La Noche Mala. Cuento realista de José Marín Cañas

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LA NOCHE MALA

 

Por José Marín Cañas

 

 

 

-         Hace un calor insoportable, ¿sabes?

-         ¡Tú siempre quejándote!

-         Perdona, hijo; no creí ofenderte.

-         ¿Quieres callar?

-         Me has venido a meter entre esta gentuza. Como comprenderás, tengo razón; hace un calor insoportable y me estoy cayendo de sueño. ¿Quieres que nos vayamos?

-         No. No tengo sueño y me aburriría en casa. Espera hasta que termine la misa. No han dado las doce todavía.

 

Berta bajó la cabeza agobiada. ¿Por qué se habría casado con aquel hombre? Ni ella misma llegó a saberlo nunca. Él era alto, adiposo, envejecido a fuerza de vicios, bruto, de mirada insolente y belfo caído.

 

Ella se había escapado de una vitrina londinense. Frágil, quebradiza, mimosa como una gata, el cabello castaño y la mirada honda, húmeda, esperanzada.

 

Cuando Berta quedó viuda, tenía su angelote año y medio. Hablaba picarescamente entornando los ojos enormes, mientras íbase comiendo un buen pedazo de pan. El padre del chico murió de una fiebre dañina. Fue un caso rápido. Una vieja que habitaba el sotabanco del edificio colindero, afirmaba que a don Roberto lo había matado la tisis. Los vecinos no le creyeron nunca. Berta tuvo que taparse los oídos con fiereza para que la duda no la atormentase más. A los tres años, casó, al cumplir ella los veinticuatro, con aquel don Tomás, tan rico y tan bruto que le miraba la nuca mientras se le iban humedeciendo las comisuras de los labios. De su segundo matrimonio nació una niña. Era una pintura de Rubens. Gordezuela, ojos claros,, blanca como la albura de los ángeles en las procesiones ciudadanas. Hacían raro contraste los dos chicos jugando juntos. Roberto, el hijo del primer matrimonio de Berta, era canijo, híspido, tristón. La chica, Bertita, era hermosa, bonita como la estrella del Niño. Jugaban juntos y peleaban mucho. Ella era dominante, caprichosa, llena de resabios. Él era manso, desesperanzado, medio tonto.

 

-         Quitá, idiota; ¿no ves que le estás haciendo daño a la niña?

 

Roberto huía con todos sus siete y medio años contraídos en una mueca de terror. Don Tomás, tras de aquella riña, le soltaba dos patadas. Roberto llegó a tenerle miedo, ¡mucho miedo!

 

-         Dime mamá, ¿por qué papá no quiere nada más que a la nena? A mí me da muchas patadas, ¿sabes? ¡A mí no me quiere!

 

A Berta se le encogía el corazón cada vez que el chico buscaba amparo en la falda de su madre.

 

-         No me llores, hijo mío. Andá, no me llores. Tú estás engañado; tu papá te quiere mucho, mucho, ¡Tanto como a la nena!

 

El recuerdo de todas aquellas escenas conturban a Berta. Siente, además, calor, ¡mucho calor! A hurtadillas, como un pecado, mira a su esposo, alto, fornido, grande. Ella, se siente sola, apretujada entre aquella multitud plañidera, rezadora, cochambrosa, hedionda.

 

Por sobre las cabezas se ve arder, como un ascua, el altar de oro. Oficia un viejo sacerdote desconocido. El canto gregoriano y la oración ronca, treman por sobre los corazones. Chisporrotean los cirios. De fuera llegan canciones absurdas de beodos y meretrices flácidas. Al sonar las doce viene Dios al mundo en el cuerpo rosado de un pobre muñeco que pasea el cura.

 

Berta al paso lo ha mirado. Dentro del corazón sintió un pellizco.

 

*

**

 

Cuando rayó por la ventana el día, fue un latigazo de sol que llegó hasta los pies de la cama de la nena.

 

La chica, -porcelana y cera- incorporóse a medias. Estaba atolondrada de sueño, pero la alegría, tralleadora y brutal, hízola dar un respingo.

 

-         ¡Mamá, mamá!

-         ¿Qué, hija mía?

-         Mamá -volvió apremiante a llamas.

-         ¿Qué te pasa, niña? -gruñó el padre.

-         Papá, papacito. ¡Vengan! ¡Miren! ¡Vengan!

 

Palmoteaba la chiquilla con una prisa dolorosa en la que la alegría no la dejaba hablar.

 

    -    ¿No vienes, mamá? ¡Mira lo que me ha traído el Niño! ¡Cuánto juguete!

        ¿Ves?    Aquí    está la cocina y la muñeca y la bola. Mira, papá, ven para que

         veas   la casa de muñecas. ¡Mira qué linda! No me ha traído el automóvil,

         pero  fijate ¡que muñeca más grande! Oye ¡y también se duerme!

 

Lo hablaba estropajosamente, con su pobre lengua de trapo que la alegría entorpecía más. Estaba radiante. Sus tres años parleros salíanle a la cara por los ojos. Reía toda la chiquilla cogiendo al azar los juguetes, apretándoselos contra el pecho, besando a las muñecas de cara inconmovible.

 

Berta se tiró de la cama. Suelta la melena que doraba la luz mañanera, tensas las formas bajo la seda fina de su escasa ropa, al aire la pierna deliciosa e insinuante, corrió al cuarto vecino de los chicos. La niña abrió los brazos y se lanzó a su cuello.

 

    -   ¡Lo ves mamá, como yo soy muy buena! Mira cómo se ha portado el

        niño Dios   conmigo. ¡Me lo trajo todo; todo lo que yo le había pedido!

 

Gruñó don Tomás al saltar del lecho y vino muy arropado al cuarto.

 

-         ¡Que chiquilla!, ¿re gustan los juguetes?

-         Sí, papaito.

-         ¡Anda, dame un beso!

 

Fue un beso largo, abrazados el padre y la hija. Entonces Roberto abrió los ojos. En su inconciencia, levantaba la cabeza y dejábala nuevamente caer. Pudo, con un azote de don Tomás, despertarse. Se incorporó. Veía a su madre, a la nena, a "su papá". Vio de repente, como un latigazo, los juguetes de la chica y se le iluminó el mundo. Recordó breve, duro, que era Noche Buena. Y con toda su ansia, con todos sus siete años de niño desesperanzado, buscó en su cama el regalo de Dios. Había tres juguetes malos, pobres, raquíticos. Uno de ellos era una bola rota, usada.

 

Fue breve, conciso, agudo en el examen. Los juguetes de la nena, muchos, lindos todos, como para jugar. Los de él, pobres, pocos, ninguno de los que había pedido. Ni el automóvil, ni la bicicleta, ni el barrilete...

 

Berta le miró un momento, quieta, sobrecogida de terror. En los ojos del chico tembló la emoción de su engaño doloroso. Era un nudo que le subía del pecho.

 

        -¡Mamá, mamá!

        -¿Qué, hijo de mi alma? -tremó la madre en un abrazo al pobre. Y luego,

         bajando   la voz, para que no lo oyese "papá", rompió a llorar hondamente,

         con una angustia cerrada.

 

-         Mamá, ¡también el niño Dios quiere m{as a la nena!

-         No hijo mío; no; ¡no digas eso! -dijo la pobre y tembló de frío.

-         ¿Estás temblando mamá?

-         No

-         Sí. ¡Estás temblando!

-         No. Retumbó la voz de don Tomás- Es que la ventana está abierta y entra mucho frío.

 

Don Tomás cerró la ventana de un golpe, duro y autoritario. Robertito abrazado a su madre, la miró llorando, mientras se hacía un silencio.

 

-         Sigues temblando mamá.

 

No dijo nada. Sentía deseos de llorar. Ganas apremiantes de llorar.

 

       -Calla, hijo mío. Cállate ya. Sí. Sigo temblando, pero no me llores;

        no me llores, que si el niño Dios no te quiere mucho, yo te quiero con todo

        el   corazón, ¡hijo mío!

       -¡No me llores! -repetía la pobre.

 

Habían cerrado la ventana, y Berta seguía temblando...

 

COMENTARIO

 

 

Este cuento pertenece al género realista. Es el primer cuento del tomito titulado Los bigardos del ron que José Marín publicara en el año 1928 y que José León Sánchez afirmara en una entrevista que fuera su primera inspiración para sus primeras obras. Su estructura es la siguiente:

 

                                                                                         

El personaje principal es Berta, casada dos veces. El primer marido murió y le dejó un hijo, Roberto. Se cas otra vez con don Tomás y tiene una niña. La situación inicial es negativa: Tomás tiene un código moral machista, grosero, mandón, etc. Lo contrario es Berta, buena, sumisa. Es la fiel, cumplidora del código social religioso. Sufre estoicamente las groserías de su marido. La prueba particular se da en la misa de media noche cuando el marido desea regresar a su casa y la interpela de mala manera. Ella espera la llegada de la media noche: el nacimiento del niño Dios. Éste se convierte en el elemento mágico para ella. La evidencia sucede en la Prueba fundamental cuando los niños descubren los regalos "que el niño Dios les trajo". Los de la niña preciosos y los de Roberto un fiasco. La pregunta clave del relato la hace el niño de siete años: ¿Tampoco el niño Dios me quiere? Y la degradación de madre e hijo llega al máximo. Ella afirma que sí lo quiere, pero la evidencia es tal que ambos lloran su impotencia.

 

Desde una situación inicial negativa se llega a una situación final aún más negativa. Es un proceso de degradación total. Los buenos que cumplen con el código social y religioso, tal y como lo exige la iglesia católica, no reciben la solución a sus males. No hay elemento mágico que les ayude como aliado. Todo sigue igual. Quizás se abrigue una esperanza pero no aquí sino en el virtual más allá.

 

Es un cuento crítico, contestatario y que obliga al lector a la reflexión. Problemas como los hijos de dos matrimonios y el rol de los padres adoptivos, están presentes y la mentira piadosa de que el niño Dios trae los regalos de Navidad, también evidencia no solo alegrías sino injusticias y tristezas.

2 Comments

Encontre tu pagina en google y tengo que decir que me encanta. Continua haciendo el buen trabajo

Con mucho gusto

Benedicto

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This page contains a single entry by Benedicto Víquez Guzmán published on 6 de Junio 2010 8:30 PM.

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