Es que soy un salao por Benedicto Víquez Guzmán

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ES QUE SOY UN SALAO

 

-Mirá Miguelito. Si hay alguien salao, ése soy yo. No existe otro en este mundo

 

Me decía Felo al salir de misa de diez.

 

- Con decirle que a mis treinta años nunca he tenido novia y esto te lo digo en confianza, para que no me jodan tus amigos, soy virgen. Nunca me ha salido ninguna atarantada y esto que la he pulseado por todos los medios.

 

Y seguía con su confesión.

 

_ Mirá es feo rajar pero yo no soy tan feo, soy trabajador, no tomo, no mujereo y tampoco me gusta el juego. Me acuesto temprano. De la casa al trabajo y luego a la casa y los sábados y domingos, por la noche me gusta ir al Centro, me meto a ver jugar billar y no subo a bailar arriba, porque viera la torta que me jalé.

 

Y continuaba con más entusiasmo

 

Es que yo si que soy salao. Un domingo, cuando empezaba, a ir al club, subí arriba, según yo a ver si podía bailar por lo menos un bolero que no cuesta mucho y vieras lo que me pasó. ¡Qué salao que soy! Sale un bolerazo y me voy directo hacia una muchacha de pelo largo negritico, lacio y aterciopelado. Ya le había puesto el ojo desde que entré. Me acerco despacito y le digo, tomándole tiernamente el brazo:

 

-Podemos bailar.

 

Para qué  lo hice. Se puso de pie y me mandó un derechazo que casi me arranca los dientes. No ve que era un güevón de esos que usan pelo largo. Salí de ahí corriendo y nunca he vuelto a subir.

 

Me paso la noche, eso sí hasta las once, viendo jugar pool y televisión en el bajo. Pido una coca cola cero, igual que yo, y me la voy tomando despacito. Luego regreso a mi casa, me encomiendo al ángel de la guarda y me acuesto a dormir.

 

Pero eso es saludable, Felo - atiné a decirle-. Llevas una vida sana.

 

-Sí, me respondió, pero vieras que salao que soy. No te he contado lo peor. No sé por dónde empezar. Es que soy tan salao que el domingo pasado Katia aceptó, después de muchos ruegos, salir conmigo por la mañana a misa de seis. Veníamos contentos, hasta me había atrevido a cogerla de la mano, conversábamos de las cogidas de café que estaban buenísimas y antes de llegar a la entrada de la iglesia, junto a la casa de Paco, comenzó a llover, eran unos goterones enormes, y el desgraciado de Quincho, el que recoge la basura en la Municipalidad, de pronto echó a correr con su carretillo y sin darse cuenta nos levantó por detrás y caímos de bruces delante de toda la gente que se reía a más no poder. Katia se levantó enojada y se devolvió para la casa, coloraditica de vergüenza y me dijo:

 

-Con Ud. No vuelvo a salir. Sos un salao, por eso nadie te quiere.

 

-Mirá Miguelito he visitado a consejeros, adivinos, hasta hechiceras y sigo igual. Unos me han dicho que es un mal que me hicieron de carajillo por culpa de mi tata que tenía una mujer de mala vida pero no se decidía a dejar a mi mama. Entonces le mandó un refresco conmigo y yo me lo tomé. Ve qué salao. Hasta libros de esos que llaman positivos he leído y nada. Y lo peor es que desde ese día, en las noches, cuando duermo, oigo un vuelo en mi cuarto, como de un zopilote que no me deja dormir con tranquilidad.

 

Mientras dejaba escapar sus desgracias, se rescaba el cráneo de su cabeza, como si quisiera borrar sus calamidades. Me daba la impresión de que quería contarme algo más grande pero no se atrevía. De pronto se quedó mirándome y me dijo:

 

-Mirá Miguelillo, si te cuento algo, me jurás que guardas el secreto.

 

_Claro que sí, Felo, no faltaba más. Te guardaré el secreto. Y besé la señal de la cruz en mis dedos.

 

Tomó fuerza y después de tres tocidos, me comentó:

 

Ayer por la noche me ocurrió algo terrible.

 

Y no me permitió sorprenderme, cuando retomó la conversación.

 

_ llegué a mi casa a eso de las once y media, como de costumbre, abro la puerta de mi cuarto y luego la cierro, enciendo la luz, me pongo la piyama a rayas, me hinco y rezo la oración que me enseñó mi mama desde pequeño que dice.

 

Y se puso, con devoción a rezarla:

 

"-Ängel de mi guarda,

 de mi dulce compañía,

No me desampare,

Ni de noche, ni de día"

Y siguió

 

Terminada mi oración me acurruqué debajo de la cobija y me dispuse a esperar, con una 38 que me prestó Carlos, el de la casa esquinera, en la mano, dispuesto a matar ese maldito zopilote que no me dejaba dormir en paz.

 

Pasaron diez minutos y el cabrón no entraba, como si supiera lo que le esperaba. Tres minutos más, cinco...De pronto oí un ruido de alas afuera de mi casa. Esperé atento. No tardó en llegar el aleteo, ya dentro de mi cuarto. Se detuvo, pensaba yo, sobre la cortina de la ventana. Luego dio una vuelta y otra. Preparé mi arma y esperé el momento ideal, precisamente cuando pasaba por la puerta. Lo calculé y...disparé. Fue un solo plomazo y oí caer el pesado cuerpo al frente de mi cama. Guardé silencio y esperé. La noche era profunda y el silencio aterrador. Pasados unos minutos de agonía, me incorporé y me acerqué al encendedor de la luz. Lo apreté y ... pude observar, frente a mí, el cuerpo exánime de un ser bellísimo, un cabello dorado con rizos a sus lados y una cara juvenil rosadita, casi con una sonrisa en los labios y unos ojos grandes, redondos como dos lunas que me miraban llenos de compasión. En la espalda, detrás de sus amorosos brazos, se extendían dos hermosas y arrulladoras alas como si desearan guarecer mi corazón agitado.

 

Tomé mi cobija, Miguelillo, enrollé aquella hermosa criatura que permanecía inmóvil pero serena y sin mostrar una sola gota de sangre, la tomé en mis manos y la llevé al cafetal. Ahí, detrás de la mata de chayote hice un hueco y le di cristiana sepultura. Construí una crucita de piñuela y le agregué unas chinitas y me arrodillé y le pedí perdón.

 

-Sí Miguelillo. Maté a mi ángel de la guarda. Vea si soy salao.

 

Felo murió de viejo a los noventa años, en el asilo de ancianos San Agustín de Heredia

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Gracias
Benedictoi Víquez Guzmán

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