos se sintetiza como en ninguno otro cuentista costarricense el concepto de cuento. Su estructura es simple: Una situación inicial, en este caso negativa, aparece como una imagen de angustia, luego se desarrolla el proceso de vivencia con un acontecimiento para concluir en una situación final, en él, generalmente negativa. Este modelo se puede comparar con una imagen pictórica que reúne angustia y paisaje en una misma pintura y crea esa magistral obra artística que llamamos cuento.
El autor acude a un lenguaje polisemántico lleno de imágenes que apelan al dolor, la angustia, la desazón, la impotencia para resaltar el valor, el esfuerzo, la entereza, la pasión, el amor y la nobleza.
Angustia y paisaje se funden en una imagen imperecedera de esa realidad costarricense que vive el campesino.
Salvo algunas apelaciones al lector para informar que no nos gusta, sus cuentos son un buen ejemplo de quien maneja los entretelones del arte.
LA BRUJA
Por Carlos Salazar Herrera
Escazú, la ciudad de las brujas, tendida en la falda de los cerros, como si se hubiera venido rodando desde arriba, con su pedregal... y con sus guarias.
Allí, en una casa blanca con una puerta azul, en compañía de cinco gatos y un silencio... vive la bruja Elvira.
Dicen que fue bonita en sus mocedades. Cuentan que casó con un joven lugareño y aseguran que hacían una feliz pareja. Añaden que cierta mañana el muchacho salió para su trabajo... y aun no ha vuelto. Mil conjeturas se extendieron por el pueblo y finalmente el misterio recogió todas las habladurías y huyó con el costa.
La joven esposa, consultando adivinas y hechiceros, como único camino para saber algo, aprendió el oficio, y terminó por ejercer con mucha industria el arte de la brujería.
Una tarde caliente del tercer mes del año, cierta muchacha, con ojos color tinta de café, golpeaba con sus nudillos la puerta azul de la casa blanca.
- ¿Qué te pasa, muchacha?
-Déjame dentrar, doña.
Y la rapaza le contó su historia: Estaba fogosamente enamorada de un muchacho vecino, su novio, pero se le estaba escapando... y no sabía por qué motivo.
- ¿Y qué querés de mí?
- Un agüizote pa'enamorarlo.
La bruja abrió un viejo cofre de cedro amargo, adornado con tachuelas doradas, y se dispuso a buscar el talismán que habría de dar la felicidad a quien lo poseyera. Allí estaba la piedra de venado, el ojo de buey, la guápil de zapote, los muñecos de cera atravesados con alfileres, y en unos cacharritos de barro cocido, el agua serenada en donde se bañan por las noches los cuyeos agoreros.
La bruja permaneció largo rato mirando aquellos objetos; luego cerró el cofre y miró a su cliente. Era una muchacha muy graciosa pero bastante desaliñada.
La vieja colocó en un ángulo del cuarto un enorme cubo de madera y luego trajo de adentro algunos baldes llenos de agua.
-Desnúdate, muchacha.
- ¡Cómo?
- Que te quites la ropa.
¿Pa'qué?
- Tenés que bañarte en el agua milagrosa.
- ¿Aquí?
- Sí.
-Me da vergüenza.
- No seas tonta.
Entre tanto, la bruja Elvira mojaba en el agua una flor de platanillo, diciendo: "Cegua, recegua nariz de manegua..."
La vieja le ayudó a soltar los broches, y la ropa de la muchacha cayó alrededor de sus pies como una circunferencia.
- Aquí tenés jabón mágico.
La bruja le vaciaba el agua desde los hombros, y la muchacha daba saltitos dentro del cubo, rociando el piso de tierra de la sala.
Después que se hubo vestido, la bruja Elvira la sentó en un taburete; le hizo un bien apretado par de trenzas en el pelo, que anudó graciosamente en la mollera; púsole una guaria morada cerca de la oreja izquierda, y dándole una nalgada la despidió de su casa.
-¿Y el agüizote, doña?
- El agüizote sos vos, tonta.
La bruja Elvira la miró largo rato caminando sobre el empedrado de la calle.
-¡Qué bonita es! ...
La muchacha desapareció en la vuelta de una esquina y la vieja aun quedó en la puerta azul de la casa blanca.
- ¿Ya ni pa'bruja sirvo!...
La tarde, caliente todavía, estaba destilando en su gran alambique del poniente las últimas gotas de sol.
- ¡Y cómo perdí a mi esposo!...
En el centro de la calle, por arte de extraña alquimia, se efectuaba la trasmutación de los metales.
- ¡Ay!... ¡Mis pobrecitos recuerdos!...
Luego, "las reinas de la noche" destapaban el plomo de sus esencias al reclamo de las primeras constelaciones.
Junto a la torre de la iglesia, parecía que iba a tener lugar un eclipse de luna... o reloj.
¡Era la hora del aquelarre!
La bruja Elvira entró por la puerta azul de la casa blanca y cogió la escoba.
Cogió la escoba... y se puso a barrer la sala.
Obsérvese una constante en los cuentos de Salazar Herrera: los desenlaces inesperados pero dentro de las leyes naturales. Esto le da al lector un golpe de atención, de sorpresa, lo sacude, pero son impresionantes.
El cuento está representado por otra imagen: la joven bañándose. Tiene doble sentido, la limpieza pero también la purificación que está representada en la casa blanca y la puerta azul. Esta última símbolo de entrada y salida, vida y muerte, juventud y vejez, lo viejo y lo joven.
1 Tomado textualmente de Carlos Salazar
Literatura hispanoamericana siglo XX. Narrativa realista costarricense. Cuentos. Estilo literario. Cuentística en El Rincón del vago.com
Salazar Herrera, un maravilloso autor costarricense, al que he admirado desde que mi madre, siendo yo muy niña, me enseñó a leerlo y admirarlo, a través de una vieja edición de su libro colegial Cuentos de Angustias y Paisajes. Recuerdos de mi niñez y de mi mater et magistra, mi mamá.
Sin duda alguna, Katia, orgullo de nuestra literatura
Gracias por su comentario
Saludos
Benedicto Víquez Guzmán
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